Los jóvenes: se les ve cruzando el espacio y se puede
percibir cómo se dirigen al futuro y eso en cada uno de sus gestos y
movimientos. Lo mismo se puede decir de los ancianos, pero en sentido contrario: se
les venir desde todo su pasado y se
puede percibir que apenas se dirigen a parte alguna. Unos van tan despacio que parece que no tienen prisa; otros tan rápido que quisieran llegar ya. Ambos son como fantasmas
que en el espacio y en el presente cobran cuerpo –se corporeizan- como viniendo
de otro tiempo y de otro mundo para insertarse en éste. Y en el medio se
presentan los adultos, como madurando en su propio mediodía y que parecen que siempre hubiera estado ahí, con
su pasado y su futuro en equilibrio.
*****
Los niños tienen la audacia del adulto que aún no ha perdido
su inocencia.
*****
Cuando se llega a cierta edad se cae en la cuenta que se está
sucediendo a una generación que declina
y perece y que sobre las cabezas de los sucesores queda la responsabilidad de
continuar el rumbo que habían impreso los que se van y la exigencia de hacerlo
bien, de valorar con equidad los logros de las generaciones anteriores y la
sensación de estar quedándose solos y, por tanto, también la sensación de ser pioneros, de estar en la
situación de tener que descubrir el mundo de nuevo porque de momento y durante
unos años nadie lo podrá descubrir por nosotros.
Pero también habría que decir que cada generación es siempre
pionera y va en cabeza, pues en cada periodo vivido ella se convierte en la pionera de su edad. Desde una perspectiva generacional,
fuimos en cada momento los únicos niños, adolescentes, jóvenes, adultos y
ancianos que se cruzaron por el mundo.
*****
La juventud: la atracción fatal. Concita todas las fuerzas
que atrae a su alrededor, precisamente por constituir ella un haz de fuerzas,
un desordenado tumulto de energías que sabe ordenar a su alrededor las demás fuerzas
dispersas. De ahí su poder y su atractivo, la alegría y el vigor pujante.
*****
Todos los gestos de los adolescentes delatan que quieren ser
adultos con precipitación, como si acabasen de dar un portazo a su
infancia.
*****
Es como si a medida que envejeciéramos nos fuéramos
emborronando hasta acabar borrándonos del todo, pero lo cierto es en que en
materia de personalidad resulta todo lo
contrario. Nuestra figura se va perfilando cada vez más hasta quedar
completamente nítida y fijada: y es que cuerpo y espíritu recorren el mismo
camino pero en direcciones opuestas. Al hombre le es dado alcanzar la madurez
del espíritu justo en el momento en que su cuerpo está ya también listo y
maduro para dejar que se desprenda ese fruto que ya no pertenece a la materia.
Si la vejez es tan aborrecida en nuestros días es porque el hombre ha perdido
la fe en las fuerzas del espíritu y se
deja vencer fácilmente por las apariencias.
*****
Ya casi no nos gusta nada de lo que antes nos gustaba pero
cuántas cosas comienzan a gustarnos. Se nos están muriendo algunas costumbres
pero cuántas otras nos están naciendo. No nace nada nuevo sino en la medida en
que va muriendo lo viejo.
*****
Nuestra tarea es la de entregar en la mejor coyuntura el
testigo que también a nosotros nos entregaron. Cuando nos damos cuenta de que
el testigo está en nuestras manos, nos percatamos de que apenas nos queda ya
tiempo para correr. Pero esto no es cierto. Siempre nos hemos estado preparando,
sólo que en el momento en que tenemos que imprimir el ritmo del sprint es
cuando somos conscientes de que lo que teníamos entre manos era un testigo.
*****
Si el hombre odia la vejez, hará todo lo posible por no
llegar a esa edad. Va a intentar postergarla, disimularla, ocultarla, y vivirá
su presente atemorizado, pues al final esa edad llegará inexorablemente. Cada
momento del tiempo es constelación de una edad, es acumulación de un tiempo
sucesivo, comprensión de ese tiempo, pero en el ser vivo no puede haber
comprensión de ese tiempo sin una sucesiva transformación. Cada edad representa
la manera en que hemos transformado en nuestra figura y en nuestros modales el
tiempo que se nos ha dado.
*****
Hay que saber que el ser que hemos dejado atrás, el ser que
hemos sido pervive en el entorno, en sus obras. El mundo lo contiene, contiene,
debidamente asimilado el ser que fuimos, pero lo conserva en obra; si no somos capaces de percibirlo es porque está diluido en la gran Obra que es el U niverso. En el mundo no podemos dejar
nuestro ser, sólo nuestro obrar. Todo lo que obramos es para dejar un símbolo,
una cifra incógnita de nuestro ser en el mundo. Sólo podemos simbolizarnos de
esta manera. El envejecimiento es el precio que pagamos por rejuvenecer, por dar vida al mundo y por
sostenerlo en nuestro regazo. ¿Quién no estaría dispuesto a pagar ese precio
por colaborar en la pervivencia y rejuvenecimiento del universo? No se nos
puede ofrecer mejor don ni mejor tarea.
Amar la vejez es amar una vejez con proyectos. El hombre necesita de la vejez porque sabe que ahí ocupa un lugar, porque necesita de esa edad para culminar su proyecto. Por eso no puede haber vida bien cumplida si no ha sido vivida bajo la luz de un proyecto.
Esta es la única manera de que nuestra vida sea un renovado
rejuvenecimiento: que nuestro pasar por el mundo sea un siempre estarse
despertando, un despertar cada vez más hondo para que podamos ver este mundo
siempre despiertos.
***** Amar la vejez es amar una vejez con proyectos. El hombre necesita de la vejez porque sabe que ahí ocupa un lugar, porque necesita de esa edad para culminar su proyecto. Por eso no puede haber vida bien cumplida si no ha sido vivida bajo la luz de un proyecto.
*****
Por muy rica en aventuras que llegue a ser la vida de un
hombre, tal cúmulo de experiencias nunca superará a la exploración que lleva a cabo
un niño cuando se le permite salir solo a la calle por primera vez.
*****
La vejez: el que se ha dejado conformar por esas arrugas y por ese encorvamiento ha indisciplinado su
cuerpo bajo una rigurosa deformación, de la misma manera que otros viejos lo
han conformado bajo la disciplina de la formación. Aquella región que no se
somete a una tarea de disciplina y formación acaba siendo vencida por el peso
de la deformación.
*****
En todos los recién nacidos queda una expresión en su rostro
y en sus gestos como si hubieran sido sorprendidos y se preguntasen: ¿Pero qué
hago yo aquí? Con el tiempo la sorpresa se irá difuminando y la pregunta se irá
olvidando, pero permanecerá la angustia de no haber obtenido una respuesta.
*****
Al anciano se le acaba
de desprender la máscara que él mismo se fue colocando durante su vida, para
convertirse por fin en el niño que fue, con los mismos tics, con los mismos
traumas y gestos que tenía entonces, pero ya al desnudo y en carne viva.
*****
La madre siempre se muere cuando el hombre es todavía un
niño. Y es entonces cuando se hace adulto.
*****
Si el hombre desprecia y teme tanto la vejez no es porque ésta
tengo algo malo –al contrario, no es peor ni mejor que cualquier otra edad-
sino porque en toda su fisonomía se
puede leer que el hombre no puede escapar de la muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario