lunes, 17 de julio de 2017

AFORISMOS Y CAVILACIONES 3. Sobre el deseo (III)


El desarrollo del hombre depende, para acercarse a su meta ideal, precisamente de la transposición de todo el cúmulo de deseos que se le va presentando, algunos de los cuales arraigan en etapas infantiles y nos están impidiendo poner en práctica los medios para ejecutar los deseos de aparición más tardía, es decir, nuestros deseos más maduros.
 
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Tan importante es para nuestra vida ejecutar ciertos deseos como abstenerse de otros.

Para nuestra vida pilotada por el deseo, la abstención de aquellos que nos son perjudiciales determina la estructura saludable de nuestra vida apetitiva.
 
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Por medio de nuestra intervención en el mundo podemos decretar cómo queremos que sea la realidad del mundo. Nuestro desear no sólo amolda nuestra realidad personal sino también nuestro mundo entorno.

 
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La clave para entender la naturaleza del deseo se deduce de  la pugna entre lo que deseamos y lo que no deseamos, es decir, que,  a menudo, para poner en obra lo que deseamos, debemos salvar obstáculos indeseables y colocar medios que nos quitan el deseo de acceder a nuestra meta. Todo deseo comienza a mermar en proporción inversa al número de obstáculos sobre los que debe saltar para ser alcanzado.
 
 
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Porque tenemos que hacer nuestro ser en medio del universo, llevamos el universo dentro de nuestro ser. Nosotros nos enhebramos en el universo, pero a la vez que este se va enhebrando en nosotros.

Cada hombre es una puerta al universo que ha ido torneando a base de  acciones, palabras y pensamientos
 

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Cuantos más deseos padecemos incitados por las cosas que nos rodean menos intensos son estos deseos o con menos intensidad se nos presentan nuestros deseos más capitales, pues todo deseo que nos asalta produce una captura de nuestra atención que no podemos colocar en aquellas otras tareas necesarias para cumplir con nuestros deseos capitales.

Todo deseo que nos asalte, por minúsculo que sea, requiere una energía para ser secretado –mirar aquello que nos gusta, ir hacia ello, dejarse reclamar, etc.- y esa energía queda sustraída para la realización de nuestros más grandes deseos.
 
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Puesto que gran parte de nuestros ensueños están conducidos o son suscitados por nuestros deseos, en la medida en que nos hacemos conscientes de cómo nos tiene agarrados la urdimbre de nuestros deseos, también nos hacemos conscientes de todo ese laberinto de ensueños despertados por aquellos deseos que nos perjudican o infantilizan y que nos obstaculizan nuestros más recientes y transpersonales deseos; así no tenemos más recurso para desarrollarnos que el de impedirnos estos deseos y violentar nuestra naturaleza instintiva a fin de lograr abstenernos de ellos.
 
 
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Se trata, por tanto, de extinguir esos deseos primarios, pero que también son más infantiles, y cuidar de que su fuego siempre en combustión no acabe arrasando nuestros deseos más transpersonales.
 
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Hemos de ver también que los deseos tienen un origen, un modo de desarrollarse y una extinción –a menudo los deseos se acaban extinguiendo porque la realidad nos los ha frustrado, y toda esta frustración genera violencia y rabia. Pero también tenemos que percatarnos de que la realidad, en su conjunto, y también en sus detalles, la realidad circundante en que nosotros nos aposentamos, tiene sus propios ímpetus, su propio modo de operar y de manifestarse, y que el único modo de evitar estas frustraciones es tomar conciencia y conformarse al signo de esta realidad.

Es más, nosotros somos parte integrante de esta realidad y estamos colaborando a que se manifieste de la forma en que lo hace. Al evitar de esta manera las frustraciones y la violencia, logramos seguir abrazando con confianza nuestros deseos y, en cierta forma, estamos coadyuvando a que siempre se cumplan, pues a cualquier  cosa que nos ocurre le corresponde nuestro asentimiento y contento.
 
 
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Ver el deseo como amor (como aquello que la cultura ha designado con el término “amor”) es el camino correcto para transformar la concepción sobre el deseo en una percepción más profunda. Es esa parte de la cultura que comenzó a fraguarse con el concepto de “eros” platónico.

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