sábado, 23 de diciembre de 2017

AFORISMOS Y CAVILACIONES 18. Sobre el amor (I)





Me gustaría saber de qué pasta está hecho un ser que ha sido forjado por el fuego del amor, que no ha sido invadido más que por ese aire embalsamado, que no ha sucumbido a los venenos del odio y de la envidia, ni a los embates de la ira y del desprecio. En qué grado de felicidad psicodélica, en que extremos de borrachera cósmica se embarga. Cuáles son las trabas de las que se ha liberado. Hacía qué magnanimidad se alza generoso su pecho.  Qué cumbres de belleza es capaz de levantar con sólo posar en un ser o cosa su mirada.

Tal ser forjado en el amor, tal monstruo excepcional, debería existir o podría ser un digno modelo para servir de inspiración humana. Tal animal de amor, dichoso por la existencia que le ha sido otorgada, es el especimen que aspira a convertirse el hombre, más ser humano que nunca, y que en ese mismo instante salta por encima de la bestia para identificarse con el Creador, a quien si algo le define, al haber creado su Obra, es la de haberlo hecho todo por Amor.


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Una chica de una mesa en una cafetería de una estación de tren se ríe a mi lado a carcajadas, como una loca. ¿Estará loca?, me pregunto, ¿de qué se ríe? De que por allí llega su novio, a quien pronto le sale al encuentro, le abraza y le da un beso ebrio en la boca: está loca, loca de amor.


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Es curioso que se nos indique que  aquello que nos dilata la intensidad de la mirada –el amor- sea a la vez ciego. Ciego porque no elige el ser que le hace contemplarse a sí mismo y al mundo entero en su desnudez primera; a él mismo en toda su precariedad,  y al mundo en toda su virginidad. Y es también ciego porque a través de esa mirada sagrada le libera de ver todo aquello que era defectuoso y que le impediría amarlo.

El amor percibe las cosas en toda su plenitud,  y por eso no puede existir nada más creativo que el amor. En la medida en que creamos nuestro objeto de amor, le prestamos la belleza que irradia todo su centro amoroso, le concedemos el beneficio de nuestra fe ciega. El objeto amoroso existe así de pleno porque creemos en él. Es, tal como retrata Quijote a Dulcinea, alguien a quien ni sobra ni falta nada, pintada en la imaginación tal cual se la desea. El amor nos viene a decir  que el mundo es algo vano si no le infundimos nuestros ánimos, que es un mundo que se vuelve sordo sin nuestros latidos y se vuelve mustio sin nuestra fe.



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No se sabe amar a nadie hasta que no se ha logrado el estado que nos permite amar a todos. Cualquier pequeño odio albergado hacia otras personas nos enseña a odiar a la persona que creemos amar.


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No buscar, a la hora de amar, las delicadezas de la persona, su bondad y belleza, sus grandes virtudes para ser amado; no buscar para amar aquello que le hace acreedor de ser amado. Pues tal persona es la que menos necesita  de nuestro amor, sino buscar, para compensar las carencias y la deficiente distribución de amor en el mundo, aquellas personas que no se hacen acreedoras de amor.

El amor no es algo que se recibe, y a lo que hay que corresponder en señal de gratitud, sino que es algo que se da para su mayor difusión en el mundo.

El amor como correspondencia es un amor pasivo y por tanto defectuoso. El amor verdadero es un amor activo que responde sin correspondencia, que llena las carencias del mundo, que crea bellos sentimientos allí donde el mundo se ha vuelto feo y desolado. Y de ahí la fertilidad peculiar del amor. Siembra semillas incluso en los terrenos más baldíos.


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Un hombre llega a ser libre cuando el único sentimiento que predomina en su alma es el del amor. Es libre porque lo ama todo y su alma a nada se inclina.


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No hay ningún gesto de los hombres que no sea de amor; lo que ocurre es que esos gestos han desviado su camino y han buscado otros sentidos para expresarse. El mundo está aguardando que los seres derramen toda su energía amorosa en su seno, que conviertan toda su energía en amor, esa es la verdadera clave de la piedra filosofal: transmutar todo el hierro herrumbrado de nuestra actividad vital en amoroso oro que haga resplandecer nuestra visión para contemplar la inigualable, la desenmascarada faz del mundo.


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Amar es fácil: es el supremo egoísmo en que uno se siente desbordado por la dicha de creer haber encontrado a otro que le otorga su plenitud. Lo verdaderamente difícil es dejarse amar: pues por ello sacrificamos nuestro ego y adquirimos la  responsabilidad por la vida de aquellos que nos aman.


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¿Qué es lo que nos impide amar? El rencor, el odio, la envidia, la avaricia –que nos impide la entrega-, todas estas pasiones no son más que obstáculos que obstruyen el canal por donde instilamos amor. Esos sentimientos malignos nos impiden comprender y aceptar al otro tal cual, es decir, amar es aceptar al otro en su integridad actual. No lo podemos amar porque vemos en él a través de nuestros sentimientos –que son prejuicios- rasgos que nos lo antipatizan, es decir, que esos rasgos que nuestros sentimientos ponen no nos dejan aceptarlo y comprenderlo, no nos dejan amarlo con esos rasgos. Es un amor que no ama todo, sino que ama sólo lo que uno busca amar,  sólo lo que resulta amable. No es capaz de amar lo que le puede resultar odioso, no es capaz de saltar por encima de razones y sentimientos que le impide la unión amorosa con el mundo. Eso odioso está midiendo la impotencia de nuestro amor; el amor nuestro ama hasta donde alcanza, solo ama hasta donde no aparece la ruptura del amor, que es ese obscuro objeto del odio.



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Todos aquellos que amas desaparecerán algún día. Habría que buscar significado a este enigma. Pero en principio, sólo ese pensamiento ya haría insalvable nuestro dolor.


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En realidad,  amar las cosas y los seres significa favorecerlos, es decir, querer su plenitud, ayudarlos al parto. El hombre demuestra que no ama las cosas cuando quiere favorecerse a sí mismo sin favorecer todo lo demás. Y entonces se mengua.

Si su querer es favorecerlo todo, al favorecerse así, de este modo, configura su querer y su ser, y éste será capaz de producir por sí solo el cambio favorable. Y esto es así y significa que el hombre no puede favorecerse a sí mismo sin favorecer el todo inmediato del que forma parte,  porque “su ser así” está soldado con “el ser así del mundo”.

Favor significa amparar, respetar las cosas y seres y hacerlos fértiles, colaborar en su ser. Favorecer significa entregarse, darse, romper el círculo onanista, demostrar que se aman las cosas y que uno se pone al servicio de lo que ya llevan dentro. No expresarte tú, sino dejar que se expresen ellas, ponerte a su servicio, encontrar en la expresión del ser de las cosas  tu propia expresión: hacer que tu expresión sea el expresarse ellas.


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Los seres, las cosas: quieren ser conocidas por nosotros, quieren revelársenos, que los amemos. Es su manera de decirnos que nos aman. Quieren que los conozcamos y por eso se nos presenta a la conciencia. Nos dan lo que ellos son, nos dan su ser, se nos entregan. Cada cosa se deja que la conozcamos a su manera y nosotros nos entregamos en la cognición  a nuestra manera. Acto de amor donde cada cual se entrega. Eros platónico. Nuestro conocimiento de las cosas es la manera en que se nos entregan las cosas y seres a nosotros. Por eso las cosas tienen sus propiedades sápidas y sensibles, para que las disfrutemos, para que amándolas se nos entreguen con todo su ser.

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