jueves, 17 de mayo de 2018

PENSAMIENTOS 19. E. M. Cioran

 

Emil Cioran fue un pensador rumano nacido en 1911 en un pueblo de Transilvania, que estudió la carrera de Filosofía y Letras en Bucarest y que antes de salir de su país para vivir en París se dejó tentar por los cantos de sirena del movimiento nazi y llegó a militar en una círculo fascista. Antes de demostrar que dominaba por escrito la lengua francesa como pocos, ya había publicado en su propia lengua rumana algunos libros, más bien de índole mística, con ese misticismo herético que sería peculiar de Cioran y que acabaría enemistándolo con su padre, un pope ortodoxo. Salió de su país con la idea de instalarse en España, país que le fascinaba, especialmente por sus cimas místicas -Teresa, Juan de Yepes-, pero al final se quedó en Paris malviviendo sin ejercer nunca una profesión conocida: se dedicaba a deambular por las calles mientras platicaba con vagabundos y prostitutas y malcomía en comedores universitarios a los que accedía con las becas que ganaba. A partir de 1957, en que publicó Breviario de Podredumbre, por el que recibió un premio, ya no iba a abandonar la lengua francesa como instrumento verbal de sus pensamientos y tampoco iba a aceptar más premios. Se dedicó a vivir al margen de cualquier reconocimiento institucional y rara vez se dejaba abordar para una entrevista. Fue Fernando Savater, que llegó a traducir alguno de sus libros y que escribió un ensayo sobre su obra, quien iba a difundirlo en España con una famosa antología de textos publicada en Alianza Editorial y titulada "Adiós a la filosofía". En ella se vislumbraba un pensador original y escéptico, al margen de escuelas y sistemas, pero amante de la filosofía marginal, que alegaba haberse desafectado de la filosofía académica porque era incapaz de ver en los pensadores oficiales un solo acento humano: todos, salvo Sócrates y Nietzsche, habían acabado bien, algo que hacía poco recomendables a los representantes de la filosofía. Frívolo y disperso, aficionado a todos los campos, como el decía, no conocía a fondo más que el inconveniente de haber nacido. Así que su filosofía era de un elegante pesimismo, que atacaba a Tirios y Troyanos, que desconfiaba de los sistemas y de cualquier tipo de fanatismo y que en definitiva lo condenaba todo, por condenar en primer lugar la vida, a la que en alguno de sus textos definió como esa epilepsia de la materia que nos vuelve a todos locos. Escribió libros contra la Historia, contra las utopías y en general contra la vida: blasfemo sin igual, acabó convirtiéndose en un predicador del suicidio como antiveneno para todos los males del hombre. A pesar de sus predicaciones, no llegó a seguir el ejemplo y logró alcanzar los 84 años de edad sin mayores percances que un Alzheimer  qué hizo que diese con sus pies en una residencia de ancianos, donde falleció un 20 de junio de 1995. Los aforismos que aquí se seleccionan están extraídos del libro "Del inconveniente de haber nacido".

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Mientras más se alejan los hombres de Dios, más avanzan en el conocimiento de las religiones.

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A algunos kilómetros de mi pueblo natal había, en las alturas, un poblado habitado únicamente por gitanos. en 1910 lo visitó un etnólogo aficionado acompañado por un fotógrafo. consiguió reunir a los habitantes, que se dejaron fotografiar sin saber lo que significaba. en el momento en que se les pidió que no se movieran, una vieja gritó: "!Cuidado! Nos están robando el alma." Todos se precipitaron sobre los visitantes, que a duras penas escaparon.
 
¿Acaso no era la India, país de origen de esos gitanos semisalvajes, la que, en esta circunstancia, hablaba a través de ellos?
 
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No nacer es sin duda la mejor fórmula que hay. Desgraciadamente no está al alcance de nadie.

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Siempre tenemos la impresión de que podríamos hacer mejor lo que los otro hacen. Desgraciadamente no tenemos el mismo sentimiento hacia lo que nosotros mismos hacemos.


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Nadie es responsable de lo que es, ni si quiera de lo que hace. Esto es evidente y todo el mundo está más o menos de acuerdo en ello. ¿Por qué entonces exaltar o denigrar? Porque existir equivale a evaluar, a emitir juicios, y la abstención, cuando no es producto de la apatía o de la cobardía, exige un esfuerzo que nadie quiere hacer.


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No hay meditación sin una inclinación hacia la machaconería.

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Perdimos al nacer lo mismo que perderemos al morir. Todo.

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Como sólo recordamos con precisión los malos ratos, los enfermos, los perseguidos, las víctimas de todo género han vivido en fin de cuentas, con el máximo provecho. Los otros, los afortunados, tienen una vida, es cierto, pero no el recuerdo de una vida.

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No es el temor de  emprender algo, sino el temor de conseguirlo lo que explica más de un fracaso.

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La Naturaleza cometió algo más que un error de cálculo permitiendo al hombre: cometió un atentado contra sí misma.

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Deberíamos haber sido dispensados de arrastrar un cuerpo. Bastaba el peso del yo.

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Vivir es ir perdiendo terreno.

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El problema de la responsabilidad sólo tendría sentido si nos hubiesen consultado antes de nuestro nacimiento y hubiésemos aceptado ser precisamente ese que somos.

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Toda amistad es un drama oculto, una serie de heridas sutiles.

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Ningún autócrata ha dispuesto nunca de un poder comparable al que tiene un pobre diablo que piensa en matarse.

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La fuerza disolvente de la conversación. Se comprende por qué tanto la meditación como la acción precisan del silencio.

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Sólo conozco la paz cuando mis ambiciones se adormecen. En cuanto se despiertan, la inquietud regresa. La vida es un estado de ambición. El topo que horada sus túneles es ambicioso. En efecto, la ambición se encuentra en todo, se ven incluso sus huellas en los rostros de los muertos.

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¿Por qué el Bahavagad Gîtâ sitúa tan alto “la renuncia al fruto de los actos”?

Porque esa renuncia es rara, irrealizable, contraria a nuestra naturaleza, y porque alcanzarla es destruir al hombre que se ha sido que se es, matar en uno mismo todo el pasado, la labor de milenios, liberarse en una palabra, de la Especie, de esa odiosa e inmemorial chusma.

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Es obvio que Dios era una solución y que nunca se encontrará otra igualmente satisfactoria.

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Antes en una alcantarilla que en un pedestal.

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Aristóteles, Tomas de Aquino, Hegel: tres avasalladores del espíritu. La peor forma de despotismo es el sistema, en filosofía y en todo.

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Habría que repetirse cada día: soy uno de esos que, por millones, se arrastran sobre la superficie de la tierra. Uno más solamente. Esa banalidad justifica cualquier conclusión, cualquier conducta o acto: libertinaje, castidad, suicidio, trabajo, crimen, pereza o rebeldía.

…De lo que se concluye que cada cual tiene razón en hacer lo que hace.

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El hombre acepta la muerte pero no la hora de su muerte. Morir cuando sea, salvo cuando haya que morir.

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En lo más íntimo de sí mismo el hombre aspira a alcanzar la condición que tenía  antes de la conciencia. La historia es sólo el rodeo que da para conseguirlo.

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Todo fenómeno es una versión degradada de otro fenómeno más vasto: el tiempo, una tara de la eternidad; la historia, una tara del tiempo; la vida, tara también, de la materia.

¿Qué sería entonces lo normal, lo sano? ¿Acaso la eternidad? Ella misma no es más que una tara de Dios.

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El progreso es la injusticia que cada generación comete con respecto a la que le  precede.

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Sólo tiene convicciones quien no ha profundizado en nada.

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Según Hegel, el hombre no será del todo libre “si no se rodea de un mundo enteramente creado por él”.

Pero eso es precisamente lo que ha hecho, y nunca ha estado tan encadenado ni tan esclavizado como ahora.

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Cuando se ha cometido la locura de confiarle a alguien un secreto, la única forma de saber que lo guardará, es matarlo de inmediato.

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“Todo está lleno de dioses”, decía Tales en los albores de la filosofía; hoy, en su crepúsculo, podemos proclamar, y no únicamente `por necesidad de simetría, sino por respeto a la evidencia, que “todo está vacío de dioses”.

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¿El aforismo? Fuego sin llama. Se entiende que nadie quiera calentarse en él.

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El tiempo vacío de la meditación es, en realidad, el único tiempo lleno. No deberíamos avergonzarnos nunca de acumular instantes vacíos. Vacíos en apariencia, llenos de hecho. Meditar es un ocio supremo cuyo secreto se ha perdido.

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En una obra de psiquiatría sólo me interesa lo que dicen los enfermos; en un libro de crítica, las citas.

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A causa de la palabra, los hombres dan la ilusión de ser libres. Si hiciesen lo que hacen sin decir una sola palabra, se les tomaría por autómatas. Al hablar se engañan a sí mismo igual que engañan a los demás: si anuncian lo que van a llevar a cabo, ¿Cómo pensar que no son dueños de sus actos?

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Cualquier logro, en cualquier orden, trae consigo un empobrecimiento interior., Nos hace olvidar lo que somos, nos priva del suplicio de nuestros límites.

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La idea de que hubiera sido mejor no existir es una de las que mayor oposición encuentran. Incapaz de mirarse más que desde el interior, cada cual se cree necesario, indispensable, cada cual se siente y se percibe como una realidad absoluta, como un todo, como el todo. Desde el momento en que n¡ uno se identifica enteramente con su propio ser, uno reacciona como Dios, es Dios.

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Únicamente cuando se vive al mismo tiempo en el interior y al margen de sí mismo, se puede concebir, con toda serenidad, que hubiera sido preferible que el accidente que se es no hubiese ocurrido jamás.

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Una enfermedad es nuestra a partir del momento en que nos dicen su nombre, en que nos ponen la soga al cuello…

 

Los pobres, a fuerza de pensar sin descanso en el dinero, terminan por perder las ventajas espirituales de la no-`posesión y por descender tan bajo como los ricos.

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Sólo se enseña la filosofía en el ágora, en un jardín o en casa. La cátedra es la tumba del filósofo, la muerte de todo pensamiento vivo, la cátedra es el espíritu enlutado.

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La única forma de soportar revés tras revés es amando la idea misma de revés. Si se logra, no hay más sorpresas: se es superior a todo lo que ocurre, se es una víctima invencible.

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“Después de mí, el diluvio”, es el lema de cada cual: admitimos que otros nos sobrevivan, pero con la esperanza de que serán castigados por ello. 

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Manifestarse, emprender algo en cualquier aspecto, es lo propio de un fanático más o menos disfrazado. Si uno no se cree investido de alguna misión, existir es difícil, y actuar, imposible.

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Se debería establecer el grado de verdad de una religión a partir de la importancia que ésta le otorga al Demonio: mientras más le dé un sitio prominente, más atestigua que se preocupa por lo real, rechaza las supercherías y la mentira, afirma su seriedad y le importa más comprobar que divagar, que consolar.

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He  profundizado en una sola idea, a saber: que todo lo que el hombre hace se vuelve necesariamente en contra suya. La idea no es nueva, pero la he vivido con una convicción, con un encarnizamiento que no se parece a ningún fanatismo o delirio. No hay martirio, deshonor que no sufra por ella, y no la cambiaría por ninguna otra verdad, por ninguna otra revelación.

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En Turín, en el principio de sus crisis, Nietzsche se precipitaba sin cesar hacia el espejo, se miraba, se apartaba, y volvía a mirarse. En el tren que lo conducía a Basilea, lo único que reclamaba con insistencia era un espejo. No sabía ya quién era, se buscaba, y él, tan apegado a salvaguardar su identidad, tan ávido de sí mismo, no tenía ya, para encontrarse, sino el más vulgar, el más lamentable de los recursos.


 

2 comentarios:

  1. Luis Manteiga Pousa19 de enero de 2023, 21:41

    ¿Es mejor haber nacido?¿Sería mejor no haberlo hecho?¿Quién sabe?

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  2. Luis Manteiga Pousa16 de febrero de 2023, 19:37

    Ciorán, brillante en muchos aspectos, creo que se pasaba de pesimista. Pero cada uno es como es y no creo que fuese una pose intelectual. Por mi parte, por momentos prefiero haber nacido. En otros pienso lo contrario. En otros dudo. Quién sabe.

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