Nació en Roma el 4 de diciembre de 1927 y murió el 1 de abril de 2019. Es hijo de la italiana Liliana Ferlosio y del novelista Rafael Sánchez Mazas, uno de los cofundadores de la Falange y que en aquel tiempo desempeñaba un cargo en la embajada de España y una corresponsalía del periódico ABC. Después de iniciar sus primeros estudios en Madrid, se traslada al colegio de jesuitas de Villafranca de los Barros (Bajadoz). Ya desde muy temprano, estimulado por una copiosa biblioteca familiar, se enfrasca en los clásicos latinos y griegos. Sus viajes por Francia e Italia le facilitan también la lectura de diversos autores de ambas lenguas. En Madrid se matricula primero en arquitectura, pasa por la facultad de Filosofía y Letras y más tarde se pone a estudiar lenguas semíticas. En reiteradas ocasiones ha declarado que no estaba hecho para los estudios y que por eso se quedó en simple bachiller. De esta época universitaria data su amistad con Jesús Fernández Santos, Medardo Fraile, Ignacio Aldecoa y Carmen Martín Gaite. Con está última se casará en 1953. Dos años antes publica su primera novela, Industrias y andanzas de Alfanhuí. Después de dar a la luz tres relatos cortos, publica El Jarama en 1955. A pesar de que esta novela gana el premio Nadal por unanimidad y de que se convierte en un fenómeno literario de la época, Ferlosio pronto va a renegar de ella y se va a pasar treinta años sin dar a imprenta más que dos narraciones breves. Estimulado por una abundante ingesta de anfetaminas, se enfrasca durante estos años intermedios en libros de gramática, llevando a cabo trabajos de investigación lingüística. En 1969 comienza a redactar una novela que termina dos años después, pero que no alcanzará su publicación hasta 1986: El testimonio de Yarfoz. Aunque emprende otros proyectos novelescos que deja inacabados, se dedica sobre todo a escribir artículos y ensayos. Con el advenimiento de la democracia aparecen en prensa artículos suyos cada vez más combativos y se empieza a sentir en ellos el gusto por la forma aforística. Fruto de toda esta labor es la aparición, en su “annus mirabilis” de 1986, de sus dos ensayos, Campo de Marte y Mientras no cambien los dioses, nada ha cambiado, y una recopilación de artículos: la Homilía del ratón. En 1993 publica su libro de aforismos Vendrán más años malos y nos harán más ciegos, con el que gana el premio nacional de literatura y el Ciudad de Barcelona. Como alivio para protegerse del chaparrón de loas organizado en España para celebrar el quinto centenario de la conquista de América, escribe Esas Yndias equivocadas y malditas (1994), un duro alegato contra lo que calificó de choque brutal y destructor. Recopilación de escritos varios son sus libros El alma y la vergüenza (2000), la hija de la guerra y la madre patria (2002) y Non olet (2002). Además de su libro de relatos El Geco (2005), ha seguido dando a imprenta los ensayos Sobre la guerra (2007) y God & Gun. Apuntes sobre polemología. Su obra ha sido premiada en el año 2004 con el Cervantes y con el Premio Nacional de las Letras Españolas en el año 2009. En los últimos años la editorial Debate ha culminado la tarea de reunir sus ensayos en cuatro volúmenes. De Ferlosio dijo Miguel Delibes que será siempre Ferlosio. “Es decir, un hombre que haga lo que haga —vivir o escribir— lo hará siempre a su aire, desdeñando la rutina y las convenciones sociales”. Desde esa originalidad ha elaborado el mismo una breve nota biográfica que suele aparecer en la solapa de sus libros y que deja constancia de su amor a los clásicos y de su pasión por el estudio: «Rafael Sánchez Ferlosio, hijo de padre español y madre italiana, nació el 4 de diciembre de 1927 en la ciudad de Roma. A la edad de catorce años, en el texto de literatura española de Guillermo Díaz-Plaja y en la frase en la que el autor, retratando al infante don Juan Manuel, decía literalmente "tenía el rostro, no roto y recosido por encuentros de lanza, sino pálido y demacrado por el estudio" conoció cuál era su ideal de vida. No obstante, ha sido siempre demasiado perezoso para llegar a empalidecer y demacrarse en medida condigna a la de su ideal emulatorio, y su máximo título académico es el de bachiller. Habiéndolo emprendido todo por su sola afición, libre interés o propia y espontánea curiosidad, no se tiene a sí mismo por profesional de nada.”
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(enmienda al dicho de Unamuno)
¡mejor todavía: que no inventen ni ellos!
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(Precalentamiento para los
mundiales) Lo más incomprensible de los patriotas y los hinchas del deporte,
que a la postre adolecen del mismo síndrome mental, es que no caigan en la
cuenta de lo a mano que tienen el remedio (que les privaría del pretexto para
forzadas satisfacciones ilusorias, pero también les ahorraría otras tantos
disgustos igualmente innecesarios), ya que les bastaría con pararse un momento
y preguntarse: “Pero ¿a mí qué más me da?”. Ya querrían los dipsómanos o los
fumadores que les fuese tan fácil quitarse del alcohol o del tabaco.
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(Port aventura) Nada demuestra de
modo más cruel el patético extremo de aburrimiento a que ha llegado la moderna
gente como el hecho de que logre divertirse con las mortalmente aburridas
diversiones de pago que les ofrece la cada vez más rentable y opulenta
industria del ocio.
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(Retroactividad. Glosa a Walter
Benjamin) El destino es un invento de la desventura, como el pecado es un
invento del castigo y el juez es un invento del verdugo.
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(El “Quijote”) Toda estética es una antigua ética. (He ahí otra de las cosas
que adivinó Cervantes)
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(Evidencia) Este es el nombre de la eternidad: Nunca Jamás.
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(Moral de perfección y moral de
identidad) Conforme a la moral de perfección, el movimiento de la bondad cambia
al sujeto en cada una de sus obras, le hace ser otro, nuevo, mejor y diferente
cada vez. Ser bueno aparejará, entonces, dejar de parecerse a sí mismo, , al
menos un poquito cada día. En consecuencia, ya el mero seguir siendo idéntico a
sí mismo es ser peor que uno mismo. Y complacerse en ello es abyección.
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(Iniciación) Pero ¿qué necesidad
había, digo yo, de inventarse un delito tan artificioso como el del ultraje a
la bandera? Si al acto de quemar una bandera se le quitase el carácter de
delito, quedaría privado de tal modo de sentido y aliciente, que a nadie se le
pasaría por las mientes tomarse la molestia y aceptar el dispendio de ir a la
pañería y soltar cuarenta duros por dos metros de tala rojigualda por el vano o
dudoso placer de quemarlos en la plaza. Si es verdad que las leyes penalizan un
acto para evitar que se cometa, he aquí un acto con respecto al cual la
impunidad o la despenalización sería mucho más definitivamente disuasoria que
la pena.
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La etimología de “forajido” es
fora exitus, ‘salido afuera’, y ya no se puede decir, por consiguiente, que haya
forajidos sino marginales, o sea, impulsados por la presión de la ciudad contra
los márgenes del campo o expulsados por la desolación del campo contra los
márgenes de la ciudad.
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(Televisión) La simpatía es una
variante risueña, afectada, aduladora, impúdica, agresiva y lela de la mala
educación.
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Tanto o más que la alabanza, Dios
es una creación de la blasfemia.
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(Panem et circenses) Llenando el
lugar vacío de la impotencia, el hastío y el nihilismo, el deporte es desde
siempre lo que más cabalmente cumple la función primaria de toda cultura como
instrumento de control social.
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(Palabras-fuerza) No hay razón
sin palabras, pero tampoco puede haber sin ellas fanatismo. En la palabra se
manifiesta la salud de la razón, pero, a su vez, el fanatismo siempre aparece
como una enfermedad de la palabra, una especie de inflamación absolutista de
los significados. Toda predilección por una palabra en sí, al margen de un
contexto, es un temible síntoma de predisposición al fanatismo.
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(Panem et circenses) Desde el
Imperio romano, la cultura ha sido un instrumento de control social. En España,
ya a finales del siglo XIX o principios del XX, se imitó el lema romano con una
obra –no sé si concretamente una zarzuela- cuyo título era Pan y toros. Hoy el
deporte, especialmente el fútbol, ha superado todo lo que pudo hacer con el
circenses; pero en cuanto a instrumento de control social, toda la cultura
moderna y contemporánea está volcada en tal finalidad: el cine (cuantas películas del Oeste o thrillers se han rodado y proyectado), la novela (también con sus propias especialidades, sobre todo la policiaca), las fiestas populares tradicionales (Tomatina de Buñol, recientemente declarada de interés nacional y últimamente hasta imitada en muchos países, para que se vea que la catástrofe de la cultura del ocio no es sólo española; la ancestral romería del Rocío, los vitivinícolas Sanfermines de Pamplona con sus abertzales y todo)... A tal mezcla de tiempos suelen decir "tradición y progreso")
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(Las palabras rejuvenecen) está
claro que han renovado la palabra “tolerancia” sólo para poder darse el siempre
sabroso gusto de decir “tolerancia cero”.
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