miércoles, 24 de mayo de 2017

POETAS 19. Joseph Brodsky (Gran elegía a John Donne)

 
 


Joseph Brodsky -para los rusos, Iósif Brodski- nació en Leningrado el 24 de mayo de 1940 en el seno de una familia judía, abandonó la escuela siendo adolescente y se educó de manera autodidacta. Su apatía y desencuentro con la sociedad soviética le llevó a ser acusado de parasitismo social, siendo deportado en 1964 a una granja colectiva donde fue obligado a acarrear estiércol durante un año y medio -había sido condenado a cinco años, pero fue indultado-. Antes de abandonar Rusia para siempre en el año 1972, trabajó en una fábrica, en un faro, en un laboratorio de cristalografía y en una morgue, y durante un tiempo se dedicó a viajar por toda la Unión Soviética como un vagabundo, para hacer honor a la fama de parásito que se había ganado con el juicio. El juez le acusó de llevar una vida de vago, de cambiar continuamente de trabajo y de no buscarlo cuando se quedaba sin empleo. Brodsky se defendió alegando que se mantenía ocupado escribiendo poesía. Cuando el juez le preguntó qué hacía por su patria, Brodsky le contestó: “escribir poemas, ese es mi trabajo. Creo que lo que escribí será útil a la gente, no sólo ahora, sino para futuras generaciones”. El inquisidor le preguntó burlonamente que quién le había dado el nombre de poeta: “No lo sé.., Dios tal vez”.  Durante los años que siguió en la URSS después del juicio fue examinado con lupa por las autoridades, que se sentían ofendidas por todo lo que hacía. A pesar de que tuvo una relación de simpatía con los disidentes, Brodsky jamás fue perseguido por otra cosa que por escribir poemas. En la primavera de 1972 le abrieron la puerta para que se marchara, aprovechó su oportunidad y aterrizó en Viena. Después de una temporada viajando por Europa acabó como profesor en una universidad americana.  Primero en Michigan; mas tarde en Nueva York. Conocida fue su relación con Susan Sontang. Antes, en la URSS, con la joven pintora Marina Basmanova, con la que tuvo un hijo y a  la que dedicó encendidos poemas de amor, alguno hermoso, seleccionado aquí.  También fue conocido su desencuentro con sus propios compatriotas en América, su cambio de la lengua rusa por el inglés. En este idioma escribió algunos ensayos sobre los poetas que admiraba: Marina Svetaieva, Anna Ajmátova, Osip Mandelstam, Auden, Robert Frost. Tal vez por escribir también en inglés, y por la perestroica, y por buen poeta, recibió el nobel en 1987. Alguna vez comentó que de haber seguido viviendo en Rusia hubiera escrito tal vez más poemas, y hubiera vivido  menos, dado su historial médico: el primer infarto lo tuvo en 1976, el último en 1996. “Si no puedes fumar un cigarrillo con el café de la mañana -dijo una vez- no vale la pena levantarse”. Así que no trató de alargarse demasiado. Brodsky escribía todos los años un poema dedicado a la Navidad, y por eso se le hace reaparecer aquí y ahora. Se han seleccionado unos cuantos poemas navideños, junto a otros poemas más profanos. La traducción es de Ricardo San Vicente, que sobre sus poemas navideños comenta lo siguiente: “La navidad constituye para Brodsky la piedra angular de nuestra cultura -la judeo-cristiana- y de nuestra manera de entender el mundo, en la que el amor nos abre las puertas de la eternidad, nos permite detener con el poeta el tiempo y acceder al curso eterno que une a nuestros antepasados con nuestros descendientes”. Creo que los poetas no suelen estar de acuerdo con sus intérpretes. Hubiera preferido seguramente el poeta que otro poeta lo interpretara. Que fue lo que trató de hacer el propio Brodsky con  Auden, con Horacio, con Marcial. Dejo también aquí su larga y gran elegía a John Donne, próximo poeta en aparecer aquí.
 
 
*****


Orilla de miel congelada. Reflejo urbano
que se esconde en la leche. Resuena el carrillón.
En mi cuarto, una luz. Allá afuera
los ángeles vocean como si fueran camareros en servicio.
Te escribo desde el otro lado de la Tierra,
hoy, día del nacimiento del Señor. El susurro de la nieve
detrás de las ventanas se convierte en sincera melodía
que multiplica la blancura. Él pronto cumplirá dos mil años.
Faltan sólo catorce. Hoy ya es miércoles,
mañana será jueves. Pero me temo que este aniversario
lo festejaremos sin añadir hielo,
librando a la mejilla soñolienta
de la próxima arruga. Como diría el vulgo: junto a Él.
y entonces será que nos veremos.
Como la estrella que despierta al campesino,
en la casa de al lado un dedo solitario
rompe el sueño de un piano y cruza la pared:
el sonido percute en mis oídos
como un abecedario deletreado por un principiante.
O mejor: como alguien que estudiara astronomía
escrutando las constelaciones de los nombres propios
allá donde no estamos.
Allá donde la suma depende de la resta.


                                                   (Diciembre de 1985)




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DEDICATORIA

Ni tú, lector, ni el azul marinodetrás de la cortina, ni el arcón marrón,
ni el cambio del mejor tu-tu de bailarina,
ni de la lámpara el tallo en torsión
felina -como el carbón que da la mina
con la catástrofe de tren-
con lo que brota de mi pluma
nada tienen que ver.
Tú no existes para mí; a tu enteder,
yo soy cirílica grafía, un decir…
Pero la sintonía entre dos sistemas de no ser
es más potente que en dos modos de existir.
Hojéame, por tanto, mientras no irrumpa
del himno el texto para el último viaje.
Tú eres todo o nadie, y es mutua
la anónima franqueza del lenguaje.


                                                   (1987)




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EN LA REGIÓN DE LOS LAGOS

En aquel tiempo, en el país de los dentistas,
-sus hijas mandaban a Londres los pedidos,
sus tenazas izaban bien sujeta en bandera
una muela del juicio que no tenía dueño-,
yo, ocultas en la boca unas ruinas
más limpias que lo estaba el Partenón,
espía, bandolero, quintacolumnista
de una podría civilización -de hecho
profesor de bellas letras-, vivía
en un college junto al principal
de los Grandes Lagos, adonde
me habían llamado a emplear el potro
con los adolescentes del lugar.


Todo lo que escribía en aquella época,
se reducía sin remedio a puntos suspensivos.
Aterrizaba en la cama con lo puesto.
Y si me daba por examinar el techo,
de noche, en busca de una estrella,
ella caía, acorde con la ley del fuego,
por la cara a la almohada sin dar tiempo
a que yo formulara siquiera un deseo.


                                                       1972

 
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24 DE DICIEMBRE DE 1971

Todos en navidad somos un poco magos.
      Hay fango en los negocios y se pelea la gente.
Turbas enteras cargadas de paquetes
      son capaces de asediar mostradores
por algunos turrones al café.
     Cada uno es para sí Rey camello.


Mallas, bolsas, redes, cestas,
     gorros caídos y corbatas torcidas.
Olor a vodka, a pino, a bacalao,
     a mandarinas, a canela y manzanas.
Un caos de rostros. Torbellinos de nieve
     ocultan el sendero que conduce a Belén.


Y los portadores de esos modestos dones
      saltan a los buses, suben a la fuerza,
desaparecen en los fosos de los patios
      aun sabiendo que está vacía la gruta:
que allí no hay animales ni pesebre,
      que tampoco está Ella con su aureola dorada.


Vacío total. Pero al pensar en ello
      viene una luz de no se sabe dónde.
Herodes reina. Mientras más fuerza tiene
      más se acerca el milagro a nosotros.
El mecanismo clave de la Navidad
es la constancia de esta relación.


Es lo que se festeja hoy por doquier,
      su Advenimiento, juntando muchas mesas.
No hay todavía necesidad de estrella
      pero la buena voluntad de todos
se advierte aun desde muy lejos
      y los pastores encienden sus fogatas.


Cae la nieve. Suenan las chimeneas
      en vez de humear. Cada rostro, una mancha.
Herodes bebe. Las mujeres esconden
      a los niños. Nadie sabe quién vendrá,
ignoramos sus señas, y nuestros corazones
     bien podrían no reconocerlo.


Pero si en el umbral,
    entre la espesa niebla de la noche
aparece una cabeza con pañuelo,
    ya no sientes vergüenza en ti hallas
al Recién nacido y al Espíritu Santo:
    miras al cielo y ves la estrella.
 



*****


                                                   A M.B.

Yo no era más que aquello que tú
con la mano acariciabas,
allí donde en noche de pavor,
cerrada, la frente reclinabas.


Yo no era más que aquello que tú
distinguías allá, abajo:
primero, solamente imagen vaga,
mucho después, también los rasgos.


Tú fuiste quien, ardiendo,
creaste en un susurro
las conchas de mi oído,
el diestro y el siniestro.


Tú quien, meciendo la cortina
en el mojado cuenco de la boca,
me plantaste la voz
que te llamaba a gritos.


Yo estaba ciego, simplemente.
Y tú, escondida, brotando,
me obsequiabas el don de ver.
Así es como se deja rastro.


Así es como se engendran mundos.
Así, a menudo, tras crearlos,
los dejan dando vueltas
los dones dilapidando.


Así, ora al fuego lanzando,
ora al frío, ya a la luz, ya a lo oscuro,
perdido en la creación del mundo,
el globo va girando.
                                                       1981




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Los que no mueren llegan
hasta los sesenta, los setenta,
efebizan, garabatean memorias,
entre los pies se enredan.
Y yo me fijo en sus rasgos,
atento, como Livingstone
(supongo) en el tatuaje
de los salvajes
que se acercan.
                               1987




*****


ULISES A TELÉMACO

Querido Telémaco,
                                        la Guerra de Troya
ha terminado. No recuerdo quién venció.
Los griegos, debe ser: los griegos, quién si no,
puede dejar en tierra extraña tanto muertos…
De todos modos, el camino que me lleva la hogar
resulta que se alarga demasiado.
Como si Poseidon, mientras perdíamos el tiempo,
hubiera dilatado el espacio.
ignoro dónde estoy y lo que veo ante mi.
Al parecer, una isla, sucia, arbustos,
casas, gruñir de cerdos, un jardín
abandonado, cierta reina, hierba y pedruscos…
Telémaco, querido, en verdad
todas las islas se parecen una a otra
cuando es tan largo el viaje: el cerebro ya
va perdiendo la cuenta de las olas,
el ojo, tiznado de tanto horizonte, echa a llorar,
la carne de las aguas obtura el oído.
No recuerdo ya cómo acabó la guerra,
ni cuántos años tienes hoy recuerdo.


Hazte hombre, Telémaco, y crece.
Sólo los dioses saben si hemos de encontrarnos.
Tampoco ahora ya no eres el chiquillo
ante el cual detuve aquellos toros.
Hoy, de no ser por Palamedes, estaría a tu lado.
Pero tal vez sea mejor así; pues sin mí
te has librado de los males de Edipo,
y en tus sueños, Telémaco, ignoras el pecado.




*****


Noche de otoño en un simple lugar
ufano de su presencia en el mapa
(quizá el topógrafo tuviera el buen día
o lazos estrechos con la hija del juez).


Cansado del capricho de su arte, aquí
parece el espacio abandonar su carga
de grandeza, pues se limita a trazar
la calle Principal. El Tiempo, en cambio,
observa, con cierta pavorosa frialdad,
la esfera del reloj de unos almacenes
que guardan todo aquello que pudo producir
nuestro planeta: del telescopio al imperdible.


Tienen aquí un cine, bares y, al doblar
la esquina, un café con persianas bajadas;
un banco de ladrillo con su águila real
y también una iglesia, de cuyo entramado,
y de su fiel presencia, de no estar
junto a correos se habrían olvidado.
Si aquí no fabricaran niños, el pastor
en su lugar bautizaría coches.


Los grillos crispan el silencio aquí.
Y al dar las seis, como tras una guerra
atómica, no encuentras ni un alma.
La luna sube al ventanal, se enmarca,
como tu Eclesiastés, en el oscuro cuadro.
Tan sólo rara vez volando hacia un lugar ignoro,
un Buick lujoso rocía con sus faros
el torso de la estatua del Soldado Mártir.


Aquí no sueñas con escotes de mujer,
te conformas con tus señas en un sobre.
Por la mañana, si la leche se echó a perder,
el repartidor descubre vuestra muerte.
Puedes vivir sin calendario aquí,
tragarte tu bromuro, sin pisar la calle,
y observarte en el espejo como un farol
se mira en un charco que se seca.
                                                 (1972)



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PARTE DE LA ORACIÓN
[estrofa final]

No es que me esté volviendo loco, es el verano que me agota.
Buscas en el cajón una camisa, y el día entero echado por la borda.
Que llegue cuanto antes el invierno y cubra todo con su manto:
ciudades, hombres, pero primero el verde de las hojas.
me echaré a dormir sin desnudarme, o leeré si quiero
un libro ajeno, y entretanto los retales del año,
como un perro que ha huido de su ciego,
atraviesan la calle por el paso indicado.
                                                                                      La libertad es
no recordar entero el nombre del tirano,
y que sea la saliva más dulce que el almíbar,
y, aunque estrujen tu cerebro cual cuerno de carnero,
no mane nada ya del ojo azul.



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ESTRELLA DE NAVIDAD

En estación helada y en un lugar más hecho al calor
que al frío, más a la superficie llana que al alcor,
en una cueva ha nacido un niño para salvar el mundo;
nevaba como sólo hace en el desierto en invierno crudo.
Al niño todo se le antojaba enorme: el pecho de la madre, el vapor
de las narices de los bueyes, los reyes magos Melchor,
Gaspar y Baltasar, y los regalos acarreados a la cueva.
Él no era más que un punto. También lo era la estrella.
Atenta, sin parpadeo, por entre leves nubes, desde lejos,
de la profundidad del Universo, desde su extremo opuesto,
sobre el niño acostado en el pesebre, hacia la cueva miraba
aquella estrella. Y era del Padre, la mirada.
                                                         24 de diciembre de 1987



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EL EXPLORADOR POLAR

Todos los perros devorados. En el diario
no queda una hoja en blanco. La foto de la esposa
se cubre de palabras a modo de rosario,
clavado en su mejilla el lunar de una fecha dudosa.
Le sigue la foto de la hermana. Tampoco la respeta:
!Se trata de la latitud alcanzada! Y, cada vez
más negra, por la cadera trepa la gangrena
como la media de una corista de varietés.


                                          22 de julio de 1978


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FUGA A EGIPTO

… surgió el perseguidor, ¿de dónde?, lo ignoramos.

En el desierto aquel, que el cielo eligió para el milagro
como algo similar, para pasar la noche en el camino,
encendían hogueras. Y mientras, en la gruta
batida por la nieve, ajeno a su misión futura,
en aureola de oro, descansaba el niño,
y el pelo cobraba la costumbre por momentos
de emitir luz, y no sólo en el país de los morenos
no sólo en este instante, sino, en verdad, igual que una estrella,
mientras la tierra exista: en toda ella.


                                                    25 de diciembre de 1988



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DÉDALO EN SICILIA

Se pasó la vida entera construyendo, inventando algo.
Ora una vaca artificial para la reina de Creta,
con que poner cuernos al rey; ora un laberinto
(ya para el propio rey) que ocultara de miradas indolentes
el fruto monstruoso; ora un aparato volador,
al enterarse al fin el rey de quién en su corte
se había entregado a tantos menesteres.
Su hijo en el vuelo pereció, cayendo al mar,
como le ocurrió a Faetón, también ajeno
al consejo paternal. Ahora, en algún lugar
costero de Sicilia, sobre una roca, mirando al frente,
se sienta un provecto anciano capaz de viajar por aire
cuando no puede hacerlo por tierra o por mar.
Se pasó la vida entera construyendo, inventando algo.
La vida entera de sus inventos, de sus construcciones
le tocó huir, como si construcciones e inventos
quisiesen deshacerse del proyecto,
como un niño avergonzado de sus padres. Al parecer
se trata del horror a repetirse. Sobre la arena corte
rumor de olas, atrás se ve el azul de los dentados montes,
pero él siendo joven inventaba la sierra, tras colegir
la aparente semejanza entre estática quietud y movimiento.
El viejo se inclina y, tras atarse al tobillo
un hilo largo, para no extraviarse, con un quejido
se encamina hacia el reino de los muertos.


                                                               (1993)



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FUGA A EGIPTO (2)

En una cueva (!buena o mala, pero un techo!,
!y más segura que cualquier ángulo derecho!),
en una cueva los tres se hallaban refugiados,
olía a heno y a vestidos usados.


También el lecho de heno era.
Afuera la nevasca batía las arenas.
y recordando la molienda de ayer,
en duermevela se movían mula y buey.


Crujía la hoguera, María rezaba.
José, fruncido el ceño, miraba las llamas.
Y el niño, demasiado pequeño todavía
para hacer otra cosa, dormía.


Atrás quedaba un día más, con sus alarmas,
sus temores y las locas palabras
de Herodes que había mandado perseguirlos,
y un día menos para alcanzar los siglos.


Aquella noche fue para los tres de paz.
El humo huía por el hueco del lugar
para no alarmarlos. Sólo el buey dormido
(o fue la mula) lanzó un hondo suspiro.


Por el umbral miraba una estrella.
Y entre ellos el único capaz de saber
lo que significaba aquella mirada
era el niño, pero el niño callaba.


                                                              Diciembre de 1995



*****


GRAN ELEGÍA A JOHN DONNE

John Donne se ha dormido, como todo el lugar.
Paredes, suelo, cuadros, la cama se han dormido;
se han dormido mesa, ganchos, pestillos, alfombras,
ropero, aparador, la vela y las cortinas.
Todo se ha dormido. Vaso, botellón, jofainas,
el pan y su cuchillo, platos, cristal y loza,
armarios, quinqué, vidrios, lencería, el reloj,
escalones y puertas. La noche alrededor.
Alrededor la noche: en rincones, ojos y ropa,

en la mesa, entre el papel, en el texto del discurso,
en sus palabras, en la leña, en las pinzas y el carbón
del apagado hogar, en cada objeto.
En la camisa, las botas, las medias, las sombras
del espejo, en la cama, en un respaldo de silla,
de nuevo en la jofaina, el crucifijo, las sábanas,
en la escoba de la entrada, en los zapatos. todo se ha dormido.
Se ha dormido todo. La ventana. Y la nieve en la ventana.
El ala blanca del tejado vecino. Como un mantel
en su remate. Y todo el barrio entró en el sueño,
cortado a muerte por el marco del ventano.
Se han dormido muros, arcos, tragaluces, todo.
Adoquines y topes, jardineras y rejas.
Ni un destello, ni el chirrido de una rueda…
Empalizadas, adornos, cadenas, postes.
Se han dormido puertas, argollas, pomos, ganchos,
candados, cerraduras, sus llaves, los pestillos.
En parte alguna se oye un golpe, murmullo o susurro.
Sólo la nieve cruje. Todos duermen. El alba queda lejos.
Duermen las prisiones, las torres. La báscula
duerme en la lonja. Duermen las canales de cerdo.
Las casas, los patios traseros. Duermen los perros guardianes.
En los sótanos duermen los gatos, asoman la oreja.
Duermen ratas y gente. Londres duerme profundo.
Duerme el velero en el puerto. El agua nevada
bajo el casco silba en sueños,
fundida a lo lejos con el cielo dormido.
John Donne se ha dormido. Y el mar con él.
Y la orilla de yeso sobre el mar se ha dormido.
Duerme entera la isla, envuelta en un solo sueño.
Y tres aldaba cierran cada jardín.
Duermen arces, pinos, hojaranzos, piceas, abetos;


las laderas del monte, sus ríos, los senderos.
El zorro y el lobo. El oso está en su lecho.
La nieve cubriendo toda madriguera.
Y duermen las aves. Su canto no se oye.
Del cuervo no suena el graznido, es de noche,
no hay risas de lechuza. Callan los llanos ingleses.
Brilla una estrella. Avanza el ratón con su condena.
Se ha dormido todo. En ataúdes yacen los muertos.
Duermen en paz. Los vivos en sus lechos
duermen sumidos en el mar de sus camisas.
Uno a uno. En un profundo sueño. Abrazados.
Todo se ha dormido. duermen ríos, montes y bosques;
fieras y aves, el mundo muerto, los seres vivos.
Sólo la nieve blanca cae del cielo en la noche.
Pero también allá hay sueño, sobre las cabezas.
Duermen los ángeles. Los santos, ausente en su sueño
el mundo azaroso -para su santa vergüenza.
Duerme el Averno, y duerme el divino Cielo.
Nadie saldrá de casa a esta hora.
Se ha dormido Dios. La tierra ahora le es ajena.
No ven los ojos, no oye ya el oído.
el diablo también duerme. Y el odio con él
se ha dormido en la nieve del campo inglés.
Duermen los jinetes. El arcángel duerme y su trompeta.
y los caballos duermen en suave balanceo.
Los querubines todos, abrazados, una sola multitud,
duermen bajo los arcos del templo de San Pablo.
John Donne se ha dormido. Se han dormido, duermen los versos.
toda imagen, toda rima. Imposible encontrar
las débiles, las fuertes. Vicio, pesar, pecados,
callados por igual, descansan en sus sílabas.
Los versos todos, el uno para el otro como hermano fiel,
al menos se susurran entre sí: hazme sitio.
Pero están tan lejos del altar, tan pálidos, espesos,
tan limpios son, que la unidad los rige.
Toda estrofa duerme. Duerme el códice severo de los yambos.
Igual que guardianes duermen los troqueos, a diestra y a siniestra.
y duerme en ellos la visión del agua en el Leteo.
Y la otra cara, la gloria, duerme profundo tras ella.
Duermen las penas todas. Los sufrimientos, profundo, duermen.
duermen los vicios. el bien y el mal abrazados.
Y los profetas. La pálida caída de la nieve
en el espacio busca las pocas manchas negras.
Todo se ha dormido. Profundamente duerme la multitud de libros.
Los ríos de palabras, cubiertos por el hielo del olvido.
Duermen los ríos todos, con toda su verdad en ellos.
Duermen sus cadenas, tañen ligeras sus anillas.
Se ha dormido todo: santos, diablo, Dios.
Sus servidores viles. Sus amigos. Hijos.
Sólo la nieve musita en lo oscuro del camino.
y en el mundo entero no hay otro rumor.
!Mas, ay! Tú oyes: allá, en la fría noche,
hay alguien que allá llora, que susurra asustado.
Allá alguien se abre hacia el invierno todo.
Y llora. Hay alguien allí en lo negro.
!Tan fina es su voz! Fina es como aguja.
Mas el hilo no está… Y resbala en la nieve
tan sola. Por todas partes frío, oscuridad…
Tejiendo la noche con el alba… !Tan alta!
“¿Quién solloza allá? ¿Acaso eres tú, mi ángel,
que esperas el retorno, bajo la nieve, como el verano esperas
mi amor?…Entre tinieblas vas a casa.
¿Eres tú quien grita en la noche?” -No hay respuesta.
“¿O sois vosotros, querubines? El triste coro
me ha evocado el sonido de este llanto.
¿Acaso vosotros mismos decidís abandonar
de pronto mi durmiente templo? ¿Vosotros sois? ¿Vosotros?”
   -Silencio.
“¿O eres tú, Pablo? Aunque, a decir verdad, tu voz
es demasiado bronca por tu hablar severo.
¿Acaso eres tú quien ha hendido lo oscuro con tu cabeza blanca
y allá lloras? Pero vuela al encuentro el silencio.
“O ¿acaso la mano que cubrió la mirada en lo oscuro
es la que aquí por doquier asoma?
¿No serás tú, Señor? Pues, por loca que sea mi idea,
demasiado se eleva, no obstante, la voz que solloza”
Silencio. Quietud. “¿O has sido tú, Gabriel,
quien ha tañido la trompeta y alguien ladra alto?
Quizá será que sólo y o los ojos he abierto,
y los jinetes ensillan sus monturas.
Todo duerme profundamente. En brazos de una honda oscuridad.
Mientras los voceros se ciernen en tropel del cielo.
¿Acaso eres tú, Gabriel, quien, en pleno invierno,
con la trompeta sollozas aquí, solo a oscuras?

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