Raymond Carver nació en Oregon en 1938 y murió en Washington en 1988. Está considerado uno de los mejores cuentistas del siglo XX por sus libros de relatos publicados en los años 80:”De qué hablamos cuando hablamos de amor” o “¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?”. También ha sido considerado padre del “Realismo Sucio” y asociado a la corriente minimalista. Su poesía ha sido recopilada en castellano en el libro “Todos nosotros”. Durante los últimos diez años estuvo casado con la poetisa Tess Gallagher. Según palabras de ésta, “Carver lograba que lo extraordinario pareciera normal, al alcance de todos. También sabía algo esencial: la poesía no es simplemente el recipiente para los sentimientos que deseamos expresar. Es un lugar para ensancharse y ser agradecido, para hacer sitio a los acontecimientos y a las personas que llevamos en el corazón.” Carver utiliza la escritura como un acto de descubrimiento; para ello echa mano de un lenguaje sencillo y preciso a fin de que los detalles logren concretarse y alcancen su significado. A menudo trata los poemas con el mismo tono narrativo que puede apreciarse en sus relatos. “Siempre me ha parecido -escribió Carver- que la poesía, en su efecto y en la manera en que se compone, se encuentra más cerca de un relato que el relato de una novela.”
A Haruki Murakami
Tomábamos té. Especulábamos educadamente
sobre las posibilidades de éxito
de mis libros en tu país. Pasamos
a hablar del dolor y de la humillación
que encuentras una y otra vez
en mis relatos. Y ese elemento
de pura suerte. Cómo se traduce todo eso
en términos de ventas.
Miré hacia una esquina de la habitación
y por un momento tuve de nuevo 16 años,
dando tumbos por la nieve
en un Dodge Sedán del 50 con cinco o seis
colegas. Enseñándoles el índice
a otros tíos, que gritaban y bombardeaban
el coche con bolas de nieve, gravilla y ramas
viejas. Dimos la vuelta acelerando a tope, gritando.
Y pensábamos dejarlo ahí.
Pero mi ventanilla estaba bajada diez centímetros.
Sólo diez centímetros. Les ladré
la última obscenidad. Y vi a aquel tipo
preparado para lanzar. Desde esta perspectiva,
hoy, imagino que la veo venir. Que la veo acelerando por el aire mientras la miro,
como aquellos soldados de principios
de siglo veían nubes de metralla
volar hacia ellos,
petrificados, incapaces de moverse,
fascinados por el pánico.
Pero no lo ví. Ya me había dado la vueltapara reírme con mis colegascuando algo me golpeó de perfil,Tan fuerte que me rompió el tímpano y cayóen mi regazo, intacto. Una bola de hielo y nievebien presionada. El dolor fue inmenso.Y la humillación.Fue horrible cuando empecé a llorarante aquello tipos duros queme decían a voces, Mala suerte. Algo insólito.!Una de un millón!El tío que la lanzó tenía que estar encantadoy orgulloso de sí mismo mientras le aclamabandándole palmadas en la espalda.
Debe de haberse secado las manos en los pantalones.
Seguro que anduvo un rato más por ahí
antes de ir a cenar a casa. Creció,
tuvo su ración de reveses y se perdió
en su propia vida, como en la mía.
Nunca volvió a pensar
en aquella tarde. ¿Por qué iba a hacerlo?
Siempre hay demasiadas cosas en qué pensar.
¿Por qué se iba a acordar de aquel estúpido coche que, patinando
calle abajo, giró en la esquina
y desapareció?
levantamos educadamente las tazas en la habitación.
Una habitación en la que durante un instante hubo algo
más.
*****
EL CORREO
sobre el escritorio, una postal de mi hijo
desde el sur de Francia. El Midi,
lo llama él. Cielos azules. Casas hermosas
con montones de begonias. Sin embargo,
está en la ruina, necesita dinero enseguida.
Junto a su postal, la carta
de mi hija en la que me dice que su compañero,
el colgado de la anfeta, está desarmando
una moto en el cuarto de estar.
Sobreviven a base de gachas de avena,
ella y los niños. Por el amor de Dios,
debería dejarse ayudar.
Y está la carta de mi madre,
que está enferma y perdiendo el juicio.
Me dice que no se quedará aquí
mucho tiempo. ¿No le podría ayudar
en este último traslado? ¿No podría pagarle
una casa propia?
Salgo. Pienso dar un paseo
hasta el cementerio en busca de consuelo.
Pero el cielo está revuelto.
Las nubes, enormes e hinchadas de oscuridad,
a punto de estallar.
Entonces se acerca el cartero
por el camino de entrada. Su cara
es de reptil, brillante y contraída.
Echa la mano atrás, !como para golpear!
Es el correo.
*****
MADRE
Mi madre me llama para felicitarme la Navidad.
Y para decirme que si sigue nevando
piensa matarse. Quisiera decirle
que no soy yo mismo esta mañana, por favor,
dame un respiro. Puede que necesite un psiquiatra
otra vez. El que siempre me hace las preguntas
adecuadas: “Pero, ¿qué siente realmente?”
En vez de eso, le cuento que una de nuestras claraboyas
tiene goteras. Mientras hablo, la nieve
se funde en el sofá. He empezado a tomar All Bran
así que no necesita preocuparse más
por si tengo cáncer y se le acaba
la fuente de dinero.
No me escucha. Luego me informa
de que va a dejar este maldito lugar. Como sea. Sólo quiere
volver a verlo, o a mí, desde el ataúd.
De repente, le pregunto si recuerda aquella vez
que papá estaba borracho como una cuba
y le cortó el rabo al cachorro Labrador.
Seguí un rato hablándole
de aquellos días. Ella escucha, esperando su turno.
Sigue nevando. Nieva y nieva
cuando cuelgo el teléfono. Los árboles y los tejados
están cubiertos. ¿Cómo podría hablar de esto?
¿Cómo puedo explicar lo que siento?
*****
TERMÓPILAS
De vuelta al hotel, al contemplar cómo se suelta y cepilla
su pelo castaño frente a la ventana, perdida en sus propios
pensamientos,
con la mirada en otra parte, me acuerdo por algún motivo
de aquellos
lacedemonios sobre los que escribió Heródoto, cuyo deber
era defender las Puertas ante el ejército persa. Y
las defendieron. Durante cuatro días. Antes, sin embargo,
ante la incredulidad del propio Jerjes, los soldado griegos
se sentaron despreocupadamente por fuera del muro
de troncos cortados, las armas apiladas,
peinando y reipenando sus largos cabellos, como si se tratara
simplemente de otro día más de campaña.
Cuando jerjes quiso saber qué significaba aquella exhibición,
le dijeron Cuando estos hombres van a perder la vida
quieren que sus cabezas estén hermosas. Ella posa el cepillo de mango de hueso y se acerca
aún más a la ventana y a la decreciente luz de la tarde. Algo,
un movimiento o un crujido, llega desde abajo y ha atraído
su atención. Una mirada, y se desentiende.
*****
MI MUJER
Mi mujer ha desaparecido con toda su ropa.
Se dejó dos medias de nailon y
un cepillo del pelo que encontré detrás de la cama.
Me gustaría que te fijarás
a esas medias y a los pelos negros
entre las púas del cepillo.
Tiro las medias al cubo de la basura; el cepillo
me lo quedo para usarlo. Sólo la cama
resulta extraña, no sé que hacer con ella.
*****
LAS JOVENCITAS
Olvida toda experiencia que implique ahora una mueca de dolor.
Todo lo que tenga que ver con la música de cámara.
Los museos en las tardes lluviosas de domingo, etcétera.
Los viejos maestros, todo eso.
Olvídate de las jovencitas. Trata de olvidarlas.
Las jovencitas. Y todo eso.
*****
O QUE DIJO EL MÉDICO
Dijo que la cosa no tenía buen aspecto
dijo que lo tenía malo malo de verdad
dijo que había contado treinta y dos en un pulmón y
que dejó de contar
le dije me alegro porque no querría saber
si hay más
dijo si usted es un hombre religioso arrodíllese
en el bosque y pida ayuda
cuando llegue a la cascada
la neblina le rodeará los brazos y la cara
deténgase y trate de comprender esos momentos
yo le dije no lo soy pero trataré de empezar hoy
dijo lo siento mucho dijo
me hubiera gustado tener otras noticias que darle
dije Amén y él añadió algo
que no entendí y no sabiendo qué más hacer
y para no hacerle repetirlo
y a mí digerirlo
me quedé mirándole sin más
durante un rato y él me miraba a mí
me puse de pie de un salto y le tendí la mano al hombre
que acababa de decirme lo que nunca nadie me había dicho
puede que incluso le haya dado las gracias por costumbre.
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