martes, 20 de septiembre de 2022

CUENTOS MÍNIMOS 12. EL TIEMPO RECUPERADO

 



Marcel Proust, según decía, se asfixiaba en su apartamento a causa del humo invisible que debía infiltrarse por las fisuras de su chimenea cuando encendía el fuego.

Para tomar aire, necesitaría salir de aquella casa que le sofocaba y le provocaba ataques de asma, que era lo que más temía en el mundo, porque le dejaban sin respiración y mareado en mitad de una de aquellas largas y sinuosas frases por las que deslizaba su pluma -y entonces era cuando se le extinguía la inspiración-, pero para salir de casa, antes debía alcanzar el ascensor, y antes aún tenía que vestirse con toda la infinidad de prendas y capas con las que se protegía de una eventual pulmonía, aunque para inaugurar el ritual de vestirse, antes tenía que agitar una campanilla a fin de que acudiese su criada con una taza de café y le ayudase a levantarse, pero ¿cómo iba a poder incorporarse de la cama cuando ni siquiera tenía fuerzas para coger la pluma que se le caía al suelo en mitad de una frase?, y ¿cómo, además, sería capaz de  levantarse si apenas le quedaba energía para despertarse?, así que prefiriendo aspirar el sueño de su obra a la sórdida pesadilla de tener que alcanzar a duras penas el ascensor, optaba siempre, en aquellos últimos años de vida que le quedaban, por recuperar el tiempo que hubiera perdido descendiendo los cinco pisos que le separaban de la calle, y se aferraba con todo el alma a su pluma, para que no se le cayese al suelo, pues entonces ya no le quedaría aliento para recogerla ni poder concluir su obra mientras recuperaba el tiempo perdido de tantos años  por salones mundanos sin coger la pluma.

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