lunes, 5 de febrero de 2024

POETAS 117. Adam Zagajewski III ("Mano invisible")




Adam Zagajewski es un poeta, novelista y ensayista polaco que nació en Lwów, el 21 de junio de 1945, población que actualmente pertenece a Ucrania. Descendiente de una familia de la antigua nobleza rural de Polonia, es hijo de un profesor de ingeniería que heredó de sus padres el amor por la lectura. Su familia fue expulsada por los ucranianos y se instaló en 1946, tras la Segunda guerra mundial, en Gliwice (Silesia), una pequeña población alemana que Polonia acababa de anexionarse. Cursa en esta población sus estudios secundarios y allí experimenta, durante la adolescencia, sus primeras sensaciones de lo que luego llamará mística para principiantes: “la combinación de felicidad inesperada y de una comprensión muy intensa de lo que nos rodea”. Esta experiencia de felicidad intensa la va a relacionar con la común experiencia de gran parte de los artistas, aquello que fundamenta la base psicológica del arte. Precisamente fue psicología la carrera en la que se matriculará en la Universidad de Cracovia. Más tarde cursará Filosofía e impartirá clases de esta disciplina en la Universidad de Ciencia y Tecnología. Mientras inicia la publicación de sus primeros poemas, se adhiere al movimiento “nueva ola”, que eclosiona a finales de los años sesenta, formando, junto con otros poetas, el grupo generacional del 68,  muy comprometido políticamente contra el gobierno totalitarista y que tenía como altavoz para difundir su disidencia la revista “Teraz” (Ahora). Tras una etapa de fuerte activismo político en la década de los 70, y tras la prohibición por parte de las autoridades de su país de la publicación de sus obras, en 1982 decide dejar todo aquello que lo arraigaba a Polonia para vivir una historia de amor con una mujer a la que sigue hasta París, ciudad en la que residirá por unos años. En 1988 se exilia a Estados Unidos para trabajar como profesor en el Creative Writing Program de la Universidad de Houston. Allí publica su poemario Plótno (1990), en el que ya se hace patente el abandono de una poesía de compromiso político para transitar hacia otras preocupaciones más íntimas. Tras una larga estancia de exilio en Estados Unidos, por fin regresa a su país en 2002 para instalarse en Cracovia con su mujer. Además de los libros ya señalados, pueden destacarse sus libros de poemas “Deseo” y “Mano invisible”, además de su libro de ensayos “En defensa del fervor”. Entre los numerosos galardones recibidos a lo largo de su carrera, se encuentra el premio “Princesa de Asturias de las letras”, en 2017. Las manifestaciones sobre su concepción de la poesía han sido numerosas y también puede leerse entre líneas repasando alguno de sus poemas. Para Zagajewski, la poesía es la búsqueda de resplandor, ese algo que hay más allá de las palabras: “Se transmite alguna experiencia que está antes de las palabras, ¿cómo?..., a través de los agujeros que hay en las palabras”. Para Zagajewski la poesía es el sentimiento de que hay en el mundo algo mucho más profundo y contradictorio. Y este sentimiento se transmite al poeta como un estado de enamoramiento por lo dramático de la vida.  Los poetas, según su concepción un tanto irracional de la poesía, escriben sin saber lo que dicen: “Escribir poesía es un espacio angosto entre el decir algo y no decirlo”. Forma también parte de su concepción de la poesía el parentesco del poeta con el místico, como se puede apreciar en su poema “Mística para principiantes”: “El poeta –ha declarado en una entrevista- es un místico imperfecto porque lo que le caracteriza es la locuacidad”. Los poetas necesitan publicar sus obras y por eso rompen ese silencio en el que madura una buena parte de su creatividad. En un encuentro con el escritor John Burnside, en la residencia de Estudiantes de Madrid –se deja enlace-, Adam  dejó ver cuál es a su juicio la naturaleza del  proceso creativo que se genera en los poetas cuando componen un poema. “A veces escribir un poema implica inspiración y la existencia de obstáculos. Tienes un momento de inspiración, que en sí mismo es como el aire, y en él hay metáforas, espíritus… Y todo aquello que tiene un elemento de aire es transparente, sin substancia, de modo que debe encontrarse con un obstáculo para poder materializarse. Todo lo que odiamos de la vida, la rutina, el aburrimiento, el sufrimiento o la crueldad de la historia, forma parte de estos obstáculos. La energía pura con que sentimos esos espíritus proviene de no se sabe dónde; es un inicio misterioso. Luego esa energía se topa con una red enorme y banal de obstáculos y circunstancias.”

 Los poemas que se selecciona aquí proceden de su libro de poemas "Mano invisible", cuya traducción se le debe a Xavier Farré.


CON MI PADRE DE PASEO

                                 [Plaza Grunwaldzki, Giliwice]


Mi padre apenas recuerda nada. Con pocas excepciones

"¿Recuerdas cuando arreglaste el transmisor de la AK?"

"claro que lo recuerdo". "¿Pasaste miedo?".

"No lo recuerdo". "Y mi madre, ¿pasó miedo?". No lo sé".

"El jardín en la calle Piaskowa?". "Claro".

"¿Cómo huelen los tilos en flor?". "No".

"¿Recuerdas al señor Romer?". "A veces"

"¿Y cuando esquiabas en Czantoria? "Quizá no".

"¿Recuerdas la infinitud?". "No, no la recuerdo.

Pero pronto la veré" (Podría haber dicho esto).



AUTORRETRATO EN EL AVIÓN


Encogido como un embrión,

embutido en el estrecho asiento,

intento recordar el olor

de la hierba recién segada,

cuando las carretas de madera bajan

en agosto de los prados de montaña,

patinan en los caminos rurales

y el carretero grita, como siempre

gritan los hombres en momentos de pánico

(ya en la Ilíada se desgañitaban así,

y nunca más callaron,

ni durante las cruzadas,

ni más tarde, mucho más tarde,

cerca de nosotros, cuando nadie los oye).


Estoy cansado, pienso en lo que no

se puede pensar, en el silencio que reina

en el bosque, cuando duermen los pájaros,

en el final del verano que se está acercando.

Sostengo la cabeza con las manos

como si quisiera protegerla de la destrucción.

Visto desde fuera seguro que parezco

casi muerto, inmóvil,

resignado, digno de compasión.

Pero no es verdad, estoy libre,

quizá incluso feliz.

Sí, sostengo en las manos

mi pesada cabeza,

pero en ella precisamente nace el poema.



"VITA CONTEMPLATIVA"


Era ya septiembre, tal vez. Bebiendo un café insípido

en el jardín de la cafetería en el Museumsinsel,

Yo pensaba en Berlín, en sus oscuras aguas.

He aquí negros edificios que han visto mucho.

Pero en Europa hay paz, los diplomáticos dormitan,

el sol es pálido, el verano muere tranquilamente,

las arañas le tejen una mortaja brillante, las hojas secas

de los plátanos escriben sus recuerdos de juventud.


Esto es la vita contemplativa.

Las oscuras paredes de Pérgamo; dentro, blancas esculturas.

Bustos de belleza griega. Es esto.

Un altar ante el que nadie reza.

Esto es la vita contemplativa.

Narkissos: una copia romana de un joven griego 

con prótesis de cobre (¿un inválido de alguna guerra?),

al lado un kurós con su escroto (el phallus desapareció).


Tal vez estemos en una isla desierta.

Sin prisa avanza el tiempo, lentamente.

Bendita perplejidad, esto es la vita contemplativa.

Felicidad. Un instante sin hora, como dijo el poeta

muerto en Lublin por una bomba. Es esto.

Y si estallara la vita activa de nuevo,

en esta o en otra ciudad, ¿qué haría Artemisa

del siglo IV a.C.? ¿O Narciso? ¿O Hermes?

Caras apergaminadas que me miran con envidia;

Yo todavía me puedo equivocar, ellas ya no.

Un equinoccio; es esto.

De la realidad con el sueño, del mundo y de la mente. Es alegría.

Quietud, una tensa atención, un levitar del corazón.

En negros muros, débilmente,  arden claros pensamientos.

Es esto. No sabemos lo que es.

Vivimos en un abismo. En las aguas oscuras: En el resplandor.



JARDÍN DE LUXEMBURGO


Las casas de París no temen al viento 

ni a la imaginación

(son sólidos pisapapeles,

el contrapeso de los sueños).


En el río compiten barcos blancos llenos de una multitud

que reclama un saludo de los que están en la orilla;

esa multitud esta de un humor excelente y liquida el pasado.


De un taxi sale una pareja de turistas ricos

con ropas brillantes; los esperan camareros

con unas levitas que la moda no ha transformado.


Mientras, el Jardín de Luxemburgo empieza a vaciarse

y se transforma en un gigantesco herbario silencioso;


no recuerda a todos los que pasaron 

por sus caminos sin percibir que ya no vivían.


Aquí vivió Mickiewicz, y allí August Strindberg

trabajó en la piedra filosofal

que no llegó a encontrar.


Está anocheciendo, viene una noche sería por el este,

recelosa y taciturna.

La noche viene de Asia y no hace preguntas.

Qué bello es lo extraño, qué fría la felicidad.


Se encienden luces amarillas en las ventanas sobre el Sena

(he aquí algo realmente misterioso: la vida de otras personas).


Lo sé, en esta ciudad ya no existe el secreto.

Pero existen los plátanos, las plazas y los cafés, las calles afectuosas 

y la mirada clara de las nubes que se va apagando.



CLASES DE PIANO

                          [Tengo ocho años]


Clases de música con los vecinos, los señores J.

Estoy por primera vez en su casa,

huele diferente a la nuestra (la nuestra no huele,

así me lo parece). Aquí alfombras por todas partes,

gruesas alfombras persas. Sé que son armenios,

pero no sé qué significa eso. Los armenios tienen alfombras,


en el aire todavía se pasea polvo que ha llegado

de Lvov, polvo medieval.

Nosotros no tenemos alfombras, ni Edades Medias.

No sé quiénes somos, quizá errantes.

A veces pienso que no existimos. Sólo los otros existen.

En la casa de nuestros vecinos hay una acústica excelente.


Hay silencio en esa casa. En la habitación está el piano

como una fiera perezosa, domada, y en él,

en el mismo centro, descansa la negra bola de la música.

La señora J.  me dijo justo al acabar la primera

o la segunda clase que sería mejor que estudiara lenguas,

porque no mostraba dotes para la música.

No muestro dotes para la música.

Mejor que estudie lenguas.

La música siempre estará en algún otro lugar,

inalcanzable, siempre en una casa ajena.

La bola negra estará escondida en algún otro lugar,

inalcanzable, siempre en una casa ajena.

La bola negra estará escondida en algún otro lugar,

pero quizá habra nuevos encuentros, nuevos descubrimientos.


Volví a casa con la cabeza baja,

algo triste, algo contento, a la casa

que no olía a Persia, con cuadros de aficionados,

acuarelas, y pensé, con amargura, con satisfacción,

que sólo me quedaba la lengua, sólo las palabras, los cuadros,

sólo el mundo.



INDEFENSA

           In memmoriam Paola Malavasi


Septiembre de 2005, volvíamos de las vacaciones,

nos sentamos a la mesa de la cocina

cubierta con un hule verde.

De repente llama Nicola, pregunta si sé

que murió Paola Malavasi,

de manera inesperada, por la mañana,

el domingo, en un hhotel de Venecia.

No, no sabía nada; estas dos palabras,

murió y Paola se encontraban

por primera vez.

                            Paola tenía

tan sólo cuarenta años,

era una mujer guapa, sonriente.

Enseñaba griego y latín en un instituto,

escribía y traducía poemas.

La palabra murió es mucho más vieja

y nunca sonríe.

Han pasado varios meses,

sigo sin creer que haya muerto.

Paola se ocupaba de la vida y de la poesía,

de la antigüedad y de la modernidad.

Nada se puede decir sobre su muerte.

En las fotografía se la ve siempre serena,

su cara está indefensa y abierta.

Su cara siempre apela al futuro,

pero el futuro, despistado,

mira hacia otra parte.




IMPOSIBLE

                                       [5414 S. Blackstone, Chicago]


Cuán difícil es intentar escribir, da igual

si en casa, en el avión, sobre el océano,

sobre una selva negra, en un atardecer silencioso.

Empezar siempre de nuevo, despertarse

para una gran carrera y al cabo de un cuarto

renunciar afligido, rendirse. 

Espero que al menos tú me escuches,

porque, como bien sabes, los teóricos nos aseguran

sin parar, casi cada día, que todo lo entendimos

mal, que como siempre no captamos

el sentido más profundo, no leímos

los libros adecuados, que, por desgracias,

no sacamos las conclusiones debidas.

Afirman: la poesía es en principio imposible,

un poema es como una sala donde las caras se difuminan

en la niebla dorada de los focos, donde el salvaje

murmullo de la multitud airada apaga

las voces individuales, indefensas.

Así pues ¿qué? Las palabras elegantes se apagan pronto,

y las normales seguro que no convencen a muchos.

Todo parece mostrar que el silentium

sólo puede contar con un puñado de fieles.

A veces tengo envidia de los poetas muertos:

ellos ya no tienen "días malos", no conocen

"la melancolía", se despidieron del "vacío",

de la "retórica", de la lluvia, de la tensión baja,

dejaron de seguir las "reseñas penetrantes"

y no obstante siguen hablándonos. 

Sus dudas se fueron con ellos,

su entusiasmo vive.



27 DE ENERO


Un día helado. Un sol frío. Un blanco aliento.

Pero aquel invierno no estábamos seguros

de qué teníamos que celebrar y qué lamentar,

porque se conmemoraba a la vez

el Día en Memoria de las Víctimas del Holocausto

y el solmne aniversario de Mozart.

Nuestra memoria no sabía qué hacer.

Nuestra imaginación estaba perdida.

La vela en el alféizar lloraba

(nos pidieron que encendiéramos velas),

pero de los altavoces llegaba la música tranquila

del joven Mozart, rococó,

la época de las pelucas argentadas, y no de los cabellos grises

que conocimos en Auschwitz,

época de grandes vestigos, y no de la desnudez,

de la esperanza, y no de la desesperación.

Nuestra memoria no sabía qué hacer,

la imaginación se perdía en conjeturas.



ARKONSKA, 3

                                                 [En Gliwice]


La señora Mazonska era nuestra vecina del rellano,

en Arkonska, 3 (al lado vivía Pszoniak;

Rózewicz en la esquina de Zygmunta y Clowackiego).

Tenía el cabello teñido de pelirrojo y oro en los dedos.

Su marido, un profesor alto y delgado de la politécnica,

me regaló un álbum de sellos;

había allí un verde Congo, un azul Francia

y también muchos rosa marrón de la Segunda República.

La señora Mazonska me invitaba a veces

a la merienda y me recibía como si fuera un adulto,

hablaba conmigo de manera seria y concreta.

Pero yo no era ningún adulto.

No sabía quien era,

en el espejo sólo veía unos ojos 

que no me miraban a mí.

De los árboles caían castañas, claras y brillantes.

Tras la ventana, en la hierba, en un jardín microscópico,

corrían estorninos indiscretos.

En la torre de la iglesia y en la del ayuntamiento, en las paredes

de nuestras casas, en todos los relojes planos

trabajaba incansable el tiempo;

era omnipresente, la polcía secreta

no podía competir con él,

ni tan sólo el pensamiento podía alcanzarle.



CALLE JÓZEFA


Frecuento la calle Jozefa, entro en los sueños de José,

sigo intentando averiguar a´donde lleva

esta calle tan extraña que gira

donde no hay nada, y pienso en quien soy,

un paseante que no perdurará mucho.

La felicidad y la tristeza reunidas aquí

no salvarán a nadie, aunque la cosecha puede ser abundante.

Pasan los años, yo permanezco, la memoria es incierta,

en la tierra yacen oraciones no atendidas,

los gorriones son un frágil emblema de la eternidad,

la lluvia es sólo un recuerdo, pasan siluetas

de personas desconocidas, no proyectan sombra.

Al atardecer la luz decae y la muerte 

va en un alto carro, rápida, y ríe.



PASILLO

                     Para Ruth y María Buczynska


Me gustaban los divertidos rituales de los poetas jóvenes,

un momento de muchos nervios, inseguridad

antes del recital, pasar lentamente por un pasillo

oscuro en dirección al escenario iluminado,

una lectura conjunta de poemas ante un público

soñoliento que se despertaba de vez en cuando,

grandes y pequeñas envidias y un momento en que,

ante el indiscutible encanto de una línea lograda

o de una metáfora o una imagen inesperadas,

todo quedaba -por un breve instante- perdonado.

Sucedía a veces que alguien preguntaba, inseguro,

"Pero, díganme, ¿cómo hay que vivir?".

Antes esto me daba risa, ahora ya no.

Me gustaba el silencio no exento

de significados profundos, bromas, charlas

con lectores tímidos, y finalmente

firmar los libros con un nombre

que estábamos del todo convencidos

de que realmente nos pertenecía.



ÚLTIMA PARADA


El tranvía pasaba por delante de unas casas rojas.

Las ruedas en las torres de la mina giraban

como una carrusel en un parque de atracciones.

En los jardines crecían rosas sombreadas de hollín,

en las pastelerías las avispas se enojaban

sobre la cobertura dorada de un pastel.

Tenía quince años, el tranvía iba

cada vez más rápido por los barrios,

en los prados veía hierba centella amarilla.

Pensaba que en la última parada

se revelaría el sentido de todo,

pero no ocurrió nada, nada,

el conductor comía un bocadillo de queso,

dos mujeres mayores hablaban en silencio

de los precios, de las enfermedades.



AHORA, CUANDO HAS PERDIDO LA MEMORIA

                                                         [A mi padre]


Ahora, cuando has perdido la memoria

y sólo puedes sonreír desconcertado,

quisiera ayudarte, porque tú fuiste quien

como un demiurgo, me abrió la imaginación.

Recuerdo nuestras excursiones, las nubes de algodón

que pasaban bajas sobre el bosque húmedo en las montañas

(conocías todos los senderos de aquel bosque), y también

un día de verano cuando subimos hasta lo alto 

de un faro marítimo en el Báltico

y miramos largo tiempo el infinito oleaje del mar,

sus puntos blancos deshilachado como un embaste.

Pienso que nunca olvidaré aquel momento, tu también

estabas emocionado, nos parecía ver todo el mundo,

ilimitado, respirando tranquilamente, azul, perfecto,

claro y nebuloso a la vez, cercano y lejano;

notamos la esfericidad de este planeta, oímos a las gaviotas

que se divertían con un planeo pausado

en las cálidas y frías corrientes de aire.

No soy capaz de ayudarte, tengo una sola memoria.




UN GRAN POETA NOS DEJA

                               [Pensando en C. M.]


Realmente nada cambia

en la habitual luz del día

cuando un gran poeta nos deja.

En las coronas de viejos olmos

siguen discutiendo con pasión

los grises gorriones y los delicados estorninos.


Cuando un gran poeta nos deja

la ciudad no se detiene, el metro y los tranvias

siguen buscando el moderno Grial.

En la biblioteca una chica guapa

busca en vano un poema que

le diga la verdad de todo.


Al mediodía se extiende el mismo bullicio de siempre,

por la noche domina un recogimiento silencioso;

entre las estrellas, una eterna inquietud.

Pronto abrirán las discotecas,

se abrirá la indiferencia

a pesar de que acaba de morir un gran poeta.


Pero cuando nos despedimos de alguien que amamos

por un largo tiempo o para siempre,

sentimos de repetente que nos faltan las palabras

y que ahora tenemos que hablar nosotros solos,

ya nadie va a hacerlo por nosotros

porque nos ha dejado un gran poeta. 



METÁFORA


"Toda metáfora es un fracaso", dijo aquel

poeta muy viejo en el bar del hotel,

dirigiéndose a unos estudiantes fascinados.

El poeta muy viejo estaba de buen humor

y con una copa de vino en la mano dijo:

"Este es el problema fundamental de la encarnación,

las cosas que amamos, las cosas invisibles

toman cuerpo, evidentemente, en lo que podemos

ver y decir, pero nunca de manera

absoluta, uno a uno, lo que significa

que siempre es o demasiado poco

o demasiado, los puntos quedan en la superfice,

sobresalen dedos, botones, paraguas, uñas,

cartas sin recoger en un sobre azul de correo aéreo,

queda una sensación de insatisfacción o de exceso,

alguien calla cominosamente, otro pide

ayuda, se rompe el hielo, viene una ambulancia,

por desgracia demasiado tarde, pero atención,

gracias a esto, gracias a esta desproporción,

gracias a esta inexplicable fisura,

nosotros podemos seguir persiguiendo la quimera de la metáfora,

durante toda la vida avanzamos en la oscuridad,

en un bosque oscuro, siguiendo la pista de la traslación,

imperfecta, como mi discurso, que ahora

está llegando a su fin, aunque seguramente

podría añadir muchas más cosas,

pero tengo miedo, estoy ya

un poco cansado, y me parece 

oir cómo me llama el sueño".



CUANDO ME QUEDABA DORMIDO SOBRE UN VOLUMEN DE CAVAFIS


Entrada la noche, después de un día largo y duro,

cuando me quedaba dormido sobre un volumen de Cavafis

en la butaca que conocía bien mis debilidades

(y también los escasos momentos sublimes),

vi a aquellos hombres, viejos y jóvenes,

que sabían perder tan admirablemente, con clase,

y aceptaron la catástrofe de sus países, de sus ciudades

(sitemáticamente conquistadas por Roma),

de manera increíblemente brillante,

aunque no fuera fácil en absoluto, su principal consuelo era la lengua

insuperable, la lengua plástica de la Ilíada o de Sófocles,

y también algo que ninguna derrota les podía arrebatar

(al menos, asi lo pensaban):

formar parte de la comunidad helénica.

He aquí Miris, Emiliano, el poeta Fernazis

y también un cierto príncipe de Libia Occidental,

sin mencionar al famoso Antonio,

que con valentía se separó de Alejandría,

o del ridículo y desmañado Juliano

(podría haber sido un agitador comunista).

Todos ellos, con la excepción del incorregile Juliano,

estaban ocupado principalmente en prepararse

para el sueño eterno, en embellecer la derrota;

casi todos despiertan nuestras simpatías, aunque no sean en absoluto unos héroes

(Se guían más por el ingenio que por el honor).

Por otro lado, nuestro adormecimiento por ahora no es más

que un esbozo insignficante, el anuncio de una totalidad mayor

(como dicen los que escriben en los suplementos literarios).

Nuestras derrotas todavía dormitan

(o sólo así nos lo parece),

cuando los últimos transeúntes vuelven a sus estrechas casas,

de noche, cuando el corazón late más lento,

y el humo denso, gris, de la cotidianidad

se escapa por la chimenea como un espíritu

(nuestra vida arde).



CARAS


Al atardecer se iluminaron en la plaza las caras de la gente

que no conocía. Miraba con avidez

las caras humanas: cada una era diferente,

cada una decía algo, quería convencer,

se reía, sufría.


Pensé  que las ciudades no las construyen las casas,

ni las plazas o las avenidas, los parques, las anchas calles,

sólo las caras que se iluminan como lámparas,

igual que los sopletes de los soldadores que por la noche

reparan el hierro entre nubes de chispas.



IMPROVISACIÓN


Hay que hacerse cargo de todo el peso del mundo

y hacerlo ligero, soportable.

Echarlo a la espalda

como una mochila y ponerlo en camino.

Preferiblemente al atardecer, en primavera, cuando

los árboles respiran tranquilos, y la noche se prevé

apacible y en el jardín chasquean las ramas de los olmos.

¿Todo el peso? ¿La sangre y la fealdad? Eso es imposible.

Siempre quedará un poso de amargura en la boca

y la contagiosa desesperación de aquella mujer vieja

que viste ayer en el tranvía.

¿Por qué tenemos que mentir? El entusiasmo

existe sólo en la imaginación y desaparece con rapidez.

Improvisación, siempre la improvisación,

no conocemos nada más grande o más pequeño

en la música, cuando la trompeta de jazz llora alegre,

o cuando miras la página en blanco

o también cuando huyes

de la tristeza y abres tu libro de poemas preferido;

normalmente entonces suena el teléfono

y alguien pregunta: "¿Desea comprar nuestro

último modelo?". "No, gracias".

Queda la monotonía, lo gris; el luto

que ni la elegía más admirable cura.

Pero quizá haya ante nosotros cosas escondidas

y en ellas la melancolía se mezcla con el entusiasmo,

siempre, cada día, como el nacimiento del alba

a la orilla del mar, o no, espera, como la alegre risa

de aquellos dos monaguillos con un sobrepelliz blanco,

en la esquina de las calles Jana y Marka,

¿lo recuerdas?



ERA UN DÍA FESTIVO


Era un día festivo, pero le habíamos dado la espalda.

Los libros estaban en la mesa, ya no los leíamos.

A lo lejos se hallaba el gran mundo, el mundo del amor y del engaño,

desconocido, innominado, que seguía siendo nuevo del todo.

Las personas que conocíamos desde la infancia iba a nuestro lado

en silencio, algunas desaparecieron de repente,

emitiendo un breve grito de terror,

como golondrinas que siempre tienen prisa.

Estábamos cansados, pero nadie se quejaba.

Las noches eran breves, las madrugadas, transparentes,

al atardecer los orioles lloraban en los bosques,

pero nosotros conocíamos mejor los parques y las calles.

Vagábamos lentamente, mirando alrededor con atención,

anotando palabras en la memoria, y pensábamos:

"Después las tendremos que escribir".

Nos cogíamos de la mano, avanzando por la arena

de aquellos suburbios abandonados. En algún lugar, lejos

pasaban ante nosotros pesados trenes,

bramaban el océano y la oscuridad.



TAMBIÉN "VITA CONTEMPLATIVA"

                                             [En el tren hacia Varsovia]


Puede ocurrir en cualquier sitio, a veces en el tren

cuando estoy en tierra de nadie: de pronto se abren 

las puertas y entran figuras olvidadas, aparece

mi pequeño sobrino que ya no vive,

pero ahora está tranquilo, sonriente,

y un poeta chino que amaba

las hojas de los árboles otoñales y la música,

estudiantes de teología de Córdoba, aún imberbes,

surgen de la nada y se enzarzan en una disputa

volviendo a la discusión sobre los atributos de Dios,

y murmura la fantástica vida como una cascada en primavera,

hasta que finalmente se extiende el insistente tono de un teléfono,

después un segundo tono, un tercero, y todo este gran mundo extraño

de repente mengua y desaparece, igual que un ratón de campo

que al sentirse amenazado, se escurre diestramente 

en su secreta morada.



ESCRIBIR POEMAS


Escribir poemas es un duelo

en el que no hay vencedor -por una parte

se eleva la sombra, sólida como una cordillera

vista por una mariposa, por otra parte

centellean sólo breves momentos de claridad,

de imágenes y pensamientos, como el destello de una cerilla

esa noche, cuando en el dolor nace el invierno-.

Es una guerra en las trincheras, un telegrama cifrado,

una larga velación, paciencia,


un barco que se hunde y envía una señal

y deja de hundirse, es un grito triunfal,

la fidelidad ante los antiguos y silenciosos maestros,

una contemplación tranquila del mundo cruel,

una explosión de felicidad, el éxtasis, la insaciabilidad,

la aflicción porque todo desaparezca, la esperanza de que nada muera,

una conversación en la que falto la última palabra,

un largo descanso en una escuela que ya no tiene

estudiantes, es vencer una debilidad


y el inicio de otra, la eterna espera

para el siguiente poema, una plegaria, estar 

de luto por la madre, un breve armisticio,

una queja y un susurro en un confesionario quemado,

la protesta y el magnánimo perdón,

dar todos los bienes, el arrepentimiento, la concordia,

correr y pasear, la ironía, una mirada fría,

una profesión de fe, una dicción, tener prisa,

el llanto de un niño que ha perdido su tesoro más preciado.



CAZADORA VERDE


Cuando mi padre iba por París, 

a menudo con su cazadora verde

que se había hecho coser a medida

(uno de los pocos lujos

en su más bien modesta vida),

cuando pasaba larga horas en el Louvre,

estudiando las obras de Corot y de otros 

pequeños maestros de siglos pasados,

no sabía aún, no podía saber,

cuánta destrucción se ocultaba

en los años que tenían que llegar,

como si aquella cazadora verde

le trajera mala suerte,

pero ahora lo entiendo,

sospecho que la catástrofe

estaba cosida en toda su ropa,

independientemente del color y de la forma,

e incluso los más grandes maestros de la pintura

aquí no podían ayudar en nada.




CAFETERÍA

                                                [En Berlín]


En una cafetería que se llama como un escritor francés,

en una ciudad extranjera, leí Bajo el volcán,

esta vez con menos entusiamos. "Realmente, uno tiene que curarse",

pensé. Quizá haya llegado  a convertirme en un filisteo.

México estaba muy lejos y sus enormes estrelllas

iluminaban, pero no para mí. Era el Día de Muertos.

La fiesta de las metáforas y la luz. La muerte como protagonista.

algunas personas en las mesas de al lado, varios destinos:

Reflexión, Tristeza, Sentido Común. Cónsul, Yvonne.

Llovía. Noté una pequeña felicidad. Alguien entró,

alguien salió, alguien finalmente dio con el perpetuum mobile.

Estaba en un país libre. En un país que se quedó solo.

No pasaba nada, los cañones habían callado.

La música no diferenciaba a nadie; la música pop que fluía 

de los altavoces iba repitiendo: "Aún pasarán muchas cosas".

Nadie sabía qué hacer, adónde ir, por qué.

Pensé en ti, en nuestra intimidad, en cómo

huelen tus cabellos cuando empieza el otoño.

En el aeropuerto se elevó en el aire un avión

como un discípulo aplicado que cree

en lo que dijeron los antiguos maestros.

Los astronautas soviéticos afirmaban no haber encontrado

a Dios en el espacio, pero ¿lo habían buscado?



SI FUERA TOMAZ SALAMUN


Si fuera Tomaz Salamun,

tal vez estaría siempre contento.

Bailaría por la noche largo tiempo en el Maly Rynek

al compás de una melodía que nadie sabría reconocer.

Interpretaría la Quinta de Mahler al acordeón, con alegría.


Pero qué le voy a hacer, soy un introvertido

que devuelve demasiado tarde los libros a la biblioteca

y a veces envidia a los protagonistas de la vida:

socorristas bronceados de las playas en agosto.

Hablaría mucho tiempo de esto.


Una cosa es segura: no soy Tomaz Salamun.

A tomaz se le concedió el don de los imaginaciones:

la eslovena y la mexicana, y con ellas hace malabarismos

a una velocidad asombrosa,


pero yo soy un eterno estudiante de estenografía

que intenta entender cómo la muerte entra en casa

y cómo sale de ella, y vuelve de nuevo,

y cómo la vence una chica llena de pecas

que recita a Dante de memoria,


y también busco la llama del entusiasmo

en cualquier sitio, incluso en un cine barato,

en el tren y en casi cada cafetería

(pero esto más que separarnos, nos une).


Si fuera Tomaz Salamun,

haría locuras sobre una bicicleta invisible,

como una metáfora liberada de la jaula del poema

insegura de su libertad,

pero contenta del movimiento, del viento y del sol.


(Recuerdo dómo alguien nos gritó,

quizá en Münster: "!Ánimo, poetas

eslavos, sólo el tiempo os vencerá!",

y tú hiciste una mueca como si quisieras decir,

a ver, tranquilo, tal vez sea ya demasiado tarde).



SILUETAS

                             [El señor Sobertin y el Señor Romer 

                             existieron, vivieron]


De repente tembló el portillo del recuerdo y vi un carrro,

fresnos; noté el dulce olor del estiércol de caballo.

Era verano, una rastrojera, un río de montaña y una mimbrera.

Un martín pescador apareció como un actor de Hollywood.

Mamá con un vestido azul, quizá incluso de antes de la guerra.

Vi al señor Sobertin que cogía flores en el prado

(el señor Sobertin era la idea platónica de un solterón).

Vi a unos refugiados. Conocí a supervivientes, a viudos.

En el fondo, menospreciaba más a los que les iba bien.

Si se trata de perdedores, cada uno de nosotros es diferente

(la derrota es una sutancia individual).


R. considera que nací demasiado tarde. "Ya no había nada".

Recuerdo bien a Edmun Romer, hijo de un cartógrafo;

era amigo de mis padres, yo lo quería mucho.

Tras él iba el pasado, Lvov, espíritus

que también se puede encontrar en sus poemas

pero bien escondido, ocultado profundamente

como una moneda de oro bajo el jergón de un avaro,


ese anhelo tenaz lleno de pasión que es

el murmullo de la gran poesía y que puede también devenir

un paciente, silencioso himno de la vida.



NUBE


Los poetas construyen una casa para nosotros, pero ellos

mismos no pueden vivir en ella

(Norwid en un asilo, Hölderlin en una torre).


Al alba hay niebla sobre el bosque,

un viaje, la ronca llamada del gallo,

hospitales cerrados, confusas señales.


Al mediodía nos sentamos en un café de la la plaza, 

observamos el azul del cielo

y la pantalla azul del portátil;


Un avión escribe un manifiesto de aviadores

con una letra blanca, clara,

perfectamente legible para los présbitas.


El azul es el color que de buen grado

promete grandes acontecimientos,

y después ya sólo espera, espera.


Se acerca una nube plomiza,

las palomas aterradas alzan el vuelo

torpemente en el aire.


En oscuras calles y plazas 

se congregan la tormenta y el granizo,

y no obstante la luz no muere.


Los poetas, invisibles como los mineros,

escondidos en las excavaciones

construyen una casa para nosotros;


levantan altas habitaciones

con ventanas venecianas,

fantásticos palacios,


pero ellos mismos no pueden

vivir en ellas:


Norwid en un asilo, Hölderlin en la torre;

un piloto solitario de avión de reacción

tararea una canción de cuna: "Despiértate, Tierra".



MAYO

JARDÍN BOTÁNICO

                       [Recordando al profesor Andrzej Jankun]


En mayo en el jardín botánico

de día y de noche

sigue una actividad febril,

todas las plantas, los enormes 

árboles y el pequeño helecho

se apresuran y se ponen 

sus mejores vestidos,

como si estuvieran apunto 

de hacer el examen de madurez.






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