lunes, 4 de diciembre de 2017

POETAS 119. Xavier Villaurrutia ("Nostalgia de la muerte")

  
Xavier Villaurrutia fue un poeta, comediógrafo y crítico mexicano que nació y murió en Ciudad de México (1903-1950) y que ocasionalmente realizó notables traducciones del italiano, el francés y el inglés (William Blake y André Gide, entre otros). También se ganó la vida como profesor de la Universidad Nacional de México y gozó de cargos institucionales en instancias teatrales. Su vida estuvo ceñida a su labor artística e intelectual y a su integración en numerosas revistas que ayudó a fundar y en empresas teatrales en las que participó como comediógrafo. Octavio Paz se asombraba de su escasa obra a pesar de haber vivido inmerso en la vida literaria, “como si la mayor parte de sus horas las hubiera dedicado no a las letras sino a otras actividades”. Chus Visor lo pinta como un hombre angustiado, tímido y excluyente, y afligido por continuas depresiones. “Homosexual confeso –nos sigue recordando Chus Visor-, reflexivo hasta el fin, en ningún momento se integró en las ideas o en los sistemas que se estaban instalando entre las nuevas generaciones de escritores de Europa y de América: si al marxismo lo miraba con espanto, al surrealismo lo veía de reojo y con cierta ironía”.  Profundo conocedor de la literatura española, especialmente la barroca, e incluso influido por Góngora y Quevedo, su verdadera influencia moral hay que irla a rastrear en la literatura francesa: André Gide y Jean Cocteau le sirvieron de modelos. Alumno del Colegio francés y de la Escuela Nacional Preparatoria, publicó sus primeros versos en la antología “Ochos poetas” (1923), al tiempo que abandonaba sus estudios de Derechos. Ese mismo año funda la revista “Ulises”. En 1928, se enroló, junto a otros compañeros, en “Contemporáneos”, una publicación cosmopolita inspirada en la “Revista de Occidente” y que se convirtió en laboratorio de la poesía  europea y norteamericana. Allí se daban cita las voces más destacadas de la vanguardia mexicana. Ya muy pronto se interesa por el teatro y busca la  renovación introduciendo a Cocteau y O’Neill. Sus primeras piezas cortas ensayaron un teatro experimental que huía de la comercialidad. Así nacen sus piezas cortas, “Parece mentira”(1933); “¿En qué piensas?” (1934); “Sea usted breve” (1934).  En 1935 obtiene una beca de la Fundación Rockefeller y se matricula durante un año en la Universidad de Yale para seguir profundizando en la teoría y práctica del teatro.  A partir de 1940 se introduce en el teatro comercial con obras en tres actos. Este teatro remite a mitos culturales; por su ambiente poético y por los juegos temporales entre lo real y lo psíquico, cabe adscribirlo al simbolismo.  Destacan  “La hiedra” (1941), que es una reelaboración del mito de Fedra en clave moderna. “Invitación a la muerte” (1944), gira en torno a la obsesión ya habitual en su poesía y toma a Hamlet como referencia. 


Aunque hizo también una temprana incursión en la novela, fue en la poesía donde dejó su sello más original, al enlazar de una manera genial con la concepción de la muerte tomada directamente de la poesía barroca española. En su primer libro, “Reflejos”, publicado en 1926, rinde homenaje al modernismo, pero ya con toques de vanguardia, influido por López Velarde. Tras esta etapa de una poesía sosegada y llena de vitalismo,  con su libro, “Nostalgias de la muerte”, 1938, va a asomar ya la sombra que perseguirá su poesía como una obsesión, tiñéndola de tintes trágicos y angustiosos. En este libro se hallan, a juicio de Octavio Paz, alguno de los más grandes poemas de nuestra lengua y nuestro tiempo. Antes había llevado a prensa, en 1933, sus originales “Nocturnos” y toda su secuela: “Nocturnos de los ángeles” (1936); “Nocturnos del mar”, (1937).  “Nocturno rosa” (1937). En el último periodo de su poesía, según Alí Chumacero, la emoción se superpone a la inteligencia “con tal ímpetu que la obliga a restringir su ejercicio sólo a la superficie de formas métricas”. Es en este periodo final cuando recupera su preocupación por el ritmo y la rima de sus primeros poemas y ensaya unas rigurosas décimas con resultados desiguales, pero a veces con verdaderos deslumbramientos verbales. De esta época son “Décima muerte”, 1941 y “Canto a la primavera y otros poemas”, 1948.
 

 En Xavier Villaurrutia, la Muerte, en mayúsculas, se convierte en símbolo de las pequeñas cosas que ya vamos dejando morir en vida. En este sentido, la muerte ya está penetrando todos los ámbitos de la vida; de ahí que para este poeta se haga urgente una inquisición sobre la muerte. A veces la intimidad con la muerte se hace tan estrecha, que toma la voz  y habla en primera persona e interpela al yo poético de una manera burlona. La muerte misma empapa la escritura del poema hasta alterar el pulso del poeta y volver trémulas las letras. Viendo Villaurrutia, como Quevedo, que no hay cosa que no nos hable de la muerte, también llega a inmiscuir a la muerte en la propia creación poética. La muerte ya se va anticipando en la vida de cada cual por medio de sus signos precursores, por medio del silencio, de las sombras, de la soledad y del desierto. Esa omnipresente realidad de la muerte se simboliza con la peculiaridad de un enemigo invasor que asedia y cerca, que invade e inunda como una marea o como un ejército. Su poesía, por surrealista, se hincha de imágenes, a veces luminosas, a veces sombrías. Pese a que domina el lado nocturno de las cosas, no es cierto que sea una poesía sólo sombría. Muchas de las imágenes que la recorren tienen la delicadeza de la ternura. También es una poesía que vibra de sonidos, con palabras aliteradas que van resonando y que nos va llenando los oídos de hermosas imágenes acústicas, además de plagar a veces esa sonoridad con brillantes juegos de palabras y calambures. Por otra parte, conserva Villaurrutia, ya desde sus principios, una querencia por el ritmo y por la musicalidad de poeta ya experimentado con las dificultades de la rima, a la que retornará en su última etapa con sus rigurosas décimas a la muerte y al amor. En “Nocturno rosa”, toma el tópico símbolo de la rosa, como quintaesencia de la poesía y de la pureza, para reflejar su propia concepción rupturista de la estética y de la vida. Su poesía de verso largo se hace tan descriptiva, a veces hasta pictórica o arquitectónica, que a menudo dibuja paisajes metafísicos y angustiosos que evoca la pintura de “De Chirico. Al contacto con la muerte, las cosas van cobrando sus atributos y se vuelven oscuras, frías, silenciosas: En pocos poetas se puede encontrar tan perfecta y total sincronía con la muerte. Domina tanto sus formas y la realidad a la que hace referencia, que apenas queda hueco en el poema donde no se asome algún atributo o calidad de la muerte. En “nocturno de la alcoba”, la muerte invade la alcoba y toma la forma de la incomunicación y malentendidos entre los amantes. La conciencia que tienen los amantes de estar cercados por la muerte, les intima a la vez a su unión más estrecha, como antídoto para aliviar la angustia de la separación futura. Octavio Paz supo señalar el acierto de Villaurrutia y ver el erotismo que se halla mezclado entre imágenes de muerte: “al inclinarse sobre la complejidad de las sensaciones y las pasiones, descubrió que hay corredores secretos entre el sueño y la vigilia, el amor y el odio. Lo mejor de su obra es la exploración entre esos corredores." 



NOCTURNO EN QUE HABLA LA MUERTE
Si la muerte hubiera venido aquí, a New Haven,
Escondida en un hueco de mi ropa en la maleta,
En el bolsillo de uno de mis trajes,
Entre las páginas de un libro
Como la señal que ya no me recuerda nada;
Si mi muerte particular estuviera esperando
Una fecha, un instante que sólo ella conoce
Para decirme: “Aquí estoy.
Te he seguido como la sombra
Que no es posible dejar así nomás en casa;
Como un poco de aire cálido e invisible
Mezclado al aire duro y frío que respiras;
Como el recuerdo de lo que más quieres;
Como el olvido, sí, como el olvido
Que has dejado caer sobre las cosas
Que no quisieras recordar ahora.
Y es inútil que vuelvas la cabeza en mi busca:
Estoy tan cerca que no puedes verme,
Estoy fuera de ti y a un tiempo dentro.
Nada es el mar que como un dios quisiste
Poner entre los dos;
Nada es la tierra que los hombres miden
Y por la que matan y mueren;
Ni el sueño en que quisieras creer que vives
Sin mí, cuando yo misma lo dibujo y lo borro;
Ni los días que cuenta
Una vez y otra vez a todas horas,
Ni las horas que matas con orgullo
Sin pensar que renacen fuera de ti.
Nada son estas cosas ni los innumerables
Lazos que me tendiste,
Ni las infantiles argucias con que has querido dejarme
Engañada, olvidada.
Aquí estoy, ¿no me sientes?
Abre los ojos; ciérralos, si quieres”.


Y me pregunto ahora,
Si nadie entró en la pieza contigua,
¿quién cerró cautelosamente la puerta?
¿qué misteriosa fuerza de gravedad
Hizo caer la bola de papel que estaba en la mesa?
Por qué se instala aquí, de pronto, y sin que yo la invite,
La voz de una mujer que habla en la calle?
Y al oprimir la pluma,
Algo como la sangre late y circula en ella,
Y siento que las letras desiguales
Que escribo ahora,
Más pequeñas, más trémulas, más débiles,
Ya no son de mi mano solamente.
SE NECESITA LUZ…
Se necesita luz en esta alcoba,
Se necesita luz
Porque nunca los dientes de la loba
Hieren en plena luz…
Apagad vuestros rezos un momento
No vaya a despertar,
Apagad vuestros rezos que presiento
Que va a llorar…
Echad fuera esa negra mariposa,
Es presagio fatal,
Arrojadla a la noche tenebrosa
Abriendo el ventanal.
Ya despierta el enfermo. Sus ojeras
Se han señalado más…
Ojalá que no sean agoreras
Del sueño de jamás.
Se necesita luz en esta alcoba,
Se necesita luz
Porque nunca los dientes de la loba
Hieren en plena luz.
LE PREGUNTE AL POETA…
Le pregunté al poeta su secreto
Una tarde de lloro,
De lluvia y de canción,
Y me dijo el poeta: “mi secreto
No lo dictan los sabios en decreto.
En la orilla del Nilo y en la aurora
Interroga a Memnón…”
Le pregunté al poeta su secreto
Una noche de luna,
Una noche de augurios y de mal.
El poeta me contestó con una
Mirada que era un reto
Y me dijo: “Interroga
A la estatua de sal…”
Yo descansé la frente entre las manos
(un grupo de aves emprendió la huida).
Mis preguntas y anhelos eran vanos,
El poeta callaba su secreto
Porque era ese secreto el de su vida.
PLEGARIA
Mi mano está cansada de pedir,
Ha recorrido ya todas las puertas,
Se ha abierto en los umbrales al huir
Las golondrinas, y cuando las muertas
Aguas de los canales parecen revivir…
Mis pies no quieren ya peregrinar,
De todos los guijarros han sufrido la herida,
Están tan destrozados que se niegan a andar…
Al fin, aun cuando inmóvil, siempre será la vida
un continuo, un cansado, un cruel peregrinar.
-¡Oh Dios! Dale a mi mano valor para extenderse.
Cuida de las heridas de mis pies desgarrados,
Y sabré mendigar por entre los sembrados
cuando las hojas altas empiecen a mecerse…
CANCIÓN
Silencio, Silencio
Que todo lo oyes,
Como los niños tímidos,
Desde los rincones,
Dame tu consuelo,
Dame tu consejo,
¿qué haré si está Ella,
Con el cuerpo cerca,
Con el alma lejos?
Que al viento, que al viento
Yo se lo decía,
Y el viento, y el viento
Por oír su son en las hojas,
Por oír su son
No me oía.
Que al agua, que al agua
Se lo repetía,
Y el agua, y el agua
Por verse en mis ojos
No me respondía…
Que al cielo, que al cielo
Yo se lo gritaba,
Y el cielo, y el cielo
No sé si me oía,
¡tan alto así estaba!
¡Silencio, silencio!
¿Qué haré si está Ella,
Con el cuerpo cerca
Con el alma lejos…?
           
REFLEJOS
Eras como el agua
Un rostro movido, ¡ay!
Cortado
Por el metal de los reflejos.
Yo te quería sola,
Asomada a la fuente de los días,
Y tan muda y tan quieta
En medio del paisaje móvil:
Húmedas ramas y nubes delgadas.
Y sólo en un momento
Te me dabas, mujer.
Eso era cuando el agua
Como que ensamblaba
Sus planos azules,
Un instante inmóvil,
Para luego hundirlos
Entre rayas blancas de sol, y moradas.
¡Ay, como si alguien
Golpeara en el agua,
Tu rostro se hundía
Y quebraba!
¡Ay, como si alguien
Me hundiera el acero
Del agua!
SOLEDAD
Soledad, soledad
¡cómo me miras desde los ojos
De la mujer de ese cuadro!
Cada día, cada día,
Todos los días…
Cómo me miras con sus ojos hondos.
Si me quejo, parece que sus ojos
Me quisieran decir: aquí me tienes.
Y cuando lloro –algunas veces lloro-
También sus ojos se humedecen,
O será que los miro con los míos.
MUDANZA
El agua, sin quehacer,
Se hastía.
La nube, de viajar,
Se cansa.
Y el monte bien quisiera
En el río, desnudo
Bañarse.
El camino, el camino
No quisiera llevarnos
A la casa.
¡Otra vida! ¡Otra vida!
Por eso el sol
Se entra por los resquicios
Y, en la mañana,
Espía nuestras camas.
Por eso las nubes se exprimen…
Y por eso crujen los muebles,
Y por eso se inclinan los cuadros.
¡otra vida! ¡otra vida!
Hagamos sitio a nuevos huéspedes:
Echemos la casa por la ventana.
PUZZLE
Cuando subimos por sus rodillas
Gruño un poco:
Su aliento silbó en su cabellera verde,
Y tuvimos miedo…
Pero no cambió de postura.
Cuando pisábamos su espalda
Miramos hacia abajo:
Navidad en abril.
Absurdo: esa cabra, ese buey,
Los hombres hongos
Y el espejito roto entre la loma.
Arriba comprendimos
Que sin esfuerzo, con una mano,
Podríamos derribarlo todo:
Casas, árboles,
Hasta la vaca pinta
Segura de su camouflage.
¡Todo! Con ademán de niño
Aburrido y enfermo:
Ya lo ordenaríamos después,
O ya nunca lo ordenaríamos.
VIAJE
La luz se va con el tren
Silbando, enrollada en humo,
Apenas si en las colinas
Unta un brillo.
¡Ay! Y nos vamos pensando
Lejos, con el tren silbando,
Sin movernos ni cansarnos.
¡Ay! Y nos vamos pensando
Sin volver adonde estamos.
Se mueve en el cielo un aire
Cenizo, lento. Se mueve
Un aire sin aire.
Nos moja, al correr, un agua
Oscura y tibia. Nos moja
Un agua sin agua.
Y el corazón se apresura
O, quién sabe, se detiene
Oyendo el silbido que
Raya largo, de punta
En la pizarra y nos deja
Un calosfrío de infancia…
Así robando la luz,
Seguimos sin llegar
Y sin partir.
CINEMATÓGRAFO
En la calle, la plancha gris del cielo,
Más baja cada vez,
Nos empareda vivos…
El corazón, sin frío de invierno,
Quiere llorar su juventud
A oscuras.
En este túnel el hollín
Unta las caras,
Y sólo así mi corazón se atreve.
En este túnel sopla
La música delgada,
Y es tan largo que tardaré en salir
Por aquella puerta con luz
Donde lloran dos hombres
Que quisieran estar a oscuras.
¿Por qué no pagarán la entrada?
NOCTURNO DE LA ESTATUA
Soñar, soñar la noche, la calle, la escalera
Y el grito de la estatua desdoblando la esquina.
Correr hacia la estatua y encontrar sólo el grito,
Querer tocar el grito y sólo hallar el eco,
Quiere asir el eco y encontrar sólo el muro
Y correr hacia el muro y tocar un espejo.
Hallar en el espejo la estatua asesinada,
Sacarla de la sangre de su sombra,
Vestirla en un cerrar de ojos,
Acariciarla como a una hermana imprevista
Y jugar con las fichas de sus dedos
Y contar a su oreja cien veces sin  cien veces
Hasta oírla decir “estoy muerta de sueño”.
NOCTURNO EN QUE NADA SE OYE
En medio de un silencio desierto como la calle antes del crimen
Sin respirar siquiera para que nada turbe mi muerte
En esta soledad sin paredes
Al tiempo que huyeron los ángulos
En la tumba del lecho dejo mi estatua sin sangre
Para salir en un momento tan lento
En un interminable descenso
Sin brazos que tender
Sin dedos para alcanzar la escala que cae de un piano invisible
Sin más que una mirada y una voz
Que no recuerdan haber salido de ojos y labios
¿qué son labios? ¿qué son miradas que son labios?
Y mi voz ya no es mía
Dentro del agua que no moja
Dentro del aire de vidrio
Dentro del fuego lívido que corta como el grito
Y en el juego angustioso de un espejo frente a otro
Cae mi voz
Y mi voz que madura
Y mi voz  quemadura
Y mi voz quema dura
Como el hielo de vidrio
Como el grito de hielo
Aquí en el caracol de la oreja
El latido de un mar en el que no sé nada
En el que no se nada
Porque he dejado pies y brazos en la orilla
Siento caer fuera de mí la red de mis nervios
Mas huye todo como el pez que se da cuenta
Hasta siento en el pulso de mis sienes
Muda telegrafía a la que nadie responde
Porque el sueño y la muerte nada tienen ya que decirse.
NOCTURNA ROSA
Yo también hablo de la rosa.
Pero mi rosa no es la rosa fría
Ni la de piel de niño,
Ni la rosa que gira
Tan lentamente que su movimiento
Es una misteriosa forma de la quietud.
No es la rosa sedienta,
Ni la sangrante llaga,
Ni la rosa coronada de espinas,
Ni la rosa de la resurrección.
No es la rosa de pétalos desnudos,
Ni la rosa encerada, ni la llama de seda,
Ni tampoco la rosa llamarada.
No es la rosa veleta,
Ni la úlcera secreta,
Ni la rosa puntual que da la hora,
Ni la brújula rosa marinera.
No, no es la rosa rosa
Sino la rosa increada,
La sumergida rosa,
La nocturna,
La rosa inmaterial,
La rosa hueca.
Es la rosa del tacto en las tinieblas,
Es la rosa que avanza enardecida,
La rosa de rosadas uñas,
La rosa yema de los dedos ávidos,
La rosa digital,
La rosa ciega.
Es la rosa moldura del oído,
La rosa oreja,
La espiral del ruido
La rosa concha siempre abandonada
en la más alta espuma de la almohada.
Es la rosa encarnada de la boca,
La rosa que habla despierta
Como si estuviera dormida.
Es la rosa entreabierta
De la que mana sombra,
La rosa entraña
Que se pliega y expande
Evocada, invocada, abocada,
Es la rosa labial,
La rosa herida.
Es la rosa que abre los párpados,
La rosa vigilante, desvelada,
La rosa del insomnio desojada.
Es la rosa del humo,
La rosa de ceniza,
La negra rosa de carbón diamante
Que silenciosa horada las tinieblas
Y no ocupa lugar en el espacio.
NOCTURNO
Al fin llegó la noche con sus largos silencios,
Con las húmedas sombras que todo lo amortiguan.
El más ligero ruido crece de pronto y, luego,
Muere sin agonía.
El oído se aguza para ensartar un eco
Lejano, o el rumor de unas voces que dejan,
Al pasar, una huella de vocales perdidas.
¡Al fin llegó la noche tendiendo cenicientas
Alfombras, apagando luces, ventanas últimas!
Porque el silencio alarga lentas manos de sombra.
La sombra es silenciosa, tanto que no sabemos
Donde empieza o acaba, ni si empieza o acaba.
Y es inútil que encienda a mi lado una lámpara:
La luz hace más honda la mina del silencio
Y por ella desciendo, inmóvil, de mí mismo.
Al fin llegó la noche a despertar palabras
Ajenas, desusadas, propias, desvanecidas:
Tinieblas, corazón, misterio, plenilunio…
¡Al fin llegó la noche, la soledad, la espera!
Porque la noche es siempre el mar de un sueño antiguo,
De un sueño hueco y frio en el que ya no queda
Del mar sino los restos de un naufragio de olvidos.
Porque la noche arrastra en su baja marea
Memorias angustiosas, temores congelados,
La sed de algo que, trémulos, apuramos un día,
Y la amargura de lo que ya no recordamos.
¡Al fin llegó la noche a inundar mis oídos
Con una silenciosa marea inesperada,
A poner en mis ojos unos párpados muertos,
A dejar en mis manos un mensaje vacío!
NOCTURNO DE LOS ÁNGELES
Se diría que las calles fluyen dulcemente en la noche.
Las luces no son tan vivas que logren desvelar el secreto,
El secreto que los hombres que van y vienen conocen,
Porque todos están en el secreto
Y nada se ganaría con partirlo en mil pedazos
Si, por el contrario es tan dulce guardarlo
Y compartirlo sólo con la persona elegida.
Si cada uno dijera en un momento dado,
En sólo una palabra, lo que piensa,
Las cinco letras del DESEO formarían una enorme cicatriz luminosa
Una constelación más antigua, más viva aún que las otras.
Y esa constelación sería como un ardiente sexo
En el profundo cuerpo de la noche,
O, mejor, como los Gemelos que por vez primera en la vida
Se miraran de frente, a los ojos, y se abrazaran ya para siempre.
De pronto el río de la calle se puebla de sedientos seres,
Caminan, se detienen prosiguen.
Cambian miradas, atreven sonrisas, forman imprevistas parejas…
Hay recodos y bancos de sombra,
Orillas de indefinibles formas profundas
Y súbitos huecos de luz que ciega
Y puerta que cede a la presión más leve.
El río de la calle queda desierto un instante.
Luego parece remontar de sí mismo
Deseoso de volver a empezar.
Queda un momento paralizado, mudo, anhelante
Como el corazón entre dos espasmos.
Pero una nueva pulsación, un nuevo latido
Arroja al río de la calle nuevos sedientos seres.
Se cruzan, se entrecruzan y suben.
Vuelan a ras de tierra.
Nadan de pie, tan milagrosamente
Que nadie se atrevería a decir que no caminan.
¡Son los ángeles!
Han bajado a la tierra
Por invisibles escalas.
Vienen del mar, que es el espejo del cielo,
En barcos de humo y sombra,
A fundirse y confundirse con los mortales,
A rendir sus frentes en los muslos de las mujeres,
A dejar que otras manos palpen sus cuerpos febrilmente,
Y que otros cuerpos busquen los suyos hasta encontrarlos
Como se encuentran al cerrarse los labios de una misma boca,
A fatigar su boca tanto tiempo inactiva
A poner en libertad sus lenguas de fuego,
A decir las canciones, los juramentos, las malas palabras
En que los hombres concentran el antiguo misterio
De la carne, la sangre y el deseo.
Tienen nombres supuestos, divinamente sencillos.
Se llaman Dick o John, o Marvin o Louis.
En nada sino en la belleza se distinguen de los mortales.
Caminan, se detienen, prosiguen.
Cambian miradas, atreven sonrisas.
Forman imprevistas parejas.
Sonríen maliciosamente al subir en los ascensores de los hoteles
Donde aún se practica el vuelo lento y vertical.
En sus cuerpos desnudos hay huellas celestiales;
Signos, estrellas y letras azules.
Se dejan caer en las camas, se hunden en las almohadas
Que los hacen pensar todavía un momento en las nieves.
Pero cierran los ojos para entregarse mejor a los goces de su encarnación misteriosa,
Y, cuando duermen, sueñan no con los ángeles sino con los mortales.
NOCTURNO DE LA ALCOBA
La muerte toma siempre la forma
de la alcoba que nos contiene.
Es cóncava y oscura y tibia y silenciosa,
Se pliega en las cortinas en que anida la sombra,
Es dura en el espejo y tensa y congelada,
Profunda en las almohadas y, en las sábanas, blanca.
Los dos sabemos que la muerte toma
La forma de la alcoba, y que en la alcoba
En el espacio frío que levanta
Entre los dos un muro, un cristal, un silencio.
Entonces sólo yo sé que la muerte
Es el hueco que dejas en el lecho
Cuando de pronto y sin razón alguna
Te incorporas o te pones de pie.
Y es el ruido de hojas calcinadas
Que hacen tus pies desnudos al hundirse en la alfombra.
Y es el sudor que moja nuestros muslos
Que se abrazan y luchan y que, luego, se rinden.
Y es la frase que dejas caer, interrumpida.
Y la pregunta mía que no oyes,
Que no comprendes o que no respondes.
Y el silencio que cae y te sepulta
Cuando velo tu sueño y lo interrogo
Y solo, sólo yo sé que la muerte
Es tu palabra trunca, tus gemidos ajenos
Y tus involuntarios movimientos oscuros
Cuando en el sueño luchas con el ángel del sueño.
La muerte es todo esto y más que nos circunda,
Y nos une y separa alternativamente,
Que nos deja confusos, atónitos, suspensos,
Con una herida que no mana sangre.
Entonces, sólo entonces, los dos solos, sabemos
Que no el amor sino la oscura muerte
Nos precipita a vernos cara a cara a los ojos,
Y a unirnos y a estrecharnos, más que solos y náufragos,
Todavía más, y cada vez más, todavía.
NOSTALGIA DE LA NIEVE
¡Cae la noche sobre la nieve!
Todos hemos pensado alguna vez
O alguien –yo mismo-lo piensa ahora
Por quienes no saben que un día lo pensaron ya,
Que las sombras que forman la noche de todos los días
Caen silenciosas, furtivas, escondiéndose
Detrás de sí mismas, del cielo:
Copos de sombra.
Porque la sombra es la nieve oscura,
La impensable callada nieve negra.
¡Cae la nieve sobre la noche!
¡Qué luz de atardecer increíble,
Hecha del polvo más fino
Llena de misteriosa tibieza,
Anuncia la aparición de la nieve!
Luego, por hilos invisibles
Y sueltos en el aire como una cabellera,
Descienden
Copos de pluma, copos de espuma.
Y algo de dulce sueño,
De sueño sin angustia,
Infantil, tierno, leve
Goce no recordado
Tiene la milagrosa
Forma en que por la noche
Caen las silenciosas
Sombras blancas de nieve.
DÉCIMA MUERTE
I
¡Qué prueba de la existencia
Habrá mayor que la suerte
De estar viviendo sin verte
Y muriendo en tu presencia!
Esta lúcida conciencia
De amar a lo nunca visto
Y de esperar lo imprevisto;
Este caer sin llegar
Es la angustia de pensar
Que puesto que muero existo.
2
Si en todas partes estás,
En el agua y en la tierra,
En el aire que me encierra
Y en el incendio voraz:
Y si a todas partes vas
Conmigo en el pensamiento,
En el soplo de mi aliento
Y en mi sangre confundida
¿no serás, Muerte, en mi vida,
Agua, fuego, polvo y viento?
3
Si tienes manos, que sean
De un tacto sutil y blando,
Apenas sensible cuando
Anestesiado me crean;
Y que tus ojos me vean
Sin mirarme, de tal suerte
Que nada me desconcierte
Ni tu vista ni tu roce
Para no sentir un goce
Ni un dolor contigo, Muerte.
4
Por caminos ignorados,
Por hendiduras secretas,
Por las misteriosas vetas
De troncos recién cortados,
Te ven mis ojos cerrados
Entrar en mi alcoba oscura
 A convertir mi envoltura
Opaca, febril, cambiante,
En materia de diamante
Luminosa, eterna y pura.
5
No duermo para que al verte
Llegar lenta y apagada,
Para que al oír pausada
Tu voz que silencios vierte,
Para que al tocar la nada
Que envuelve tu cuerpo yerto,
Para que a tu olor desierto
Pueda, sin sombra de sueño
Saber que de ti me adueño
Sentir que muero despierto.
6
La aguja del instantero
Recorrerá su cuadrante
Todo cabrá en un instante
Del espacio verdadero
Que, ancho, profundo y señero,
Será elástico a tu paso
De modo que el tiempo cierto
Prolongará nuestro abrazo
Y será posible, acaso
Vivir después de haber muerto.
7
En el roce, en el contacto,
En la inefable delicia
De la suprema caricia
Que desemboca en el acto,
Hay un misterioso pacto
Del espasmo delirante
En que un cielo alucinante
Un infierno de agonía
Se funden cuando eres mía
Y soy tuyo en un instante
8
¡Hasta en la ausencia estás viva!
Porque te encuentro en el hueco
De una forma y en el eco
De una nota fugitiva;
Porque en mi propia saliva
Fundes tu sabor sombrío,
Y a cambio de lo que es mío
Me dejas sólo el temor
De hallar hasta en el sabor
La presencia del vacío.
9
Si te llevo en mí prendida
Y te acaricio y escondo;
Si te alimento en el fondo
De mi más secreta herida;
Si mi muerte te da vida
Y goce mi frenesí,
¿que será, Muerte, de ti
Cuando al salir yo del mundo,
Deshecho el nudo profundo,
Tengas que salir de mí?
10
En vano amenazas, Muerte,
Cerrar la boca a mi herida
Y poner fin a mi vida
Con una palabra inerte.
¡Qué puedo pensar al verte,
Si en mi angustia verdadera
Tuve que violar la espera;
Si en vista de tu tardanza
Para llenar mi esperanza
No hay hora en que yo no muera!
CANTO A LA PRIMAVERA
La primavera nace
De no sabremos nunca
Que secretas regiones
De la tierra sumisa,
Del amar inacabable,
Del infinito cielo.
La primavera sube
De la tierra. Es el sueño,
El misterioso sueño
De la tierra dormida,
Fatigada y herida.
El sueño en el que todo
Lo que la tierra encierra,
Desde el profundo olvido,
Desde la muerte misma,
Germina o se despierta
Y regresa a la vida.
¡La primavera sube de la tierra!
La primavera llega
Del mar. Es una ola
Confundida entre todas, ignorada,
Perdida sin saberlo
Como un niño desnudo entre las olas,
Cayendo y levantándose desnuda,
Entre las olas grandes,
Entre las incansables
Eternas olas altas.
¡Porque la primavera es una ola!
La primavera surge del cielo. Es una nube
Silenciosa y delgada,
La más pálida y niña.
Nadie la mira alzarse,
Pero ella crece y sube
A los hombros del viento,
Y llega, inesperada.
¡Porque la primavera es una nube!
La primavera surge, llega y sube
Y es el sueño y la ola y es la nube.
Pero también la primavera nace
De pronto en nuestro cuerpo,
Filtrando su inasible
Su misteriosa savia
En cada débil rama
Del árbol de los nervios;
Mezclando su invisible
y renovada linfa
a nuestra sangre antigua.
¡Y enciende los ojos fatigados,
Da calor a las yemas de los dedos
Y despierta la sed en nuestros labios!
Decimos en silencio
O en voz alta, de pronto, “Primavera”,
Y algo nace o germina
O tiembla o se despierta.
Magia de la palabra:
Primavera, sonrisa,
Promesa y esperanza.
Porque la primavera es la sonrisa
Y, también, la promesa y la esperanza.
La sonrisa del niño
Que no comprende al mundo
Y que lo encuentra hermoso:
¡del niño que no sabe todavía!
La promesa de dicha
Murmurada al oído,
La promesa que aviva
Los ojos y los labios:
¡Qué importa que no llegue
A cumplirse algún día!
La trémula esperanza,
La confiada esperanza que no sabe
Que alimenta la angustia
Y aplaza el desengaño:
¡el frío desengaño
Que vendrá inevitable!
Porque la primavera
es ante todo la verdad primera,
La verdad que se asoma
Sin ruido, en un momento,
La que al fin nos parece
Que va a durar, eterna,
La que desaparece
Sin dejar otra huella
Que la que deja el ala
De un pájaro en el viento.
AMOR CONDUSSE NOI AD UNA MORTE
Amar es una angustia, una pregunta,
Una suspensa y luminosa duda;
Es un querer saber todo lo tuyo
Y a la vez un temor de al fin saberlo.
Amar es reconstruir, cuando te alejas,
Tus pasos, tus silencios, tus palabras,
Y pretender seguir tu pensamiento
Cuando a mi lado, al fin inmóvil, callas.
Amar es una cólera secreta,
Una helada y diabólica soberbia.
Amar es no dormir cuando en mi lecho
Sueñas entre mis brazos que te ciñen,
Y odiar el sueño en que, bajo tu frente,
Acaso en otros brazos te abandonas.
Amar es escuchar sobre tu pecho,
Hasta colmar la oreja codiciosa,
El rumor de tu sangre y la marea
De tu respiración acompasada.
Amar es absorber tu joven savia
Y juntar nuestras bocas en un cauce
Hasta que de la brisa de tu aliento
Se impregnen para siempre mis entrañas.
Amar es una envidia verde y muda,
Una sutil y lúcida avaricia.
Amar es provocar el dulce instante
En que tu piel busca mi piel despierta;
Saciar a un tiempo la avidez nocturna
Y morir otra vez la misma muerte
 Provisional, desgarradora, oscura.
Amar es una sed, la de la llaga
Que arde sin consumirse ni cerrarse,
Y el hambre de una boca atormentada
Que pide más y más y no se sacia.
Amar es una insólita lujuria
y una gula voraz, siempre desierta.
Pero amar es también cerrar los ojos,
Dejar que el sueño invada nuestro cuerpo
Como un río de olvido y de tinieblas,
Y navegar sin rumbo, a la deriva:
porque amar es, al fin, una indolencia.
SONETO DE LA GRANADA
Es mi amor como el oscuro
Panal de sombra encarnada,
Que la hermética granada
Labra en su cóncavo muro.
Silenciosamente apuro
Mi sed, mi sed no saciada,
Y la guardo congelada
Para un alivio futuro.
Acaso una boca ajena
A mi secreto dolor
Encuentre mi sangre, plena,
Y mi carne, dura y fría,
Y en mi acre y dulce sabor
Sacie su sed con la mía.
DÉCIMAS
Si nuestro amor está hecho
De silencios prolongados
Que nuestros labios cerrados
Maduran dentro del pecho;
Y si el corazón deshecho
Sangra como la granada
En su sombra congelada,
¿por qué, dolorosa y mustia,
No rompemos esta angustia
Para salir de la nada?
2
Por el temor de quererme
tanto como yo te quiero,
Has preferido, primero,
Para salvarte, perderme.
Pero está mudo e inerme
Tu corazón, de tal suerte
Que si no me dejas verte
Es por no ver en la mía
La imagen de tu agonía:
Porque mi muerte es tu muerte.
3
Mi amor por ti ¡no murió!
Sigue viviendo en la fría,
Ignorada galería
Que en mi corazón cavó.
Por ella desciendo y no
Encontraré la salida,
Pues será toda mi vida
Esta angustia de buscarte
A ciegas, con la escondida
Certidumbre de no hallarte.
INVENTAR LA VERDAD
Pongo el oído atento al pecho,
Como, en la orilla, el caracol al mar.
Oigo mi corazón latir sangrando
Y siempre y nunca igual.
Sé por quién late así, pero no puedo
Decir por qué será.
Si empezara a decirlo con fantasmas
De palabras y engaños, al azar,
Llegaría, temblando de sorpresa,
A inventar la verdad:
¡cuando fingí quererte, no sabía
Que te quería ya!
PALABRA
Palabra que no sabes lo que nombras
Palabra, ¡reina altiva!
Llamas nube a la sombra fugitiva
De un mundo en que las nubes son las sombras.
DÉCIMAS DE NUESTRO AMOR
1
A mí mismo me prohíbo
Revelar nuestro secreto,
Decir tu nombre completo
O escribirlo cuando escribo.
Prisionero de ti, vivo
Buscándote en la sombría
Caverna de mi agonía.
Y cuando a solas te invoco,
En la oscura piedra toco
Tu impasible compañía.
2
Si nuestro amor está hecho
De silencios prolongados
Que nuestros labios cerrados
Maduran dentro del pecho;
Y si el corazón deshecho
Sangra como la granada
En su sombra congelada,
¿Por qué, dolorosa y mustia,
No rompemos esta angustia
Para salir de la nada?
3
Por el temor de quererme
Tanto como yo te quiero,
Has preferido, primero
Para salvarte, perderme
Pero está mudo e inerme
Tu corazón, de tal suerte
Que si no me dejas verte
Es por no ver en la mía
La imagen de tu agonía:
Porque mi muerte es tu muerte.
4
Te alejas de mi pensando
Que me hiere tu presencia
Y no sabes que tu ausencia
Es más dolorosa cuando
La soledad se va ahondando
Y en el silencio sombrío
Sin quererlo, a pesar mío,
oigo tu voz en el eco
Y hallo tu forma en el hueco
Que has dejado en el vacío.
5
¿Por qué dejas entrever
Una remota esperanza,
Si el deseo no te alanza,
 Si nada volverá a ser?
y si no habrá amanecer
En mi noche interminable
¿de qué sirve que yo hable
En el desierto, y que pida,
Para reanimar mi vida,
Remedio a lo irremediable?
6
Esa incertidumbre oscura
Que sube en mi cuerpo y que
Deja en mi boca no ´se
Que desolada amargura,
Este sabor que perdura
Y, como el recuerdo, insiste,
Y, como tu olor, persiste
Con su penetrante esencia
Es la sola y cruel presencia
Tuya, desde que partiste.
7
Apenas has vuelto, y ya
En todo mi ser avanza,
Verde y turbia, la esperanza
Para decirme: “!Aquí está!
 Pero su voz se oirá
Rodar sin eco en la oscura
Soledad de mi clausura
Y yo seguiré pensando
Que no hay esperanza cuando
La esperanza es la tortura.
8
Ayer te soñé. Temblando
Los dos en el goce impuro
Y estéril de un sueño oscuro.
Y sobre tu cuerpo blando
Mis labios iban dejando
Huellas, señales, heridas…
Y tus palabras transidas
Y las mías delirantes
De aquellos breves instantes
Prolongaban nuestras vidas.
9
Si nada espero, pues nada
Tembló en ti cuando me viste
Y ante mis ojos pusiste
La verdad más desolada;
Si no brilló en tu mirada
Un destello de emoción,
La sola oscura razón,
La fuerza que a ti me lanza,
Perdida toda esperanza,
Es… ¡la desesperación!
10
Mi amor por ti ¡no murió
Sigue viviendo en la fría,
Ignorada galería
Que en mi corazón cavó.
Por ella desciendo y no
Encontraré la salida
Pues será toda mi vida
Esta angustia de buscarte
A ciegas, con la escondida
Certidumbre de no hallarte.
EPITAFIOS
I
Agucé la razón
Tanto, que oscura
Fue para los demás
Mi vida, mi pasión
Y mi locura.
Dicen que he muerto.
No moriré jamás: ¡estoy despierto!
2
Duerme aquí, silencioso e ignorado,
El que en vida vivió mil y una muertes.
Nada quieras saber de mi pasado.
Despertar es morir. ¡No me despiertes!

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