(Roma, 26 de abril de 121 – Vindobona, o actual Viena,17 de marzo de 180). Descendiente de una familia noble, de origen hispano por la rama paterna, el padre murió cuando Marco tenía 10 años, siendo criado por su abuelo Anio Vero, que fue prefecto de Roma y cónsul durante tres ocasiones. Su madre, Domicia Lucila, fue dama de gran cultura y en su palacio del monte Celio -donde se crió Marco- hospedó a las principales personalidades de la época. Su bisabuelo, Catilio Severo, también prefecto y cónsul, llegó a intimar con el emperador Adriano y se introdujo en el círculo de Plinio. El complejo nexo de parentescos y de relaciones que rodeaba la persona de Marco permitió finalmente que pudiera ascender al trono del imperio, para el que fue educado desde muy temprana edad. Una vez que Adriano adoptó a Antonino, y después de ser Marco adoptado a su vez por el segundo –cuando éste contaba 16 años-, no tuvo más que esperar a que llegara su turno en el orden sucesorio, lo que se produjo tras la muerte del emperador Antonino Pío en el año 161. Para su crianza dispuso de un selecto elenco de preceptores y maestros, de los que nos ha dejado semblanza de sus cualidades en el primer libro de sus “Meditaciones”, probablemente, el último en ser redactado. De Junio Rústico, célebre filósofo estoico de su tiempo, aprendió –por ejemplo- el haber concebido la necesidad de enderezar y cuidar su carácter. De Apolonio de Calcis –que a instancias de Antonino acudió a Roma para instruir a Marco Aurelio-, a no dirigir la mirada a otra cosa que a la razón. De Sexto de Quereonea, sobrino de Plutarco, aprendió la dignidad sin afectación y el saber polifacético, sin alardes. Del filósofo peripatético Claudio Severo, el dominio de sí mismo y a no dejarse arrastrar por nada. Especialmente prolija resulta la relación de cualidades que pudo observar de su tío político y padre adoptivo, Antonino Pío, de quien heredó el imperio, y a quien siempre admiró profundamente. De su maestro Frontón, quien fue apreciado en la antigüedad por sus dotes de orador sólo comparables a las de Cicerón, aprendió el arte de la retórica, y a él le unió una amistad que fue más tarde alentada por un fluido intercambio de cartas, muchas de las cuales nos han sido conservadas. El mismo Frontón sostuvo una carrera política al socaire de la del propio Marco Aurelio. Una vez Marco es adoptado y trasladado a la casa de Adriano en Roma, se le nombra cuestor y se le promete, para asegurar su posición, con la hija del futuro emperador Antonino, Faustina la menor, con la que se casará años más tarde y con la que tendrá 14 hijos -de los cuáles sólo cinco le iban a sobrevivir-. Tras subir al trono Antonino Pío en el año 138, Marco es nombrado cónsul por primera vez a los 18 años, cargo que ocupará dos veces más antes de su coronación en corregencia con su hermano adoptivo Lucio (año 161). Pese a ser Marco Aurelio de carácter pacífico, su reinado de veinte años se vio comprometido de continuo por amenazas fronterizas e invasiones que terminaron en guerras. Primero fue su hermano Lucio quien se vio obligado a dirigir las tropas contra los partos que habían invadido Armenia, y que no pudieron ser derrotados hasta el año 166. A su regreso a Roma, el ejército trajo consigo la terrible plaga de la peste, que acabó haciendo estragos entre los soldados y la población de toda Italia. Según Jerónimo, el ejército romano fue destruido y casi aniquilado, provocando una seria crisis económica -al enmagrecerse los ingresos públicos procedentes de impuestos- que Marco quiso atajar subastando una parte considerable de los bienes de palacio. En el año 169 muere Lucio de un ataque de apoplejía y el propio Marco ha de partir para una guerra de la que desconocía casi todo, ya que nunca había salido de Roma ni había recibido instrucción militar. En el año 170 acompaña a las tropas en la ofensiva al otro lado del Danubio (cerca de la actual Belgrado). Es muy probable que en su primera temporada completa en los cuarteles de invierno comenzara a redactar su cuaderno de notas filosóficas que dejó tras su muerte, y que llevó consigo durante una década. En ese mismo año las tropas romanas salen vapuleadas de Aquilea y poco después los bárbaros invaden Italia. En el año 172, finalmente, son derrotados los marcomanos. El segundo libro de sus meditaciones lleva como epígrafe “En Carnunto” (en la actualidad, población austriaca). Situado en el campamento de aquella ciudad, donde nos dejó apuntes de gran parte de sus meditaciones, pasó el año 171 luchando contra los yáziges sármatas, fieros jinetes de la llanura húngara. Siendo como era de complexión enfermiza, por aquel entonces su pecho y estómago comenzaron a resentirse, Galeno le prescribió opio para paliar el dolor y el insomnio, y acabó volviéndose adicto. En el año 175, después de extenderse el rumor de que Marco Aurelio había muerto, Casio se proclamó emperador en Egipto, reclamando el resto del imperio, lo que llevó a un conato de guerra civil que concluyó con el asesinato del mismo Casio por la mano de uno de sus guardianes. Era ya en aquel momento, tal como llegó a retratarse ante sus tropas en una de sus arengas, “un hombre viejo y débil e incapaz de comer sin dolor o de tener un sueño tranquilo”. En el año 176 partió para Egipto para pacificar algunas rebeliones. Después de pasar por Siria y Palestina, navegó hacia Atenas donde pidió ser iniciado en los misterios de Deméter y Perséfone que se celebraban durante el mes de septiembre, y donde fundó cuatro cátedras de filosofía (una por cada una de las grandes escuelas: la platónica, la socrática, la epicúrea y la estoica). A su llegada triunfal a Roma, después de una ausencia de 8 años, trató de asegurar la sucesión de su hijo Cómodo otorgándole títulos que lo habilitaban para actuar como corregente. Poco después, Marco lanza una segunda expedición con la idea de crear dos nuevas provincias en territorios de cuados y marcomanos, pero no llegó a culminarla. Murió cuando todavía se encontraba en campaña, el 17 de marzo de 180, un mes después de haber cumplido los 59 años. Murió a orillas del Danubio, cerca de la actual Viena, mientras se dirigía contra los sármatas de la llanura húngara. El hecho de que Marco Aurelio despachara con premura a su hijo Cómodo de su lecho de muerte hace pensar que ésta se produjo a causa de la peste. Se dice que al tribuno que le pidió el santo y seña le dijo: “ve al sol naciente, porque yo ya me estoy poniendo”. Si bien el cuaderno de anotaciones que llevaba consigo parece estar desprovisto de toda alusión a las guerras en medio de las cuales fueron escritas sus meditaciones, su biógrafo Anthony Birley -“Marco Aurelio”, excelente biografía traducida por la editorial Gredos- cree más bien que las guerras fueron el motivo de que llegaran a ser escritas, pues en ellas abundan los pensamientos vinculados con la muerte y muchas de las imágenes elegidas recaen en los conflictos bélicos. Sería, por tanto, este ambiente de conmoción y violencia un acicate y una ocasión para que meditara sobre la vida y la muerte. Tal vez, si Marco Aurelio hubiera gozado de un apacible reinado sin salir de Roma, no hubiera tenido necesidad de tomar la pluma. En cierta ocasión se dijo que su posición en la vida le dificultaba para profesar la filosofía. No obstante, trató durante todo su reinado de revertir esa desfavorable situación de emperador baqueteado por guerras y sediciones, y siempre que le era posible se entregaba a sus meditaciones: “eso tienes tu ahora el palacio y la filosofía”, llega a decirse en sus apuntes. Como emperador fue tratado favorablemente por los historiadores más próximos, siendo considerado el último de la llamada “edad de oro” del Imperio romano. Supo continuar la labor jurídica de Antonino, redactó más de trescientos textos legales y mejoró la condición de esclavos, mujeres y niños. Taine dijo de Marco Aurelio que era el alma más noble que haya existido y Renan lo calificó como el mejor y más grande de su siglo. Fue precisamente el cuaderno de anotaciones filosóficas que llevaba consigo en medio de campañas con cadáveres y caballos de batalla lo que le hizo merecer la elogiosa opinión de la posteridad. Su cuaderno, escrito en griego, que era la lengua que había aprendido desde niño y en la que quiso razonar por amor a la filosofía, fue titulado “Ta eis heautón” -“Acerca de si mismo”-, aunque ha pasado a ser conocido por la posteridad como “Meditaciones” -en castellano- o incluso “Pensamientos” -en su aproximación francesa-. Nos ha sido legado con una división en doce capítulos, tal vez reagrupados y ordenados de forma póstuma por un editor, y está compuesto por una serie de fragmentos más bien breves, que son anotaciones esporádicas donde abundan las admoniciones espirituales, los preceptos morales o las disquisiciones filosóficas. Escritas con un estilo sobrio, conciso, e incluso lapidario, hace un repaso a los temas tópicos de la meditación estoica. Si bien Marco Aurelio profesó siempre una gran admiración al estoicismo, procuró que su formación filosófica fuera lo más ecléctica posible. Ha sido señalado por los historiadores lo paradójico del hecho de que los dos últimos grandes estoicos fueran un esclavo frigio cojo y el soberano de un imperio mundial. Y sin embargo, su condición de soberano apenas asoma entre las líneas de sus meditaciones; sí, en cambio, su sólida formación filosófica y su elevado carácter moral: “no te conviertas ni en esclavo ni en tirano de ningún hombre”. de algunas nociones estoicas, como la necesidad cósmica que todo lo encadena, la asunción de la razón como guía, el sentido del deber o el orgullo de sentirse ciudadano del mundo, y espoleado a la vez por un desprecio hacia la muerte y hacia todo lo corporal, Marco Aurelio nos ha dejado en sus meditaciones un extraordinario libro de ejercicios espirituales con el que trata de elevar el nivel moral de la naturaleza humana, invitándonos a que aprovechemos al máximo la porción de vida que nos es entregada en cada instante. (Para no hacer prolija esta reseña, se tratará de dejar para próximas entregas el análisis filosófico y la disección de su pensamiento, siempre acompañado de sus máximas correspondientes)
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– ¿Serás algún día, alma mía, buena, sencilla, única, desnuda, más patente que el cuerpo que te circunda? ¿Probarás algún día la disposición que te incita a amar y querer? ¿Serás algún día colmada, te hallarás sin necesidades, sin echar nada de menos, sin ambicionar nada, ni animado ni inanimado, para disfrute de tus placeres, sin desear siquiera un plazo de tiempo en el trascurso del cual prolongues tu diversión, ni tampoco un lugar, una región, un aire más apacible, ni una buena armonía entre los hombres? ¿Te conformarás con tu presente disposición, estarás satisfecha con todas tus circunstancias presentes, te convencerás a ti misma de que todo te va bien y te sobreviene enviado por los dioses, y asimismo, de que te será favorable todo cuanto a ellos les es grato y cuanto tienen intención de conceder para salvaguardar al ser perfecto, bueno, justo y bello, que todo lo genera, que contiene, circunda y abarca todo lo que, una vez disuelto, generará otras cosas semejantes? ¿Serás tú algún día tal, que puedas convivir como ciudadano, con los dioses y con los hombres, hasta el extremo de no hacerles ninguna censura ni ser condenado por ellos?
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– No sigas discutiendo ya acerca de qué tipo de cualidades debe reunir el hombre bueno, sino trata de serlo.
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– “Eres una pequeña alma que sustenta un cadáver”, como decía Epicteto.
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– Las cosas por sí solas no tocan en absoluto el alma ni tienen acceso a ella ni pueden girarla ni moverla. Tan sólo ella se gira y mueve a sí misma, y hace que las cosas sometidas a ella sean semejantes a los juicios que estime dignos de sí.
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– Recibir sin orgullo, desprenderse sin apego.
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– No pienses, si algo te resulta difícil y penoso, que eso sea imposible para el hombre; antes bien, si algo es posible y connatural al hombre, piensa que también está a tu alcance.
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– Quien ha visto el presente, todo lo ha visto: a saber, cuántas cosas han surgido desde la eternidad y cuántas cosas permanecerán hasta el infinito. Pues todo tiene un mismo origen y un mismo aspecto.
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– El que ama la fama considera bien propio la actividad ajena; el que ama el placer, su propia afección; el hombre inteligente, en cambio, su propia actividad.
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– Lo que no beneficia al enjambre, tampoco beneficia a la abeja.
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– Para el ser racional el mismo acto es acorde con la naturaleza y con la razón.
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– Cava en tu interior. Dentro se halla la fuente del bien, y es una fuente capaz de brotar continuamente, si no dejas de excavar.
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– La perfección moral consiste en esto: en pasar cada día como si fuera el último, sin convulsiones, sin entorpecimientos, sin hipocresías.
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– Es ridículo no intentar evitar tu propia maldad, lo cual es posible, y, en cambio, intentar evitar la de los demás, lo cual es imposible.
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– Muchas veces comete injusticia el que nada hace, no sólo el que hace algo.
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