martes, 25 de julio de 2017

AFORISMOS Y CAVILACIONES 5. Sobre arte y literatura (I)



La poesía es la promesa de que todo cuanto puede hallarse contenido en la vida ya se encuentra en ella.
 
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Cuando contemplamos una obra de arte nos hallamos ante la prueba y el objeto con el que los artistas que la crearon mejoraron e hicieron  suprema su alma. Contemplamos aquello con lo que se ennoblecieron.


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Todo gran artista inventa el canon desde el que va a ser contemplado porque es a la vez el canon desde el que contempla: para que los hombres perciban un mundo más rico, el artista  les prestará la visión con que ilumina su mundo. En Picasso, por ejemplo, las cejas sombrías, los ojos de pez, las manos hinchadas y los pies de ogro. Los hombres que pinta Picasso tienen el aspecto de habitar  otro mundo, de haber salido de una dimensión diferente a la que nos movemos todos. Y esa dimensión en la que habitaba Picasso más tarde nos empieza a habitar a todos.
 
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El más alto, noble e inspirado poder de imaginación, en eso consiste todo el poder al que ha de aspirar un artista. Cuanto más noble y alto sea este poder, más grande es el artista. Pero en que consiste esta imaginación, dónde está su mayor grado saludable, eso es algo que hay que tratar de averiguar. Sin embargo, a menudo se confunde la imaginación con la ensoñación, que es como confundir la infancia con la edad adulta: los malos artistas ensueñan, los grandes imaginan.



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Hay algo trágico en el fondo del hombre, en sus afanes, empresas y proyectos, y ese fondo trágico cabe verlo como una comedia. Tal es el Quijote.





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En el arte la realidad se idealiza. Es una reconstrucción humana de una realidad que no es humana. Todo lo que es construido por el hombre es ideal. En el arte nada es igual de bello o feo que lo real, es más o menos bello o feo. El lenguaje humano no puede alcanzar a reproducir lo real, pues lo real no está hecho de palabras, ni  de sonidos o colores.


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La importancia de los autores clásicos estriba en que con su obra señalan la dirección del futuro, allí donde se dirige la humanidad artísticamente y, por tanto, allí donde se perfila un determinado estilo del hombre; no es que una determinada época decida resucitarlos, sino que inevitablemente se encuentra con ellos. Han renacido en el presente por haber diseñado con su mirada la época futura en la que han merecido vivir.


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Los modernos han descubierto en los puentes la funcionalidad sin la belleza, construyendo puentes como una pasarela sobre el río, un simple atajo para vadearlo. Los antiguos, sin embargo, no podían separar la funcionalidad de la belleza y así los puentes con sus ojos, sus arcos y sus vanos y pretiles quedan perfilados como si se tratase  del lomo de algún animal coráceo. Veían el puente como una unidad animada; las mismas piedras con que se materializa el puente respetan la armonía pétrea que el río hace sonar bajo sus aguas. Cada piedra es una célula y ayuda a percibir la unidad orgánica basada en la diferenciación. Los puentes modernos, hechos con pilastras y planchas de cemento y  barandillas de hierro, sólo pueden mostrar el artificio de algo que a duras penas logra convivir con la naturaleza del río. Bajo los arcos de los puentes antiguos, en el interior de  los mechinales, los pájaros construyen sus nidos y guaridas animando con sus cantos, sus aleteos y también con su estiércol el entorno del puente. Un puente romano o medieval de piedra bulle de vitalidad. Al dar la espalda a la naturaleza, la artificiosidad de los ingenios modernos aborta todo brote de vida y vuelve inanimado todo lo que toca.



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El roto, el célebre dibujante satírico, empeora en color, ahora que con la digitalización ha llegado también la modernidad a los periódicos para robarles la sonrisa a los humoristas. El color distrae, pone una nota de lujo en un medio que, por cargar las tintas sobre la realidad de un modo siniestro, no admite nada que las suavice y que no pueda ser  dicho en blanco y negro. La espectacularidad,  a la que parece querer conducirnos los medios de masas, resta eficacia a todo medio expresivo crítico, lo vuelve inexpresivo y ya sólo se acaba poniendo el énfasis en el espectáculo: no aquello en lo que se complace el artista sino en lo pueda complacer a un público que ya ha sido previamente domesticado. Y el público acaba contagiando su adocenamiento al artista al pedirle  que dibuje un arco iris en medio de un cataclismo.


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En el arte, la realidad se representa, es decir, se nos presenta la realidad pero dispuesta de otra manera, con la finalidad de que nos ilumine. Pero en la vida cotidiana, los momentos de iluminación que nos permiten ver las cosas con profundidad, descubrir una dimensión nueva, acercarnos a la verdad de las cosas son escasos. A veces estamos iluminados en la realidad tal como se nos presenta, pero a menudo necesitamos que se nos presente la realidad de otra manera para iluminarnos. Se trata de ver la realidad  con la mirada del artista, que es una mirada simbólica, porque el símbolo siempre está cargado con la riqueza del espíritu y así quedamos desbordados por un significado que va más allá de la realidad.


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Nada sano y grave y profundo puede decir el hombre en arte si no adopta el tono de la burla, la broma y la ironía: ¿por qué?. Porque la humanidad suele acabar estrechando las mentes en el envarado lenguaje de los tópicos y las convenciones, que reduce los mensajes de los hombres a pura superficialidad,  y sólo es posible burlar estas censuras con el recurso a la broma, que no se toma en serio ni lo más sagrado. De ahí el anatema que acaba persiguiendo a gran parte de los artistas.


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El odio, el aborrecimiento a todo lo que es opaco y oscuro y gris  es lo que hace resplandecer el genio del artista: tiene verdadera necesidad de poner luz en medio de toda la oscuridad que le rodea.


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Con la libertad con la que escribe Dostoyevski, así tiene que escribir el escritor, sin las cadenas de la represión y la censura social que todo tiempo hace pesar, liberándose de ellas y expresándose con plena libertad: Una gran parte de la literatura, con su pliegue a las modas y a esa censura siempre amenazante, se ha doblegado y se ha hecho inane.


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El arte moderno se ha dejado influir tanto por la publicidad y los medios de comunicación de  masas que ya sólo parece un vocero del consumismo.

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