Salvatore Quasimodo fue un poeta italiano nacido en Modica
el 20 de agosto de 1901. Su padre era jefe de estación de trenes en Ragusa y,
después del terremoto que asoló Messina el 28 de diciembre de 1908, se traslada
a esta ciudad con la familia para ayudar
en la reconstrucción de la red ferroviaria que había sido totalmente destruida.
La mayoría de las personas que se salvaron de morir aplastadas bajo los
escombros acabarían ahogándose bajo las olas levantadas por el tsunami que se
produjo poco después. Esta experiencia de desolación iba a dejar huella en la
poesía del futuro poeta, que al principio de su traslado tuvo que vivir con su
familia en el interior de un vagón de carga en una vía muerta. Sus primeros recuerdos están impregnados por
el contacto físico con la muerte en una ciudad devastada en la que se acumulan
los cadáveres descompuestos. De aquí probablemente procede la orientación
social de su poesía y su compromiso con el dolor ajeno. Cursa estudios en el
Instituto Técnico, donde se forma con intelectuales de la talla de Francesco
Satullo y Federico Rampullo, quienes lo acercaron a la filosofía de San
Agustín, los poetas franceses y la literatura rusa. Conoció a temprana edad al
político ecumenista Giorgio La Pira, amigo íntimo con el que fundó la revista
Nuovo Giornale Letterario, en cuyas páginas publicó sus primeros versos.
Animado por La Pira, comenzó a estudiar latín y griego, lo que más tarde se
convertiría en una de las vocaciones del poeta: su labor como traductor de los
grandes clásicos, que culminaría en 1940 con la publicación de “Líricos
griegos”. En 1919 se matricula en ingeniería en el Politécnico de Roma. En 1926
gana una plaza de funcionario aparejador en Reggio di Calabría. Su primer libro
publicado data de 1930, “Aguas y Tierras”, colección de poemas en las que el
dolor, el miedo y la inquietud se manifiestan en una forma metafísica. En estos
poemas se expresa de manera directa el combate entre el poeta y la vida. Son
unos poemas despreocupados de la forma, muchas veces escritos en un tono
confidencial desprovisto de romanticismo y alejados de la elocuencia. Dos años
después publica “Oboe sumergido”, obra que despierta un gran interés entre los
críticos literarios. En 1934 se traslada a vivir definitivamente a Milán,
frecuenta sus círculos literarios y toma posesión de la Cátedra de Literatura
Italiana en el Conservatorio de Música Giuseppe Verdi. En 1938 renuncia a su
trabajo de aparejador para hacerse cargo de la redacción de la revista “Il Tempo”, en una labor de oposición
al fascismo. En 1942 publica con gran éxito “Y de repente la noche”, obra en la
que recoge una antología de su producción poética anterior. A finales de la década se gana la vida como
traductor y escribiendo artículos para los periódicos. Su poesía, adscrita al
movimiento hermético, experimentará a
partir de la guerra un tono más ácido y un contenido más social, que se refleja
en libros como “La vida no es sueño” (1948) o “La tierra incomparable” (1958).
María Teresa Meneses ha cifrado los motivos de este compromiso civil en el
sentimiento de la poesía entendida como misión entre los hombres, la
reconquista de una patria y el descubrimiento de la fraternidad entre los
pueblos. En 1959 es distinguido con el premio Nobel de literatura, “por sus
poemas que con ardor clásico expresan el sentimiento clásico de la vida de
nuestro tiempo”. Su elección no fue bien recibida entre los círculos literarios
italianos, que preferían que dicho premio hubiera recaído en Eugenio Montale o
en Giuseppe Ungaretti, situación que acabaría dejando un poso agridulce en los
últimos años de su vida. En el discurso
leído en la recogida del premio, titulada “El poeta y el político”, describe
una constante histórica: la eterna discordia entre el político y el poeta. Para
Quasimodo, el verdadero poeta siempre es un personaje peligroso y el político
juzga su libertad cultural con sospecha, tratando de restringir su poder
disolvente por todos los medios, a veces estimulando la poesía más inocua,
otras dejando que se degrade la cultura. En la década de los 60 su poesía tomo
un carácter más íntimo: especialmente notable es su último libro, “Dar y Tener”
(1959-1965). Volcado durante los últimos años en fustigar la política y la
cultura italiana a través de sus artículos periodísticos, murió en 1967 a
consecuencia de una hemorragia cerebral que le sobrevino mientras presidia en
Nápoles el jurado de un premio literario. (La traducción de los poemas se le debe a Carlos Frabetti).
Y ENSEGUIDA
ANOCHECE
Cada uno
está solo sobre el corazón de la tierra
Traspasado por
un rayo de sol:
Y enseguida
anochece.
(“Aguas y Tierras”, 1920-1929)
HOMBRE DE MI
TIEMPO
Todavía eres
el de la piedra y la honda
Hombre de mi
tiempo. Estabas en la carlinga,
Con las alas
malignas, los cuadrantes de muerte,
-te he
visto- en el carro de fuego, en las horcas,
En los
potros de tortura. Te he visto: eras tú,
Con tu
ciencia exacta dispuesta al exterminio,
Sin amor,
sin Cristo. Has matado de nuevo,
Como
siempre, como mataron los padres, como mataron
Los animales
que te vieron por primera vez.
Y esta
sangre huela como el día
En que el
hermano dijo al hermano:
“Vamos a los
campos”. Y aquel eco frío, tenaz,
Ha llegado
hasta ti, a tu jornada.
Olvidad, oh
hijos, las nueves de sangre
Que se
elevaron de la tierra, olvidad a los padres:
Sus tumbas
se hunden en las cenizas,
Los pájaros
negros, el viento, cubren su corazón.
(“Día tras día”, 1947)
De la red
del oro cuelgan arañas repugnantes.
(“El falso y verdadero verde”, 1949-1955)
SIN MEMORIA
DE LA MUERTE
Primavera
Levanta árboles y ríos;
La voz honda
no oigo,
Perdido en
ti, amada.
Sin memoria
de la muerte,
Juntos en la
carne,
El rumor del
último día
Nos
despierta adolescentes.
Nadie nos
oye;
¡Leve
respiración de la sangre!
Hecha rama
Florece en
tu costado
Mi mano.
De plantas
piedras aguas,
Nacen los
animales
Al soplo del
aire.
(“Oboe sumergido”, 1932)
A LA NOCHE
De tu matriz
Emerjo
desmemoriado
Y lloro.
Caminan
ángeles, mudos
Conmigo; las
cosas no tienen aliento;
Toda voz
convertida en piedra,
Silencio de
cielos sepultados.
Tu primer
hombre
No sabe,
pero sufre.
(“Oboe Sumergido”, 1932)
A TU LUZ
NÁUFRAGO
Nazco a tu
luz náufrago,
Noche de
aguas límpidas.
De serenas
hojas
Arde el aire
consolado.
Desarraigado
de los vivos,
Corazón
provisorio,
Soy límite
vano.
Tu tremendo
don
de palabras,
Señor,
Pago
asiduamente.
Despiértame
de entre los muertos:
Cada uno ha
tomado su tierra
Y su mujer.
Tú has
mirado dentro de mí
En la
oscuridad de las vísceras:
Mi
desesperación nadie tiene
En su
corazón.
Soy un
hombre solo,
Un solo
infierno.
“Erato y Apolo”, 1932-1936)
DE MI OLOR
DE HOMBRE
En los
árboles asesinados
Ululan los
infiernos.
Duerme el
verano en la miel virgen,
El lagarto
en su infancia de monstruo.
De mi olor
de hombre
Gracia al
aire de los ángeles,
Al agua mi
corazón celeste
En la fértil
oscuridad de célula.
(“Erato y Apolo”, 1932-1936)
DE NUEVO UN
VERDE RÍO
De nuevo un
verde río me saquea,
Y una
concordia de hierba y álamos,
Donde se
olvida la luz de la nieve muerta.
Y aquí en la
noche, un dulce cordero
Ha gritado
con la cabeza ensangrentada:
Diluvia en
ese grito el tiempo
De los
largos lobos invernales,
Del pozo
patria del trueno.
(“Nuevas Poesías, 1936-1942)
YA VUELA LA
FLOR SECA
No sabré
nada de mi vida
Oscura
monótona sangre.
No sabré a
quien amaba, a quién amo,
Ahora que
aquí restringido, reducido a mis miembros,
En el
corrompido viento de marzo
Enumero los
males de los días descifrados.
Ya vuela la
flor seca
De las
ramas. Y espero
La paciencia
de su vuelo irrevocable.
(“Nuevas Poesías”, 1936-1942)
MILAN,
AGOSTO DE 1943
En vano
buscas entre el polvo,
Pobre mano,
la ciudad está muerta.
Está muerta:
se ha oído el último estruendo
En el
corazón del Naviglio. Y el ruiseñor
Se ha caído
de la antena, alta sobre el convento,
Donde
cantaba antes del crepúsculo.
No cavéis
pozos en los patios:
Los vivos ya
no tienen sed.
No toquéis a
los muertos, tan rojos, tan hinchados:
Dejadlos en
la tierra de sus casas:
La ciudad
está muerta, está muerta.
(“Día
tras día”, 1947)
ELEGÍA
Gélida
mensajera de la noche,
Has
regresado limpia a los balcones
De las casas
destruidas e iluminas
Tumbas
ignotas, desolados restos
De la tierra
humeante. Aquí reposa
Nuestro
sueño. Y te vuelves solitaria
Hacia el
norte, donde todo corre
Sin luz
hacia la muerte, y tú resistes.
(“Día
tras día”, 1947)
EPITAFIO
PARA BICE DONETTI
Con los ojos
hacia la lluvia y los elfos de la noche,
Está allí,
en el campo número quince, en Musocco,
La mujer
Emiliana que yo amé
En el tiempo
triste de la juventud.
Hace poco
fue sorprendida por la muerte
Mientras
miraba tranquila el viento del otoño
Agitar las
ramas de los plátanos y las hojas
Desde su
gris casa de la periferia.
Su rostro
aún está vivo de sorpresa,
Como sin
duda lo estuvo en la infancia, deslumbrado
Por el
tragallamas alto sobre el carromato,
Oh tú, que
pasas, empujado por otros muertos,
Ante la fosa
mil ciento sesenta,
Deténte un
minuto a saludar
A la que
nunca se lamentó del hombre
Que aquí
queda, odiado, con sus versos,
Uno de
tantos, obrero de sueños.
(“La
vida no es sueño”, 1946-1948)
COLOR DE
LLUVIA Y DE HIERRO
Decías:
muerte silencio soledad;
Como amor,
vida. Palabras
De nuestras
provisorias imágenes.
Y el viento
se ha alzado leve cada mañana
Y el tiempo
color de lluvia y de hierro
Ha pasado
sobre las piedras,
Sobre
nuestro cerrado zumbido de malditos.
La verdad
todavía está lejos.
Y dime,
hombre quebrantado en la cruz,
Y tú, el de
las manos hinchadas de sangre,
¿qué le
contestaré a los que preguntan?
Ahora,
ahora: antes de que más silencio
Entre en los
ojos, antes de que más viento
Se alce y
más herrumbre florezca.
(“La
vida no es sueño”, 1946-1948)
MI PAÍS ES
ITALIA
Más los días
se alejan dispersos
Y más
vuelven al corazón de los poetas.
Allí los
campos de Polonia, la llanura de Kutno
Con las
colinas de cadáveres que arden
En nubes de
nafta, allí las alambradas
Para la
cuarentena de Israel,
La sangre
entre los desechos, el exantema tórrido,
Las cadenas
de pobres muertos hace ya mucho
Y fulminados
en las fosas abiertas con sus manos,
Allí
Buchenwad, el apacible bosque de hayas,
Sus hornos
malditos; allí Stalingrado
Y Minsk
sobre las marismas y la nieve putrefacta.
Los poetas
no olvidan. ¡Oh la multitud de los viles
De los
vencidos de los perdonados por la misericordia!
Todo se
trastorna, pero los muertos no se venden.
Mi país es
Italia, enemigo más extranjero,
Y yo canto
su pueblo y también el llanto
Cubierto por
el ruido de su mar,
El límpido
luto de las madres, canto su vida.
(“La
vida es sueño”, 1946-1948)
ENEMIGA DE
LA MUERTE
Tú no
debiste, querida,
Arrancar tu
imagen del mundo,
Quitarnos
una medida de belleza.
Enemigos de
la muerte, ¿qué haremos
Inclinados
ante tus pies rosa,
Sobre tu
costado violeta?
No has
dejado joja ni palabra
De tu último
día o un no a cada cosa
Aparecida
sobre la tierra, un no al monótono
Diario de
los hombres. La triste, estival
Ancla de
luna arrastró
Tus sueños:
colinas árboles luz,
Noches
aguas; no confusos
Pensamientos,
sueños verdaderos
Arrancados
de la mente que decidió
Súbitamente
por ti
El tiempo,
la vileza futura. Ahora
Estás tras
duras puertas,
Enemiga de
la muerte: -¿Quién grita, quién grita?-
Has matado
de un soplo la belleza
La has
fulminado para siempre, la has desgarrado
Sin un
lamento por su loca
Sombra, que
extiende sobre nosotros. No bastabas,
Belleza,
soledad deshecha.
Has hecho un
gesto en la oscuridad, has escrito
Tu nombre en
el aire o ese no a todo
Lo que bulle
a uno y otro lado del viento.
Sé lo que
querías con el vestido nuevo,
Conozco la
pregunta que vuelve vacía.
No hay para
nosotros, no hay para ti respuesta,
Oh musgo y
flores, oh querida
Enemiga de
la muerte.
(“El
falso y verdadero verde”, 1949-1955)
A LOS
HERMANOS CERVI, A SU ITALIA
Por toda la
tierra ríen hombres viles,
Príncipes,
poetas, que repiten el mundo
En sueños,
sabios de malicia y ladrones
De
sabiduría. También en mi patria se ríen
De la
piedad, del corazón paciente, la solitaria
Melancolía
de los pobres. Y mi tierra es hermosa
De hombres y
de árboles, de martirio, de figuras
De piedra y
de color, de antiguas meditaciones.
Los
extranjeros palpan con dedos de mercader
El pecho de
nuestros santos, nuestras reliquias de amor,
Beben vino e
incienso bajo la intensa luna
De las
orillas, con guitarras de reyes acompañan
Cantos de
volcanes. Hace años y años
Que llegan
armados, se deslizan por los valles
A lo largo
de las llanuras con los animales y los ríos.
En la noche
dulcísima Polifemo llora
Aquí todavía
su ojo apagado por el navegante
De la isla
lejana. Y la rama de olivo sigue ardiendo.
También aquí
dividen en sueños la naturaleza,
Visten la
muerte y ríen los enemigos
Familiares.
Algunos estaban conmigo en el tiempo
De los
versos de amor y soledad, en los confusos
Dolores de
lentos molinos y de lágrimas.
En mi
corazón terminó su historia
Cuando
cayeron los árboles y las murallas
Entre furias
y lamentos fraternos en la ciudad lombarda.
Pero yo
escribo todavía palabras de amor,
Y también
ésta es una carta de amor
A mi tierra.
Escribo a los hermanos Cervi,
No a las
siete estrellas de la Osa: a los siete emilianos
de los
campos. Tenían pocos libros en el corazón,
Murieron
echando dados de amor en el silencio.
No sabían
los soldados filósofos poetas
De este
humanismo de raza campesina.
El amor la
muerte en una fosa de niebla poco profunda.
Toda tierra
quisiera vuestros nombres de fuerza, de pudor,
No como
recuerdo, sino para los días que se arrastran
Lentos de
historia, rápidos de máquinas de sangre.
(“El
falso y verdadero verde”, 1949-1955)
VISIBLE,
INVISIBLE
Visible,
invisible
El carretero
en el horizonte
Entre los
brazos del camino llama
Contesta a
la voz de las islas.
Tampoco yo
voy a la deriva,
En torno
gira el mudo, leo
Mi historia
como guardián nocturno
En las horas
de lluvia. El secreto tiene márgenes
Felices,
estratagemas, atracciones difíciles.
Mi vida,
habitantes crueles y sonrientes
De mis
caminos, de mis paisajes,
No tiene
manijas en las puertas.
No me
preparo para la muerte,
Conozco el
principio de las cosas,
El fin es
una superficie por la que viaja
El invasor
de mi sombra.
Yo no
conozco las sombras.
(“La
tierra incomparable”, 1955-1958)
AL PADRE
Donde sobre
las aguas violeta
Estaba
Mesina, entre cables rotos
Y escombros
tú recorres vías
Y agujas con
tu gorro de gallo
Isleño. El
terremoto rebulle
Desde hace
tres días, es un diciembre de huracanes
Y mar
envenenado. Nuestras noches caen
En los vagones
de mercancías y nosotros, ganado infame
Contamos
sueños polvorientos con los muertos
Destrozados
por las máquinas, mordisqueando almendras
Y ristras de
manzanas secas. La ciencia
Del dolor
puso verdad y filos
En los
juegos de las llanuras de malaria
Amarilla y
terciana hinchada de barro.
Tu paciencia
Triste,
delicada, nos robó el miedo,
Fue lección
de días unidos a la muerte traicionada, al vilipendio de los ladrones
Atrapados
entre los escombros y ajusticiados en la oscuridad
Por la
fusilería de los desembarcos, una cuenta
De números
bajos que resultaba exacta
Concéntrica,
un balance de vida futura.
Tu gorro de
sol iba arriba y abajo
Por el poco
espacio que siempre te han dejado.
También a mí
me lo racionaron todo,
Y he llevado
tu nombre
Un poco más allá
del odio y de la envidia.
Aquel rojo
en tu cabeza era una mitra,
Una corona
con alas de águila.
Y ahora en
el águila de tus noventa años
He querido
hablar contigo, con tus señales
De partida
coloreadas por la linterna
Nocturna, y
aquí desde una rueda
Imperfecta
del mundo,
Sobre una
plenitud de muros cerrados,
Lejos de los
jazmines de Arabia
Entre los
que aún estás, para decirte
Lo que
antaño no pude –difícil afinidad
De
pensamientos- para decirte, y no nos escuchan sólo
Cigalas de
Biviere, agaves lentiscos,
Como el
campesino dice a su señor:
“Le beso la
manos.” Esto, nada más.
Oscuramente
fuerte es la vida.
(“La tierra incomparable”, 1955-1958)
EL MURO
Contra ti
alzan un muro
En silencio,
piedra y cal piedra y odio,
Cada día
desde zonas más elevadas
Bajan la
plomada. Los albañiles
Son todos
iguales, pequeños, oscuros
De rostro,
maliciosos. En el muro
Apuntan
juicios sobre los deberes
Del mundo, y
si la lluvia los borra
Los
reescriben, con trazos aún más amplios.
De vez en
cuando alguno cae
De los
andamios y enseguida otro
Corre a
ocupar su puesto. No visten monos
Azules y
hablan en una jerga alusiva.
Alto es el
muro de roca,
En los
huecos de las vigas ahora se deslizan
Reptiles y
alacranes, cuelgan hierbajos negros.
La oscura
defensa vertical evita
desde un
solo horizonte los meridianos
de la
tierra, y el cielo no cubre.
Del otro
lado de este reparo
Tu no pides
gracia ni confusión.
(“La
tierra incomparable”, 1955-1958)
EN ESTA
CIUDAD
En esta
ciudad también está la máquina
Que tritura
los sueños: con una ficha
Viva, un
pequeño disco de dolor,
Enseguida
estás al otro lado, en esta tierra,
Desconocido
en medio de sombras delirantes
Sobre algas
de fósforo hongos de humo:
Un carrusel
de monstruos
Que gira
sobre conchas
Que
resonando pútridas se quiebran.
Está en un
bar que hace esquina, allá a la vuelta
De los
plátanos, aquí en mi ciudad
O en otra
parte. Vamos, ya se pone en marcha.
(“La tierra incomparable”, 1955-1958)
TODAVÍA EL
INFIERNO
No nos
diréis una noche gritando
Por los
megáfonos, una noche
De azahar,
de nacimientos, de amores
Recién
comenzados, que el hidrógeno
En nombre
del derecho abrasa
La tierra.
Los animales, los bosques se funden
En el Área
de la destrucción, el fuego
Es visco
sobre los cráneos de los caballos,
En los ojos
humanos. Luego, a nosotros los muertos
Vosotros los
muertos dictaréis nuevas tablas
de la ley.
En el antiguo lenguaje
otros signos,
perfiles de puñales.
Alguien
balbucirá sobre las escorias,
Lo inventará
todo de nuevo
O nada en la
suerte uniforme,
El murmullo
de las corrientes, el crepitar
De la luz.
No la esperanza
Dictaréis
vosotros los muertos a nuestra muerte
En los
embudos de lodo hirviente,
Aquí en el
infierno.
(“La tierra incomparable”, 1955-1958)
CASI UN
EPIGRAMA
El
contorsionista en el bar, melancólico
Y bohemio,
se levanta de pronto
En un rincón
e invita a un rápido
Espectáculo.
Se quita la chaqueta
Exhibiendo
un jersey rojo, arquea la espalda
Hacia atrás y
recoge como un perro
Un pañuelo
sucio
Con la boca.
Repite un par de veces
El
descamisado puente y luego se inclina
Con su plato
de plástico. Augura
Con ojos de
hurón
Suerte en
las quinielas y desaparece.
La
civilización del átomo en su cumbre.
(“La
Tierra incomparable”, 1955-1958)
LOS SOLDADOS
LLORAN DE NOCHE
Ni la cruz
ni la infancia bastan,
Ni el
martillo del Gólgota, la angélica
Memoria,
para quebrar la guerra.
Los soldados
lloran de noche
Antes de
morir, son fuertes, caen
A los pies
de palabras aprendidas
Bajo las
armas de la vida.
Números
amantes, soldados,
Anónimas
lluvias de lágrimas.
(“La
tierra incomparable”, 1955-1958)
A LA NUEVA
LUNA
En el
principio Dios creó el cielo
Y la tierra,
y luego en su día
Exacto puso
las luminarias en el cielo
Y el séptimo
día descansó.
Después de
millones de años el hombre,
Hecho a su
imagen y semejanza,
Sin
descansar nunca, con su
Inteligencia
laica,
Sin temor,
en el cielo sereno
De una noche
de octubre
Puso otras
luminarias iguales a las que giraban
desde la
creación del mundo. Amén.
(“La
tierra incomparable”, 1955-1958)
DAR Y TENER
Nada me das,
no das ada,
Tú que me escuchas.
La sangre
De las
guerras se ha secado,
El desprecio
es un deseo puro
Y no provoca
un gesto
De un
pensamiento humano,
Fuera de la
hora de la piedad.
Dar y tener.
En mi voz
Hay al menos
un signo
De geometría
viva,
En la tuya,
una caracola
Muerta con lamentos
fúnebres.
(“Dar y tener”, 1959-1965)
SÓLO CON QUE
AMOR TE ALCANCE
No olvides
que vives en medio de los animales
Los caballos
los gatos las ratas de cloaca
Brunas como
la mujer de Salomón tremendo
Campo de
banderas desplegadas,
No olvides
el perro con lengua y rabo
De armonías
de lo irreal ni el lagarto el mirlo
El ruiseñor
la víbora el fuego. Te gusta pensar
Que vives
entre hombres puros y mujeres
Virtuosas
que no tocan
El grito de
la rana en celo, verde
Como la más
verde rama de la sangre.
Los pájaros
te miran desde los árboles y las hojas
Para
siempre, su reliquia sabe a cartílago
Quemado a
plástico corrupto; no olvides
Que eres un
animal hábil y sinuoso
Que violenta
tórrido y lo quiere todo aquí
En la tierra
antes del último grito
Cuando el
cuerpo es cadencia de memorias apelmazadas
Y el
espíritu se apresura hacia el fin eterno:
Recuerda que
puedes ser el ser del ser
Sólo con que
amor te alcance de lleno en las vísceras.
(“Dar
y tener”, 1959-1965)
BALLESTEROS
TOSCANOS
Vestidos con
llamativos brocados los ballesteros
En la plaza
de la ciudad toscana,
Sin tambores
victoriosos,
Intentan
alcanzar el blanco
Con una
flecha medieval. Los jóvenes
Tensan con
fuerza la cuerda de la ballesta
Y lanzan las
saetas con ansia de amantes.
Rápidos
repiten el sortilegio.
Yo estaba
contigo, amor, los golpes
Contra la
diana, en el desasimiento
De la luz
meridiana, el tedio
De la espera
de aquellos siervos de la antigua
Guerra, nos
dijeron que el hombre no muere,
Es un
soldado de amor de la victoria continua.
(“Dar y tener”, 1959-1965)
POEMA DE
AMOR
El viento
vacila exaltado y lleva
Hojas sobre
los árboles del parque,
La hierba ya
rodea
Las murallas
del castillo, las gabarras
De arena se
deslizan por el Naviglio Grande.
Irritante,
desquiciado, es un día
Que vuelve
del hielo como otro,
Prosigue,
quiere. Pero estás tú y no tienes límites:
Violenta,
pues, la inmóvil muerte
Y prepara
nuestro lecho de vivos.
(“Dar y tener”, 1959-1965)
NO HE
PERDIDO NADA
Todavía
estoy aquí, el sol gira
A mis
espaldas como un halcón y la tierra
Repite mi
voz en la tuya.
Y recomienza
el tiempo visible
En el ojo
que redescubre la luz.
No he perdido
nada.
Perder es ir
al otro lado
De un
diagrama en el cielo
Por
movimientos de sueños, un río
Lleno de
hojas.
(“Dar y tener”, 1959-1965)
IMPERCEPTIBLE
EL TIEMPO
En el jardín
se vuelve roja
La naranja,
imperceptible
El tiempo
danza
En su
cortea,
La rueda del
molino se separa
De la
corriente de agua
Pero sigue
girando
Y arrolla un
minuto
Al minuto
pasado
O futuro.
Distinto el tiempo
en el
vórtice del fruto;
Indeclinable
en el cuerpo
Que refleja
la muerte,
Se desliza
retorcido
Cierra su
presa
En la mente,
escribe
Una prueba
de vida.
(“Dar y tener”, 1959-1965)
TENGO FLORES
Y DE NOCHE INVITO A LOS ÁLAMOS
Mi sombra
está en otra pared
De hospital.
Tengo flores y de noche
Invito a los
álamos y los plátanos del parque,
Árboles de
hojas caídas, no amarillas,
Casi
blancas. Las monjas irlandesas
No hablan
nunca de muerte, parecen
Movidas por
el viento, no se asombran
De ser
jóvenes y amables: un voto
Que se
libera en las plegarias ásperas.
Tengo la
sensación de ser un emigrante
Que vela
envuelto en su manta,
Tranquilo,
en el suelo. Acaso siempre muero.
Pero escucho
con gusto las palabras de la vida
Que no he
entendido nunca, me detengo
En largas
hipótesis. Seguro que no podré huir;
Seré fiel a
la vida y a la muerte
En cuerpo y
espíritu
En toda
dirección prevista, visible.
A ratos algo
me rebasa
Con
ligereza, un tiempo paciente,
La absurda
diferencia que media
Entre la
muerte y el espejismo
Del latir
del corazón.
(“Dar y tener”, 1959-1965)
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