Konstantino Kavafis nació en Alejandría el 29 de abril de 1963 en el seno de una familia de comerciantes de clase elevada, siendo el menor de nueve hermanos. Kavafis contaba siete años cuando murió su padre, quien había dejado una menguada fortuna después de haberse convertido en uno de los comerciantes más ricos de la ciudad. En 1873 se traslada con su familia a Liverpool, donde su padre ya había fundado una compañía comercial de exportación de algodón que también operaba en Londres. En esta última ciudad residió durante seis años, llegando a hablar un perfecto inglés que más tarde le sirvió para ascender dentro de la administración egipcia. Ante la quiebra de la compañía familiar, tras una serie de desafortunadas operaciones en bolsa, la familia regresó a Alejandría en 1877. Los tumultos ocurridos en junio de 1882, atizados por los nacionalistas árabes contra los cristianos y europeos, con la posterior ocupación inglesa de la ciudad de Alejandría, obligaron a los Kavafis a refugiarse en Constantinopla. Tras residir en esa ciudad tres años, la familia regresó a Alejandría, donde Konstantino Kavafis comenzó a trabajar como corredor de la bolsa de Algodón. Más tarde consiguió un trabajo sin remunerar en la Oficina de Riegos con la esperanza de obtener un puesto fijo, lo que acabó logrando en abril de 1892. En esa misma oficina, con algún que otro ascenso, siguió trabajando hasta que en 1922 se acogió a una jubilación anticipada que le era favorable y que le permitió vivir sus últimos años ya dedicado a la poesía y a la escasa difusión de su obra. Se dice que Kavafis escogió adrede un trabajo mal remunerado con mucho tiempo libre para poder dedicarse por entero a su arte. Su propia familia había tratado de mantenerle lejos del mundo laboral con el propósito de que pudiera explotar su talento precoz a través de una carrera en el mundo de las letras. Aunque Kavafis no llego a gozar del mismo lujo que rodeó a su familia en vida de su padre, llegó a alcanzar una posición holgada que le permitió ciertos caprichos fuera del alcance de la mayoría de sus conciudadanos. Sin embargo, no resultaba raro oír a Kavafis maldecir de su trabajo precisamente porque le quitaba tiempo para su arte “Cuantas veces –confesó Kavafis a un joven poeta-, durante mi trabajo, me llega una bella idea, una rara imagen, con imprevistos versos del todo resueltos, y me veo obligado a abandonarlos porque el trabajo no se puede dejar pasar de largo”. Como oficinista disponía de un salario alto para la época y su periodo de vacaciones llegaba a durar hasta 12 semanas anuales. Kavafis entró a trabajar en la oficina con la tarea de copiar cartas a mano. Más tarde pasó a ser el corrector de las cartas que copiaban otros y podía llegar a corregir la misma carta una y otra vez, cargando las tintas en cada signo de puntuación. Según alguno de sus subordinados, su disimulo en el trabajo llegaba hasta el extremo “de llenar su mesa de carpetas que abría y llenaba de papeles para dar la impresión de que estaba sobrecargado de trabajo. Luego, cuando llegaba la hora de salir, los recogía y los volvía a poner en su sitio” A pesar de que Kavafis comenzó a escribir a una edad temprana, él mismo fechó el inicio de su carrera poética a partir de 1891. Cuenta su confidente Melanos que durante esos primeros años, tras su vuelta a Alejandría, la pasión le dominaba de tal manera que pasaba noches enteras lejos de su casa, en los barrios bajos, a escondidas, relacionándose con jóvenes obreros en bares y colmados, y viéndose obligado a sobornar a sus propios criados para que no le delatasen. Pero a comienzos de la década de los noventa Kavafis comienza a volcarse en su obra y a publicar poemas en algunas revistas de Alejandría y Atenas, o imprimiéndolos en hojas sueltas, llegando, incluso, a confeccionar panfletos e impresos para distribuirlos entre amigos y familiares en ediciones no venales. Parece ser que Kavafis nunca se ponía a escribir poemas de principio a fin. Los iba trabajando durante largos periodos, a menudo dejándolos dormitar años enteros, hasta que se le despertaba la inspiración y volvía sobre ellos. Su amigo Sarayannis escribió: “Kavafis no había nacido poeta; se hizo poeta año tras año. Halló su forma definitiva en 1911. Después él creía que sólo a partir de esta fecha había logrado ser poeta y a menudo renegaba de sus poemas anteriores, llegando a hacer desaparecer los panfletos que emitió en 1904 y 1911”. A partir de esa fecha Kavafis se hace consciente de la singularidad de su obra e inicia un nuevo sistema de publicación para un público escogido, en donde combina las hojas sueltas con los folletos, haciendo engrosar un corpus canónico que al final alcanzaría 154 poemas. Con razón afirma Seferis que “a partir de cierto momento que podría situarse hacia 1910, la obra de Kavafis debería ser leída y juzgada no como una serie de poemas separados sino como un poema único”. Un poliédrico poema donde convergen el erotismo y la sensualidad, la vida de la historia y la memoria de su vida, o de otras vidas, todo ello profundizado por una aguda conciencia de su tarea de artista. También es a partir de 1911 cuando su vida amorosa y sexual comienza a hacerse más discreta, a la vez que comienza a apartarse de la vida social. Famosa fue la conferencia sobre la poesía de Kavafis que el 23 de febrero de 1918 dio en Alejandría su amigo Singópulos, y que otro grupo de amigos disidentes intentó impedir a toda costa. Según palabras de su biógrafo, Robert Liddell, en esta conferencia “se establece como una opinión de Kavafis la de que el artista no puede llevar en su juventud una vida disciplinada, contrariamente a la que deben hacer el estudioso, el político y el comerciante. Sus actividades no tienen necesidad de altas horas en la noche ni de gasto de vitalidad y placer físico –necesitan sólo una cabeza clara por la mañana y durante todo el día-. Para el artista esa vida disciplinada es imposible y no sería correcta. Kavafis no quiere decir que el artista deba disiparse, sino que debe liberarse”. A partir de 1921, en que decide no renovar su contrato de trabajo –“por fin me veo libre de esta asquerosidad”, dijo al abandonar su oficina-, Kavafis se recluye en su modesto piso donde pasa los últimos años casi apartado de la vida literaria y rodeado de una cohorte de admiradores que iban a visitarle a diario. Era habitual verle pasear despacio por las calles de Alejandría, con las manos en los bolsillos, deteniéndose a mirar los escaparates y siempre hablando consigo mismo o informándose sobre temas históricos cuando encontraba a alguien que pudiera saciar su curiosidad. Kavafis llegó a ser una figura muy popular en su ciudad, conocido por casi todos los camareros de los cafés y restaurantes donde entraba ávido por estudiar a los clientes y en donde entablaba conversación con comerciantes, corredores de bolsa y gentes de todas las condiciones y oficios. En su último año de vida perdió la voz y se vio obligado a comunicarse por medio de notas manuscritas, tras ser sometido a una operación por un cáncer de garganta. Murió el día en que cumplió setenta años, el 29 de abril de 1933.
Además de los temas sobre la historia, el amor, la sensualidad y el arte que nutren la poesía de Kavafis, se encuentran al principio de su obra una serie de meditaciones sobre la vida en tono pesimista. No deja de resultar chocante que uno de los temas favoritos del Kavafis joven fuera el de la meditación sobre la la vejez y la muerte, teniendo en cuenta que a medida que Kavafis evoluciona y se va haciendo viejo, va apartando la mirada de estas preocupaciones para centrarse en la juventud y la voluptuosidad de los cuerpos por medio de su recreación en la memoria. También se puede observar esta misma evolución en el tono pesimista que acompaña a estos primeros poemas, que se va atemperando a medida que desarrolla su obra. En su segunda época, Kavafis se va volviendo más complaciente y optimista con el envejecimiento. La luz de la memoria puede iluminar con su vitalidad la nostalgia de los días perdidos. Kavafis se caracteriza en su primera época por tener una idea sombría respecto al futuro que le aguarda. Sofocado por una ciudad provinciana de la que le gustaría escapar, amargado por haber perdido la ciudadanía inglesa, hipersensible al paso del tiempo y el marchitamiento de los cuerpos, quisiera que el tiempo no pasase tan velozmente, pero a la vez se queja de la monotonía de una vida donde este tiempo parece detenerse sin que asome el futuro que anhelaba. Esta sensación pesimista de no poder escapar del propio destino, que nos ha encadenado a un único tiempo y lugar geográfico, se condensa de forma ejemplar en el poema “La Ciudad”. El mundo se vuelve pequeño, y con su estrechez ahoga las ansias del espíritu. No sólo el tiempo parece no pasar, con sus días monótonos e iguales, sino que además el hombre no puede escapar a ningún lugar de la tierra, ya que su destino personal se cumple inexorablemente. El hombre siempre lleva consigo la maldición de la que trata de huir, y la lucha contra el destino acaba en destrucción y derrota, pues todo intento de cambiarlo sucumbe ante la certeza de que no existe nada nuevo bajo el sol. Pero esta visión pesimista de la vida también se va optimizando con el paso de los años. El hombre puede intervenir en su propia vida por medio de la nobleza de su pensamiento y la emoción de su espíritu, y ensanchar así su horizonte, a la vez que es capaz de extraer de su contacto con el mundo una experiencia llena de sabiduría. Kafavis comienza a proponer la actitud del sabio como un ejemplo para el hombre que busca percibir el sentido oculto de las cosas y de su propia vida. A partir de la segunda década del siglo XX, comienzan a desaparecer estas angustiosas meditaciones sobre una vida que no espera encontrar sentido del presente ni del futuro que le aguarda, para centrar su reflexión en las enseñanzas que le deparan los comportamientos ejemplares o censurables de personajes pretéritos, célebres o anónimos, que con su vida fueron haciendo la Historia.
ÍTACA
(1911)
Si vas a emprender el viaje hacia Ítaca,
pide que tu camino sea largo,
rico en experiencias, en conocimiento.
A Lestrigones y a Cíclopes,
o al airado Poseidón nunca temas,
no hallaras tales seres en tu ruta
si alto es tu pensamiento y limpia
la emoción de tu espíritu y tu cuerpo.
A Lestrigones y a Cíclopes,
ni al fiero Poseidón hallarás nunca,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no es tu alma quien ante ti los pone.
Pide que tu camino sea largo.
Que numerosas sean las mañanas de verano
en que con placer, felizmente
arribes a bahías nunca vistas;
detente en los emporios de Fenicia
y adquiere hermosas mercancías,
madreperla y coral, y ámbar y ébano,
perfumes deliciosos y diversos,
cuanto puedas invierte en voluptuosos y delicados perfumes;
visita muchas ciudades de Egipto
y con avidez aprende de sus sabios.
Ten siempre a Ítaca en la memoria.
Llegar allí es tu meta.
Mas no apresures el viaje.
Mejor que se extienda largos años;
y en tu vejez arribes a la isla
con cuanto hayas ganado en el camino;
sin esperar que Ítaca te enriquezca.
Itaca te regaló un hermoso viaje.
Sin ella el camino no hubieras emprendido.
Mas ninguna otra cosa puede darte.
Aunque pobre la encuentres, no te engañara Ítaca.
Rico en saber y en vida, como has vuelto,
comprendes ya qué significan las Ítacas.
*****
ANCIANO
¿1897?
En el interior de un ruidoso café
un anciano se apoya sobre un velador;
un periódico ante él, iluminado por la soledad.
Y en el desprecio de su miserable vejez
piensa qué poco gozó de los años
cuando tuvo vigor, y elocuencia, y belleza.
Ha envejecido tanto; lo siente, lo ve.
El tiempo de su juventud, como si hubiera sido ayer,
pasó. Qué velozmente, qué velozmente.
Medita en cómo ahora se ríe de él la Sabiduría;
y cómo fió siempre -!qué locura!-
de esa embustera que le decía: “Mañana. Tienes mucho tiempo”.
Recuerda impulsos que contuvo; y el sacrificio
de su felicidad. De su insensata prudencia
se burla hoy cada ocasión perdida.
…Hasta que de tanto evocar el pasado
se adormece. Hundido
sobre el velador solitario.
*****
VELAS
(¿1899?)
Los días del futuro se alzan ante nosotros
como una hilera de velas encendidas-
doradas, vivaces, cálidas velas.
Los días del pasado quedaron tan atrás,
fúnebre hilera consumida
donde las más cercanas aún humean,
velas frías, torcidas y deshechas.
No quiero verlas; su aspecto me aflige,
me aflige recordar su luz primera.
Miro ante mí las velas encendidas.
No quiero volverme, y estremecerme al contemplar
qué rápidamente se alarga la hilera sombría,
qué rápidamente crece con sus velas ya consumidas.
*****
CHE FECE… IL GRAN RIFIUTO
(1901)
A cada uno le llega el día
de pronunciar el gran Sí o el gran
No. Quien dispuesto lo lleva
Sí manifiesta, y diciéndolo
progresa en el camino de la estima y la seguridad.
El que rehúsa no se arrepiente. Si de nuevo lo interrogasen
diría no de nuevo. Pero ese
no -legítimo- lo arruina para siempre.
(El título proviene de Dante. INFERNO III, 60, en su referencia a Celestino V y su renuncia al papado. Pueden admitirse más cercanas y personales connotciones: la actitud del patriarca Ioachin III frente al posible trono episcopal de Alejandría en 1899 y el lamentable asunto de la ciudadanía inglesa del Propio Kavafis)
*****
LAS ALMAS DE LOS VIEJOS
(¿1901?)
En sus viejos cuerpos ya gastados
moran las almas de los viejos.
Cuánta lástima inspiran
y qué monótona la vida miserable que arrastran.
Más como tiemblan ante la idea de perderla y cómo idolatran
a esas contradictorias y confusas
almas, que sostienen -tragicómicas-
bajo su piel correosa.
*****
VENTANAS
(¿1897?)
En esas habitaciones oscuras donde vivo
pesados días, con qué anhelo contemplo a veces
las ventanas. -Cuándo se abrirá
una de ellas y qué ha de traerme-
Pero esa ventana no se encuentra, o yo no sé
hallarla. Y quizás mejor sea así.
Quizá esa luz fuese para mí otra tortura.
Quién sabe cuántas cosas nuevas mostraría.
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MONOTONÍA
(¿1908?)
Sigue un día monótono a otro día igualmente
monótono, idéntico. Las mismas
cosas sucederán de nuevo, una y otra vez-
las mismas circunstancias nos toman y nos dejan.
A un mes sigue otro mes igual.
Lo que vendrá fácilmente se adivina;
serán las mismas cosas de ayer.
Y el mañana nunca parece ese mañana.
*****
MURALLAS
(1896)
Sin consideración, sin piedad, sin pudor
en torno mío han levantado altas y sólidas murallas.
Y ahora permanezco aquí en mi soledad.
Meditando en mi destino: la suerte roe mi espíritu:
tanto como tenía que hacer.
Cómo no advertí que levantaban esos muros.
No escuché trabajar a los obreros ni sus voces.
Silenciosamente me tapiaron el mundo.
*****
LA CIUDAD
(1909 – 1ª versión, 1894)
Dices “Iré a otra tierra, hacia otro mar
y una ciudad mejor con certeza hallaré.
Pues cada esfuerzo mío está aquí condenado,
y muere mi corazón
lo mismo que mis pensamiento en esta desolada languidez.
Donde vuelvo mis ojos sólo veo
las oscuras ruinas de mi vida
y los muchos años que aquí pasé o destruí.
No hallarás otra tierra ni otra mar.
La ciudad irá
las oscuras ruinas de mi vida
y los muchos años que aquí pasé o destruí”.
No hallarás otra tierra ni otra mar.
La ciudad irá en ti siempre. Volverás
a las mismas calles. Y en los mismos suburbios llegará tu vejez;
en la misma casa encanecerás.
Pues la ciudad siempre es la misma. Otra no busques
-no la hay-,
ni caminos ni barco para tí.
La vida que aquí perdiste
la has destruido en toda la tierra.
*****
FIN
(1911)
En medio del terror y de la sospecha,
con la mente agitada y los ojos asustados,
buscamos soluciones y planeamos qué hacer
para escapar de la segura
amenaza que tan espantosamente nos acecha.
Y sin embargo nos equivocamos, ése no es nuestro camino;
las noticias eran falsas
(o no escuchamos, no comprendimos bien):
Otro desastre, otro que nunca habíamos pensado,
súbita, tempestuosamente cae sobre nosotros,
y sin darnos tiempo -sin prepararnos- nos arrebata.
*****
CUANTO PUEDAS
(1913)
Si imposible es hacer tu vida como quieres,
por lo menos esfuérzate
cuanto puedas en esto: no la envilezcan nunca
en contacto excesivo con el mundo,
con una excesiva frivolidad.
No la envilezcas
en el tráfago inútil
o en el necio vacío
de la estupidez cotidiana,
y al cabo te resulte un huésped inoportuno.
*****
LOS SABIOS CONOCEN EL FUTURO
(1915)
Los hombres conocen las cosas del presente.
Las cosas del futuro son secreto de los dioses,
únicos poseedores de todas las luces.
Mas de lo que el futuro traiga, los sabios
pueden conocer. Su oído
a veces en horas de profunda meditación
se alarma. Y de los extraños acontecimientos en marcha
perciben el sentido oculto.
Y lo escuchan piadosos. Mientras en la calle
sordo permanece el vulgo.
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