jueves, 14 de junio de 2018

POETAS 124. Edgar Lee Masters ("Antología de Spoon River")


 


Edgar Lee Masters,  nació en Garnett (Kansas), el 23 de agosto de 1868. Su padre era abogado, profesión con la que él mismo acabaría ganándose la vida. Pasó su infancia en Petersburg y su juventud en Lewistown, dos pueblos de Illinois. Curso estudios secundarios  en el Knox College, donde aprendió un alemán suficiente que le permitiría familiarizarse con la poesía de Goethe; más tarde estudió derecho y a los 24 años se trasladó a Chicago con la intención de trabajar de periodista. Su primer trabajo como cobrador de la compañía Edison le llevó a patearse la ciudad de Chicago, lo que le permitió entrar en contacto con toda una serie de tipos humanos en los ambientes más sórdidos. Un año después, en 1893, se establece como abogado laboral, profesión que ejercerá ya sin interrupciones hasta 1923.  Su pretensión de que el trabajo elegido le dejase hueco para escribir se vio enseguida frustrada por las exigencias de la vida: casado infelizmente desde 1898, y padre de tres hijos, a menudo se sintió asfixiado por estrecheces económicas. Aun así, fue, antes de dedicarse por entero a la literatura, un escritor prolífico, especialmente volcado en el teatro. Entre 1900 y 1911 escribió y publicó siete piezas, pero ninguna llegaría a ser estrenada. En 1914 comenzaría a publicar en una revista los primeros poemas que formarían más tarde el libro que lo lanzó como poeta y le dio la gloria en vida: la “Antología de Spoon River”. Borges nos recuerda en una reseña biográfica el origen del libro: “Hacia 1914 un amigo le prestó un ejemplar de la Antología griega. De la displicente lectura del libro séptimo de esa famosa recopilación de epigramas, editada a principios del siglo XX, nació en Edgar Lee Masters el plan de la Antología de Spoon River —que es una de las obras más auténticas de la literatura de América—“.  Los poemas los fue escribiendo mientras compatibilizaba su trabajo como abogado, prolongando su jornada en su despacho cuando cerraba el bufete. Su profesión de abogado, que en un principio se había convertido en obstáculo, absorbiéndole tiempo y energías, se trocó en catapulta de su obra, pues le permitió el acceso a un gran caudal de historias y tipos de los que iba a servirse para sus poemas. “Habiendo sido forzado al ejercicio de la ley por el destino –llegó a confesar en una ocasión-, decidí ser un buen abogado, y lo fui… Tuve que enfrentarme en su propio terreno con los abogados de las corporaciones y el comercio,  ávidos de dinero, duros y astutos, y se lo disputé palmo a palmo. Hoy, algunos son millonarios, todos son patriotas y casi todos fariseos. Si entonces no me cambié por ellos, mucho menos me cambiaría ahora”. A partir de la publicación de “Antología de Spoon River” siguió publicando libros de poemas y alguna novela de mérito, entre ellas la de mejor calidad es “Vuelo Nupcial”.  En 1923 se divorcia, cuelga la toga y se traslada a Nueva York para vivir exclusivamente de su pluma. Residió durante largo tiempo en el  hotel Chelsea, se volvió a casar con una mujer mucho más joven que él, maestra de profesión, y no dejó de publicar libros, especialmente biografías: destaca la que irreverentemente dedicó a Lincoln. Sin embargo, la gloría que obtuvo con “Antología de Spoon River” le persiguió a lo largo de su carrera al colocar el listón demasiado alto: a pesar de escribir más de quince volúmenes de poesía y novelas y libros de ensayo, nunca llegó a alcanzar el mismo éxito, lo que marcó sus últimos años, dejándolo con una sensación de soledad e incomprensión y avinagrándole el carácter. Sus últimos años los pasó con ciertas penalidades, acosado por la enfermedad y la pobreza. Murió en 1950, en una residencia para enfermos de Filadelfia. Fue enterrado en Petersburg, cerca de la tumba de Anne Rutledge, la legendaria novia de Lincoln muerta prematuramente y a la que dedicara uno de sus epitafios en su célebre “antología de Spoon River”.

El libro de poemas aquí seleccionado se puede leer como un libro de relatos en el que los muertos de una ciudad refieren hechos de sus vidas desde el cementerio donde están enterrados. “Antología de Spoon river” constituye una urdimbre de voces y monólogos que se elevan hasta componer una compleja polifonía, evocando la vida de un pueblo puritano que oculta la mezquindad, la concupiscencia y el crimen. Por el libro asoman más de doscientas cincuenta vidas contadas en verso libre y en primera persona desde un presunto “más allá” que inevitablemente nos acaba recordando al Comala de “Pedro Páramo”. Gracias a las confidencias lúcidas de sus testimonios obtenemos revelaciones de secretos que nos deja ver irónicamente ciertas peculiaridades del destino de sus vidas. En estas narraciones en forma de epitafio conocemos  detalles triviales, a veces procaces y patéticos, pero también a menudo nos llegan reflexiones profundamente metafísicas. Se trata  en muchos casos de vidas cruzadas que en su técnica se adelanta a la novela de la generación perdida que vendrá más tarde: especialmente el Manhattan Transfer de John Dos Pasos. Muchas de estas vidas están marcadas por los crímenes cometidos y, a la vez, son víctimas de otros crímenes perpetrados por personajes a los que también se les dedica un epitafio. A veces las vidas se truncan de una forma chusca, con accidentes inexplicables  que rompen el sentido con una nota humorística. Muchos de los personajes ignoran sucesos que serán revelados por otros y cuyo conocimiento deja un regusto de sarcasmo. O de una misma historia se dan versiones diferentes a cargo de los personajes que aparecen unidos por lazos de matrimonio o de familia. El desenvolvimiento de toda una vida hace que de ella trascienda la verdad que encierra, muy a menudo amarga: los sueños se ven truncados, las aspiraciones frustradas. Quedan al descubierto las pasiones que alimentaron cada una de las vidas, a veces para darles sentido, pero muy a menudo para destruirlas y donde el amor se convierte fácilmente en odio. Abundan las vidas rotas por la moral puritana que no perdona los deslices. Con frecuencia, el epitafio biográfico se convierte en una parábola con contenido moral, al hallar en alguna de las actividades del difunto una metáfora que sirve para resumir su propia vida, a veces con un alcance universal. Otros epitafios logran esta universalidad al dejar entrever la mezquindad y la hipocresía de una comunidad entera: la de Spoon River, pero también, por analogía,  la de cualquier comunidad humana.

LA COLINA

¿Dónde están Elmer, Herman, Bert, Tom y Charley, el débil de voluntad, el de fuerte brazo, el payaso, el borracho, el de las peleas?

Todos, todos están durmiendo en la colina.

 

Uno murió de una fiebre,

Otro se quemó en una mina,

A otro le mataron en una riña,

Otro murió en la cárcel,

Otro cayó de un puente donde trabajaba para mantener a su mujer y sus hijos…

Todos, todos duermen, todos están durmiendo en la colina.

 

¿Dónde están Ella, Kate, Mag, Lizzie y Edith,

La de tierno corazón, la ingenua, la recia, la orgullosa, la feliz

Todas, todas están durmiendo en la colina.

 

Una murió de parto vergonzoso,

Otra por un amor desgraciado,

Otra a manos de un bestia en un burdel,

Otra con el orgullo roto por haberse dejado llevar del corazón,

Otra, que buscaba su vida lejos, en Londres y París,

Fue traída a su palmo de tierra por Ella, Kate y Mag…

Todas, todas están durmiendo en la colina.

 

¿Dónde están tío Isaac y tía Emily,

Y el tío Towny Kincaid y Sevigne Hougton,

Y el Mayor Walker, que había hablado

Con hombres venerables de la Revolución?...

Todos, todos están durmiendo en la colina.

 

Les trajeron a hijos muertos en la guerra

Y a hijas aplastadas por la vida,

Con hijos sin padre, llorando…

Todos, todos duermen, todos están durmiendo en colina.

 

¿Dónde está el tío Jones el Violinero,

Que jugó con la vida por noventa años,

Desafiando la ventisca a pecho descubierto,

Bebiendo, alborotando, sin pensar ni en la mujer ni en la familia,

Ni en el oro, ni en el amor, ni en el cielo?

Ahí está, charlando de las francachelas de antaño

De las carreras de caballos de los buenos tiempos en Clary’s Grove,

De lo que dijo Abe Lincoln

En Springfield una vez.

 

 

ROBERT FULTON TANNER

¡Si un hombre pudiera morder la mano gigante

Que le atrapa y le destruye,

Como yo fui mordido por una rata

Cuando estaba haciendo una demostración de mi trampa patentada

Aquella vez en mi ferretería!

Pero el hombre jamás puede vengarse

Del ogro monstruoso de la vida.

Uno entra en el cuarto, que es el nacer,

Y ya tienes que vivir, matarte a trabajar:

Está a la vista el cebo que ansías,

Una mujer rica con la que casarte,

Prestigio, posición, poder en este mundo.

Pero hay cosas que hacer y cosas que vencer:

Los alambres que rodean al cebo.

Por fin logras entrar, pero oyes unos pasos:

La vida, el ogro, entra en el cuarto

(te estaba esperando y ha oído al muelle saltar)

Para verte roer el maravilloso queso

Y clavarte sus ojos de fuego

Con muecas y risas, burlas y maldiciones,

Mientras tú corres de un rincón a otro dentro de tu trampa

Hasta que se harte de tu sufrimiento.

 


 

AMANDA BARKER

Henry me dejó embarazada

Sabiendo que yo no podía dar vida

Sin perder la mía.

Así entré en mi juventud por los pórticos del polvo.

Caminante, en el pueblo en que viví creen

Que Henry me amó con amor de esposo.

Desde el polvo proclamo

Que me mató para satisfacer su odio.

 

 

COSTANCE HATELY

Tú alabas mi abnegación, Spoon River,

Por haber criado a Irene, a Mary,

Huérfanas de mi hermana mayor.

Y censura a Irene y Mary

Por el desprecio que me tienen.

No alabes mi abnegación

Ni censures su desprecio:

Es cierto que las crié y que cuidé de ellas,

Pero mis buenas obras las envenené

Haciéndoles sentir constantemente su dependencia.

 

 

BENJAMIN PANTIER

Yacen en esta tumba juntos Benjamin Pantier, fiscal,

Y Nig, su perro, compañero constante, consuelo y amigo.

A lo largo del camino gris, amigos, hijos, hombres y mujeres,

Fueron abandonando uno tras otro la vida hasta dejarme solo,

Con Nig por toda compañía, compartiendo mi cama y mis bebidas.

En la mañana de la vida yo supe de aspiraciones y de gloria.

Y entonces ella, que me sobrevive, me atrapó el espíritu

En una trampa que me desangró mortalmente,

Hasta que yo, un tiempo fuerte de voluntad, me vi quebrado, indiferente,

Viviendo con Nig en el cuarto trasero de un mísero despacho.

Debajo de mi maxilar, muy junta, está la huesuda nariz de Nig…

Perdida en el silencio yace nuestra historia. ¡Pasa de largo, O mundo loco!

 

 

 

LA ESPOSA DE BENJAMIN PANTIER

Sé que él dijo que yo le atrapé el espíritu

En una trampa que le desangró mortalmente.

Y que le apreciaba todos los hombres

Y muchas mujeres le compadecían.

Pero imagínate que eres una dama de verdad, de gustos delicados,

Y que detestas el olor del whisky y la cebolla.

Y que te resuena en el oído la música de la “Oda” de Wordworth

Mientras él se pasa de la mañana a la noche,

Dale que dale, con esa vulgaridad

De “Ah, ¿de qué puede enorgullecerse el espíritu de los  mortales?”

E imagina, aun,

Que eres una mujer muy mujer,

Y que el único hombre con el que la ley y la moral

Te permiten tener relaciones conyugales

Es ese mismo hombre que te llena de asco

Cada vez que piensas en ello, y que piensas en ello

Cada vez que le ves…

Por eso le eché de la casa

A vivir con su perro en un cuartucho

Detrás de su despacho.

 

 

REUBEN PANTIER

Al fin, Emily Sparks, tus plegarias no fueron inútiles,

No fue del todo en vano tu amor.

Cuanto he sido en la vida se lo debo

A tu esperanza de que yo no renunciara,

A tu amor que me seguía viendo bueno.

Querida Emily Sparks, déjame que te cuente mi historia.

Paso por alto la influencia de mi padre y de mi madre.

Me metió en un lío la hija de la sombrerera,

Y así me fui por el mundo,

Donde corrí todos los peligros conocidos

Del vino, las mujeres y los placeres de la vida.

Una noche, en un cuarto de la Rue de Rivoli,

Cuando estaba bebiendo vino con una cocotte de ojos negros,

Se me llenaron los ojos de lágrimas.

Ella pensó que eran lágrimas de amor, y sonrió

Pensando en la conquista que había hecho.

Pero mi alma estaba a cuatro mil kilómetros de allí,

Estaba en aquellos días en que tú me enseñabas en Spoon River.

Y precisamente porque ya no podías amarme,

Ni rezar por mí, ni escribirme cartas,

Habló por ti tu eterno silencio.

Y la cocotte de ojos negros creyó que las lágrimas eran por ella

Y para ella los falsos besos que le di.

No sé cómo, desde aquel instante, lo vi todo distinto…

¡Mi querida Emily Sparks!

 

 

EMILY SPARKS

¿Dónde está mi niño, mi niño…?

¿En qué lejana parte del mundo?

¿El que yo más amaba de toda la escuela?

Yo, la maestra, la solterona de virgen corazón,

Que a todos los hice mis hijos.

¿Conocía a mi niño de verdad

Al juzgarle de espíritu ardiente,

Activo, siempre lleno de aspiraciones?

¡Oh, niño, niño por quien yo rezaba y rezaba

Tantas noches en vela!

¿Te acuerdas de la carta que te escribí

Sobre el hermoso amor de Cristo?

La recibieras o no,

Mi niño, dondequiera que estés,

¡trabaja por tu alma,

Para que toda la arcilla que eres, toda la escoria,

Ceda ante el fuego que en ti hay,

Hasta que el fuego sea sólo luz!...

¡Sólo luz!

 

 

DAISY FRASER

¿Alguna vez oísteis que Whedon, el director de periódico,

Entregara al Tesoro Público algo del dinero que recibía

Por apoyar a candidatos a los puestos oficiales?

¿O por escribir en favor de la fábrica de conservas

Para hacer que la gente invirtiera?

¿O por ocultar los datos del banco

Cuando estaba con problemas y a punto de quebrar?

¿Alguna vez oísteis que el Juez del Distrito

Ayudara a alguien que no fuera los Ferrocarriles “Q”

O los banqueros? ¿O que el Reverendo Peet o el Reverendo Sibley

Dieran alguna parte de su sueldo, ganado a base de silencio

O de hablar como los capitostes deseaban que hablaran,

Para las obras de la traída de aguas?

Pues yo, Daisy Fraser, que siempre pasaba

Por la calle entre gestos y sonrisitas,

Entre carraspeos y frases como “Ahí va ésa”,

Cada vez que me llevaban ante el Juez Arnett

Contribuí con diez dólares más las costas

Al fondo escolar de Spoon River.

 

 

MINERVA JONES

Yo soy Minerva, la poetisa del pueblo,

La irrisión de los patanes de la calle

Porque era gorda, bizca y me balanceaba al andar,

Pero lo peor fue cuando Weldy “El Duro”

Me atrapó después de una brutal persecución.

Me abandonó a mi destino en manos del Doctor Meyers;

Y yo me hundí en la muerte, me fue subiendo el frío desde los pies

Como a quien va adentrándose en un río de hielo.

¿Irá alguien al periódico del pueblo

Para reunir en un libro los versos que escribí?...

¿Estaba tan sedienta de amor!

¡Tan hambrienta de vida!

 

 

EL DOCTOR MEYERS

No hay hombre, quitando al “Doctorcito” Hill,

Que haya hecho más que yo por la gente de este pueblo.

Todos los débiles, los lisiados, los imprevisores

Y los que no podían pagar acudían a mí.

Yo era el bueno, el complaciente Doctor Meyers.

Tenía salud, era feliz y bastante acomodado,

Con una buena esposa, los hijos ya crecidos,

Todos casados y abriéndose paso con éxito en la vida.

Y una noche, de pronto, Minerva, la poetisa,

Se me presentó con su problema, llorando.

Intenté ayudarla… Y murió…

Me denunciaron, los periódicos me infamaron,

Mi mujer murió con el corazón destrozado.

Y una pulmonía acabó conmigo.

 

 

FRANK DRUMMER

¡De una celda a este espacio oscuro!...

¡El final a los veinticinco años!

Mi lengua no podía expresar lo que bullía en mi interior,

Y el pueblo entero me creía idiota.

Y, sin embargo, al principio, yo tenía una clara visión,

Un alto, apremiante propósito en el alma

Que me llevó a intentar aprenderme de memoria

La Enciclopedia Británica.

 

 

HARE DRUMMER

¿Siguen yendo los chicos y chicas a la granja de Siever

A beber sidra, después de la escuela, a finales de septiembre?

¿Y a coger avellanas entre los matorrales

De la granja de Aaron Hatfield cuando empieza la escarcha?

Muchas veces con alegres chicos y chicas

Jugué yo por la carretera y las colinas,

Cuando el sol estaba bajo y el aire refrescaba,

Y nos parábamos a varear el nogal

Que se alzaba sin hojas contra el ocaso de fuego.

Ahora, el olor del humo del otoño,

Y las bellotas que caen,

Y los ecos de los valles

Me traen sueños de vida. Revolotean sobre mí.

Y me preguntan:

¿Dónde están aquellos risueños compañeros?

¿Cuántos están conmigo, cuántos

En los viejos huertos que hay camino de la granja de Siever

Y en los bosques que se miran

En las quietas aguas?

 

 

SARAH BROWN

No llores, Mauricio, yo no estoy aquí bajo este pino.

El aire embalsamado de la primavera susurra entre la blanda hierba,

Titilan las estrellas, la zumaya canta,

Pero tú te afliges mientras mi alma se extasía

En el bienaventurado nirvana de la luz eterna.

Vete a ver al bueno de mi marido,

Que rumia lo que él llama nuestro amor culpable,

Y dile que mi amor por ti, no menos que mi amor por él,

Forjaron mi destino, que a través de la carne

Gané el espíritu, y a través del espíritu, la paz.

En el cielo no existe el matrimonio,

Pero existe el amor.

 

 

ZENAS WITT

A los dieciséis años, yo tenía los sueños más terribles,

Y veía manchas ante mis ojos, y tenía debilidad nerviosa.

Y no podía recordar los libros que leía,

Como Frank Drummer, que se aprendía de memoria páginas y páginas.

Y mi espalda era débil, y estaba siempre preocupado,

Y sentía vergüenza y tartamudeaba las lecciones,

Y cuando me levantaba para decirlas se me olvidaba

Todo lo que había estudiado.

Bueno, pues leí el anuncio del Dr. Weese,

Y en él vi escrito todo lo que me pasaba,

Como si me hubiera conocido;

Y sobre los sueños que no podía evitar.

Así supe que estaba marcado para una muerte temprana.

Y me preocupé hasta que tuve una tos,

Y entonces los sueños cesaron.

Y así dormí el sueño sin sueños

Aquí, en la colina junto al río.

 

 

EL JEFE DE LA POLICÍA MUNICIPAL

Los prohibicionistas me hicieron jefe de policía

 cuando se votó el cierre de las tabernas,

porque, siendo todavía un bebedor

antes de hacerme de la iglesia, había matado a un sueco

en el aserradero que hay cerca de Maple Grove.

Querían un hombre que asustara,

Inflexible y honrado, fuerte y valiente,

Y que odiara las tabernas y a los bebedores,

Para que mantuviera la ley y el orden en el pueblo.

Y me regalaron el bastón-estilete

Con el que herí a Jack McGuire

Antes de que él sacara la pistola con la que me mató

En vano gastaron su dinero los prohibicionistas

Para hacer que le ahorcaran, pues, en sueños,

Me aparecí a uno de los doce miembros del jurado

Y le dije el secreto de toda la historia.

Catorce años fueron suficientes por haberme matado.

 

 

JACK MCGUIRE

Me habrían linchado

Si no me hubieran trasladado en secreto a toda prisa

A la cárcel de Peoria.

Y todo porque yo volvía tranquilamente a casa,

Con mi botella, un poco borracho,

Cuando Logan, el jefe de la policía, me dio el alto,

Me llamó perro borracho y me zarandeó,

Y, al contestarle yo insultándole, me hirió

Con el bastón-estilete de la Prohibición…,

Y sólo después de todo esto disparé.

Me habrían ahorcado, de no haber sido por lo siguiente:

Mi abogado, Kinsey Keene, estaba ayudando a atrapar

Al tío Thomas Rhodes por la quiebra del banco,

Pero el juez, amigo de Rhodes,

Quería librarle,

Y Kinsey le propuso dejar en paz a Rhodes

A cambio de una condena de catorce años para mí.

Y el trato se hizo. Yo cumplí mi condena,

Y aprendí a leer y escribir.

 

 

EL JUEZ ARNETT

Es cierto, conciudadanos,

Que mi viejo archivador de sentencias, por tantos años

En un estante sobre mi cabeza y encima

De mi silla de juez, digo que es cierto

Que el archivador en cuestión tenía un canto de hierro

Que me partió la calva al caer…

(Pienso que acaso lo había movido

La onda expansiva que alcanzó a todo el pueblo

Cuando el depósito de gasolina de la fábrica de conservas

Explotó, quemando a Weldy “El Duro”.)

Pero arguyamos punto por punto y por orden,

Y razonemos todo el caso cuidadosamente:

En primer lugar, convengo en que mi cabeza fue partida,

Pero, en segundo lugar, lo espantoso fue lo siguiente:

Las hojas de las sentencias volaron y caían

En torno a mí como las cartas de una baraja

En las manos de un prestidigitador.

Y estuve hasta el final viendo aquellas hojas,

Hasta que me dije: “No son hojas;

¿es que no ves que son días y días,

Los días  y los días de setenta años?

¿Y por qué me torturas con hojas

Y con las pequeñas partidas que contienen?”

 

 

ANER CLUTE

Me lo preguntaban una y otra vez,

Cuando me invitaban a vino o cerveza,

Primero en Peoria y luego en Chicago,

En Denver, en Frisco, En Nueva York, donde viviera:

Que por qué me había echado a la vida

Y cómo había empezado.

Bueno, yo les decía que por un vestido de seda

Y una promesa de matrimonio de un hombre rico

(fue Lucius Atherton).

Pero no fue así de verdad.

Supongamos que un chico roba una manzana

Del mostrador de una tienda

Y que todos empiezan a llamarle ladrón,

El director del periódico, el pastor, el juez, toda la gente…

Vaya a donde vaya, “Ladrón”, y “Ladrón”, y “Ladrón”…

Y no puede conseguir trabajo, y no puede conseguir pan

Sin robarlo… Y el chico robará.

Es la forma en que la gente juzga al ladrón de la manzana

Lo que al chico le hace ser lo que es.

 

 

LUCIUS ATHERTON

Cuando yo tenía retorcido el bigote,

Y mi pelo era negro,

Y llevaba pantalones ajustados

Y un alfiler de diamante,

Era un conquistador y robaba muchos corazones.

Pero cuando me empezaron a aparecer las canas,

Ay, una nueva generación de muchachas

Se reía de mí, sin temerme,

Y ya no tuve más aventuras emocionantes

En las que casi me mataban por ser un demonio desalmado,

Sino vulgares amoríos, amoríos recalentados

De otros días o de otros hombres.

Y llegó un tiempo en el que hasta viví en el restaurante de Mayer,

Aceptando comida baratas, gris Don Juan de pueblo,

Desaliñado, desdentado, fuera de juego…

Hay aquí una gran sombra que canta

A una que se llamaba Beatrice;

Y ahora veo que la fuerza que a él le hizo grande

A mí me hizo bajar hasta las heces de la vida.

 

 

HOMER CLAPP

Muchas veces Aner Clute, a la puerta,

Me negó el beso de despedida

Diciéndome que antes teníamos que hacernos novios formales;

Y con un leve apretón de manos

Me daba las buenas noches cuando la acompañaba a casa

Desde la pista de patinaje o después de la predicación.

Apenas se apagaba el ruido de pasos alejándome

Cuando Lucius Atherton

(lo suupe cuando Aner se fue a Peoria)

Se colaba por su ventana o la llevaba a pasear en coche

Con su hermoso tiro de bayos

Por el campo.

La impresión que me causó el saberlo me hizo sentar la cabeza,

Y metí todo el dinero heredado de mi padre

En la fábrica de conservas para conseguir el puesto

De jefe de contabilidad, y lo perdí todo.

Y entonces comprendí que yo era uno de los tontos en la vida

A quien solo la muerte trataría igual

Que a los otros hombres, haciéndome sentirme un hombre.

 

 

JONES EL VIOLINERO

La tierra te hace vibrar el corazón,

Y es eso lo que eres.

Y si la gente descubre que sabes tocar el violín,

Pues toda tu vida tendrás que rascar el violín.

¿Qué es lo que ves? ¿Una cosecha de trébol?

¿O el prado que hay que cruzar hasta el río?

Hay viento en el maíz; te frotas las manos

Viendo el ganado ya casi a punto para la feria;

O, más bien, escuchas un susurrar de faldas

Como el de las muchachas cuando bailan en Little Grove.

Para Cooney Potter una columna de polvo

O un remolino de hojas significaban sequía ruinosa;

A mí me parecían como Sammy el Pelirrojo

Bailando el “Toor-a-Loor”

¿Cómo podía yo cultivar mis veinte hectáreas,

Y no digamos llegar a tener más,

Con el potpurrí de cuernas, fagots y flautines

Que llenaba mi cerebro sólo con que oyera a los cuervos y petirrojos

Y el rechinar del molino de viento?

Y jamás en toda mi vida me puse a arar

Sin que se parara alguien en la carretera

Y me llevara a un baile o una excursión.

Acabé con veinte hectáreas;

Acabé con un violín roto…,

Con una risa rota y mil recuerdos,

Pero sin un solo pesar.

 

 

NELLIE CLARK

Yo tenía sólo ochos años;

Y, sin haber crecido y saber lo que significaba

No tenía palabras con que decirlo, sólo sabía

Que estaba aterrorizada, y se lo dije a mamá;

Y que mi padre cogió una pistola

Y habría matado a Charlie, que ya era un chico grande,

Con quince años, de no ser por su madre.

La historia, sin embargo, quedó unida a mí.

Pero el hombre con el que me casé, un viudo de treinta y cinco años,

Era un recién llegado y no oyó nada

Hasta dos años después de casarnos.

Entonces se consideró engañado,

Y todo el pueblo estaba de acuerdo en que yo era virgen de verdad.

Me abandonó, en fin, y yo morí

Al invierno siguiente.

 

 

LOUISE SMITH

Herbert rompió nuestro compromiso de ocho años

Cuando Annabelle regresó al pueblo

Del colegio, ¡ay de mí!

Si yo hubiera dejado en paz el amor que le tenía

Podría haber crecido hasta hacerse una hermosa pena,

¿quién sabe?, que habría llenado mi vida de saludable fragancia.

Pero lo torturé, lo envenené,

Le hice ciego, y se convirtió en odio,

En hiedra venenosa en vez de clemátide.

Y mi alma, sin apoyos, cayó,

Sus zarcillos se enredaron y pudrieron.

No dejéis que se haga jardinero de vuestra alma la voluntad,

A no ser que estéis seguros

De que es más sabia que el alma.

 

 

HERBERT MARSHALL

Toda tu pena, Louise, y tu odio hacia mí

Nacieron de tu empeño en creer que fue por un capricho

Y por despreciar los derechos de tu alma

Por lo que volví con Annabelle y te abandoné.

En realidad, llegaste a odiarme por amor a mí,

Porque yo era la felicidad de tu alma,

Formado y templado

Para ser la solución de tu vida, pero yyo no quería serlo.

Tú eres mi desgracia. Si hubieras sido

Mi felicidad, ¿o me habría unido a ti?

Eso es lo triste de la vida:

Que uno sólo puede ser feliz cuando lo son dos

Y que nuestro corazón se siente atraído por estrellas

Que no nos quieren.

 

 

GRIFFY EL TONELERO

Un tonelero debe entender de toneles.

Pero yo entendía la vida además,

Y vosotros, los que vagáis por entre estas tumbas,

Pensáis que entendéis la vida.

Quizá pensáis que vuestros ojos abarcan un vasto horizonte,

Pero, en realidad, no veis más que el interior de vuestro tonel.

No podéis asomaros por encima del borde para ver las cosas que hay fuera

Y a vosotros mismos a la vez.

Estáis hundidos en el tonel que sois cada uno:

Tabúes y normas y apariencias

Son las duelas de vuestro tonel.

¡Rompedlas y deshaced el engaño

De pensar que vuestro tonel es la vida!

¡Y que entendéis la vida!

 

 

A.D. BLOOD

Si en el pueblo pensáis que mi labor fue una buena labor.

Errar las tabernas y acabar con los juegos de cartas

Y arrastrar a la vieja Daisy Fraser ante el Juez Arnett,

En tantas y tantas cruzadas para purgar al pueblo del pecado,

¿por qué dejáis que Dora, la hija de la sombrerera,

Y el despreciable hijo de Benjamin Pantier

Conviertan cada noche mi tumba en su lecho impío?

 

 

ROBERT SOUTHEY BURKE

Me gasté mi dinero para que te eligieran alcalde

A.D. Blood.

Te prodigué mi admiración eres para mí el hombre casi perfecto.

Tú devoraste mi personalidad,

Y el idealismo de mi juventud,

Y la fuerza de una noble fidelidad.

Y todas mis esperanzas para el mundo,

Y toda mi fe en la verdad

Se fundieron en el ciego ardor

De mi devoción por ti

Para moldearse a tu imagen.

Y cuando descubrí lo que eras,

Cuando descubrí tu espíritu pequeño,

Y que tus palabras eran tan falsas

Como tus dientes de blanquiazulada porcelana

Y los puños de celuloide de tu camisa,

odié el amor que te tenía,

me odié a mi mismo, te odié

por mi espíritu desperdiciado y mi desperdiciada juventud.

Y os digo a todos: cuidado con los ideales,

Cuidado con poner vuestro amor

En ningún hombre vivo.

 

 

 

DORA WILLIAMS

Cuando Reuben Pantier se marchó abandonándome,

Yo me fui a Springfield. Allí conocí a un alcohólico,

A quien el padre, que acababa de morir, le había dejado una fortuna.

Se casó conmigo borracho. Mi vida era un desastre.

Pasó un año, y un día le encontraron muerto.

Esto me hizo rica. Me trasladé a Chicago.

Al cabo de un tiempo conocí a Tyler Rountree, un canalla.

Me fui a Nueva York. Un magnate de pelo gris

Se volvió loco por mí: o sea, otra fortuna.

Murió una noche entre mis brazos, ya me entendéis.

(Por muchos años vi su cara amoratada.)

Hubo casi un escándalo. Cambié de aires,

Esta vez en París. Ya era una mujer de verdad,

Astuta, sutil, versada en el mundo y rica.

Mi elegante piso cerca de los Champs Élysées

Se convirtió en lugar de reunión de toda clase de gente,

Músicos, poetas, dandis, artistas, aristócratas,

Donde hablábamos francés y alemán, italiano e inglés.

Nos fuimos a Roma. Creo que me envenenó.

Ahora, en el camposanto que da

Al mar donde el joven Colón soñó nuevos mundos,

Mirad lo que han grabado: Contessa Navigato

Implora eterna quiete.

 

 

WILLIAM Y EMILY

¡Hay en la muerte algo

Parecido al amor!

Si con alguien con quien has conocido la pasión

Y el ardor del amor juvenil,

Sientes también, tras años de vida

Unidos, que se va haciendo  débil la llama

Y, así, juntos os vais desvaneciendo

Poco a poco, tenue, delicadamente,

Como si estuvierais en los brazos el uno del otro,

Desapareciendo de la estancia familiar…

¡Tal es la fuerza armónica entre las almas

Parecida al amor!

 

 

JACK EL CIEGO

Había estado tocando el violín todo el día en la feria del condado.

Pero cuando volvíamos, Weldy “El Duro” y Jack McGuire,

Que estaban borrachos perdidos, me hicieron tocar y tocar

La canción de “Susie Skinner”, y azotaron a los caballos

Hasta que se desbocaron.

Aunque ciego, traté de salir

Del coche al caer en la cuneta,

Pero me cogieron las ruedas y morí.

Hay aquí un ciego con la frente

Tan grande y blanca como una nube.

Y todos los violineros, desde los más altos hasta los más bajos,

Compositores de música y narradores de historias,

Nos sentamos a sus pies

Y le oímos cantar la caída de Troya.

 

 

EL JUEZ SELAH LIVELY

Imagina que mides sólo uno cincuenta y cinco

Y que has empezado como dependiente,

Estudiando derecho a la luz de una vela

Hasta llegar a ser abogado.

E imagina, aún, que gracias a tu aplicación,

Y a asistir a la iglesia regularmente,

Llegas a ser procurador de Thomas Rhodes,

Y recaudas pagarés e hipotecas,

Y representas a todas las viudas

En el tribunal de testamentarias. Y que, a lo largo de todo esto,

Se han burlado de tu estatura, se han reído de tu forma de vestir

Y de tus brillantes botines. E imagina todavía

Que has llegado a ser Juez del Condado.

Y que Jefferson Howard, y Kinsey Keene,

Y Harmon Whitney, y todos los personajes

Que te han despreciado, están obligados a ponerse de pie

Ante el tribunal y decir ante ti “Su Señoría”…

¿No crees, en fin, que era natural

Que yo se lo hiciera un poco difícil?

 

 

ALBERT SCHIRDING

Jonas Keene pensaba que su suerte era muy dura

Porque todos sus hijos habían fracasado.

Pero yo conozco un destino aún más doloroso:

Fracasar uno mismo cuando los hijos tienen éxito.

Pues yo crié una nidada de águilas

Que al fin volaron, dejándome

Como un cuervo en la rama abandonada.

Entonces, con la ambición de anteponer a mi nombre el título de Honorable

Y ganarme así la admiración de mis hijos,

Me presenté para Superintendente de Escuelas del Condado

Gastando todos mis ahorros para ganar, pero perdí.

Aquel otoño mi hija consiguió un primer premio en París

Por un cuadro suyo titulado El Viejo Molino

(era ese molino de agua al que Henry Wilkin le puso vapor).

El sentir que yo no era digno de ella fue lo que acabó conmigo.

 

 

JONAS KEENE

¿Por qué se mató Albert Schirding

Al no lograr ser Superintendente de Escuelas del Condado,

Si tenía la suerte de tener medios de vida

E hijos maravillosos, que le honraron

Antes de que él llegara a los sesenta?

Si al menos uno de mis chicos hubiera sido capaz de sacar adelante un puesto de periódicos

O una de mis chicas se hubiera casado con un hombre de bien,

Yo no me habría paseado bajo la lluvia

Ni me habría metido luego en la cama con las ropas empapadas,

Rechazando los cuidados médicos.

 

 

EUGENIA TODD

¿Habéis tenido alguno de vosotros, caminantes,

Una muela que os causara continuo malestar?

¿O un dolor permanente en el costado?

¿O un bulto maligno que siguiera creciendo?

¿y tales que hasta en el sueño más profundo

Siempre tuvierais la oscura consciencia o el fantasma del pensamiento

De la muela, del costado, del bulto?

Así, un amor contrariado, o una ambición fracasada,

O un error en la vida que te amargó

Desesperadamente hasta el final,

Como una muela o un dolor en el costado,

Flotarán en tus sueños en el sueño final

Hasta que te llegue la perfecta liberación

De esa esfera terrena, y te sientas como quien despierta

Curado y alegre en la mañana.

 

 

THOMAS RHODES

Bien, bien, liberales,

Navegantes por los reinos del intelecto,

Marineros por las alturas de la imaginación,

Arrastrados por erráticas corrientes o atrapados por calmas del viento,

Vosotros, los Margaret Fuller Slacks, los Petit,

Los Tennessee Claflin Shopes…,

Habéis descubierto, con toda vuestra arrogante sabiduría,

Lo difícil que es al final

Conservar el alma sin que se divida en átomos celulares.

En cambio, nosotros, los buscadores de los tesoros de la tierra,

Los que ganamos y atesoramos el oro,

Nosotros somos autónomos, firmes, consecuentes,

Hasta al final.

 

 

ROBERT DAVIDSON

Me cebé espiritualmente alimentándome de almas de hombres.

Si veía un alma fuerte,

Hería su orgullo y devoraba su fuerza.

Los refugiados de la amistad sabían de mis mañas,

Pero cuando yo podía robar un amigo, lo hacía

Para allanarle el camino a la mía.

Y el triunfar sobre otras almas,

Simplemente para afirmar y probar mi fuerza superior

Era para mí una delicia,

El intenso placer de la gimnasia del alma.

Devorando almas, debería haber vivido para siempre.

Pero sus restos indigestos me produjeron una nefritis mortal,

Con ansiedad, insomnio, ánimo deprimido,

Odio recelo y trastornos en la vista.

El final, con un grito de espanto, tuve un colapso.

Recordad que los gusanos

No se alimentan de otros gusanos.

 

 

ELSA WERTMAN

Yo era una muchacha campesina venida de Alemania,

De ojos azules, sonrosada, alegre y robusta.

Y el primer sitio en el que trabajé fue en casa de Thomas Greene.

Un día de verano, estando la mujer fuera,

Él entró en la cocina y me abrazó,

Besándome en el cuello, mientras yo volvía

La cabeza. Luego, ninguno de los dos

Supimos lo que hacíamos.

Y lloré por lo que iba ser de mí.

Y lloraba y lloraba al ver que mi secreto empezaba a notarse.

Un día, la señora Greene me dijo que lo sabía,

Y que no me causaría ningún problema,

Pues, como no tenía hijos, pensaba adoptarlo.

(El le había dado una granja para que estuviera tranquila.)

Y se recluyó en la casa, y comenzó a difundir rumores

Como si la cosa fuera a ocurrirle a ella.

Y todo salió bien, y el niño nació… Fueron muy amables conmigo.

Más tarde me casé con Gus Wertman, y pasaron los años.

Pero, en las concentraciones políticas, cuando los que estaban sentados juntos a mí

Pensaban que era la elocuencia de Hamilton Greene lo que me hacía llorar,

Se equivocaban.

¡No! Yo quería gritar:

¡Es mi hijo! ¡Es mi hijo!

 

 

HAMILTON GREENE

Yo fui el único hijo de Frances Harris, de Virginia,

Y Thomas Greene, de Kentucky,

Ambos de sangre honrada y selecta.

A ellos debo todo lo que he llegado a ser,

Juez, miembro del Congreso, personaje en el Estado.

Heredé de mi madre

Vivacidad, imaginación, facilidad de expresión;

Y de mi padre, voluntad, juicio, lógica.

¡A ellos todos los honores

Por los servicios que he prestado al pueblo!

 

 

ERNEST HYDE

Mi mente era un espejo:

Veía lo que veía, sabía lo que sabía.

De joven, mi mente era sólo un espejo

En un coche a gran velocidad

Que capta y pierde partes del paisaje.

Luego, con el tiempo,

Se fueron haciendo en el espejo grandes arañazos

que dejaban entrar al mundo exterior

y a mi yo interior le dejaban salir.

Pues tal es el nacimiento del alma apesadumbrada,

Un nacimiento con ganancias y pérdidas.

La mente ve el mundo como una cosa aparte,

Y el alma hace del mundo una cosa consigo misma.

Un espejo arañado no refleja imágenes,

Y tal es el silencio de la sabiduría.

 

 

ANTHONY FINDLAY

Tanto para un país como para un hombre,

Y lo mismo para los países que para los hombres,

Es mejor ser temido que amado.

Y si este país prefiriera romper

La amistad con todas las naciones

Antes que renunciar a su riqueza,

Yo digo que es peor que un hombre pierda

Dinero que amigos.

Y rasgo el velo que oculta la esencia

De una vieja aspiración:

Cuando el pueblo clama por la libertad,

Lo que quiere, en realidad, es poder sobre los fuertes.

Yo, Anthony Findlay, que llegué a las alturas

Desde el humilde puesto de aguador

Hasta que pude ordenar a miles: “!Venid!”

Y a otros miles ordenarles: “!Marchaos!”,

Afirmo que una nación nunca puede ser buena

O alcanzar el bien

Si en ella los fuertes y sabios no tienen el bastón

Para usarlo con los torpes y los débiles.

 

 

ALEXANDER THROCKMORTON

En la juventud, yo tenía alas fuertes e infatigables,

Pero no conocía las montañas.

Con la edad, conocí las montañas,

Pero mis alas fatigadas no podían seguir a mi visión…

El genio es sabiduría y juventud.

 

 

JONATHAN SWIFT SOMERS

Tras haber enriquecido tu alma

Hasta el máximo

Con libros, pensamientos, sufrimientos, con la comprensión de muchas personalidades,

Con la capacidad de interpretar miradas, silencios,

Con dudas ante las transformaciones importantes,

El genio de la adivinación y la profecía,

Hasta el punto de que a veces te sientas capaz de coger el mundo

En el hueco de tu mano;

Entonces, si, por la acumulación de tanta energía

En el ámbito de tu alma,

El alma se te incendia

Y en la conflagración de tu alma

El mal del mundo se ilumina y aclara…,

Da la gracias si en esa hora de suprema visión

La vida no se pone a tocar el violón.

 

 

WHEDON, DIRECTOR DE PERIÓDICO

Saber ver todos los aspectos de cada cuestión;

Estar en todos los lados, serlo todo, no ser nada por mucho tiempo;

Falsear la verdad, cabalgarla cuando te conviene,

Usar los grandes sentimientos y pasiones de la humana familia

Con bajos designios, con fines astutos,

Llevar, como los actores griegos, una máscara

-tu periódico de ocho páginas-, tras de la cual te acurrucas

Y gritas por el altavoz de los grandes titulares:

“!Este soy yo, el gigante!”

Y así vivir también la vida de un ladrón furtivo,

Envenenado con las palabras anónimas

De tu alma escondida.

Echar, si te lo pagan, tierra a los escándalos,

Y desenterrarlos a los cuatro vientos por venganza

O para vender más periódicos,

Aplastando reputaciones o vida, si es preciso

Para vencer a toda costa, salvo de tu propia vida.

Ostentar una fuerza demoníaca enterrando a la cultura

Como un muchacho paranoico que pone un tronco en la vía

Y hace descarrilar al tren expreso.

Ser director de periódico, como yo lo fui.

Para yacer después aquí, junto al río, sobre el lugar

Donde desaguan las alcantarillas del pueblo y

Arrojan las latas vacías y la basura,

Y se esconden los abortos.

 

 

W. LLOYD GARRISON STANDARD

Vegetariano, conformista, librepensador, cristiano en ética;

Orador propenso al ritmo de falso diamante de Ingersoll;

Carnívoro, vengativo, creyente y pagano;

Casto, promiscuo, voluble, traicionero, vano,

Orgulloso con ese orgullo que hace la lucha cosa de risa;

Con el corazón roído por el gusano de la desesperación teatral;

Con la capa de la indiferencia puesta para ocultar la vergüenza de la derrota;

Yo, hijo del idealismo antiesclavista,

Una especie de Brand, pero al cincuenta por ciento.

¿Qué otra cosa podía ocurrir cuando defendí

A los patrióticos vagabundos que incendiaron el tribunal

Para que Spoon River pudiera tener uno nuevo,

Sino hacerles declararse culpables? Cuando Kinsey Keene atravesó

La máscara de cartón de mi vida con una espada de luz,

¿qué otra cosa podría haber hecho sino, como el animal que yo era,

Criado por mí mismo desde que era cachorro, escapar a un rincón y gruñir?

La pirámide de mi vida no era más que una duna,

Estéril e informe, al fin arrasada por la tormenta.

 

 

RALPH RHODES

Era verdad todo lo que decían:

Yo hice quebrar al banco de mi padre con los préstamos

Que pedí para especular con el trigo; pero era verdad además,

Que yo compraba trigo también para él, pues él no podía firmar contratos a su nombre

A causa de su relación con la iglesia.

Y mientras George Reece cumplía su condena,

Yo perseguía el fuego fatuo de las mujeres

Y el engaño del vino en Nueva York.

Es fatal la debilidad del vino y las mujeres

Cuando ya no queda otra cosa en la vida.

Pero imagínate con el pelo cano, la cabeza caída

sobre una mesa llena de acres colillas

de cigarrillos y de vasos vacíos,

y que se oye llamar a la puerta, y tú sabes que es la llamada

por tanto tiempo ahogada por el estampido de los tapones

y los chillidos de pavo real de la coquetas,

y alzas los ojos, y ves a tu Fraude,

que ha esperado hasta que tuvieras el pelo cano,

y tu corazón se sobresalta para decirte:

Se acabó el juego. Te he venido a buscar

Sal a Boadway y déjate atropellar;

Te devolverán a Spoon River.

 

 

MICKEY M´GREW

Fue como todo en la vida:

Algo exterior me hizo ir cayendo;

Mi propia fuerza nunca me falló.

Pues llegó un momento en que ya había ganado el dinero

Para poder ir a estudiar,

Y mi padre de repente necesitó ayuda

Y yo tuve que darle todo lo que tenía.

Y así fueron las cosas hasta que acabé

De hombre para todo en Spoon River.

Por eso, cuando terminé de limpiar la torre del agua

Y me alzaron a veinticinco metros,

Me desaté la cuerda de la cintura

Y alegremente lancé mis largos brazos

Hacia los suaves labios de acero de lo alto de la torre,

Pero se escurrieron por el traicionero limo,

Y caí, caí, caí, sumergiéndome

En una oscuridad de alaridos.

 

 

ROSIE ROBERTS

Estaba asqueada, más aún, furiosa

Contra la policía corrompida y el corrompido juego de la vida,

Y por eso escribí al jefe de Policía de Peoria:

“Estoy aquí, en la casa de mi familia, en Spoon River,

Consumiéndome poco a poco.

Vengan a detenerme, yo maté al hijo

Del príncipe de los comerciantes en la casa de madame Lou,

Y los periódicos que dijeron que se mató él mismo

En su casa limpiando una escopeta de caza,

Mintieron miserablemente para tapar el escándalo

Sobornados por los anuncios.                                                      

En mi habitación le maté, en casa de madame Lou,

Porque a golpes me tiró al suelo cuando yo le dije               

Que, a pesar de todo el dinero que él tenía,

Aquella noche vería a mi amante.”                                            

 

 

ROSCOE PURKAPILE

Ella me amaba. ¡Oh, cómo me amaba!

Desde el día en que me vio

Nunca pude escapar ya de ella.

Pero cuando ya estábamos casados pensé

Que ella podía demostrar su mortalidad y dejarme libre,

O, si no, que podríamos divorciarnos.

Pero pocos mueren, nadie dimite.

Entonces me marché de casa y me pasé un año de juergas.

Pero ella nunca se quejaba. Decía que todo se iba a arreglar,

Que yo volvería. Y volví.

Le dije que, cuando estaba dándome un paseo en barca,

Me habían raptado cerca de la calle Van Buren

Unos piratas del lago Michigan,

Que me pusieron cadenas, y por eso no le había podido escribir.

¡Ella lloró y me besó, y dijo que qué crueldad,

Qué ultrajante e inhumano!

Y entonces llegué a la conclusión de que nuestro matrimonio

Es un designio divino,

Y no podía ser disuelto

Sino con la muerte.

Y tuve razón.

 

 

LA SEÑOR DE PURKAPILE

Se marchó de casa y estuvo fuera un año.

Cuando volvió me contó la estúpida historia

De que le habían raptado unos piratas del lago Michigan

Que le pusieron cadenas, y por eso no me habían podido escribir.

Fingí creerlo, aunque sabía muy bien

Lo que estaba haciendo, y que se encontraba

Con la sombrerera, la señora Williams,

Siempre que ella iba a la ciudad para comprar géneros, como ella decía,

Pero una promesa es una promesa,

Y el matrimonio es el matrimonio,

Y por el respeto que me debo a mí misma

Me negué a ser arrastrada a un divorcio

Por los trucos de un marido que, sencillamente, se había cansado

De sus votos y deberes conyugales.

 

 

HARMON WHITNEY

Lejos de las luces y el estruendo de las ciudades,

Caído como un rayo en Spoon River,

Quemado por el fuego de la bebida y destrozado,

Amante de una mujer por desprecio de mí mismo,

Pero también para ocultar mi orgullo herido.

Ser juzgado y detestado por un pueblo de mentes estrechas, yo, con el don de lenguas y de sabiduría,

Fundido aquí, en el polvo de un tribunal de justicia,

Rebuscando harapos en la basura de rencores y agravios,

Yo, a quien sonrió la fortuna! Yo, en un pueblo,

Recitando a boquiabiertos patanes versos y versos

Sacados del tesoro de los tiempos dorados,

O provocando una risa con una chispa de ingenio obsceno

Cuando me invitaban a beber para animar mi mente agonizante.

¡Ser juzgado por vosotros,

De quienes ocultaba en lo hondo el alma

Con su herida gangrenada

Por amor a una esposa causante de la herida,

Con su frío pecho blanco, traicionero, puro y duro,

Despiadado hasta el final, cuando el toque de su mano,

En cualquier momento, podría haberme curado del tifus

Que cogí en la selva de la vida donde tantos se pierden!

Y todo para descubrir que mi alma no podía reaccionar,

Como la de Byron, cantando, de alguna forma noble,

Sino que se enroscó en sí misma como una serpiente torturada…

¡Júzgame de esta forma, oh mundo!

 

 

HORTENSE ROBBINS                                                    

Mi nombre aparecía en los periódicos con frecuencia

Porque había cenado en algún sitio,                     

Había viajado a algún sitio

O había alquilado una casa en París

En la que recibía a la nobleza.

Yo estaba siempre comiendo o viajando

 O tomando los baños en Baden-Baden.

Ahora estoy aquí para honrar

A Spoon River, aquí, junto a la familia de la que nací.

A nadie le importa ya dónde cené,

Donde viví o a quien recibí,

O con cuánta frecuencia tomaba los baños en Baden-Baden.

 

 

BATTERTON DOBBYNS

¿Correteó mi viuda por todo el país

Desde Mackinac hasta Los Ángeles,

Descansando y dándose baños, y permitiéndose una hora

O más de sobremesa después de haber tomado sopa y carnes,

Dulces exquisitos y café?

Yo fui talado al madurar mi juventud

Por el exceso de trabajo y la ansiedad.

Pero siempre pensaba: pase lo que pase,

He mantenido mi seguro,

Y hay algo en el banco,

Y unas tierras en Manitoba.

Pero cuando ya me iba, tuve una visión

En un último delirio:

Me vi tumbado y clavado dentro de una caja,

Con blanca corbata de lino y flor en el ojal,

Y mi mujer estaba sentada junto a una ventana,

Aparecía descansada, con muchos colores y gruesa,

Aunque tenía el pelo blanco.

Y, sonriendo, le dijo a un camarero negro:

“Otro trozo de rosbif, George.

Y toma estos cinco centavos de propina.”

 

 

WALTER SIMMONS

Mis padres pensaban que yo iba a ser

Tan grande como Edison o más;

Pues de niño hacía globos,

Y pasmosas cometas, y juguetes con cuerda,

Y pequeñas locomotoras con raíles para andar,

Y teléfonos con latas e hilo.

Tocaba la corneta y pintaba cuadros,

Modelaba en arcilla, e hice el papel

Del malo en Octoroom.

Pero a los veintiuno me casé,

Y tenía que vivir, y así, para vivir,

Aprendí el oficio de relojero,

Y llevaba la joyería de la plaza

Pensando y pensando, siempre pensando.

No en el negocio, sino en el motor

Para cuya construcción había estudiado cálculo.

Y todos en Spoon River miraban y esperaban

A ver si funcionaba, pero nunca funcionó.

Y algunas almas benévolas pensaban que a mi genio

Debía de haberle perjudicado la tienda.

No era cierto. La verdad era

Que no tenía sesera suficiente.

 

 

TOM BEATTY

Yo era abogado, como Harmon Whitney,

O Kinsey Keene, o Garrison Standard,

Pues probé los derechos de propiedad,

Aunque a la luz de una lámpara, por treinta años

En esa sala de póker que hay en el teatro.

Y os digo que la vida es un jugador

Que juega con nosotros con mucha ventaja.

No hay alcalde vivo que pueda cerrar el establecimiento.

Y si pierdes, ya puedes gritar lo que quieras:

No se te devolverá el dinero.

El hace que sea difícil ganar;

El prepara las cartas para cogerte en tu punto débil

Y no para enfrentarse con tu fuerza.

Y te da setenta años para jugar,

Pues si no puedes ganar en setenta,

Jamás ganarás.

Así que, si pierdes, ¡fuera de la sala,

Fuera de la sala al acabarse tu tiempo!

Es indigno sentarte y manejar torpemente las cartas,

Y maldecir tus pérdidas, los ojos plomizos,

Lloriqueando que te dejen probar otra vez.

 

 

SEARCY FOOTE

Yo quería ir a la universidad,

Pero mi rica tía Persis no me ayudaba.

Así que me dediqué a arreglar jardines y a rastrillar céspedes,

Y con lo que ganaba me compré los libros de John Alden,

Y trabajé para mantenerme.

Quería casarme con Delia Prickett,

Pero ¿cómo podía con lo que ganaba?

Y allí estaba tía Persis, con más de setenta,

Sentada en su sillón de ruedas, sólo a medias viva,

Con la garganta tan paralizada que cuando tomaba

La sopa se le escurría de la boca como a un pato…

Y, encima, glotona, e invertía sus ingresos

En hipotecas, preocupada continuamente

De sus pagarés, sus rentas y sus valores.

Aquel día yo estaba serrando leña para ella,

Y leyendo a Proudhon en las pausas.

Fui a la casa a por un vaso de agua,

Y allí estaba ella dormida en su silla,

Y Proudhon sobre la mesa,

Y sobre el libro un frasco de cloroformo,

Que ella usaba a veces contra el dolor de muelas.

Empapé de cloroformo un pañuelo

Y se lo apreté contra la nariz hasta que murió.

¡Oh Delia, Delia! Tú y Proudhon

Disteis firmeza a mi mano, y el forense

Dejo que había muerto de un fallo del corazón.

Me casé con Delia y conseguí el dinero…

¿Logré burlarme de ti, Spoon River?

 

 

ABEL MELVENY

Me compré casi todas las máquinas conocidas;

Moledoras, desgranadoras, plantadoras, segadoras,

Y trituradoras y rastrilladoras, cultivadoras y trilladoras…

Y todas estaban a la lluvia y al sol,

Oxidándose, deformándose, cayéndose a pedazos,

Pues no tenía cobertizos para ellas,

Ni uso para casi ninguna.

Y hacia el final, cuando pensé que todo estaba acabado,

Me asomé a la ventana, y viendo más claro

En mí mismo, mientras mi pulso se iba parando,

Miré a una de las trituradoras que había comprado

-de la que no tenía la más mínima necesidad,

Tal como fueron las cosas, y que nunca usé-,

Una máquina magnifica, de brillantes colores un tiempo

Y ansiosa de hacer su trabajo,

Y ya con la pintura descascarillada…

Me vi a mí mismo como  una buena máquina

Que la vida nunca había usado.

 

 

ELLIOTT HAWKINS

Yo me parecía a Abraham Lincoln.

Era uno de los tuyos, Spoon River, en comunión con vosotros,

Pero de los que estaban en favor de los derechos de la propiedad y del orden.

Iba a la iglesia regularmente,

Y a veces me presentaba en las reuniones del Ayuntamiento para preveniros

Contra los males del descontento y la envida,

Y para denunciar a los que trataban de destruir la Unión

Y señalaros el peligro de los caballeros del Trabajo.

Mi éxito y mi ejemplo son influencias inevitables

Sobre tus jóvenes y las generaciones por venir,

A pesar de los ataques de periódicos como el Clarion.

Viajaba con frecuencia a Springfield

Cuando había sesiones en la Legislatura

Para impedir marchas contra los ferrocarriles

Y los hombres que estaban construyendo el estado.

Tenía su confianza y la tuya, Spoon River, a partes iguales,

A pesar de los rumores de que yo representaba a grupos de presión.

Pasé tranquilamente por el mundo, rico y adulado.

Al fin morí, naturalmente, pero yazgo aquí

Bajo una piedra en la que hay esculpido un libro abierto

Con las palabras: “De ellos es el Reino de los Cielos”.

Y ahora, salvadores del mundo que nada recogisteis en la vida

Y al morir no tenéis ni piedra ni epitafio,

¿os gusta el silencio de vuestra boca tapada

Por el polvo de mi triunfal carrera?

 

 

ENOCH DUNLAP

¿Cuántas veces durante los veinte años

Que fui vuestro jefe, amigos de Spoon River,

Os despreocupasteis de la convención y las reuniones de la Junta

Y dejasteis en mis manos todo el peso

De salvaguardar la causa del pueblo?

Unas veces, porque estabais enfermos;

Otras, porque vuestra abuela estaba enferma;

O porque habíais bebido demasiado y se os pegaron las sábanas;

O, si no, porque os decíais: “Él es nuestro jefe,

Todo irá bien; él lucha por nosotros;

Lo único que tenemos que hacer es seguirle.”

Pero ¡oh, cómo me maldijisteis cuando caí,

Y me maldijisteis diciendo que os había traicionado

Al salir de la sala de juntas por un momento,

Cuando los enemigos del pueblo, allí reunidos,

Estaban al acecho de una ocasión para destruir

Los sagrados Derechos del Pueblo!

¡Gentuza miserable! ¡Abandoné la junta

Para ir al urinario!

 

 

SETH COMPTON

Al morir yo, la biblioteca circulante

Que había creado para Spoon River

Y que dirigí para el bien de las mentes ansiosas de saber,

Fue vendida en subasta en la plaza pública,

Como si quisieran destruir el último vestigio

De mi memoria e influencia.

Pues aquellos de vosotros que no veíais para qué servía

Conocer tanto Ruinas, de Volney, como Analogía, de Butler

Y lo mismo Fausto que Evangelina,

Erais la verdadera fuerza del pueblo,

Y a menudo me preguntabais:

“¿Para qué vale conocer el mal del mundo?

Ya no puedo meterme en tus cosas, Spoon River;

Elige tu propio bien y llámalo bien.

Pues nunca puede hacerte ver

Que nadie sabe qué es el bien

si no sabe qué es el mal;

Y nadie sabe qué es la verdad

Si no sabe lo que es falso.

 

 

SCHROEDER EL PESCADOR

Yo me sentaba en la ribera alta de Bernadotte

Y echaba migas de pan al agua

Sólo para ver cómo las tencas luchaban entre sí

Hasta que la más fuerte se llevaba el bocado.

O me iba a mi pequeño prado,

Donde los pacíficos cerdos dormían en el cieno

O se hozaban unos a otros amorosamente,

Y les vaciaba una cesta de amarillo maíz,

Y los contemplaba empujarse, gruñirse y morderse,

Pisoteándose unos a otros para conseguir el maíz.

Y yo vi cómo la granja de Christian Dallman,

Con más de mil quinientas hectáreas,

Se tragó la parcela de Felix Schmidt

Como una perca se traga a una tenca.

Y yo digo que si hay en el hombre algo

-espíritu, conciencia, aliento de Dios-

Que le haga diferente de los peces y los cerdos,

Que me lo demuestren.

 

 

RICHARD BONE

Recién llegado a Spoon River

Yo no sabía si lo que me decían

Era verdadero o falso.

Me traían el epitafio

Y, mientras yo trabajaba, se entretenían por el taller,

Diciendo “Era tan amable”, “Era maravilloso”,

“la más dulce de las mujeres”, “Era un verdadero cristiano”,

Y yo les grababa lo que querían,

Sin saber si era verdad.

Con el tiempo, ya más hecho a vivir entre la gente de aquí,

Sabía hasta qué punto el epitafio que me encargaban

Respondía a la vida del muerto.

Pero yo seguía grabando lo que me pagaban que grabara,

Y, así, me hice cómplice de las falsas crónicas

De las lápidas,

Como hace el historiador que escribe

Sin saber la verdad

O porque le presionan para que la oculte.

 

 

JONATHAN HOUGHTON

Se oye un graznido de cuervo

y el canto indeciso de un tordo.

Se oye, lejos, un cencerro de vaca

Y la voz de un labrador en la colina de Shipley.

El bosque, más allá del huerto, está silencioso

Con ese silencio del pleno verano;

Y llega de la carretera el traqueteo

De un carro cargado de maíz, camino de Atterbury.

Y un viejo sentado bajo un árbol duerme,

Y una vieja cruza la carretera

De regreso del huerto con un cubo de moras.

Y hay un niño tumbado en la hierba

Cerca de los pies del viejo,

Y el niño mira a las nubes que navegan

Y siente un deseo de algo, de algo,

De algo que él no sabe qué es:

¡ser mayor, vivir, el mundo desconocido!

Pasaron después treinta años,

Y el niño volvió gastado por la vida

Y encontró que el huerto no estaba,

Que el bosque había desaparecido,

Que la casa tenía otro dueño,

Que la carretera estaba llena del polvo de los coches…

Y que él anhelaba la Colina.

 

 

ANNE RUTLEDGE

De mí, indigna y desconocida, brotaron

Las vibraciones de la música inmortal:

“Sin malicia hacia nadie, con caridad hacia todos”.

De mí, el perdón de millones hacia millones

Y el benéfico rostro de una nación

Resplandeciente de justicia y verdad.

Yo, que duermo bajo estos hierbajos, soy Anne Rutledge,

Amada en vida por Abraham Lincoln,

Y esposa suya, no por la unión,

Sino por la separación.

¡Florece para siempre, oh República,

Desde el polvo de mi seno!

 

HENRY TRIPP

El banco quebró y yo perdí mis ahorros.

Estaba harto del agotador juego de Spoon River,

Y decidí escapar,

Abandonando mi puesto en la vida y a mi familia;

Pero al entrar el tren de medianoche,

Saltaron rápidamente de él Cully Green

Y Martin Vise, y empezaron a pelearse

Para zanjar su vieja rivalidad,

Dándose el uno al otro puñetazos que sonaban

Como golpes de nudosas estacas.

Bueno, cuando a mí me parecía que Cully iba ganando,

La cara ensangrentada se le descompuso en una mueca

De enfermiza cobardía, y apoyándose en Martin

Le lloriqueó “Somos buenos amigos, Mart,

Tú sabes que yo soy tu amigo”.

Pero un terrible puñetazo de Martin le hizo

Dar vueltas y vueltas hasta caer encogido.

Y entonces me retuvieron como testigo

Y perdí el tren, quedándome ya en Spoon River

Para sostener la batalla de la vida hasta el final.

¡Oh, Cully Green, tú fuiste mi salvador!

Tú, tan avergonzado y abatido por años,

Haraganeando indiferente por las calles,

Envolviendo en harapos tu alma llagada,

Tú, que no fuiste capaz de luchar hasta el final.

 

 

GRANVILLE CALHOUN

Yo quería ser Juez del Condado

Por un periodo más para redondear mis servicios

En treinta años.

Pero mis amigos me abandonaron y se unieron a mis enemigos,

Y eligieron a otro.

Entonces se apoderó de mí el espíritu de la venganza,

E infecté a mis cuatro hijos de él,

Y rumiaba mi desquite,

Hasta que el gran médico, la Naturaleza,

Me hirió de la cabeza a los pies con una parálisis

Para darles reposo a mi alma y mi cuerpo.

¿Alcanzaron mis hijos poder y dinero?

¿Sirvieron al pueblo o le sojuzgaron

Para arar y recoger en los campos del egoísmo?

Pues ¿cómo podían olvidar

Mi cara en la ventana de mi dormitorio,

Sentado entre mis jaulas doradas

De canarios cantores, desvalido,

Mirando hacia el viejo tribunal?

 

 

HENRY C. CALHOUN

Yo llegué hasta el puesto más alto en Spoon River,

¡Pero a costa de cuánta amargura de espíritu!

La cara de mi padre, sentado en silencio,

Como un niño, mirando a sus canarios

Y volviendo los ojos hacia la ventana

De la sala del Juez del Condado en el edificio del tribunal,

Y sus admoniciones de que en la vida buscara

Mi propio interés y castigara a Spoon River

Para vengar el daño que la gente le había hecho,

Me llenaron de una furiosa energía

En mi lucha por alcanzar riqueza y poder.

Pero ¿qué es lo que hizo mi padre sino mandarme

Por la senda que lleva al bosque de las Furias?

Yo he seguido esa senda, y puedo decirte

Que, al seguirla, tendrás que pasar al lado de las Parcas,

De ojos sombríos, inclinadas sobre lo que tejen.

Detente un momento, y si ves

Saltar en la lanzadera el hilo de la venganza,

Arráncale inmediatamente a Atropos

Las tijeras y córtalo, si no quieres que tus hijos,

Y los hijos de tus hijos, y aun los de éstos,

Lleven la túnica envenenada.

 

 

PERRY ZOLL

Gracias, amigos de la Asociación científica del Condado,

Por esta modesta piedra

Con su pequeña placa de bronce.

Dos veces intenté unirme a vuestra honorable corporación,

Y fui rechazado,

Y cuando mi pequeño folleto

Sobre la inteligencia de las plantas

Empezó a llamar la atención,

Vosotros casi votasteis en favor de mi ingreso.

Después de aquello, subí lo suficiente para no necesitaros,

Ni a vosotros ni vuestro reconocimiento.

Sin embargo, no rechazo vuestra piedra conmemorativa,

Pues, si lo hiciera,

Os privaría del honor que os hacéis a vosotros mismos.

 

 

ARCHIBALD HIGBIE

Yo desprecié, Spoon River. Traté de elevarme por encima de ti:

Me avergonzabas. Te detestaba

Como lugar de mi nacimiento.

Y allí, en Roma entre los artistas,

Hablando italiano, hablando francés,

A veces me parecía que me había librado

De todo rastro de mi origen.

Sentía que estaba llegando a las cimas del arte

Y que respiraba el aire que respiraron los maestros

Y sin embargo, examinaban mi obra y me decían:

“¿Hacia dónde vas, amigo mío?

Tus caras unas veces parecen de Apolo

Y otras tienen algo de Lincoln.”

Y es que en Spoon River no había cultura,

Y yo enrojecía de vergüenza y guardaba silencio.

¿Y qué podía hacer yo, de la cabeza a los pies cubierto

Y oprimido por la tierra del Oeste,

Sino soñar, y pedir nacer de nuevo

En el mundo, con todo lo que Spoon River significa

Arrancado de mi alma?

 

 

TOM MERRITT

Al principio sospechaba algo…

Ella estaba demasiado tranquila y distraída.

Y un día oí cerrarse la puerta de atrás

Cuando yo entraba por delante, y le vi escabullirse

Por detrás del ahumadero, y correr

Campo a través.

Decidí matarle en cuanto le viera.

Pero otro día, cuando pasaba cerca de Fourth Bridge,

Sin un palo ni una piedra en la mano,

De pronto le vi apostado,

Con los conejos colgaos, muerto de miedo,

Y todo lo que pude decir fue “!No! ¡No! ¡No!”,

Mientras él me apuntaba y me disparaba al corazón.

 

 

LA SEÑORA DE MERRITT

Silenciosa ante el jurado,

No contesté palabra cuando el juez me preguntó

Si tenía algo que decir contra la sentencia:

Sólo moví la cabeza.

¿Qué podía decirle a gente que pensaba

Que una mujer de treinta y cinco tenía la culpa

De que su amante de diecinueve matará su marido?

Y eso a pesar de que ella le había dicho una y otra vez:

“Vete, Elmer, vete lejos, te he enloquecido el cerebro dándote mi cuerpo:

Vas a hacer algo terrible.”

Y, tal como temía, mató a mi marido;

¡pero yo no tuve nada que ver con ello, lo digo ante Dios!

¡Silenciosa por treinta años en la cárcel!

Y las rejas de hierro de Joliet

Vibraron cuando los grises y silenciosos funcionarios

Me sacaron en un ataúd.

 

 

ELMER KARR

¿Qué otra cosa, sino el amor a Dios, podía haber hecho a la gente de Spoon River

Calmarse y perdonarme,

A mí que profané el lecho de Thomas Merritt

Y encima le maté?

¡Oh benignos corazones que me acogisteis de nuevo

Al volver después de catorce años en la cárcel!

¡Oh manos auxiliadoras que en la iglesia me recibisteis

Y oísteis con lágrimas mi confesión de penitente,

Al tomar el sacramento del pan y del vino!

Vosotros, los que aún estáis vivos, arrepentíos y descansad en Jesús.

 

 

 

HENRY LAYTON

Quienquiera que seas, tú que pasas junto a mí,

Sabe que mi padre fue amable

Y mi madre violenta

Y que yo nací formado con estas dos mitades

No mezcladas ni fundidas,

Sino las dos separadas, débilmente soldadas.

Algunos de vosotros me veíais amable,

Otros, violento,

Otros, las dos cosas.

Pero ninguna de las dos mitades forjó mi ruina.

Por la desunión de las dos mitades,

Que nunca fueron parte la una de la otra,

Lo que me dejó convertido en un alma exánime.

 

 

HARLAN SEWALL

Nunca comprendiste, oh desconocido,

Por qué correspondí

A tu abnegada amistad y tus atentos cuidados,

Al principio dándote cada vez más débilmente las gracias,

Y luego apartándome poco a poco de ti

Para no verme obligado a agradecértelo, y al fin con el silencio que siguió

A nuestra separación definitiva.

Habías curado mi alma enferma. Pero, para curarla,

Tuviste que ver mi enfermedad, conociste mi secreto,

Y por eso huí de ti.

Pues, aunque al levantarse nuestros cuerpos del dolor,

Besamos para siempre las solícitas manos

Que nos dieron el ajenjo a pesar del horror que sentíamos

Tan sólo de pensar en el ajenjo,

Un alma curada es ya otra cosa,

Pues entonces borramos de la memoria

Las suaves palabras, los ojos que indagan,

Y nos quedamos para siempre olvidadizos,

No tanto del dolor en sí

Como de la mano que lo curó.

 

 

HENRY PHIPPS

Yo era el superintendente de la Escuela dominical,

El presidente testaferro de la compañía de vagones

Y de la fábrica de conservas,

Puesto por Thomas Rhodes y la camarilla del banco;

Mi hijo, el cajero del banco,

Se casó con la hija de Rhodes,

Y yo me pasaba los días ganando dinero

Y los domingos rezando en la iglesia.

Era un perfecto diente del engranaje de Las-Cosas-Como-Son:

Del dinero, amo y señor, blanqueado

Con la pintura del credo cristiano.

Y de pronto

El banco se hundió. Yo me quedé mirando a la máquina destruida:

Las ruedas con rajas tapadas con masilla y pintadas;

Los pernos oxidados, los vástagos rotos;

Y sólo la tolva para almas dispuesta para ser usada otra vez

En un nuevo devorador de vidas, cuando los periódicos, los jueces y los magos del dinero

Construyeran de nuevo.

Yo me quedé sin un céntimo, pero me apoyaba en la Piedra Secular,

Comprendiendo ya el juego, sin dejarme engañar más

Y sabiendo que “los justos vivirán en la tierra,

Pero los años de los malvados están contados”.

Y entonces el Dr. Meyers me descubrió

Un cáncer de hígado.

¡Después de todo, Dios no se cuidaba especialmente de mí!

Y, así cuando estaba en la cumbre,

Por encima de las nieblas entre las que había subido,

Y dispuesto a alcanzar una vida más amplia en el mundo,

Las fuerzas eternas

Se pusieron en movimiento de un empujón.

 

 

HARRY WILMANS

Yo acababa de cumplir los veintiuno,

Y Henry Phipps, el superintendente de la Escuela Dominical,

Pronunció un discurso en el Teatro Bindle.

“Hay que defender el honor de la bandera”, dijo,

“tanto si lo ataca una bárbara tribu de tagalos

Como la mayor potencia de Europa.”

Y nosotros aplaudimos y vitoreamos el discurso y a la bandera que agitaba

Al hablar.

Y me fui a la guerra desoyendo a mi padre,

Y seguí a la bandera hasta que la vi ondeando

Junto a nuestro campamento en un arrozal cerca de Manila,

Y todos la aplaudimos y vitoreamos.

Pero había moscas y bichos venenosos;

Y había un agua mortífera,

Y un calor cruel,

Y comida podrida, nauseabunda;

Y el hedor de las letrinas, detrás de las tiendas,

A las que iban los soldados para evacuar;

Y las putas que nos seguían, llenas de sífilis;

Y los actos bestiales que nos hacíamos unos a otros o solos,

Dominados por la brutalidad, el odio y la degradación,

Y días de asco, y noches de miedo,

Hasta que llegó  el momento del ataque a través del pantano pestilente,

Siguiendo a la bandera,

Y al fin caí, con un grito y una bala en las entrañas.

Ahora, en Spoon River, hay una bandera sobre mí.

¡Una bandera! ¡Una bandera!

 

 

 

LYMAN KING

Quizá piensas, caminante, que el Destino

Es una trampa fuera de ti

Que puedes evitar andando con precaución

Y sabiduría.

Así lo crees viendo las vidas de otros hombres

como quien, a la manera de Dios, se inclina sobre un hormiguero

Y ve cómo se podrían evitar sus dificultades.

Pero sigue adelante en la vida:

Con el tiempo verás al Destino acercarse a ti

Bajo la forma de tu propia imagen en el espejo;

O te sentarás a solas en tu propio hogar,

Y de pronto, en otra silla junto a la tuya, habrá un invitado

Y conocerás a ese invitado

Y leerás el auténtico mensaje de sus ojos.

 

 

MABEL OSBORNE

¡Las rojas flores entre las verdes hojas

Se te están cayendo, hermoso geranio!

Pero tú no pides agua.

¡No sabes hablar! ¡No necesitas hablar…!

¡Todo el mundo sabe que te estás muriendo de sed

Y nadie te trae agua!

Pasan a tu lado y dicen:

“El geranio necesita agua.”

Y yo, que tenía felicidad que compartir

Y anhelaba compartir tu felicidad,

Yo que te amaba, Spoon River,

Y suspiraba por tu amor,

Me marchité ante tus ojos, Spoon River,

Sedienta, sedienta,

Sin voz por el pudor de mi alma para pedirte amor,

A ti, que, sabiéndolo, me viste perecer ante tus ojos

Como ese geranio que alguien ha plantado sobre mí

Para dejarle morir.

 

 

DAVIS MATLOCK

Supongamos que todo es como una colmena,

En la que hay zánganos y trabajadores,

Y reinas, y lo único que hay que hacer es almacenar miel

(cosas materiales, y también cultura y sabiduría)

Para la próxima generación, y que la nuestra nunca vive,

Salvo como enjambres en la juventud solar,

Haciendo fuertes sus alas con lo que ya se ha reunido,

Y saboreando, de regreso a la colmena

Desde los campos de trébol, deliciosas recompensas.

Supongamos todo esto y supongamos la verdad:

Que la naturaleza del hombre es más alta

Que las necesidades naturales de una colmena;

Y que uno debe soportar el peso de la vida

Y también el ansia que brota del exceso de espíritu…

Lo que digo, en fin, es que hay que vivir como dioses

Seguros de la vida inmortal, aunque estemos en dudas:

Ésta es la forma de vivir la vida.

Y si esto no le hace a Dios sentirse orgulloso de uno,

Entonces Dios no es más que gravitación

O la meta dorada es el sueño.

 

 

COLUMBUS CHENEY

¡Este sauce llorón!

¿Por qué no plantáis unos cuantos

Para los millones de niños que aún no han nacido,

Y no sólo para nosotros?

¿Son acaso inexistentes o células dormidas sin mente?

¿O vienen a la tierra borrando con su nacimiento

El recuerdo de su vida anterior?

¡Responded! El campo de las intuiciones inexploradas es vuestro,

Pero, en cualquier caso, ¿por qué no plantar sauces para ellos,

Y no sólo para nosotros?

 

 

MARIE BATESON

Estáis mirando la mano esculpida,

Con el dedo índice apuntando hacia arriba.

Esa es la dirección, no hay duda.

Pero ¿cómo seguirla?

Está bien no matar y evitar la lujuria,

Perdonar, hacer el bien al prójimo, adorar a Dios

Sin necesidad de imágenes.

Pero, al fin y al cabo, todo eso no son sino medios externos

Con los que uno se hace, sobre todo, bien a sí mismo.

El quid de la cuestión es la libertad,

Es la luz, la pureza…

Yo no alcanzo más;

Encontrad vosotros la meta o perdedla, según vuestra visión.

 

 

WILLIAM JONES

De vez en cuando, una extraña hierba desconocida para mí

Que me exigía buscarle un nombre en mis libros;

De vez en cuando, una carta de Yeomans.

En las conchas de los mejillones recogidas en la orilla

A veces una perla brillante como la ruda en la pradera;

Y luego una carta de Tyndall, desde Inglaterra,

Con el matasellos de recibida en Spoon River.

Yo, amante de la naturaleza y amado por mi amor a ella,

Sostenía tales conversaciones a distancia con los grandes

Que la conocían mejor que yo.

Pero no es que nosotros seamos más pequeños o más grandes,

Sino que al hacerla a ella lo más grande, nos premia con placeres más intensos.

Cubridme, Cubridme con conchas del río.

Viví con asombro, adorando la tierra y el cielo.

He participado en el eterno desfile de la vida sin fin.

 

 

J. MILTON MILES

Siempre que sonaba sola la campana presbiteriana,

Yo sabía que era la campana presbiteriana.

Pero cuando su sonido se mezclaba

Con el de la campana metodista, la cristiana,

La baptista y la congregacionista,

Ya no podía distinguir

unas de otras, ni a aquella entre todas.

Y, así, como en la vida me llamaron muchas voces,

No te extrañe que no pudiera reconocer

La verdadera de la falsa,

Y ni siquiera, al final, la voz que debería haber reconocido.

 

 

SCHOLFIELD HUXLEY

No me pidas, Dios, que enumere tus maravillas;

Te reconozco las estrellas y los soles,

Y los mundos innumerables.

Pero yo he medido sus distancias,

Y los he pesado, y he descubierto sus substancias.

He inventado alas para el aire

Y quillas para el agua

Y caballos de hierro para la tierra.

He alargado la visión que me diste un millón de veces,

Y un millón de veces el oído que me diste

Y he hecho que mi palabra salte sobre los espacios,

Y al aire le he sacado fuego para hacer luz.

He construido grandes ciudades y he perforado montañas

Y he tendido puentes sobre aguas majestuosas.

He escrito la Ilíada y Hamlet;

Y he explorado tus misterios,

Y te he buscado sin cesar,

Y te he vuelto a encontrar tras haberte perdido

En horas de cansancio…

Y yo te pregunto:

¿Te gusta haber creado un sol

Para el día siguiente tener gusanos

Deslizándose por entre tus dedos?

 

 

WILLIE PENNINGTON

Me llamaban el flojo, el simplón,

Pues más hermanos eran fuertes y guapos,

Mientras que yo, el último hijos de padres ya viejos,

Sólo heredé el resto de sus fuerzas.

Pero ellos, mis hermanos, se consumieron

Con la furia de la carne, que yo no tenía,

Se hicieron blandos con la sensualidad, que yo no tenía,

Se endurecieron con el aumento de su lujuria, que yo no tenía,

Aunque al mismo tiempo se hicieron ríos y famosos.

Entonces yo, el flojo, el simplón,

Tranquilo en mi pequeño rincón de vida,

Tuve una visión, y a través mío muchos la tuvieron también,

Aunque sin saber que era por mí.

Y de esta manera, de mí, que sólo era

La semilla de la mostaza, brotó un árbol.

 

 

JULIAN SCOTT

Hacia el final

La verdad de los otros era falsedad para mí;

La justicia de los otros, injusticia para mí;

Sus razones para morir, mis razones para vivir;

Sus razones para vivir, mis razones para morir;

Había matado a los que ellos habrían salvado,

Y salvado a los que ellos habrían matado.

Y comprendí que un dios, si viniera a la tierra,

Tendría que obrar de acuerdo con lo que viera y pensara,

Y que no podría vivir en este mundo de hombres

Y moverse entre ellos

Sin choques continuos.

El polvo es para arrastrarse, el cielo para volar…

Por eso, oh alma con alas crecidas,

Remóntate hasta el sol.

 

 

JUDSON STODDARD

En la cumbre de una montaña, sobre las nubes,

Que pasaban por debajo de mí como un mar,

Yo dije: Ésa cumbre es el pensamiento de Buda,

Y aquélla es la plegaria de Jesús,

Y ésta es el sueño de Platón,

Y aquella de allí, el canto de Dante,

Y ésa  es Kant, y ésta, Newton,

Y ésa es Milton, y ésta, Shakespeare,

Y ésa la esperanza de la Madre iglesia,

Y ésta… Sí, todas estas cumbres son poemas,

Poemas y plegarias que atraviesan las nubes.

Y me dije: “¿Qué hace Dios con las montañas

Que se alzan casi hasta el cielo?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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