jueves, 26 de octubre de 2017

POETAS 116. John Ashbery (II) Autorretrato en espejo convexo


A la espera de próximas entregas de su poesía y de una reseña biográfica, de John Ashbery baste saber por ahora que falleció el 3 de septiembre del 2017 en Nueva York, lugar en el que había nacido hace 90 años, que estaba considerado como el mejor poeta vivo estadounidense, cuya fama comenzó a cimentar con la obra que le encumbró en 1975, "Autorretrato en espejo convexo", que su  prolífica obra, con más de 20 libros de poemas, puede estar justificada por aquello que comentó en una entrevista: "la misión del poeta es escribir poesía y hay que seguir al pie del cañón", y que cierta deriva surrealista que se aprecia en sus poemas puede ser achacable a su manera improvisada de ir componiendo sobre la marcha y de írsele revelando  el poema conforme se va escribiendo. Tal vez por eso, por su forma improvisada de acercarse a la poesía, como queriendo dejarse sorprender, repetía a menudo, para definir su arte, la frase de John Cage: "no tengo nada que decir y lo estoy diciendo, y eso es poesía."

Se puede añadir a la anterior reseña, que nació en Rochester, Nueva York, en 1927. Sus primeros años los pasó en el medio rural, en una granja que poseía su padre.  Se licenció por la Universidad de Harvard en 1949, y por la de Columbia en 1951, para doctorarse más tarde con una tesis sobre Auden. Antes, durante su adolescencia, había alentado la vocación de la pintura y  durante cuatro años acudió periódicamente a las clases que se daban en el museo de Arte de Rochester. En alguna ocasión se ha pronunciado sobre la afinidad que tiene su poesía con la pintura. Hasta 1955 realizó diversas labores en editoriales. A partir de esa fecha, en que gana una Beca Flubright, reside  en Francia, principalmente en Paris. Allí trabaja en labores de crítico de arte para la edición europea del Herald Tribune. También se dedica a traducir a poetas franceses: Rimbaud o Max Jacob. De vuelta a su país, sigue trabajando como crítico de arte y se convierte en editor de revistas. Durante la década de los 70 impartió clases en la Universidad de Brooklyn y una década más tarde se convirtió en profesor de literatura en el Bard College. Su obra ha sido tachada por algún critico de "original hasta la ininteligibilidad", y a veces da esa sensación: la de ser tan original como ininteligible. Se declaró poeta individualista que bebió de la tradición romántica, especialmente influido por Hölderlin. También le influyeron Stevens, Auden y Saint-John Perse. Ha recibido numerosos premios, entre ellos el Pulitzer, en 1976, por el libro que aquí se selecciona, "Autorretrato en espejo convexo".

“Autorretrato en espejo convexo”, es, como su título indica, un largo poema sobre el autorretrato del pintor renacentista Francesco Mazzola, apodado“El parmigianino”. Para la comprensión de este poema no es necesaria más información sobre el pintor y el cuadro que la que Ashbery nos brinda en él: que el cuadro se halla en un museo de Viena, donde Ashbery lo contempló en el verano de 1959, y sobre el que va a volver con la memoria quince años después, ya ubicado en su ciudad de Nueva York. Que  el pintor, para sacarse su retrato, comenzó a mirarse en un espejo convexo de barbero, mandó a un tornero que le hiciera una bola de madera, la partió a la mitad, la redujo al tamaño de un espejo y copió en él lo que veía en el espejo de barbero. Y allí quedó su imagen “barnizada, embalsamada, proyectada en un ángulo de 180 grados”. Al ser la superficie del espejo convexa, la distancia aumenta significativamente y distorsiona las imágenes, por lo que llama la atención la mano derecha del pintor en primer plano, desproporcionada, “más grande que la cabeza”. Sin embargo, esta distorsión no produce una sensación de falta de armonía ni empaña su belleza. También se sabe de Francesco, “El Parmigianino”, que el saqueo de Roma, que tiene lugar en 1527, le sorprende trabajando, y que sus invenciones asombraron a los soldados que irrumpieron en su estudio. Tal vez esta estupefacción que producían sus habilidades hizo que se le perdonara la vida, a pesar de lo cual se mudó de ciudad. También sabemos por el poema que no sólo produjo estupefacción en los soldados; El papa Clemente y su corte también quedaron estupefactos y “le prometieron un encargo que nunca se materializó”. Es este raro encantamiento que produce el cuadro lo que hace que Ashbery quede también hechizado en un museo de Viena y luego mucho más tarde vuelva sobre él. Claramente Asbhery no se lo ha podido quitar de la cabeza.  Y esto es lo último que nos basta saber sobre el pintor y la obra a la que dedica Ashbery su largo y célebre poema: que se interesó por la alquimia y que tal vez por eso su espíritu no era el de alguien interesado en las sutilezas del arte sino que buscaba, “con espíritu distanciado y científico, transmitir al espectador la sensación de novedad y asombro”. Cuando uno se pone a leer este poema no deja de pensar sino será esta misma sensación la que nos quiere transmitir Ashbery; si bajo el reflejo del retrato del Parmigianino no se esconde también su propio reflejo; y entonces quizás se puede comprender que la  verdadera intención de Ashbery es ofrecernos su propio retrato, pero ocultándonoslo, “como hizo el Parmigianino”, “como para proteger lo que anuncia”.  El autorretrato del Parmigianino es un pretexto para esbozar, de una manera elíptica,  y mediante un juego metaficcional, su propio retrato. De ahí que su discurso se vuelva extenso: no es sólo el autorretrato del Parmigianino la única referencia sobre la que pivota el poema. Hay debajo todo un juego autoreferencial en el que Ashbery quiere  retratarse y a la vez ocultarse. 

El poema trata de descifrar el secreto que oculta el cuadro. En él se da un equilibrio inestable entre la belleza y la desproporción de formas que amenazan esa misma belleza. El retrato nos anuncia que todo es superficie y que no hay nada más que lo que está ahí, pero, a la vez, lo que está ahí se halla amenazado por la desintegración. Parece subsistir sólo mientras se le mantiene con la mirada o mientras se le nombra. Tiene la consistencia de la ficción, que es real sólo mientras conmueve la imaginación. Pero el cuadro tiene a la vez un segundo efecto ilusorio, pues a primera vista, y si a uno le coge sorprendido, ese autorretrato se puede confundir con un espejo y el que lo mira acaba en él metiendo la cabeza; por un momento se produce un hechizo y las dimensiones del tiempo se vuelven vaporosas y uno puede comunicarse y hasta confundirse con el retratado. Es como uno de esos cuentos de transmigraciones y fantasmas que tanto gustaba a Poe o a Cortazar. Parece como si nos asomáramos a la otredad. Se trata de la posibilidad de captar el alma, que tal vez sea la tarea espiritual que tiene encomendada el arte. Pero el mensaje de Ashbery es un tanto nihilista. El arte, al poner de relieve la inanidad del mundo (no hay nada más que lo que está ahí), proclama a la vez su propia inanidad. Pero a la vez Ashbery se halla interesado  por todo lo contrario, por la profundidad que parece evocar ese autorretrato y, con él, el arte. Todo el espacio que abre aparentemente el cuadro representa a la vez el espacio de posibilidades que se nos abre a nosotros y que a menudo desaprovechamos: el cuadro se convierte en una magna y oblicua metáfora de la vida. La distorsión de la imagen pintada parece hablarnos de la complejidad del mundo, que no obra con la simplicidad que se le supone.

El tiempo es el otro gran tema sobre el que gira el poema. Al estar tratando su discurso sobre un retratado que ya es historia y polvo, pero que se hace presente gracias a la magia del arte, el poeta  toma el motivo del cuadro como materia para reflexionar sobre el tiempo. Ese presente, que con tanta fidelidad parece circunscribirse sobre el retratado, tiene la virtud –al comprenderse que es un presente ido- de hacer volver la mirada sobre el tiempo actual del poeta. Y al ser una reflexión sobre el inaprehensible presente, se convierte en una reflexión sobre esa escurridiza materia que es el tiempo. En esto, y en el tono reflexivo, se asemeja a la Elegía de Duino, de Rilke, y a los "cuartetos", de T. S. Eliot. Pero además, la reflexión sobre las condiciones del pintor,  y sobre lo que tal vez pretendió expresar y no logró, da motivo a Ashbery para reflexionar sobre el proceso creativo que rodea esta pintura, y que coincide con su propia concepción poética. Para Ashbery, el poeta no sabe qué poema va a confeccionar hasta que lo escribe y la creación tiene leyes propias que imperan sobre la voluntad del propio creador.
 

AUTORRETRATO EN ESPEJO CONVEXO

Como hizo el Parmigianino, la mano derecha

Más grande que la cabeza, adelantada hacia el espectador

Y replegándose suavemente, como para proteger

Lo que anuncia. Unos cristales emplomados, vigas viejas,

Pieles, muselina plisada, un anillo de coral corren unidos

En un movimiento sobre el que se apoya el rostro, que flota

Acercándose y retirándose como la mano

Sólo que está en reposo. Es lo que está

Sustraído. Dice Vasari: “Francesco se puso un día

A sacarse su retrato y se miró con ese propósito

En un espejo convexo, como los que usan los barberos…

Para ello mandó aun tornero que le hiciera

Una bola de madera, y tras partirla por la mitad y

Reducirla al tamaño del espejo, con gran arte

Se puso  a copiar cuanto veía en el espejo”,

Principalmente su reflejo, del que el retrato

Es el reflejo una vez quitado.

El espejo decidió reflejar tan sólo lo que él veía

Que fue suficiente para su propósito: su imagen

Barnizada, embalsamada, proyectada en un ángulo de 180 grados.

La hora del día o la densidad de la luz

Adhiriéndose al rostro lo conservan

Vivaz e intacto en una ola recurrente

De llegada. El alma se asienta.

Pero ¿hasta dónde puede salir por los ojos flotando

Y aún regresar a su nido a salvo? Al ser la superficie

Del espejo convexa, la distancia aumenta

Significativamente; es decir, lo bastante para apuntar

Que el alma es un cautivo, tratado humanitariamente, mantenido

En suspenso, incapaz de avanzar hasta mucho más allá

De tu mirada cuando intercepta el cuadro.

El papa Clemente y su corte se quedaron “estupefactos”,

Según Vasari, y le prometieron un encargo

Que nunca se materializó. El alma ha de permanecer donde está

Aunque se inquiete, oyendo gotas de lluvia en el cristal,

El suspirar de las hojas de otoño azotadas por el viento

Anhelando estar libre, fuera, pero debe quedarse

Posando en este sitio. Debe moverse

Lo menos posible. Esto es lo que dice el retrato.

Pero hay en esta mirada fija una combinación

De ternura, diversión y pesar, tan poderosa

En su contención que uno no puede mirar mucho tiempo.

El secreto es demasiado evidente. Escuece su piedad,

Hace brotar lágrimas calientes: que el alma no es alma,

No tiene secreto, es pequeña, y encaja

En su hueco perfectamente; su habitación, nuestro momento de atención.

Esa es la melodía pero no hay letra.

La letra es sólo especulación

(del latín speculum, espejo):

Busca el significado de la música sin poder hallarlo.

Vemos tan sólo posturas del sueño,

Jinetes del además oscilante que hace aparecer

El rostro bajo cielos de tarde, en

Falso desaliño como prueba de autenticidad.

Pero es la vida englobada.

Uno querría sacar la mano

Fuera del globo, pero su dimensión,

Lo que lo soporta, no lo permitirá.

Sin duda es esto, no el reflejo

De esconder algo, lo que hace que la mano destaque tanto

Mientras retrocede ligeramente. No hay forma

De erigirla plana como la sección de un muro:

Debe unirse al segmento de un círculo,

Volviendo al azar al cuerpo del que parece

Tan improbable parte, para cercar y apuntalar el rostro

En el que el esfuerzo de este estado se ve

Como el ápice de una sonrisa, un destello

O estrella que uno no está seguro de haber visto

Cuando se reanuda la oscuridad. Una luz perversa cuyo

Imperativo de sutileza de antemano condena su

Presunción de alumbrar: insignificante pero intencionada.

Francesco, tu mano es lo bastante grande

Para destrozar la esfera, y demasiado grande,

Pensaría uno, para tejer delicadas mallas

Que sólo arguyen su posterior detención.

(Grande, pero no tosca, simplemente a otra escala,

Como una ballena dormitando en el fondo del mar

En relación con el diminuto, presuntuoso barco

De la superficie). Pero tus ojos proclaman

Que todo es superficie. La superficie es lo que está ahí

Y nada puede existir excepto lo que está ahí.

No hay entrantes en la habitación, sólo concavidades,

Y la ventana no tiene mucha importancia, ni ese

Plateado de ventana o espejo de la derecha, ni siquiera

Como indicador del tiempo, que en francés es

le temps, la palabra de tiempo, y que

sigue un curso en el que los cambios son sólo

características del conjunto. El conjunto es estable dentro

de la inestabilidad, un globo como el nuestro, que descansa

sobre un pedestal de vacío, una bola de ping-pong

segura sobre su surtidor de agua.

Y así como no hay palabras para la superficie, es decir,

No hay palabras para decir lo que es realmente, que no es

Superficial sino un núcleo visible, así no hay

Salida para el problema de pathos contra experiencia.

Ahí seguirás, intranquilo, sereno en

Tu gesto que no es abrazo ni aviso

Pero que encierra algo de ambos en pura

Afirmación que no afirma nada.

Estalla el globo, la atención

Se desvía mortecinamente. Las nubes

En el charco se convierten al moverse en fragmentos serrados.

Pienso en los amigos

Que vinieron a verme, en qué tal

Fue ayer. Un sesgo extraño

De la memoria que atraviesa al modelo que sueña

En el silencio del estudio mientras piensa

Si levantar el lápiz hasta el autorretrato.

Cuánta gente vino y se quedó algún tiempo,

Pronunció palabras claras u oscuras que se hicieron parte de ti

Como la luz tras niebla y arena empujadas por el viento,

Influida y filtrada por ellas, hasta que ya no queda

Ninguna parte que sea sin duda tú. Esas voces del atardecer

Te lo han contado todo y sin embargo prosigue el cuento

En forma de recuerdos depositados en bloques

Irregulares de cristales. ¿De quién, Francesco, la mano arqueada

Que controla las estaciones cambiantes y los pensamientos

Que van pelando y emprenden el vuelo a velocidades de vértigo

Con las últimas y obstinadas hojas arrancadas

De ramas húmedas? En esto veo tan sólo el caos

De tu espejo redondo que lo organiza todo

En torno a la estrella polar de tus ojos que están vacíos,

No saben nada, sueñan pero nada revelan.

Siento el tiovivo ponerse en marcha lentamente

Y cada vez ir más de prisa: mesa, papeles, libros,

Fotografías de amigos, la ventana y los árboles

Fundiéndose en una sola banda neutra que me rodea               

Por todas partes, dondequiera que mire.

Y no puedo explicar la acción de igualar,

Por qué habría de reducirse todo a una sola

Sustancia uniforme, a un magma de interiores.

Mi guía en estas cuestiones es tu yo,

Firme, oblicuo, que lo acepta todo con el mismo

Espectro de sonrisa, y al acelerarse el tiempo de modo que es pronto

Mucho más tarde, puedo conocer tan sólo la salida, recta,

La distancia entre nosotros. Hace mucho tiempo

Los datos esparcidos significaban algo,

Los pequeños accidentes y placeres

Del día a medida que avanzaba desgarbadamente,

Un ama de casa con sus quehaceres. Imposible ahora

Restituir esas propiedades en la plateada mancha que

El registro de lo que lograste al sentarte

“a copiar con gran arte cuanto veías en el espejo”

Para perfeccionar y excluir lo ajeno

Para siempre. En el círculo de tus intenciones quedan

Algunas vigas que perpetúan el encantamiento de un yo con otro yo:

Miradas, muselina, coral. No importa

Porque estas cosas son cosas que son iguales hoy

Antes de que la sombra propia se saliera del campo        

Por vez primera para hacerse pensamientos del mañana.

 

 

El mañana es fácil, pero el hoy está inexplorado,

Desolado, reacio como cualquier paisaje

A rendir lo que son leyes de la perspectiva

Sólo para profunda desconfianza del pintor

Después de todo, un instrumento endeble aunque

Necesario. Por supuesto algunas cosas

Son posibles, el hoy lo sabe, pero no sabe cuáles. Algún día intentaremos

Hacer tantas cosas como sean posibles

Y tal vez lo logremos con un puñado

De ellas, pero esto no tendrá nada

Que ver con lo que es hoy prometido, nuestro

Paisaje, que se nos vuela para desaparecer

Por el horizonte. Brilla hoy lo bastante de una envoltura

Para mantener la suposición de promesas unidas

En un solo trozo de superficie, que lo dejan a uno volver

Paseando desde ellas a casa para que estas

Aún mayores posibilidades puedan permanecer

Intactas sin someterse a prueba. De hecho

La cáscara del cuarto-burbuja es tan resistente como

Huevos de reptil: todo allí se ve “programado”

A su debido tiempo; se va incluyendo más

Sin que ese más se añada a la suma, y así como uno

Se acostumbra a un ruido que

Lo mantenía despierto pero ya no lo hace,

Así la habitación alberga este flujo como un reloj de arena

Sin variar de clima ni de calidad

(excepto quizá para iluminarse sombría y casi

Invisiblemente, en un foco que se afila hacia la muerte: habrá

Más sobre esto luego). Lo que debería ser el vacío de un sueño

Se va llenando continuamente al ponerse espita

Al manantial de los sueños para que este concreto sueño

Pueda crecer, florecer como una rosa de cien hojas,

Desafiando suntuarias leyes, dejándonos

Para que despertemos y tratemos de empezar a vivir en lo que

Se ha convertido ahora en un suburbio. Sydney Freedberg en su

Paarmigianino dice del cuadro: “el realismo en este retrato

No crea ya una verdad objetiva, sino una bizarría

Sin embargo su distorsión no produce

Una sensación de falta de armonía… Las formas conservan

Una fuerte dosis de belleza ideal”, porque

Las nutren nuestros sueños, tan inconsecuentes hasta que un día

Nos fijamos en el hueco que dejaron. Ahora su importancia

Está clara si no su significado. Habían de nutrir un sueño que las incluye a todas, ya que están

Finalmente invertidas en el espejo acumulador.

Parecían extrañas porque en realidad no podíamos verlas.

Y de esto sólo nos damos cuenta en un punto en el que se esfuman

Como una ola rompiendo en una roca, renunciando

A su forma en un gesto que expresa esa forma.

Las formas conservan una fuerte dosis de belleza ideal

Al hurgar en secreto en nuestra idea de la distorsión.

¿Por qué estar descontentos con esa ordenación, si

Los sueños nos prolongan al ser absorbidos?

Algo ocurre que parece vivo, un movimiento

Que sale del sueño para entrar en su codificación.

Al empezar yo a olvidarlo

Presenta su estereotipo otra vez

Pero es un estereotipo desconocido, el rostro

Fondeando, salido de mil peligros, para encarar

Otros pronto, “más de ángel que de hombre” (Vasari).

Tal vez un ángel tenga el aspecto de cuantas cosas

Se nos han olvidado, quiero decir las cosas

Olvidadas que no nos son familiares al

Volver a encontrarlas, perdidas inefablemente,

Que una vez fueron nuestras. Este sería el motivo

Para invadir la intimidad de este hombre que

“se interesó por la alquimia, pero cuyo deseo

No era aquí examinar las sutilezas del arte

Con espíritu distanciado y científico: deseaba a través de ellas

Transmitir al espectador la sensación de novedad y asombro”.

 

(Freedber). Retratos posteriores como el “Caballero”

De los Uffizi, el “Joven prelado” de la Borghese y

La “antea” de Nápoles resultan de tensiones

Manieristas, pero aquí, como señala Freedberg,

La consonancia del Alto Renacimiento

Está presente, aunque distorsionada por el espejo.

Lo que es novedoso es el extremo cuidado en representar

Las veleidades de la redondeada superficie reflectora

(en el primer retrato de espejo),

De modo que podrías engañarte por un instante

Antes de darte cuenta de que el reflejo

No es el tuyo. Te sientes entonces como uno de esos

Personajes de Hoffmann a los que se ha privado

De reflejo, sólo que la totalidad de mí

Se ve que está suplantada por la rigurosa

Otredad del pintor en su

Otra habitación. Lo hemos sorprendido

Trabajando, pero no, él nos ha sorprendido

Mientras trabaja. El cuadro está casi acabado,

La sorpresa casi pasada, como cuando uno se asoma a mirar,

Sobresaltado por una nevada que aún ahora está

Terminando en chispas y partículas de nieve.

Tuvo lugar mientras estabas dentro, dormido,

Y no hay ninguna razón por la que debieras haber

Estado despierto para ello, salvo que el día

Se está acabando y te será difícil

Conciliar esta noche el sueño, hasta tarde al menos.

 

La sombra de la ciudad inyecta su propia

Urgencia: Roma donde Francesco

Trabaja durante el Saqueo: sus invenciones

Asombraron a los soldados que irrumpieron en su estudio;

Decidieron perdonarle la vida pero él se fue al poco tiempo;

Viena donde está hoy la pintura, donde

La vi con Pierre en el verano de 1959; Nueva York

Donde estoy ahora, que es un logaritmo

De otras ciudades. Nuestro paisaje

Rebosa de filiaciones, viajes rápidos de ida y vuelta;

Los negocios se llevan con la mirada, el gesto,

Los rumores. Es otra vida de la ciudad,

La azogada espalda del espejo del

Estudio inidentificado pero dibujado precisamente. Quiere

Sacar un sifón la vida del estudio, reducir

A decretos su espacio en el mapa, hacerlo isla.

Esa operación se ha visto paralizada temporalmente

Pero algo nuevo está en camino, un nuevo preciosismo

En el viento. ¿Puedes soportarlo,

Francesco? ¿Eres lo bastante fuerte?

Este viento rae lo que no sabe, es

Autopropulsado, ciego, no tiene noción

De sí mismo. Es la inercia que una vez

Reconocida mina toda actividad, secreta o pública:

Susurros de la palabra que no puede entenderse

Pero si sentirse, un escalofrío, una plaga

Que sale hacia el exterior por los cabos y penínsulas

De tus nervaduras y así para los archipiélagos

Y para el aireado y bañado secreto del mar abierto

Éste es su lado negativo. Su lado positivo

Es que te hace notar la vida y las tensiones

Que parecía sólo que se marchaban, pero que ahora,

A medida que esta nueva manera va cuestionando, se ve que

Se apresuran a pasar de moda. Si han de convertirse en clásicos

Tienen que decidir de qué lado están.

Su reticencia ha socavado

El decorado urbano, ha hecho que sus ambigüedades

Parezcan tercas y cansadas, los juegos de un anciano.

Lo que ahora necesitamos es ese improbable

Aspirante al título que aporrea las puertas de un castillo

Asombrado. Tu argumento, Francesco,

Había empezado a ponerse rancio al no verse venir

Respuesta ni contestaciones. Si ahora se deshace

En polvo, eso solo significa que su hora había llegado

Hace ya algún tiempo, pero mira ahora, y escucha:

Puede ser que esté ahí almacenada otra vida

En escondrijos de los que nadie sabía; que ella,

No nosotros, seamos el cambio; que de hecho seamos ella

Si pudiéramos volver a ella, revivir en parte el aspecto

Que tenía, volver nuestros rostros al globo mientras se pone

Y aún salir con bien de ello:

Nervios normales, respiración normal. Al ser una metáfora

Hecha para incluirnos, somos parte de ella y

Podemos vivir en ella como de hecho hemos vivido,

Con tal de dejar nuestras mentes en blanco porque el cuestionamiento

Vemos ahora que no se dará caprichosamente

Sino de un modo ordenado que no pretende amenazar

A nadie: el modo natural en que se hacen las cosas,

Como el crecer concéntrico de los días

 En torno a una vida: correctamente, si piensas en ello.

Una brisa como el volver de una página

Trae de nuevo tu rostro: el momento

Se lleva un enorme bocado de la neblina

De placentera intuición a la que sucede.

Encaja en un lugar es “la muerte misma”,

Como dijo Berg de una frase de la Novena de Mahler;

O, para citar a Imógenes en Cymbeline, “no puede

Haber en la muerte pellizco más fuerte que éste”, pues

Aunque sólo ejercicio o táctica, lleva

El impulso de una convicción que había ido creciendo.

La mera capacidad de olvido no puede borrarlo

Ni hacerlo volver el deseo, mientras siga siendo

El blanco precipitado de su sueño

En el clima de suspiros lanzados a través de nuestro mundo,

Un trapo encima de una jaula. Pero es seguro que

Lo que es bello lo parece tan sólo en relación a una vida

Específica, experimentada o no, canalizada en alguna forma

empapada en la nostalgia de un pasado colectivo.                                  

La luz hoy se sumerge con un entusiasmo

Que he conocido en otro sitio, y he sabido por qué

Parecía significativo que otros sintieron así 

Hace años. Sigo consultando

Este espejo que ya no es mío

Durante tanta activa ociosidad como esta vez

Ha de tocarme. Y la vasija está siempre llena

Porque lo único que hay es justamente tanto espacio

Y en él cabe todo. La muestra que uno ve no ha de tomarse como

Eso tan sólo, sino como todo en cuanto

Puede ser imaginado fuera del tiempo: no como un gesto

Sino como totalidad, en el  refinado, asimilable estado.

Pero, ¿de qué es este universo el pórtico

Pues entra y sale, retrocede y avanza,

Negándose a rodearnos y sin embargo la única

Cosa que podemos ver? El amor una vez

Inclinó la balanza pero ahora está en sombra, invisible

Aunque misteriosamente presente, por algún lado.

Pero nosotros sabemos que no puede intercalarse

Entre dos momentos adyacentes, que sus meandros

No llevan a ninguna parte excepto a más afluentes

Y que éstos desembocan en una vaga

Sensación de algo que no puede conocerse nunca

Aun cuando parezca probable que cada uno de nosotros

Sepa qué es y sea capaz de

Comunicarlo al otro. Pero la mirada

Que algunos llevan como señal le hace a uno querer

Avanzar haciendo caso omiso de la evidente

Ingenuidad del intento, sin que le importe

Que no esté nadie escuchando, ya que la luz

Ha quedado encendida en esos ojos de una vez para siempre

Y está presente, incólume, una anomalía permanente

Silenciosa y despierta. En su apariencia

No parece haber especial razón por la que esa luz

Debiera enfocarla el amor, o por la que

La ciudad que cae con sus hermosas zonas residenciales

En el siempre menos claro, menos definido espacio,

Debiera verse como el soporte de su progreso,

El caballete sobre el cual se desplegó el drama

Para su propia satisfacción hasta el fin

De nuestro sueño, ya que nunca habíamos imaginado

Que acabaría, a la gastada luz del día con la pintada

Promesa transparentándose como una prenda, un vínculo.

Este anodino tiempo diurno, que nunca estará definido, es

El secreto de dónde tiene lugar el sueño

Y ya no podemos volver a las diversas

Declaraciones contrarias acumuladas, fallos de la memoria

De los testigos principales. Lo único que sabemos

Es que llegamos un poco pronto, que

El hoy tiene esa especial, lapidaria

Calidad de hoy que la luz del sol reproduce

Fielmente al proyectar sombras de ramas sobre aceras

Amigables. Ningún día previo habría sido así.

Yo solía pensar que eran todos semejantes,

Que el presente tenía siempre el mismo aspecto para todo el mundo

Pero esta confusión se desvanece al estar

Uno siempre encaramándose en su propio presente.

Sin embargo el espacio “poético”, pajizo,

Del largo corredor que lleva de vuelta al cuadro,

Su oscurecedor contrario, ¿es esto

Alguna ficción del “arte” que no ha de imaginarse

Como real, no digamos especial? ¿No tiene también su guarida

En el presente del que estamos escapando siempre

Y volviendo a caer en él, como la noria de los días

Sigue su sosegado, incluso sereno curso?

Creo que está intentado decir que es el hoy

Y nosotros debemos salir de él del mismo modo que el público

Se abre paso ahora a empujones en el museo para

Estar fuera a la hora del cierre. No puedes vivir ahí.

El gris barniz del pasado ataca toda destreza:

Secretos de lavado y acabado que llevó toda una vida

Aprender y son reducidos a la condición de

Ilustraciones en blanco y negro de un libro en el que escasean las láminas en color. Es decir, el tiempo todo

Se reduce a ningún tiempo en especial. Nadie

Alude al cambio; hacerlo podría

Suponer llamar la atención sobre uno mismo

Lo cual aumentaría el pavor de no salir

Antes de haber visto la colección entera

(a excepción de las esculturas del sótano:

Están donde les corresponde).

Nuestro tiempo llega a velarse, a verse comprometido

Por la voluntad de durar del retrato. Insinúa

La nuestra, que teníamos la esperanza de mantener oculta.

No nos hacen falta pinturas ni

Aleluyas escritas por maduros poetas cuando

La explosión es tan precisa, tan excelente.

¿Tiene algún sentido reconocer siquiera

La existencia de todo eso? ¿Existe

Acaso? Desde luego no el tiempo libre para

Consentirse pasatiempos majestuosos,

Ya no. El hoy no tiene márgenes, el acontecimiento llega

De una pieza con sus bordes, es de la misma sustancia,

Indistinguible. El “juego” es otra cosa;

Existe, en una sociedad específicamente

Organizada como demostración de sí misma.

No hay otra manera, y esos gilipollas

Que lo confundirían todo con sus juegos de espejos

Que parecen multiplicar premios y posibilidades, o

Al menos confundir las cosas por medio de un aura

Envolvente que corroería la arquitectura

Del todo en una neblina de reprimida burla,

Están al margen del asunto. Están fuera del juego

Que no existe hasta que ellos estén fuera de él.

Parece un universo muy hostil

Pero puesto que el principio de cada individual es

Hostil a todas las demás y existe a costa de ellas

Como a menudo han señalado los filósofos, al menos

Esta osa, el presente indiviso y mudo,

Tiene la justificación de la lógica, que

No es mala cosa en este caso

O no lo sería, si la manera de contar

No se entrometiera de algún modo, tergiversando el resultado final

En una caricatura de sí mismo. Esto ocurre

Siempre, como en el juego en el que

Una frase susurrada que da la vuelta a la habitación

Acaba en algo completamente distinto.

Es el principio lo que hace las obras de arte tan diferentes

De lo que pretendió el artista. A menudo éste descubre

Que ha omitido lo que se puso a decir

En primer lugar. Seducido por flores,

Placeres explícitos, se culpa (aunque

Secretamente satisfecho con el resultado), imaginando

Que tuvo algo que decir y ejerció

Una opción de la que apenas fue consciente,

Ignorante de que la necesidad sortea tales resoluciones

Para crear algo nuevo

Por su cuenta, que no hay otra manera,

Que la historia de la creación procede según

Leyes estrictas y que las cosas

Se hacen de este modo, pero nunca las cosas

Cuya realización emprendimos y que tan desesperadamente queríamos

Ver nacer. El Parmigianino

Debió darse cuenta de esto mientras trabajaba

En su tarea obstructora de vida. Uno se ve forzado a atribuir

La realización perfectamente plausible de un propósito

Al terso, quizá incluso suave (pero tan

Enigmático) acabado. ¿Acaso hay algo

Que merezca tomarse en serio fuera de esta otredad

Que se incluye en las formas

Más corrientes de la actividad cotidiana, cambiándolo todo

Ligera y profundamente, y arrancando la materia

De la creación, cualquier creación, no sólo la artística

De nuestras manos para instalarla en alguna monstruosa, próxima

Cima, demasiado cercana para no hacer caso, demasiado lejana

Para que uno intervenga? Esta otredad, este

“no ser monstruoso” es cuanto hay que mirar

En el espejo, aunque nadie pueda decir

Como llegó a ser de este modo. Un barco

Enarbolando colores desconocidos ha entrado en el puerto.

Estás  permitiendo a materias ajenas

Quebrar tu día, nublar el foco

De la bola de cristal. Su escenario se pierde a la deriva

Como vapor esparcido en el viento. Las fértiles

Asociaciones mentales que hasta ahora venían

Tan fácilmente, ya no aparecen, o rara vez. Sus

Coloridos son menos intensos, desteñidos

Por lluvias y vientos otoñales, echados a perder, embarrados,

Devueltos a ti porque no valen nada.

Pero somos animales de costumbres en tan gran medida que sus

Implicaciones todavía rondan en permanence, confundiendo

Las cosas. Tomarse en serio tan sólo el sexo

Es tal vez un camino, pero las arenas sisean

Al acercarse al comienzo del gran deslizamiento

En lo que ocurrió. Este pasado

Está ahora aquí: el rostro

Reflejado del pintor, en el que nos demoramos, recibiendo

Sueños e inspiraciones en una frecuencia

No designada, pero los tintes se han hecho metálicos,

Las curvas y bordes no son tan ricos. Cada persona

Tiene una gran teoría para explicar el universo

Pero éstas no cuentan la historia entera

Y al final es lo que está fuera de cada uno

Lo que importa, para él y sobre todo para nosotros

Que no hemos recibido ningún tipo de ayuda

Para descifrar nuestro inmenso cociente y debemos apoyarnos

En conocimientos de segunda mano. Sin embargo yo sé

Que el gusto de cualquier otro no va a ser

De ninguna ayuda, y se le podría también no hacer caso.

Pareció una vez tan perfecto: brillo sobre la delicada

Piel pecosa, labios humedecidos como a punto de abrirse

Liberando el habla, y el familiar aspecto

De las ropas y muebles que uno olvida.

Este podría haber sido nuestro paraíso. Exótico

Refugio dentro de un mundo exhausto, pero eso no estaba

En las cartas, porque no podría haberse tratado

De eso. Remedar la naturalidad puede ser el primer paso

Para alcanzar una calma interior,

Pero es tan sólo el primer paso, y a menudo

Queda como un congelado gesto de bienvenida grabado al aguafuerte

En el aire que detrás se materializa,

Una convención. Y verdaderamente no tenemos

 Tiempo para convenciones, salvo utilizarlas

Para prender fuego. Cuanto antes se quemen

Mejor para los papeles que tenemos que interpretar.

Te lo imploro por tanto, retira esa mano,

No la ofrezcas ya más como escudo o saludo,

Escudo de un saludo, Francesco:

En la recámara hay sitio para una bala:

Nuestro mirar por el otro extremo

Del telescopio mientras tú retrocedes a una velocidad

Mayor que la de la luz para al final aplanarte

Entre los rasgos de la habitación, una invitación

Nunca echada al correo, el síndrome de “fue todo

Un sueño”, aunque el “todo” dice bastante

Sucintamente que no lo fue. Su existencia

Fue real, aunque turbulenta, y el dolor

De este sueño que despierta no puede nunca acallar

El diagrama todavía esbozado en el viento,

Elegido, pensado para mí y materializado

En el disimulado resplandor de mi habitación.

Hemos visto la ciudad: es el ojo protuberante

Y reflejado de un insecto. Todas las cosas ocurren

En su balcón y se resumen en el interior

Pero la acción es el frío y empalagoso flujo

De una cabalgata. Uno se siente recluido en exceso,

Cerniendo la luz del sol de abril a la busca de pistas,

En la mera quietud de la tranquilidad de su

Parámetro. La mano no sostiene tiza

Y cada parte del todo se desprende

Y no puede saber que supo, excepto

Aquí y allá, en fríos bolsillos

De remembranza, susurros salidos del tiempo.

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                 

 

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