Miguel Hernández Gilabert nace el 30 de octubre en Orihuela. Su padre era un tratante de ganado lanar y su hijo le ayudará a pastorear el rebaño. Alterna esta tarea con el estudio hasta los catorce años en un colegio de jesuitas, pero tiene que dejarlo para atender en exclusiva el ganado. El resto de su formación la obtendrá gracias a un exigente autodidactismo, que se sobreprondrá incluso a las palizas que el padre le propinaba cuando le encontraba leyendo. Desde muy temprano se embebe en lecturas que le llevan a escribir sus primeros versos y a asistir a cenáculos de Orihuela: en la reuniones de la tahona de los hermanos Carlos y Efrén Fenoll intima con quien será su guía y le introducirá en círculos neocatólicos. Se trata de Ramón Sijé, condiscípulo infantil que se iba a convertir en un ensayista precoz y que iba a alentar a Miguel Hernández en sus primeros versos.
Pronto empieza a publicar sus poemas en las revistas locales, especialmente en “El Gallo Crisis”, revista fundada por Ramón Sijé. Cuando le llaman para hacer el servicio militar, se libra por excedente de cupo, frustrándose así una vía para evadirse. No obstante, desafía la resistencia paterna y hace un primer viaje a Madrid en noviembre 1931, después de que sus amigos organicen una colecta para el billete en un vagón de tercera. Allí llega cargado con sus primeros versos y es recibido por Concha Albornoz y Ernesto Giménez Caballero. Permanecerá en la capital hasta el 15 de mayo del año siguiente. Van a ser tiempos preñados de dificultades: no encuentra trabajo y llega a pasar hambre; se verá obligado a pedir empleo a sus paisanos. Traba relación con algunos poetas que le introducen en la esfera de Góngora, del que pronto se hará devoto: sus versos acusarán pronto su influencia.
Ya de vuelta en Orihuela, consigue un modesto empleo en el despacho de un notario y sigue escribiendo con entusiasmo. En 1934 comienza un noviazgo con Josefina Manresa. En marzo de ese año prueba fortuna con un segundo viaje a Madrid, esta vez ya con un poemario publicado, “Perito en lunas”, y dos actos de un auto sacramental, que son el fruto de una ferviente dedicación a los clásicos. Esta vez tiene más suerte y conoce a poetas que serán egregios: García Lorca y Vicente Aleixandre. José Bergamín le publicará su auto sacramental y José María de Cossio lo emplea como secretario y redactor de su enciclopedia taurina. Trabaja también las misiones pedagógicas, creadas por los organismos culturales del gobierno de la República en pro de la educación de los pueblos. Empieza a distanciarse de Ramón Sijé, que en vano trataba de ganárselo para su ideario neocatólico. Cuando éste muere en el mes de diciembre, el poeta entra en una crisis de remordimientos de conciencia que le abocará a la escritura de su famosa elegía.
El encuentro con Pablo Neruda en 1935 va a suponer un hito en la vida de Miguel Hernández, a quien conoció cuando “llegaba de alpargatas y pantalón campesino de pana desde sus tierras de Orihuela”. En sus memorias, “Confieso que he vivido”, Neruda traza un retrato de primera mano del poeta: “Era tan campesino que llevaba un aura de tierra en torno a sí. Tenía una cara de terrón o de papa que se saca de entre las raíces y que conserva su frescura subterránea. Su rostro era el rostro de España cortado por la luz, arrugado como una sementera, con algo rotundo de pan y tierra. Sus ojos quemantes ardiendo dentro de esa superficie grande y endurecida al viento, eran dos rayos de fuerza y de ternura”. Neruda lo alberga en su casa, donde escribe y acusa la influencia de sus versos surrealistas. Él se encarga de buscarle trabajo por mediación de un vizconde, alto funcionario de un ministerio, que admiraba los versos del poeta campesino. Cuenta Neruda en sus memorias que cuando le insta a Miguel Hernández a que le indique qué puesto deseaba para extenderle su nombramiento, el poeta, después de mucho cavilar, le contesta si “no podría el vizconde encomendarme un rebaño de cabras por aquí cerca de Madrid”. Neruda llegará a confesar que en todos sus años de poeta nunca le fue dado contemplar “un fenómeno igual de vocación y de eléctrica sabiduría verbal”. Esta sabiduría verbal empezará a hacerse patente en su segundo poemario publicado, “El rayo que no cesa”.
En enero de 1936 es detenido por la guardia civil en San Fernando del Jarama por carecer de carnet de identidad. Un grupo de intelectuales protesta por el atropello. Al estallar la guerra civil se encuentra en Orihuela pero se desplaza a Madrid en septiembre y se alista voluntario en el ejército popular de la república. Ingresa en el 5º regimiento, de filiación comunista y participa en diversas operaciones en los alrededores de la capital. Durante los tres años que dura la guerra su labor se vuelve frenética: “solo me canso y no estoy contento –confiesa- cuando no hago nada”. Desempeña funciones de comisario de cultura. En 1937 se le destina a Jaén como jefe del “altavoz del frente” –un servicio de agitación y propaganda-; convierte su poesía en arma de combate. Ya sea en los campamentos o en las trincheras, recita su poesía ante los soldados. En Marzo de ese año se casa con Josefina. Luego va destacado a los frentes de Teruel y Extremadura. Participa en el II Congreso de intelectuales antifascistas e intima con el comunismo cuando es comisionado para ir a Rusia. En diciembre de 1937 nace su primer hijo, que muere al año siguiente. El 4 de enero de 1939 nace Manuel Miguel, su segundo hijo. Por esos días, en Valencia, se halla componiendo su libro “El hombre acecha”. Al terminar la guerra no se le ocurre mejor idea que cruzar la frontera por Portugal, país gobernado por la dictadura de Salazar; es detenido y entregado a la policía española. Pero en septiembre es puesto en libertad provisional. Solicita asilo político en la embajada de Chile –a la que estaba vinculado por su amistad con Neruda- y piensa en emigrar a ese país, pero no se le permite. Parece que fue el propio Miguel Hernández quien al final renunció a esa vía de escape, por considerarla una deserción de última hora.
Se va al pueblo y es apresado de nuevo. En julio de 1940 se le condena a muerte, pero la máxima pena le será conmutada por treinta años de prisión, gracias a la intervención de algunos escritores con influencia dentro del régimen: Cossío, Ridruejo y Sánchez Mazas. Comienza así su particular “via crucis” por el itinerario de cárceles españolas: Madrid, Palencia, Ocaña. Pasa hambre y frío y su salud se resiente. En la cárcel de Palencia adquiere una neumonía; en la de Ocaña, una bronquitis. Una tisis le ataca cuando es trasladado a Alicante, su último destino en un reformatorio de adultos. Después de una prolongada agonía, una tuberculosis galopante acaba con su vida, el 28 de marzo de 1942.
A quienes conocieron a Miguel Hernández, les llamaba la atención la poderosa vitalidad que emanaba de su personalidad y también la dificultad que tenía para encajar en un medio urbano. Es a raíz de su primer viaje a Madrid cuando el poeta comienza a plantearse las cuestiones sociales que iban a dejar impronta en su poesía. Especial influencia para la toma de conciencia tuvo la revolución de Asturias, que le llevó a poner su pluma al servicio de la causa social. A partir de la guerra civil, se siente identificado con la causa comunista y se convierte en militante. El viaje que hace a Rusia en 1937 acaba por despertar su fervor por la revolución. Ciertas maquinaciones que observa entre los dirigentes del partido le llevan, sin embargo, a expresar sus dudas e incluso a quemar el carnet, según afirman algunos testigos.
Por su precocidad como poeta y su adscripción a las vanguardias, a Miguel Hernández se le ha vinculado con la generación del 27, reproduciendo en su poesía rasgos que son comunes: neogongorismo, surrealismo y neopopularismo. Su poesía primeriza, teñida de regionalismo, madura hacia formas más elaboradas a raíz de su estancia en Madrid. En 1933 publica Perito en lunas, un ejercicio manierista en octavas reales que respira el influjo de Góngora. Con “El rayo que no cesa” (1936), se encuentra a sí mismo como materia poética; tomando el soneto como base y con influjo de Quevedo, consigue una obra madura y personal. Al mismo tiempo que ultima el rayo que no cesa, Hernández se impregna de la poesía nerudiana y va discurriendo hacia una poesía impura, cargada de sugerencias surrealistas. El compromiso social y político tiene su reflejo en “Viento del pueblo” (1937) y ”El hombre acecha” (1937-38). La tragedia colectiva de la guerra resuena angustiosamente en su periplo carcelario, provocándole los versos más desgarradores en su “Cancionero y Romancero de ausencias”, (1938-1941).
Se ha dicho que la palabra poética de Miguel Hernández conmueve por su intenso dramatismo, por su sentimiento trágico de la vida. La pena se convierte en un "leitmotiv" de su obra: es el sufrimiento elevado a dimensiones cósmicas. Las tensiones íntimas provocadas por el amor o por los problemas sociales agudizan la emotividad expresiva de sus versos.
También ha sido un poeta que ha tenido el amor como norte de sus poemas, ya fuera su modelo la tradición petrarquista o los desgarradores sonetos amorosos de Quevedo. Según Guerrero Zamora, se trata de un amor carnal, “nunca contemplación espiritual, sino éxtasis del alma a través del espasmo de los cuerpos”. Sus alusiones sexuales son constantes. También es un amor ligado a la corriente vital de la tierra, que se nutre de una concepción panteísta del universo. Hombre y naturaleza aparecen fundidos en uno.
Su poesía es más social que política. Al estallar la guerra su vocación social se vuelve revolucionaria y comienza a hacer de su poesía un arma de combate. Al principio, desde “el altavoz del frente”, con la finalidad de levantar el ánimo de los soldados, incurre en una retórica propagandística. Más tarde, los desastres de la guerra le llevan a una visión más pesimista en la que hace acta de aparición un dolor que adquiere dimensiones cósmicas.
ELEGÍA
PRIMERA
A Federico García Lorca, poeta
Atraviesa la
muerte con herrumbrosas lanzas
Y en traje
de cañón, las parameras
Donde
cultiva el hombre raíces y esperanzas,
Y llueve
sal, y esparce calaveras.
Verdura de
las eras,
¿qué tiempo
prevalece la alegría?
El sol pudre
la sangre, la cubre de asechanzas
Y hace
brotar la sombra más sombría.
El dolor y
su manto
Vienen una
vez más a nuestro encuentro.
Y una vez
más al callejón del llanto
Lluviosamente
entro.
Siempre me
veo dentro
De esta
sombra de acíbar revocada,
Amasada con
ojos y bordones,
Que un
candil de agonía tiene puesto a la entrada
Y un rabioso
collar de corazones.
Llorar
dentro de un pozo,
En la misma
raíz desconsolada
Del agua, del
sollozo,
Del corazón
quisiera:
Donde nadie
me viera la voz ni la mirada,
Ni restos de
mis lágrimas me viera.
Entro
despacio, se me cae la frente
Despacio, el
corazón se me desgarra
Despacio, y
despaciosa y negramente
Vuelvo a
llorar al pie de una guitarra.
Entre todos
los muertos de elegía,
Sin olvidar
el eco de ninguno,
Por haber
resonado más en el alma mía,
La mano de
mi llanto escoge uno.
Federico
García
Hasta ayer
se llamó: polvo se llama.
Ayer tuvo un
espacio bajo el día
Que hoy el
hoyo le da bajo la grama.
¡Tanto fue!
¡Tanto fuiste y ya no eres!
Tu agitada
alegría
Que agitaba
columnas y alfileres,
de tus
dientes arrancas y sacudes,
y ya te
pones triste, y sólo quieres
ya el
paraíso de los ataúdes.
Vestido de
esqueleto,
Durmiéndote
de plomo,
De indiferencia
armado y de respeto,
Te veo entre
tus cejas si me asomo.
Se ha
llevado tu vida de palomo,
Que ceñía de
espuma
Y de
arrullos el cielo y las ventanas,
Como un
raudal de pluma
El viento
que se lleva las semanas.
Primo de las
manzanas,
No podrá con
tu savia la carcoma,
No podrá con
tu muerte la lengua del gusano,
Y para dar
salud fiera a su poma
Elegirá tus
huesos el manzano.
Cegado el
manantial de tu saliva,
Hijo de la
paloma,
Nieto del
ruiseñor y de la oliva:
Serás,
mientras la tierra vaya y vuelva,
Esposo
siempre de la siempreviva,
Estiércol
padre de la madreselva.
¡Qué
sencilla es la muerte: qué sencilla,
Pero qué
injustamente arrebatada!
No sabe
andar despacio, y acuchilla
Cuando menos
se espera su turbia cuchillada.
Tú, el más
firme edificio, destruido,
Tú, el
gavilán más alto, desplomado,
Tú, el más
grande rugido,
Callado, y
más callado, y más callado.
Caiga tu
alegre sangre de granado,
Como un
derrumbamiento de martillos feroces,
Sobre quien
te detuvo mortalmente.
Salivazos y
hoces su frente.
Muere un
poeta y la creación se siente
Herida y
moribunda en las entrañas.
Un cósmico
temblor de escalofríos
Mueve
temiblemente las montañas,
Un
resplandor de muerte la matriz de los ríos.
Oigo pueblos
de ayes y valles de lamentos,
Veo un
bosque de ojos nunca enjutos,
Avenidas de
lágrimas y mantos:
Y en
torbellino de hojas y de vientos,
Lutos tras
otros lutos y otros lutos
No
aventarán, no arrastrarán tus huesos,
Volcán de
arrope, trueno de panales,
Poeta
entretejido, dulce, amargo,
Que al calor
de los besos
Sentiste,
entre dos largas hileras de puñales,
Largo amor,
muerte larga, fuego largo.
Por hacer a
tu muerte compañía,
Vienen
poblando todos los rincones
Del cielo y
de la tierra bandadas de armonía,
Relámpagos
de azules vibraciones.
Crótalos
granizos a montones,
Batallones
de flautas, panderos y gitanos,
Ráfagas de
abejorros y violines,
Tormentas de
guitarras y pianos,
Irrupciones
de trompas y clarines.
Pero el
silencio puede más que tanto instrumento.
Silencioso,
desierto, polvoriento
En la muerte
desierta,
Parece que
tu lengua, que tu aliento
Los ha
cerrado el golpe de una puerta.
Como si
paseara con tu sombra,
Paseo con la
mía
Por una
tierra que el silencio alfombra,
Que el
ciprés apetece más sombría.
Rodea mi
garganta tu agonía
Como un
hierro de horca
Y pruebo una
bebida funeraria.
Tú sabes,
Federico García Lorca,
Que soy de
los que gozan una muerte diaria.
SENTADO
SOBRE LOS MUERTOS
Sentado
sobre los muertos
Que se han
callado en dos meses,
Beso zapatos
vacíos
Y empuño
rabiosamente
La mano del
corazón
Y el alma
que lo mantiene.
Que mi voz
suba a los montes
Y baje a la
tierra y truene,
Eso pide mi
garganta
Desde ahora
y desde siempre.
Acércate a
mi clamor,
Pueblo de mi
misma leche,
Árbol que
con tus raíces
Encarcelado
me tienes,
Que aquí
estoy yo para amarte
Y estoy para
defenderte
Con la
sangre y con la boca
Como dos
fusiles fieles.
Si yo salí
de la tierra,
Si yo he
nacido de un vientre
Desdichado y
con pobreza,
No fue sino
para hacerme
Ruiseñor de
las desdichas,
Eco de la
mala suerte,
Y cantar y
repetir
A quien
escucharme debe
Cuanto a
penas, cuanto a pobres,
Cuanto a
tierra se refiere.
Ayer
amaneció el pueblo
Desnudo y
sin qué ponerse,
Hambriento y
sin qué comer,
Y el día de
hoy amanece
Justamente
aborrascado
Y sangriento
justamente.
En su mano
los fusiles
Leones
quieren volverse
Para acabar
con las fieras
Que lo han
sido tantas veces.
Aunque te
falten las armas,
Pueblo de
cien mil poderes,
No
desfallezcan tus huesos,
Castiga a
quien te malhiere
Mientras que
te queden puños,
Uñas, saliva,
y te queden
Corazón,
entrañas, tripas,
Cosas de
varón y dientes.
Bravo como
el viento bravo,
Leve como el
aire leve,
Asesina al
que asesina,
Aborrece al
que aborrece
La paz de tu
corazón
Y el vientre
de tus mujeres.
No te hieran
por la espalda,
Vive cara a
cara y muere
Con el pecho
ante las balas,
Ancho como
las paredes.
Canto con la
voz de luto,
Pueblo de
mí, por tus héroes:
Tus ansias
como las mías,
Tus
desventuras que tienen
Del mismo
metal el llanto,
Las penas
del mismo temple,
Y de la
misma madera
Tu
pensamiento y mi frente,
Tu corazón y
mi sangre,
Tu dolor y
mis laureles.
Antemuro de
la nada
Esta vida me
parece.
Aquí estoy
para vivir
Mientras el
alma me suene,
Y aquí estoy
para morir,
Cuando la
hora me llegue,
En los
veneros del pueblo
Desde ahora
y desde siempre.
Varios
tragos es la vida
Y un solo
trago la muerte.
VIENTOS DEL
PUEBLO ME LLEVAN
Vientos del
pueblo me llevan,
Vientos del
pueblo me arrastran,
Me esparcen
el corazón
Y me
avientan la garganta.
Los bueyes
doblan la frente,
Impotentemente
mansa,
Delante de
los castigos:
Los leones
la levantan
Y al mismo
tiempo castigan
Con su
clamorosa zarpa.
No soy de un
pueblo de bueyes
Que soy de
un pueblo que embargan
Yacimientos
de leones,
Desfiladeros
de águilas
Y
cordilleras de toros
Con el orgullo
en el asta.
Nunca
medraron los bueyes
En los
páramos de España.
¿Quién hablo
de echar un yugo
Sobre el
cuello de esta raza?
¿Quién ha
puesto al huracán
Jamás ni
yugos ni trabas,
Ni quién el
rayo detuvo
Prisionero
en una jaula?
Asturianos
de braveza,
Vascos de
piedra blindada,
Valencianos
de alegría
Y
castellanos de alma,
Labrados
como la tierra
Y airosos
como las alas;
Andaluces de
relámpago,
Nacidos
entre guitarras
Y forjados
en los yunques
Torrenciales
de las lágrimas;
Extremeños
de centeno,
Gallegos de
lluvia y calma,
Catalanes de
firmeza,
Aragoneses
de casta,
Murcianos de
dinamita
Frutalmente
propagada,
Leoneses,
navarros, dueños
Del hambre,
el sudor y el hacha,
Reyes de la
minería,
Señores de
la labranza,
Hombres que
entre las raíces,
Como raíces
gallardas,
Vais de la
vida a la muerte,
Vais de la
nada a la nada:
Yugos os
quieren poner
Gentes de la
hierba mala,
Yugos que
habéis de dejar
Rotos sobre
sus espaldas.
Crepúsculo
de los bueyes
Está despuntando
el alba.
Los bueyes
mueren vestidos
De humildad
y olor de cuadra:
Las águilas,
los leones
Y los toros,
de arrogancia,
Y detrás de
ellos, el cielo
Ni se
enturbia ni se acaba.
La agonía de
los bueyes
Tiene
pequeña la cara,
La del
animal varón
Toda la
creación agranda.
Si me muero,
que me muera
Con la
cabeza muy alta.
Muerto y
veinte veces muerto,
La boca
contra la grama,
Tendré
apretados los dientes
Y decidida
la barba.
Cantando
espero a la muerte,
Que hay
ruiseñores que cantan
Encima de
los fusiles
Y en medio
de las batallas.
EL NIÑO
YUNTERO
Carne de
yugo, ha nacido
Más
humillado que bello
Con el
cuello perseguido
Por el yugo
para el cuello.
Nace, como
la herramienta,
A los golpes
destinado,
De una
tierra descontenta
Y un
insatisfecho arado.
Entre
estiércol puro y vivo
De vacas,
trae a la vida
Un alma
color de olivo
Vieja ya y
encallecida.
Empieza a
vivir, y empieza
A morir de
punta a punta
Levantando
la corteza
De su madre
con la yunta.
Empieza a
sentir, y siente
La vida como
una guerra,
Y a dar
fatigosamente
En los
huesos de la tierra.
Contar sus
años no sabe
Y ya sabe
que el sudor
Es una
corona grave
De sal para
el labrador.
Trabaja, y
mientras trabaja
masculinamente
serio,
Se unge de
lluvia y se alhaja
De carne de
cementerio.
A fuerza de golpes,
fuerte,
Y a fuerza
de sol, bruñido,
Con una
ambición de muerte
Despedaza un
pan reñido.
Cada nuevo
día es
Más raíz,
menos criatura,
Que escucha
bajo sus pies
La voz de la
sepultura.
Y como raíz
se hunde
En la tierra
lentamente
Para que la
tierra inunde
De paz y
panes su frente.
Me duele
este niño hambriento
Como una
grandiosa espina,
Y su vivir
ceniciento
Revuelve mi
alma de encina.
Le veo arar
los rastrojos,
Y decorar un
mendrugo,
Y declarar
con los ojos
Que por qué
es carne de yugo.
Me da su
arado en el pecho,
Y su vida en
la garganta,
Y sufro
viendo el barbecho
Tan grande
bajo su planta.
¿Quién
salvará a este chiquillo
Menor que un
grano de avena?
¿De dónde
saldrá el martillo
Verdugo de
esta cadena?
Que salga
del corazón
De los
hombres jornaleros,
Que antes de
ser hombres son
Y han sido
niños yunteros.
LOS COBARDES
Hombres veo
que de hombres
Sólo tienen,
sólo gastan
El parecer y
el cigarro
El pantalón
y la barba.
En el
corazón son liebres,
Gallinas en
las entrañas,
Galgos del
rápido vientre,
Que en
épocas de paz ladran
Y en épocas
de cañones
Desaparecen
del mapa.
Estos
hombres, estas liebres,
Comisarios
de la alarma,
Cuando
escuchan a cien leguas
El estruendo
de las balas,
Con singular
heroísmo
A la carrera
se lanzan,
Se les
alborota el ano,
El pelo se
les espanta.
Valientemente
se esconden,
Gallardamente
se escapan
Del campo de
los peligros
Estas
fugitivas cacas,
Que me
duelen hace tiempo
En los
cojones del alma.
¿Dónde iréis
que no vayáis
A la muerte
liebres pálidas,
Podencos de
poca fe
Y de
demasiadas patas?
¿No os
avergüenza mirar
En tanto
lugar de España
A tanta
mujer serena
Bajo tantas
amenazas?
Un tiro por
cada diente
Vuestra
existencia reclama,
Cobardes de
piel cobarde
Y de corazón
de caña.
Tembláis
como poseídos
De todo un
siglo de escarcha
Y vais del
sol a la sombra
Llenos de
desconfianza.
Halláis lo
sótanos poco
Defendidos
por las casas.
Vuestro
miedo exige al mundo
Batallones
de murallas
Barreras de
plomo a orillas
De
precipicios y zanjas
Para vuestra
pobre vida,
Mezquina de
sangre y ansias.
No os basta
estar defendidos
Por lluvias
de sangre hidalga,
Que no cesa
de caer,
Generosamente
cálida,
Un día tras
otro día
A la gleba
castellana.
No sentís el
llamamiento
De las vidas
derramadas.
Para salvar
vuestra piel
Las
madrigueras no os bastan,
No os bastan
los agujeros,
Ni los
retretes, ni nada.
Huís y huís,
dando al pueblo,
Mientras
bebéis la distancia,
Motivos para
mataros
Por las
corridas espaldas.
Solos se
quedan los hombres
Al calor de
las batallas,
Y vosotros,
lejos de ellas,
Queréis
ocultar la infamia,
Pero el
color de cobardes
No se os irá
de la cara.
Ocupad los
tristes puestos
De la triste
telaraña.
Sustituid a
la escoba,
Y barred con
vuestras nalgas
La mierda
que vais dejando
Donde
colocáis la planta.
ELEGÍA
SEGUNDA
A Pablo de la Torriente, comisario
político
“Me quedaré
en España, compañero”,
Me dijiste
con gesto enamorado.
Y el fin su
tu edificio tronante de guerrero
En la hierba
de España te has quedado.
Nadie llora
a tu lado:
Desde el
soldado al duro comandante,
Todos te
ven, te cercan y te atienden
Con ojos de
granito amenazante,
Con cejas
incendiadas que todo el cielo encienden.
Valentín el
volcán, que si llora algún día
Será con
unas lágrimas de hierro,
Se viste
emocionado de alegría
Para
robustecer el río de tu entierro.
Como el
yunque que pierde su martillo,
Manuel Moral
se calla
Colérico y
sencillo.
Y hay muchos
capitanes y muchos comisarios
Quitándote
pedazos de metralla,
Poniéndote
trofeos funerarios.
Ya no
hablarás de vivos y de muertos,
Ya disfrutas
la muerte del héroe, ya la vida
No te verá
en las calles ni en los puertos
Pasar como
una ráfaga garrida.
Pablo de la
Torriente,
Has quedado
en España
Y e mi alma
caído:
Nunca se
pondrá el sol sobre tu frente,
Heredará tu
altura la montaña
Y tu valor
el toro del bramido.
De una forma
vestida de preclara
Has perdido
las plumas y los besos,
Con el sol
español puesto en la cara
Y el de Cuba
en los huesos.
Pasad ante
el cubano generoso,
Hombres de
su brigada,
Con el fusil
furioso,
Las botas
iracundas y la mano crispada.
Miradlo
sonriendo a los terrones
Y exigiendo
venganza bajo sus dientes mudos
A nuestros
más floridos batallones
Y a sus
varones como rayos rudos.
Ante Pablo
los días se abstienen ya y no andan.
No temáis
que se extinga su sangre sin objeto,
Porque éste
es de los muertos que crecen y se agrandan
Aunque el
tiempo devaste su gigante esqueleto.
NUESTRA
JUVENTUD NO MUERE
Caídos, si,
no muertos, ya postrados titanes,
Están los
hombres de resuelto pecho
Sobre las
más gloriosas sepulturas:
Las eras de
las hierbas y los panes,
El frondoso
barbecho,
Las
trincheras oscuras.
Siempre
serán famosas
Estas
sangres cubiertas de abriles y de mayos,
Que hacen
vibrar las dilatadas fosas
Con su vigor
que se decide en rayos.
Han muerto
como mueren los leones:
Peleando y
rugiendo,
Espumosa la
boca de canciones,
De ímpetu
las cabezas y las venas de estruendo.
Héroes a
borbotones,
No han
conocido el rostro a la derrota,
Y
victoriosamente sonriendo
Se han
desplomado en la besana umbría,
Sobre el
cimiento errante de la bota
Y el
firmamento de la gallardía.
Una gota de
pura valentía
Vale más que
un océano cobarde.
Bajo el gran
resplandor de un mediodía
Sin mañana y
sin tarde,
Unos
caballos que parecen claros,
Aunque son
tenebrosos y funestos,
Se llevan a
estos hombres vestidos de disparos
A sus
inacabables y entretejidos puestos.
No hay nada
negro en estas muertes claras.
Pasiones y
tambores detengan los sollozos.
Mirad,
madres y novias, sus transparentes caras:
La juventud
verdea para siempre en sus bozos.
LLAMO A LA
JUVENTUD
Los quince y
los dieciocho,
Los
dieciocho y los veinte…
Me voy a
cumplir los años
Al fuego que
me requiere,
Y si resuena
mi hora
Antes de los
doce meses,
Los cumpliré
bajo tierra.
Yo trato que
de mí queden
Una memoria
de sol
Y un sonido
de valiente.
Si cada boca
de España,
De su
juventud, pusiese
Esas
palabras, mordiéndolas,
En lo mejor
de sus dientes:
Si la
juventud de España,
De un
impulso solo y verde,
Alzara su
gallardía,
Sus músculos
extendiese
Contra los
desenfrenados
Que apropiarse
España quieren,
Sería el mar
arrojando
A la arena
muda siempre
Varios
caballos de estiércol
De sus
pueblos transparentes,
Con un brazo
inacabable
De perpetua
espuma fuerte.
Si el Cid
volviera a clavar
Aquellos
huesos que aún hieren
El polvo y
el pensamiento
Aquel cerro
de su frente,
Aquel trueno
de su alma
Y aquella
espada indeleble,
Sin rival,
sobre su sombra
De
entrelazados laureles:
Al mirar lo
que de España
Los alemanes
pretenden,
Los
italianos procuran,
Los moros,
los portugueses,
Que han
grabado en nuestro cielo
Constelaciones
crueles
De crímenes
empapados
Den una
sangre inocente,
Subiera en
su airado potro
Y en su
cólera celeste
A derribar
trimotores
Como quien
derriba mieses.
Bajo una
zarpa de lluvia,
Y un racimo
de relente,
Y un
ejército de sol,
Campan los
cuerpos rebeldes
De los
españoles dignos
Que al yugo
no se someten,
Y la
claridad los sigue
Y los robles
los refieren.
Entre graves
camilleros
Hay heridos
que se mueren
Con el
rostro rodeados
De tan
diáfanos ponientes,
Que son
auroras sembradas
Alrededor de
sus sienes.
Parecen
plata dormida
Y otro en
reposo parecen.
Llegaron a
las trincheras
Y dijeron
firmemente:
¡Aquí echaremos raíces
Antes que nadie nos eche!
Y la muerte
se sintió
Orgullosa de
tenerles.
Pero en los
negros rincones,
En los más
negros se tienden
A llorar por
los caídos
Madres que
les dieron leche,
Hermanas que
los lavaron,
Novias que
han sido de nieve
Y que se han
vuelto de luto
Y que se han
vuelto de fiebre;
Desconcertadas
viudas,
Desparramadas
mujeres,
Cartas y
fotografías
Que los
expresan fielmente,
Desde los
ojos se rompen
De tanto ver
y no verles,
De tanta
lágrima muda
De una
hermosura ausente.
Juventud
solar de España:
Que pase el
tiempo y se quede
Con un
murmullo de huesos
Heroicos en
su corriente.
Echa tus
huesos al campo,
Echa las
fuerzas que tienes
A las
cordilleras foscas
Y al olivo
del aceite.
Reluce por
los collados,
Y apaga la
mala gente,
Y atrévete
con el plomo,
Y el hombro
y la pierna extiende.
Sangre que
no se desborda,
Juventud que
no se atreve,
Ni es sangre,
ni es juventud,
Ni relucen,
ni florecen.
Cuerpos que
nacen vencidos,
Vencidos y
grises mueren:
Vienen con
la edad de un siglo,
Y son viejos
cuando vienen.
La juventud
siempre empuja,
La juventud
siempre vence,
Y la
salvación de España
De su
juventud depende.
La muerte
junto al fusil,
Antes que se
nos destierre,
Antes que se
nos escupa,
Antes que se
nos afrente
Y antes que
entre las cenizas
Que de
nuestro pueblo queden,
Arrastrados
sin remedio
Gritemos
amargamente:
¡Ay España
de mi vida,
Ay España de
mi muerte!
RECOGED ESTA
VOZ
Naciones de
la tierra, patrias del mar,
Hermanos del
mundo y de la nada:
Habitantes
perdidos y lejanos,
Más que del
corazón, de la mirada.
Aquí tengo
una voz enardecida,
Aquí tengo
una voz combatida y airada,
Aquí tengo
un rumor, aquí tengo una vida.
Abierto
estoy, mirad, como una herida,
Hundido
estoy, mirad, estoy hundido
En medio de
mi pueblo y de sus males.
Herido voy,
herido y malherido,
Sangrando
por trincheras y hospitales.
Hombres,
mundos, naciones,
Atended,
escuchar mi sangrante sonido,
Recoged los
latidos del quebranto
En vuestros
espaciosos corazones,
Porque yo
empuño el alma cuando canto.
Cantando me
defiendo
Y defiendo
mi pueblo cuando en mi pueblo imprimen
Su herradura
de polvo y estruendo
Los bárbaros
del crimen.
Esta es su
obra, ésta:
Pues arrasan
como torbellinos
Y son ante
su cólera funesta
Armas los
horizontes y muerte los caminos.
El llano que
por valles y balcones se vierte,
En las
piedras diluvia y en las piedras trabaja.
Y no hay
espacio para tanta muerte,
Y no hay
madera para tanta caja.
Caravanas de
cuerpos abatidos.
Todo
vendajes, penas y pañuelos:
Todo
camillas donde a los heridos
Se les
quiebran las fuerzas y los vuelos.
Sangre,
sangre por árboles y suelos,
Sangre por
aguas, sangre por paredes
Y un temor
de que España se desplome
Del peso de
la sangre que moja entre sus redes
Hasta el pan
que se come.
Recoged este
viento,
Naciones,
hombres, mundos,
Que parte de
las bocas de conmovido aliento
Y de los
hospitales moribundos.
Aplicad las
orejas
A mi clamor
de pueblo atropellado,
Al ¡ay! De
tantas madres, a las quejas
De tanto ser
luciente que el luto ha devorado.
Los pechos
que empujaban y herían las montañas,
Vedlos
desfallecidos sin leche ni hermosura,
Y ved las
blancas novias y las negras pestañas
Caídas y
sumidas en una siesta oscura.
Aplicad la
pasión de las entrañas
A ese pueblo
que muere con un gesto invencible
Sembrado por
los labios y la frente,
Bajo los
implacables aeroplanos
Que
arrebatan terrible,
Terrible,
ignominiosa, diariamente,
A las madres
los hijos de las manos.
Ciudades de
trabajo y de inocencia,
Juventudes
que brotan de la encina,
Troncos de
bronce, cuerpos de potencia
Yacen
precipitados en la ruina.
Un porvenir
de polvo se avecina,
Se avecina
un suceso
En que no
quedará ninguna cosa:
Ni piedra
sobre piedra ni hueso sobre hueso.
España no es
España, que es una inmensa fosa,
Que es un
gran cementerio rojo y bombardeado:
Los bárbaros
la quieren de este modo.
Será la
tierra un denso corazón desolado,
Si vosotros,
naciones, hombres, mundos,
Con mi
pueblo del todo
Y vuestro
pueblo encima del costado,
No quebráis
los colmillos iracundos.
II
Pero no lo
será: que un mar piafante,
Triunfante
siempre, siempre decidido,
Hacho para
la luz, para la hazaña,
Agita su
cabeza de rebelde diamante
Bate su pie
calzado en el sonido
Por todos
los cadáveres de España.
Es una
juventud, recoged este viento
Su sangre es
el cristal que no se empaña
Un sombrero
el laurel y el pedernal su aliento.
Donde clava
la fuerza de sus dientes
Brota un
volcán de diáfanas espadas,
Y sus
hombros batientes,
Y sus
talones guían llamaradas.
Está
compuesta de hombres del trabajo:
De herreros
rojos, de albos albañiles,
De yunteros
con rostros de cosechas.
Oceánicamente
transcurren por debajo
de un fulgor
de sirenas y herramientas fabriles
y de
gigantes arcos alumbrados con flechas.
A pesar de
la muerte, estos varones
Con metal y
relámpagos igual que los escudos,
Hacen
retroceder a los cañones
Acobardados,
temblorosos, mudos.
El polvo no
los puede y hacen del polvo fuego,
Savia,
explosión, verdura repentina:
Con su poder
de abril apasionado
Precipitan
el alma del espliego,
El parto de
la mina,
El fértil
movimiento del arado.
Ellos harán
de cada ruina un prado,
De cada pena
un fruto de alegría,
De España un
firmamento de hermosura.
Vedlos
agigantar el mediodía
Y
hermosearlo todo con su joven bravura.
Se merecen
la espuma de los truenos,
Se merecen
la vida y el olor del olivo,
Los
españoles amplios y serenos
Que mueven
la mirada como un pájaro altivo.
Naciones,
hombres, mundos, esto escribo:
La juventud
de España saldrá de las trincheras
De pie,
invencible como la semilla,
Pues tiene
un alma llena de banderas
Que jamás se
somete ni arrodilla
Allí van por
los yermos de Castilla
Los cuerpos
que parecen potros batalladores,
Toros de
victorioso desenlace,
Diciéndose
en su sangre de generosas flores
Que morir es
la cosa más grande que se hace.
Quedarán en
el tiempo vencedores,
Siempre de
sol y majestad cubiertos,
Los
guerreros de huesos tan gallardos
Que si son
muertos son gallardos muertos:
La juventud
que a España salvará, aunque tuviera
Que combatir
con un fusil de nardos
Y una espada
de cera.
ROSARIO
DINAMITERA
Rosario,
dinamitera,
Sobre tu
mano bonita
Celaba la
dinamita
Sus
atributos de fiera.
Nadie al
mirarla creyera
Que había en
su corazón
Una
desesperación
De
cristales, de metralla
Ansiosa de
una batalla,
Sedienta de
una explosión.
Era tu mano
derecha
Capaz de
fundir leones
La flor de
las municiones
Y el anhelo
de la mecha.
Rosario,
buena cosecha,
Alta como un
campanario
Sembrabas al
adversario
De dinamita
furiosa
Y era tu
mano una rosa
Enfurecida,
Rosario.
Buitrago ha
sido testigo
De la
condición de rayo
De las
hazañas que callo
Y de la mano
que digo.
¡Bien
conoció el enemigo
La mano de
esta doncella,
Que hoy no
es una mano porque de ella
Que ni un
solo dedo agita
Se prendió
la dinamita
Y la
convirtió en estrella!
Rosario,
dinamitera,
puedes ser
varón y eres
La nata de
las mujeres,
La espuma de
la trinchera.
Digna como
una bandera
De triunfos
y resplandores,
Dinamiteros
pastores,
Vedla
agitando su aliento
Y dad las
bombas al viento
Del alma de
los traidores.
Jornaleros
que habéis cobrado en plomo
Sufrimientos,
trabajos y dineros.
Cuerpos de
sometido y alto lomo:
Jornaleros.
Españoles
que España habéis ganado
Labrándola
entre lluvias y entre soles
Rabadanes
del hambre y el arado:
Españoles.
Esta España
que, nunca satisfecha
De malgastar
la flor de la cizaña,
De una
cosecha pasa a otra cosecha:
Esta España.
Poderoso
homenaje a las encinas,
Homenaje del
toro y el coloso,
Homenaje de
páramos y minas
Poderoso.
Esta España
que habéis amamantado
Con sudores
y empujes de montañas,
Codician los
que nunca han cultivado
Esta España.
¿Dejemos
llorar cobardemente
Riquezas que
han forjado nuestros remos?
¿Campos que
han humedecido nuestra frente
Dejaremos?
Adelanta,
español, una tormenta
De martillos
y hoces, ruge y canta.
Tu porvenir,
tu orgullo, tu herramienta
Adelanta.
Los
verdugos, ejemplos de tiranos,
Hitler y
Mussolini labran yugos.
Sumid en un
retrete de gusanos
Los
verdugos.
Ellos, ellos
nos traen una cadena
De cárceles,
miserias y atropellos.
¿Quién,
España destruye y desordena?
¡Ellos!
¡Ellos!
Fuera,
Fuera, ladrones de naciones,
Guardianes
de la cúpula banquera,
Cluecas del
capital y sus doblones:
¡Fuera!, ¡Fuera!
Arrojados
seréis como basura
de todas
partes y de todos lados.
No habrá
para vosotros sepultura,
Arrojados.
La saliva
será vuestra mortaja,
Vuestro
final la bota vengativa,
Y sólo os
dará sombra, paz y caja
La saliva.
Jornaleros.
España, loma a loma,
Es de
gañanes, pobres y braceros.
¡No
permitáis que el rico se la coma,
Jornaleros!
AL SOLDADO
INTERNACIONAL CAÍDO EN ESPAÑA
Si hay
hombres que contienen un alma sin fronteras,
Una
esparcida frente de mundiales cabellos,
Cubierta de
horizontes, barcos y cordilleras,
Con arena y
con nieve, tú eres uno de aquellos.
Las patrias
te llamaron con todas sus banderas,
Que tu
aliento llenara de movimientos bellos.
Quisiste
apaciguar la sed de las panteras,
Y flameaste
henchido contra sus atropellos.
Con un sabor
a todos los soles y los mares,
España te
recoge por que en ella realices
Tu majestad
de árbol que abarca un continente.
A través de
tus huesos irán los olivares
Desplegando
en la tierra sus más férreas raíces,
Abrazando a
los hombres, universal, fielmente.
ACEITUNEROS
Andaluces de
Jaén,
Aceituneros
altivos,
Decidme en
el alma ¿quién,
Quién
levanto los olivos?
No los
levantó la nada,
Ni el
dinero, ni el señor,
Sino la
tierra callada,
El trabajo y
el sudor.
Unidos al
agua pura
Y a los
planetas unidos,
Los tres
dieron la hermosura
De los
tronos retorcidos.
Levántate
olivo cano,
Dijeron al
pie del viento.
Y el olivo
abrió una mano
Poderosa de
cimiento.
Andaluces de
Jaén,
Aceituneros
altivos
Decidme en
el alma: ¿quién
Amamantó los
olivos?
Vuestra sangre,
vuestra vida
No la del
explotador
Que se
enriqueció en la herida
Generosa del
sudor.
No la del
terrateniente
Que os
sepultó en la pobreza,
Que os
pisoteó la frente,
Que os
redujo la cabeza.
Árboles que
vuestro afán
Consagró al
centro del día
Eran principio
de un pan
Que sólo el
otro comía.
¡Cuántos
siglos de aceituna,
Los pies y
las manos presos,
Sol a sol y
luna a luna
Pasan sobre
vuestros huesos!
Andaluces de
Jaén,
Aceituneros
altivos,
Pregunta mi
alma: ¿de quién,
De quién son
estos olivos?
Jaén,
levántate brava
Sobre tus
piedras lunares,
Nos vaya a
ser esclava
Con todos
tus olivares.
Dentro de la
claridad
Del aceite y
sus aromas,
Indican tu
libertad
La libertad
de tus lomas.
LAS MANOS
Dos especies
de manos se enfrentan en la vida,
Brotan del corazón,
irrumpen por los brazos,
Saltan y
desembocan sobre la luz herida
A golpes, a
zarpazos.
La mano es
la herramienta del alma, su mensaje,
Y el cuerpo
tiene en ella su rama combatiente,
Alzad, moved
las manos en un gran oleaje,
Hombres de
mi simiente.
Ante la
aurora veo surgir las manos puras
De los
trabajadores terrestres y marinos,
Como una
primavera de alegres dentaduras
De dedos
matutinos.
Enardecidamente
poblada de sudores,
Retumbantes
las venas desde las uñas rotas,
Constelan
los espacios de andamios y clamores,
Relámpagos y
gotas.
Conducen
herrerías, azadas y telares,
Muerden
metales, montes, raptan hachas, encinas,
Y
construyen, si quieren, hasta en los mismos mares
Fábricas,
pueblos, minas.
Esas sonoras
manos oscuras y lucientes
Las reviste
una piel de invencible corteza
Y son
innegables y generosas fuentes
De vida y de
riqueza.
Como si con
los astros el polvo peleara,
Como si los
planetas lucharan con gusanos,
La especie
de las manos trabajadora y clara
Lucha con
otras manos.
Feroces y reunidas
en un bando sangriento,
Arrastran al
hundirse los cielos vespertinos
Unas manos
de hueso lívido y avariento,
Paisaje de
asesinos.
No han
sonado: no cantan. Sus dedos vagan roncos,
Mudamente
aletean, se ciernen, se propagan.
Ni tejieron
la pana, ni mecieron los troncos,
Y blandas de
ocio vagan.
Empuñan
crucifijos y acaparan tesoros
Que a nadie
corresponden sino a quien los labora,
Y sus mudos
crepúsculos absorben los sonoros
Caudales de
la aurora.
Orgullo de
puñales, arma de bombardeos
Con un cáliz,
un crimen y un muerto en cada uña:
Ejecutoras
pálidas de los negros deseos
Que la
avaricia empuña.
¿Quién
lavará esas manos fangosas que se extienden
Al agua y la
deshonran, enrojecen y estragan?
Nadie lavará
manos que en el puñal se encienden
Y en el amor
se apagan.
Las
laboriosas manos de los trabajadores
Caerán sobre
vosotras con dientes y cuchillas
Y las verán
cortadas tantos explotadores
En sus
mismas rodillas.
EL SUDOR
En el mar
halla el agua su paraíso ansiado
Y el sudor
su horizonte, su fragor, su plumaje.
El sudor es
un árbol desbordante y salado,
Un voraz
oleaje.
Llega desde
la edad del mundo más remota
A ofrecer a
la tierra su copa sacudida,
A aumentar
la sed y la sal gota a gota,
A iluminar
la vida.
Hijo del
movimiento, primo del sol, hermano
De la
lágrima, deja rodeando por las eras,
Del abril al
octubre, del invierno al verano,
Áureas
enredaderas.
Cuando los
campesinos van por la madrugada
A favor de
la esteva removiendo el reposo,
Se visten
una blusa silenciosa y dorada
De sudor silencioso.
Vestidura de
oro de los trabajadores,
Adorno de
las manos como de las pupilas,
Por la
atmósfera esparce sus fecundos olores
Una lluvia
de axilas.
El sabor de
la tierra se enriquece y madura:
Caen los
copos del llanto laborioso y oliente,
Maná de los
varones y de la agricultura,
Bebida de mi
frente.
Los que nos
habéis sudado jamás, los que andáis yertos
En el ocio
sin brazos, sin música, sin poros,
No usaréis
la corona de los poros abiertos
Ni el poder
de los toros.
Viviréis
maloliendo, moriréis apagados:
La encendida
hermosura reside en los talones
De los cuerpos que mueven sus miembros
trabajados
Como
constelaciones.
Entregad al
trabajo, compañeros, las frentes:
Que el
sudor, con su espada de sabrosos cristales,
Con sus
lentos diluvios, os hará transparentes,
Venturosos
iguales.
JURAMENTO DE
LA ALEGRÍA
Sobre la
roja España blanca y roja,
Blanca y
fosforescente,
Una historia
de polvo se deshoja,
Irrumpe un
sol unánime, batiente,
En un pleno
de abriles,
Una
primaveral caballería,
Que inunda
de galopes los perfiles
De España;
es el ejército del sol, de la alegría.
Desaparece
la tristeza, el día
Devorador,
el marchitado tallo,
Cuando, avasalladora llamarada,
Galopa la
alegría en un caballo
Igual que
una bandera desbocada.
A su paso se
paran los relojes,
Las abejas,
los niños se alborotan,
Los vientres
son más fértiles, más profusas las trojes
Saltan las
piedras, los lagartos trotan.
Se hacen las
carreteras de diamantes
El horizonte
lo perturban mieses
Y otras
visiones relampagueantes,
Y se sienten
felices los cipreses.
Avanza la
alegría derrumbando montañas
Y las bocas
avanzan como escudos.
Se levanta
la risa, se caen las telarañas
Ante el
chorro potente de los dientes desnudos.
La alegría
es un huerto del corazón con mares
Que a los
hombres invaden de rugidos,
Que a las
mujeres muerden de collares
Y a la piel
de relámpagos transidos.
Alegraos por
fin los carcomidos,
Los
desplomados bajo la tristeza:
Salid de los
vivientes ataúdes,
Sacad de
entre las piernas la cabeza,
Caed en la
alegría como en grandes taludes.
Alegres
animales,
La cabra, el
gamo, el potro, las yeguadas,
Se desposan
delante de los hombres contentos.
Y paren las
mujeres lanzando carcajadas,
Desplegando
en su carne firmamentos.
Todos son
jubilosos juramentos.
Cigarras,
viñas, gallos incendiados,
Los árboles
del Sur: naranjos y nopales,
Higueras y
palmeras y granados,
Y encima el
mediodía curtiendo cereales.
Se despedaza
el agua en los zarzales:
Las lágrimas
no arrasan,
No duelen
las espinas ni las flechas,
Y se grita
“!Salud!” a todos los que pasan
Con la boca
anegada de cosechas.
Tiene el
mundo otra cara. Se acerca lo remoto
En una
muchedumbre de bocas y de brazos.
Se ve la
muerte como un mueble roto,
Como una
blanca silla hecha pedazos.
Salí del
llanto, me encontré en España,
En una plaza
de hombres de fuego imperativo.
Supe que la
tristeza corrompe, enturbia, daña…
Me alegré
seriamente, lo mismo que el olivo.
1 DE MAYO DE
1937
No sé que
sepultada artillería
Dispara desde
abajo los claveles
Ni qué
caballería
Cruza tronando
y hace que huelan los laureles.
Sementales
corceles,
Toros emocionados
Como una
fundición de bronce y hierro,
Surgen tras
una crin de todos lados,
Tras un
rendido y pálido cencerro.
Mayo los
animales pone airados:
La guerra
más se aíra
Y detrás de
las armas los arados
Braman,
hierven las flores, el sol gira.
Hasta el
cadáver secular delira.
Los trabajos
de mayo:
Escala su
cenit la agricultura.
Aparece la
hoz igual que un rayo
Inacabable en
una mano oscura.
A pesar de
la guerra delirante,
No amordazan
los picos sus canciones,
Y el rosal
da su olor emocionante,
Porque el
rosal no teme a los cañones.
Mayo es hoy
más colérico y potente:
Lo alienta
la sangre derramada,
La juventud
que convirtió en torrente
Su ejecución
de lumbre entrelazada.
Deseo a
España un mayo ejecutivo,
Vestido con
la eterna plenitud de la era.
El primer
árbol es su abierto olivo
Y no va a
ser su sangre la postrera.
La España
que hoy no se ara, se arará toda entera.
EL INCENDIO
Europa se ha
prendido, se ha incendiado,
De Rusia a
España va, de extremo a extremo,
El incendio
que lleva enarbolado
Con un
furor, un ímpetu supremo
Cabalgan sus
hogueras,
Trota su
lumbre arrolladoramente,
Arroja sus
flotantes y cálidas banderas,
Sus victoriosas
llamas sobre el triste occidente.
Purifica,
penetra en las ciudades
Alumbra,
sopla, da en los rascacielos,
empuja las
estatuas, muerde, avienta:
Arden inmensidades
De edificios
podridos como leves pañuelos,
Cesa la
noche, el día se acrecienta.
Cruza una
gran tormenta
De aeroplanos
y anhelos.
Se propaga
la sombra de Lenin, se propaga,
Avanza enrojecida
por los cielos,
Inunda estepas,
salta serranías,
Recoge,
cierra, besa toda llaga
aplasta las
miserias y las melancolías.
Es como un
sol que eclipsa las tinieblas lunares,
Es como un
corazón que se extiende y absorbe,
Que se
despliega igual que el coral de los mares
En bandadas
de sangre a todo el orbe.
Es un olor
que alegra los olfatos
Y una
canción que halla sus ecos en las minas.
España suena
llena de retratos
De Lenin
entre hogueras matutinas.
Bajo un
diluvio de hombres extinguidos,
España se
defiende
Con un
soldado ardiendo de toda podredumbre.
Y por los
Pirineos ofendidos
Alza sus
llamas, sus hogueras tiende
Para estrechar
con Rusia los cercos de la lumbre.
CANCIÓN DEL
ESPOSO SOLDADO
He poblado
tu vientre de amor y sementera,
He prolongado
el eco de sangre a que respondo
Y espero
sobre el surco como el arado espera:
He llegado
hasta el fondo.
Morena de
altas torres, alta luz y altos ojos,
Esposa de mi
piel, gran trago de mi vida,
Tus pechos
locos crecen hacia mí dando saltos
De cierva
concebida.
Ya me parece
que eres un cristal delicado,
Temo que te
me rompas al más leve tropiezo,
Y a reforzar
tus venas con mi piel de soldado
Fuera como
el cerezo.
Espejo de mi
carne, sustento de mis alas,
Te doy vida
en la muerte que me dan y no tomo
Mujer,
mujer, te quiero cercado por las balas,
Ansiado por
el plomo.
Sobre los
ataúdes feroces en acecho,
Sobre los
mismos muertos sin remedio y sin fosa
Te quiero, y
te quisiera besar con todo el pecho
Hasta en el
polvo, esposa.
Cuando junto
a los campos de combate te piensa
Mi frente que
no enfría ni aplaca tu figura,
Te acercas
hacia mí como una boca inmensa
De hambrienta
dentadura.
Escríbeme a
la lucha, siénteme en la trinchera:
Aquí con el
fusil tu nombre evoco y fijo,
Y defiendo
tu vientre de pobre que me espera,
Y defiendo
tu hijo.
Nacerá
nuestro hijo con el puño cerrado,
Envuelto en
un clamor de victoria y guitarras,
Y dejaré a
tu puerta mi vida de soldado
Sin colmillos
ni garras.
Es preciso
matar para seguir viviendo.
Un día iré a
la sombra de tu pelo lejano
Y dormiré en
la sábana de almidón y de estruendo
Cosida por
tu mano.
Tus piernas
implacables al parto van derechas,
y tu implacable
boca de labios indomables
y ante mi
soledad de explosiones y brechas
Recorres un
camino de besos implacables.
Para el hijo
será la paz que estoy forjando.
Y al fin en
un océano de irremediables huesos
Tu corazón y
el mío naufragarán, quedando
Una mujer y
un hombre gastados por los besos.
CAMPESINO DE
ESPAÑA
Traspasada por
junio,
Por España y
la sangre,
Se levanta
mi lengua
Con clamor a
llamarte.
Campesino
que mueres,
Campesino
que yaces
En la tierra
que siente
No tragar
alemanes,
No morder
italianos:
Español que
te abates
Con la nuca
marcada
Por un yugo
infamante,
Que traicionas
al pueblo
Defensor de
los panes:
Campesino,
despierta,
Español, que
no es tarde
Calabozos y
hierros,
Calabozos y
cárceles,
Desventuras,
presidios,
Atropellos y
hambres,
Eso estás defendiendo,
No otra cosa
más grande.
Perdición de
tus hijos,
Maldición de
tus padres,
Que doblegas
tus huesos
Al verdugo sangrante,
Que deshonras
tu trigo,
Que tu
tierra deshaces,
Campesino,
despierta,
Español, que
no es tarde.
Retroceden
al hoyo
Que se
cierra y se abre,
Por la
fuerza del pueblo
Forjador de
verdades,
Escuadrones del
crimen,
Corazones
brutales,
Dictadores de
polvo,
Soberanos voraces.
Con la prisa
del fuego
En un mágico
avance,
Un ejército
férreo
Que cosecha
gigantes
Los arrastra
hasta el polvo,
Hasta el
polvo los barre.
No hay quien
sitie la vida,
No hay quien
cerque la sangre
Cuando empuña
sus alas
Y las clava
en el aire.
La alegría y
la fuerza
De estos
músculos parte
Como un
hondo y sonoro
Manantial de
volcanes.
Vencedores
seremos
Porque somos
titanes
Sonriendo a
las balas
Y gritando ¡Adelante!
La salud de
los trigos
Sólo aquí
huele y arde.
De la muerte
y la muerte
Sois de
nadie y de nadie.
De la vida
nosotros
Del sabor de
los árboles.
Victoriosos saldremos
De las
fúnebre fauces,
Remontándonos
libres
Sobre tantos
plumajes,
Dominantes las
frentes,
El mirar
dominante,
Y vosotros
vencidos
Como aquellos
cadáveres.
Campesino,
despierta,
Español, que
no es tarde.
A este lado
de España
Esperamos que
pases:
Que tu
tierra y tu cuerpo
La invasión
no se trague.
PASIONARIA
Moriré como
el pájaro cantando,
Penetrado de
pluma y entereza,
Sobre la
duradera claridad de las cosas.
Cantando ha
de cogerme el hoyo blando,
Tendida el
alma, vuelta la cabeza,
Hacia las
hermosuras más hermosas.
Una mujer
que es una estepa sola
Habilitada de
aceros y criaturas,
Sube de
espuma y atraviesa de ola
Por este
municipio de hermosuras.
Dan ganas de
besar los pies y la sonrisa
A esta
herida española,
Y aquel
gesto que lleva de nación enlutada,
Y aquella
tierra que de pronto pisa
Como si
contuviera la tierra en la pisada.
Fuego la
enciende, fuego la alimenta:
Fuego que
crece, quema y apasiona
Desde el
almendro en flor de su osamenta.
A sus pies,
la ceniza más helada se encona.
Vasca de
generosos yacimientos:
Encina,
piedra, vida, hierba noble,
Naciste para
dar dirección a los vientos,
Naciste para
ser esposa de algún roble.
Sólo los
montes pueden sostenerte,
Graba estás
en tronco sensitivo,
Esculpida en
el sol de los viñedos.
El minero
descubre por oírte y por verte
Las sordas
galerías del mineral cautivo,
Y a través
de la tierra las lleva hasta tus dedos.
Tus dedos y
tus uñas fulgen como carbones,
Amenazando fuego
hasta a los astros
Porque en
mitad de las palabras pones
Una sangre
que deja fósforo entre sus rastros.
Claman tus
brazos que hacen hasta espuma
Al chocar
contra el viento:
Se desbordan
tu pecho y tus arterias
Porque tanta
maleza se consuma,
Porque tanto
tormento,
Porque tantas
miserias.
Los herreros
te cantan al son de la herrería,
Pasionaria
el pastor escribe en la cayada
Y el
pescador a besos te dibuja en las velas.
Oscuro el mediodía,
La mujer
redimida y agrandada,
Naufragadas y
heridas las gacelas
Se reconocen
al fulgor que envía
Tu voz
incandescente, manantial de candelas.
Quemando con
el fuego de la cal abrasada,
Hablando con
la boca de los pozos mineros,
Mujer,
España, madre en infinito,
eres capaz
de producir luceros,
eres capaz
de arder de un solo grito.
Pierden
maldad y sombra tigres y carceleros.
Por tu voz
habla España, la de las cordilleras,
La de los
brazos pobres y explotados,
Crecen los
héroes llenos de palmeras
Y mueren
saludándote pilotos y soldados.
Oyéndote
batir como cubierta
De meridianos,
yunques y cigarras,
Al varón
español sale a su puerta
A sufrir
recorriendo llanuras de guitarras.
Ardiendo quedarás
enardecida
Sobre el
arco nublado del olvido,
Sobre el
tiempo que teme sobrepasar tu vida
Y toca como
un ciego, bajo un puente
De ceño
envejecido,
Un violín
lastimado e impotente.
Tu cincelada
fuerza lucirá eternamente,
Fogosamente plena
de destellos.
Y aquel que
de la cárcel fue mordido
Terminará su
llanto en tus cabellos.
EUZKADI
Italia y
Alemania dilataron sus velas
De lodo
carcomido,
Agruparon,
sembraron sus luctuosas telas,
Lanzaron las
arañas más negras de su nido.
Contra España
cayeron, Y España no ha caído.
España no es
un grano,
Ni una
ciudad, ni dos, ni tres ciudades.
España no se
abarca con la mano
Que arroja
en su terreno puñados de crueldades.
Al mar no se
lo tragan los barcos invasores,
Mientras existe
un árbol el bosque no se pierde,
Una pared
perdura sobre un solo ladrillo.
España se
defiende de reveses traidores,
Y avanza, y
lucha, y muerde
Mientras le
quede un hombre de pie como un cuchillo.
Si no se
pierde todo no se ha perdido nada.
En tanto
aliente un español con ira
Fulgurante de
espada,
¿Se perderá?
¡Mentira!
Mirad, no lo
contrario que sucede,
Sino lo
favorable que promete el futuro,
Los anchos
porvenires que allá se bambolean.
El acero no
cede,
El bronce
sigue en su color y duro,
La piedra no
se ablanda por más que la golpean.
No nos queda
un varón sino millones,
Ni un
corazón que canta: ¡soy un muro!,
Que es una
inmensidad de corazones.
En Euzkadi
han caído no sé cuántos leones
Y una ciudad
por la invasión deshechos.
Su soplo de
silencio nos anima,
Y su valor
redobla en nuestros pechos
Atravesando España
por debajo y encima.
No se debe
llorar, que no es la hora,
Hombres en
cuya piel se transparenta
La libertad
del mar trabajadora.
Quien se
para a llorar, quien se lamenta
Contra la
piedra hostil del desaliento,
Quien se
pone a otra cosa que no sea el combate,
No será un
vencedor, será un vencido lento.
Español, al
rescate
De todo lo
perdido.
¡Venceré! Has
de gritar sobre cada momento
Para no ser
vencido.
Si fuera un
grano lo que nos quedara,
España
salvaremos con un grano
La victoria
es un fuego que alumbra nuestra cara
Desde un
remoto monte cada vez más cercano.
FUERZA DEL
MANZANARES
La voz de
bronce no hay quien la estrangule:
Mi voz de
bronce no hay quien la corrompa.
No puede ser
ni que el silencio anule
Su soplo
ejecutivo de pasión y de trompa.
Con esta voz
templada al fuego vivo,
Amasada en
un bronce de pesares,
Salgo a la
puerta eterna del olivo,
Y dejo dicho
entre los olivares…
El río
manzanares,
Un traje
inexpugnable de soldado
Tejido por
la bala y la ribera,
Sobre su
adolescencia de juncos ha colgado.
Hoy es un
río y antes no lo era:
Era una gota
de metal mezquino,
Un arenal
apenas transitado,
Sin gloria y
sin destino.
Hoy es una
trinchera
De agua que
no reduce nadie, nada,
Tan relampagueante
que parece
En la carne
del mismo sol cavada.
El leve
Manzanares se merece
Ser más
entre los mares.
Al mar, al
tiempo, al sol, a este río que crece,
Jamás podrás
herirlos por más que les dispares.
Tus aguas de
pequeña muchedumbre,
Ay río de Madrid,
yo he defendido,
Y la ciudad
que al lado es una cumbre
De diamante
agresor y esclarecido.
Cansado
acaso, pero no vencido,
Sale de sus
jornadas el soldado.
En la boca
le canta una cigarra
Y otra
heroica cigarra en el costado.
¿Adónde fue
el colmillo con la garra?
La hiena no
ha pasado
A donde más
quería.
Madrid sigue
en su puesto ante la hiena,
Con su
altura de día.
Una torre de
arena
Ante Madrid
y el río se derrumba.
En todas las
paredes está escrito:
Madrid será
tu tumba.
Y alguien
cavó ya el hoyo de este grito.
Al río
Manzanares lo hace crecer la vena
Que no se
agota nunca y enriquece.
A fuerza de
batallas y embestidas,
Crece el río
que crece
Bajo los
afluentes que forman las heridas.
Camino de
ser mar va el Manzanares:
Rojo y
cálido avanza
A regar,
además del Tajo y de los mares,
Donde late
un obrero de esperanza.
Madrid, por
él regado, se abalanza
Detrás de
sus balcones y congojas,
Grabado en
un rubí de lontananza
Con las paredes
cada vez más rojas.
Chopos que a
los soldados
Levantan
monumentos vegetales,
Un resplandor
de huesos liberados
Lanzan alegremente
sobre los hospitales.
El alma de Madrid
inunda las naciones,
El Manzanares
llega triunfante al infinito,
Pasa como la
historia sonando sus renglones,
Y en el sabor del tiempo queda escrito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario