La poesía es la promesa de que
todo cuanto puede hallarse contenido en la vida ya se encuentra en ella.
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Cuando contemplamos una obra de
arte nos hallamos ante la prueba y el objeto con el que los artistas que la crearon mejoraron
e hicieron suprema su alma. Contemplamos
aquello con lo que se ennoblecieron.
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Todo gran artista inventa el canon
desde el que va a ser contemplado porque es a la vez el canon desde el que
contempla: para que los hombres perciban un mundo más rico, el artista les prestará la visión con que ilumina su
mundo. En Picasso, por ejemplo, las cejas sombrías, los ojos de pez, las manos
hinchadas y los pies de ogro. Los hombres que pinta Picasso tienen el aspecto
de habitar otro mundo, de haber salido de
una dimensión diferente a la que nos movemos todos. Y esa dimensión en la que
habitaba Picasso más tarde nos empieza a habitar a todos.
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El más alto, noble e inspirado
poder de imaginación, en eso consiste todo el poder al que ha de aspirar un
artista. Cuanto más noble y alto sea este poder, más grande es el artista. Pero
en que consiste esta imaginación, dónde está su mayor grado saludable, eso es
algo que hay que tratar de averiguar. Sin embargo, a menudo se confunde la imaginación
con la ensoñación, que es como confundir la infancia con la edad adulta: los
malos artistas ensueñan, los grandes imaginan.
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Hay algo trágico en el fondo del
hombre, en sus afanes, empresas y proyectos, y ese fondo trágico cabe verlo
como una comedia. Tal es el Quijote.
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En el arte la realidad se
idealiza. Es una reconstrucción humana de una realidad que no es humana. Todo
lo que es construido por el hombre es ideal. En el arte nada es igual de bello
o feo que lo real, es más o menos bello o feo. El lenguaje humano no puede
alcanzar a reproducir lo real, pues lo real no está hecho de palabras, ni de sonidos o colores.
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La importancia de los autores
clásicos estriba en que con su obra señalan la dirección del futuro, allí donde
se dirige la humanidad artísticamente y, por tanto, allí donde se perfila un
determinado estilo del hombre; no es que una determinada época decida
resucitarlos, sino que inevitablemente se encuentra con ellos. Han renacido en
el presente por haber diseñado con su mirada la época futura en la que han merecido
vivir.
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Los modernos han descubierto en
los puentes la funcionalidad sin la belleza, construyendo puentes como una
pasarela sobre el río, un simple atajo para vadearlo. Los antiguos, sin
embargo, no podían separar la funcionalidad de la belleza y así los puentes con
sus ojos, sus arcos y sus vanos y pretiles quedan perfilados como si se tratase
del lomo de algún animal coráceo. Veían el
puente como una unidad animada; las mismas piedras con que se materializa el
puente respetan la armonía pétrea que el río hace sonar bajo sus aguas. Cada
piedra es una célula y ayuda a percibir la unidad orgánica basada en la
diferenciación. Los puentes modernos, hechos con pilastras y planchas de cemento
y barandillas de hierro, sólo pueden
mostrar el artificio de algo que a duras penas logra convivir con la naturaleza
del río. Bajo los arcos de los puentes antiguos, en el interior de los mechinales, los pájaros construyen sus nidos y
guaridas animando con sus cantos, sus aleteos y también con su estiércol el
entorno del puente. Un puente romano o medieval de piedra bulle de vitalidad. Al
dar la espalda a la naturaleza, la artificiosidad de los ingenios modernos aborta
todo brote de vida y vuelve inanimado todo lo que toca.
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El roto, el célebre dibujante
satírico, empeora en color, ahora que con la digitalización ha llegado también
la modernidad a los periódicos para robarles la sonrisa a los humoristas. El
color distrae, pone una nota de lujo en un medio que, por cargar las tintas
sobre la realidad de un modo siniestro, no admite nada que las suavice y que no
pueda ser dicho en blanco y negro. La
espectacularidad, a la que parece querer
conducirnos los medios de masas, resta eficacia a todo medio expresivo crítico,
lo vuelve inexpresivo y ya sólo se acaba poniendo el énfasis en el espectáculo:
no aquello en lo que se complace el artista sino en lo pueda complacer a un público
que ya ha sido previamente domesticado. Y el público acaba contagiando su adocenamiento al artista al pedirle que dibuje un arco iris en medio de un cataclismo.
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En el arte, la realidad se
representa, es decir, se nos presenta la realidad pero dispuesta de otra manera,
con la finalidad de que nos ilumine. Pero en la vida cotidiana, los momentos de
iluminación que nos permiten ver las cosas con profundidad, descubrir una
dimensión nueva, acercarnos a la verdad de las cosas son escasos. A veces
estamos iluminados en la realidad tal como se nos presenta, pero a menudo
necesitamos que se nos presente la realidad de otra manera para iluminarnos. Se
trata de ver la realidad con la mirada
del artista, que es una mirada simbólica, porque el símbolo siempre está
cargado con la riqueza del espíritu y así quedamos desbordados por un
significado que va más allá de la realidad.
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Nada sano y grave y profundo
puede decir el hombre en arte si no adopta el tono de la burla, la broma y la
ironía: ¿por qué?. Porque la humanidad suele acabar estrechando las mentes en el envarado
lenguaje de los tópicos y las convenciones, que reduce los mensajes de los
hombres a pura superficialidad, y sólo
es posible burlar estas censuras con el recurso a la broma, que no se toma en
serio ni lo más sagrado. De ahí el anatema que acaba persiguiendo a gran parte
de los artistas.
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El odio, el aborrecimiento a todo
lo que es opaco y oscuro y gris es lo
que hace resplandecer el genio del artista: tiene verdadera necesidad de poner
luz en medio de toda la oscuridad que le rodea.
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Con la libertad con la que
escribe Dostoyevski, así tiene que escribir el escritor, sin las cadenas de la
represión y la censura social que todo tiempo hace pesar, liberándose de ellas
y expresándose con plena libertad: Una gran parte de la literatura, con su
pliegue a las modas y a esa censura siempre amenazante, se ha doblegado y se ha hecho inane.
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El arte moderno se ha dejado
influir tanto por la publicidad y los medios de comunicación de masas que ya sólo parece un vocero del
consumismo.
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