Confucio -forma latinizada del nombre chino Kong Fuizi, que significa Maestro Kong- nació en el pueblo de Qufu, en el antiguo país de Lu, ahora provincia de Shandong, China, en el año 551 A. C. Su padre, procedente de una familia noble venida a menos, engendró a Confucio pasados ya los 70 años. La muerte del padre, cuando Confucio contaba 3 años, le dejó bajo la tutela ancestral de su madre, casi adolescente, y de su tío materno, viviendo la familia a costa de los honorarios que el emperador concedía a los nobles sin fortuna. A los diez años, abandona el gineceo e ingresa en una escuela de nobles, donde recibe la formación que en aquel tiempo se impartía a los estudiantes dentro de seminarios situados extramuros de la ciudad: historia, literatura, cálculo, escritura, música y danza, un curso de comportamiento ritual y la práctica de los ejercicios militares que incluía el manejo de los carros y la destreza con el arco. Con veinte años, y tras pasar el ritual de iniciación a la edad madura -con imposición de bonete y consagrado con el nombre publico de Chang-ni- se casa con una mujer de su propia clase social, con la que tuvo dos hijos. Las humildes condiciones de vida en que fue criado y el recuerdo de su origen noble fueron acicates para su consagración al estudio. En las “Analectas” -libro en el que fue recogida su doctrina- queda registrada la naturaleza de su evolución vital: “A los quince años me dediqué a aprender, a los treinta, me establecí; a los cuarenta, no tenía dudas. A los cincuenta, conocí la voluntad del cielo. A los sesenta, mi oído estaba sincronizado. A los setenta, sigo todos los deseos de mi corazón, sin quebrantar ninguna ley”. Se dice que fue un administrador honrado como intendente de los graneros públicos de Lu y más tarde obtuvo un puesto de vigilancia de postes donde ataban a los bueyes y carneros dispuestos para el sacrificio. Hasta pasados los cincuenta años (501 A. C.) no obtuvo su primer cargo: fue magistrado del distrito de Zhongdu, un año más tarde Ministro de Construcción, llegando después a ser Presidente del Tribunal. Decepcionado por la imposibilidad de llevar sus doctrinas a la práctica, Confucio abandonó el estado natal de Lu el año 497 a C. e inició una peregrinación por diversos estados con la esperanza ver cumplidos sus ideales políticos en alguno de los distintos reinos que fragmentaban China. Durante trece años, acompañado de numerosos discípulos, y ganándose la vida mediante la enseñanza, trató infructuosamente de que algún príncipe aplicara sus reformas. Una vez que hubo regresado a su Estado natal, en el año 484, se dedicó a enseñar a sus discípulos, a editar a los clásicos antiguos y a escribir comentarios sobre ellos. Aunque Confucio murió -en el año 479- con la impresión de que su misión había fracasado -“no aparece ningún soberano sabio y no hay en el imperio quien quiera hacerme su maestro, ha llegado la hora…”-, a su muerte se creó una escuela de pensamiento inspirada en su manera de concebir las relaciones humanas y religiosas. 250 años después, la dinastía Han (206 a.C. -220 d.C) decidió encargar a los confucianos la Administración del Imperio, siendo utilizada su doctrina como guía para la administración de los servicios públicos durante más de dos mil años. En alguna ocasión, Confucio se definió como una persona incapaz de actuar sin conocimiento, y la búsqueda de este conocimiento llegó a convertirse en el motor de su vida. Puso todo su celo en conocer exhaustivamente los rituales antiguos y los autores clásicos, pero al centrarse en el conocimiento moral y la perfectibilidad humana, reinterpretó todo el mundo de la tradición y acabó por reformar la sociedad de su tiempo: “No cultivar la fuerza moral, no explorar lo que he aprendido, la incapacidad de seguir lo que sé que es justo, y de reformar lo que no es bueno, todas éstas son mis preocupaciones”. Para llevar a cabo el cultivo de uno mismo y de las propias fuerzas -morales- era necesario contar con los demás, y, de esta forma, conseguía propagarse la labor moral al resto de las esferas sociales. Para Karen Armstrong – en su libro “La gran Transformación”- lo privativo de las enseñanzas de Confucio estriba en la empatía que se deriva de cultivar la fuerza moral en todas las relaciones, desde el más pequeño círculo de la amistad y la familia, hasta la comunidad inmediata, los estados vecinos y, finalmente, el mundo entero. Tal como se recoge en alguno de los aforismos aquí seleccionados, la regla de oro de Confucio puede resumirse en la reciprocidad: “No hagas a los demás, lo que no desees que te hagan a ti”. Las distintas virtudes que Confucio ensalza para poder lograr una verdadera vida moral, perfilan un tipo humano capaz de llevarlas a cabo, y que ha sido designado en la cultura china con una expresión que podría traducirse como “caballero”. Pero al cifrar la virtud humana en la fuerza moral, y predicar que todo hombre podía convertirse en “caballero”, instauró en la ancestral china una especie de igualitarismo social. Al concebir los ritos milenarios que presidían las relaciones de los emperadores con el cielo, del gobernante con sus súbditos, etc., como un instrumento de educación espiritual que encaminaba a la gente a trascender su egoísmo, dio una nueva vitalidad a la momificada tradición ritualista. Es en atención a estos aspectos por lo que Karl Jaspers – en su obra “Los antiguos maestros espirituales de Oriente y de Occidente”- llegó a definir la filosofía de Confucio como “lo nuevo expresándose bajo la forma de lo viejo”. Aunque más tarde sus principios fueron adoptados con fines religiosos, durante su vida rehusó entrar en cuestiones concernientes a espíritus y dioses -“si no se es capaz de servir a los hombres ¿cómo se podría servir a los espíritus?; si no se conoce la vida ¿cómo podría conocerse la muerte?”. Confucio buscaba, más bien, centrar su conocimiento y su práctica de vida en conseguir la verdadera “humanidad” para los hombres, pero esto no podría conseguirse sin llevar a cabo antes una reforma del modo en que los hombres se gobernaban. Más acá de las implicaciones políticas y religiosas que alcanzó su doctrina, Confucio concebía la vida como un proceso de continuo cultivo y transformación de uno mismo, lo cual acababa conduciendo a la trascendencia, pues al colmar la verdadera naturaleza de uno, acababan realizándose los principios del “Cielo” que impregnan y gobiernan todas las cosas”. (En lo sucesivo, y si el tiempo lo permite, se tratará de desglosar el pensamiento de Confucio en sus cuatro o cinco pilares que lo sostienen -Conocimiento, Caballero, humanidad, virtudes y rituales-, se analizará su pensamiento con respecto a estos aspectos y se ilustrarán los motivos analizados con sus máximas correspondientes.)
– El maestro dijo: “Zilu, te voy a enseñar qué es el conocimiento. Estar al tanto de lo que sabes y de lo que no sabes, eso es ciertamente conocer.”
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– El maestro dijo: “Nunca he conocido alguien que apreciase la virtud tanto como al sexo”.
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– El maestro dijo: “Él no la amaba realmente; si la hubiera amado, ¿le hubiera importado la distancia?
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– El maestro dijo: “Un hombre que no se preocupa del futuro está condenado a preocuparse del presente.”
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– Zigong pregunto: “¿Hay alguna sola palabra que pueda guiarnos toda nuestra vida”. El maestro respondió: ¿no sería la reciprocidad? Lo que no desees que te hagan a ti, no se lo hagas a los demás.”
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– El Maestro dijo: “Sólo los más sabios y los más necios no cambian nunca.”
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– El Maestro dijo: “Un caballero debería avergonzarse si sus obras no están a la altura de sus palabras”
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– El Maestro dijo: “Quien revisando lo viejo conoce lo nuevo, es apto para ser un maestro”.
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– El Maestro dijo: “Ponedme en compañía de dos personas al azar, e invariablemente tendrán algo que enseñarme. Puedo tomar sus cualidades como modelo, y sus defectos como advertencia”
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– El Maestro dijo: “Nuestras faltas nos definen; a partir de ellas se pueden conocer nuestras cualidades.
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– El Maestro dijo: No puedo tolerar la autoridad sin generosidad, la ceremonia sin reverencia, el duelo sin dolor.”
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