viernes, 1 de junio de 2018

AFORISMOS Y CAVILACIONES 23. Sobre arte y literatura (II)




Ser un rey e ignorarlo, esa es la tragedia de toda persona que pasa por el mundo. En tanto que lo ignora, vive como un mendigo y trata a los demás como escoria, como súbditos. Solo cuando se reconoce como un rey puede mirar a los otros hombres a la par, de igual a igual. En parte el quijote incide en este sentir. Su triunfo es despertarse de su sueño mendicante y elevarse a la condición de rey que quiere hacer imperar su ideal de caballero por el mundo.

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Las musas no hacen al poeta cantar sino que le abren los ojos para que pueda contemplar lo que luego se pondrá a cantar.

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El mayor descrédito de los escritores resulta ser la misma materia con la que laboran. Al ser el lenguaje el instrumento que todos usamos para comunicarnos, cualquiera cree que podría decir las mismas cosas sólo con que se lo propusiese, sin comprender que lo que un escritor domina en verdad es el lenguaje del espíritu y que el lenguaje verbal sólo ha sido la llave utilizada para penetrar en él.

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El artista es un mago de las emociones y para hacer pasar a quienes contemplan sus obras por toda la gama de estas emociones, él mismo ha de atravesarlas todas hasta el nivel más profundo, viviendo todo el cielo y el infierno que estás contienen.


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El arte tiene como función sacarnos de la caverna platónica, de la ceguera que no nos deja ver las cosas tal cual son, por no estar lo suficientemente despiertos; nos permite que miremos el mundo de una manera más lúcida y que, cuando vivamos situaciones análogas a las de los héroes o personajes ficticios, no las vivamos desde la ignorancia, sino desde el reconocimiento. Por eso la literatura nos da el privilegio de la “anamnesis”, de rememorar artísticamente la vida, para que así la vivamos de un modo más pleno, más terapéutico, más autónomo, pues la literatura también nos aporta a menudo la solución a la “aporía” de estas mismas situaciones. La literatura nos permite pasar la prueba del laberinto. Toda experiencia para el hombre es una experiencia nueva que no sabe cómo saldarla con éxito. El hombre está siempre perdido en un laberinto, pero también tiene la posibilidad de asirse al hilo de Ariadna que le tienden las situaciones arquetípicas que han planteado los artistas.

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El mal gusto, eso es lo que delata un arte depravado: pero nadie lo reconoce ya porque lo que reina entre los espectadores es precisamente el mal gusto.

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Ya sea como arte degenerado perseguido por el nazismo o como arte burgués y decadente perseguido por el estalinismo, si al arte se le suele perseguir es por su peligrosidad social, porque su vocación es la denuncia de la realidad opresiva que siempre encarnan los estados. El arte, si quiere ser auténtico, ha de ser subterráneo y refugiarse en las catacumbas. Si el artista puede respirar en la superficie es que el aire ya ha sido envenenado y su misión  ha sido domesticada y él mismo  se ha convertido en un bufón.

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La frecuentación de la literatura y del arte nos vuelve raros y nos separa de la mayoría de los hombres, pero nos une más intensamente con la verdadera humanidad.

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Escribir mal es un pecado contra el espíritu y un insulto a las humanidades. Si en todas las disciplinas, desde la filosofía hasta las ciencias sociales, y no digamos ya las ciencias de la naturaleza, los que divulgan sus conocimientos son, por lo general, tan malos escritores es debido a que los obreros de la cultura no han acabado de comprender cuál es su tarea: convertirse en arquitectos capaces de formular bien los principios de su ciencia, diseñar con grandeza su edificio, proyectar su ciencia y ser capaz de expresar, mediante la elegancia del decir, el espíritu humano que se halla presente en los fundamentos de su disciplina.

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Sólo un sádico sublime como Dostoyeski puede hacer que alcancemos el más alto grado de sensibilidad para el dolor del mundo y hacernos pasar inmediatamente de los actos más viles a los actos más sublimes de que son capaces sus personajes, despertándonos a la vez la hipersensibilidad para el placer de estar vivos.

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En el cine actual la cámara se mueve tan vertiginosamente y los personajes actúan a tal velocidad, que al espectador no le queda apenas tiempo para la reflexión ni para el poso de las emociones, y el desfile de imágenes se convierte en un puro frenesí que nos acaba dejando vacíos.

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El efecto pragmático  que la belleza tiene sobre el hombre. Al querer  buscar el hombre rodearse de belleza, ya sea con su arte, su arquitectura o su ornamentación, el hombre logra que las fuerzas de la geometría, de la armonía, de un mundo ordenado y justo ahormen su vida, encajándose en un contorno que es ya su propio caparazón. El hombre no tendrá más remedio que fabricar una vida que esté en consonancia, a la altura de la belleza con la que ha fabricado el entorno. Al buscar la perfección en la fabricación del entorno, está obligado a buscar la perfección para el resto de  su vida.

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Es difícil llegar en literatura a la brillantez, pero el verdadero salto se da cuando se llega a la nitidez. Es cuando la profundidad llega al máximo grado de claridad, y sale a la luz lo que hasta entonces era oscuro, y ya no habla uno mismo, sino que es “el  otro” quien ha salido de esa oscuridad y se pone a hablar.

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Lo que distingue  una ficción buena de otra mala es que la última utiliza una fantasía fácil. Aquello con que nos gustaría fantasear en nuestra vida real no sirve para la rica y compleja fantasía del arte.

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El cine moderno comienza a reflejar esa realidad almibarada que nos pinta la publicidad y todo lo que es tocado por ese almíbar publicitario acaba pareciéndonos falso, que es justo lo contrario de la principal aspiración que debe tener todo arte: parecer más verdadero que la propia verdad.

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No puede haber una finalidad más alta para un artista que ennoblecer a los hombres y sólo los más altos artistas lo consiguen. Nunca nos daremos suficiente cuenta de lo vil que sería la vida del hombre si se le hubiera privado del arte.

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El artista ha de negarse a la venalidad de su arte. Si lo más noble que es capaz de forjar el hombre se pone a la venta, entonces a la sociedad ya no le queda más contraejemplo y acaba vendiendo su alma al demonio del comercio.

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Para que alguien plasme en esencia y metafóricamente una de las muchas historias en que puede contarse nuestra vida en sus diversas vicisitudes, para eso es para lo que los escritores se ponen a narrar.

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Aquellos artistas realistas que tratan de calcar la realidad que les rodea, quedan aplastados por ella. El arte tiene por misión poner al descubierto los poderes creativos del artista y cuanto más hecha y creada esté ya una realidad, menos margen para crear la suya propia le queda al artista.

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No son los mejores artistas los que más talento tienen, sino los que más respeto tienen a la tradición cultural y los que más fe tienen en el poder de la sensibilidad y la inteligencia. Saben que la creatividad es sólo un instrumento que queda embotado si no se le afila.

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Todo talento narrativo, artístico, no es sólo un talento para reproducir la realidad, sino sobre todo para engendrar lo fantástico.

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El arte nos transfiere un talento para lo fantástico y de ese modo hace brotar  en nosotros una predisposición para asumir los más diversos y extravagantes puntos de vista para contemplar el mundo. Sin el arte y la mentalidad fantástica y creativa  aparejada, la mentalidad de los hombres habría acabado atrapada por el tópico, el pragmatismo y el punto de vista único. Las pinturas rupestres que nos legaron nuestros antepasados les sirvieron a los hombres para salir de la caverna y entrar en un mundo más mágico, un mundo verdaderamente humano.


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