jueves, 3 de noviembre de 2022

POETAS 122. Robert Frost (III) "Arrollo hacia el oeste"

 



Robert Lee Frost nació en San Francisco un 26 de marzo de 1874 y murió en Boston el 29 de enero de 1963. Ha sido considerado por muchos como el mejor poeta norteamericano del siglo XX y es el único escritor que ostenta cuatro premios Pulitzer. Howells, al reseñar la obra de Frost, dijo que se trataba de la vieja poesía tan nueva como nunca; James M. Cox apostilló que podría ser una nueva poesía tan vieja como la que más. "Nueva en su ritmo, en su fino escepticismo, que la liberaba de la moralidad y la aridez de la tradición gentil, se introdujo en el lenguaje corriente de la región elevándolo a unas alturas de ternura, sabiduría y belleza que ningún poeta americano había logrado hasta entonces". La poesía de Frost tiene la virtud de permanecer en la imaginación, proporcionando consuelo y alivio, así como un sentido coherente del mundo. Randall Jarrell ha expresado lo mismo de otra manera: ”Cuando conoces los poemas de Frost sabes sorprendentemente bien cuál era la apariencia del mundo para un hombre”.



Su padre provenía de una familia de granjeros de Nueva Inglaterra y su madre era hija de un capitán de barco que  había nacido en Escocia. La infancia del poeta se va a ver marcada por la confesión swedenborgiana de la madre, quien se encargará personalmente de la educación de los hijos: a menudo se lee en casa textos de Shakespeare, Poe, Emerson, y literatura clásica y romántica. El padre morirá con tan sólo 34 años, tras constantes periodos de depresión alternados con su desmedida afición al juego. Después de la muerte del padre, que deja huérfano a Robert con 9 años, la familia se mudará a Salem bajo la tutela del abuelo paterno. La madre se dedicará a la enseñanza en Lawrence, mientras el hijo se convierte en un estudiante aventajado que además comienza a interesarse por los asuntos más varios; en sus poemas dejará registro de su vasta curiosidad: la botánica, la biología y la astronomía serán motivos recurrentes. Frost se dedica, durante los periodos de vacaciones, a las labores más variadas, ya sea en granjas y fábricas de la región o repartiendo periódicos. En su último año de instituto comienza a publicar sus primeros poemas, a la vez que conoce a Elinor Miriam, con quien iniciará un noviazgo lleno de vaivenes que a la postre terminará en casamiento. Ingresa en la Universidad de Dartmouth, pero a los pocos meses abandona sus estudios para regresar a Salem, donde comienza a ayudar a su madre en la enseñanza de los alumnos más díscolos, a la vez que trabaja en una fábrica de lámparas. Es en este periodo, en el que se vuelca en la lectura de Shakespeare, cuando tiene lugar un acontecimiento que marcará su devenir y que va a evocar más tarde en el poema “Kitty hawk”. Tras el enésimo intento frustrado de pedir en matrimonio a Elinor, Robert Frost toma un tren hasta Dismal Swamp (“pantano lúgubre”) y allí se interna a pie durante kilómetros con la intención de quitarse la vida. El poema en que evoca este lúgubre episodio nos da noticia de que es rescatado tres semanas después, y llevado de vuelta a casa a través de un periplo lleno de aventuras en trenes de mercancías.



Al fin, Elinor y Robert contraen matrimonio en Lawrence y comienzan a vivir en la casa familiar con la madre y la hermana de Frost. El poeta consigue entrar en la prestigiosa universidad de Harward, donde entra en contacto con una pléyade de profesores que dejarán huella en su formación: Santayana y William James serán los más destacados. Allí cursa asignaturas de geología, filosofía, psicología, alemán, latín y griego. A pesar de su excelente aplicación, tampoco en esta Universidad llega a graduarse, pues al poco decide iniciar una vida de granjero en una granja avícola, logrando, de paso, fortalecer su delicada salud. A pesar de que por esta época le nace su segundo hijo, la muerte del primero y de su propia madre comienza a dejarle los primeros sinsabores y se le empiezan a manifestar los signos de una incipiente depresión que ya había atenazado al padre. En la nueva granja del abuelo, al sur de New Hampshire, la salud se le resquebraja más todavía, teniendo que soportar periodos de fiebre, pesadillas y dolores en el pecho, lo que no le impedirá acometer las duras labores de labranza, que serán también los afanes de los personajes que pululan por los poemas que va componiendo durante las noches. Antes de 1906 ya le han nacido otros tres hijos. En ese año abandona las tareas de campo para dedicarse a la enseñanza de literatura y psicología. Pero la poesía, que es dedicación a la que Robert Frost quiere consagrarse, no le ofrece los frutos deseados: ningún editor quiere publicar sus poemas, lo que le produce una gran frustración. Ante esta situación de desaliento, en 1912 la pareja vende la granja de Derry y prueba fortuna en Inglaterra con  el propósito por parte de Robert de centrarse en la escritura. Un año después de su estancia en Inglaterra, Frost consigue su propósito de ver publicado su primer libro de poemas: se trata de su libro “La voluntad de un joven". Pese al título, Robert Frost ha tramontado ya su primera juventud y se acerca a la madurez: tiene 39 años. Durante su estancia cerca de Londres, Frost va a conocer a una serie de poetas y escritores que van a dejar huella en la literatura mundial: Ford Madox Ford, Walter de la Mare, Robert Graves, Ezra Pound y Yeats. Pero van a ser los llamados poetas georginos los que le influyan  -sin sucumbir a su superficialidad-, más interesados estos por las cosas del campo, con un sesgo realista, y que se inspiraban en la vida diaria de los hombres corrientes que hablan un lenguaje coloquial y directo.



“La voluntad de un joven” será un libro bien recibido que encierra una especie de retrato del artista adolescente. Son poemas que beben del espíritu de Emerson y Thoreau. Se ha dicho que con este poemario, Frost elevó el lenguaje coloquial e informal al reino d la poesía. A juicio de Andrés Catalán, el libro dibuja una trayectoria que comienza en el miedo y acaba en el amor. Se trata de un poemario de tránsito: de tránsito de una estación a otra que viene marcada por el ciclo de fertilidad del campo, pero también se hace notar esta transición en los tonos de voz. Se trata de un libro bisagra entre el Frost lírico y subjetivo de sus años americanos y el Frost que al llegar a Inglaterra se preocupará por dar a sus poemas una atmósfera dramática, como ocurre en su segundo libro, “Al norte de Boston”. Con este último libro, Frost se aparta de la subjetividad que impregnaba el primero y se centra en las vidas ajenas de la gente trabajadora de Nueva Inglaterra. Acuña su voz, sencilla y directa, pero a menudo escurridiza, con esas dobleces características que harán precisar una doble lectura y múltiples interpretaciones bajo su engañosa máscara literal. Harold Bloom habla de una ironía “particularmente sombría en la que no se trata tanto de decir algo queriendo decir otra cosa, sino de lograr que el significado desande el camino andado y deshaga lo que quiso decir”.  En este libro utiliza el verso blanco en pentámetro yámbico, que ya Shakespeare probaría con fortuna. Con este libro se le etiquetó como poeta de la naturaleza por su predilección por las cosas de la gente del mundo rural. Pero toda simplicidad en Frost es siempre aparente y falaz, pues supo extraer de este contacto entre el hombre y la naturaleza correspondencias simbólicas de alcance universal. No se trata de la naturaleza amable que aparece de fondo en los poetas bucólicos, sino de una naturaleza áspera y difícil que da a los hombres el fondo trágico en el que se desenvuelven y que a menudo resulta indiferente a sus pasiones. 

Estos dos primeros libros de Frost acotan  lo que se ha llamado su mundo pastoral. Su labor como  profesor de latín le introdujo en la tradición pastoral encarnada en los poemas de Teócrito y Virgilio. Pero el poeta pastoral no escribe poemas simples para sus vecinos rurales. Se trata de un poeta refinado por la cultura que toma el mundo pastoral como una fuente de inspiración para dar con símbolos universales. Sustenta la creencia de que el mundo rural es representativo de la sociedad humana en general. En el duro mundo rural de Frost, el hombre y la naturaleza se ven regidos por lo que el Destino ha ordenado. El resultado es un estoicismo conformista ante la ineluctable fuerza de los acontecimientos.



Ante la amenaza de la guerra y una apurada situación económica en Europa, Robert Frost decide regresar a su patria precisamente en el momento en que los escritores de la generación perdida dan el salto al continente europeo. La publicación en su propio país de sus dos libros envuelve la vuelta de Frost en un cierto halo de celebridad poética. De la noche a la mañana Frost se había convertido en el poeta más leído. Instalada toda la familia en una granja de New Hampshire, Frost comienza a alternar su trabajo como escritor con la enseñanza y la impartición de conferencias. No obstante su vocación por la enseñanza, el tiempo que tenía que dedicarle le obstaculizaba su tarea como poeta. “Tengo que enseñar o escribir –declaró en una ocasión-: no puedo hacer las dos cosas a la vez. Pero tengo que vivir”. En 1916 publica su tercer libro, “Un valle en las montañas”. Contendrá algunos de los mejores poemas de Frost, como “el camino no elegido”, pero el libro se resiente de una estructura más endeble que la de sus dos primeros libros. A principios de los años veinte la familia dejará la granja de new Hampshire por una casona del siglo XVIII en Vermont. Frost imparte clases en Ripton, Michigan y Amherst.


En 1923 publica su cuarto libro “New Hampshire”, que parodia en su formato “la tierra baldía” de T. S. Eliot. Comienza a ser frecuente en sus poemas el sesgo filosófico. Los asuntos de sus poemas se hacen más concretos y los diálogos más abstractos: los personajes representan posiciones sociales y filosóficas. El premio Pulitzer que recibe al año siguiente por este libro le abrirá la puerta de las universidades con diversos doctorados honoríficos. Su segundo Pulitzer se lo lleva con su “Poesía reunida” de 1930. Ese mismo año es elegido miembro de la Academia Americana de las Artes y las Letras. La década de los treinta está lastrada por la desaparición de gran parte de su familia. Primero fallece su hermana, cinco años más tarde, en 1934, muere su hija Marjorie de una larga enfermedad, y, finalmente, el cáncer que se le manifiesta a su mujer Elinor acabará con su vida en 1938. El suicidio con un rifle de caza de su hijo Carol en 1940 acaba sumiendo al poeta en una severa depresión. Sin embargo, los éxitos no habían dejado de acompañarle: “una cordillera más lejana”, 1936, le vale su tercer premio Pulitzer. Su siguiente libro, “Arroyo hacia el oeste”, preludia el compromiso político en asuntos públicos que proseguiría en sus últimos libros. Los protagonistas de sus poemas comienzan a estar rodeados de soledad; la naturaleza comienza a adquirir tintes siniestros y se convierte en un sinsentido para el hombre. En el momento de su publicación, el libro fue tachado de reaccionario por las consideraciones políticas o filosóficas de algunos de sus poemas.
Después de morir su mujer, Frost deja de dar clases por una temporada e inicia una relación sentimental con Kathleen Morrison, quien se convertirá en su secretaria. Se muda a Boston y adquiere una granja, a la vez que dirige un seminario en Harvard. En 1942 publica “un árbol testigo” –nuevo premio Pulitzer que le convierte en el único escritor con cuatro-, donde una nueva preocupación asoma: la de delimitar la frontera entre el mundo exterior y la práctica poética. Robert Lowell decía que los temas que obsesionaban a Frost –la soledad, la muerte, los límites humanos- se combinaban en un único tema, “el de un hombre que se abre paso a través de lo informe, lo anárquico y lo libre, hacia la nieve, el aire, el océano, el desierto, la desesperanza, la muerte y la locura. Cuando los límites se alcanzan, y a veces se sobrepasan, el nombre vuelve”.


En la década de los 40 publica "la Flor del campanario", donde da rienda suelta a sus preocupaciones religiosas, científicas o tecnológicas. En 1949, su "Poesía completa" le congracia con un público que había empezado a darle la espalda. Las posturas que adoptó Frost al final –en los últimos poemas, así como en su vida- le restaron crédito entre críticos académicos, que prefirieron la obra más difícil de T. S. Eliot, Ezra Pound y Wallace Stevens al verso pastoral directo y sencillo que no precisaba de ninguna exégesis crítica. William Prithchar ha destacado cómo “Las dos últimas décadas de su vida fueron las de un hombre cuyas producciones como poeta, por primera vez en su carrera, ocuparon una posición secundaria tras su vida como figura pública, autoridad, institución, emisario cultural”. En sus últimos años Frost se convierte, por tanto, en un hombre público eminente: recibe honores, títulos y galardones, el Senado firma una resolución para celebrar su cumpleaños, La Casa Blanca le convierte en un invitado habitual en sus cenas. En 1960 recibe la medalla del Congreso y, tras la elección de John F. Kennedy, se convierte en el primer poeta al que se solicita un poema para la ceremonia de toma de posesión. Muere con 88 años, el 29 de enero de 1963, después de haber sido operado de cáncer el año anterior.


Robert Frost es conocido por una interesante teoría poética que ha tenido repercusión: lo que él llama “el sonido del sentido”: La frase establece dos polos entre los que pivota el significado, que puede hacer resaltar el poema-como –música o el poema-como-significado. La tesis principal de Frost es que un poema dice algo antes de ser entendido; “La mejor forma de oír el sonido abstracto del sentido –escribió una vez por carta a un amigo- es desde las voces que se oyen a través de una puerta que corta las palabras”. Se trata, como recuerda Andrés Catalán, de un intrincado tejido a base de ritmo y metro, que desdeña el verso libre –pues sería como “jugar al tenis sin poner la red”-, donde el metro se convierte en una especie de red doble para apresar los sonidos y ritmos del discurso real. Se trata, siguiendo similares planteamientos de Wordsworth y Emerson, de jugar con ciertos patrones discursivos que son naturales a una cultura y que permiten ser resaltados o contrastados mediante el patrón rítmico del metro. El propio Frost nos recuerda que una buena frase tiene un doble cometido: "expresa un significado mediante las palabras y la sintaxis y otro mediante el tono de voz que indica. En la ironía, las palabras pueden decir una cosa, el tono de voz otra”. Frost formuló esta poética de “el sonido del sentido” para encajar un fenómeno al que estaba dando expresión en su práctica poética, tal como le había sucedido también a  multitud de poetas antes que él: oponer la línea acústica base del verso métrico a las melodías irregulares del habla idiomática. La originalidad de Frost estriba en acomodar el sonido del sentido al habla rural de Nueva Inglaterra, un dialecto del que nadie antes se había servido para fines poéticos.  Pero como señala el traductor Andrés Catalán en el excelente estudio a la Poesía Completa de Frost –Linteo Poesía-, “en última instancia, el interés de Frost por el habla cotidiana tiene que ver con un contexto de atención a la intimidad humana, a la gente en su quehacer diario y menudo.” Pero quizás la grandeza de Frost estriba en haber insertado estos quehaceres cotidianos sobre un fondo de naturaleza a menudo hostil y que genera el contexto trágico en el que se mueven sus personajes poéticos, creando unos dramas y unos mitos rurales que irradian significado, ensanchando con sencillez los márgenes del poema hasta convertir inesperadamente el conjunto en una elocuente glosa de la condición humana.



DEVOCIÓN

Al corazón no se le ocurre una mayor

devoción que la de hacer de orilla de un océano:

siempre en la misma curva que no cambia de sitio,

siempre atenta a la misma repetición sin fin.



CHARCAS DE PRIMAVERA

Estas charcas que, aunque en los bosques, reflejan

el cielo por completo y casi sin defecto,

y que como las flores a su lado, se hielan y tiritan

como las flores a su lado desaparecerán muy pronto,

y sin embargo no a través de un río o un arroyo,

sino raíces arriba, para producir frondas muy oscuras.


Los árboles que pueden con sus yemas reprimidas 

oscurecer la naturaleza y ser bosque en verano...

que se lo piensen dos veces antes de usar sus poderes

de secar y absorber y de barrer del mapa

estas aguas floridas y estas flores acuáticas

surgidas de la nieve que se fundió justo ayer.



LA LIBERTAD DE LA LUNA

He probado a reclinar la luna nueva en el aire

sobre un brumoso cúmulo de árboles y granjas

como quien un día se prueba una joya en el pelo.

Probé a que fuera esbelta con un fulgor ceñido,

ella sola, combinada en un adorno

con una estrella perfecta casi igual de brillante.


La pongo a relucir donde más se me antoja.

Cierta noche más tarde, mientras paseaba,

la saqué de un cajón de retorcidos árboles,

y la conduje por unas aguas lustrosas, más grande,

y la dejé caer en ellas, y vi cabecear la imagen,

el color desteñirse, mil maravillas sucederse.



LA FAMILIA DE LA ROSA

La rosa es una rosa,

y siempre fue una rosa.

pero la teoría ahora dice

que la manzana es una rosa,

y lo es la pera, y también 

la ciruela, me supongo.

Solo Dios sabrá qué otra

cosa me resultará ser una rosa.

Tú, sin duda, eres una rosa...

pero siempre fuiste una rosa.



UN VISTAZO FUGAZ

A menudo veo flores al pasar en un vagón 

que antes de saber que son han desaparecido.


Querría bajarme del tran y desandar los pasos

para ver qué flores estan allí junto a las vías.


Nombro todas las que sé seguro que no eran:

ni laureles de San Antonio de los bosques quemados...


ni campanillas que adornan la boca de los túneles...

ni lúpinos a los que les basta la arena y el estiaje.


¿Pasó algo rozándome la mente que nunca

más nadie logrará encontrar en este mundo?


Los cielos brindan un vistazo a aquellos

que no están en condición de mirar muy de cerca.



UNA PARVA DE ORO

El polvo volaba biempre por toda la ciudad,

salvo cuando la bruma lo hacía posarse,

y yo era uno de esos niños a los que les dijeron 

que cierta parte del polvo en el aire era oro.


todo el polvo que el viento se llevaba volando

aparentaba ser oro en la puesta de sol,

pero yo era uno de esos niños a los que les dijeron 

que cierta parte del polvo era realmente oro.


Y así era la vida allí en el Golden Gate:

el oro empolvaba toda comida y bebida,

y yo era uno de esos niños a los que les dijeron,

"A todos nos toca comernos nuestra parva de oro".



UN PÁJARO MENOR

Ojalá que el pájaro se marchara volando,

y no cantara junto a mi casa todo el día;


He batido las palmas asomado a la puerta

cuando creí que no podría soportarlo más.


Seguro que la mayor parte de culpa será mía.

Al pájaro no hay que culparlo por su tono.


Y desde luego tiene que haber algo que va mal

si lo que deseas es acallar cualquier canción.



ARBOL DE MI VENTANA

Árbol de mi ventana, árbol del ventanuco,

mi ventana se baja cuando llega la noche;

pero que nunca haya una cortina echada

entre tú y yo.


Vaga cabeza de sueños sacada de la tierra,

la cosa más difusa aparte de una nube,

ni con todas tus leves lenguas en alto parloteo

dirás nada profundo.


Pero, árbol, te he visto apresado y sacudido,

y si me has visto mientras yo dormía,

me habrás visto apresado y arrastrado,

y casi perdido.


El día en que acercó nuestras cabezas,

el destino tenía la imginación cerca de sí,

tan preocupado por el clima, del exterior tú,

yo del de dentro.



EL PASTOR APACIBLE

Si el cielo tuviera que rehacerse,

y en las cercas del prado

me apoyara a delinear las figuras

entre las estrellas esparcidas,


Me sentiría tentado de olvidar,

me temo, la Corona de la Ley,

la Balanza del Comercio, la Cruz de la Fe,

por no merecer ser renovadas.


Pues estas han dominado nuestras vidas,

y ya veis cómo han luchado los hombres.

La Cruz, la Corona, la Balanza bien podrían

todas haber sido la Espada.



EL TEJADO DE PAJA


A solas bajo la lluvia en pleno invierno,

resuelto a causar y soportar sufrimientos.

Pero nunca tan lejos como para perder de vista

la luz de cierta ventana del piso superior.

Era la luz de lo que trataba todo el asunto:

yo no entraría hasta que se apagara;

esta no se apagaría hasta que entrase.

Bueno, ya veríamos cuál de los dos ganaba,

ya veríamos cuál de los dos cedía primero.

El mundo era un negro campo indistinguible.

La lluvía, por lo fría , en justicia era nieve.

El viento era otra capa más del mantillo.

Pero lo más extraño: en el tupido tejado de paja,

donde habían incubado las aves en verano,

se habían alimentado a coro, y emplumado,

algunas seguían llevando una vida ermitaña.

Y al caminar junto al alero, tan bajo

que rocé al pasar la paja con las mangas,

hice salir volando pájaros de un agujero tras otro,

hacia la oscuridad. Me dolió el alma,

me angustié dentro de otra angustia,

cuando pensé que su caso no tendría solución:

no podrían revolotear alrededor en busca 

de su nido de nuevo, ni hallar donde posarse.

Tendrían que criar donde cayeran, en el abono y el lodo,

la confianza puesta en las plumas y en el fuego interior

hasta que la luz les permitiera un vuelo a salvo.

Mi principal angustia menguó en gran medida

cuando los imaginé sin una percha ni un nido.

Así fue cómo esa angustia comenzó a disolverse.

Lo que me dicen es que la casita en que moramos,

el tejado de paja rasgado por el viento, no tienen arreglo;

su vida de cientos y cientos de años ha llegado a su fin

al dejar que la lluvia que conocí a la intemperie

se colara en el cuarto de arriba, inundando los suelos.



LA RIADA

La sangre resultó más difícil de represar que el agua.

En cuantos nos creemos que hemos logrado retenerla

tras los nuevos muros de un  dique (!que se fastidie!),

se escapa mediante alguna forma nueva de matanza. 

Optamos por decir que el diablo es quien la desata;

pero es la fuerza de la sangre quien libera a la sangre.

Ocurre así por el poder que tiene de formar una riada

por confinarla a un nivel tan antinaturalmente alto.

Encontrará un desagüe, con ímpetu o sin él.

Las armas de la guerra y las herramientas de la paz

no son sino los puntos en donde encuentra alivio.

Y ahora sucede que es otra vez el maremoto

que tras barrerlo todo tiñe cada cumbre.

Ah, la sangre brotará. No puede contenerse.



UN CONOCIDO DE LA NOCHE

Yo he sido un conocido de la noche.

He salido bajo la lluvia... y vuelto bajo ella.

He rebasado la luz más lejana de la urbe.


Me he parado a mirar el callejón más triste.

Me he cruzado al sereno en su ronda noctura

y bajado la vista, sin querer explicarme.


Me he quedado inmóvil y acallado mis pasos

cuando muy a lo lejos un grito entrecortado

rebotó entre las casas desde otra avenida,


Pero no para hacerme volver o decirme hasta luego;

y más lejos aún, a una altura intempestiva,

un lumínico reloj recortado en el cielo


proclamó que la hora ni estaba bien ni mal.

Yo he sido un conocido de la noche.



ARROYO HACIA EL OESTE

"Fred, ¿el norte dónde queda?"


                                          ¿El norte? Hacia allí, amor mío.

El arroyo corre hacia el oeste".


                         "Llámalo entonces Arroyo hacia el oeste".

(Arroyo hacia el oeste lo llaman los hombre aún hoy día)

"Qué creerá que hace corriendo hacia el oeste

cuando todos los otros arroyos de la region van hacia el este

para alcanzar el océano? Debe de ser que el arroyo

confía en ser capaz de llevar la contraria

igual que yo contigo -y tú conmigo-

ya que nosotros somos... somos... no sé lo que somos.

¿Qué somos?".


                          "¿Jóvenes o novatos?"

                                                                  "Algo tendremos que ser.

Hemos dicho nosotros dos. digamos mejor nosotros tres.

Igual que tú y yo estamos casados el uno con el otro,

ambos nos casaremos con el arroyo. Levantaremos 

un puente que lo cruce, y el puente será

el brazo que le echaremos encima cuando duerma.

Mira, mira, nos dice hola con una ola

para hacernos saber que sí me oye".


                                                                     "Vamos, querida,

esa ola ha estado cerca de este saliente de la orilla...".

(La negra corriente, al encontrarse con una roca sumergida,

se volvía sobre sí misma en una blanca ola,

y el agua blanca cubría incesantemente el agua negra,

sin vencer pero sin perder tampoco, como si las plumas

blancas de un pájaro caídas de su pecho en la refriega

salpicaran la negra corriente y el más negro remanso

más abajo, y al fin acabaran por llegar, runcidas

en un blanco chal, frente a los alisos de la orilla opuesta).

"Esa ola ha estado cerca de este saliente de la orilla

desde que los ríos, estaba a punto de de decir,

se hacen en el cielo. No nos decía hola a nosotros".

"No lo hacía, y sí lo hacía. Si no a ti,

sí a mí... como una anunciación".


"Ah, si te lo llevas al terreno femenino,

como si esto fuera el país de las Amazonas

hasta cuyos confines hemos de acompañaros

y dejaros allí, vedada nuestra entrada...

!Es tu arroyo! No tengo más que decir".


"Sí que tienes, también. continúa. Algo pensabas".


"A propósito de ir a la contra, observa cómo el arroyo

en esa ola blanca corre en contra de sí mismo.

Es desde ahí en el agua de donde procedemos

mucho, mucho antes de hacerlo de criatura alguna.

Aquí, impacientes como siempre por uno y otro paso,

nos remontamos al principio de los principios,

la corriente de todas las cosas que se escapan.

Algunos dicen que la existencia, como unos Pierouet

y Pirouette, siempre en el mismo sitio,

se queda quieta y baila, pero se escapa,

solemne, tristemente, se escapa

para ir a llenar de vacío la nada del abismo.


Fluye junto a nosotros en este torrente de agua,

pero hacia nosotros. Fluye entre nosotros

y nos separa durante un momento de pánico.

Fluye entre nosotros, hacia, y con nosotros.

Y es tiempo, fuerza, tono, luz, vida, y amor...

e incluso sustancia que transcurre insustancial,

la catarata universal de la muerte

que en nada acaba... y sin que encuentre obstáculos,

salvo por alguna extraña resistencia propia,

no solo es un viraje, sino en un echarte atrás,

como con algún remordimiento que fuera sagrado.

Presenta este retroceder sobre sí mismo

de modo que al descender su mayor parte siempre

hay algo que se eleva, algo que asciende.

Nuestra vida se agota al ascender el reloj.

El arroyo se agota al ascender nuestra vida.

El sol se agota al ascender el arroyo.

Y algo habrá que haga ascender el sol.

Es este movimiento de vuelta hacia la fuente,

a contracorriente, en el que sobre todo nos vemos reflejados,

el tributo de la corriente a la fuente.

Es de esto en la naturaleza de lo que procedemos.

Es lo que en mayor parte domos".

                                                               "Hoy será el día

en que dijiste todo esto".


                                                "No, hoy será el día

en que dijiste que el arroyo se llamaba Arroyo hacia el oeste".


"Hoy será el día en que ambos dijimos lo que dijimos".



UN SOLDADO

Es esa lanza caída que yace tal y como la arrojaron,

derribada ahora, venga ya el rocío, ya la herrumbre,

Pero afilada aún como cuando hendió el polvo.

Si nosotros que miramos junto a ella el mundo entero

nada vemos que mereciera haber sido su blanco,

es porque como hombres miramos muy de cerca,

olvidando que puesto que su límite es la esfera

nuestros proyectiles trazan siempre un breve arco.

Se desploman, despedazan la hierba, cruzan

la curva de la tierra, y al golpear, se rompen ellos;

nos hacen encogernos ante el metal sobre la piedra.

Pero esto sabemos, que el obstáculo que puso freno

e hizo tropezar al cuerpo, lanzó el espíritu más lejos

de donde cualquier diana se vio brillar jamás.



LA TABLA DE MULTIPLICAR

A más de medio camino al paso

había un manantial con un vaso roto,

y tanto si de él bebía el granjero o no

su yegua se aseguraba de marca el sitio

al encajar una rueda en la cuneta,

volver la frente estrellada, y forzando

las costillas lanzar un suspiro monstruoso;

a lo cual el granjero solía responder,

"Cada tantas respiraciones un suspiro,

y cada tantos suspiros una muerte.

Esto como siempre le digo a mi mujer

 es la tabla de multiplicar de la vida".

La expresión podría ser muy cierta;

pero es justo el tipo de cosa que ni tú

ni yo, ni nadie más diría, a no ser

quie el propósito fuera causar daño,

y entonces no sé de una mejor manera

de tapar un camino, abandonar una granja,

reducir los los nacimientos de la raza humana

y devolver a la naturaleza el sitio de la gente.



LA INVERSIÓN

Hace tiempo, donde dicen que la vida es subsistencia

("no puedes decir que es vivir, pues no lo es")

había una vieja, viejísima casa pero recién pintada,

y en su interior un piano que sonaba con fuerza.


Fuera, en la tierra labrada, en el frío, un cavador,

de pie entre unas patatas recién desenterradas,

contaba las cenas del invierno, una por bancal,

con medio oído puesto en el impetuoso piano.


Todo lo del piano y la pintura nueva en sitio semejante,

¿Se trataba de algún dinero que llegó de repente?

¿O de una extravagancia propia de un tierno amor?

¿o del impulso de un viejo amor de no preocuparse...


de no dejarse hundir por ser marido y mujer,

y en su lugar sacarle algo de color y música a la vida?



LA ÚLTIMA SIEGA

Hay un lugar llamado Prado Lejano

que nunca volveremos a segar

o eso es lo que se dice en la granja:

que el prado se despidió de los hombres.

Así que ahora es el momento de las flores

que no soportan ni el segador ni el labrador.

Tiene que ser ahora, sin embargo, en temporada

antes de que el no segar haga crecer los árboles,

antes de que los árboles, al ver el claro,

marchen hacia su umbrosa reivindicación.

Todo lo que me preocupan son los árboles,

bajo cuya sombra no prosperan las flores;

mi preocupación ya no es el hombre;

el prado ha puesto fin a la domesticación:

Por ahora el lugar es todo nuestro

para que vosotras, oh tumultuosas flores,

acudáis a prodigaros y a enloquecer en él,

flores de todo color y toda forma

a las que no me hace falta llamar por el nombre.



LA PUERTA EN LA OSCURIDAD

Al ir de una habitación a otra en la oscuridad,

estiré el brazo a ciegas para protegerme el rostro,

pero no acerte, aunque fuera ligeramente, a enlazar

unos dedos con otros y cerrar en un arco los brazos.

Una delgada puerta logró esquivar mi guardia,

y me atizó un golpe tan duro en la cabeza

que mis símiles innatos quedaron trastocados.

Y así la gente y las cosas ya no se corresponden

con lo que solían corresponderse previamente.



POLVO EN LOS OJOS

Si, como se dice, un poco de polvo en los ojos

evita que mis palabras caigan en lo pedante,

no seré yo el que vaya a postergar la prueba.

Que sea algo arrollador, desde un tejado

y al volver una esquina, que sea mejor una nevisca,

y que hasta la parálisis me ciegue si hace falta.



LA BRAZADA

Cada vez que me agacho a recoger un paquete,

algún otro se me cae de rodillas y brazos,

y el montón entero se me escurre, botellas, bollos,

extremos demasiado difíciles de aprehender a la vez,

y sin embargo debo procurar no dejar nada atrás.

Todo lo que dispongo para aferrar, manos y mente

y corazón, si fuera necesarios, los usaré como pueda

para mantener su edificio en equilibrio contra el pecho.

Me acuclillo para impedir que caigan según caen;

después me siento en mitad de todos ellos.

Tuve que dejar caer la brazada en medio del camino

para intentar apilarlos mejor en un montón.



LO QUE LOS CINCUENTA TENÍAN QUE DECIR

Cuando era joven los viejos eran mis profesores.

Al fuego renuncié a cambio de la forma hasta enfriarme.

Sufrí como un metal al ser forjado.

Fui al colegio a envejecer para aprender del pasado.


Ahora que soy viejo los jóvenes son mis profesores.

Lo que no se puede moldear hay que quebrarlo, que soltarlo.

Me cansan las lecciones hechas para empezar una sutura.

Voy al colegio a rejuvenecer para aprender del futuro.



AL MIRAR POR AZAR A LAS CONSTELACIONES

Habrás de esperar mucho, mucho tiempo hasta que algo

suceda en los cielos aparte del flotar de las nubes y las luces

de la Aurora Boreal que se extienden como trémulos nervios.

El sol y la luna se cruzan, pero jamás alcanzan a tocarse,

ni se atacan con fuego el uno a la otra, ni chocan con estrépito.

Los planetas parece que interfieren en sus curvas,

pero nada sucede nunca, no se produce ningún daño.

bien podríamos seguir sin máws con nuestras vidas,

y buscar en otro sitio antes que en las estrellas y la luna y el sol

las sorpresas y cambios que nuestra cordura necesita.

Es cierto que la más larga sequía dará paso a la lluvia,

la paz más duradera en China dará paso al conflicto.

Aún así no le valdrá la pena al espectador seguir despierto

con la esperanza de ver romperse la calma de los cielos

en ese momento concreto y ante sus propios ojos.

Parece que esa calma seguirá a salvo esta noche.



LA OSA

La osa rodea con ambos brazos el árbol sobre ella

y lo hace agacharse como si fuera un amante

y sus cerezas labios que besar para dar las buenas noches;

después deja que de golpe recobre su verticalidad en el cielo.

Su siguiente zancada hace temblar un pedrusco del muro

(va tomando un atajo, campo a través en pleno otoño).

Su enorme peso hace que la alambrada chirríe en las uniones

cuando pasa por encima y desciende internándose en los arces,

dejando en una púa del alambre un mechón de pelo.

En esto consiste el avance desenjaulado de la osa.

Hay espacio suficiente en el mundo para que se sienta libre;

y a ti y a mí el universo entero nos resulta estrecho.

El hombre se comporta más como un  pobre oso en una jaula

que todo el día se enfrenta al trastorno de una furia interior,

y cuyo humor rechaza todo lo que su mente le insinúa.

Camina de un lado a otro sin parar y jamás cesa

de chasquear las uñas y de arrastrar los pies,

el telescopio a uno de los lados de su ronda,

y en el otro lado el microscopio,

dos instrumentos de más o menos igual expectativa,

y que en conjunto logran abarcar un buen trecho.

O si se toma un descanso de sus pasos científicos,

es solo para recostarse y balancear la cabeza 

a lo largo de los noventa extraños grados de un arco, parece,

entre dos metafísicos extremos.

Se acomoda sobre su fundamental trasero

con el hocico alzado y los ojos (si procede) cerrados,

(casi parece un religioso pero no lo es),

y una y otra vez se balancea de un cachete a otro,

en un extremos coincidiendo con un griego diferente,

lo que quizá sea pensar, por llamarlo de algún modo.

Una figura holgada, igual de patética

cuando es sedentaria que cuando peripatética.



EL HUEVO Y LA MÁQUINA

Le dio al sólido raíl una patada llena de odio.

Desde muy lejos llegó un clic en respuesta

y después otro clic. conocía el código:

su odio había despertado una locomotora.

Por qué, cuando tenía toda la vía para él solo

no la habría atacado con una porra o una piedra

y torcido algún raíl como en un cambio de agujas

para que la locomotora acabara destrozada en la cuneta.

Demasiado tarde ya, sin embargo, y por su culpa.

El clic era un ruido metálico cada vez más cercano.

Aquí llegaba encarando como un caballo con faldones.

(Se echó hacia atrás por miedo a los hirvientes chorros).

Luego por un instante todo fue una gigantesca

confusión y un rugido ahogó todos los gritos

que le lanzó a los dioses de la máquina.

Después una vez más el bancal de arena quedó en calma.

El ojo del viajero captó unas huellas de tortuga,

la raya de la cola entre la línea de puntos de los pies,

y las siguió hasta donde logró distinguir unos vagos

pero indiscutibles indicios de huevos bajo tierra;

y al sondear con un dedo sin mucha brusquedad,

halló arena sospechosa, y como era de esperar,

la bolsa de una pequeña mina de tortugas.

Si había un huevo allí dentro habría nueve,

con forma de torpedo, con cáscaras de piel arenosa

y apretados en la arena, esperando el triunfo juntos.

"Será mejor que no me molestes nunca más",

amenazó a la distancia, "estoy preparado para la guerra.

La siguiente máquina a la que se le ocurra pasar

se encontrará con este plasma en sus anteojos". 

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