lunes, 18 de diciembre de 2017

AYER EN EL AUTOBÚS

Quede claro que esto no es un cuento, sino algo raro que me sucedió ayer en el autobús, encima de dejarme la carpeta tirada en la plataforma con todos los apuntes que voy tomando por ahí para hacer más tarde semblanzas que sean parecidas a la realidad.  Todavía no he reclamado la carpeta ni se lo he contado a nadie, no vaya a ser que me tomen por un pirado, pero he llegado a pensar que lo que me pasó ayer también le ha pasado a otras personas, y si esto al final llega  a aclararse, podríamos ponernos de acuerdo y firmar algún tipo de reclamación a la compañía de autobuses.

Y esto ha sido ayer cuando me ha ocurrido, volviendo a casa en autobús poco antes de caer la noche, el conductor me resultaba familiar, algún viajero lo conocía de cruzármelo en la calle, las conversaciones eran sobre los mismos tópicos de siempre, y no había habido algaradas en las calles ni ataques terroristas monitorizados en directo por las cámaras de las televisión, quede claro que todo había sido muy normal hasta el momento en que me monté en el autobús número 5. Yo iba entretenido escuchando hablar a la gente, que iba en pareja o en grupo, la conversación no me parecía ni animada, ni vulgar -lotería, fútbol y quinielas-, y como era una de esas horas en que la gente está más bien cansada porque regresa a casa, los gestos eran tan conciliadores que a mí me dio por mirar por la ventanilla mientras me aburría mirando el perfil ya mil veces visto de mi ciudad burguesa –que no sé enfade nadie, pero es que es burguesa-. Así que distraído, con la nariz pegada sobre el cristal húmedo, iba escuchando el runrún del motor y a los viajeros hablando en mi idioma materno, que como es natural era el suyo, de vez en cuando apartaba la vista de la ventana y observaba a las madres asomadas a los carritos de los niños, ancianos sentados en su plaza reservada hablando de roturas de cadera o cosas así, los jóvenes aferrados a la barra horizontal que cuelga del techo mientras hacían piruetas sobre el teclado de su móvil con la mano libre, y yo que seguía haciéndome el tonto simulando mirar a través del cristal  para que ningún manco, cojo o tuerto me hiciese levantarme de mi sitial con ventanilla, en fin, la misma monotonía que siempre me deja con la boca abierta de aburrimiento, volví otra vez a mi ventana, fue sólo un instante que noté el cambio, creo que un segundo antes estuve a punto de dar una cabezada, pero vi una pintada que me llamó la atención en una pared de un edificio que estaba a punto de caerse, y abrí bien los ojos – que es como si me hubiera pellizcado-, y me la quedé leyendo más de la cuenta, como repitiéndola para mí varias veces seguidas, como si a base de repetirme la leyenda de la pintada pudiera caer en la cuenta de lo que significaba aquello de “PULPOS NO”, y mientras daba vueltas a la cabeza pensando en donde podía haber pulpos, y si eran de los vivos o de los otros, y si eran los pulpos animales extraterrestres, como la gente dice, empecé a escuchar a la pareja de enfrente, que hasta entonces habían hablado como hablan todos los cristianos, comunicarse en un idioma raro,  que para nada me pareció conocido, ni les casaba con aquellas caras y aquellas pintas, y si antes les había entendido todo, ahora no les entendía nada, por más que trataba de pegar el oído, porque se habían puesto a hablar  en búlgaro o en ruso, algún idioma de esa zona del mundo en la que nunca he estado. Pensé que eran gallegos que habían sido emigrantes en otros países en tiempos mucho mejores que éstos, pensé muchas cosas y no pensé nada, no tuve tiempo a pensar lo raro que era aquello, más atrás oí a otra pareja hablar en francés, aunque podía ser provenzal, me acordé de la turismofobía y, al empezar a sentirla yo mismo, logre tranquilizarme por un instante, hasta que distinguí voces en chino o japonés, no me atreví a mirar hacia mi derecha por si acaso no tenían rasgos orientales, distinguí también el portugués -aunque podía ser brasileño- y creí oír hablar en catalán -aunque podía ser polaco-, todos estaban hablando en otras lenguas y juro que ni el autobús ni mi ciudad tienen nada de turísticos. Estaba claro que algo andaba mal. Los viajeros, al verme balancearme de un lado al otro en el asiento, seguramente que también me mesé los cabellos, yo no sé muy bien lo que hice, pero sé que llamé la atención, sobre todo por dejar caer la carpeta al suelo de golpe, seguramente, digo, los viajeros se me quedaron vigilando, porque casi al mismo tiempo que miraba a los grupos aguzando el oído sin entender ni papa, di un golpe seco con la frente en el cristal, como diciendo “!Madre mía!, !dónde me he metido!”, y todos se miraron y se callaron a la vez, como si hubieran visto una mosca aplastada contra la ventanilla, momento en que pasó lo más extraño que me ocurrió allí, pues entonces los pasajeros que hasta ese momento no habían dicho ni mú, porque eran aquellos que iban solos en el autobús, comenzaron a hacer muecas y gestos de sordomudos, y los que hasta entonces habían estado hablando tan animadamente en otras lenguas, comenzaron a congraciarse con los sordomudos, replicándoles con el lenguaje de signos, haciendo grandes aspavientos y agitando los miembros con un frenesí tal que la cosa comenzó a darme de veras miedo, sobre todo porque me dio por pensar que estaban todos hablando de mí, que era el único que no conocía la lengua de los mudos, pero que tampoco decía nada, y me faltó poco para pedirle al conductor que me abriese la puerta ya para bajarme en marcha, pues ya mosca, y para saber si me estaban tomando el pelo, pegué un grito preguntando: "¿pero qué coño está pasando aquí?", lo que todavía me espantó más aún  cuando descubrí que cada uno me contestaba en mi propia lengua una cosa distinta, y que nada tenía que ver con lo que yo había preguntado –alguno incluso me contestaba  rezando una plegaria o algo parecido-, pero entonces yo ya estaba más que preocupado por el sonido tan raro que había salido de mi boca, no sé si aullido o graznido o alguna expresión malsonante en idioma foráneo. No le di entonces más vueltas a lo mío, porque preferí callarme la boca. Después de haber timbrado varias veces hasta poner nervioso al conductor, que pegó un frenazo brusco, finalmente se me abrieron las puertas en una calle que no tenía parada, y en donde yo estaba dispuesto a tirarme de cabeza. Pero algo me dijo que aquello no era normal. La voz femenina y sugerente de la cinta grabada que anunciaba las paradas se comunicaba en mi propia lengua, pero aquella voz mecánica no podía engañarme en absoluto. Si aquella parada no estaba programada, entonces la voz no podía ser más que la del conductor, demasiado melosa y seductora para ser auténtica, y por supuesto imitando, además, la voz de una máquina o de una cinta pregrabada con voz de mujer. Al poco de apearme, un hombre con gabardina y boina,  y con aspecto de espía,  me preguntó por una calle que yo conocía de sobra, porque precisamente es en la que vivo yo –casualidad que no me había ocurrido en mi vida-, y yo muy amable estuve a punto de acompañarle, pero  al final fui mucho más astuto que él y no caí en la trampa, y me hice como que era extranjero y que no  entendía nada, no fuera que se tratase de una encerrona y me encontrase en el portal a mis vecinos hablando en diferentes lenguas, así que seguí mi propio paso sin mirar atrás, dando vueltas y vueltas por toda la ciudad, para despistar en caso de que alguien me siguiese, tomé una habitación en una pensión modesta, para pasar la noche –que la  he pasado en vela, por cierto-,  y hasta ahora no me he atrevido en todo el día a hablar de esto con nadie, ni de  esto ni de nada, ni siquiera he ensayado en el espejo diferentes discursos para oír mi propia voz, dando los buenos días al auditorio y despidiéndome, tal como me enseñaron en las clases de oratoria. De todas formas, como digo, lo que más me agobia es que todavía no he abierto la boca desde ayer por la noche, en la pensión donde ahora me alojo lo concerté todo por señas y por escrito, y de momento lo único que sé es que escribiendo puedo comunicarme perfectamente en mi propia lengua. O eso creo.

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