Xavier Villaurrutia fue un poeta,
comediógrafo y crítico mexicano que nació y murió en Ciudad de México
(1903-1950) y que ocasionalmente realizó notables traducciones del italiano, el
francés y el inglés (William Blake y André Gide, entre otros). También se ganó
la vida como profesor de la Universidad Nacional de México y gozó de cargos
institucionales en instancias teatrales. Su vida estuvo ceñida a su labor
artística e intelectual y a su integración en numerosas revistas que ayudó a
fundar y en empresas teatrales en las que participó como comediógrafo. Octavio
Paz se asombraba de su escasa obra a pesar de haber vivido inmerso en la vida
literaria, “como si la mayor parte de sus horas las hubiera dedicado no a las
letras sino a otras actividades”. Chus Visor lo pinta como un hombre
angustiado, tímido y excluyente, y afligido por continuas depresiones.
“Homosexual confeso –nos sigue recordando Chus Visor-, reflexivo hasta el fin,
en ningún momento se integró en las ideas o en los sistemas que se estaban instalando
entre las nuevas generaciones de escritores de Europa y de América: si al
marxismo lo miraba con espanto, al surrealismo lo veía de reojo y con cierta
ironía”. Profundo conocedor de la
literatura española, especialmente la barroca, e incluso influido por Góngora y
Quevedo, su verdadera influencia moral hay que irla a rastrear en la literatura
francesa: André Gide y Jean Cocteau le sirvieron de modelos. Alumno del Colegio
francés y de la Escuela Nacional Preparatoria, publicó sus primeros versos en la
antología “Ochos poetas” (1923), al tiempo que abandonaba sus estudios de
Derechos. Ese mismo año funda la revista “Ulises”. En 1928, se enroló, junto a
otros compañeros, en “Contemporáneos”, una publicación cosmopolita inspirada en
la “Revista de Occidente” y que se convirtió en laboratorio de la poesía europea y norteamericana. Allí se daban cita
las voces más destacadas de la vanguardia mexicana. Ya muy pronto se interesa
por el teatro y busca la renovación
introduciendo a Cocteau y O’Neill. Sus primeras piezas cortas ensayaron un
teatro experimental que huía de la comercialidad. Así nacen sus piezas cortas,
“Parece mentira”(1933); “¿En qué piensas?” (1934); “Sea usted breve”
(1934). En 1935 obtiene una beca de la
Fundación Rockefeller y se matricula durante un año en la Universidad de Yale
para seguir profundizando en la teoría y práctica del teatro. A partir de 1940 se introduce en el teatro
comercial con obras en tres actos. Este teatro remite a mitos culturales; por
su ambiente poético y por los juegos temporales entre lo real y lo psíquico,
cabe adscribirlo al simbolismo.
Destacan “La hiedra” (1941), que
es una reelaboración del mito de Fedra en clave moderna. “Invitación a la
muerte” (1944), gira en torno a la obsesión ya habitual en su poesía y toma a
Hamlet como referencia.
NOCTURNO EN QUE HABLA LA MUERTE
Aunque hizo también una temprana
incursión en la novela, fue en la poesía donde dejó su sello más original, al
enlazar de una manera genial con la concepción de la muerte tomada directamente
de la poesía barroca española. En su primer libro, “Reflejos”, publicado en
1926, rinde homenaje al modernismo, pero ya con toques de vanguardia, influido
por López Velarde. Tras esta etapa de una poesía sosegada y llena de
vitalismo, con su libro, “Nostalgias de
la muerte”, 1938, va a asomar ya la sombra que perseguirá su poesía como una
obsesión, tiñéndola de tintes trágicos y angustiosos. En este libro se hallan,
a juicio de Octavio Paz, alguno de los más grandes poemas de nuestra lengua y
nuestro tiempo. Antes había llevado a prensa, en 1933, sus originales
“Nocturnos” y toda su secuela: “Nocturnos de los ángeles” (1936); “Nocturnos
del mar”, (1937). “Nocturno rosa”
(1937). En el último periodo de su poesía, según Alí Chumacero, la emoción se
superpone a la inteligencia “con tal ímpetu que la obliga a restringir su
ejercicio sólo a la superficie de formas métricas”. Es en este periodo final
cuando recupera su preocupación por el ritmo y la rima de sus primeros poemas y
ensaya unas rigurosas décimas con resultados desiguales, pero a veces con
verdaderos deslumbramientos verbales. De esta época son “Décima muerte”, 1941 y
“Canto a la primavera y otros poemas”, 1948.
En Xavier Villaurrutia, la Muerte, en
mayúsculas, se convierte en símbolo de las pequeñas cosas que ya vamos dejando
morir en vida. En este sentido, la muerte ya está penetrando todos los ámbitos
de la vida; de ahí que para este poeta se haga urgente una inquisición sobre la
muerte. A veces la intimidad con la muerte se hace tan estrecha, que toma la
voz y habla en primera persona e
interpela al yo poético de una manera burlona. La muerte misma empapa la
escritura del poema hasta alterar el pulso del poeta y volver trémulas las
letras. Viendo Villaurrutia, como Quevedo, que no hay cosa que no nos hable de
la muerte, también llega a inmiscuir a la muerte en la propia creación poética.
La muerte ya se va anticipando en la vida de cada cual por medio de sus signos
precursores, por medio del silencio, de las sombras, de la soledad y del
desierto. Esa omnipresente realidad de la muerte se simboliza con la
peculiaridad de un enemigo invasor que asedia y cerca, que invade e inunda como
una marea o como un ejército. Su poesía, por surrealista, se hincha de
imágenes, a veces luminosas, a veces sombrías. Pese a que domina el lado
nocturno de las cosas, no es cierto que sea una poesía sólo sombría. Muchas de
las imágenes que la recorren tienen la delicadeza de la ternura. También es una
poesía que vibra de sonidos, con palabras aliteradas que van resonando y que
nos va llenando los oídos de hermosas imágenes acústicas, además de plagar a
veces esa sonoridad con brillantes juegos de palabras y calambures. Por otra
parte, conserva Villaurrutia, ya desde sus principios, una querencia por el
ritmo y por la musicalidad de poeta ya experimentado con las dificultades de la
rima, a la que retornará en su última etapa con sus rigurosas décimas a la
muerte y al amor. En “Nocturno rosa”, toma el tópico símbolo de la rosa, como
quintaesencia de la poesía y de la pureza, para reflejar su propia concepción
rupturista de la estética y de la vida. Su poesía de verso largo se hace tan
descriptiva, a veces hasta pictórica o arquitectónica, que a menudo dibuja
paisajes metafísicos y angustiosos que evoca la pintura de “De Chirico. Al
contacto con la muerte, las cosas van cobrando sus atributos y se vuelven
oscuras, frías, silenciosas: En pocos poetas se puede encontrar tan perfecta y
total sincronía con la muerte. Domina tanto sus formas y la realidad a la que
hace referencia, que apenas queda hueco en el poema donde no se asome algún
atributo o calidad de la muerte. En “nocturno de la alcoba”, la muerte invade
la alcoba y toma la forma de la incomunicación y malentendidos entre los
amantes. La conciencia que tienen los amantes de estar cercados por la muerte,
les intima a la vez a su unión más estrecha, como antídoto para aliviar la
angustia de la separación futura. Octavio Paz supo señalar el acierto de
Villaurrutia y ver el erotismo que se halla mezclado entre imágenes de muerte:
“al inclinarse sobre la complejidad de las sensaciones y las pasiones,
descubrió que hay corredores secretos entre el sueño y la vigilia, el amor y el
odio. Lo mejor de su obra es la exploración entre esos corredores."
NOCTURNO EN QUE HABLA LA MUERTE
Si la muerte
hubiera venido aquí, a New Haven,
Escondida en
un hueco de mi ropa en la maleta,
En el
bolsillo de uno de mis trajes,
Entre las
páginas de un libro
Como la
señal que ya no me recuerda nada;
Si mi muerte
particular estuviera esperando
Una fecha,
un instante que sólo ella conoce
Para
decirme: “Aquí estoy.
Te he
seguido como la sombra
Que no es
posible dejar así nomás en casa;
Como un poco
de aire cálido e invisible
Mezclado al
aire duro y frío que respiras;
Como el
recuerdo de lo que más quieres;
Como el
olvido, sí, como el olvido
Que has
dejado caer sobre las cosas
Que no
quisieras recordar ahora.
Y es inútil
que vuelvas la cabeza en mi busca:
Estoy tan
cerca que no puedes verme,
Estoy fuera
de ti y a un tiempo dentro.
Nada es el
mar que como un dios quisiste
Poner entre
los dos;
Nada es la
tierra que los hombres miden
Y por la que
matan y mueren;
Ni el sueño
en que quisieras creer que vives
Sin mí,
cuando yo misma lo dibujo y lo borro;
Ni los días
que cuenta
Una vez y
otra vez a todas horas,
Ni las horas
que matas con orgullo
Sin pensar
que renacen fuera de ti.
Nada son
estas cosas ni los innumerables
Lazos que me
tendiste,
Ni las
infantiles argucias con que has querido dejarme
Engañada,
olvidada.
Aquí estoy,
¿no me sientes?
Abre los
ojos; ciérralos, si quieres”.
Y me
pregunto ahora,
Si nadie
entró en la pieza contigua,
¿quién cerró
cautelosamente la puerta?
¿qué
misteriosa fuerza de gravedad
Hizo caer la
bola de papel que estaba en la mesa?
Por qué se
instala aquí, de pronto, y sin que yo la invite,
La voz de una
mujer que habla en la calle?
Y al oprimir
la pluma,
Algo como la
sangre late y circula en ella,
Y siento que
las letras desiguales
Que escribo
ahora,
Más
pequeñas, más trémulas, más débiles,
Ya no son de
mi mano solamente.
SE NECESITA
LUZ…
Se necesita
luz en esta alcoba,
Se necesita
luz
Porque nunca
los dientes de la loba
Hieren en
plena luz…
Apagad
vuestros rezos un momento
No vaya a
despertar,
Apagad
vuestros rezos que presiento
Que va a
llorar…
Echad fuera
esa negra mariposa,
Es presagio
fatal,
Arrojadla a
la noche tenebrosa
Abriendo el
ventanal.
Ya despierta
el enfermo. Sus ojeras
Se han
señalado más…
Ojalá que no
sean agoreras
Del sueño de
jamás.
Se necesita
luz en esta alcoba,
Se necesita
luz
Porque nunca
los dientes de la loba
Hieren en
plena luz.
LE PREGUNTE
AL POETA…
Le pregunté
al poeta su secreto
Una tarde de
lloro,
De lluvia y
de canción,
Y me dijo el
poeta: “mi secreto
No lo dictan
los sabios en decreto.
En la orilla
del Nilo y en la aurora
Interroga a
Memnón…”
Le pregunté
al poeta su secreto
Una noche de
luna,
Una noche de
augurios y de mal.
El poeta me
contestó con una
Mirada que
era un reto
Y me dijo:
“Interroga
A la estatua
de sal…”
Yo descansé
la frente entre las manos
(un grupo de
aves emprendió la huida).
Mis
preguntas y anhelos eran vanos,
El poeta
callaba su secreto
Porque era
ese secreto el de su vida.
PLEGARIA
Mi mano está
cansada de pedir,
Ha recorrido
ya todas las puertas,
Se ha
abierto en los umbrales al huir
Las golondrinas,
y cuando las muertas
Aguas de los
canales parecen revivir…
Mis pies no
quieren ya peregrinar,
De todos los
guijarros han sufrido la herida,
Están tan
destrozados que se niegan a andar…
Al fin, aun
cuando inmóvil, siempre será la vida
un continuo,
un cansado, un cruel peregrinar.
-¡Oh Dios!
Dale a mi mano valor para extenderse.
Cuida de las
heridas de mis pies desgarrados,
Y sabré
mendigar por entre los sembrados
cuando las
hojas altas empiecen a mecerse…
CANCIÓN
Silencio,
Silencio
Que todo lo
oyes,
Como los
niños tímidos,
Desde los
rincones,
Dame tu
consuelo,
Dame tu
consejo,
¿qué haré si
está Ella,
Con el
cuerpo cerca,
Con el alma
lejos?
Que al
viento, que al viento
Yo se lo
decía,
Y el viento,
y el viento
Por oír su
son en las hojas,
Por oír su
son
No me oía.
Que al agua,
que al agua
Se lo
repetía,
Y el agua, y
el agua
Por verse en
mis ojos
No me
respondía…
Que al
cielo, que al cielo
Yo se lo
gritaba,
Y el cielo,
y el cielo
No sé si me
oía,
¡tan alto
así estaba!
¡Silencio,
silencio!
¿Qué haré si
está Ella,
Con el
cuerpo cerca
Con el alma
lejos…?
REFLEJOS
Eras como el
agua
Un rostro
movido, ¡ay!
Cortado
Por el metal
de los reflejos.
Yo te quería
sola,
Asomada a la
fuente de los días,
Y tan muda y
tan quieta
En medio del
paisaje móvil:
Húmedas ramas
y nubes delgadas.
Y sólo en un
momento
Te me dabas,
mujer.
Eso era
cuando el agua
Como que
ensamblaba
Sus planos
azules,
Un instante
inmóvil,
Para luego
hundirlos
Entre rayas
blancas de sol, y moradas.
¡Ay, como si
alguien
Golpeara en
el agua,
Tu rostro se
hundía
Y quebraba!
¡Ay, como si
alguien
Me hundiera
el acero
Del agua!
SOLEDAD
Soledad,
soledad
¡cómo me
miras desde los ojos
De la mujer
de ese cuadro!
Cada día,
cada día,
Todos los
días…
Cómo me
miras con sus ojos hondos.
Si me quejo,
parece que sus ojos
Me quisieran
decir: aquí me tienes.
Y cuando
lloro –algunas veces lloro-
También sus
ojos se humedecen,
O será que
los miro con los míos.
MUDANZA
El agua, sin
quehacer,
Se hastía.
La nube, de
viajar,
Se cansa.
Y el monte
bien quisiera
En el río,
desnudo
Bañarse.
El camino,
el camino
No quisiera
llevarnos
A la casa.
¡Otra vida!
¡Otra vida!
Por eso el
sol
Se entra por
los resquicios
Y, en la
mañana,
Espía
nuestras camas.
Por eso las
nubes se exprimen…
Y por eso
crujen los muebles,
Y por eso se
inclinan los cuadros.
¡otra vida!
¡otra vida!
Hagamos
sitio a nuevos huéspedes:
Echemos la
casa por la ventana.
PUZZLE
Cuando
subimos por sus rodillas
Gruño un
poco:
Su aliento
silbó en su cabellera verde,
Y tuvimos
miedo…
Pero no
cambió de postura.
Cuando
pisábamos su espalda
Miramos
hacia abajo:
Navidad en
abril.
Absurdo: esa
cabra, ese buey,
Los hombres
hongos
Y el
espejito roto entre la loma.
Arriba
comprendimos
Que sin
esfuerzo, con una mano,
Podríamos
derribarlo todo:
Casas,
árboles,
Hasta la
vaca pinta
Segura de su
camouflage.
¡Todo! Con
ademán de niño
Aburrido y
enfermo:
Ya lo
ordenaríamos después,
O ya nunca
lo ordenaríamos.
VIAJE
La luz se va
con el tren
Silbando,
enrollada en humo,
Apenas si en
las colinas
Unta un
brillo.
¡Ay! Y nos
vamos pensando
Lejos, con
el tren silbando,
Sin movernos
ni cansarnos.
¡Ay! Y nos
vamos pensando
Sin volver
adonde estamos.
Se mueve en
el cielo un aire
Cenizo,
lento. Se mueve
Un aire sin
aire.
Nos moja, al
correr, un agua
Oscura y
tibia. Nos moja
Un agua sin
agua.
Y el corazón
se apresura
O, quién
sabe, se detiene
Oyendo el
silbido que
Raya largo,
de punta
En la
pizarra y nos deja
Un calosfrío
de infancia…
Así robando
la luz,
Seguimos sin
llegar
Y sin
partir.
CINEMATÓGRAFO
En la calle,
la plancha gris del cielo,
Más baja
cada vez,
Nos empareda
vivos…
El corazón,
sin frío de invierno,
Quiere
llorar su juventud
A oscuras.
En este
túnel el hollín
Unta las
caras,
Y sólo así
mi corazón se atreve.
En este
túnel sopla
La música
delgada,
Y es tan largo
que tardaré en salir
Por aquella
puerta con luz
Donde lloran
dos hombres
Que
quisieran estar a oscuras.
¿Por qué no
pagarán la entrada?
NOCTURNO DE
LA ESTATUA
Soñar, soñar
la noche, la calle, la escalera
Y el grito
de la estatua desdoblando la esquina.
Correr hacia
la estatua y encontrar sólo el grito,
Querer tocar
el grito y sólo hallar el eco,
Quiere asir
el eco y encontrar sólo el muro
Y correr
hacia el muro y tocar un espejo.
Hallar en el
espejo la estatua asesinada,
Sacarla de
la sangre de su sombra,
Vestirla en
un cerrar de ojos,
Acariciarla
como a una hermana imprevista
Y jugar con
las fichas de sus dedos
Y contar a
su oreja cien veces sin cien veces
Hasta oírla
decir “estoy muerta de sueño”.
NOCTURNO EN
QUE NADA SE OYE
En medio de
un silencio desierto como la calle antes del crimen
Sin respirar
siquiera para que nada turbe mi muerte
En esta
soledad sin paredes
Al tiempo
que huyeron los ángulos
En la tumba
del lecho dejo mi estatua sin sangre
Para salir
en un momento tan lento
En un interminable
descenso
Sin brazos
que tender
Sin dedos
para alcanzar la escala que cae de un piano invisible
Sin más que
una mirada y una voz
Que no
recuerdan haber salido de ojos y labios
¿qué son
labios? ¿qué son miradas que son labios?
Y mi voz ya
no es mía
Dentro del agua
que no moja
Dentro del
aire de vidrio
Dentro del
fuego lívido que corta como el grito
Y en el
juego angustioso de un espejo frente a otro
Cae mi voz
Y mi voz que
madura
Y mi
voz quemadura
Y mi voz
quema dura
Como el
hielo de vidrio
Como el grito
de hielo
Aquí en el
caracol de la oreja
El latido de
un mar en el que no sé nada
En el que no
se nada
Porque he
dejado pies y brazos en la orilla
Siento caer
fuera de mí la red de mis nervios
Mas huye
todo como el pez que se da cuenta
Hasta siento
en el pulso de mis sienes
Muda
telegrafía a la que nadie responde
Porque el
sueño y la muerte nada tienen ya que decirse.
NOCTURNA
ROSA
Yo también
hablo de la rosa.
Pero mi rosa
no es la rosa fría
Ni la de
piel de niño,
Ni la rosa
que gira
Tan
lentamente que su movimiento
Es una
misteriosa forma de la quietud.
No es la
rosa sedienta,
Ni la
sangrante llaga,
Ni la rosa
coronada de espinas,
Ni la rosa
de la resurrección.
No es la
rosa de pétalos desnudos,
Ni la rosa
encerada, ni la llama de seda,
Ni tampoco
la rosa llamarada.
No es la
rosa veleta,
Ni la úlcera
secreta,
Ni la rosa
puntual que da la hora,
Ni la
brújula rosa marinera.
No, no es la
rosa rosa
Sino la rosa
increada,
La sumergida
rosa,
La nocturna,
La rosa
inmaterial,
La rosa hueca.
Es la rosa
del tacto en las tinieblas,
Es la rosa
que avanza enardecida,
La rosa de
rosadas uñas,
La rosa yema
de los dedos ávidos,
La rosa
digital,
La rosa
ciega.
Es la rosa
moldura del oído,
La rosa
oreja,
La espiral
del ruido
La rosa
concha siempre abandonada
en la más
alta espuma de la almohada.
Es la rosa
encarnada de la boca,
La rosa que
habla despierta
Como si
estuviera dormida.
Es la rosa
entreabierta
De la que
mana sombra,
La rosa
entraña
Que se
pliega y expande
Evocada,
invocada, abocada,
Es la rosa
labial,
La rosa
herida.
Es la rosa
que abre los párpados,
La rosa
vigilante, desvelada,
La rosa del
insomnio desojada.
Es la rosa
del humo,
La rosa de
ceniza,
La negra
rosa de carbón diamante
Que
silenciosa horada las tinieblas
Y no ocupa
lugar en el espacio.
NOCTURNO
Al fin llegó
la noche con sus largos silencios,
Con las
húmedas sombras que todo lo amortiguan.
El más
ligero ruido crece de pronto y, luego,
Muere sin
agonía.
El oído se
aguza para ensartar un eco
Lejano, o el
rumor de unas voces que dejan,
Al pasar,
una huella de vocales perdidas.
¡Al fin
llegó la noche tendiendo cenicientas
Alfombras,
apagando luces, ventanas últimas!
Porque el
silencio alarga lentas manos de sombra.
La sombra es
silenciosa, tanto que no sabemos
Donde empieza
o acaba, ni si empieza o acaba.
Y es inútil
que encienda a mi lado una lámpara:
La luz hace
más honda la mina del silencio
Y por ella
desciendo, inmóvil, de mí mismo.
Al fin llegó
la noche a despertar palabras
Ajenas,
desusadas, propias, desvanecidas:
Tinieblas,
corazón, misterio, plenilunio…
¡Al fin
llegó la noche, la soledad, la espera!
Porque la
noche es siempre el mar de un sueño antiguo,
De un sueño
hueco y frio en el que ya no queda
Del mar sino
los restos de un naufragio de olvidos.
Porque la
noche arrastra en su baja marea
Memorias
angustiosas, temores congelados,
La sed de
algo que, trémulos, apuramos un día,
Y la
amargura de lo que ya no recordamos.
¡Al fin
llegó la noche a inundar mis oídos
Con una
silenciosa marea inesperada,
A poner en
mis ojos unos párpados muertos,
A dejar en
mis manos un mensaje vacío!
NOCTURNO DE
LOS ÁNGELES
Se diría que
las calles fluyen dulcemente en la noche.
Las luces no
son tan vivas que logren desvelar el secreto,
El secreto que
los hombres que van y vienen conocen,
Porque todos
están en el secreto
Y nada se
ganaría con partirlo en mil pedazos
Si, por el
contrario es tan dulce guardarlo
Y
compartirlo sólo con la persona elegida.
Si cada uno
dijera en un momento dado,
En sólo una
palabra, lo que piensa,
Las cinco
letras del DESEO formarían una enorme cicatriz luminosa
Una
constelación más antigua, más viva aún que las otras.
Y esa
constelación sería como un ardiente sexo
En el
profundo cuerpo de la noche,
O, mejor,
como los Gemelos que por vez primera en la vida
Se miraran
de frente, a los ojos, y se abrazaran ya para siempre.
De pronto el
río de la calle se puebla de sedientos seres,
Caminan, se
detienen prosiguen.
Cambian
miradas, atreven sonrisas, forman imprevistas parejas…
Hay recodos
y bancos de sombra,
Orillas de
indefinibles formas profundas
Y súbitos
huecos de luz que ciega
Y puerta que
cede a la presión más leve.
El río de la
calle queda desierto un instante.
Luego parece
remontar de sí mismo
Deseoso de
volver a empezar.
Queda un
momento paralizado, mudo, anhelante
Como el
corazón entre dos espasmos.
Pero una
nueva pulsación, un nuevo latido
Arroja al
río de la calle nuevos sedientos seres.
Se cruzan,
se entrecruzan y suben.
Vuelan a ras
de tierra.
Nadan de
pie, tan milagrosamente
Que nadie se
atrevería a decir que no caminan.
¡Son los ángeles!
Han bajado a
la tierra
Por
invisibles escalas.
Vienen del
mar, que es el espejo del cielo,
En barcos de
humo y sombra,
A fundirse y
confundirse con los mortales,
A rendir sus
frentes en los muslos de las mujeres,
A dejar que
otras manos palpen sus cuerpos febrilmente,
Y que otros
cuerpos busquen los suyos hasta encontrarlos
Como se
encuentran al cerrarse los labios de una misma boca,
A fatigar su
boca tanto tiempo inactiva
A poner en
libertad sus lenguas de fuego,
A decir las
canciones, los juramentos, las malas palabras
En que los
hombres concentran el antiguo misterio
De la carne,
la sangre y el deseo.
Tienen
nombres supuestos, divinamente sencillos.
Se llaman
Dick o John, o Marvin o Louis.
En nada sino
en la belleza se distinguen de los mortales.
Caminan, se
detienen, prosiguen.
Cambian
miradas, atreven sonrisas.
Forman
imprevistas parejas.
Sonríen
maliciosamente al subir en los ascensores de los hoteles
Donde aún se
practica el vuelo lento y vertical.
En sus
cuerpos desnudos hay huellas celestiales;
Signos,
estrellas y letras azules.
Se dejan
caer en las camas, se hunden en las almohadas
Que los
hacen pensar todavía un momento en las nieves.
Pero cierran
los ojos para entregarse mejor a los goces de su encarnación misteriosa,
Y, cuando
duermen, sueñan no con los ángeles sino con los mortales.
NOCTURNO DE
LA ALCOBA
La muerte
toma siempre la forma
de la alcoba
que nos contiene.
Es cóncava y
oscura y tibia y silenciosa,
Se pliega en
las cortinas en que anida la sombra,
Es dura en
el espejo y tensa y congelada,
Profunda en
las almohadas y, en las sábanas, blanca.
Los dos sabemos que la muerte toma
La forma de la alcoba, y que en la alcoba
En el espacio frío que levanta
Entre los dos un muro, un cristal, un silencio.
Entonces sólo yo sé que la muerte
Es el hueco que dejas en el lecho
Cuando de pronto y sin razón alguna
Te incorporas o te pones de pie.
Y es el ruido de hojas calcinadas
Que hacen tus pies desnudos al hundirse en la alfombra.
Y es el sudor que moja nuestros muslos
Que se abrazan y luchan y que, luego, se rinden.
Y es la frase que dejas caer, interrumpida.
Y la pregunta mía que no oyes,
Que no comprendes o que no respondes.
Y el silencio que cae y te sepulta
Cuando velo tu sueño y lo interrogo
Y solo, sólo yo sé que la muerte
Es tu palabra trunca, tus gemidos ajenos
Y tus involuntarios movimientos oscuros
Cuando en el sueño luchas con el ángel del sueño.
La muerte es todo esto y más que nos circunda,
Y nos une y separa alternativamente,
Que nos deja confusos, atónitos, suspensos,
Con una herida que no mana sangre.
Entonces, sólo entonces, los dos solos, sabemos
Que no el amor sino la oscura muerte
Nos precipita a vernos cara a cara a los ojos,
Y a unirnos y a estrecharnos, más que solos y náufragos,
Todavía más, y cada vez más, todavía.
NOSTALGIA DE LA NIEVE
¡Cae la noche sobre la nieve!
Todos hemos pensado alguna vez
O alguien –yo mismo-lo piensa ahora
Por quienes no saben que un día lo pensaron ya,
Que las sombras que forman la noche de todos los días
Caen silenciosas, furtivas, escondiéndose
Detrás de sí mismas, del cielo:
Copos de sombra.
Porque la sombra es la nieve oscura,
La impensable callada nieve negra.
¡Cae la nieve sobre la noche!
¡Qué luz de atardecer increíble,
Hecha del polvo más fino
Llena de misteriosa tibieza,
Anuncia la aparición de la nieve!
Luego, por hilos invisibles
Y sueltos en el aire como una cabellera,
Descienden
Copos de pluma, copos de espuma.
Y algo de dulce sueño,
De sueño sin angustia,
Infantil, tierno, leve
Goce no recordado
Tiene la milagrosa
Forma en que por la noche
Caen las silenciosas
Sombras blancas de nieve.
DÉCIMA MUERTE
I
¡Qué prueba de la existencia
Habrá mayor que la suerte
De estar viviendo sin verte
Y muriendo en tu presencia!
Esta lúcida conciencia
De amar a lo nunca visto
Y de esperar lo imprevisto;
Este caer sin llegar
Es la angustia de pensar
Que puesto que muero existo.
2
Si en todas partes estás,
En el agua y en la tierra,
En el aire que me encierra
Y en el incendio voraz:
Y si a todas partes vas
Conmigo en el pensamiento,
En el soplo de mi aliento
Y en mi sangre confundida
¿no serás, Muerte, en mi vida,
Agua, fuego, polvo y viento?
3
Si tienes manos, que sean
De un tacto sutil y blando,
Apenas sensible cuando
Anestesiado me crean;
Y que tus ojos me vean
Sin mirarme, de tal suerte
Que nada me desconcierte
Ni tu vista ni tu roce
Para no sentir un goce
Ni un dolor contigo, Muerte.
4
Por caminos ignorados,
Por hendiduras secretas,
Por las misteriosas vetas
De troncos recién cortados,
Te ven mis ojos cerrados
Entrar en mi alcoba oscura
A convertir mi
envoltura
Opaca, febril, cambiante,
En materia de diamante
Luminosa, eterna y pura.
5
No duermo para que al verte
Llegar lenta y apagada,
Para que al oír pausada
Tu voz que silencios vierte,
Para que al tocar la nada
Que envuelve tu cuerpo yerto,
Para que a tu olor desierto
Pueda, sin sombra de sueño
Saber que de ti me adueño
Sentir que muero despierto.
6
La aguja del instantero
Recorrerá su cuadrante
Todo cabrá en un instante
Del espacio verdadero
Que, ancho, profundo y señero,
Será elástico a tu paso
De modo que el tiempo cierto
Prolongará nuestro abrazo
Y será posible, acaso
Vivir después de haber muerto.
7
En el roce, en el contacto,
En la inefable delicia
De la suprema caricia
Que desemboca en el acto,
Hay un misterioso pacto
Del espasmo delirante
En que un cielo alucinante
Un infierno de agonía
Se funden cuando eres mía
Y soy tuyo en un instante
8
¡Hasta en la ausencia estás viva!
Porque te encuentro en el hueco
De una forma y en el eco
De una nota fugitiva;
Porque en mi propia saliva
Fundes tu sabor sombrío,
Y a cambio de lo que es mío
Me dejas sólo el temor
De hallar hasta en el sabor
La presencia del vacío.
9
Si te llevo en mí prendida
Y te acaricio y escondo;
Si te alimento en el fondo
De mi más secreta herida;
Si mi muerte te da vida
Y goce mi frenesí,
¿que será, Muerte, de ti
Cuando al salir yo del mundo,
Deshecho el nudo profundo,
Tengas que salir de mí?
10
En vano amenazas, Muerte,
Cerrar la boca a mi herida
Y poner fin a mi vida
Con una palabra inerte.
¡Qué puedo pensar al verte,
Si en mi angustia verdadera
Tuve que violar la espera;
Si en vista de tu tardanza
Para llenar mi esperanza
No hay hora en que yo no muera!
CANTO A LA PRIMAVERA
La primavera nace
De no sabremos nunca
Que secretas regiones
De la tierra sumisa,
Del amar inacabable,
Del infinito cielo.
La primavera sube
De la tierra. Es el sueño,
El misterioso sueño
De la tierra dormida,
Fatigada y herida.
El sueño en el que todo
Lo que la tierra encierra,
Desde el profundo olvido,
Desde la muerte misma,
Germina o se despierta
Y regresa a la vida.
¡La primavera sube de la tierra!
La primavera llega
Del mar. Es una ola
Confundida entre todas, ignorada,
Perdida sin saberlo
Como un niño desnudo entre las olas,
Cayendo y levantándose desnuda,
Entre las olas grandes,
Entre las incansables
Eternas olas altas.
¡Porque la primavera es una ola!
La primavera surge del cielo. Es una nube
Silenciosa y delgada,
La más pálida y niña.
Nadie la mira alzarse,
Pero ella crece y sube
A los hombros del viento,
Y llega, inesperada.
¡Porque la primavera es una nube!
La primavera surge, llega y sube
Y es el sueño y la ola y es la nube.
Pero también la primavera nace
De pronto en nuestro cuerpo,
Filtrando su inasible
Su misteriosa savia
En cada débil rama
Del árbol de los nervios;
Mezclando su invisible
y renovada linfa
a nuestra sangre antigua.
¡Y enciende los ojos fatigados,
Da calor a las yemas de los dedos
Y despierta la sed en nuestros labios!
Decimos en silencio
O en voz alta, de pronto, “Primavera”,
Y algo nace o germina
O tiembla o se despierta.
Magia de la palabra:
Primavera, sonrisa,
Promesa y esperanza.
Porque la primavera es la sonrisa
Y, también, la promesa y la esperanza.
La sonrisa del niño
Que no comprende al mundo
Y que lo encuentra hermoso:
¡del niño que no sabe todavía!
La promesa de dicha
Murmurada al oído,
La promesa que aviva
Los ojos y los labios:
¡Qué importa que no llegue
A cumplirse algún día!
La trémula esperanza,
La confiada esperanza que no sabe
Que alimenta la angustia
Y aplaza el desengaño:
¡el frío desengaño
Que vendrá inevitable!
Porque la primavera
es ante todo la verdad primera,
La verdad que se asoma
Sin ruido, en un momento,
La que al fin nos parece
Que va a durar, eterna,
La que desaparece
Sin dejar otra huella
Que la que deja el ala
De un pájaro en el viento.
AMOR CONDUSSE NOI AD UNA MORTE
Amar es una angustia, una pregunta,
Una suspensa y luminosa duda;
Es un querer saber todo lo tuyo
Y a la vez un temor de al fin saberlo.
Amar es reconstruir, cuando te alejas,
Tus pasos, tus silencios, tus palabras,
Y pretender seguir tu pensamiento
Cuando a mi lado, al fin inmóvil, callas.
Amar es una cólera secreta,
Una helada y diabólica soberbia.
Amar es no dormir cuando en mi lecho
Sueñas entre mis brazos que te ciñen,
Y odiar el sueño en que, bajo tu frente,
Acaso en otros brazos te abandonas.
Amar es escuchar sobre tu pecho,
Hasta colmar la oreja codiciosa,
El rumor de tu sangre y la marea
De tu respiración acompasada.
Amar es absorber tu joven savia
Y juntar nuestras bocas en un cauce
Hasta que de la brisa de tu aliento
Se impregnen para siempre mis entrañas.
Amar es una envidia verde y muda,
Una sutil y lúcida avaricia.
Amar es provocar el dulce instante
En que tu piel busca mi piel despierta;
Saciar a un tiempo la avidez nocturna
Y morir otra vez la misma muerte
Provisional,
desgarradora, oscura.
Amar es una sed, la de la llaga
Que arde sin consumirse ni cerrarse,
Y el hambre de una boca atormentada
Que pide más y más y no se sacia.
Amar es una insólita lujuria
y una gula voraz, siempre desierta.
Pero amar es también cerrar los ojos,
Dejar que el sueño invada nuestro cuerpo
Como un río de olvido y de tinieblas,
Y navegar sin rumbo, a la deriva:
porque amar es, al fin, una indolencia.
SONETO DE LA GRANADA
Es mi amor como el oscuro
Panal de sombra encarnada,
Que la hermética granada
Labra en su cóncavo muro.
Silenciosamente apuro
Mi sed, mi sed no saciada,
Y la guardo congelada
Para un alivio futuro.
Acaso una boca ajena
A mi secreto dolor
Encuentre mi sangre, plena,
Y mi carne, dura y fría,
Y en mi acre y dulce sabor
Sacie su sed con la mía.
DÉCIMAS
Si nuestro amor está hecho
De silencios prolongados
Que nuestros labios cerrados
Maduran dentro del pecho;
Y si el corazón deshecho
Sangra como la granada
En su sombra congelada,
¿por qué, dolorosa y mustia,
No rompemos esta angustia
Para salir de la nada?
2
Por el temor de quererme
tanto como yo te quiero,
Has preferido, primero,
Para salvarte, perderme.
Pero está mudo e inerme
Tu corazón, de tal suerte
Que si no me dejas verte
Es por no ver en la mía
La imagen de tu agonía:
Porque mi muerte es tu muerte.
3
Mi amor por ti ¡no murió!
Sigue viviendo en la fría,
Ignorada galería
Que en mi corazón cavó.
Por ella desciendo y no
Encontraré la salida,
Pues será toda mi vida
Esta angustia de buscarte
A ciegas, con la escondida
Certidumbre de no hallarte.
INVENTAR LA VERDAD
Pongo el oído atento al pecho,
Como, en la orilla, el caracol al mar.
Oigo mi corazón latir sangrando
Y siempre y nunca igual.
Sé por quién late así, pero no puedo
Decir por qué será.
Si empezara a decirlo con fantasmas
De palabras y engaños, al azar,
Llegaría, temblando de sorpresa,
A inventar la verdad:
¡cuando fingí quererte, no sabía
Que te quería ya!
PALABRA
Palabra que no sabes lo que nombras
Palabra, ¡reina altiva!
Llamas nube a la sombra fugitiva
De un mundo en que las nubes son las sombras.
DÉCIMAS DE NUESTRO AMOR
1
A mí mismo me prohíbo
Revelar nuestro secreto,
Decir tu nombre completo
O escribirlo cuando escribo.
Prisionero de ti, vivo
Buscándote en la sombría
Caverna de mi agonía.
Y cuando a solas te invoco,
En la oscura piedra toco
Tu impasible compañía.
2
Si nuestro amor está hecho
De silencios prolongados
Que nuestros labios cerrados
Maduran dentro del pecho;
Y si el corazón deshecho
Sangra como la granada
En su sombra congelada,
¿Por qué, dolorosa y mustia,
No rompemos esta angustia
Para salir de la nada?
3
Por el temor de quererme
Tanto como yo te quiero,
Has preferido, primero
Para salvarte, perderme
Pero está mudo e inerme
Tu corazón, de tal suerte
Que si no me dejas verte
Es por no ver en la mía
La imagen de tu agonía:
Porque mi muerte es tu muerte.
4
Te alejas de mi pensando
Que me hiere tu presencia
Y no sabes que tu ausencia
Es más dolorosa cuando
La soledad se va ahondando
Y en el silencio sombrío
Sin quererlo, a pesar mío,
oigo tu voz en el eco
Y hallo tu forma en el hueco
Que has dejado en el vacío.
5
¿Por qué dejas entrever
Una remota esperanza,
Si el deseo no te alanza,
Si nada volverá a ser?
y si no habrá amanecer
En mi noche interminable
¿de qué sirve que yo hable
En el desierto, y que pida,
Para reanimar mi vida,
Remedio a lo irremediable?
6
Esa incertidumbre oscura
Que sube en mi cuerpo y que
Deja en mi boca no ´se
Que desolada amargura,
Este sabor que perdura
Y, como el recuerdo, insiste,
Y, como tu olor, persiste
Con su penetrante esencia
Es la sola y cruel presencia
Tuya, desde que partiste.
7
Apenas has vuelto, y ya
En todo mi ser avanza,
Verde y turbia, la esperanza
Para decirme: “!Aquí está!
Pero su voz se oirá
Rodar sin eco en la oscura
Soledad de mi clausura
Y yo seguiré pensando
Que no hay esperanza cuando
La esperanza es la tortura.
8
Ayer te soñé. Temblando
Los dos en el goce impuro
Y estéril de un sueño oscuro.
Y sobre tu cuerpo blando
Mis labios iban dejando
Huellas, señales, heridas…
Y tus palabras transidas
Y las mías delirantes
De aquellos breves instantes
Prolongaban nuestras vidas.
9
Si nada espero, pues nada
Tembló en ti cuando me viste
Y ante mis ojos pusiste
La verdad más desolada;
Si no brilló en tu mirada
Un destello de emoción,
La sola oscura razón,
La fuerza que a ti me lanza,
Perdida toda esperanza,
Es… ¡la desesperación!
10
Mi amor por ti ¡no murió
Sigue viviendo en la fría,
Ignorada galería
Que en mi corazón cavó.
Por ella desciendo y no
Encontraré la salida
Pues será toda mi vida
Esta angustia de buscarte
A ciegas, con la escondida
Certidumbre de no hallarte.
EPITAFIOS
I
Agucé la razón
Tanto, que oscura
Fue para los demás
Mi vida, mi pasión
Y mi locura.
Dicen que he muerto.
No moriré jamás: ¡estoy despierto!
2
Duerme aquí, silencioso e ignorado,
El que en vida vivió mil y una muertes.
Nada quieras saber de mi pasado.
Despertar es morir. ¡No me despiertes!
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