martes, 23 de mayo de 2017

POETAS 73. Pushkin II

 
 
 
 
(Rusia (Moscú, 1799-San Petesburgo, 1837). Descendiente de una de las familias más aristocráticas de la antigua Rusia y lector incansable desde temprana edad, se convertirá en poeta nacional de su país y genio inventor de toda una literatura, hasta el punto de que el influyente crítico Belinski lo define como el primer poeta-artista de Rusia. En 1820 consigue un cómodo puesto en el Ministerio de Asuntos Exteriores que le permite vivir una vida bohemia, se implica en movimientos reformistas y escribe composiciones subversivas que provocan el destierro por parte del Zar Alejandro I a las regiones meridionales del imperio. Es en este periodo de alejamiento cuando toma contacto con la poesía de Byron e inicia los primeros cantos de su obra maestra, Yevgueni Onieguin (1823-1831), historia de amoríos y desplantes de un héroe muy al estilo del Don Juan Byroniano. Durante su ausencia de la capital tuvo lugar el alzamiento decembrista que provocó una dura represión entre amigos del propio poeta, a los que dedicará sentidas composiciones. Poco después de su regreso a la corte, el poeta contrae matrimonio con una célebre belleza de 16 años, Natalia Goncharova, admirada hasta por el mismo Zar, quien para evitar su alejamiento nombra a su marido “gentilhombre” de cámara. Durante los últimos años de su vida, a Pushkin le cercan las deudas, le persiguen las intrigas, y se siente espiado y vigilado, hasta el punto de que las cartas que dirige a su mujer son abiertas por la policía y leídas por el Zar. Sus últimos años resultan amargos; su final dramático. Decepcionado de la vida –“aunque la vida es una dulce costumbre, hay en ella tanta amargura que a la larga se hace repugnante”- y con dificultades para encontrar su inspiración creativa, unos meses antes de su muerte llega a escribir a su mujer: “El diablo dispuso que naciera en Rusia con espíritu y talento”. En 1836 el repetido asedio de su mujer por parte de un diplomático francés, Georges d’Anthès, provoca un desafío a duelo. La manipulación del arma del poeta hace que la primera bala le alcance el pecho sin  opción a defenderse. Cuando el médico que le atendió en su larga agonía le preguntó si no quería despedirse de sus allegados, Puskhin sólo fue capaz de responder caústicamente, no sin antes volverse hacia sus libros: “Adios, amigos”. Puskhin fue un prosista afortunado –“La hija del capitán”- que preludió los rasgos del realismo ruso posterior caracterizado por una gran elevación poética, y todo ello logrado mediante un lenguaje rico, vivo y palpitante –“quisiera dejar en nuestra lengua cierta obscenidad bíblica”, escribirá en cierta ocasión-. Para Puskhin cualquier aspecto de la existencia es digno de tratamiento literario, siempre que se enfoque de manera apropiada. A juicio del traductor de los poemas que se presentan a continuación, Víctor Gallego Ballesteros, el principal protagonista de toda su producción es la vida: “insertó en el clasicismo el hálito de vida y el lenguaje de los hombres” Belinski trató de sintetizar el carácter de sus versos señalando que: “en la poesía de Puskhin hay cielo, pero está siempre impregnado de tierra”.
 
 
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Y me dirán con pérfida sonrisa:
mire, es usted un poeta estrafalario e hipócrita.
Asevera que la gloria no le importa,
que le parece cosa ridícula y vana.
-Entonces, ¿para qué escribe? -¿Yo? Para mí mismo.
-En ese caso, ¿por qué publica? -Por dinero. -!Oh, dios mío,
qué vergüenza! -Pues ¿qué hay de malo?
                                                                                        (1835)




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                                                                       (2 de noviembre)
Es invierno. ¿Qué hacer en el campo? Recibo
al criado que me trae por la mañana una taza de té
con estas preguntas: ¿hace bueno? ¿Ha amainado la nevasca?
¿Hay nieve fresca? ¿Puedo dejar el lecho y cabalgar? ¿O mejor hojear
hasta el almuerzo las viejas revistas del vecino?
Nieve fresca. Me levanto y al punto monto en mi caballo.
Cabalgo por el campo a la primera luz del día;
La fusta en la mano; los perros detrás;
contemplo con atentos ojos la pálida nieve;
doy un paseo y al cabo de un rato,
tras perseguir en vano un par de liebres, vuelvo a casa.
Y allí, !vaya alegría! Ha caído ya la tarde y aúlla la ventisca,
la vela apenas arde; la zozobra encoge el corazón;
gota a gota, trago el veneno del tedio:
Trato de leer, pero los ojos se deslizan por las letras,
el pensamiento vaga en la lejanía… Cierro el libro;
cojo la pluma, me siento, arranco a duras penas
unas palabras inconexas a las durmientes musas.
No concuerdan los sonidos… Pierdo todo poder
sobre la rima, mi extraña servidora:
el verso se arrastra con indolencia, frío y nebuloso.
Cansado, interrumpo la disputa con la lira,
voy al salón; allí oigo una conversación
sobre las próximas elecciones, sobre el ingenio de azúcar,
la anfitriona se oscurece como el tiempo,
mientras mueve con destreza las agujas,
o un rey de corazones le pregunta sobre su destino.
!Qué tristeza! !Así pasa un día tras otro en este retiro!
Pero si al atardecer a la triste aldea,
mientras sentado en un rincón juego a las damas,
llega a lo lejos en carroza o en trineo
una familia inesperada: la madre, dos doncellas
(dos rubias, dos esbeltas hermanitas),
!cómo renace este perdido lugar!,
!cómo la vida, Señor, se llena de significado!
Al principio, atentas miradas de soslayo,
después algunas palabras, una conversación,
y luego una risa cordial, canciones al atardecer,
vertiginosos valses, susurros en la mesa,
lánguidas miradas, charlas alocadas,
prolongados encuentros en la angosta escalera;
una doncella sale al porche en el crepúsculo:
!el cuello y el pecho descubiertos, la nieve dándole en el rostro!
Pero la tormenta norteña no daña la rosa rusa.
!Con qué ardor quema un beso en el hielo!
!Qué frescura tiene la joven rusa en la nieve!
                                                                                            (1829)



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¿Qué es mi nombre para ti?
Morirá como el triste rumor
de las olas que rompen en la lejana orilla,
como el ruido de la noche en la espesura del bosque.


Dejará en la hoja del recuerdo
una huella muerta, semejante
al arabesco en una inscripción fúnebre
en una lengua extrajera.


¿Qué hay en él? Olvidado ya hace tiempo,
en las nuevas y borrascosas zozobras
no le ofrecerá a tu alma
recuerdos de ternura y de pureza.


Pero en los días amargos,
pronúncialo en voz baja, con tristeza.
Dirás entonces: alguien me recuerda, hay en el mundo
un corazón en el que vivo…
                                                            (1830)



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ELEGÍA

De los años alocados la extinta alegría
tanto me pesa como el torpor de la resaca.
Pero como un vino, la pena de los días idos
acrecienta su fuerza a medida que envejece.
Arduo es mi camino. Trabajos y duelos
predice el agitado mar del porvenir.


Pero, amigos, no quiero morir;
quiero pensar y seguir sufriendo;
sé que entre desdichas, angustias y afanes
se entreverarán algunos placeres:
aún he de embriagarme con la armonía,
lágrimas ha de arrancarme alguna invención
y quizá, en mi triste ocaso,
brille el amor con una sonrisa de despedida.
                                                                                     (1830)



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VERSOS COMPUESTOS DE NOCHE
                (Durante el insomnio)

No puedo dormir, ninguna luz titila.
La oscuridad y el importuno sueño me rodean.
El monótono tintineo del reloj
a mi vera resuena en soledad.
Murmullo mujeril de la Parca,
latido de la dormida noche,
ajetreo ratonil de la vida…
¿Por qué me inquietas de ese modo?
¿Cuál es tu sentido, enfadoso murmullo?
¿El reproche o el descontento
de algún día perdido?
¿Qué es lo que quieres de mí?
¿Eres una llamada o un presagio?
Ansío comprenderte,
penetrar tu significado…
                                                 (1830)



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ECO

Si ruge una fiera en el espeso bosque,
resuena el cuerno, retumba el trueno
o canta una doncella tras la colina,
a cada sonido
presta réplica ofreces
al aire vacío.


Escuchas el estruendo del trueno,
la voz de la tormenta y de la ola,
el grito de los rústicos pastores
y raudo reverberas;
pero para ti no hay respuesta… !Así eres
tú también, poeta!



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!Ya es hora, amiga, es hora! El corazón nos pide quietud.
Los días marchan sobre los días y cada instante se lleva
una parte de la existencia. Ambos ansiamos vivir…
pero la muerte espera.
No existe felicidad en el mundo, sólo paz y libertad.
Hace tiempo que sueño con un destino envidiable;
hace tiempo que, como un fatigado siervo, ansío escapar
a una morada lejana de trabajos y deleites puros.


                                                                                            (1834)



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EXEGI MONUMENTUM

Me he levantado un monumento más que humano.
No desaparecerá el sendero que guía el pueblo a él.
Su cima se alza desafiante
por encima de la columna de Alejandro.


No, no moriré del todo; mi alma en la secreta lira
sobrevivirá a mis cenizas, escapará a la descomposición.
Mi nombre será famoso mientras en el mundo, bajo la luna,
exista un solo poeta.


Los ecos de mi gloria recorrerán toda la gran Rusia;
me nombrará en su lengua cada una de sus estirpes:
el orgulloso descendiente de los eslavos, el finés,
el feroz tunguso y el calmuco, amigo de las estepas.


Y el pueblo me amará por largo tiempo,
pues sentimientos bondadosos desperté con la lira,
en mi época cruel invoqué la libertad
y solicité clemencia para el caído.


Sé obediente, oh musa, al mandato divino,
no temas las ofensas, no exijas coronas,
la alabanza y la calumnia acoge con indiferencia
y evita con el necio la disputa.
                                                                
(1836)



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Olvidadas ya la libertad y la floresta,
el pardillo enjaulado que me acompaña
picotea el grano, se refresca con agua,
y con una canción entretiene la vida.
                                                                           (1836)



Una tarde Leila se apartó
de mí con indiferencia.
Yo le dije: “Espera, ¿adónde vas?
Y ella me replicó:
“Blanca está ya tu cabellera”
A esa descarada burlona
le contesté: “!A todos les llega su hora!
Lo que antaño era oscuro almizcle
hoy se ha convertido en alcanfor”.
Al escuchar mis desdichadas palabras,
Leila se echó a reír
y exclamó: “Lo sabes tú mismo:
el almizcle es dulce para los desposados,
el alcanfor sólo vale para las tumbas!”



*****


Los padres del desierto y las mujeres puras
para transportar sus corazones a regiones elevadas,
y fortalecerlo en medio de las hachas y trabajos terrenales,
han compuesto muchas oraciones a Dios;
pero ninguna de ellas me conmueve tanto como la que el sacerdote repite
en los tristes días de la Cuaresma:
más a menudo que las otras me viene a los labios
y vierte en mi ánimo abatido una fuerza desconocida:
¿Señor de mis días? Preserva mi alma
de la sombría ociosidad del ansia de poder,
esa pérfida serpiente, y de la murmuración vana.
Permíteme que vea mis pecados,
no dejes que juzgue a mi hermano
y el espíritu de la humildad y la paciencia,
del amor y la castidad reaviva en mi corazón.
                                                                                
(1836)




 
*****


DE PINDEMONTE

En poco tengo los tronantes derechos
que a tantos hacen perder la cabeza.
No lamento que me negaran los dioses
la dulce suerte de cancelar deudas
o impedir que los reyes se combatan;
y poco me apena que la prensa sin ambages
se burle de los necios o la sutil censura
impida a los bromistas publicar.
Todo eso, ya lo veis, son palabras, palabras, palabras.Ansío derechos mejores y distintos,
preciso otra libertad más plena:
depender del soberano o de la plebe
¿acaso no es lo mismo? Al diablo con ellos.
A nadie dar cuenta, para el propio placer
y servicio vivir; ante el poder o las libreas
no doblar la testuz, ni el espíritu ni la conciencia;
que nos lleven los pies donde quiera el capricho,
admirando las divinas bellezas de la naturaleza,
y ante los logros del arte y de la inspiración
estremecerse de alegría, de emoción arrebatados
!Ésa es la felicidad! !Ésos nuestros derechos!

 

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