CON MI PADRE DE PASEO
[Plaza Grunwaldzki, Giliwice]
Mi padre apenas recuerda nada. Con pocas excepciones
"¿Recuerdas cuando arreglaste el transmisor de la AK?"
"claro que lo recuerdo". "¿Pasaste miedo?".
"No lo recuerdo". "Y mi madre, ¿pasó miedo?". No lo sé".
"El jardín en la calle Piaskowa?". "Claro".
"¿Cómo huelen los tilos en flor?". "No".
"¿Recuerdas al señor Romer?". "A veces"
"¿Y cuando esquiabas en Czantoria? "Quizá no".
"¿Recuerdas la infinitud?". "No, no la recuerdo.
Pero pronto la veré" (Podría haber dicho esto).
AUTORRETRATO EN EL AVIÓN
Encogido como un embrión,
embutido en el estrecho asiento,
intento recordar el olor
de la hierba recién segada,
cuando las carretas de madera bajan
en agosto de los prados de montaña,
patinan en los caminos rurales
y el carretero grita, como siempre
gritan los hombres en momentos de pánico
(ya en la Ilíada se desgañitaban así,
y nunca más callaron,
ni durante las cruzadas,
ni más tarde, mucho más tarde,
cerca de nosotros, cuando nadie los oye).
Estoy cansado, pienso en lo que no
se puede pensar, en el silencio que reina
en el bosque, cuando duermen los pájaros,
en el final del verano que se está acercando.
Sostengo la cabeza con las manos
como si quisiera protegerla de la destrucción.
Visto desde fuera seguro que parezco
casi muerto, inmóvil,
resignado, digno de compasión.
Pero no es verdad, estoy libre,
quizá incluso feliz.
Sí, sostengo en las manos
mi pesada cabeza,
pero en ella precisamente nace el poema.
"VITA CONTEMPLATIVA"
Era ya septiembre, tal vez. Bebiendo un café insípido
en el jardín de la cafetería en el Museumsinsel,
Yo pensaba en Berlín, en sus oscuras aguas.
He aquí negros edificios que han visto mucho.
Pero en Europa hay paz, los diplomáticos dormitan,
el sol es pálido, el verano muere tranquilamente,
las arañas le tejen una mortaja brillante, las hojas secas
de los plátanos escriben sus recuerdos de juventud.
Esto es la vita contemplativa.
Las oscuras paredes de Pérgamo; dentro, blancas esculturas.
Bustos de belleza griega. Es esto.
Un altar ante el que nadie reza.
Esto es la vita contemplativa.
Narkissos: una copia romana de un joven griego
con prótesis de cobre (¿un inválido de alguna guerra?),
al lado un kurós con su escroto (el phallus desapareció).
Tal vez estemos en una isla desierta.
Sin prisa avanza el tiempo, lentamente.
Bendita perplejidad, esto es la vita contemplativa.
Felicidad. Un instante sin hora, como dijo el poeta
muerto en Lublin por una bomba. Es esto.
Y si estallara la vita activa de nuevo,
en esta o en otra ciudad, ¿qué haría Artemisa
del siglo IV a.C.? ¿O Narciso? ¿O Hermes?
Caras apergaminadas que me miran con envidia;
Yo todavía me puedo equivocar, ellas ya no.
Un equinoccio; es esto.
De la realidad con el sueño, del mundo y de la mente. Es alegría.
Quietud, una tensa atención, un levitar del corazón.
En negros muros, débilmente, arden claros pensamientos.
Es esto. No sabemos lo que es.
Vivimos en un abismo. En las aguas oscuras: En el resplandor.
JARDÍN DE LUXEMBURGO
Las casas de París no temen al viento
ni a la imaginación
(son sólidos pisapapeles,
el contrapeso de los sueños).
En el río compiten barcos blancos llenos de una multitud
que reclama un saludo de los que están en la orilla;
esa multitud esta de un humor excelente y liquida el pasado.
De un taxi sale una pareja de turistas ricos
con ropas brillantes; los esperan camareros
con unas levitas que la moda no ha transformado.
Mientras, el Jardín de Luxemburgo empieza a vaciarse
y se transforma en un gigantesco herbario silencioso;
no recuerda a todos los que pasaron
por sus caminos sin percibir que ya no vivían.
Aquí vivió Mickiewicz, y allí August Strindberg
trabajó en la piedra filosofal
que no llegó a encontrar.
Está anocheciendo, viene una noche sería por el este,
recelosa y taciturna.
La noche viene de Asia y no hace preguntas.
Qué bello es lo extraño, qué fría la felicidad.
Se encienden luces amarillas en las ventanas sobre el Sena
(he aquí algo realmente misterioso: la vida de otras personas).
Lo sé, en esta ciudad ya no existe el secreto.
Pero existen los plátanos, las plazas y los cafés, las calles afectuosas
y la mirada clara de las nubes que se va apagando.
CLASES DE PIANO
[Tengo ocho años]
Clases de música con los vecinos, los señores J.
Estoy por primera vez en su casa,
huele diferente a la nuestra (la nuestra no huele,
así me lo parece). Aquí alfombras por todas partes,
gruesas alfombras persas. Sé que son armenios,
pero no sé qué significa eso. Los armenios tienen alfombras,
en el aire todavía se pasea polvo que ha llegado
de Lvov, polvo medieval.
Nosotros no tenemos alfombras, ni Edades Medias.
No sé quiénes somos, quizá errantes.
A veces pienso que no existimos. Sólo los otros existen.
En la casa de nuestros vecinos hay una acústica excelente.
Hay silencio en esa casa. En la habitación está el piano
como una fiera perezosa, domada, y en él,
en el mismo centro, descansa la negra bola de la música.
La señora J. me dijo justo al acabar la primera
o la segunda clase que sería mejor que estudiara lenguas,
porque no mostraba dotes para la música.
No muestro dotes para la música.
Mejor que estudie lenguas.
La música siempre estará en algún otro lugar,
inalcanzable, siempre en una casa ajena.
La bola negra estará escondida en algún otro lugar,
inalcanzable, siempre en una casa ajena.
La bola negra estará escondida en algún otro lugar,
pero quizá habra nuevos encuentros, nuevos descubrimientos.
Volví a casa con la cabeza baja,
algo triste, algo contento, a la casa
que no olía a Persia, con cuadros de aficionados,
acuarelas, y pensé, con amargura, con satisfacción,
que sólo me quedaba la lengua, sólo las palabras, los cuadros,
sólo el mundo.
INDEFENSA
In memmoriam Paola Malavasi
Septiembre de 2005, volvíamos de las vacaciones,
nos sentamos a la mesa de la cocina
cubierta con un hule verde.
De repente llama Nicola, pregunta si sé
que murió Paola Malavasi,
de manera inesperada, por la mañana,
el domingo, en un hhotel de Venecia.
No, no sabía nada; estas dos palabras,
murió y Paola se encontraban
por primera vez.
Paola tenía
tan sólo cuarenta años,
era una mujer guapa, sonriente.
Enseñaba griego y latín en un instituto,
escribía y traducía poemas.
La palabra murió es mucho más vieja
y nunca sonríe.
Han pasado varios meses,
sigo sin creer que haya muerto.
Paola se ocupaba de la vida y de la poesía,
de la antigüedad y de la modernidad.
Nada se puede decir sobre su muerte.
En las fotografía se la ve siempre serena,
su cara está indefensa y abierta.
Su cara siempre apela al futuro,
pero el futuro, despistado,
mira hacia otra parte.
IMPOSIBLE
[5414 S. Blackstone, Chicago]
Cuán difícil es intentar escribir, da igual
si en casa, en el avión, sobre el océano,
sobre una selva negra, en un atardecer silencioso.
Empezar siempre de nuevo, despertarse
para una gran carrera y al cabo de un cuarto
renunciar afligido, rendirse.
Espero que al menos tú me escuches,
porque, como bien sabes, los teóricos nos aseguran
sin parar, casi cada día, que todo lo entendimos
mal, que como siempre no captamos
el sentido más profundo, no leímos
los libros adecuados, que, por desgracias,
no sacamos las conclusiones debidas.
Afirman: la poesía es en principio imposible,
un poema es como una sala donde las caras se difuminan
en la niebla dorada de los focos, donde el salvaje
murmullo de la multitud airada apaga
las voces individuales, indefensas.
Así pues ¿qué? Las palabras elegantes se apagan pronto,
y las normales seguro que no convencen a muchos.
Todo parece mostrar que el silentium
sólo puede contar con un puñado de fieles.
A veces tengo envidia de los poetas muertos:
ellos ya no tienen "días malos", no conocen
"la melancolía", se despidieron del "vacío",
de la "retórica", de la lluvia, de la tensión baja,
dejaron de seguir las "reseñas penetrantes"
y no obstante siguen hablándonos.
Sus dudas se fueron con ellos,
su entusiasmo vive.
27 DE ENERO
Un día helado. Un sol frío. Un blanco aliento.
Pero aquel invierno no estábamos seguros
de qué teníamos que celebrar y qué lamentar,
porque se conmemoraba a la vez
el Día en Memoria de las Víctimas del Holocausto
y el solmne aniversario de Mozart.
Nuestra memoria no sabía qué hacer.
Nuestra imaginación estaba perdida.
La vela en el alféizar lloraba
(nos pidieron que encendiéramos velas),
pero de los altavoces llegaba la música tranquila
del joven Mozart, rococó,
la época de las pelucas argentadas, y no de los cabellos grises
que conocimos en Auschwitz,
época de grandes vestigos, y no de la desnudez,
de la esperanza, y no de la desesperación.
Nuestra memoria no sabía qué hacer,
la imaginación se perdía en conjeturas.
ARKONSKA, 3
[En Gliwice]
La señora Mazonska era nuestra vecina del rellano,
en Arkonska, 3 (al lado vivía Pszoniak;
Rózewicz en la esquina de Zygmunta y Clowackiego).
Tenía el cabello teñido de pelirrojo y oro en los dedos.
Su marido, un profesor alto y delgado de la politécnica,
me regaló un álbum de sellos;
había allí un verde Congo, un azul Francia
y también muchos rosa marrón de la Segunda República.
La señora Mazonska me invitaba a veces
a la merienda y me recibía como si fuera un adulto,
hablaba conmigo de manera seria y concreta.
Pero yo no era ningún adulto.
No sabía quien era,
en el espejo sólo veía unos ojos
que no me miraban a mí.
De los árboles caían castañas, claras y brillantes.
Tras la ventana, en la hierba, en un jardín microscópico,
corrían estorninos indiscretos.
En la torre de la iglesia y en la del ayuntamiento, en las paredes
de nuestras casas, en todos los relojes planos
trabajaba incansable el tiempo;
era omnipresente, la polcía secreta
no podía competir con él,
ni tan sólo el pensamiento podía alcanzarle.
CALLE JÓZEFA
Frecuento la calle Jozefa, entro en los sueños de José,
sigo intentando averiguar a´donde lleva
esta calle tan extraña que gira
donde no hay nada, y pienso en quien soy,
un paseante que no perdurará mucho.
La felicidad y la tristeza reunidas aquí
no salvarán a nadie, aunque la cosecha puede ser abundante.
Pasan los años, yo permanezco, la memoria es incierta,
en la tierra yacen oraciones no atendidas,
los gorriones son un frágil emblema de la eternidad,
la lluvia es sólo un recuerdo, pasan siluetas
de personas desconocidas, no proyectan sombra.
Al atardecer la luz decae y la muerte
va en un alto carro, rápida, y ríe.
PASILLO
Para Ruth y María Buczynska
Me gustaban los divertidos rituales de los poetas jóvenes,
un momento de muchos nervios, inseguridad
antes del recital, pasar lentamente por un pasillo
oscuro en dirección al escenario iluminado,
una lectura conjunta de poemas ante un público
soñoliento que se despertaba de vez en cuando,
grandes y pequeñas envidias y un momento en que,
ante el indiscutible encanto de una línea lograda
o de una metáfora o una imagen inesperadas,
todo quedaba -por un breve instante- perdonado.
Sucedía a veces que alguien preguntaba, inseguro,
"Pero, díganme, ¿cómo hay que vivir?".
Antes esto me daba risa, ahora ya no.
Me gustaba el silencio no exento
de significados profundos, bromas, charlas
con lectores tímidos, y finalmente
firmar los libros con un nombre
que estábamos del todo convencidos
de que realmente nos pertenecía.
ÚLTIMA PARADA
El tranvía pasaba por delante de unas casas rojas.
Las ruedas en las torres de la mina giraban
como una carrusel en un parque de atracciones.
En los jardines crecían rosas sombreadas de hollín,
en las pastelerías las avispas se enojaban
sobre la cobertura dorada de un pastel.
Tenía quince años, el tranvía iba
cada vez más rápido por los barrios,
en los prados veía hierba centella amarilla.
Pensaba que en la última parada
se revelaría el sentido de todo,
pero no ocurrió nada, nada,
el conductor comía un bocadillo de queso,
dos mujeres mayores hablaban en silencio
de los precios, de las enfermedades.
AHORA, CUANDO HAS PERDIDO LA MEMORIA
[A mi padre]
Ahora, cuando has perdido la memoria
y sólo puedes sonreír desconcertado,
quisiera ayudarte, porque tú fuiste quien
como un demiurgo, me abrió la imaginación.
Recuerdo nuestras excursiones, las nubes de algodón
que pasaban bajas sobre el bosque húmedo en las montañas
(conocías todos los senderos de aquel bosque), y también
un día de verano cuando subimos hasta lo alto
de un faro marítimo en el Báltico
y miramos largo tiempo el infinito oleaje del mar,
sus puntos blancos deshilachado como un embaste.
Pienso que nunca olvidaré aquel momento, tu también
estabas emocionado, nos parecía ver todo el mundo,
ilimitado, respirando tranquilamente, azul, perfecto,
claro y nebuloso a la vez, cercano y lejano;
notamos la esfericidad de este planeta, oímos a las gaviotas
que se divertían con un planeo pausado
en las cálidas y frías corrientes de aire.
No soy capaz de ayudarte, tengo una sola memoria.
UN GRAN POETA NOS DEJA
[Pensando en C. M.]
Realmente nada cambia
en la habitual luz del día
cuando un gran poeta nos deja.
En las coronas de viejos olmos
siguen discutiendo con pasión
los grises gorriones y los delicados estorninos.
Cuando un gran poeta nos deja
la ciudad no se detiene, el metro y los tranvias
siguen buscando el moderno Grial.
En la biblioteca una chica guapa
busca en vano un poema que
le diga la verdad de todo.
Al mediodía se extiende el mismo bullicio de siempre,
por la noche domina un recogimiento silencioso;
entre las estrellas, una eterna inquietud.
Pronto abrirán las discotecas,
se abrirá la indiferencia
a pesar de que acaba de morir un gran poeta.
Pero cuando nos despedimos de alguien que amamos
por un largo tiempo o para siempre,
sentimos de repetente que nos faltan las palabras
y que ahora tenemos que hablar nosotros solos,
ya nadie va a hacerlo por nosotros
porque nos ha dejado un gran poeta.
METÁFORA
"Toda metáfora es un fracaso", dijo aquel
poeta muy viejo en el bar del hotel,
dirigiéndose a unos estudiantes fascinados.
El poeta muy viejo estaba de buen humor
y con una copa de vino en la mano dijo:
"Este es el problema fundamental de la encarnación,
las cosas que amamos, las cosas invisibles
toman cuerpo, evidentemente, en lo que podemos
ver y decir, pero nunca de manera
absoluta, uno a uno, lo que significa
que siempre es o demasiado poco
o demasiado, los puntos quedan en la superfice,
sobresalen dedos, botones, paraguas, uñas,
cartas sin recoger en un sobre azul de correo aéreo,
queda una sensación de insatisfacción o de exceso,
alguien calla cominosamente, otro pide
ayuda, se rompe el hielo, viene una ambulancia,
por desgracia demasiado tarde, pero atención,
gracias a esto, gracias a esta desproporción,
gracias a esta inexplicable fisura,
nosotros podemos seguir persiguiendo la quimera de la metáfora,
durante toda la vida avanzamos en la oscuridad,
en un bosque oscuro, siguiendo la pista de la traslación,
imperfecta, como mi discurso, que ahora
está llegando a su fin, aunque seguramente
podría añadir muchas más cosas,
pero tengo miedo, estoy ya
un poco cansado, y me parece
oir cómo me llama el sueño".
CUANDO ME QUEDABA DORMIDO SOBRE UN VOLUMEN DE CAVAFIS
Entrada la noche, después de un día largo y duro,
cuando me quedaba dormido sobre un volumen de Cavafis
en la butaca que conocía bien mis debilidades
(y también los escasos momentos sublimes),
vi a aquellos hombres, viejos y jóvenes,
que sabían perder tan admirablemente, con clase,
y aceptaron la catástrofe de sus países, de sus ciudades
(sitemáticamente conquistadas por Roma),
de manera increíblemente brillante,
aunque no fuera fácil en absoluto, su principal consuelo era la lengua
insuperable, la lengua plástica de la Ilíada o de Sófocles,
y también algo que ninguna derrota les podía arrebatar
(al menos, asi lo pensaban):
formar parte de la comunidad helénica.
He aquí Miris, Emiliano, el poeta Fernazis
y también un cierto príncipe de Libia Occidental,
sin mencionar al famoso Antonio,
que con valentía se separó de Alejandría,
o del ridículo y desmañado Juliano
(podría haber sido un agitador comunista).
Todos ellos, con la excepción del incorregile Juliano,
estaban ocupado principalmente en prepararse
para el sueño eterno, en embellecer la derrota;
casi todos despiertan nuestras simpatías, aunque no sean en absoluto unos héroes
(Se guían más por el ingenio que por el honor).
Por otro lado, nuestro adormecimiento por ahora no es más
que un esbozo insignficante, el anuncio de una totalidad mayor
(como dicen los que escriben en los suplementos literarios).
Nuestras derrotas todavía dormitan
(o sólo así nos lo parece),
cuando los últimos transeúntes vuelven a sus estrechas casas,
de noche, cuando el corazón late más lento,
y el humo denso, gris, de la cotidianidad
se escapa por la chimenea como un espíritu
(nuestra vida arde).
CARAS
Al atardecer se iluminaron en la plaza las caras de la gente
que no conocía. Miraba con avidez
las caras humanas: cada una era diferente,
cada una decía algo, quería convencer,
se reía, sufría.
Pensé que las ciudades no las construyen las casas,
ni las plazas o las avenidas, los parques, las anchas calles,
sólo las caras que se iluminan como lámparas,
igual que los sopletes de los soldadores que por la noche
reparan el hierro entre nubes de chispas.
IMPROVISACIÓN
Hay que hacerse cargo de todo el peso del mundo
y hacerlo ligero, soportable.
Echarlo a la espalda
como una mochila y ponerlo en camino.
Preferiblemente al atardecer, en primavera, cuando
los árboles respiran tranquilos, y la noche se prevé
apacible y en el jardín chasquean las ramas de los olmos.
¿Todo el peso? ¿La sangre y la fealdad? Eso es imposible.
Siempre quedará un poso de amargura en la boca
y la contagiosa desesperación de aquella mujer vieja
que viste ayer en el tranvía.
¿Por qué tenemos que mentir? El entusiasmo
existe sólo en la imaginación y desaparece con rapidez.
Improvisación, siempre la improvisación,
no conocemos nada más grande o más pequeño
en la música, cuando la trompeta de jazz llora alegre,
o cuando miras la página en blanco
o también cuando huyes
de la tristeza y abres tu libro de poemas preferido;
normalmente entonces suena el teléfono
y alguien pregunta: "¿Desea comprar nuestro
último modelo?". "No, gracias".
Queda la monotonía, lo gris; el luto
que ni la elegía más admirable cura.
Pero quizá haya ante nosotros cosas escondidas
y en ellas la melancolía se mezcla con el entusiasmo,
siempre, cada día, como el nacimiento del alba
a la orilla del mar, o no, espera, como la alegre risa
de aquellos dos monaguillos con un sobrepelliz blanco,
en la esquina de las calles Jana y Marka,
¿lo recuerdas?
ERA UN DÍA FESTIVO
Era un día festivo, pero le habíamos dado la espalda.
Los libros estaban en la mesa, ya no los leíamos.
A lo lejos se hallaba el gran mundo, el mundo del amor y del engaño,
desconocido, innominado, que seguía siendo nuevo del todo.
Las personas que conocíamos desde la infancia iba a nuestro lado
en silencio, algunas desaparecieron de repente,
emitiendo un breve grito de terror,
como golondrinas que siempre tienen prisa.
Estábamos cansados, pero nadie se quejaba.
Las noches eran breves, las madrugadas, transparentes,
al atardecer los orioles lloraban en los bosques,
pero nosotros conocíamos mejor los parques y las calles.
Vagábamos lentamente, mirando alrededor con atención,
anotando palabras en la memoria, y pensábamos:
"Después las tendremos que escribir".
Nos cogíamos de la mano, avanzando por la arena
de aquellos suburbios abandonados. En algún lugar, lejos
pasaban ante nosotros pesados trenes,
bramaban el océano y la oscuridad.
TAMBIÉN "VITA CONTEMPLATIVA"
[En el tren hacia Varsovia]
Puede ocurrir en cualquier sitio, a veces en el tren
cuando estoy en tierra de nadie: de pronto se abren
las puertas y entran figuras olvidadas, aparece
mi pequeño sobrino que ya no vive,
pero ahora está tranquilo, sonriente,
y un poeta chino que amaba
las hojas de los árboles otoñales y la música,
estudiantes de teología de Córdoba, aún imberbes,
surgen de la nada y se enzarzan en una disputa
volviendo a la discusión sobre los atributos de Dios,
y murmura la fantástica vida como una cascada en primavera,
hasta que finalmente se extiende el insistente tono de un teléfono,
después un segundo tono, un tercero, y todo este gran mundo extraño
de repente mengua y desaparece, igual que un ratón de campo
que al sentirse amenazado, se escurre diestramente
en su secreta morada.
ESCRIBIR POEMAS
Escribir poemas es un duelo
en el que no hay vencedor -por una parte
se eleva la sombra, sólida como una cordillera
vista por una mariposa, por otra parte
centellean sólo breves momentos de claridad,
de imágenes y pensamientos, como el destello de una cerilla
esa noche, cuando en el dolor nace el invierno-.
Es una guerra en las trincheras, un telegrama cifrado,
una larga velación, paciencia,
un barco que se hunde y envía una señal
y deja de hundirse, es un grito triunfal,
la fidelidad ante los antiguos y silenciosos maestros,
una contemplación tranquila del mundo cruel,
una explosión de felicidad, el éxtasis, la insaciabilidad,
la aflicción porque todo desaparezca, la esperanza de que nada muera,
una conversación en la que falto la última palabra,
un largo descanso en una escuela que ya no tiene
estudiantes, es vencer una debilidad
y el inicio de otra, la eterna espera
para el siguiente poema, una plegaria, estar
de luto por la madre, un breve armisticio,
una queja y un susurro en un confesionario quemado,
la protesta y el magnánimo perdón,
dar todos los bienes, el arrepentimiento, la concordia,
correr y pasear, la ironía, una mirada fría,
una profesión de fe, una dicción, tener prisa,
el llanto de un niño que ha perdido su tesoro más preciado.
CAZADORA VERDE
Cuando mi padre iba por París,
a menudo con su cazadora verde
que se había hecho coser a medida
(uno de los pocos lujos
en su más bien modesta vida),
cuando pasaba larga horas en el Louvre,
estudiando las obras de Corot y de otros
pequeños maestros de siglos pasados,
no sabía aún, no podía saber,
cuánta destrucción se ocultaba
en los años que tenían que llegar,
como si aquella cazadora verde
le trajera mala suerte,
pero ahora lo entiendo,
sospecho que la catástrofe
estaba cosida en toda su ropa,
independientemente del color y de la forma,
e incluso los más grandes maestros de la pintura
aquí no podían ayudar en nada.
CAFETERÍA
[En Berlín]
En una cafetería que se llama como un escritor francés,
en una ciudad extranjera, leí Bajo el volcán,
esta vez con menos entusiamos. "Realmente, uno tiene que curarse",
pensé. Quizá haya llegado a convertirme en un filisteo.
México estaba muy lejos y sus enormes estrelllas
iluminaban, pero no para mí. Era el Día de Muertos.
La fiesta de las metáforas y la luz. La muerte como protagonista.
algunas personas en las mesas de al lado, varios destinos:
Reflexión, Tristeza, Sentido Común. Cónsul, Yvonne.
Llovía. Noté una pequeña felicidad. Alguien entró,
alguien salió, alguien finalmente dio con el perpetuum mobile.
Estaba en un país libre. En un país que se quedó solo.
No pasaba nada, los cañones habían callado.
La música no diferenciaba a nadie; la música pop que fluía
de los altavoces iba repitiendo: "Aún pasarán muchas cosas".
Nadie sabía qué hacer, adónde ir, por qué.
Pensé en ti, en nuestra intimidad, en cómo
huelen tus cabellos cuando empieza el otoño.
En el aeropuerto se elevó en el aire un avión
como un discípulo aplicado que cree
en lo que dijeron los antiguos maestros.
Los astronautas soviéticos afirmaban no haber encontrado
a Dios en el espacio, pero ¿lo habían buscado?
SI FUERA TOMAZ SALAMUN
Si fuera Tomaz Salamun,
tal vez estaría siempre contento.
Bailaría por la noche largo tiempo en el Maly Rynek
al compás de una melodía que nadie sabría reconocer.
Interpretaría la Quinta de Mahler al acordeón, con alegría.
Pero qué le voy a hacer, soy un introvertido
que devuelve demasiado tarde los libros a la biblioteca
y a veces envidia a los protagonistas de la vida:
socorristas bronceados de las playas en agosto.
Hablaría mucho tiempo de esto.
Una cosa es segura: no soy Tomaz Salamun.
A tomaz se le concedió el don de los imaginaciones:
la eslovena y la mexicana, y con ellas hace malabarismos
a una velocidad asombrosa,
pero yo soy un eterno estudiante de estenografía
que intenta entender cómo la muerte entra en casa
y cómo sale de ella, y vuelve de nuevo,
y cómo la vence una chica llena de pecas
que recita a Dante de memoria,
y también busco la llama del entusiasmo
en cualquier sitio, incluso en un cine barato,
en el tren y en casi cada cafetería
(pero esto más que separarnos, nos une).
Si fuera Tomaz Salamun,
haría locuras sobre una bicicleta invisible,
como una metáfora liberada de la jaula del poema
insegura de su libertad,
pero contenta del movimiento, del viento y del sol.
(Recuerdo dómo alguien nos gritó,
quizá en Münster: "!Ánimo, poetas
eslavos, sólo el tiempo os vencerá!",
y tú hiciste una mueca como si quisieras decir,
a ver, tranquilo, tal vez sea ya demasiado tarde).
SILUETAS
[El señor Sobertin y el Señor Romer
existieron, vivieron]
De repente tembló el portillo del recuerdo y vi un carrro,
fresnos; noté el dulce olor del estiércol de caballo.
Era verano, una rastrojera, un río de montaña y una mimbrera.
Un martín pescador apareció como un actor de Hollywood.
Mamá con un vestido azul, quizá incluso de antes de la guerra.
Vi al señor Sobertin que cogía flores en el prado
(el señor Sobertin era la idea platónica de un solterón).
Vi a unos refugiados. Conocí a supervivientes, a viudos.
En el fondo, menospreciaba más a los que les iba bien.
Si se trata de perdedores, cada uno de nosotros es diferente
(la derrota es una sutancia individual).
R. considera que nací demasiado tarde. "Ya no había nada".
Recuerdo bien a Edmun Romer, hijo de un cartógrafo;
era amigo de mis padres, yo lo quería mucho.
Tras él iba el pasado, Lvov, espíritus
que también se puede encontrar en sus poemas
pero bien escondido, ocultado profundamente
como una moneda de oro bajo el jergón de un avaro,
ese anhelo tenaz lleno de pasión que es
el murmullo de la gran poesía y que puede también devenir
un paciente, silencioso himno de la vida.
NUBE
Los poetas construyen una casa para nosotros, pero ellos
mismos no pueden vivir en ella
(Norwid en un asilo, Hölderlin en una torre).
Al alba hay niebla sobre el bosque,
un viaje, la ronca llamada del gallo,
hospitales cerrados, confusas señales.
Al mediodía nos sentamos en un café de la la plaza,
observamos el azul del cielo
y la pantalla azul del portátil;
Un avión escribe un manifiesto de aviadores
con una letra blanca, clara,
perfectamente legible para los présbitas.
El azul es el color que de buen grado
promete grandes acontecimientos,
y después ya sólo espera, espera.
Se acerca una nube plomiza,
las palomas aterradas alzan el vuelo
torpemente en el aire.
En oscuras calles y plazas
se congregan la tormenta y el granizo,
y no obstante la luz no muere.
Los poetas, invisibles como los mineros,
escondidos en las excavaciones
construyen una casa para nosotros;
levantan altas habitaciones
con ventanas venecianas,
fantásticos palacios,
pero ellos mismos no pueden
vivir en ellas:
Norwid en un asilo, Hölderlin en la torre;
un piloto solitario de avión de reacción
tararea una canción de cuna: "Despiértate, Tierra".
MAYO
JARDÍN BOTÁNICO
[Recordando al profesor Andrzej Jankun]
En mayo en el jardín botánico
de día y de noche
sigue una actividad febril,
todas las plantas, los enormes
árboles y el pequeño helecho
se apresuran y se ponen
sus mejores vestidos,
como si estuvieran apunto
de hacer el examen de madurez.
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