Mallorca 1963-2010. Miguel Ángel Velasco fue un poeta precozmente laureado:Accesit en 1979 cuando todavía cursaba COU y premio Adonais en 1981 con “Las berlinas del sueño”. Tras un largo periodo de silencio y aprendizaje de la poesía oral y los metros tradicionales, publica “El sermón del fresno” en 1995, y se convierte en uno de los principales poetas de su generación, junto con Carlos Marzal o Vicente Gallego. En 2002 recibe el premio Loewe de poesía por su libro “La miel salvaje”. La visión que Velasco tenía de la poesía se podría sintetizar en una declaración entresacada de una entrevista: “Desde luego, yo cambiaba el monto total de nuestro celebrado siglo de oro por no ver tanta tristeza en las calles ni tanta oveja in albis camino del matadero. Además, ¿qué más iba a dar?, si la poesía es que no existe, como les gusta decir a los locutores y demás aspirantes a prohombres; antes “existen hojas de reclamación a disposición de los clientes”. Amante de la poesía épica y razonadora, gustaba de Lucrecio, de Idea Vilariño y de García calvo, de las coplas al maestre don Rodrigo Manrique y también de alguna que otra “escabechina de la iliada”. In memoriam.
Míralas bien las cosas: reverberan
tocadas por el polen de la aurora:
la filigrana lenta de la savia,
el trémulo rocío, cada gota
en que se copia entera la mañana,
la lumbre cristalina del racimo,
el zarcillo y su rúbrica menuda,
no menos soberana que el oleaje
del encinar; el iris de los ojos,
del mismo fino estambre de esa nube
que se desteje en hebras melodiosas;
el viento de oro en la vibrante rama,
la luz de la resina, el claro anillo
de esta mañana del milagro: toda
la noche cabe en una rosa blanca.
LUGAR
Ese fragmento de jardín,
tras el cristal, que nadie mira,
que sólo yo recuerdo, como un sueño.
Porque al marcharse todos, me he sentado
en la que fue su mecedora,
como en un rito, haciéndome moldura
de ese trozo de mundo.
Lo que fuera ese lienzo, el casi único
paisaje de sus horas, el rectángulo
de repetido azul
en que abrevó su vista
estos últimos años.
Retazo suficiente
para pasar la vida, comprobando
las modificiaciones de lo mismo,
el tráfico del sol,
la delicada nieve del almendro.
Cómo no sentir lástima
por ese espacio, huérfano de pronto
de sus ojos voraces;
un retazo de mundo, como tantos
que cada día pierden la mirada
conformadora, fiel, innecesaria
de unos ojos de humo.
MALLORCA REVISITED
(1999)
Para Francisco Brines
A cuatro días de morir el viejo
me he ido, solo , a bailar
-a cuatro días, ni uno más ni menos-,
a una gruta de ésas
luces estroboscópicas y música de trance.
Pensando en el albur
de encontrarme de nuevo a las dos rusas
de la estancia pasada, Ira e Inna,
de una ternura audaz, y repetir
aquello tan conforme de los tres en la cama,
mirándolas beberse en los desmayos
de mi virilidad. Olvídate,
ya no las verás más a Ira e Inna;
recordarás, tan sólo, agradecido,
esa lujuria santa.
Mientras ya van tres cápsulas
de semilanceata,
esos hongos salvajes
que te aceitan las vértebras. Y bailas,
bailas como un poseso
a los treitaycinco años de tu edad,
con los ojos cerrados,
enhebrado en el ritmo,
multiplicado en brazos y figuras
como un derviche ido.
Contra la muerte bailas, contra la puta muerte,
por ese bulto rígido de tu viejo en el féretro,
por su rostro amarillo.
Si algo quieren, que vengan, las bacantes,
que se planten delante,
a ver si alguna hay que también baile
contra la muerte hoy,
multiplicándose en fatalidad,
desconyuntada en varias,
haciéndose una lámina vibrante
herida de destino,
puro mimbre… si no
para otra bailaré. Porque esta noche
contra la muerte bailas,
como un fragmento suyo desatado,
como su cola eléctrica, amputada,
de lagarto amarillo.
(De La vida desatada)
FRACTAL
a Antonio Escohotado
Violenté la bisagra
del ver, saqué de quicio
la ventana del alma. Se quebró
la mirada perpleja
en un repunte lívido:
el de la espuma en el crespón del mar,
el de la escarcha en el perfil del cardo.
Vi el encaje sin más de la locura.
Lo vi de nieve en la calada nube.
Era un fiebre blanca de puntillas,
un desflecarse el mundo en una fuga
de escalas sin motivo
en abanico roto de infinito.
vi la costura cruda
de la rosa en esquema.
Vi esa larva encorvada en la liana
del tiempo, nervadura
de la procesionaria que roía
el báculo del juicio.
PIÑA DE LUMBRE
A la memoria de Claudio Rodríguez
El fuego laborioso hace de oro
sus escamas tupidas, y ya es
una rosa de ascua.
la socavan las llamas impacientes,
la acometen sus lenguas codiciosas,
y cede aquí, de su tesoro, espléndida,
un pétalo de plata.
Se deshoja despacio,
Se va abriendo con tiempo
a esa primavera de su quiebra.
Y cuando se diría
que fuese a derrumbarse, porque cruje
la prieta arquitectura,
sobrelleva el embate, aunque ya es
un rosa apurada.
Luego un pequeño roce bastará.
Una lengua muy fina hallará paso
hasta su recoveco
y, apenas con soplar, romperá el sello
de su cámara íntima. y entonces
se desmoronará de golpe, súbita,
la estructura completa. Pero ve
cómo resiste aún la vieja ruina,
ese abrasado corazón tan tuyo,
porque es ceniza, y arde.
ACERCA DE LAS HERIDAS DE LOS HÉROES
A Agustín García Calvo
En la Ilíada nos prende
esa intención precisa en la manera
de describir el daño. Cuántas veces
se demora el hexámetro en el sitio
de la quebrantadura,
en el fiel inventario del estrago:
el lugar que desgarra la espada, cómo hiende
la carne y desmorona ese cartílago;
donde triza el pedrusco
el hueso, el recrujir de sus astillas;
la trayectoria exacta del venablo
que atraviesa las chapas del escudo,
la coraza de bronce.
Y el estruendo que hace al derrumbarse
la torre del guerrero.
Y no hay buenos ni malos, todos son
feroces alimañas que se ceban
en la carne ensartada,
que la agonía infaman del contrario
con palabras de burla,
y que después arrojan los despojos
al festín de los perros.
Y en esa pulcritud, en el registro
de la calamidad va una plegaria
por la carne solar, por el milagro
precario de este cuerpo.
La cálida estructura bien trabada
que en la danza aligera su destino,
que se hace esclarecida geometría,
claro esquema en el nado, esa otra danza.
El delicado cuerpo
que reverbera en luz cuando lo anima
el ritmo del amor o el del poema.
Porque no hay canto alguno
sin el humor del cuerpo, aunque destile
ese licor amargo de la pérdida.
De Sófocles nos dicen que era diestro
en el baile, y que Byron
gustaba de medirse
a menudo en el pulso de las olas.
Y de Tolstoi que sólo sonreía
después de nadar hondo en un brío de sábanas,
porque tras la liturgia de los cuerpos,
en contra del proverbio, no hay tristeza.
Velemos por su gracia,
porque el cuerpo es un templo mientras arde
el resplandor de su desnuda gloria.
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