Me llamó por teléfono mi primo para decirme que había venido el rey a visitar la ciudad y que daba audiencia en la plaza mayor: todos teníamos que presentarnos allí para besarle los pies. Al principio me entró la risa, pero una vez hube colgado, me imaginé en genuflexión besándole los pies y me entró un escalofrío. Porque si todos íbamos allí a besarle los pies, se sabría sin duda que yo también había sido partícipe, y para mí se trataba de una bajeza que no debía trascender. Se me ocurrió la idea de huir a otra ciudad para salir del país y evitarme aquel bochorno, pero cuando llamé a la estación me dijeron que ya no quedaban billetes para ninguno de los trenes. Me pregunté si estábamos huyendo todos o nos estaban cerrando la salida.
Bitácora de Poesía y Pensamiento