Miguel Hernández Gilabert nace el 30 de octubre en Orihuela. Su padre era un tratante de ganado lanar y su hijo le ayudará a pastorear el rebaño. Alterna esta tarea con el estudio hasta los catorce años en un colegio de jesuitas, pero tiene que dejarlo para atender en exclusiva el ganado. El resto de su formación la obtendrá gracias a un exigente autodidactismo, que se sobreprondrá incluso a las palizas que el padre le propinaba cuando le encontraba leyendo. Desde muy temprano se embebe en lecturas que le llevan a escribir sus primeros versos y a asistir a cenáculos de Orihuela: en la reuniones de la tahona de los hermanos Carlos y Efrén Fenoll intima con quien será su guía y le introducirá en círculos neocatólicos. Se trata de Ramón Sijé, condiscípulo infantil que se iba a convertir en un ensayista precoz y que iba a alentar a Miguel Hernández en sus primeros versos.
Pronto empieza a publicar sus poemas en las revistas locales, especialmente en “El Gallo Crisis”, revista fundada por Ramón Sijé. Cuando le llaman para hacer el servicio militar, se libra por excedente de cupo, frustrándose así una vía para evadirse. No obstante, desafía la resistencia paterna y hace un primer viaje a Madrid en noviembre 1931, después de que sus amigos organicen una colecta para el billete en un vagón de tercera. Allí llega cargado con sus primeros versos y es recibido por Concha Albornoz y Ernesto Giménez Caballero. Permanecerá en la capital hasta el 15 de mayo del año siguiente. Van a ser tiempos preñados de dificultades: no encuentra trabajo y llega a pasar hambre; se verá obligado a pedir empleo a sus paisanos. Traba relación con algunos poetas que le introducen en la esfera de Góngora, del que pronto se hará devoto: sus versos acusarán pronto su influencia.
Ya de vuelta en Orihuela, consigue un modesto empleo en el despacho de un notario y sigue escribiendo con entusiasmo. En 1934 comienza un noviazgo con Josefina Manresa. En marzo de ese año prueba fortuna con un segundo viaje a Madrid, esta vez ya con un poemario publicado, “Perito en lunas”, y dos actos de un auto sacramental, que son el fruto de una ferviente dedicación a los clásicos. Esta vez tiene más suerte y conoce a poetas que serán egregios: García Lorca y Vicente Aleixandre. José Bergamín le publicará su auto sacramental y José María de Cossio lo emplea como secretario y redactor de su enciclopedia taurina. Trabaja también las misiones pedagógicas, creadas por los organismos culturales del gobierno de la República en pro de la educación de los pueblos. Empieza a distanciarse de Ramón Sijé, que en vano trataba de ganárselo para su ideario neocatólico. Cuando éste muere en el mes de diciembre, el poeta entra en una crisis de remordimientos de conciencia que le abocará a la escritura de su famosa elegía.
El encuentro con Pablo Neruda en 1935 va a suponer un hito en la vida de Miguel Hernández, a quien conoció cuando “llegaba de alpargatas y pantalón campesino de pana desde sus tierras de Orihuela”. En sus memorias, “Confieso que he vivido”, Neruda traza un retrato de primera mano del poeta: “Era tan campesino que llevaba un aura de tierra en torno a sí. Tenía una cara de terrón o de papa que se saca de entre las raíces y que conserva su frescura subterránea. Su rostro era el rostro de España cortado por la luz, arrugado como una sementera, con algo rotundo de pan y tierra. Sus ojos quemantes ardiendo dentro de esa superficie grande y endurecida al viento, eran dos rayos de fuerza y de ternura”. Neruda lo alberga en su casa, donde escribe y acusa la influencia de sus versos surrealistas. Él se encarga de buscarle trabajo por mediación de un vizconde, alto funcionario de un ministerio, que admiraba los versos del poeta campesino. Cuenta Neruda en sus memorias que cuando le insta a Miguel Hernández a que le indique qué puesto deseaba para extenderle su nombramiento, el poeta, después de mucho cavilar, le contesta si “no podría el vizconde encomendarme un rebaño de cabras por aquí cerca de Madrid”. Neruda llegará a confesar que en todos sus años de poeta nunca le fue dado contemplar “un fenómeno igual de vocación y de eléctrica sabiduría verbal”. Esta sabiduría verbal empezará a hacerse patente en su segundo poemario publicado, “El rayo que no cesa”.
En enero de 1936 es detenido por la guardia civil en San Fernando del Jarama por carecer de carnet de identidad. Un grupo de intelectuales protesta por el atropello. Al estallar la guerra civil se encuentra en Orihuela pero se desplaza a Madrid en septiembre y se alista voluntario en el ejército popular de la república. Ingresa en el 5º regimiento, de filiación comunista y participa en diversas operaciones en los alrededores de la capital. Durante los tres años que dura la guerra su labor se vuelve frenética: “solo me canso y no estoy contento –confiesa- cuando no hago nada”. Desempeña funciones de comisario de cultura. En 1937 se le destina a Jaén como jefe del “altavoz del frente” –un servicio de agitación y propaganda-; convierte su poesía en arma de combate. Ya sea en los campamentos o en las trincheras, recita su poesía ante los soldados. En Marzo de ese año se casa con Josefina. Luego va destacado a los frentes de Teruel y Extremadura. Participa en el II Congreso de intelectuales antifascistas e intima con el comunismo cuando es comisionado para ir a Rusia. En diciembre de 1937 nace su primer hijo, que muere al año siguiente. El 4 de enero de 1939 nace Manuel Miguel, su segundo hijo. Por esos días, en Valencia, se halla componiendo su libro “El hombre acecha”. Al terminar la guerra no se le ocurre mejor idea que cruzar la frontera por Portugal, país gobernado por la dictadura de Salazar; es detenido y entregado a la policía española. Pero en septiembre es puesto en libertad provisional. Solicita asilo político en la embajada de Chile –a la que estaba vinculado por su amistad con Neruda- y piensa en emigrar a ese país, pero no se le permite. Parece que fue el propio Miguel Hernández quien al final renunció a esa vía de escape, por considerarla una deserción de última hora.
Se va al pueblo y es apresado de nuevo. En julio de 1940 se le condena a muerte, pero la máxima pena le será conmutada por treinta años de prisión, gracias a la intervención de algunos escritores con influencia dentro del régimen: Cossío, Ridruejo y Sánchez Mazas. Comienza así su particular “via crucis” por el itinerario de cárceles españolas: Madrid, Palencia, Ocaña. Pasa hambre y frío y su salud se resiente. En la cárcel de Palencia adquiere una neumonía; en la de Ocaña, una bronquitis. Una tisis le ataca cuando es trasladado a Alicante, su último destino en un reformatorio de adultos. Después de una prolongada agonía, una tuberculosis galopante acaba con su vida, el 28 de marzo de 1942.
A quienes conocieron a Miguel Hernández, les llamaba la atención la poderosa vitalidad que emanaba de su personalidad y también la dificultad que tenía para encajar en un medio urbano. Es a raíz de su primer viaje a Madrid cuando el poeta comienza a plantearse las cuestiones sociales que iban a dejar impronta en su poesía. Especial influencia para la toma de conciencia tuvo la revolución de Asturias, que le llevó a poner su pluma al servicio de la causa social. A partir de la guerra civil, se siente identificado con la causa comunista y se convierte en militante. El viaje que hace a Rusia en 1937 acaba por despertar su fervor por la revolución. Ciertas maquinaciones que observa entre los dirigentes del partido le llevan, sin embargo, a expresar sus dudas e incluso a quemar el carnet, según afirman algunos testigos.
Por su precocidad como poeta y su adscripción a las vanguardias, a Miguel Hernández se le ha vinculado con la generación del 27, reproduciendo en su poesía rasgos que son comunes: neogongorismo, surrealismo y neopopularismo. Su poesía primeriza, teñida de regionalismo, madura hacia formas más elaboradas a raíz de su estancia en Madrid. En 1933 publica Perito en lunas, un ejercicio manierista en octavas reales que respira el influjo de Góngora. Con “El rayo que no cesa” (1936), se encuentra a sí mismo como materia poética; tomando el soneto como base y con influjo de Quevedo, consigue una obra madura y personal. Al mismo tiempo que ultima el rayo que no cesa, Hernández se impregna de la poesía nerudiana y va discurriendo hacia una poesía impura, cargada de sugerencias surrealistas. El compromiso social y político tiene su reflejo en “Viento del pueblo” (1937) y ”El hombre acecha” (1937-38). La tragedia colectiva de la guerra resuena angustiosamente en su periplo carcelario, provocándole los versos más desgarradores en su “Cancionero y Romancero de ausencias”, (1938-1941).
Se ha dicho que la palabra poética de Miguel Hernández conmueve por su intenso dramatismo, por su sentimiento trágico de la vida. La pena se convierte en un "leitmotiv" de su obra: es el sufrimiento elevado a dimensiones cósmicas. Las tensiones íntimas provocadas por el amor o por los problemas sociales agudizan la emotividad expresiva de sus versos.
También ha sido un poeta que ha tenido el amor como norte de sus poemas, ya fuera su modelo la tradición petrarquista o los desgarradores sonetos amorosos de Quevedo. Según Guerrero Zamora, se trata de un amor carnal, “nunca contemplación espiritual, sino éxtasis del alma a través del espasmo de los cuerpos”. Sus alusiones sexuales son constantes. También es un amor ligado a la corriente vital de la tierra, que se nutre de una concepción panteísta del universo. Hombre y naturaleza aparecen fundidos en uno.
Su poesía es más social que política. Al estallar la guerra su vocación social se vuelve revolucionaria y comienza a hacer de su poesía un arma de combate. Al principio, desde “el altavoz del frente”, con la finalidad de levantar el ánimo de los soldados, incurre en una retórica propagandística. Más tarde, los desastres de la guerra le llevan a una visión más pesimista en la que hace acta de aparición un dolor que adquiere dimensiones cósmicas.
Nanas de la cebolla
[Dedicadas a su hijo, a raíz de recibir una carta de su mujer en la que le decía que no comía más que pan y cebolla.]
La cebolla es escarcha
Cerrada y pobre:
Escarcha de tus días
Y de mis noches.
Hambre y cebolla,
Hielo negro y escarcha
Grande y redonda.
En la cuna del hambre
Mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
Se amamantaba.
Pero tu sangre,
Escarchada de azúcar,
Cebolla y hambre.
Una mujer morena
Resuelta en luna
Se derrama hilo a hilo
Sobre la cuna.
Ríete, niño,
Que te tragas la luna
Cuando es preciso.
Alondra de mi casa,
Ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
La luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma, al oírte,
Bata el espacio.
Tu risa me hace libre,
Me pone alas.
Soledades me quita,
Cárcel me arranca.
Boca que vuela,
Corazón que en tus labios
Relampaguea.
Es tu risa la espada
Más victoriosa,
Vencedor de las flores
Y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
Y de mi amor.
La carne aleteante,
Súbito el párpado,
Y el niño como nunca
Coloreado.
¡Cuánto jilguero
Se remonta, aletea,
Desde tu cuerpo!
Desperté de ser niño:
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna,
Defendiendo la risa
Pluma por pluma.
Ser de vuelo tan alto,
Tan extendido,
Que tu carne parece
Cielo cernido.
¡Si yo pudiera
Remontarme al origen
De tu carrera!
Al octavo mes ríes
Con cinco azahares,
Con cinco diminutas
Ferocidades.
Con cinco dientes
Con cinco jazmines
Adolescentes.
Frontera de los besos
Serán mañana,
Cuando en la dentadura
Sientas un arma.
Sientas un fuego
Correr dientes abajo
Hincando el centro.
Vuela niño en la doble
Luna del pecho:
Él, triste de cebolla,
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
I
Ropas con su
olor,
Puños con su
aroma.
Se alejó en
su cuerpo,
Me dejó en
sus ropas.
Lecho sin
calor,
Sábana de
sombra.
Se ausentó
en su cuerpo.
Se quedó en
sus ropas.
2
Negros ojos
negros.
El mundo se
abría
Sobre tus
pestañas
De negras
distancias.
Dorada
mirada.
El mundo se
cierra
Sobre tus
pestañas
Lluviosas y
negras.
3
No quiso
ser.
No conoció
el encuentro
Del hombre y
la mujer.
El amoroso
vello
No pudo
florecer.
Detuvo sus
sentidos
Negándose a
saber
Y
descendieron diáfanos
Ante el
amanecer.
Vio turbio
su mañana
Y se quedó
en su ayer.
4
Tus ojos
parecen
Agua
removida.
¿Qué son?
Tus ojos
parecen
El agua más
turbia
De tu
corazón.
¿Qué fueron?
¿Qué son?
5
En el fondo
del hombre
Agua
removida.
En el agua
más clara
Quiero ver
la vida.
En el fondo
del hombre
Agua
removida.
En el agua
más clara
Sombra sin
salida.
En el fondo
del hombre
Agua
removida.
6
El
cementerio está cerca
De donde tú
y yo dormimos,
Entre
nopales azules,
Pitas azules
y niños
Que gritan
vívidamente
Si un muerto
nubla el camino.
De aquí al
cementerio, todo
Es azul,
dorado, límpido.
Cuatro
pasos, y los muertos.
Cuatro
pasos, y los vivos.
Límpido,
azul y dorado
Se hace allí
remoto el hijo.
7
Sangre
remota.
Remoto
cuerpo,
Dentro de
todo,
Dentro, muy
dentro
De mis
pasiones,
De mis
deseos.
8
¿Qué quiere
el viento de encono
Que baja por
el barranco
Y violenta
las ventanas
Mientras te
visto de abrazos?
Derribarnos,
arrastrarnos.
Derribadas,
arrastradas,
Las dos
sangres se alejaron.
¿Qué sigue
queriendo el viento
Cada vez más
enconado?
Separarnos.
9
No salieron
jamás
Del vergel
del abrazo,
Y ante el
rojo rosal
De los besos
rodaron.
Huracanes
quisieron
Con rencor
separarlos.
Y las hachas
tajantes.
Y los
rígidos rayos.
Aumentaron
la tierra
De las
pálidas manos.
Precipicios
midieron
Por el
viento impulsados
Entre bocas
deshechas.
Recorrieron
naufragios
Cada vez más
profundos,
En sus
cuerpos, sus brazos.
Perseguidos,
hundidos
Por un gran
desamparo
De recuerdos
y lunas,
De
noviembres y marzos,
Aventados se
vieron:
Pero siempre
abrazados.
10
El viento
ceniciento
Clama en la
habitación
Donde
clamaba ella
Ciñéndose a
mi voz.
Cámara
solitaria
Con el
herido son
Del
ceniciento viento
Clamante
alrededor.
Espejo
despoblado,
Despavorido
arcón
Frente al
retrato árido
Y el lecho
sin calor.
Cenizas que
alborota
El viento
que no amó.
En medio de
la noche,
La
cenicienta cámara
Con viento y
sin amores.
11
Como la
higuera joven
De los
barrancos eras.
Y cuando yo
pasaba
Sonabas en
la sierra.
Como la
higuera joven,
Resplandeciente
y ciega.
Como la
higuera eres
Como la
higuera vieja.
Y paso, y me
saludan
Silencio y
hojas secas.
Como la
higuera eres
Que el rayo
envejeciera.
12
El sol, la
rosa y el niño
Flores de un
día nacieron.
Los de cada
día son
Soles,
flores, niños nuevos.
Mañana no
seré yo:
Otro será el
verdadero.
Y no seré
más allá
De quien
quiera su recuerdo.
Flor de un
día es lo más grande
Al pie de lo
más pequeño.
Flor de la
luz el relámpago,
Y flor del
instante el tiempo.
Entre las
flores te fuiste.
Entre las
flores me quedo.
13
Besarse,
mujer,
Al sol, es
besarnos
En toda la
vida,
Ascienden
los labios
Eléctricamente
Vibrante de
rayos,
Con todo el
furor
De un sol
entre cuatro.
Besarse a la
luna,
Mujer, es
besarnos
En toda la
muerte.
Descienden
los labios
Con toda la
luna
Pidiendo su
ocaso,
Del labio de
arriba,
Del labio de
abajo,
Gastada y
helada
Y en cuatro
pedazos.
14
Llegó tan
hondo el beso
Que traspasó
y emocionó los muertos.
El beso
trajo un brío
Que arrebató
la boca de los vivos.
El hondo
beso grande
Sintió
breves los labios al ahondarse.
El beso
aquel que quiso
Cavar los
muertos y sembrar los vivos.
15
Si te
perdiera…
Si te
encontrara
Bajo la
tierra.
Bajo la
tierra
Del cuerpo
mío,
Siempre
sedienta.
16
Cuerpo del
amanecer:
Flor de la
carne florida.
Siento que
no quiso ser
más allá de
flor tu vida.
Corazón que
en el tamaño
De un día se
abre y se cierra.
La flor
nunca cumple un año,
Y lo cumple
bajo tierra.
17
En este
cuerpo
Estuvo el
mar.
Alguna vez
volverá.
Si alguna
vez una gota
Roza este
campo, este campo
Siente el
recuerdo del mar.
Alguna vez
volverá.
18
Cada
vez que paso
Bajo tu
ventana,
Me azota el
aroma
Que aún
flota en tu casa.
Cada vez que
paso
Junto al
cementerio
Me arrastra
la fuerza
Que aún
sopla en tus huesos.
19
El corazón
es agua
Que se
acaricia y canta.
El corazón
es puerta
Que se abre
y cierra.
El corazón
es agua
Que se
remueve, arrolla,
Se
arremolina, mata.
20
Tierra. La
despedida
Siempre es
agonía.
Ayer nos
despedimos,
Ayer
agonizamos.
Tierra en
medio,
Hoy morimos.
21
Por eso las
estaciones
Saben a
muerte, y los puertos.
Por eso
cuando partimos
Se deshojan
los pañuelos.
Cadáveres
vivos somos
En el
horizonte, lejos.
22
Cada vez más
presente.
Como si un
rayo raudo
Te trajera a
mi pecho.
Como un lento
rayo
Lento.
Cada vez más
ausente.
Como si un
tren lejano
Recorriera
mi cuerpo.
Como si un
negro
Barco negro.
23
Si nosotros
viviéramos
Lo que la
rosa, con su intensidad,
El profundo
perfume de los cuerpos
Sería mucho
más.
¡Ay, breve
vida intensa
De un día de
rosales secular
Pasaste por
la casa
Igual,
igual, igual
Que un
meteoro herido, perfumado
De hermosura
y verdad.
La huella
que has dejado es un abismo
Con ruinas
de rosal
Donde un
perfume que no cesa hace
Que vayan
nuestros cuerpos más allá.
24
Una
fotografía.
Un cartón
expresivo,
Envuelto por
los meses
En los
rincones íntimos.
Un agua de
distancia
Quiero
beber; gozar
Un fondo de
fantasma.
Un cartón me
conmueve.
Un cartón me
acompaña.
25
Llegó con
tres heridas:
La del amor,
La de la
muerte,
La de la
vida.
Con tres
heridas viene:
La de la
vida,
La del amor,
La de la
muerte.
Con tres
heridas yo:
La de la
vida,
la de la
muerte,
La del amor.
26
Escribí en
el arenal
Los tres
nombres de la vida:
Vida,
muerte, amor.
Una ráfaga
de mar,
Tantas
claras veces ida,
Vino y los
borró.
27
Cogedme,
cogedme.
Dejadme,
dejadme,
Fieras,
hombres, sombras,
Soles,
flores, mares.
Cogedme,
dejadme.
28
Tus ojos se
me van
De mis ojos,
y vuelven
Después de
recorrer
Un páramo de
ausentes.
Tus brazos
se desploman
En mis
brazos y ascienden
Retrocediendo
ante esa
desolación
que sientes.
Desolación
con hielo,
Aún mi calor
te vence.
29
Ausencia en
todo veo;
Tus ojos la
reflejan.
Ausencia en
todo escucho:
Tu voz a
tiempo suena.
Ausencia en
todo aspiro:
Tu aliento
huele a hierba.
Ausencia en
todo toco:
Tu cuerpo se
despuebla.
Ausencia en
todo siento.
Ausencia,
ausencia, ausencia.
30
¿De qué
adoleció
La mujer
aquella?
Del mal
peor:
Del mal de
las ausencias.
Y el hombre
aquel.
¿De qué
murió
La mujer
aquella?
Del mal
peor:
Del mal de
las ausencias.
Y el hombre
aquel.
31
Tan
cercanos, y a veces
Qué lejos
nos sentimos,
Tú yéndote a
los muertos,
Yo yéndome a
los vivos.
Tú eres
fatal ante la muerte,
Yo soy fatal
ante la vida.
Yo siempre
en pie quisiera verte,
Tú quieres
verte siempre hundida.
33
Llevadme al
cementerio
De los
zapatos viejos.
Echadme a
todas horas
La pluma de
la escoba.
Sembradme
con estatuas
De rígida
mirada.
Por un
huerto de bocas,
Futuras y
doradas,
Relumbrará
mi sombra.
34
La luciérnaga
en celo
Relumbra
más.
La mujer sin
el hombre
Apagada va.
Apagado va
el hombre
Sin luz de
mujer.
La
luciérnaga en celo
Se deja ver.
35
Uvas,
granadas, dátiles,
Doradas,
rojas, rojos,
Hierbabuena
del alma,
Azafrán de
los poros.
Uvas como tu
frente,
Uvas como
tus ojos
Granadas con
la herida
De tu
florido asombro,
Dátiles con
tu esbelta
Ternura sin
retorno.
Azafrán,
hierbabuena
Llueves a
grandes chorros
Sobre la
mesa pobre,
Gastada, del
otoño,
Muerto que
te derramas,
Muerto que
yo conozco,
Muerto
frutal, caído
Con octubre
en los hombros.
36
Las gramas,
las ortigas
En el otoño
avanzan
Con una
suavidad
Y una
ternura largas.
El otoño, un
sabor
Que separan
las cosas,
Las aleja y
arrastra.
Llueve sobre
el tejado
Como sobre
una caja
Mientras la
hierba crece
Como una
joven ala.
Las gramas,
las ortigas
Nutre una
misma savia.
37
Atraviesa la
calle,
Dicen que
todo el barrio
Y yo digo
que nadie.
Pero
escuchando, ansiando,
Oigo en su
mismo centro
El alma de
tus pasos,
Y me parece
un sueño
Que sobre el
empedrado
Alza tu pie
su íntimo
Sonido
descansando.
38
Troncos de
soledad
barrancos de
tristeza
Donde rompo
a llorar.
39
Todas las
casas son ojos
Que
resplandecen y acechan.
Todas las
casas son bocas
Que escupen,
muerden y besan.
Todas las
casas son brazos
Que se
empujan y se estrechan.
De todas las
casas salen
Soplos de
sombra y de selva.
En todas hay
un clamor
De sangres
insatisfechas.
Y a un grito
todas las casas
Se asaltan y
se despueblan.
Y a un grito
todas se aplacan,
Y se
fecundan, y esperan.
40
El amor
ascendía entre nosotros
Como la luna
entre las dos palmeras
Que nunca se
abrazaron.
El íntimo
rumor de los dos cuerpos
Hacia el
arrullo un oleaje trajo,
Pero la
ronca voz fue atenazada,
Fueron
pétreos los labios.
El ansia de
ceñir movió la carne,
Esclareció
los huesos inflamados,
Pero los
brazos al querer tenderse
Murieron en
los brazos.
Pasó el
amor, la luna entre nosotros
Y devoró los
cuerpos solitarios.
Y somos dos
fantasmas que se buscan
Y se
encuentran lejanos.
41
Cuando paso
por tu puerta
La tarde me
viene a herir
Con su
hermosura desierta
Que no acaba
de morir.
Tu puerta no
tiene casa
Ni calle
tiene un camino
Por donde la
tarde pasa
Como un agua
sin destino.
Tu puerta
tiene una llave
Que para
todos rechina.
En la tarde
hermosa y grave
Ni una sola
golondrina.
Heridas en
tu puerta crecen
De ser tan
poco pisada,
Todas las
cosas padecen
Sobre la
tarde abrasada.
La piel de
tu puerta encierra
Un lecho que
compartir.
La tarde no
encuentra tierra
Donde
ponerse amorir.
Lleno de un
siglo de ocasos
De una tarde
azul de abierta
hundo en tu
puerta mis pasos
Y no sales a
tu puerta.
En tu puerta
no hay ventana
Por donde
poderte hablar.
Tarde,
hermosura lejana
Que nunca
podré lograr.
Y la tarde
azul corona
Tu puerta
gris, de vacía.
Y la noche
se amontona
Sin
esperanzas de día.
42
Rumorosas
pestañas
De los
cañaverales.
Cayendo
sobre el sueño
Del hombre
hasta dejarle
El pecho
apaciguado
Y la cabeza
suave.
Ahogad la
voz del arma,
Que no
despierte y salte
Con el
cuchillo de odio
Que entre sus
dientes late.
Así,
dormido, el hombre
Toda la
tierra vale.
43
Fue una
alegría de una sola vez,
De esas que
no son nunca más iguales.
El corazón,
lleno de historias tristes,
Fue
arrebatado por las claridades.
Fue una
alegría como la mañana,
Que puso azul
el corazón, y grande,
Más
comunicativo su latido
Más esbelta
su cumbre aleteante.
Fue una
alegría que no dolió de tanto
Encenderse,
reírse, dilatarse;
Una mujer y
yo la recogimos
Desde un
niño rodado de su carne.
Fue una
alegría en el amanecer
Más virginal
que todas las verdades.
Se
inflamaban los gallos, y callaron
Atravesados
por su misma sangre.
Fue la
primera vez de la alegría,
La sola vez
de su total imagen.
Las otras
alegrías se quedaron
Como granos
de arena ante los mares.
Fue una
alegría para siempre sola,
Para siempre
dorada, destellante.
Pero es una
tristeza para siempre,
Porque
apenas nacida fue a enterrarse.
44
Entusiasmo
del odio,
Ojos del mal
querer.
Turbio es el
hombre
Turbia la
mujer.
¿Qué pasa?
Rencor por
tu mundo,
Amor por mi
casa.
¿Qué suena?
El tiro en
tu monte,
El beso en
mis eras.
¿Qué viene?
Para ti una
sola
Para mí dos
muertes.
46
Corazón de
leona
Tienes a
veces.
Zarpa, nardo
del odio,
Siempre
floreces.
Una leona
Llevaré cada
día
Como corona.
47
La vejez en
los pueblos.
El corazón
sin dueño.
El amor sin
objeto.
La hierba,
el polvo, el cuervo.
¿Y la
juventud?
En el ataúd.
El árbol
solo y seco.çLa mujer como un leño
De viudez
sobre el lecho.
El odio sin
remedio.
¿Y la
juventud?
En el ataúd.
48
Llueve. Los
ojos se ahondan
Buscando tus
ojos, esos
Dos ojos que
se alejaron
A la sombra
cuenca adentro.
Mirada con
horizontes
Cálidos y
fondos tiernos,
Íntimamente
alentada
Por un sol
de íntimo fuego
Que era en
las pestañas negra
Coronación
de los sueños.
Mirada negra
y dorada,
Hecha de
dardos directos,
Signo de un
alma en lo alto
De todo lo
verdadero.
Llueve como
si llorara
Raudales un
ojo inmenso,
Un ojo gris
desangrado,
Pisoteado en
el cielo.
Llueve sobre
tus dos ojos
Negros,
negros, negros, negros
Y llueve
como si el agua
Verdes
quisiera volverlos.
¿volverán a
florecer?
Si a través
de tantos cuerpos
Que ya
combaten la flor
Renovaran su
ascua… Pero
Seguirán
bajo la lluvia
Para
siempre, mustios, secos.
49
Era un hoyo
no muy hondo.
Casi en la
flor de la sombra.
No hubiera
cabido un hombre
en su
oscuridad angosta.
Contigo todo
fue anchura
En la tierra
tenebrosa.
50
Mi casa
contigo era
La
habitación de la bóveda.
Centro de mi
casa entraba
Por ti la
luz victoriosa.
Mi casa va
siendo un hoyo.
Yo no
quisiera que toda
Aquella luz
se alejara
Vencida,
desde la alcoba.
Pero cuando
llueve, siento
Que las
paredes se ahondan,
Y reverdecen
los muebles,
Rememorando
las hojas.
Mi casa es
una ciudad
Con una
puerta a la aurora,
Otra más
grande a la tarde,
Y a la
noche, inmensa, otra.
Mi casa es
un ataúd.
Bajo la
lluvia redobla
Y ahuyenta
las golondrinas
Que no la
quisieran torva.
En mi casa
falta un cuerpo.
Dos en
nuestra casa sobran.
51
Muerto mío,
muerto mío.
Nadie nos
siente la tierra
Donde haces
caliente el frío
52
Todo está
lleno de ti
Y todo de mí
está lleno:
Llenas están
las ciudades
Igual que
los cementerios,
De ti por
todas las casas
De mí por
todos los cuerpos.
Por las
calles voy dejando
Algo que voy
recogiendo:
Pedazos de
vida mía
Venidos
desde muy lejos.
Voy alado a
la agonía
Y
arrastrándome me veo
En el umbral
en el fondo
Latente del
nacimiento.
…………………………………………….
Todo está
lleno de ti
Traspasado
de tu pecho,
De algo que
no he conseguido
Y que busco
entre tus huesos.
63
Callo
después de muerto.
Hablas
después de vivo.
Pobres
conversaciones
Desusadas
por dichas,
Nos llevan
lo mejor
De la muerte
y la vida.
Con espadas
fraguadas
En miradas,
en besos,
En pasiones
invictas,
Nos herimos,
nos vamos
A la lucha
más íntima.
Con silencio
te ataco.
Con silencio
tú vibras.
Con silencio
reluce
La verdad
cristalina.
Con silencio
caemos
En la noche,
en el día.
54
La libertad
es algo
Que sólo en
tus entrañas
Bate como el
relámpago.
55
Cuerpo sobre
cuerpo,
Tierra sobre
tierra;
Viento sobre
viento.
56
Bocas de
ira.
Ojos de acecho.
Perros
aullando.
Perros y
perros.
Todo baldío.
Todo reseco.
Cuerpos y
campos,
Cuerpos y
cuerpos.
¡Qué mal
camino,
Qué
ceniciento,
Corazón
tuyo,
Fértil y
tierno.
57
Tristes
guerras
Si no es
amor la empresa.
Tristes,
tristes.
Tristes
armas
Si no son
las palabras.
Tristes,
tristes.
Tristes
hombres
Si no mueren
de amores.
Tristes,
tristes.
58
Los animales
del día
A los de la
noche buscan.
Lejos anda
el sol,
Cerca la
luna.
Animal del
mediodía,
La
medianoche me turba.
Lejos anda
el sol,
Cerca la
luna.
59
Menos tu
vientre
Todo es
confuso.
Menos tu
vientre,
Todo es
futuro
Fugaz,
pasado
Baldío,
turbio.
Menos tu
vientre,
Todo es
oculto.
Menos tu
vientre
Todo
inseguro,
Todo
postrero,
Polvo sin
mundo.
Menos tu
vientre
Todo es
oscuro.
Menos tu vientre
Claro y
profundo.
60
Antes del odio
Beso soy,
sombra con sombra.
Beso, dolor
con dolor,
Por haberme
enamorado,
Corazón sin
corazón,
De las
cosas, del aliento
Sin sombras
de la creación.
Sed con agua
en la distancia,
Pero sed
alrededor.
Corazón en una
copa
Donde me lo
bebo yo
Y no se lo
bebe nadie,
Nadie sabe
su sabor.
Odio, vida:
¡cuánto odio
Sólo por
amor!
No es
posible acariciarte
Con las
manos que me dio
El fuego de
más deseo,
El ansia de
más ardor.
Varias alas,
varios vuelos
Abaten en
ellas hoy
Hierros que
cercan las venas
Y las
muerden con rencor.
Por amor,
vida, abatido,
Pájaro sin
remisión,
Sólo por
amor odiado,
Sólo por
amor.
Amor, tu
bóveda arriba
Y yo abajo
siempre, amor,
Sin otra luz
que estas ansias,
Sin otra
iluminación.
Mírame aquí
encadenado,
Estúpido,
sin calor
A los pies
de la tiniebla
Más súbita,
más feroz,
Comiendo pan
y cuchillo
Como buen
trabajador
Y a veces
cuchillo sólo,
Sólo por
amor.
Todo lo que
significa
Golondrinas,
ascensión,
Claridad,
anchura, aire,
Decidido
espacio, sol,
Horizonte
aleteante,
Sepultado en
un rincón.
Espesura,
mar, desierto,
Sangre,
monte rodador,
Libertades
de mi alma
Clamorosas
de pasión,
Desfilando
por mi cuerpo
Donde no se
quedan, no,
Pero donde
se despliegan,
Sólo por
amor.
Porque
dentro de la triste
Guirnalda
del eslabón,
Del sabor a
carcelero
constante y
a paredón,
Y a
precipicio en acecho,
Alto,
alegre, libre soy.
Alto,
alegre, libre, libre,
Sólo por
amor.
No, no hay
cárcel para el hombre.
No podrán
atarme, no.
Este mundo
de cadenas
Me es pequeño
y exterior.
¿Quién
encierra una sonrisa?
¿Quién
amuralla una voz?
A lo lejos
tú, más sola
Que la
muerte, la una y yo.
A lo lejos
tú, sintiendo
En tus
brazos mi prisión,
En tus
brazos donde late
La libertad
de los dos.
Libre soy.
Siénteme libre.
Sólo por amor.
61
Palomar del
arrullo
Fue la
habitación.
Provocabas
palomas
Con el
corazón.
Palomar,
palomar
Derribado,
desierto,
Sin arrullo
por nunca jamás.
61
La boca
Boca que
arrastra mi boca,
Boca que me
has arrastrado:
Boca que
vienes de lejos
A iluminarme
de rayos.
Alba que da
a mis noches
Un
resplandor rojo y blanco.
Boca poblada
de bocas:
Pájaro lleno
de pájaros.
Canción que
vuelve las alas
Hacia arriba
y hacia abajo.
Muerte
reducida a besos,
A sed de
morir despacio,
Dando a la
grana sangrante
Dos lúcidos
aletazos.
El labio de
arriba el cielo
Y la tierra
el otro labio.
Beso que
rueda en la sombra:
Beso que
viene rodando
Desde el
primer cementerio
Hasta los
últimos astros.
Astro que
tiene tu boca
Enmudecido y
cerrado,
Hasta que un
roce celeste
Hace que
vibren sus párpados.
Beso que va
a un porvenir
De muchachas
y muchachos,
Que no
dejarán desiertos
Ni las
calles ni los campos.
¡Cuántas
bocas enterradas,
Sin boca,
desenterramos!
Bebo en tu
boca por ellos,
Brindo en tu
boca apor tantos
Que cayeron
sobre el vino
De los
amorosos vasos.
Hoy son
recuerdos. Recuerdos.
Besos
distantes y amargos.
Hundo en tu
boca mi vida,
Oigo rumores
de espacios.
Y el
infinito parece
Que sobre mí
se ha volcado.
He de
volverte a besar.
He de
volver, hundo, caigo,
Mientras descienden
los siglos
Hacia los
hondos barrancos.
Como una
febril nevada
De besos y
enamorados.
Boca que
desenterraste
El amanecer
más claro
Con tu
lengua. Tres palabras,
Tres fuegos
has heredado:
Vida,
muerte, amor. Ahí quedan
Escritos
sobre tus labios.
63
La basura
diaria
Que de los
hombres queda
Sobre mis
sentimientos
Y mis
sentidos pesa.
Es la triste
basura
De los
turbios deseos,
De las
pasiones turbias.
64
Cerca del
agua te quiero llevar
Porque tu
arrullo trascienda del mar.
Cerca del
agua te quiero tener
Porque te
aliente un vívido ser.
Cerca del
agua te quiero sentir
Porque la
espuma te enseñe a reír.
Cerca del
agua te quiero, mujer,
Ver,
abarcar, fecundar, conocer.
Cerca del
agua perdida del mar
Que no se
puede perder ni encontrar.
65
El azahar de
Murcia
Y la palmera
de Elche
Para exaltar
la vida
Sobre tu
vida ascienden.
El azahar de
Murcia
Y la palmera
de Elche
Para seguir
la vida
Bajan sobre
tu muerte.
66
Después del amor
No pudimos
ser. La tierra
No pudo
tanto. Nos somos
Cuanto se propuso
el sol
En un anhelo
remoto.
Un pie se
acerca a lo claro.
En lo oscuro
insiste el otro.
Porque el
amor no es perpetuo
En nadie, ni
en mí tampoco.
El odio
aguarda un instante
Dentro del
carbón más hondo.
Rojo es el
odio y nutrido.
El amor
pálido y solo.
Cansado de
odiar, te amo.
Cansado de
mar, te odio.
Llueve
tiempo, llueve tiempo.
Y un día
triste entre todos,
Triste por
toda la tierra,
Triste desde
mí hasta el lobo,
Dormimos y
despertamos
Con un tigre
entre los ojos.
Piedras,
hombres como piedras,
Duros y
plenos de encono,
Chocan en el
aire, donde
Chocan las
piedras de pronto.
Soledades
que hoy rechazan
Y ayer
juntaban sus rostros
Soledades
que en el beso
Guardan el
rugido sordo.
Soledades
para siempre.
Soledades
sin apoyo.
Cuerpos como
un mar voraz,
Entrechocando,
furioso.
Solitariamente
atados
Por el amor,
por el odio,
Por las
venas surgen hombres
Cruzan las
ciudades, torvos.
En el
corazón arraiga
Solitariamente
todo.
Huellas sin
campaña quedan
Como en el
agua, en el fondo.
Sólo una
voz, a lo lejos,
Siempre a lo
lejos la oigo,
Acompaña y
hace ir
Igual que el
cuello a los hombros.
Sólo una voz
me arrebata
Este armazón
espinoso
De vello
retrocedido
Y erizado
que me pongo.
Los secos
vientos no pueden
Secar los
mares jugosos.
Y el corazón
permanece
Fresco en su
cárcel de agosto
porque esa
voz es el arma
Más tierna
de los arroyos:
“Miguel: me
acuerdo de ti
Después del
sol y del polvo,
Antes de la
misma luna
Tumba de un
sueño amoroso”
Amor: aleja
mi ser
De los
primeros escombros,
Y
edificándome, dicta
Una verdad
como un soplo.
Después del
amor, la tierra.
Después de
la tierra, todo.
67
El número de
sangres
Que el mundo
iluminó
En dos halló
el principio;
Tú y yo.
El número de
sangres
Que es cada
vez mayor
En dos bocas
sus fines;
Tú y yo.
El número de
sangres
Que en el
espacio son,
En dos son
infinitos:
Tú y yo.
68
La cantidad
de mundo
Que con los
ojos abres,
Que cierras
con los brazos.
La cantidad
de mundo
Que con los
ojos cierras,
Que con los
brazos abres.
68
Entre
nuestras dos sangres
Algo que
aparta, algo
Que aleja,
impide, ciega,
Sucede palmo
a palmo.
Entre
nuestras dos sangres
Va
sucediendo algo,
Arraiga el
horizonte,
Hace anchura
el espacio.
Entre
nuestras dos sangres
Ha de
suceder algo,
Un puente
como un niño,
Un niño como
un arco.
Entre
nuestras dos sangres
Hay cárceles
con manos.
Cuando
sucede queda
Entre los
dos de paso.
70
A la luna
venidera
Te acostarás
a parir
Y tu vientre
irradiará
Claridades
sobre mí.
Alborada de
tu vientre
Cada vez más
claro en sí
Esclareciendo
los pozos,
Anocheciendo
el marfil.
A la luna
venidera
El mundo se
vuelve a abrir.
71
Vino. Dejó
las armas,
Las garras,
la maleza.
La suavidad
que sube,
La suavidad
que reina
Sobre la
voz, el paso,
Sobre la
piel, la pierna,
Arrebató su
cuerpo
y estremeció
sus cuerdas.
Se consumó
la fiera.
La noche
sobrehumana
Su sangre
ungió de estrellas,
Relámpagos,
caricias,
Silencios,
besos, penas.
Pero al
venir el alba
Se abalanzó
sobre ella
Y recobró
las armas,
Las garras,
la maleza.
Salió. Se
fue dejando
Locas de
amor las puertas.
Se reanimó
la fiera.
Y espera
desde entonces
Hasta que el
hombre vuelva.
72
El mundo es
como aparece
Ante mis
cinco sentidos,
Y ante los
tuyos que son
Las orillas
de los míos.
El mundo de
los demás
Nos es el
nuestro: no es el mismo.
Lecho del
agua que soy,
Tú, los dos,
somos el río
Donde cuanto
más profundo
Se ve más despacio y límpido.
Imágenes de
la vida:
A la vez las
recibimos,
Nos reciben,
entregados
Más
unidamente a un ritmo.
Pero las
cosas se forman
Con nuestros
propios delirios.
El aire
tiene el tamaño
Del corazón
que respiro
Y el sol es
como la luz
Con que yo
le desafío.
Ciegos para
los demás,
Oscuros,
siempre remisos,
Miramos
siempre hacia adentro,
Vemos desde
lo más íntimo.
Trabajo y
amor me cuesta
Conmigo así,
ver contigo;
Aparecer,
como el agua
Con la
arena, siempre unidos.
Nadie me
verá del todo.
No es nadie
como lo miro.
Somos algo
más que vemos,
Algo menos
que inquirimos.
Algún suceso
de todos
Pasa
desapercibido.
Nadie nos ha
visto. A nadie
Ciegos de
ver, hemos visto.
73
Guerra
Todas las
madres del mundo
Ocultan el
vientre, tiemblan,
Y quisieran
retirarse,
A virginidades
ciegas,
Al origen
solitario
Y el pasado
sin herencia.
Pálida,
sobrecogida
La fecundidad
se queda.
El mar tiene
sed y tiene
Sed de ser
agua la tierra.
Alarga la
llama el odio
Y el amor
cierra las puertas.
Voces como
lanzas vibran,
Voces como
bayonetas.
Bocas como
puños vienen,
Puños como
cascos llegan.
Pechos como
muros roncos,
Piernas como
patas recias.
El corazón
se revuelve,
Se atorbelliina,
revienta.
Arroja
contra los ojos
Súbitas espumas
negras.
La sangre
enarbola el cuerpo,
Precipita la
cabeza
Y busca un
cuerpo, una herida
Por donde
lanzarse afuera.
La sangre
recorre el mundo
Enjaulada,
insatisfecha.
Las flores
se desvanecen
Devoradas por
la hierba.
Ansias de
matar invaden
El fondo de
la azucena.
Acoplarse
con metales
Todos los
cuerpos anhelan:
Desposarse,
poseerse
De una
terrible manera.
Desaparecer:
el ansia
General,
creciente, reina.
Un fantasma
de estandartes,
Una bandera
quimérica,
Un mito de
patrias: una
Grave ficción
de fronteras.
Músicas
exasperadas,
Duras como
botas, huellan
La faz de
las esperanzas
Y de las
entrañas tiernas.
Crepita el
alma, la ira.
El llanto
relampaguea.
¿Para qué
quiero la luz
Si tropiezo
con tinieblas?
Pasiones
como clarines,
Coplas,
trompas que aconsejan
Devorándose ser
a ser,
Destruirse,
piedra a piedra.
Relinchos.
Retumbos. Truenos.
Salivazos.
Besos. Ruedas.
Espuelas. Espadas
locas
Abren una
herida inmensa.
Después el
silencio, mudo
De algodón,
blanco de vendas,
Cárdeno de
cirugía,
Mutilado de
tristeza.
El silencio.
Y el laurel
En un rincón
de osamentas.
Y un tambor
enamorado,
Como un
vientre tenso, suena
Detrás del
innumerable
Muerto que
jamás se aleja.
74
Nanas de la cebolla
[Dedicadas a su hijo, a
raíz de recibir una carta de su mujer en la que le decía que no comía más que
pan y cebolla.]
La cebolla
es escarcha
Cerrada y
pobre:
Escarcha de
tus días
Y de mis
noches.
Hambre y
cebolla,
Hielo negro
y escarcha
Grande y
redonda.
En la cuna
del hambre
Mi niño
estaba.
Con sangre
de cebolla
Se amamantaba.
Pero tu
sangre,
Escarchada de
azúcar,
Cebolla y
hambre.
Una mujer
morena
Resuelta en
luna
Se derrama
hilo a hilo
Sobre la
cuna.
Ríete, niño,
Que te
tragas la luna
Cuando es
preciso.
Alondra de
mi casa,
Ríete mucho.
Es tu risa
en los ojos
La luz del
mundo.
Ríete
tanto
que en el alma, al oírte,
Bata el
espacio.
Tu risa me
hace libre,
Me pone
alas.
Soledades me
quita,
Cárcel me
arranca.
Boca que
vuela,
Corazón que
en tus labios
Relampaguea.
Es tu risa
la espada
Más victoriosa,
Vencedor de
las flores
Y las
alondras.
Rival del
sol.
Porvenir de
mis huesos
Y de mi
amor.
La carne
aleteante,
Súbito el
párpado,
Y el niño
como nunca
Coloreado.
¡Cuánto
jilguero
Se remonta,
aletea,
Desde tu
cuerpo!
Desperté de
ser niño:
Nunca despiertes.
Triste llevo
la boca.
Ríete
siempre.
Siempre en
la cuna,
Defendiendo la
risa
Pluma por
pluma.
Ser de vuelo
tan alto,
Tan extendido,
Que tu carne
parece
Cielo cernido.
¡Si yo
pudiera
Remontarme al
origen
De tu
carrera!
Al octavo
mes ríes
Con cinco
azahares,
Con cinco
diminutas
Ferocidades.
Con cinco
dientes
Con cinco
jazmines
Adolescentes.
Frontera de
los besos
Serán mañana,
Cuando en la
dentadura
Sientas un
arma.
Sientas un
fuego
Correr dientes
abajo
Hincando el
centro.
Vuela niño
en la doble
Luna del
pecho:
Él, triste
de cebolla,
Tú,
satisfecho.
No te
derrumbes.
No sepas lo
que pasa
Ni lo que
ocurre.
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