Robert Lee Frost nació en San Francisco un 26 de marzo de
1874 y murió en Boston el 29 de enero de 1963. Ha sido considerado por muchos
como el mejor poeta norteamericano del siglo XX y es el único escritor que ostenta
cuatro premios Pulitzer. Howells, al reseñar la obra de Frost, dijo que se
trataba de la vieja poesía tan nueva como nunca; James M. Cox apostilló que podría ser una nueva poesía tan vieja como la que más.
"Nueva en su ritmo, en su fino escepticismo, que la liberaba de la moralidad y
la aridez de la tradición gentil, se introdujo en el lenguaje corriente de la
región elevándolo a unas alturas de ternura, sabiduría y belleza que ningún
poeta americano había logrado hasta entonces". La poesía de Frost tiene la
virtud de permanecer en la imaginación, proporcionando consuelo y alivio, así
como un sentido coherente del mundo. Randall Jarrell ha expresado lo mismo de
otra manera: ”Cuando conoces los poemas de Frost sabes sorprendentemente bien
cuál era la apariencia del mundo para un hombre”.
Su padre provenía de una familia de granjeros de Nueva
Inglaterra y su madre era hija de un capitán de barco que había nacido en Escocia. La infancia del
poeta se va a ver marcada por la confesión swedenborgiana de la madre, quien
se encargará personalmente de la educación de los hijos: a menudo se lee en
casa textos de Shakespeare, Poe, Emerson, y literatura clásica y romántica. El
padre morirá con tan sólo 34 años, tras constantes periodos de depresión
alternados con su desmedida afición al juego. Después de la muerte del padre,
que deja huérfano a Robert con 9 años, la familia se mudará a Salem bajo la
tutela del abuelo paterno. La madre se dedicará a la enseñanza en Lawrence,
mientras el hijo se convierte en un estudiante aventajado que además comienza a
interesarse por los asuntos más varios; en sus poemas dejará registro de su
vasta curiosidad: la botánica, la biología y la astronomía serán motivos
recurrentes. Frost se dedica, durante los periodos de vacaciones, a las labores
más variadas, ya sea en granjas y fábricas de la región o repartiendo
periódicos. En su último año de instituto comienza a publicar sus primeros
poemas, a la vez que conoce a Elinor Miriam, con quien iniciará un noviazgo
lleno de vaivenes que a la postre terminará en casamiento. Ingresa en la
Universidad de Dartmouth, pero a los pocos meses abandona sus estudios para
regresar a Salem, donde comienza a ayudar a su madre en la enseñanza de los
alumnos más díscolos, a la vez que trabaja en una fábrica de lámparas. Es en
este periodo, en el que se vuelca en la lectura de Shakespeare, cuando tiene
lugar un acontecimiento que marcará su devenir y que va a evocar más tarde en
el poema “Kitty hawk”. Tras el enésimo intento frustrado de pedir en matrimonio
a Elinor, Robert Frost toma un tren hasta Dismal Swamp (“pantano lúgubre”) y
allí se interna a pie durante kilómetros con la intención de quitarse la vida.
El poema en que evoca este lúgubre episodio nos da noticia de que es rescatado
tres semanas después, y llevado de vuelta a casa a través de un periplo lleno
de aventuras en trenes de mercancías.
Al fin, Elinor y Robert contraen matrimonio en Lawrence y
comienzan a vivir en la casa familiar con la madre y la hermana de Frost. El
poeta consigue entrar en la prestigiosa universidad de Harward, donde entra en
contacto con una pléyade de profesores que dejarán huella en su formación:
Santayana y William James serán los más destacados. Allí cursa asignaturas de
geología, filosofía, psicología, alemán, latín y griego. A pesar de su
excelente aplicación, tampoco en esta Universidad llega a graduarse, pues al
poco decide iniciar una vida de granjero en una granja avícola, logrando, de
paso, fortalecer su delicada salud. A pesar de que por esta época le nace su
segundo hijo, la muerte del primero y de su propia madre comienza a dejarle los
primeros sinsabores y se le empiezan a manifestar los signos de una incipiente
depresión que ya había atenazado al padre. En la nueva granja del abuelo, al
sur de New Hampshire, la salud se le resquebraja más todavía, teniendo que
soportar periodos de fiebre, pesadillas y dolores en el pecho, lo que no le
impedirá acometer las duras labores de labranza, que serán también los afanes
de los personajes que pululan por los poemas que va componiendo durante las
noches. Antes de 1906 ya le han nacido otros tres hijos. En ese año abandona
las tareas de campo para dedicarse a la enseñanza de literatura y psicología.
Pero la poesía, que es dedicación a la que Robert Frost quiere consagrarse, no le
ofrece los frutos deseados: ningún editor quiere publicar sus poemas, lo que le
produce una gran frustración. Ante esta situación de desaliento, en 1912 la
pareja vende la granja de Derry y prueba fortuna en Inglaterra con el propósito por parte de Robert de centrarse
en la escritura. Un año después de su estancia en Inglaterra, Frost consigue su propósito de ver publicado
su primer libro de poemas: se trata de su libro “La voluntad de un joven". Pese
al título, Robert Frost ha tramontado ya su primera juventud y se acerca a la
madurez: tiene 39 años. Durante su estancia cerca de Londres, Frost va a
conocer a una serie de poetas y escritores que van a dejar huella en la
literatura mundial: Ford Madox Ford, Walter de la Mare, Robert Graves, Ezra Pound y
Yeats. Pero van a ser los llamados poetas georginos los que le influyan -sin sucumbir a su superficialidad-, más
interesados estos por las cosas del campo, con un sesgo realista, y que se inspiraban
en la vida diaria de los hombres corrientes que hablan un lenguaje coloquial y
directo.
“La voluntad de un joven” será un libro bien recibido que
encierra una especie de retrato del artista adolescente. Son poemas que beben
del espíritu de Emerson y Thoreau. Se ha dicho que con este poemario, Frost
elevó el lenguaje coloquial e informal al reino d la poesía. A juicio de
Andrés Catalán, el libro dibuja una trayectoria que comienza en el miedo y
acaba en el amor. Se trata de un poemario de tránsito: de tránsito de una
estación a otra que viene marcada por el ciclo de fertilidad del campo, pero también
se hace notar esta transición en los tonos de voz. Se trata de un libro bisagra
entre el Frost lírico y subjetivo de sus años americanos y el Frost que al
llegar a Inglaterra se preocupará por dar a sus poemas una atmósfera dramática,
como ocurre en su segundo libro, “Al norte de Boston”. Con este último libro,
Frost se aparta de la subjetividad que impregnaba el primero y se centra en las
vidas ajenas de la gente trabajadora de Nueva Inglaterra. Acuña su voz,
sencilla y directa, pero a menudo escurridiza, con esas dobleces
características que harán precisar una doble lectura y múltiples
interpretaciones bajo su engañosa máscara literal. Harold Bloom habla de una
ironía “particularmente sombría en la que no se trata tanto de decir algo
queriendo decir otra cosa, sino de lograr que el significado desande el camino
andado y deshaga lo que quiso decir”. En
este libro utiliza el verso blanco en pentámetro yámbico, que ya Shakespeare
probaría con fortuna. Con este libro se le etiquetó como poeta de la naturaleza
por su predilección por las cosas de la gente del mundo rural. Pero toda simplicidad
en Frost es siempre aparente y falaz, pues supo extraer de este contacto entre
el hombre y la naturaleza correspondencias simbólicas de alcance universal. No
se trata de la naturaleza amable que aparece de fondo en los poetas bucólicos,
sino de una naturaleza áspera y difícil que da a los hombres el fondo trágico
en el que se desenvuelven y que a menudo resulta indiferente a sus
pasiones.
Estos dos primeros libros de Frost acotan lo que se ha llamado su mundo pastoral. Su labor como profesor de latín le introdujo en la tradición pastoral encarnada en los poemas de Teócrito y Virgilio. Pero el poeta pastoral no escribe poemas simples para sus vecinos rurales. Se trata de un poeta refinado por la cultura que toma el mundo pastoral como una fuente de inspiración para dar con símbolos universales. Sustenta la creencia de que el mundo rural es representativo de la sociedad humana en general. En el duro mundo rural de Frost, el hombre y la naturaleza se ven regidos por lo que el Destino ha ordenado. El resultado es un estoicismo conformista ante la ineluctable fuerza de los acontecimientos.
Estos dos primeros libros de Frost acotan lo que se ha llamado su mundo pastoral. Su labor como profesor de latín le introdujo en la tradición pastoral encarnada en los poemas de Teócrito y Virgilio. Pero el poeta pastoral no escribe poemas simples para sus vecinos rurales. Se trata de un poeta refinado por la cultura que toma el mundo pastoral como una fuente de inspiración para dar con símbolos universales. Sustenta la creencia de que el mundo rural es representativo de la sociedad humana en general. En el duro mundo rural de Frost, el hombre y la naturaleza se ven regidos por lo que el Destino ha ordenado. El resultado es un estoicismo conformista ante la ineluctable fuerza de los acontecimientos.
Ante la amenaza de la guerra y una apurada situación
económica en Europa, Robert Frost decide regresar a su patria precisamente en el
momento en que los escritores de la generación perdida dan el salto al continente
europeo. La publicación en su propio país de sus dos libros envuelve la vuelta
de Frost en un cierto halo de celebridad poética. De la noche a la mañana
Frost se había convertido en el poeta más leído. Instalada toda la familia en
una granja de New Hampshire, Frost comienza a alternar su trabajo como escritor
con la enseñanza y la impartición de conferencias. No obstante su vocación por
la enseñanza, el tiempo que tenía que dedicarle le obstaculizaba su tarea como
poeta. “Tengo que enseñar o escribir –declaró en una ocasión-: no puedo hacer
las dos cosas a la vez. Pero tengo que vivir”. En 1916 publica su tercer libro,
“Un valle en las montañas”. Contendrá algunos de los mejores poemas de Frost,
como “el camino no elegido”, pero el libro se resiente de una estructura más
endeble que la de sus dos primeros libros. A principios de los años veinte la
familia dejará la granja de new Hampshire por una casona del siglo XVIII en
Vermont. Frost imparte clases en Ripton, Michigan y Amherst.
En 1923 publica su cuarto libro “New Hampshire”, que parodia
en su formato “la tierra baldía” de T. S. Eliot. Comienza a ser frecuente en sus
poemas el sesgo filosófico. Los asuntos de sus poemas se hacen más concretos y
los diálogos más abstractos: los personajes representan posiciones sociales y
filosóficas. El premio Pulitzer que recibe al año siguiente por este libro le
abrirá la puerta de las universidades con diversos doctorados honoríficos. Su
segundo Pulitzer se lo lleva con su “Poesía reunida” de 1930. Ese mismo año es
elegido miembro de la Academia Americana de las Artes y las Letras. La década
de los treinta está lastrada por la desaparición de gran parte de su familia.
Primero fallece su hermana, cinco años más tarde, en 1934, muere su hija Marjorie
de una larga enfermedad, y, finalmente, el cáncer que se le manifiesta a su
mujer Elinor acabará con su vida en 1938. El suicidio con un rifle de caza de
su hijo Carol en 1940 acaba sumiendo al poeta en una severa depresión. Sin
embargo, los éxitos no habían dejado de acompañarle: “una cordillera más
lejana”, 1936, le vale su tercer premio Pulitzer. Su siguiente libro, “Arroyo
hacia el oeste”, preludia el compromiso político en asuntos públicos que
proseguiría en sus últimos libros. Los protagonistas de sus poemas comienzan a
estar rodeados de soledad; la naturaleza comienza a adquirir tintes siniestros
y se convierte en un sinsentido para el hombre. En el momento de su publicación,
el libro fue tachado de reaccionario por las consideraciones políticas o
filosóficas de algunos de sus poemas.
Después de morir su mujer, Frost deja de dar clases por una
temporada e inicia una relación sentimental con Kathleen Morrison, quien se
convertirá en su secretaria. Se muda a Boston y adquiere una granja, a la vez
que dirige un seminario en Harvard. En 1942 publica “un árbol testigo” –nuevo
premio Pulitzer que le convierte en el único escritor con cuatro-, donde una
nueva preocupación asoma: la de delimitar la frontera entre el mundo exterior y
la práctica poética. Robert Lowell decía que los temas que obsesionaban a Frost
–la soledad, la muerte, los límites humanos- se combinaban en un único tema,
“el de un hombre que se abre paso a través de lo informe, lo anárquico y lo
libre, hacia la nieve, el aire, el océano, el desierto, la desesperanza, la
muerte y la locura. Cuando los límites se alcanzan, y a veces se sobrepasan, el
nombre vuelve”.
En la década de los 40 publica "la Flor del campanario", donde
da rienda suelta a sus preocupaciones religiosas, científicas o tecnológicas.
En 1949, su "Poesía completa" le congracia con un público que había empezado a
darle la espalda. Las posturas que adoptó Frost al final –en los últimos
poemas, así como en su vida- le restaron crédito entre críticos académicos, que
prefirieron la obra más difícil de T. S. Eliot, Ezra Pound y Wallace Stevens al
verso pastoral directo y sencillo que no precisaba de ninguna exégesis crítica.
William Prithchar ha destacado cómo “Las dos últimas décadas de su vida fueron
las de un hombre cuyas producciones como poeta, por primera vez en su carrera,
ocuparon una posición secundaria tras su vida como figura pública, autoridad,
institución, emisario cultural”. En sus últimos años Frost se convierte, por
tanto, en un hombre público eminente: recibe honores, títulos y galardones, el
Senado firma una resolución para celebrar su cumpleaños, La Casa Blanca le
convierte en un invitado habitual en sus cenas. En 1960 recibe la medalla del
Congreso y, tras la elección de John F. Kennedy, se convierte en el primer
poeta al que se solicita un poema para la ceremonia de toma de posesión. Muere
con 88 años, el 29 de enero de 1963, después de haber sido operado de cáncer el
año anterior.
Robert Frost es conocido por una interesante teoría poética
que ha tenido repercusión: lo que él llama “el sonido del sentido”: La frase
establece dos polos entre los que pivota el significado, que puede hacer
resaltar el poema-como –música o el poema-como-significado. La tesis principal
de Frost es que un poema dice algo antes de ser entendido; “La mejor forma de
oír el sonido abstracto del sentido –escribió una vez por carta a un amigo- es
desde las voces que se oyen a través de una puerta que corta las palabras”. Se
trata, como recuerda Andrés Catalán, de un intrincado tejido a base de ritmo y
metro, que desdeña el verso libre –pues sería como “jugar al tenis sin poner la
red”-, donde el metro se convierte en una especie de red doble para apresar los
sonidos y ritmos del discurso real. Se trata, siguiendo similares
planteamientos de Wordsworth y Emerson, de jugar con ciertos patrones
discursivos que son naturales a una cultura y que permiten ser resaltados o
contrastados mediante el patrón rítmico del metro. El propio Frost nos recuerda
que una buena frase tiene un doble cometido: "expresa un significado mediante
las palabras y la sintaxis y otro mediante el tono de voz que indica. En la
ironía, las palabras pueden decir una cosa, el tono de voz otra”. Frost formuló
esta poética de “el sonido del sentido” para encajar un fenómeno al que estaba
dando expresión en su práctica poética, tal como le había sucedido también a multitud de poetas antes que él: oponer la línea acústica base del
verso métrico a las melodías irregulares del habla idiomática. La originalidad
de Frost estriba en acomodar el sonido del sentido al habla rural de Nueva
Inglaterra, un dialecto del que nadie antes se había servido para fines
poéticos. Pero como señala el traductor
Andrés Catalán en el excelente estudio a la Poesía Completa de Frost –Linteo
Poesía-, “en última instancia, el interés de Frost por el habla cotidiana tiene
que ver con un contexto de atención a la intimidad humana, a la gente en su
quehacer diario y menudo.” Pero quizás la grandeza de Frost estriba en haber insertado estos quehaceres cotidianos sobre un fondo de naturaleza a menudo hostil y que genera el contexto trágico en el que se mueven sus personajes poéticos, creando unos dramas y unos mitos rurales que irradian significado, ensanchando con sencillez los márgenes del poema hasta convertir inesperadamente el conjunto en una elocuente glosa de la condición humana.
EL CAMINO NO ELEGIDO
Dos caminos
se abrían en un bosque amarillo,
Y triste por
no poder caminar por los dos,
Y por ser un
viajero tan solo, un largo rato
Me detuve, y
puse la vista en uno de ellos
Hasta donde
al torcer se perdía en la maleza.
Después pasé
al siguiente, tan bueno como el otro,
Posiblemente
la elección más adecuada
Pues lo
cubría la hierba y pedía ser usado;
Aunque hasta
allí lo mismo a cada uno
Los había
gastado el pasar de las gentes,
Y a ambos
por igual los cubría esa mañana
Una capa de
hojas que nadie había pisado.
¡Ah! ¡El
primero dejé mejor para otro día!
Aunque tal y
como un paso aventura el siguiente,
Dudé si
alguna vez volvería a aquel lugar.
Seguramente
esto lo diré entre suspiros
En algún
momento dentro de años y años
Dos caminos
se abrían en un bosque, elegí…
Elegí el
menos transitado de ambos,
Y eso supuso
toda diferencia.
POR MI MISMO
Uno de mis
deseos es que esos oscuros árboles,
Tan ancianos
y firmes que apenas se alteran con la brisa,
No fueran,
digamos, la máscara solamente de una sombra,
Sino que
hasta el último abismo se extendieran.
Pero no solo
no me detendrán sino que un día
Hacia su
vastedad me atreveré a deslizarme,
Sin miedo a
no encontrar jamás el campo abierto,
O una
carretera donde la lenta rueda esparza arena.
No veo por
qué debiera alguna vez volverme,
O por que no
debieran perseguir mi rastro
Para alcanzarme,
aquellos que aquí me echan de menos
Y ansían
saber si todavía les tengo alguna estima.
No me
encontrarán distinto de aquel que me conocieron:
Solamente
más seguro de todo lo que creía cierto.
AL VIENTO
DEL DESHIELO
¡Ven con
lluvia, oh ruidoso suroeste!
Trae al
cantor, trae las nidadas;
Da a la
enterrada flor un sueño;
Haz humear
el asentado montículo de nieve;
Encuentra
bajo lo blanco lo marrón;
Pero hagas
lo que hagas esta noche,
Baña mi
ventana, hazla fluir,
Derrítela
según se esfuma el hielo;
Funde el
cristal y deja los montantes
Como un
crucifijo de ermitaño;
Irrumpe en
mi pequeño cuarto;
Tuerce el
cuadro en la pared;
Las páginas
agita y pásalas rápidamente;
Esparce los
poemas sobre el suelo;
Por la
puerta echa de aquí al poeta.
UNA ORACIÓN
EN PRIMAVERA
Oh,
otórganos placer en las flores de hoy;
Y concédenos
no pensar en largo plazos
Como la
incierta cosecha; guárdanos aquí
Con total
sencillez en el nacimiento del año.
Oh,
otórganos placer en el huerto tan blanco,
Como nada
más de día, como fantasmas por la noche;
Y haznos
felices con las felices abejas,
El enjambre
alrededor de los árboles perfectos.
Y haznos
felices con el veloz vuelo del pájaro
Que sobre
las abejas se escucha de repente,
El meteoro
que se lanza con su pico de aguja,
Y sobre una
flor suspendido se detiene.
Porque esto
es amor y nada más es amor,
El que está
reservado a Dios en las alturas
Para
santificarlo al fin que Él considere,
Pero que
sólo nos exige que cumplamos.
DESPRECIADOS
Nos dejan
tan a solas en la dirección que tomamos,
Como a dos
en los que su error se probó cierto,
Que a veces
nos sentamos al borde del camino,
Con cierto
aire travieso, vagabundo, seráfico,
E intentamos
no sentirnos abandonados.
EN UN VALLE
Durante mi
juventud vivimos en un valle
Junto a un
pantano que toda la noche resonaba,
Y era a
causa de las pálidas doncellas
Que tan bien
conocía, a rastras las vestiduras
Entre los
juncos hasta la luz de una ventana.
El pantano
tenía toda suerte de flores,
Y por cada
flor había un rostro
Y una voz
que en mi habitación se ha oído
Desde la
oscuridad exterior hasta el alféizar.
A su puesto
acudían de una en una,
Pero todas
llegaban cada noche con la niebla;
Y casi
siempre venían con tanto que contar,
Cosas
trascendentes que alguien, bien lo sabían,
Tan solitario
iba a oír de tan buen grado,
Que las
estrellas casi se apagaban en el cielo
Antes de que
la última se fuera, cubierta de rocío,
De vuelta al
lugar de donde había venido:
Allí donde
el ave estuvo antes de su vuelo,
Allí donde
la flor estuvo antes de brotar,
Allí donde
ave y flor fueron uno y lo mismo.
SEGANDO
Junto al
bosque jamás se oyó otro sonido salvo este,
Mi larga
guadaña susurrando a la tierra.
¿Qué era lo
que susurraba? Ni yo mismo lo sé;
Quizá fuera
algo sobre el calor del sol,
Algo, quizá,
sobre la ausencia de sonidos…
Y por esa
razón susurraba y no hablaba.
Pero no era
un sueño que las horas ociosas regalaran,
Ni un oro
fácil en mano de hada o elfo:
Fuera de la
verdad, todo le habría resultado endeble
Al minucioso
amor que alineó las zanjas,
A las que no
faltaban flores de punta delicada
(orquídeas
blancas), y asustó una serpiente de verde reluciente.
Los hechos
son el sueño más dulce que la labor conoce.
Mi larga
guadaña susurró y allí dejó que se hiciera el heno.
LA POSICIÓN
ESTRATÉGICA
Si me canso
de los árboles de nuevo acudo a los hombres,
Bien sé a
dónde dirigirme con premura: al amanecer,
A una ladera
donde el ganado atiende el césped.
Allí
recostado entre el colgante enebro,
Sin que
nadie me vea, observo definidas en blanco
A lo lejos
las casas de los hombres, y aún más lejos,
Las tumbas
de los hombres en la colina opuesta,
Vivos o
muertos, a quienes haya que hacer caso.
Y si al
mediodía tengo ya suficiente,
No tengo más
que girar sobre mi brazo, y he aquí
La ladera
quemada bajo el sol hace brillar mi rostro,
Como una
brisa mi respiración agita las azules florecillas,
Huelo la
tierra, huelo la magullada planta,
Con atención
estudio el agujero de la hormiga.
REVELACIÓN
Por propia
voluntad nos ocultamos
Tras ligeras
palabras de desdén y de burla,
Pero ah,
cuánta inquietud de corazón
Hasta que
alguien de veras nos descubre.
Es una
lástima que la ocasión requiera
(según
entendemos) que al final
Hablemos de
forma literal para infundir
Comprensión
en un amigo.
Pero así con
todos, desde las criaturas que juegan
Al escondite
hasta el lejano Dios,
Todos los
que se ocultan demasiado
Han de
hablar y aclararnos dónde están.
LA MATA DE
FLORES
Una vez fui
a voltear la hierba después de que alguien
La segara
con el rocío antes de salir el sol.
El rocío que
había facilitado la labor de su hoja
Había
desaparecido al llegar yo a la allanada escena.
Tras una
isla de árboles intenté hallarlo;
El ruido de
su piedra de afilar busqué en la brisa.
Pero se
había marchado, toda la hierba ya segada,
Y yo debía
estar, como él había estado, solo,
“Como todos
deben de estar “, me dije a mí mismo,
“tanto como
si trabajan juntos o lo hacen separados”.
Pero según
lo decía junto a mí pasó, veloz,
Con
silenciosas alas una desconcertada mariposa,
Buscando con
memoria debilitada por la noche
El asiento
de la flor con la que ayer se deleitaba.
Y me di
cuenta de que volaba dando vueltas y vueltas
Por donde
una flor yacía marchitándose en el suelo.
Y después
voló tan lejos como alcanzaba la vista,
Y después
con alas temblorosas regresó junto a mí.
Se me
ocurrieron preguntas que no tienen respuesta,
Y habría
retomado la tarea de aventar la hierba;
Pero ella
volvió primero, y guió mis ojos
Hasta una
alta mata de flores al lado del arroyo,
La lengua
saltarina de una flor que la guadaña había perdonado
Junto al
arroyo con juncos que a la guadaña había detenido.
Al segador
entre el rocío le gustaron, y las dejó
Allí para
que florecieran, pero no para nosotros,
Ni siquiera
para provocar que pensáramos en él,
Sino por
pura y desbordante alegría esa mañana.
La mariposa
y yo nos habíamos tropezado,
No obstante,
con un mensaje del amanecer,
Que me hizo
oír las aves que alrededor despertaban,
Y oír su
larga guadaña susurrando a la tierra,
Y sentir un
espíritu afín al mío;
De manera
que en adelante ya no trabajé solo;
Alegre a su
lado, trabajé como si me ayudara,
Y agotado,
busqué la sombra con él a mediodía;
Y soñando,
por así decirlo, hablé fraternalmente
Con alguien
cuyo pensamiento nunca esperé alcanzar.
“Los hombres
trabajan juntos”, le dije de corazón,
“tanto como
si trabajan juntos o lo hacen separados”.
EL JUICIO DE
LA EXISTENCIA
Hasta los
más valientes, tras morir
No ocultarán
su sorpresa
Tras
despertar y hallar que el valor reina,
Tanto como
en la tierra, en el paraíso;
Y tras
fatigar sin su espada
Vastos
campos de asfódelos eternamente,
Descubrir
que la mayor recompensa
De la
audacia es seguir siendo audaz.
La luz del
cielo cae íntegra y blanca
Sin
fragmentarse en múltiples matices,
La luz
siempre es la luz de la mañana;
Las colinas
son verdes con sus pastos;
Las huestes
angelicales desfilan con vigor
Y buscan con
una carcajada qué afrontar;
Y
envolviéndolo todo está la nieve silenciosa
De la ola
rompiente en la distancia.
Y desde lo
alto de un acantilado se proclama
La reunión
para el nacimiento de las almas,
El llamado
juicio de la existencia,
El
oscurecimiento sobre la tierra.
¡Y los
sesgados espíritus que marchan
En
corrientes a través y también en contra
No pueden
evitar prestar oídos a ese dulce grito
Debido a los
sueños que sugiere!
Y los más
indolentes se giran
Para ver una
vez más el sacrificio
De aquellos
que por alguna buena causa
De buen
grado renunciarán al paraíso.
Y una blanca
y brillante multitud se precipita
Hacia el
trono para allí presenciar
El tránsito
de las devotas almas
A las que
Dios presta un especial cuidado.
Y ninguna es
elegida si así no lo desea
Tras recibir
primero explicación de la vida
Que le
aguarda en la tierra, el bien y el mal,
Más allá de
la sombra de una duda;
Y muy hermosamente
Dios retrata,
Y con
ternura, el sueño diminuto de la vida,
Pero nada se
minimiza o sea atenúa
Al delinear
aquello que es supremo.
Ni tampoco
falta entre el gentío
Un espíritu
que sencillamente se adelante,
Heroico en
su desnudez,
El relato de
sus cosas humillantes
Suena más
noble allí que bajo el sol;
Y la cabeza
gira y canta el corazón,
Y un grito
da la bienvenida al audaz.
Pero siempre
Dios habla al final:
“en la
agonía de la lucha un pensamiento
Por amigo lo
tendría el más valiente:
El recuerdo
de que escogió la vida;
Pero el
destino tan puro al que te abocas
No permites
que recuerdes la elección,
Pues la
amargura no sería la amargura terrenal
A la que das
tu aprobación”.
Así la
decisión debe tomarse otra vez,
Aunque la
elección final sea la misma;
Y la
admiración entonces sobrepasa el asombro,
Y se hace el
silencio por toda aclamación.
Y Dios ha
cogido una flor de oro
Y la ha
partido, y de ella ha tomado
El vínculo
místico para atar y sujetar
El espíritu
a la materia hasta su muerte.
Esa es
la esencia de la vida:
Aunque
elijamos con grandeza, seguiremos
Careciendo
de una clara memoria perdurable,
Pues la vida
nos reserva en su tortura
Tan solo
aquello que, de algún modo, escogimos;
Y así de
todo orgullo nos despojan
En todo este
dolor de un solo desenlace
Y que
aguantamos, perplejos y abatidos.
AHORA CIERRA
LAS VENTANAS
Ahora cierra
las ventanas y silencia los campos;
Si se mecen
los árboles, que en silencio lo hagan;
Ningún
pájaro canta ahora, y si lo hace,
Perdérmelo
es cosa mía.
Tardará en
regresar la vida a la marisma,
Tardará en
regresar el primer pájaro:
Cierra pues
las ventanas y no oigamos el viento,
Miremos
solamente su revuelo.
EN LOS
BOSQUECILLOS DE HOJA CADUCA
¡Las mismas
hojas una y otra vez!
Caen,
dejando desde lo alto de dar sombra
Para formar
una textura de marrón desleído
Y pegarse a
la tierra como un guante de cuero.
Antes de que
las hojas puedan subir de nuevo
A rellenar
los árboles con una nueva sombra,
Más allá de
todo lo que asciende han de bajar.
Hasta la
oscura podredumbre bajarán.
Han de
atravesarlas las flores y ponerse
A los pies
de las flores danzarinas.
Comoquiera
que sea en otros mundos
Sé que en el
nuestro el camino es este.
RETICENCIA
A través de
los campos y los bosques
Y sobre las
cercas deambulé;
He subido a
los altos oteros
Y mirado
hacia el mundo y descendido;
Por la
carretera he vuelto a casa,
Y mira, se
ha acabado.
Todas
muertas están las hojas sobre el suelo,
Salvo esas
que el roble conserva todavía
Para ir
desenredando una a una
Y dejarlas
ir rozando y arrastrándose,
Alejándose
sobre la nieve endurecida,
Mientras los
demás están durmiendo.
Y las hojas
muertas yacen en un quieto montón,
Nunca más
llevadas por el viento de aquí a allá;
La última
aster solitaria ha desaparecido;
Las flores
del avellano se marchitan;
El corazón
aún ansía continuar la búsqueda,
Pero los
pies preguntan “¿hacia dónde?”.
Ah, ¿cuándo
para el corazón del hombre
Supuso algo
menos que traición
Dejarse ir
con la deriva de las cosas,
Ceder a la
razón con elegancia,
Y doblegarse
y aceptar que han acabado
Un amor o
una estación?
LA MANCHA DE
NIEVE
Hay una
mancha de nieve en una esquina
Que debería
haber supuesto
Que era un
periódico al que la lluvia
Había hecho
detenerse.
Está
salpicada de mugre como si
Pequeñísimas
letras la cubrieran,
Las noticias
de un día que he olvidado…
Si es que
alguna vez las leí.
EL TELÉFONO
“Cuando
llegué lo más lejos que podía caminar
Desde aquí hoy,
Hubo un
momento
De completa
calma
Cuando al
inclinar la cabeza sobre una flor
Te oí
hablar.
No digas que
no, puesto que te oí decir…
Hablaste
desde esa flor sobre el alféizar…
¿Te acuerdas
de qué fue lo que dijiste?”.
“Primero
cuéntame que es lo que crees que oíste”.
“Tras
encontrar la flor y espantar una abeja
Me acerqué,
Y
sosteniéndola por el tallo,
Presté oídos
y creo que oí la palabra…
¿Cuál fue?
¿Me llamaste por mi nombre?
O es que
dijiste…
Alguien dijo
“Ven…” Lo escuché al inclinarme”.
Puede que lo
pensara, pero no en voz alta”.
“Bueno, pues
he venido”
EL ARROYO DE
LAS RANITAS
Hacia junio
nuestro arroyo ni canta ni corre.
Si mucho
después se lo busca, se lo encuentra
O bien
refugiado bajo tierra, corriendo a tientas
(y
habiéndose llevado consigo a toda la prole
De ranitas
que gritaba en la niebla el mes anterior,
Como una
ficción de cascabeles en la nieve ficticia),
O bien
florecido y brotado en nometoques,
En un débil
follaje al que dobla el viento
En dirección
contraria de la que corría el agua.
El lecho lo
cubre un pliego de papel descolorido
Hecho de
hojas muertas, pegadas por el calor:
Un arroyo
tan solo para quien lo recuerda.
La forma en
que se lo verá será otra muy distinta
Que a los
arroyos que otras canciones cantan.
Lo que
amamos, lo amamos por lo que es.
ATADO Y
LIBRE
El amor
tiene a la tierra, a quien se agarra,
Con colina y
brazos por todo alrededor…
Muralla tras
muralla para expulsar el miedo.
Pero el
Pensamiento no necesita tales cosas,
Pues tiene
el pensamiento dos intrépidas alas.
En la nieve
y la arena y en la turba, veo
Dónde ha
dejado el Amor su huella impresa
Al luchar
contra el mundo que lo abraza.
Y así es el
Amor y así le gusta ser.
Pero libre
los tobillos tiene el Pensamiento.
El
Pensamiento surca el oscuro universo
Y en el
disco de Sirio pasa toda la noche
Hasta que el
día le obliga a retornar,
Con olor a
quemado en cada pluma,
Volando,
pasando el sol, hasta la tierra.
Sus
victorias celestes son las que son.
Pero se dice
que el Amor siendo un esclavo
Y
simplemente estando quieto todo lo posee,
Bellezas
varias que el Pensamiento encuentra
Fundidas en
otra estrella tras viajar muy lejos.
UN ENCUENTRO
Una vez un
día claro de esos que preceden a la tormenta,
Cuando el
calor va dando paso a la calima y el sol
Por su propia
fuerza parece estar deshecho,
A ratos me
aburría, a ratos caminaba por un bosque
Pantanoso de
cedros. Ahogado en la resina
Y el
polvillo de las plantas, cansado y sofocado,
Arrepentido
de haber abandonado el camino conocido,
Me detuve a
descansar en una especie de percha
Que me
sostenía del abrigo, igual que en una silla,
Y al no
haber otro sitio hacia donde mirar,
Miré hacia
el cielo, y allí contra el azul,
Se erguía
sobre mí un árbol resucitado,
Un árbol que
había caído y vuelto a levantarse:
Un espectador
descortezado. También él se detuvo,
Como si
tuviera miedo de pisarme.
Advertí la
extraña posición que adoptaban sus manos:
Sobre los
hombros, arrastrando unos cables amarillos
Con algo en
su interior que iba de hombre a hombre.
“¿Tú por
aquí?”, le dije. “¿Por dónde no andas hoy en día?
¿Y cuáles
son las noticias que llevas… si las sabes?
Y cuéntame a
dónde te diriges… ¿Montreal?
¿Yo? Yo no
me dirijo a ningún sitio.
A veces
paseo lejos de los caminos trillados
A ver si doy
con una de las orquídeas Calipso”.
LOCALIZACIÓN
DE RANGOS
La batalla
desgarró una tela de araña engarzada en diamantes
Y tronchó
una flor junto al nido de un ave sobre el suelo
Antes de que
llegara a manchar un solo pecho humano.
La malograda
flor se dobló por la mitad y así quedó colgando.
Y aun así el
ave regresó a visitar a sus polluelos.
La mariposa
a la que su llegada había desalojado
Buscó su
flor un instante desde el aire y después
Bajó con
suavidad y con un aleteo volvió a asirse.
Sobre el
desnudo prado de arriba se había desplegado
Durante la
noche un ovillo de hilo entre tallos de acebustre
Y unos
cables en tensión perlados de rocío.
Una
repentina bala pasajera los secó de una sacudida.
La araña
residente a la mosca corrió a dar la bienvenida,
Pero al no encontrar nada, se retiró hoscamente.
ABEDULES
Cuando veo
los abedules torcidos a uno y otro lado
Entre
hileras de árboles más oscuros y enhiestos,
Me gusta
pensar que en ellos se ha columpiado un niño.
Pero
empujarlos no los deja doblados para siempre
Como hacen
las tormentas de aguanieve. Los habrás visto
LA ESPOSA DE
LA COLINA
SOLEDAD
Según ella
Uno no
debería tener que preocuparse
Tanto como
tú y yo
Cuando los
pájaros rodean la casa
Y parece que
dicen adiós;
O
preocuparse tanto cuando regresan
Con lo que
sea que cantan;
La verdad es
que estamos
Demasiado
alegres por lo uno
Y demasiado
tristes por los otros…
Con pájaros
que no se hinchan el pecho
Sino con los
demás y con sí mismos
Y sus nidos
construidos o usurpados.
“APÁGATE,
APÁGATE…”
La sierra
circular gruñía y tamborileaba en el patio
Y producía
serrín y arrojaba astillas largas como leños,
Material de
un aroma dulzón cuando le daba la brisa.
Y si alguien
desde allí levantara la vista podría contar
Cinco
cadenas de montañas una tras otra
Alejándose
hacia Vermont bajo la puesta de sol.
Y la sierra
gruñía y tamborileaba, gruñía y tamborileaba,
cuando iba
ligera y cuando llevaba mucha carga.
Y nada
sucedía: el día se acercaba a su fín.
Por hoy ya
basta, ojalá hubiera dicho
Por darle
gusto al chico, regalándole la media hora
Que un chico
valora tanto cuando se la ahorra del trabajo.
Su hermana
se acercó a ellos con el mandil puesto
A decirles:
“La cena”. Al punto, la sierra,
Como para
demostrar que las sierras saben qué significa la cena,
Saltó hacia
la mano del muchacho, o pareció que saltaba…
Seguramente
él ofreció la mano. Como quiera que fuese,
Ninguna de
las dos rehusó el encuentro. ¡Pero ay la mano!
El primer
grito del chico fue una carcajada acongojada
Mientras se
tambaleaba hacia ellos sosteniendo la mano
A medias
como súplica, pero a medias como si quisiera
Evitar que
la vida se le derramara. Después el chico vio que todo
-puesto que
era suficientemente mayor para saberlo, un muchachote
Haciendo el
trabajo de un hombre, aunque aún niño de corazón-
Que todo
estaba perdido. “No dejéis que me corte
la mano…
El médico,
cuando llegue. ¡No le dejes, hermana!”
Y así. Pero
la mano estaba ya perdida.
El médico lo
envió a la oscuridad del éter.
Se tendió y
los labios se le hincharon al respirar.
Y después…
el que le controlaba el pulso se espantó.
Nadie podía
creérselo. Atendieron a su corazón.
Poco… aún
menos…!nada…! y ahí acabó.
Nada más que
agregar. Y los demás,
Ya que no
eran el muerto, volvieron a sus asuntos.
LA CUADRILLA
DE LA LÍNEA
Ahí viene la
cuadrilla de la línea abriéndose camino.
Abajo echan
un bosque, más roto que talado.
Plantan
árboles muertos donde los vivos, y los muertos
Los atan
unos a otros con un cable muy vivo.
Encuerdan un
instrumento bajo el cielo
Por donde
las palabras, ya sean pulsadas o habladas,
Correrán tan
calladas como los pensamientos,
Pero ellos
al encordarlo no se callan: pasan
Voceando a
lo lejos para que tensen los cables,
Para que los
sujeten con fuerza hasta afianzarlos,
Para que los
suelten… ya lo tienen. Con una carcajada,
Un juramento
de ciudades que al bosque menosprecia
Nos trae
hasta aquí teléfono y telégrafo.
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