Elizabeth Bishop fue una poeta
estadounidense nacida en Worcester, Massachusetts, el 8 de febrero de 1911. Su
padre, William T. Bishop, se casó a los 36 años, en 1908, con Gertrude May
Boomer, y se dedicaba a calcular las estructuras de los edificios, siendo uno
de los más notables en su oficio. Tras seis años de enfermedad, el padre muere de una
insuficiencia renal crónica cuando Elizabeth apenas contaba ocho meses de edad. Esta
muerte iba a dejar a la madre gravemente afectada, hasta el punto de que
durante cinco años estaría entrando y saliendo de hospitales mentales y casas
de reposo. Desde que en 1916 fue definitivamente hospitalizada en el sanatorio
de Dartmouth, en Nova Scotia, la hija ya
no volvería a ver a su madre, que morirá dieciséis años más tarde. En 1917 los
abuelos paternos de la pequeña Elizabeth se la llevan a vivir con ellos en
Worcester, pero los cuidados precarios hacen que enferme de bronquitis, asma,
eczema y otras afecciones nerviosas, lo que obliga a su tía Maud Boomer a
intervenir y acogerla en su hogar, un apartamento de un barrio pobre de Revere,
Massachusetts. Su tía Maud le introduce en los poetas victorianos y le permite
pasar dos meses cada verano con sus abuelos en Nova Scotia. En otoño de 1929, a
los dieciocho años, comienza su formación universitaria en el Vassar College,
una institución de élite donde se especializa en literatura inglesa. Allí lee
con atención a Hopkins y a Wallace Stevens. En 1934 se muda a un apartamento en
Nueva York y traba relación con la poeta Marianne Moore, que desempeñará el
papel de mentora durante los siguientes seis años. En esta época comienzan a
manifestarse los problemas que iban a agobiarla el resto de su vida: la
soledad, las depresiones y su adicción al alcohol. Entre 1935 y 1936 Elizabeth
viaja por Europa junto a Louise Crane, conocida filántropa que ejercía su
mecenazgo sobre escritores y artistas; ambas se van a instalar en un pueblo
pescador de la Bretagne, cerca de Brest, donde Elizabeth traduce poesía
francesa y entra en contacto con los surrealistas franceses, de gran influencia
en su poesía. Más tarde van a París y de allí a Marruecos y a España. En 1937
Elizabeth y Louise se instalan en una casa en Key West, la primera de las tres casas amadas que Elizabeth
mentará cuarenta años más tarde en su célebre poema “Un arte”, donde hace un
inventario de las cosas perdidas a lo largo de una vida. En 1939, ya en plena
vorágine alcohólica, Elizabeth comienza a beber de forma destructiva, lo que le
ocasiona diversas crisis nerviosas. A finales de 1940 había escrito la mayor
parte de los poemas que formarían el volumen Norte & Sur, incluido el poema “El pez”, considerado el más
representativo de su estilo. En la primavera de 1941 se produce el
encuentro de Bishop con Marjorie Carr Stevens, mujer separada de un militar de marina y que
iba a convertirse en una de sus parejas más duraderas. El 17 de abril ambas
parten hacia la Habana y luego visitan Yucadoán y Mérida; allí pasan dos
semanas y entablan relación con Pablo Neruda, quien ejerce un cargo diplomático
en México, y con su mujer, la pintora Delia del Carril. La influencia del poeta
chileno se puede rastrear en uno de sus mejores poemas: “Invitación a Marianne
Moore”, inspirado en el modelo del poema de Residencia en tierra, “Alberto Rojas Jiménez viene volando”. En New
York posa para un retrato en el estudio de una amiga suya, la pintora Loren
McIver. Allí conoce a la que más tarde será el gran amor de su vida, Lota
Macedo Soares, brasileña de familia aristocrática que le hace una invitación
para que la visite en Río de Janeiro. En mayo de 1945, Elizabeth Bishop gana
con el libro Norte & Sur el premio de la Asociación de Poesía y en
diciembre vuelve a New York. La relación con Marjorie está llegando a su fin en
un momento en que Elizabeth bebe sin freno. A pesar de las riñas constantes, la
relación sigue su curso y ambas viajan juntas en el verano de 1947 a Nova
Scotia. A finales de la década de los
cuarenta se inicia una relación entre Elizabeth y el poeta Robert Lowell, que
tuvo algo de historia de amor. Lowell pone a la poeta en contacto con Ezra
Pound, en aquel tiempo internado en el hospital psiquiátrico de St. Elizabeth,
y que estaba acusado de traición por su apoyo propagandístico al régimen de
Mussolini. Bishop, que a partir de 1949 ostenta el cargo de consultora
de poesía de la Biblioteca del Congreso en Washington, se vale de su posición
para hacer asiduas visitas al hospital y surtirle de los libros que va contrabandeando. Años más tarde el
poeta y editor Rizzardi pedirá a Elizabeth y a otros poetas un poema acerca de Ezra
Pound. Elizabeth contribuirá con su poema “Visitas a St. Ellizabeths”. Una vez
acabado su trabajo en la biblioteca, Elizabeth pasa la primavera y el verano de
1951 entre hoteles y casas de amigos y planea viajar hacia el estrecho de
Magallanes y luego a Europa, pero a mitad de camino cambia de opinión y recala en Río de
Janeiro, donde visitará a sus conocidos, entre ellos Lota de Macedo
Soares. Sólo iba a ser una corta estancia de dos semanas, pero al final la poeta permanecerá en Brasil durante quince años. El 10 de noviembre de 1951
embarca en el S. S. Bowplate y parte hacia el sur para hospedarse en el apartamento
en que Lota de Macedo Soares vive con una amiga. Después de un viaje turístico
por el país, se van a Petrópolis, a sesenta millas tierra adentro, a la casa
que se ha construido Lota en una espectacular
montaña de roca. Lota ofrece a Bishop edificar un estudio para ella en la
colina situada detrás de su nueva casa, proporcionándole así la compañía y el
sosiego necesario para que se vuelque en su tarea de escritora. Su estancia en
Brasil fue el periodo más feliz de su vida y estuvo jalonado de numerosos
reconocimientos: el premio Pulitzer, en 1956, convirtió a la poeta en una
celebridad de Petrópolis. En 1964 viaja a Italia e Inglaterra. El 27 de
diciembre de 1965 parte para Estados Unidos para ser la Poeta Residente en la
Universidad de Washington. La relación
entre Lota y Elizabeth comienza a resquebrajarse, con continuos amagos de
ruptura. Otra mujer aparece en la vida de Elizabeth y las escenas de celos se suceden. El 19 de septiembre de 1967
Lota llega a Nueva York, donde se hallaba Elizabeth gestionando la publicación
de su "Collected Poems". Después de pasar la noche juntas, Lota es hallada en
coma tras ingerir una sobredosis de barbitúricos y acaba muriendo en el
hospital días más tarde. En 1970 da clases en Cambrigde y conoce a Alice
Methfessel, una joven administrativa que se convierte en su secretaria y con la
que pasará los últimos años de su vida. De
estos años últimos, el más nefasto es el de 1975: la relación de Alice con un
joven con el que pensaba casarse hace que Elizabeth tenga una de sus frecuentes
recaídas en su adicción al alcohol, comenzando, además, una terapia con
antidepresivos. De este periodo de profunda desesperación procede su célebre
poema “un arte”.
El 13 de enero de 1976 mezcla tranquilizantes y alcohol y pasa tres días en el
hospital. A pesar de su mala salud de hierro, acompañada siempre de crisis de
asma e intoxicaciones etílicas, Elizabeth no para de viajar. Los primeros años
de los 70 viaja a Nueva Inglaterra, San Francisco, Florida; se va de crucero
por Escandinavia y la URSS y frecuenta las playas del Maine. También sigue
pasando temporadas en una casa que se construye en Ouro Prêto, Brasil. En Junio
de 1976 realiza un viaje con Alice a la Conferencia Internacional de Poesía de
Rotterdam, pero su delicado estado de salud empeora de pronto hasta el punto de que en
el aeropuerto de Boston le espera una ambulancia para llevarla a la enfermería
del Hospital de Cambridge, en donde permanecerá doce días. A finales de 1976 aparece su poemario
“Geografía III”, que obtiene un gran éxito. Durante estos años se gana la vida
dando clases en la Universidad de Harvard y sigue escribiendo poemas que serán
importantes en su obra. Cuando expira su contrato con esta universidad, en otoño
de 1977, acepta dar un curso en la Universidad de Nueva York. Al año siguiente
se le concede una beca Guggenheim para escribir un nuevo volumen de poemas.
Durante 1978 se embarca en una serie de recitales en la Ciudad de Venecia y
escribe su poema “North Haven”, en el que invoca la memoria de su amigo Robert
Lowell, fallecido un año antes. En la primavera de 1979 parte con Alice para un viaje
por las islas griegas. Ese otoño tiene que impartir clases en el Instituto
Tecnológico de Massachusetts, pero el 21 de septiembre, apenas comenzado el
curso, tiene que volver a ingresar en el hospital a consecuencia de una anemia provocada
por una hernia de hiato que se le había vuelto crónica. Pocos días después de regresar a su casa, el 6 de
octubre de 1979, muere a causa de un aneurisma cerebral. (La traducción de los poemas recogidos aquí se le debe a D. Sam Abrams y a Joan Margarit).
UN ARTE
No es difícil dominar el arte de perder:
Tantas cosas parecen llenas del propósito de ser perdidas,
Que su pérdida no es ningún desastre.
Perder alguna cosa cada día. Aceptar aturdirse por la
pérdida
De las llaves de la puerta, de la hora malgastada.
No es difícil dominar el arte de perder.
Después practicar perder más lejos y más rápido:
Los lugares, y los nombres, y dónde pretendías
Viajar. Nada de todo esto te traerá desastre alguno.
He perdido el reloj de mi madre. Y, ¡mira! Voy por la última
-quizá por la penúltima- de tres casas amadas.
No es difícil dominar el arte de perder.
He perdido dos ciudades, las dos preciosas. Y, más vastos,
Poseí algunos reinos, dos ríos, un continente.
Los echo de menos, pero no fue ningún desastre.
Incluso habiéndote perdido a ti (tu voz bromeando, un gesto
Que amo) no habré mentido. Por supuesto,
No es difícil dominar el arte de perder, por más que a veces
Pueda parecernos (¡escríbelo!)
un desastre.
EL PEZ
Cogí un enorme pez
Y lo sostuve al lado de la barca,
Medio fuera del agua, con mi anzuelo
Cogido con firmeza en la esquina de su boca.
No luchaba.
Había terminado de luchar.
Era un peso colgado que gruñía,
Golpeado, venerable y sencillo.
Aquí y allá
Colgaba su parda piel a tiras
Como un antiguo empapelado,
Y su original, de un pardo más oscuro,
Era como el de un empapelado.
Formas de hinchadas rosas
Lo manchaban y se iban perdiendo con la edad.
Moteado de percebes,
De delicadas escarapelas de cal
E infestado
De blancos y minúsculos piojos de mar,
Debajo le colgaban
Dos o tres verdes harapos de hierbajos.
Mientras sus branquias iban respirando
En el terrible oxígeno
-las espantosas branquias,
Frescas y recias, con sangre,
Que pueden hacer cortes terribles-
Yo pensaba en la tosca, blanca carne
Empaquetada igual que plumas,
En las grandes espinas, las pequeñas espinas,
Los dramáticos rojos y negros
De sus brillantes entrañas
Y su rosa vejiga natatoria
Como una gran peonía.
Miré dentro de sus ojos
Que eran mucho más grandes que los míos
Pero más superficiales y amarillentos,
El iris respaldado, empaquetado
Con papeles de estaño deslustrados,
Vistos a través de las lentes
De una vieja, arañada gelatina.
Se movían un poco, pero no
Para devolverme la mirada.
Era más bien como la inclinación
De un objeto volviéndose a la luz.
Yo admiré su hosca cara,
El mecanismo de su mandíbula
Y después vi
Cómo de su labio inferior.
-si a eso se le podía llamar labio-,
Hosco, húmedo, como un arma
Colgaban cinco viejas piezas
De otros tantos sedales,
O bien cuatro y un cable
Aún con el pivote,
Con cinco grandes anzuelos
Fijados con firmeza en su boca.
Un hilo verde
Deshilachado en el extremo
Donde él lo rompió, dos alambres más duros
Y un fino cordel negro
Todavía arrugado por el esfuerzo
Y el chasquido al romperse, cuando se liberó.
Como medallas con sus cintas
Deshilachándose y ondulando,
Una barba de cinco pelos de sabiduría
Que arrastraba con su dolorida mandíbula.
Miré y miré fijamente,
Y la victoria llenaba hasta los bordes
El pequeño bote de alquiler,
Desde el charco del fondo del casco
Donde el aceite había extendido un arco iris
Alrededor del herrumbroso motor,
Hasta el herrumbroso naranja de la lata para achicar,
Las bancadas agrietadas por el sol,
Los escálamos en sus cuerdas,
Las bordas, ¡hasta que todo fue arco iris,
Arco iris, arco iris!
Y dejé que el pez se marchara.
CASABLANCA
El amor es el ardiente muchacho que estaba en la ardiente
cubierta
Probando a recitar
“el muchacho estaba en la ardiente cubierta”.
El amor es el hijo que tartamudeaba la elocución
Mientras el pobre barco en llamas se hundía.
El amor es el obstinado
muchacho, el barco,
Incluso los marineros nadando,
A los cuales gustaría también un estrado en un aula
O una excusa para estar en cubierta.
Y el amor es el ardiente muchacho.
DEL CAMPO A LA CIUDAD
Las largas, largas piernas
Botas de siete leguas que llevan la ciudad a ninguna parte
Ninguna parte; las líneas
Por las que conducimos (rayas de satén en pantalones y
leotardos
De arlequín).
Su robusto tronco andrajoso, garabateado
Con signos insensatos;
Su alto, sombrío, cucurucho del tonto y, lo mejor de todo,
su
Aspecto y apariencia,
Su cerebro que surge, entronizado en “fantástico triunfo”,
Y que brilla a través de su sombrero
Con preciosos trabajos de entretejidas coronas,
Lamé con luces.
A medida que nos aproximamos maligno payaso, a tu corazón y
tu cabeza,
Podemos ver
Que la brillante ordenación de tu cerebro, consiste ahora
En algo como
Sirenas radiantes sentadas, cada una agitando su espejo de
mano;
Y comenzamos
Las series de delicados disturbios arriba en el hilo
telefónico,
Sobre la autopista de peaje.
Formaciones de cortos y relucientes cables parecen estar
volando al lado
¿son pájaros?
De repente surgen de nuevo. No. Son vibraciones del diapasón
Que sostienes y golpeas
Contra los marcos de los espejos, para después trazar
durante millas tus sueños
Por los campos.
Traemos un mensaje desde la larga y negra longitud del
cuerpo:
“cálmate”, suplica y suplica.
UN MILAGRO PARA EL DESAYUNO
A las seis estábamos esperando el café,
Esperando el café y los caritativos mendrugos
Que se servirían desde un cierto balcón,
Como los reyes antiguos, o como un milagro.
Todavía estaba oscuro. Un pie del sol
Se afirmaba era un largo rizo del río.
Precisamente el primer ferry acababa de cruzar el río.
Hacía tanto frío que esperábamos que el café
Estuviera muy caliente, al ver que el sol
No iba a calentarnos, y que los mendrugos
Fueran por milagro una barra de pan con mantequilla.
A las siete un hombre salió al balcón.
Permaneció un minuto allí solo, en el balcón
Mirando por sobre nuestras cabezas hacia el río.
Un sirviente le entregaba todo lo necesario para hacer el
milagro,
Que consistía en una ola taza de café
Y en un panecillo que se puso a desmenuzar.
Su cabeza, por así decirlo, en las nubes con el sol.
¿Estaba loco el hombre? ¡Qué intentaba hacer
Bajo el sol, allá arriba en su balcón!
Cada uno recibió un mendrugo
Bastante duro, que algunos arrojaron con desdén al río,
Y, una gota de café dentro de una taza.
Algunos de nosotros rondábamos, esperando el milagro.
Puedo contar qué es lo que vi de cerca: no era ningún
milagro.
En el sol había una hermosa villa
Y de sus puertas venía el olor a café caliente.
Enfrente, un balcón blanco y barroco de yeso,
Con pájaros que anidaban a lo largo del río
-yo los vi al acercar un ojo a la migaja-
Y galerías y habitaciones de mármol. Mi migaja,
Mi mansión, hechas para mí por un milagro,
A través de los tiempos por los insectos y los pájaros,
Y el río trabajando la piedra. Cada día me siento al sol
En mi balcón a la hora del desayuno,
Con los pies hacia arriba, y bebo galones de café.
Lamíamos el mendrugo y nos tragábamos el café.
Una ventana acogía el sol a través del río,
Como si el milagro se realizase en el balcón equivocado.
QUAI D’ORLEANS
Cada barcaza remolca por el río
Una poderosa estela,
Una gigantesca hoja de roble de luces grises
Sobre el gris más apagado,
Y detrás van las hojas reales flotando
Río abajo hacia el mar.
Venas de mercurio en hojas gigantes,
Los rizos,
Creados por los lados del quai,
Para extinguirse contra los muros
Tan suavemente como la lluvia de estrellas
Que se extingue en un punto del cielo.
Y multitud de pequeñas hojas, hojas reales,
Arrastrándose, a la deriva,
Para desaparecer modestamente río abajo,
Disolviéndose al entrar en el mar.
Nosotras permanecemos tan tranquilas como las piedras
Observando las hojas y rizos
Mientras la luz y las nerviosas aguas
mantienen su entrevista.
“Sí lo que vemos”, deseo decírtelo,
“pudiese olvidarnos la mitad de fácilmente que a sí mismo…
Pero mientras vivamos no nos libraremos de los físiles de
hojas”.
PEQUEÑO EJERCICIO
Pensar en la tormenta vagando con dificultad por el cielo
Como un perro buscando un lugar para dormir,
Escucharla gruñir.
Pensar en qué aspecto tendrían ahora los cayos de angle
Ahí afuera insensibles al relámpago
En la oscuridad: burdas, fibrosas familias,
Donde ocasionalmente una garza puede sacudir la cabeza,
Agitar las plumas, hacer un incierto comentario
Cuando brilla el agua circundante.
Pensar en el boulevard y en las pequeñas palmeras
Puestas en hilera, apareciendo de repente
Como puñados de blandas espinas de pez.
Está lloviendo. El bulevar
Y sus aceras rotas con hierbajos en cada grieta
Se han puesto de relieve al mojarse, el mar al refrescarse.
Ahora la tormenta se convierte en una serie
De pequeñas, mal iluminadas escenas de batallas
Cada una en “Otra parte del campo”.
Pensar en alguien durmiendo en el fondo de un bote de remos
Amarrado a una raíz de mangle o a la pila de un puente:
Pensar en él como alguien a salvo, apenas dañado.
COOTCHIE
Cootchie, sirvienta de Miss Lula, yace en la marga.
Negra dentro de blanco, ella se fue
Bajo la superficie del arrecife de coral.
Gastó su vida trajinando para Miss Lula,
Que es sorda,
Cenando en el mármol del fregadero
Mientras Lula lo hacía en la mesa de la cocina.
Los cielos fueron de un blanco de huevo para el funeral,
Y las caras negras.
Esta noche la luz de la luna aliviará
La fusión de las rosas de cera
Plantadas en las latas llenas de arena
Puestas en línea para marcar las pérdidas de Miss Lula.
Pero ¿quién gritará para que ella lo entienda?
Buscando la tierra y el mar para algún otro,
El faro encontrará la tumba de Cootchie
Y, por tr ivial, la rechazará: el mar desesperado,
Ofrecerá ola tras ola.
UN SUEÑO DE VERANO
Al hundido embarcadero
Pocos barcos podían llegar.
La población se componía
De dos gigantes, un idiota, una enana,
Un amable tendero
Soñoliento detrás de su mostrador,
Y nuestra amable patrona
-la enana era su modista.
Al idiota podía seducírsele
Cogiendo unas moras,
Pero después las tiraba.
La encogida costurera sonreía.
Junto al mar,
Azul igual que una caballa,
Nuestra casa de huéspedes estaba manchada
Como si hubiese estado llorando.
Extraordinarios geranios
Tapaban las ventanas,
Los suelos brillaban
Con variados linóleums.
Cada noche esperábamos oír
La lechuza cornuda.
Iluminado por la llama en forma de cuerno de la lámpara,
El papel que cubrías las paredes brillaba.
El gigante tartamudo
Que era el hijo de la patrona
Refunfuñaba en los peldaños
Sobre una vieja gramática.
Estaba malhumorado,
Pero ella era alegre.
El dormitorio estaba frío,
La cama de plumas cerca.
Nos despertó en la oscuridad
El sonámbulo arroyo
Junto al mar,
Y el sueño era audible todavía.
INSOMNIO
La luna en el espejo del buró
Mira un millón de millas
(y quizá, con orgullo, se mira a sí misma,
Aunque nunca, nunca sonría)
Lejos, muy lejos, más allá del sueño.
O quizá ella duerme durante el día.
Abandonada por el universo,
Ella ha dicho que se vaya al infierno,
Y ha encontrado un cuerpo de agua
En un espejo en el cual morar.
Así envuelve las cuitas en una telaraña
Y las deja caer en el pozo para siempre
Dentro de aquel mundo invertido
Donde la izquierda es siempre la derecha,
Donde la sombra es realmente el cuerpo,
Donde nosotras estamos despiertas toda la noche,
Donde ahora los cielos son superficiales
Como el mar es profundo y tú me amas.
CARTA PARA N. Y.
En tu próxima carta desearía que me dijeses dónde vas y que
haces.
Cómo son los espectáculos, y después de los espectáculos,
En qué placeres han insistido:
Cogiendo taxis en medio de la noche,
Impulsándote como si fueses a salvar tu alma
Donde la calle da vueltas y vueltas alrededor del parque
Y el brillo del taxímetro es como una lechuza moral,
Y los árboles con el aspecto extraño y verde
Alzándose solitarios en grandes cuevas negras
Y de repente tú estás en un lugar distinto
Donde todo parece suceder en olas,
Y la mayor parte de las bromas no las puedes coger,
Como groserías borradas de una pizarra,
Y las canciones son ruidosas pero de alguna manera
inaudibles
Y se hace tan terriblemente tarde,
Y saliendo de la casa de piedra marrón oscuro
Hacia la acera gris y la calle regada,
Uno de los lados de los edificios se eleva con el sol
Como un brillante campo de trigo.
-Trigo, no cebada, querida. Temo
Que si es trigo no sea de tu sembrado,
Y sin embargo me gusta saber
Qué estás haciendo y adónde vas.
DISCUSIÓN
Días que no pueden acercarte,
O que no quieren,
Distancia intentado aparecer
Algo más que obstinada,
Discutir discutir discutir conmigo
Interminablemente
Sin que resultes ni menos deseada ni menos amada.
Distancia:
¡recordar toda aquella tierra
Bajo el avión;
Aquella línea de la costa,
De anchas playas de arena con poca luz
Alargándose sin poderlas distinguir
Todo el trayecto,
Todo el trayecto hacia donde terminan mis razones?
Días: y pienso
En todo este discordante montón de instrumentos,
Uno por cada hecho,
Una experiencia cancelando a otra;
Cuánto se parecían
A algún horrible calendario
“Saludos de Nunca & Para Siempre, S. A.”.
El son intimidatorio
De estas voces
Que hemos de descubrir por separado
Puede y debe ser vencido:
Días y Distancia desconcertados de nuevo
Y que ya han huido
Para siempre desde el amable campo de batalla.
INVITACIÓN A MISS MARIANNE MOORE
Desde Brooklyn, sobre el Puente de Brooklyn, en esta
agradable mañana,
Por favor, venga volando.
En una nube de apasionados, pálidos productos químicos,
Por favor, venga volando.
Por el rápido repicar
de miles de pequeños tambores azules
Descendiendo del cielo aborregado
Sobre la brillante tribuna del agua del puerto,
Por favor, venga volando.
Las sirenas, los estandartes y el humo ondean y suenan.
Los barcos están haciendo cordiales señales con multitud de
banderas
Subiendo y bajando como pájaros sobre el puerto.
Entre usted: dos ríos sostienen con elegancia
Incontables, pequeñas translúcidas jaleas
En un centro de mesa de cristal tallado con cadenas de plata
colgando.
El vuelo es seguro; el tiempo está a punto.
Las olas corren en versos esta amable mañana.
Por favor, venga volando.
Venga con la punta de cada zapato negro
Llevando un relevante zafiro,
Con una negra capa de alas de mariposa e ingeniosas
palabras.
Con los ángeles, el cielo sabe cuántos, todos cabalgando
en la ancha ala negra de su sombrero,
Por favor, venga volando.
Sosteniendo un inaudible ábaco musical,
Un delicado ceño fruncido que censura, y con cintas azules,
Por favor, venga volando.
Hechos y rascacielos centellean en la marea: Manhattan
Está todo él lavado por la moral esta agradable mañana,
Por tanto, por favor, venga volando.
Subiendo por el cielo con natural heroísmo,
Por encima de los accidentes, por encima de odiosas
películas,
Las cabinas de los taxis y las injusticias por todas partes,
Mientras los cláxones están resonando en sus bellas orejas
Que simultáneamente escuchan
Una suave música sin inventar, apropiada para el ciervo
almizclero,
Por favor, venga volando.
Para la que los sombríos museos tendrán un buen trato,
Como el cortés pardillo macho,
Para aquella a la que esperarán los agradables leones
echados
En las escaleras de la Biblioteca Pública,
Impaciente por subir y continuar a través de las puertas
Hacia arriba, a las salas de lectura,
Por favor, venga volando.
Podemos sentarnos y llorar; podemos ir de compras,
O jugar todo el rato al juego de ser malas
Con la serie, que no tiene precio, de los vocabularios,
O podemos valientemente lamentarnos, pero, por favor,
Por favor, venga volando.
Con dinastías de negativas construcciones
Oscureciéndose y agonizando en torno suyo,
Con gramáticas que con frecuencia vuelven y brillan
Como volantes bandadas de andarríos,
Por favor, venga volando.
Venga como una luz en el blanco cielo aborregado,
Venga como un cometa diurno
Con un largo y nunca confuso tren de palabras.
Desde Brooklyn, sobre el Puente de Brooklyn, en esta
agradable mañana,
Por favor, venga volando.
MODALES
Mi abuelo me decía,
Mientras íbamos sentados en el carruaje:
“Recuerda siempre hablarles
A todos los que encuentres”.
Nos encontramos un desconocido que iba a pie.
Mi abuelo se tocó el sombrero con el látigo.
“Buenos días, señor, un bello día”.
Así decía yo mientras hacía, desde mi asiento, una
reverencia.
Después adelantábamos a un chico que conocíamos,
Con su gran cuervo domesticado sobre el hombro.
“Hay que ofrecerse siempre a llevar a todo el mundo:
No olvides esto cuando seas mayor”,
Dijo mi abuelo. Y, de esta forma, Willy
Se montó con nosotros, pero el cuervo
Graznó un “!Cao! y después salió volando.
Yo estaba preocupada: ¿de qué forma sabría a dónde ir?
Pero volaba cada vez un pequeño tramo,
Desde una cerca a otra, por delante:
Y cuando Willy silbaba, él contestaba.
“Un espléndido pájaro, dijo mi abuelo,
Y está bien educado. Mira: contesta
Amablemente si se le habla.
Hombre o bestia, esto son buenos modales.
Seguro que así haréis siempre vosotros dos”.
Cuando pasaron los automóviles,
Las caras de la gente las ocultaba el polvo,
Pero gritábamos: “!Buenos días! ¡Buenos días!
¡Un bello día!” tan alto como podíamos.
Cuando veníamos a Hustler Hill,
Decía que la yegua estaba fatigada:
Así todos bajábamos y andábamos
Tal como requerían nuestros buenos modales.
ESTACIÓN DE SERVICIO
¡Oh, cómo está de sucia!
-esta pequeña estación de servicio,
Empapada de aceite, penetrada de aceite
Hasta alcanzar sobre todo una inquietante,
Negra translucidez.
¡Cuidado con esta cerilla!
El padre viste un sucio mono
-empapado de aceite, claro está-
Que ha cortado bajo los brazos.
Rápidos y descarados,
Y grasientos, le ayudan los hijos
(es una estación de servicio familiar),
Completamente sucios todos ellos.
¿Viven en la estación?
Hay un porche de cemento
Detrás de los surtidores, y en él
Un aplastado tresillo de mimbre
Impregnado de grasa:
En el sofá de mimbre
Hay un perro sucio, bastante cómodo.
Los libros de cómics dan
-cierto color. Están encima
De un tapete grande y turbio
Que cubre un taburete
(parte del tresillo)
Junto a una gran begonia hirsuta.
¿Por qué la extraña planta?
¿Por qué el taburete?
Y ¿por qué, oh, por qué el tapete?
(con marguerites, pienso,
Y con ganchillo grueso y gris).
Alguien bordó el tapete.
Alguien riega la planta, con agua
O quizá con aceite. Alguien
Ordena la hilera de bidones
De manera que dicen suavemente:
ESSO-SO-SO-SO
A los sofisticados automóviles.
Alguien nos ama a todos.
VISITAS A ST. ELIZABETHS
Ésta es la casa de Bedlam.
Éste es el hombre
Que está en la casa de Bedlam.
Éste es el tiempo
Del hombre trágico
Que está en la casa de Bedlam.
Éste es el reloj de pulsera
Que cuenta el tiempo
Del conversador
Que está en la casa de Bedlam.
Éste es el marinero
Que lleva el reloj
Que da la hora
Del hombre honrado
Que está en la casa de Bedlam.
Éste es el pantalán, todo él de tabla
Alcanzado por el marinero
Que lleva el reloj
Que da la hora
Del valiente anciano
Que está e la casa de Bedlam.
Éstos son los años y los muros de la sala,
Los vientos y las nubes del mar de tabla
Navegado por el marinero
Que lleva el reloj
Que da la hora
Del hombre malhumorado
Que está en la casa de Bedlam.
Éste es el Judio con un sombrero de papel de periódico
Que danza llorando abajo en la sala
Sobre el crujiente mar de tablas
Más allá del marinero
Que da cuerda a su reloj
Que da la hora
Del hombre cruel
Que está en la casa de Bedlam.
Éste es el mundo de los libros que se han vuelto pacos.
Éste es el Judío con un sombrero de papel de periódico
Que danza llorando abajo en la sala
Sobre el crujiente mar de tablas
Del marinero loco
Que da cuerda a su reloj
Que da la hora
Del hombre ocupado
Que está en la casa de Bedlam.
Éste es el muchacho que golpea el suelo
Para ver si el mundo está ahí, y si es plano,
Para el Judío viudo
con el sombrero de papel de periódico
Que danza llorando abajo en la sala
Bailando valses a lo largo del entarimado construido
Por el silencioso marinero
Que escucha su reloj
Que marca el tiempo
Del hombre tedioso
Que está en la casa de Bedlam.
Éstos son los años y los muros, y la puerta
Que se cierra sobre un muchacho que golpea el suelo
Para sentir si el mundo está ahí, y si es plano.
Éste es el Judío con el sombrero de papel de periódico
Que danza alegremente abajo en la sala
Dentro de la división de los mares de tabla
Más allá del silencioso marinero
que sacude su reloj
Que da la hora
Del poeta, el hombre
Que está en la casa de Bedlam.
Éste es el hogar del soldado desde la guerra.
Éstos son los años y los muros y la puerta
Que encierran a un muchacho que golpea el suelo
Para ver si el mundo es redondo o plano.
Éste el el Judío con el sombrero de papel de periódico
Que daza cuidadosamente abajo en el patio
Caminando por el tablón del ataúd de tabla
Con el marinero loco
Que muestra su reloj
Que da la hora
Del miserable
Que está en la casa de Bedlam.
EN LA SALA DE ESPERA
En Worcester, Massachusetts,
Acompañé a mi tía Consuelo
A su cita con el dentista
Y me senté a esperarla
En la sala de espera.
Era en invierno: oscurecía temprano.
La sala de espera
Estaba llena de gente adulta,
Con anoraks y abrigos,
Lámparas y revistas.
A mí me parecía que hacía mucho rato
Que mi tía estaba dentro
Y mientras esperaba
Leía el National
Geographic
(sabía leer) y, con todo detalle,
Iba estudiando las fotografías:
El interior de un volcán,
Negro y lleno de cenizas,
Que se vertía después
En riachuelos de fuego.
Osa y Martin Johnson
Vestían pantalones de montar,
Botas de cordones y salakof.
U hombre muerto colgado de un palo
-“Carne para comer”, decía el letrero,
Niños con cabezas puntiagudas
Que envolvían con más y más cordel.
Mujeres negras desnudas
Con el cuello enrollado con más y más alambre,
Como si fuesen cuellos de bombillas.
Sus pechos eran horrorosos.
Lo leí todo de punta a punta.
Era demasiado tímida para detenerme.
Y después miré la cubierta:
Los márgenes amarillos, la fecha.
De pronto, desde dentro,
Llegó un ¡oh! de
dolor
-la voz de tía Consuelo-
Ni muy fuerte ni muy largo.
No me causó sorpresa:
Incluso entonces sabía
Que era una mujer atolondrada y tímida.
Podría haberme avergonzado
Y, en cambio, no lo estaba.
Lo que sí me cogió completamente por sorpresa
Fue que aquello fuese yo:
Mi voz, en mi boca.
Sin pensármelo en absoluto
Yo era la atolondrada de mi tía.
Yo –nosotras- caíamos, caíamos,
Con los ojos pegados a las cubiertas
Del National
Geographic,
El de febrero de 1918.
Me decía a mí misma:
Tres días y tendrás ya siete años.
Decía esto para detener
Aquella sensación de caer,
Desde este redondo mundo que giraba,
Al frío espacio azul-negro.
Pero sentí: tú eres un yo,
Tú eres una Elizabeth,
Tú eres una de ellas.
¿Por qué también
habrías de ser una?
Casi no me atrevía a mirar
Para ver qué era esto que yo era.
De reojo de un vistazo
-no me atrevía a mirar más arriba-
A la gris oscuridad de las rodillas,
Pantalones, faldas, botas
Y distintos pares de manos
Descansando bajo las lámparas.
Sabía que nada más extraño
Había sucedido jamás, que nada
Más extraño podría pasar nunca.
¿Por qué habría yo de ser mi tía,
O yo misma, o cualquier otra?
¿Qué semejanzas
-botas, manos, la voz familiar
Que sentía en la garganta
O incluso el National
Geographic
Y aquellos horribles pechos colgantes-
Nos sostenían a todas juntas
O de todas nosotras hacían precisamente una?
¿Qué –yo aún no conocía
Palabra alguna para esto- que “inverosímil”…?
¿Cómo había llegado a estar allí,
Igual que ellos, y oído sin querer
Un grito de dolor que hubiese podido
Hacerse cada vez más alto y empeorar, pero que no lo hizo?
La sala de espera era luminosa
Y hacía demasiado calor. Yo estaba deslizándome
Bajo una gran ola negra,
Y otra, y otra.
Entonces volví allí.
La guerra proseguía. Afuera,
En Worcester, Massachusetts,
Era de noche, se fundía la nieve y hacía frío
Y todavía era cinco
De febrero de 1918.
Del tamaño de un billete de dólar de los de antaño,
Americano o canadiense,
Casti toda en los mimos blancos, grises verdosos y grises
acerados,
Esta pequeña pintura (¿un esbozo para una mayor?)
Nunca ha ganado dinero alguno en su vida.
Inútil y sin una ubicación, ha pasado setenta años
Igual que un pequeño recuerdo de familia
Dejada a ramas colaterales de sus dueños,
Que la miraron algún día, o o se molestaron ni en mirarla.
Ha de ser Nova Scotia: sólo allí
Una ve las mansardas de las casas de madera
Pintadas de un castaño tan feo como éste.
El pequeño trozo que se ve de las otras casas es blanco.
Olmos, colinas bajas, una fina aguja de iglesia
-¿o es una humareda azul gris? En primer plano
Unos prados inundados con algunas vacas diminutas:
Cada una hecha de dos pinceladas, pero vacas de verdad.
Dos minúsculas ocas blancas en el agua azul,
Una tras otra, alimentándose, y un palo de amiar inclinado.
Arriba, más cerca, un lirio salvaje, blanco y amarillo,
Un garabato hecho con pintura desde el tubo.
El aire es fresco y frío: La fría primavera anticipada,
Clara como de cristal gris; media pulgada de cielo azul
Bajo aceradas nubes de tormenta
(que eran la especialidad del artista).
La mota de un pájaro vuela por la izquierda.
¿O es una mota de mosca que se ve como un pájaro?
¡Cielos! ¡Reconozco el lugar, lo reconozco!
Está detrás de –casi puedo recordar el nombre del granjero.
La trasera del granero daba a este prado. Es esto,
Un blanco toque de titanio. La aguja insinuada
Apenas por algunos pelos del pincel,
Ha de ser la Iglesia Presbiteriana.
¿Será esta la casa de Miss Gillespie?
Estas ocas y vacas son
Naturalmente, de antes de mi tiempo.
Un esbozo pintado en una hora, “de una sola vez”,
¿Lo quieres?
Probablemente nunca
Tendré un lugar donde
colgarlo.
Tu tío George, no, el
mmío, mi tío George,
Que era tu tío abuelo,
las dejó todas a mi madre
Al volver a
Inglaterra,
Sabes, fue bastante
famoso, un Académico.
Yo no lo conocí. Nosotras dos, por lo que parece, conocíamos
este lugar,
Verdaderamente un lugar remoto,
Que habíamos contemplado tantas veces que nos lo sabíamos de
memoria,
Cada una por separado, a lo largo de los años. Qué extraño.
Y lo amamos aún,
O amamos su recuerdo (debe haber cambiado mucho).
Nuestras visiones coincidían –“visión”
Es una palabra demasiado seria- nuestras miradas, dos
miradas:
El arte “copiando la vida” y la vida copiándose ella misma,
Vida y recuerdo tan comprimidos
Que uno se ha convertido en el otro. ¿Cuál es cuál?
Vida y recuerdo tan estrecho,
Turbio, en un pedazo de conglomerado,
Turbio pero cuán vivo, cuán conmovedor en el detalle
-lo poco que gratuitamente recibimos,
Lo poco de nuestra terrenal confianza. No mucho.
Más o menos de la medida de nuestra capacidad de aguante
Junto a la capacidad de las vacas rumiando,
El lirio, fresco y tembloroso, el agua
En calma desde las inundaciones primaverales,
Los –todavía no desmantelados- olmos, las ocas.
NORTH HAVEN
In memoriam: Robert Lowell
Puedo distinguir el
aparejo de una goleta
A una milla. Puedo
contar
Las piñas nuevas del
abeto. Hay tanta calma
Que la pálida bahía
tiene una piel lechosa, el cielo
Sin nubes, excepto una
larga, cardada cola de caballo.
Las islas no han cambiado desde el último verano,
A pesar de que a mí me guste simular que lo han hecho
-a la deriva, de un modo soñador-
Un poco hacia el norte, un poco hacia el sur, o esviado
Y que son libres dentro de las azules fronteras de la bahía.
Este mes, nuestra favorita está llena de flores:
Ranúnculos, tréboles rojos, arvejas púrpura,
Flores de roca todavía ardientes, moteadas margaritas,
siemprevivas,
Las incandescentes estrellas de los fragantes macizos de
galios,
Y más aún, que han vuelto a pintar gozosas los prados.
Los jilgueros han vuelto, o bien otros como ellos,
Y el canto de cinco notas del gorrión de cuello blanco,
Suplicando y suplicando, humedeciendo de lágrimas los ojos.
La Naturaleza se repite, o casi:
Repetir, repetir,
repetir: corregir, corregir, corregir.
Me consta que hace años fue aquí
(¿en 1932?) donde por vez primera “descubriste las chicas”
Y aprendiste a navegar, a aprendiste a besar.
Sentiste “una tal alegría”, decías, aquel famoso verano.
(“Alegría” –esto siempre parecía dejarte perplejo…).
Tu izquierdoso North Haven, anclado en sus rocas,
Flotando en místico azul… Y ahora –tú te has ido para
siempre.
No puedes desordenar o reordenar de nuevo tus poemas,
(Pero los gorriones pueden hacerlo con su canto).
Las palabras no volverán a cambiar. Triste amigo, tú no
puedes cambiar.
SONETO
Suspendida –la burbuja
En el espiritual nivel-
Una criatura dividida:
Y la aguja del compás
Tambaleándose y ondulando,
Indecisa.
Liberada –el mercurio
Del termómetro roto
Huyendo;
Y el pájaro arco iris
Desde el estrecho sesgo
Del vacío espejo,
Volando a todas partes
Se siente así, ¡Alegre!
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