lunes, 22 de mayo de 2017

POETAS 67. Konstantino Kavafis III (El arte de amar)

 
 


Konstantino Kavafis nació en Alejandría el 29 de abril de 1963 en el seno de una familia de comerciantes de clase elevada, siendo el menor de nueve hermanos. Kavafis contaba siete años cuando murió su padre, quien había dejado una menguada fortuna después de haberse convertido en uno de los comerciantes más ricos de la ciudad. En 1873 se traslada con su familia a Liverpool, donde su padre ya había fundado una compañía comercial de exportación de algodón que  también operaba en Londres. En esta última ciudad residió durante seis años, llegando a hablar un perfecto inglés que más tarde le sirvió para ascender dentro de la administración egipcia. Ante la quiebra de la compañía familiar, tras una serie de desafortunadas operaciones en bolsa, la familia regresó a Alejandría en 1877. Los tumultos ocurridos en  junio de 1882, atizados por los nacionalistas árabes contra los cristianos y europeos, con la posterior ocupación inglesa de la ciudad de Alejandría, obligaron a los Kavafis a refugiarse en Constantinopla.  Tras residir en esa ciudad tres años, la familia regresó a  Alejandría, donde  Konstantino Kavafis comenzó a trabajar como corredor de la bolsa de Algodón. Más tarde consiguió un trabajo sin remunerar en la Oficina de Riegos con la esperanza de obtener un puesto fijo, lo que acabó logrando en abril de 1892. En esa misma oficina, con algún que otro ascenso, siguió trabajando hasta que en 1922 se acogió a una jubilación anticipada que le era favorable y que le permitió vivir sus últimos años ya dedicado a la poesía y a la escasa difusión de su obra. Se dice que Kavafis escogió adrede un trabajo mal remunerado con mucho tiempo libre para poder dedicarse por entero a su arte. Su propia familia había tratado de mantenerle lejos del mundo laboral con el propósito de que pudiera explotar su talento precoz a través de una carrera en el mundo de las letras. Aunque Kavafis no llego a gozar del mismo lujo que rodeó a su familia en vida de su padre, llegó a alcanzar una posición holgada que le permitió ciertos caprichos fuera del alcance de la mayoría de sus conciudadanos. Sin embargo, no resultaba raro oír a Kavafis maldecir de su trabajo precisamente porque le quitaba tiempo para su arte “Cuantas veces –confesó Kavafis a un joven poeta-, durante mi trabajo, me llega una bella idea, una rara imagen, con imprevistos versos del todo resueltos, y me veo obligado a abandonarlos porque el trabajo no se puede dejar pasar de largo”. Como oficinista disponía de un salario alto para la época  y su periodo de vacaciones llegaba a durar hasta 12 semanas anuales. Kavafis entró a trabajar en la oficina con la tarea de copiar cartas a mano. Más tarde pasó a ser el corrector de las cartas que copiaban otros y podía llegar a corregir la misma carta una y otra vez, cargando las tintas en cada signo de puntuación. Según alguno de sus subordinados, su disimulo en el trabajo llegaba hasta el extremo “de llenar su mesa de carpetas que abría y llenaba de papeles para dar la impresión de que estaba sobrecargado de trabajo. Luego, cuando llegaba la hora de salir, los recogía y los volvía a poner en su sitio” A pesar de que Kavafis comenzó a escribir a una edad temprana, él mismo fechó el inicio de su carrera poética a partir de 1891. Cuenta su confidente Melanos que durante esos primeros años, tras su vuelta a Alejandría, la pasión le dominaba de tal manera que pasaba noches enteras lejos de su casa, en los barrios bajos, a escondidas, relacionándose con jóvenes obreros en bares y colmados, y viéndose obligado a sobornar a sus propios criados para que no le delatasen. Pero a comienzos de la década de los noventa Kavafis comienza a volcarse en su obra y a publicar poemas en algunas revistas de Alejandría y Atenas, o imprimiéndolos en hojas sueltas, llegando, incluso,  a confeccionar panfletos e impresos para distribuirlos entre amigos y familiares en ediciones no venales. Parece ser que Kavafis nunca se ponía a escribir poemas de principio a fin. Los iba trabajando durante largos periodos, a menudo dejándolos dormitar años enteros, hasta que se le despertaba la inspiración y volvía sobre ellos. Su amigo Sarayannis escribió: “Kavafis no había nacido poeta; se hizo poeta año tras año. Halló su forma definitiva en 1911. Después él creía que sólo a partir de esta fecha había logrado ser poeta y a menudo renegaba de sus poemas anteriores, llegando a hacer desaparecer los panfletos que emitió en 1904 y 1911”. A partir de esa fecha Kavafis se hace consciente de la singularidad de su obra e inicia un nuevo sistema de publicación para un público escogido, en donde combina las hojas sueltas con los folletos, haciendo engrosar un corpus canónico que al final alcanzaría 154 poemas. Con razón afirma Seferis que “a partir de cierto momento que podría situarse hacia 1910, la obra de Kavafis debería ser leída y juzgada no como una serie de poemas separados sino como un poema único”. Un poliédrico poema donde convergen el erotismo y la sensualidad, la vida de la historia y la memoria de su vida, o de otras vidas, todo ello profundizado por una aguda conciencia de su tarea de artista. También es a partir de 1911 cuando su vida amorosa y sexual comienza a hacerse más discreta, a la vez que comienza a apartarse de la vida social. Famosa fue la conferencia sobre la poesía de Kavafis que el 23 de febrero de 1918 dio en Alejandría su amigo Singópulos, y que otro grupo de amigos disidentes intentó impedir a toda costa. Según palabras de su biógrafo, Robert Liddell, en esta conferencia “se establece como una opinión de Kavafis  la de que el artista no puede llevar en su juventud una vida disciplinada, contrariamente a la que deben hacer el estudioso, el político y el comerciante. Sus actividades no tienen necesidad de altas horas en la noche ni de gasto de vitalidad y placer físico –necesitan sólo una cabeza clara por la mañana y durante todo el día-.  Para el artista esa vida disciplinada es imposible y no sería correcta. Kavafis no quiere decir que el artista deba disiparse, sino que debe liberarse”. A partir de 1921,  en que decide no renovar su contrato de trabajo –“por fin me veo libre de esta asquerosidad”, dijo al abandonar su oficina-, Kavafis se recluye en su modesto piso donde pasa los últimos años casi apartado de la vida literaria y rodeado de una cohorte de admiradores que iban a visitarle a diario. Era habitual verle pasear despacio por las calles de Alejandría, con las manos en los bolsillos, deteniéndose a mirar los escaparates y siempre hablando consigo mismo o informándose sobre temas históricos cuando encontraba a alguien que pudiera saciar su curiosidad. Kavafis llegó a ser una figura muy popular en su ciudad, conocido por casi todos los camareros de los cafés y restaurantes donde entraba ávido por estudiar  a los clientes y en donde entablaba conversación con comerciantes, corredores de bolsa y gentes de todas las condiciones y oficios. En su último año de vida perdió la voz y  se vio obligado a comunicarse por medio de notas manuscritas, tras ser sometido a una operación por un cáncer de garganta. Murió el día en que cumplió setenta años, el 29 de abril de 1933.
 
 


A partir de 1913, a punto de cumplir los cincuenta años, Kavafis comienza a escribir poemas abiertamente homosexuales donde escenifica encuentros eróticos y recrea el goce de la pasión. A menudo los amantes representados en los poemas de Kavafis viven apesadumbrados por sus recuerdos, por la pérdida del amor y del cuerpo amado. Nostalgia de lo que ya no se tiene y que el recuerdo no logra poseer. Nostalgia que a veces es evocada al paso de ciertos  lugares de la ciudad que sirvieron en su día de encuentro a los amantes. La separación abrupta o la muerte de uno los amantes tiene en Kavafis la misma virtud que la memoria que evoca los recuerdos: conserva la imagen del amado intacta al paso del tiempo y logra salvar al amor del languidecimiento y el fin. Otras veces, la fuerza de la pasión arrastra a los personajes  de Kavafis a la desesperación, a la perdición o al escándalo. Las historias de amor que nos muestra Kavafis consiguen ser hondamente sentimentales y elegantes dentro de un ambiente sórdido y antirromántico. Kavafis creó una estética donde lo pobre, lo sucio, el desempleo y la miseria se convierten en objeto de belleza. Sus personajes abominan de los goces y placeres rutinarios, y culminan su relación en habitaciones pobres y vulgares, junto a tabernas equívocas, en lechos baratos y miserables. “Yo soy –dijo en una ocasión Kavafis, refiriéndose a Alejandría y al barrio de mala muerte en que vivía – el espíritu, fuera está el cuerpo”.
 
 
  EN LAS TABERNAS(1926)

Perdido en las tabernas                         y en los burdeles
de Beirut malvivo.                                No quise quedarme
en Alejandría.                                       Tamide me ha dejado;
se fue con el hijo del Prefecto,              y todo por
una villa sobre el Nilo,                         un palacio en la ciudad.
No podía seguir en                               Alejandría.
Y en las tabernas                                  y en los burdeles
de Beirut malvivo.                                En este barato abandono
de alguna forma sobrevivo.                  Lo único que me salva
como una belleza que permanece,        como una fragancia que por encima
de mi carne ha quedado,                       son los dos años
que tuve a Tamide para mí,                  el más maravilloso muchacho,
y por mí, no por una casa                     o una villa sobre el Nilo.
    



DÍAS DE 1903
(1917)

Nunca lo tendré de nuevo –todo aquello que tan pronto perdí…

Los poéticos ojos, el pálido
rostro…en la penumbra de la calle…

Nunca tendré de nuevo –lo que la muerte me ofreció,
lo que tan fácilmente abandoné;
y que más tarde tanto desearía hasta sufrir.
Los poéticos ojos, el pálido rostro,
nunca hallaré de nuevo aquellos labios.


LA VITRINA DEL ESTANCO
(1917)

Junto a la vitrina iluminada
del estanco, de pie estaba entre otros.
Por casualidad sus miradas se cruzaron,
y el deseo prohibido de su carne
expresaron con timidez, balbuceantes.
Después unos pasos ansiosos sobre la acera.
hasta que una sonrisa, un leve signo fue intercambiado.

Y luego el gharry cerrado…
la excitante aproximación de sus cuerpos;
las manos juntas, los labios juntos.


EL SOL DE LA TARDE
(1919)

Esta habitación, qué bien la conozco.
Han alquilado ahora este cuarto y el de al lado
para oficinas. Toda la casa ha sido
devorada por oficinas, y comercios, y Compañías.

Oh, qué familiar es esta habitación.

Una vez aquí junto a la puerta hubo un sofá,
y delante de él una pequeña alfombra turca;
y luego el anaquel con dos floreros amarillos.
Y a la derecha; no, frente a ellos, un armario de espejo.
Y aquí, en el centro, la mesa donde él se sentaba a escribir
y alrededor de ella las tres sillas de mimbre.
Y junto a la ventana el lecho
en que tan a menudo nos amábamos.

Aquellos viejos muebles deben andar por alguna parte.

Y junto a la ventana el lecho;
el sol de la tarde llegaba hasta el centro de la cama.

A las cuatro de una tarde nos separamos,
por una semana solamente… Jamás
pensé que duraría para siempre.


ANTES DE QUE EL TIEMPO LOS CAMBIE
(1924)

Grande fue su dolor                             cuando tuvieron que separarse.
No querían;                                         pero así fueron las circunstancias.
La necesidad                                       obligó a uno de ellos
a irse lejos –                                        New York o Canadá
Su amor no era ya ciertamente             lo que antes había sido;
porque el deseo                                   lentamente fue a menos,
porque el deseo                                   lentamente moría.
Pero separarse,                                   ninguno lo quería.
Las circunstancias obligaban.              – Quizás convertido en artista
el destino ahora                                   los separaba
con emoción,               antes de que el tiempo los hubiera cambiado;
el uno para el otro                               serían así como habían sido
los bellos muchachos                           de veinticuatro años.          



EL AÑO VIGÉSIMO QUINTO DE SU VIDA
(1925)

Siempre vuelve a la taberna donde
el mes anterior se habían conocido.
Pregunta; pero nada concreto le responden.
De cuanto oye desprende que su amigo
no es nadie conocido;
sino uno de tantos jóvenes equívocos
que pasan ignorados por allí.
Pero él sigue volviendo cada noche a la taberna,
y se sienta mirando hacia la puerta;
mira hasta cansar sus ojos.
Tiene que entrar. Quizás entre esta noche.

Hace lo mismo durante tres semanas.
Su cabeza enferma de deseo.
En su boca los besos se han frustrado.
La carne se macera en la diaria espera.
El contacto de aquel cuerpo está en su piel.
A él desea otra vez unirse.

Pero sobre todo, no se engaña.
Aunque a veces le es indiferente.
Sabe perfectamente lo que arriesga,
se ha hecho a la idea. Es probable que esa vida que lleva
le conduzca a un fatal escándalo.
 
DOS JÓVENES DE VEINTITRÉS Y VEINTICUATRO AÑOS
(1927)

Desde las diez y media estaba en el café,
Esperando verle aparecer.
Legó la medianoche –y él esperaba todavía.
La una y media; y ya vacío
quedó el café.
Dejó de leer maquinalmente
los periódicos. De sus tres únicos chelines
sólo uno le restaba: esperando
había gastado todo en café y coñac.
Había fumado todos sus cigarrillos.
La larga espera lo había extenuado. Y además
después de tantas horas solo,
amargos pensamientos sobre su vida
hicieron presa en él.

Pero cuando vio entrar a su amigo, de golpe
la fatiga, el aburrimiento, los amargos pensamientos
desaparecieron.

Su amigo le traía una inesperada noticia.
Había ganado sesenta libras en la casa de juego.

Su hermoso rostro, su maravillosa juventud,
el sensual amor que los unía,
sintiéronse renacer, fortalecidos
por las sesenta libras de la casa de juego.

Y llenos de alegría y vigor, radiantes de belleza
se dirigieron –no a sus casas respetables
(donde además no eran demasiado queridos):

Sino a una de mala fama, que ya les era familiar,
y allí alquilaron un dormitorio
y pidieron bebidas caras, y de nuevo empezaron a beber.

Y cuando las costosas bebidas fueron consumidas,
y esto sucedió hacia las cuatro,
al amor felices se entregaron.


BELLAS FLORES BLANCAS
(1929)

Vuelve al café                                      donde solían ir juntos.
Donde hace tres meses                        le había dicho su amigo:
”No tenemos dinero.                           Somos dos muchachos
pobres –habituados a                          los lugares miserables.
No quiero seguir                                  más contigo,
hay otro que                                        me busca, y me gusta”.

Ese otro además ofrecía                      dos trajes y algún
foulard.                                               -Para recobrar a su amigo
hizo todo lo posible,                            y consiguió al fin veinte libras.
Así volvieron a estar juntos.                 Gracias a veinte libras;
pero también por                                 su vieja amistad
y su viejo amor,                                   su profano amor.
– El “otro” era un embustero,               un verdadero cualquiera;
sólo le había encargado                       un traje, y
además,                                              con mil zalamerías.

Ahora su amigo ya no necesita             de trajes,
ni tampoco                                          de pañuelos para el cuello,
ni de veinte libras,                                ni de veinte monedas.

Lo enteraron el sábado,                       a las diez de la mañana.
Lo enteraron el sábado:                       hace casi una semana.

Sobre su caja barata                            él colocó unas flores,
encantadoras flores blancas                 que iban bien
con su belleza y                                   con sus veintidós años.

Por la tarde cuando vuelve                   – después de su trabajo,
hay que ganar el pan-                          al café donde
solían ir juntos                          como un cuchillo en su corazón
es ese oscuro local                              al que solían ir juntos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario