A la espera de próximas entregas de su poesía y de una reseña
biográfica, de John Ashbery baste saber por ahora que falleció el 3 de septiembre del 2017 en
Nueva York, lugar en el que había nacido hace 90 años, que estaba considerado
como el mejor poeta vivo estadounidense, cuya fama comenzó a cimentar con la
obra que le encumbró en 1975, "Autorretrato en espejo convexo", que su prolífica obra, con más de 20 libros de
poemas, puede estar justificada por aquello que comentó en una entrevista:
"la misión del poeta es escribir poesía y hay que seguir al pie del
cañón", y que cierta deriva surrealista que se aprecia en sus poemas puede
ser achacable a su manera improvisada de ir componiendo sobre la marcha y de
írsele revelando el poema conforme se va
escribiendo. Tal vez por eso, por su forma improvisada de acercarse a la
poesía, como queriendo dejarse sorprender, repetía a menudo, para definir su
arte, la frase de John Cage: "no tengo nada que decir y lo estoy diciendo,
y eso es poesía."
Se puede añadir a la anterior reseña, que nació en Rochester, Nueva York, en 1927. Sus primeros años los pasó en el medio rural, en una granja que poseía su padre. Se licenció por la Universidad
de Harvard en 1949, y por la de Columbia en 1951, para doctorarse más tarde con una tesis sobre Auden. Antes, durante su adolescencia, había alentado la vocación de la pintura y durante cuatro años acudió periódicamente a las clases que se daban en el museo de Arte de Rochester. En alguna ocasión se ha pronunciado sobre la afinidad que tiene su poesía con la pintura. Hasta 1955 realizó diversas labores en editoriales. A partir de esa fecha, en que gana una Beca Flubright, reside en Francia, principalmente en Paris. Allí trabaja en labores de crítico de arte para la edición europea del Herald Tribune. También se dedica a traducir a poetas franceses: Rimbaud o Max Jacob. De vuelta a su país, sigue trabajando como crítico de arte y se convierte en editor de revistas. Durante la década de los 70 impartió clases en la Universidad de Brooklyn y una década más tarde se convirtió en profesor de literatura en el Bard College. Su obra ha sido tachada por algún critico de "original hasta la ininteligibilidad", y a veces da esa sensación: la de ser tan original como ininteligible. Se declaró poeta individualista que bebió de la tradición romántica, especialmente influido por Hölderlin. También le influyeron Stevens, Auden y Saint-John Perse. Ha recibido numerosos premios, entre ellos el Pulitzer, en 1976, por el libro que aquí se selecciona, "Autorretrato en espejo convexo".
“Autorretrato en espejo convexo”, es, como su título indica, un largo poema sobre el autorretrato del pintor renacentista Francesco Mazzola, apodado“El parmigianino”. Para la comprensión de este poema no es necesaria más información sobre el pintor y el cuadro que la que Ashbery nos brinda en él: que el cuadro se halla en un museo de Viena, donde Ashbery lo contempló en el verano de 1959, y sobre el que va a volver con la memoria quince años después, ya ubicado en su ciudad de Nueva York. Que el pintor, para sacarse su retrato, comenzó a mirarse en un espejo convexo de barbero, mandó a un tornero que le hiciera una bola de madera, la partió a la mitad, la redujo al tamaño de un espejo y copió en él lo que veía en el espejo de barbero. Y allí quedó su imagen “barnizada, embalsamada, proyectada en un ángulo de 180 grados”. Al ser la superficie del espejo convexa, la distancia aumenta significativamente y distorsiona las imágenes, por lo que llama la atención la mano derecha del pintor en primer plano, desproporcionada, “más grande que la cabeza”. Sin embargo, esta distorsión no produce una sensación de falta de armonía ni empaña su belleza. También se sabe de Francesco, “El Parmigianino”, que el saqueo de Roma, que tiene lugar en 1527, le sorprende trabajando, y que sus invenciones asombraron a los soldados que irrumpieron en su estudio. Tal vez esta estupefacción que producían sus habilidades hizo que se le perdonara la vida, a pesar de lo cual se mudó de ciudad. También sabemos por el poema que no sólo produjo estupefacción en los soldados; El papa Clemente y su corte también quedaron estupefactos y “le prometieron un encargo que nunca se materializó”. Es este raro encantamiento que produce el cuadro lo que hace que Ashbery quede también hechizado en un museo de Viena y luego mucho más tarde vuelva sobre él. Claramente Asbhery no se lo ha podido quitar de la cabeza. Y esto es lo último que nos basta saber sobre el pintor y la obra a la que dedica Ashbery su largo y célebre poema: que se interesó por la alquimia y que tal vez por eso su espíritu no era el de alguien interesado en las sutilezas del arte sino que buscaba, “con espíritu distanciado y científico, transmitir al espectador la sensación de novedad y asombro”. Cuando uno se pone a leer este poema no deja de pensar sino será esta misma sensación la que nos quiere transmitir Ashbery; si bajo el reflejo del retrato del Parmigianino no se esconde también su propio reflejo; y entonces quizás se puede comprender que la verdadera intención de Ashbery es ofrecernos su propio retrato, pero ocultándonoslo, “como hizo el Parmigianino”, “como para proteger lo que anuncia”. El autorretrato del Parmigianino es un pretexto para esbozar, de una manera elíptica, y mediante un juego metaficcional, su propio retrato. De ahí que su discurso se vuelva extenso: no es sólo el autorretrato del Parmigianino la única referencia sobre la que pivota el poema. Hay debajo todo un juego autoreferencial en el que Ashbery quiere retratarse y a la vez ocultarse.
“Autorretrato en espejo convexo”, es, como su título indica, un largo poema sobre el autorretrato del pintor renacentista Francesco Mazzola, apodado“El parmigianino”. Para la comprensión de este poema no es necesaria más información sobre el pintor y el cuadro que la que Ashbery nos brinda en él: que el cuadro se halla en un museo de Viena, donde Ashbery lo contempló en el verano de 1959, y sobre el que va a volver con la memoria quince años después, ya ubicado en su ciudad de Nueva York. Que el pintor, para sacarse su retrato, comenzó a mirarse en un espejo convexo de barbero, mandó a un tornero que le hiciera una bola de madera, la partió a la mitad, la redujo al tamaño de un espejo y copió en él lo que veía en el espejo de barbero. Y allí quedó su imagen “barnizada, embalsamada, proyectada en un ángulo de 180 grados”. Al ser la superficie del espejo convexa, la distancia aumenta significativamente y distorsiona las imágenes, por lo que llama la atención la mano derecha del pintor en primer plano, desproporcionada, “más grande que la cabeza”. Sin embargo, esta distorsión no produce una sensación de falta de armonía ni empaña su belleza. También se sabe de Francesco, “El Parmigianino”, que el saqueo de Roma, que tiene lugar en 1527, le sorprende trabajando, y que sus invenciones asombraron a los soldados que irrumpieron en su estudio. Tal vez esta estupefacción que producían sus habilidades hizo que se le perdonara la vida, a pesar de lo cual se mudó de ciudad. También sabemos por el poema que no sólo produjo estupefacción en los soldados; El papa Clemente y su corte también quedaron estupefactos y “le prometieron un encargo que nunca se materializó”. Es este raro encantamiento que produce el cuadro lo que hace que Ashbery quede también hechizado en un museo de Viena y luego mucho más tarde vuelva sobre él. Claramente Asbhery no se lo ha podido quitar de la cabeza. Y esto es lo último que nos basta saber sobre el pintor y la obra a la que dedica Ashbery su largo y célebre poema: que se interesó por la alquimia y que tal vez por eso su espíritu no era el de alguien interesado en las sutilezas del arte sino que buscaba, “con espíritu distanciado y científico, transmitir al espectador la sensación de novedad y asombro”. Cuando uno se pone a leer este poema no deja de pensar sino será esta misma sensación la que nos quiere transmitir Ashbery; si bajo el reflejo del retrato del Parmigianino no se esconde también su propio reflejo; y entonces quizás se puede comprender que la verdadera intención de Ashbery es ofrecernos su propio retrato, pero ocultándonoslo, “como hizo el Parmigianino”, “como para proteger lo que anuncia”. El autorretrato del Parmigianino es un pretexto para esbozar, de una manera elíptica, y mediante un juego metaficcional, su propio retrato. De ahí que su discurso se vuelva extenso: no es sólo el autorretrato del Parmigianino la única referencia sobre la que pivota el poema. Hay debajo todo un juego autoreferencial en el que Ashbery quiere retratarse y a la vez ocultarse.
El poema trata de descifrar el secreto que oculta el cuadro. En él se
da un equilibrio inestable entre la belleza y la desproporción de formas que
amenazan esa misma belleza. El retrato nos anuncia que todo es superficie y que
no hay nada más que lo que está ahí, pero, a la vez, lo que está ahí se halla amenazado por la desintegración. Parece subsistir sólo mientras se le mantiene
con la mirada o mientras se le nombra. Tiene la consistencia de la ficción, que
es real sólo mientras conmueve la imaginación. Pero el cuadro tiene a la vez un
segundo efecto ilusorio, pues a primera vista, y si a uno le coge sorprendido, ese autorretrato se puede
confundir con un espejo y el que lo mira acaba en él metiendo la cabeza; por un
momento se produce un hechizo y las dimensiones del tiempo se vuelven vaporosas
y uno puede comunicarse y hasta confundirse con el retratado. Es como uno de
esos cuentos de transmigraciones y fantasmas que tanto gustaba a Poe o a Cortazar.
Parece como si nos asomáramos a la otredad. Se trata de la posibilidad de
captar el alma, que tal vez sea la tarea espiritual que tiene encomendada el
arte. Pero el mensaje de Ashbery es un tanto nihilista. El arte, al poner de
relieve la inanidad del mundo (no hay nada más que lo que está ahí), proclama a
la vez su propia inanidad. Pero a la vez Ashbery se halla interesado por todo lo contrario, por la profundidad que
parece evocar ese autorretrato y, con él, el arte. Todo el espacio que abre aparentemente el cuadro
representa a la vez el espacio de posibilidades que se nos abre a nosotros y que a menudo desaprovechamos: el
cuadro se convierte en una magna y oblicua metáfora de la vida. La distorsión
de la imagen pintada parece hablarnos de la complejidad del mundo, que no obra
con la simplicidad que se le supone.
El tiempo es el otro gran tema sobre el que gira el poema. Al
estar tratando su discurso sobre un retratado que ya es historia y polvo, pero
que se hace presente gracias a la magia del arte, el poeta toma el motivo del cuadro como materia para
reflexionar sobre el tiempo. Ese presente, que con tanta fidelidad parece
circunscribirse sobre el retratado, tiene la virtud –al comprenderse que es un
presente ido- de hacer volver la mirada sobre el tiempo actual del poeta. Y al
ser una reflexión sobre el inaprehensible presente, se convierte en una
reflexión sobre esa escurridiza materia que es el tiempo. En esto, y en el tono reflexivo, se asemeja a la Elegía de Duino, de Rilke, y a los "cuartetos", de T. S. Eliot. Pero además, la
reflexión sobre las condiciones del pintor, y sobre lo que tal vez pretendió expresar y no logró,
da motivo a Ashbery para reflexionar sobre el proceso creativo que rodea esta
pintura, y que coincide con su propia concepción poética. Para Ashbery, el poeta no
sabe qué poema va a confeccionar hasta que lo escribe y la creación tiene leyes
propias que imperan sobre la voluntad del propio creador.
AUTORRETRATO EN ESPEJO CONVEXO
Como hizo el Parmigianino, la mano derecha
Más grande que la cabeza, adelantada hacia el espectador
Y replegándose suavemente, como para proteger
Lo que anuncia. Unos cristales emplomados, vigas viejas,
Pieles, muselina plisada, un anillo de coral corren unidos
En un movimiento sobre el que se apoya el rostro, que flota
Acercándose y retirándose como la mano
Sólo que está en reposo. Es lo que está
Sustraído. Dice Vasari: “Francesco se puso un día
A sacarse su retrato y se miró con ese propósito
En un espejo convexo, como los que usan los barberos…
Para ello mandó aun tornero que le hiciera
Una bola de madera, y tras partirla por la mitad y
Reducirla al tamaño del espejo, con gran arte
Se puso a copiar
cuanto veía en el espejo”,
Principalmente su reflejo, del que el retrato
Es el reflejo una vez quitado.
El espejo decidió reflejar tan sólo lo que él veía
Que fue suficiente para su propósito: su imagen
Barnizada, embalsamada, proyectada en un ángulo de 180
grados.
La hora del día o la densidad de la luz
Adhiriéndose al rostro lo conservan
Vivaz e intacto en una ola recurrente
De llegada. El alma se asienta.
Pero ¿hasta dónde puede salir por los ojos flotando
Y aún regresar a su nido a salvo? Al ser la superficie
Del espejo convexa, la distancia aumenta
Significativamente; es decir, lo bastante para apuntar
Que el alma es un cautivo, tratado humanitariamente,
mantenido
En suspenso, incapaz de avanzar hasta mucho más allá
De tu mirada cuando intercepta el cuadro.
El papa Clemente y su corte se quedaron “estupefactos”,
Según Vasari, y le prometieron un encargo
Que nunca se materializó. El alma ha de permanecer donde está
Aunque se inquiete, oyendo gotas de lluvia en el cristal,
El suspirar de las hojas de otoño azotadas por el viento
Anhelando estar libre, fuera, pero debe quedarse
Posando en este sitio. Debe moverse
Lo menos posible. Esto es lo que dice el retrato.
Pero hay en esta mirada fija una combinación
De ternura, diversión y pesar, tan poderosa
En su contención que uno no puede mirar mucho tiempo.
El secreto es demasiado evidente. Escuece su piedad,
Hace brotar lágrimas calientes: que el alma no es alma,
No tiene secreto, es pequeña, y encaja
En su hueco perfectamente; su habitación, nuestro momento de
atención.
Esa es la melodía pero no hay letra.
La letra es sólo especulación
(del latín speculum, espejo):
Busca el significado de la música sin poder hallarlo.
Vemos tan sólo posturas del sueño,
Jinetes del además oscilante que hace aparecer
El rostro bajo cielos de tarde, en
Falso desaliño como prueba de autenticidad.
Pero es la vida englobada.
Uno querría sacar la mano
Fuera del globo, pero su dimensión,
Lo que lo soporta, no lo permitirá.
Sin duda es esto, no el reflejo
De esconder algo, lo que hace que la mano destaque tanto
Mientras retrocede ligeramente. No hay forma
De erigirla plana como la sección de un muro:
Debe unirse al segmento de un círculo,
Volviendo al azar al cuerpo del que parece
Tan improbable parte, para cercar y apuntalar el rostro
En el que el esfuerzo de este estado se ve
Como el ápice de una sonrisa, un destello
O estrella que uno no está seguro de haber visto
Cuando se reanuda la oscuridad. Una luz perversa cuyo
Imperativo de sutileza de antemano condena su
Presunción de alumbrar: insignificante pero intencionada.
Francesco, tu mano es lo bastante grande
Para destrozar la esfera, y demasiado grande,
Pensaría uno, para tejer delicadas mallas
Que sólo arguyen su posterior detención.
(Grande, pero no tosca, simplemente a otra escala,
Como una ballena dormitando en el fondo del mar
En relación con el diminuto, presuntuoso barco
De la superficie). Pero tus ojos proclaman
Que todo es superficie. La superficie es lo que está ahí
Y nada puede existir excepto lo que está ahí.
No hay entrantes en la habitación, sólo concavidades,
Y la ventana no tiene mucha importancia, ni ese
Plateado de ventana o espejo de la derecha, ni siquiera
Como indicador del tiempo, que en francés es
le temps, la palabra de tiempo, y que
sigue un curso en el que los cambios son sólo
características del conjunto. El conjunto es estable dentro
de la inestabilidad, un globo como el nuestro, que descansa
sobre un pedestal de vacío, una bola de ping-pong
segura sobre su surtidor de agua.
Y así como no hay palabras para la superficie, es decir,
No hay palabras para decir lo que es realmente, que no es
Superficial sino un núcleo visible, así no hay
Salida para el problema de pathos contra experiencia.
Ahí seguirás, intranquilo, sereno en
Tu gesto que no es abrazo ni aviso
Pero que encierra algo de ambos en pura
Afirmación que no afirma nada.
Estalla el globo, la atención
Se desvía mortecinamente. Las nubes
En el charco se convierten al moverse en fragmentos serrados.
Pienso en los amigos
Que vinieron a verme, en qué tal
Fue ayer. Un sesgo extraño
De la memoria que atraviesa al modelo que sueña
En el silencio del estudio mientras piensa
Si levantar el lápiz hasta el autorretrato.
Cuánta gente vino y se quedó algún tiempo,
Pronunció palabras claras u oscuras que se hicieron parte de
ti
Como la luz tras niebla y arena empujadas por el viento,
Influida y filtrada por ellas, hasta que ya no queda
Ninguna parte que sea sin duda tú. Esas voces del atardecer
Te lo han contado todo y sin embargo prosigue el cuento
En forma de recuerdos depositados en bloques
Irregulares de cristales. ¿De quién, Francesco, la mano
arqueada
Que controla las estaciones cambiantes y los pensamientos
Que van pelando y emprenden el vuelo a velocidades de vértigo
Con las últimas y obstinadas hojas arrancadas
De ramas húmedas? En esto veo tan sólo el caos
De tu espejo redondo que lo organiza todo
En torno a la estrella polar de tus ojos que están vacíos,
No saben nada, sueñan pero nada revelan.
Siento el tiovivo ponerse en marcha lentamente
Y cada vez ir más de prisa: mesa, papeles, libros,
Fotografías de amigos, la ventana y los árboles
Fundiéndose en una sola banda neutra que me rodea
Por todas partes, dondequiera que mire.
Y no puedo explicar la acción de igualar,
Por qué habría de reducirse todo a una sola
Sustancia uniforme, a un magma de interiores.
Mi guía en estas cuestiones es tu yo,
Firme, oblicuo, que lo acepta todo con el mismo
Espectro de sonrisa, y al acelerarse el tiempo de modo que es
pronto
Mucho más tarde, puedo conocer tan sólo la salida, recta,
La distancia entre nosotros. Hace mucho tiempo
Los datos esparcidos significaban algo,
Los pequeños accidentes y placeres
Del día a medida que avanzaba desgarbadamente,
Un ama de casa con sus quehaceres. Imposible ahora
Restituir esas propiedades en la plateada mancha que
El registro de lo que lograste al sentarte
“a copiar con gran arte cuanto veías en el espejo”
Para perfeccionar y excluir lo ajeno
Para siempre. En el círculo de tus intenciones quedan
Algunas vigas que perpetúan el encantamiento de un yo con
otro yo:
Miradas, muselina, coral. No importa
Porque estas cosas son cosas que son iguales hoy
Antes de que la sombra propia se saliera del campo
Por vez primera para hacerse pensamientos del mañana.
El mañana es fácil, pero el hoy está inexplorado,
Desolado, reacio como cualquier paisaje
A rendir lo que son leyes de la perspectiva
Sólo para profunda desconfianza del pintor
Después de todo, un instrumento endeble aunque
Necesario. Por supuesto algunas cosas
Son posibles, el hoy lo sabe, pero no sabe cuáles. Algún día
intentaremos
Hacer tantas cosas como sean posibles
Y tal vez lo logremos con un puñado
De ellas, pero esto no tendrá nada
Que ver con lo que es hoy prometido, nuestro
Paisaje, que se nos vuela para desaparecer
Por el horizonte. Brilla hoy lo bastante de una envoltura
Para mantener la suposición de promesas unidas
En un solo trozo de superficie, que lo dejan a uno volver
Paseando desde ellas a casa para que estas
Aún mayores posibilidades puedan permanecer
Intactas sin someterse a prueba. De hecho
La cáscara del cuarto-burbuja es tan resistente como
Huevos de reptil: todo allí se ve “programado”
A su debido tiempo; se va incluyendo más
Sin que ese más se añada a la suma, y así como uno
Se acostumbra a un ruido que
Lo mantenía despierto pero ya no lo hace,
Así la habitación alberga este flujo como un reloj de arena
Sin variar de clima ni de calidad
(excepto quizá para iluminarse sombría y casi
Invisiblemente, en un foco que se afila hacia la muerte:
habrá
Más sobre esto luego). Lo que debería ser el vacío de un
sueño
Se va llenando continuamente al ponerse espita
Al manantial de los sueños para que este concreto sueño
Pueda crecer, florecer como una rosa de cien hojas,
Desafiando suntuarias leyes, dejándonos
Para que despertemos y tratemos de empezar a vivir en lo que
Se ha convertido ahora en un suburbio. Sydney Freedberg en su
Paarmigianino dice del cuadro: “el realismo en este retrato
No crea ya una verdad objetiva, sino una bizarría…
Sin embargo su distorsión no produce
Una sensación de falta de armonía… Las formas conservan
Una fuerte dosis de belleza ideal”, porque
Las nutren nuestros sueños, tan inconsecuentes hasta que un
día
Nos fijamos en el hueco que dejaron. Ahora su importancia
Está clara si no su significado. Habían de nutrir un sueño
que las incluye a todas, ya que están
Finalmente invertidas en el espejo acumulador.
Parecían extrañas porque en realidad no podíamos verlas.
Y de esto sólo nos damos cuenta en un punto en el que se
esfuman
Como una ola rompiendo en una roca, renunciando
A su forma en un gesto que expresa esa forma.
Las formas conservan una fuerte dosis de belleza ideal
Al hurgar en secreto en nuestra idea de la distorsión.
¿Por qué estar descontentos con esa ordenación, si
Los sueños nos prolongan al ser absorbidos?
Algo ocurre que parece vivo, un movimiento
Que sale del sueño para entrar en su codificación.
Al empezar yo a olvidarlo
Presenta su estereotipo otra vez
Pero es un estereotipo desconocido, el rostro
Fondeando, salido de mil peligros, para encarar
Otros pronto, “más de ángel que de hombre” (Vasari).
Tal vez un ángel tenga el aspecto de cuantas cosas
Se nos han olvidado, quiero decir las cosas
Olvidadas que no nos son familiares al
Volver a encontrarlas, perdidas inefablemente,
Que una vez fueron nuestras. Este sería el motivo
Para invadir la intimidad de este hombre que
“se interesó por la alquimia, pero cuyo deseo
No era aquí examinar las sutilezas del arte
Con espíritu distanciado y científico: deseaba a través de
ellas
Transmitir al espectador la sensación de novedad y asombro”.
(Freedber). Retratos posteriores como el “Caballero”
De los Uffizi, el “Joven prelado” de la Borghese y
La “antea” de Nápoles resultan de tensiones
Manieristas, pero aquí, como señala Freedberg,
La consonancia del Alto Renacimiento
Está presente, aunque distorsionada por el espejo.
Lo que es novedoso es el extremo cuidado en representar
Las veleidades de la redondeada superficie reflectora
(en el primer retrato de espejo),
De modo que podrías engañarte por un instante
Antes de darte cuenta de que el reflejo
No es el tuyo. Te sientes entonces como uno de esos
Personajes de Hoffmann a los que se ha privado
De reflejo, sólo que la totalidad de mí
Se ve que está suplantada por la rigurosa
Otredad del pintor en su
Otra habitación. Lo hemos sorprendido
Trabajando, pero no, él nos ha sorprendido
Mientras trabaja. El cuadro está casi acabado,
La sorpresa casi pasada, como cuando uno se asoma a mirar,
Sobresaltado por una nevada que aún ahora está
Terminando en chispas y partículas de nieve.
Tuvo lugar mientras estabas dentro, dormido,
Y no hay ninguna razón por la que debieras haber
Estado despierto para ello, salvo que el día
Se está acabando y te será difícil
Conciliar esta noche el sueño, hasta tarde al menos.
La sombra de la ciudad inyecta su propia
Urgencia: Roma donde Francesco
Trabaja durante el Saqueo: sus invenciones
Asombraron a los soldados que irrumpieron en su estudio;
Decidieron perdonarle la vida pero él se fue al poco tiempo;
Viena donde está hoy la pintura, donde
La vi con Pierre en el verano de 1959; Nueva York
Donde estoy ahora, que es un logaritmo
De otras ciudades. Nuestro paisaje
Rebosa de filiaciones, viajes rápidos de ida y vuelta;
Los negocios se llevan con la mirada, el gesto,
Los rumores. Es otra vida de la ciudad,
La azogada espalda del espejo del
Estudio inidentificado pero dibujado precisamente. Quiere
Sacar un sifón la vida del estudio, reducir
A decretos su espacio en el mapa, hacerlo isla.
Esa operación se ha visto paralizada temporalmente
Pero algo nuevo está en camino, un nuevo preciosismo
En el viento. ¿Puedes soportarlo,
Francesco? ¿Eres lo bastante fuerte?
Este viento rae lo que no sabe, es
Autopropulsado, ciego, no tiene noción
De sí mismo. Es la inercia que una vez
Reconocida mina toda actividad, secreta o pública:
Susurros de la palabra que no puede entenderse
Pero si sentirse, un escalofrío, una plaga
Que sale hacia el exterior por los cabos y penínsulas
De tus nervaduras y así para los archipiélagos
Y para el aireado y bañado secreto del mar abierto
Éste es su lado negativo. Su lado positivo
Es que te hace notar la vida y las tensiones
Que parecía sólo que se marchaban, pero que ahora,
A medida que esta nueva manera va cuestionando, se ve que
Se apresuran a pasar de moda. Si han de convertirse en
clásicos
Tienen que decidir de qué lado están.
Su reticencia ha socavado
El decorado urbano, ha hecho que sus ambigüedades
Parezcan tercas y cansadas, los juegos de un anciano.
Lo que ahora necesitamos es ese improbable
Aspirante al título que aporrea las puertas de un castillo
Asombrado. Tu argumento, Francesco,
Había empezado a ponerse rancio al no verse venir
Respuesta ni contestaciones. Si ahora se deshace
En polvo, eso solo significa que su hora había llegado
Hace ya algún tiempo, pero mira ahora, y escucha:
Puede ser que esté ahí almacenada otra vida
En escondrijos de los que nadie sabía; que ella,
No nosotros, seamos el cambio; que de hecho seamos ella
Si pudiéramos volver a ella, revivir en parte el aspecto
Que tenía, volver nuestros rostros al globo mientras se pone
Y aún salir con bien de ello:
Nervios normales, respiración normal. Al ser una metáfora
Hecha para incluirnos, somos parte de ella y
Podemos vivir en ella como de hecho hemos vivido,
Con tal de dejar nuestras mentes en blanco porque el
cuestionamiento
Vemos ahora que no se dará caprichosamente
Sino de un modo ordenado que no pretende amenazar
A nadie: el modo natural en que se hacen las cosas,
Como el crecer concéntrico de los días
En torno a una vida:
correctamente, si piensas en ello.
Una brisa como el volver de una página
Trae de nuevo tu rostro: el momento
Se lleva un enorme bocado de la neblina
De placentera intuición a la que sucede.
Encaja en un lugar es “la muerte misma”,
Como dijo Berg de una frase de la Novena de Mahler;
O, para citar a Imógenes en Cymbeline, “no puede
Haber en la muerte pellizco más fuerte que éste”, pues
Aunque sólo ejercicio o táctica, lleva
El impulso de una convicción que había ido creciendo.
La mera capacidad de olvido no puede borrarlo
Ni hacerlo volver el deseo, mientras siga siendo
El blanco precipitado de su sueño
En el clima de suspiros lanzados a través de nuestro mundo,
Un trapo encima de una jaula. Pero es seguro que
Lo que es bello lo parece tan sólo en relación a una vida
Específica, experimentada o no, canalizada en alguna forma
empapada en la nostalgia de un pasado colectivo.
La luz hoy se sumerge con un entusiasmo
Que he conocido en otro sitio, y he sabido por qué
Parecía significativo que otros sintieron así
Hace años. Sigo consultando
Este espejo que ya no es mío
Durante tanta activa ociosidad como esta vez
Ha de tocarme. Y la vasija está siempre llena
Porque lo único que hay es justamente tanto espacio
Y en él cabe todo. La muestra que uno ve no ha de tomarse
como
Eso tan sólo, sino como todo en cuanto
Puede ser imaginado fuera del tiempo: no como un gesto
Sino como totalidad, en el
refinado, asimilable estado.
Pero, ¿de qué es este universo el pórtico
Pues entra y sale, retrocede y avanza,
Negándose a rodearnos y sin embargo la única
Cosa que podemos ver? El amor una vez
Inclinó la balanza pero ahora está en sombra, invisible
Aunque misteriosamente presente, por algún lado.
Pero nosotros sabemos que no puede intercalarse
Entre dos momentos adyacentes, que sus meandros
No llevan a ninguna parte excepto a más afluentes
Y que éstos desembocan en una vaga
Sensación de algo que no puede conocerse nunca
Aun cuando parezca probable que cada uno de nosotros
Sepa qué es y sea capaz de
Comunicarlo al otro. Pero la mirada
Que algunos llevan como señal le hace a uno querer
Avanzar haciendo caso omiso de la evidente
Ingenuidad del intento, sin que le importe
Que no esté nadie escuchando, ya que la luz
Ha quedado encendida en esos ojos de una vez para siempre
Y está presente, incólume, una anomalía permanente
Silenciosa y despierta. En su apariencia
No parece haber especial razón por la que esa luz
Debiera enfocarla el amor, o por la que
La ciudad que cae con sus hermosas zonas residenciales
En el siempre menos claro, menos definido espacio,
Debiera verse como el soporte de su progreso,
El caballete sobre el cual se desplegó el drama
Para su propia satisfacción hasta el fin
De nuestro sueño, ya que nunca habíamos imaginado
Que acabaría, a la gastada luz del día con la pintada
Promesa transparentándose como una prenda, un vínculo.
Este anodino tiempo diurno, que nunca estará definido, es
El secreto de dónde tiene lugar el sueño
Y ya no podemos volver a las diversas
Declaraciones contrarias acumuladas, fallos de la memoria
De los testigos principales. Lo único que sabemos
Es que llegamos un poco pronto, que
El hoy tiene esa especial, lapidaria
Calidad de hoy que la luz del sol reproduce
Fielmente al proyectar sombras de ramas sobre aceras
Amigables. Ningún día previo habría sido así.
Yo solía pensar que eran todos semejantes,
Que el presente tenía siempre el mismo aspecto para todo el
mundo
Pero esta confusión se desvanece al estar
Uno siempre encaramándose en su propio presente.
Sin embargo el espacio “poético”, pajizo,
Del largo corredor que lleva de vuelta al cuadro,
Su oscurecedor contrario, ¿es esto
Alguna ficción del “arte” que no ha de imaginarse
Como real, no digamos especial? ¿No tiene también su guarida
En el presente del que estamos escapando siempre
Y volviendo a caer en él, como la noria de los días
Sigue su sosegado, incluso sereno curso?
Creo que está intentado decir que es el hoy
Y nosotros debemos salir de él del mismo modo que el público
Se abre paso ahora a empujones en el museo para
Estar fuera a la hora del cierre. No puedes vivir ahí.
El gris barniz del pasado ataca toda destreza:
Secretos de lavado y acabado que llevó toda una vida
Aprender y son reducidos a la condición de
Ilustraciones en blanco y negro de un libro en el que
escasean las láminas en color. Es decir, el tiempo todo
Se reduce a ningún tiempo en especial. Nadie
Alude al cambio; hacerlo podría
Suponer llamar la atención sobre uno mismo
Lo cual aumentaría el pavor de no salir
Antes de haber visto la colección entera
(a excepción de las esculturas del sótano:
Están donde les corresponde).
Nuestro tiempo llega a velarse, a verse comprometido
Por la voluntad de durar del retrato. Insinúa
La nuestra, que teníamos la esperanza de mantener oculta.
No nos hacen falta pinturas ni
Aleluyas escritas por maduros poetas cuando
La explosión es tan precisa, tan excelente.
¿Tiene algún sentido reconocer siquiera
La existencia de todo eso? ¿Existe
Acaso? Desde luego no el tiempo libre para
Consentirse pasatiempos majestuosos,
Ya no. El hoy no tiene márgenes, el acontecimiento llega
De una pieza con sus bordes, es de la misma sustancia,
Indistinguible. El “juego” es otra cosa;
Existe, en una sociedad específicamente
Organizada como demostración de sí misma.
No hay otra manera, y esos gilipollas
Que lo confundirían todo con sus juegos de espejos
Que parecen multiplicar premios y posibilidades, o
Al menos confundir las cosas por medio de un aura
Envolvente que corroería la arquitectura
Del todo en una neblina de reprimida burla,
Están al margen del asunto. Están fuera del juego
Que no existe hasta que ellos estén fuera de él.
Parece un universo muy hostil
Pero puesto que el principio de cada individual es
Hostil a todas las demás y existe a costa de ellas
Como a menudo han señalado los filósofos, al menos
Esta osa, el presente indiviso y mudo,
Tiene la justificación de la lógica, que
No es mala cosa en este caso
O no lo sería, si la manera de contar
No se entrometiera de algún modo, tergiversando el resultado
final
En una caricatura de sí mismo. Esto ocurre
Siempre, como en el juego en el que
Una frase susurrada que da la vuelta a la habitación
Acaba en algo completamente distinto.
Es el principio lo que hace las obras de arte tan diferentes
De lo que pretendió el artista. A menudo éste descubre
Que ha omitido lo que se puso a decir
En primer lugar. Seducido por flores,
Placeres explícitos, se culpa (aunque
Secretamente satisfecho con el resultado), imaginando
Que tuvo algo que decir y ejerció
Una opción de la que apenas fue consciente,
Ignorante de que la necesidad sortea tales resoluciones
Para crear algo nuevo
Por su cuenta, que no hay otra manera,
Que la historia de la creación procede según
Leyes estrictas y que las cosas
Se hacen de este modo, pero nunca las cosas
Cuya realización emprendimos y que tan desesperadamente
queríamos
Ver nacer. El Parmigianino
Debió darse cuenta de esto mientras trabajaba
En su tarea obstructora de vida. Uno se ve forzado a atribuir
La realización perfectamente plausible de un propósito
Al terso, quizá incluso suave (pero tan
Enigmático) acabado. ¿Acaso hay algo
Que merezca tomarse en serio fuera de esta otredad
Que se incluye en las formas
Más corrientes de la actividad cotidiana, cambiándolo todo
Ligera y profundamente, y arrancando la materia
De la creación, cualquier creación, no sólo la artística
De nuestras manos para instalarla en alguna monstruosa,
próxima
Cima, demasiado cercana para no hacer caso, demasiado lejana
Para que uno intervenga? Esta otredad, este
“no ser monstruoso” es cuanto hay que mirar
En el espejo, aunque nadie pueda decir
Como llegó a ser de este modo. Un barco
Enarbolando colores desconocidos ha entrado en el puerto.
Estás permitiendo a
materias ajenas
Quebrar tu día, nublar el foco
De la bola de cristal. Su escenario se pierde a la deriva
Como vapor esparcido en el viento. Las fértiles
Asociaciones mentales que hasta ahora venían
Tan fácilmente, ya no aparecen, o rara vez. Sus
Coloridos son menos intensos, desteñidos
Por lluvias y vientos otoñales, echados a perder, embarrados,
Devueltos a ti porque no valen nada.
Pero somos animales de costumbres en tan gran medida que sus
Implicaciones todavía rondan en permanence, confundiendo
Las cosas. Tomarse en serio tan sólo el sexo
Es tal vez un camino, pero las arenas sisean
Al acercarse al comienzo del gran deslizamiento
En lo que ocurrió. Este pasado
Está ahora aquí: el rostro
Reflejado del pintor, en el que nos demoramos, recibiendo
Sueños e inspiraciones en una frecuencia
No designada, pero los tintes se han hecho metálicos,
Las curvas y bordes no son tan ricos. Cada persona
Tiene una gran teoría para explicar el universo
Pero éstas no cuentan la historia entera
Y al final es lo que está fuera de cada uno
Lo que importa, para él y sobre todo para nosotros
Que no hemos recibido ningún tipo de ayuda
Para descifrar nuestro inmenso cociente y debemos apoyarnos
En conocimientos de segunda mano. Sin embargo yo sé
Que el gusto de cualquier otro no va a ser
De ninguna ayuda, y se le podría también no hacer caso.
Pareció una vez tan perfecto: brillo sobre la delicada
Piel pecosa, labios humedecidos como a punto de abrirse
Liberando el habla, y el familiar aspecto
De las ropas y muebles que uno olvida.
Este podría haber sido nuestro paraíso. Exótico
Refugio dentro de un mundo exhausto, pero eso no estaba
En las cartas, porque no podría haberse tratado
De eso. Remedar la naturalidad puede ser el primer paso
Para alcanzar una calma interior,
Pero es tan sólo el primer paso, y a menudo
Queda como un congelado gesto de bienvenida grabado al
aguafuerte
En el aire que detrás se materializa,
Una convención. Y verdaderamente no tenemos
Tiempo para
convenciones, salvo utilizarlas
Para prender fuego. Cuanto antes se quemen
Mejor para los papeles que tenemos que interpretar.
Te lo imploro por tanto, retira esa mano,
No la ofrezcas ya más como escudo o saludo,
Escudo de un saludo, Francesco:
En la recámara hay sitio para una bala:
Nuestro mirar por el otro extremo
Del telescopio mientras tú retrocedes a una velocidad
Mayor que la de la luz para al final aplanarte
Entre los rasgos de la habitación, una invitación
Nunca echada al correo, el síndrome de “fue todo
Un sueño”, aunque el “todo” dice bastante
Sucintamente que no lo fue. Su existencia
Fue real, aunque turbulenta, y el dolor
De este sueño que despierta no puede nunca acallar
El diagrama todavía esbozado en el viento,
Elegido, pensado para mí y materializado
En el disimulado resplandor de mi habitación.
Hemos visto la ciudad: es el ojo protuberante
Y reflejado de un insecto. Todas las cosas ocurren
En su balcón y se resumen en el interior
Pero la acción es el frío y empalagoso flujo
De una cabalgata. Uno se siente recluido en exceso,
Cerniendo la luz del sol de abril a la busca de pistas,
En la mera quietud de la tranquilidad de su
Parámetro. La mano no sostiene tiza
Y cada parte del todo se desprende
Y no puede saber que supo, excepto
Aquí y allá, en fríos bolsillos
De remembranza, susurros salidos del tiempo.
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