lunes, 17 de febrero de 2020

POETAS 127. Salvatore Quasimodo



Salvatore Quasimodo fue un poeta italiano nacido en Modica el 20 de agosto de 1901. Su padre era jefe de estación de trenes en Ragusa y, después del terremoto que asoló Messina el 28 de diciembre de 1908, se traslada a esta ciudad con la  familia para ayudar en la reconstrucción de la red ferroviaria que había sido totalmente destruida. La mayoría de las personas que se salvaron de morir aplastadas bajo los escombros acabarían ahogándose bajo las olas levantadas por el tsunami que se produjo poco después. Esta experiencia de desolación iba a dejar huella en la poesía del futuro poeta, que al principio de su traslado tuvo que vivir con su familia en el interior de un vagón de carga en una vía muerta.  Sus primeros recuerdos están impregnados por el contacto físico con la muerte en una ciudad devastada en la que se acumulan los cadáveres descompuestos. De aquí probablemente procede la orientación social de su poesía y su compromiso con el dolor ajeno. Cursa estudios en el Instituto Técnico, donde se forma con intelectuales de la talla de Francesco Satullo y Federico Rampullo, quienes lo acercaron a la filosofía de San Agustín, los poetas franceses y la literatura rusa. Conoció a temprana edad al político ecumenista Giorgio La Pira, amigo íntimo con el que fundó la revista Nuovo Giornale Letterario, en cuyas páginas publicó sus primeros versos. Animado por La Pira, comenzó a estudiar latín y griego, lo que más tarde se convertiría en una de las vocaciones del poeta: su labor como traductor de los grandes clásicos, que culminaría en 1940 con la publicación de “Líricos griegos”. En 1919 se matricula en ingeniería en el Politécnico de Roma. En 1926 gana una plaza de funcionario aparejador en Reggio di Calabría. Su primer libro publicado data de 1930, “Aguas y Tierras”, colección de poemas en las que el dolor, el miedo y la inquietud se manifiestan en una forma metafísica. En estos poemas se expresa de manera directa el combate entre el poeta y la vida. Son unos poemas despreocupados de la forma, muchas veces escritos en un tono confidencial desprovisto de romanticismo y alejados de la elocuencia. Dos años después publica “Oboe sumergido”, obra que despierta un gran interés entre los críticos literarios. En 1934 se traslada a vivir definitivamente a Milán, frecuenta sus círculos literarios y toma posesión de la Cátedra de Literatura Italiana en el Conservatorio de Música Giuseppe Verdi. En 1938 renuncia a su trabajo de aparejador para hacerse cargo de la redacción  de la revista “Il Tempo”, en una labor de oposición al fascismo. En 1942 publica con gran éxito “Y de repente la noche”, obra en la que recoge una antología de su producción poética anterior.  A finales de la década se gana la vida como traductor y escribiendo artículos para los periódicos. Su poesía, adscrita al movimiento hermético,  experimentará a partir de la guerra un tono más ácido y un contenido más social, que se refleja en libros como “La vida no es sueño” (1948) o “La tierra incomparable” (1958). María Teresa Meneses ha cifrado los motivos de este compromiso civil en el sentimiento de la poesía entendida como misión entre los hombres, la reconquista de una patria y el descubrimiento de la fraternidad entre los pueblos. En 1959 es distinguido con el premio Nobel de literatura, “por sus poemas que con ardor clásico expresan el sentimiento clásico de la vida de nuestro tiempo”. Su elección no fue bien recibida entre los círculos literarios italianos, que preferían que dicho premio hubiera recaído en Eugenio Montale o en Giuseppe Ungaretti, situación que acabaría dejando un poso agridulce en los últimos años de su vida.  En el discurso leído en la recogida del premio, titulada “El poeta y el político”, describe una constante histórica: la eterna discordia entre el político y el poeta. Para Quasimodo, el verdadero poeta siempre es un personaje peligroso y el político juzga su libertad cultural con sospecha, tratando de restringir su poder disolvente por todos los medios, a veces estimulando la poesía más inocua, otras dejando que se degrade la cultura. En la década de los 60 su poesía tomo un carácter más íntimo: especialmente notable es su último libro, “Dar y Tener” (1959-1965). Volcado durante los últimos años en fustigar la política y la cultura italiana a través de sus artículos periodísticos, murió en 1967 a consecuencia de una hemorragia cerebral que le sobrevino mientras presidia en Nápoles el jurado de un premio literario. (La traducción de los poemas se le debe a Carlos Frabetti).


Y ENSEGUIDA ANOCHECE

Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra

Traspasado por un rayo de sol:

Y enseguida anochece.

(“Aguas y Tierras”, 1920-1929)



HOMBRE DE MI TIEMPO

Todavía eres el de la piedra y la honda

Hombre de mi tiempo. Estabas en la carlinga,

Con las alas malignas, los cuadrantes de muerte,

-te he visto- en el carro de fuego, en las horcas,

En los potros de tortura. Te he visto: eras tú,

Con tu ciencia exacta dispuesta al exterminio,

Sin amor, sin Cristo. Has matado de nuevo,

Como siempre, como mataron los padres, como mataron

Los animales que te vieron por primera vez.

Y esta sangre huela como el día

En que el hermano dijo al hermano:

“Vamos a los campos”. Y aquel eco frío, tenaz,

Ha llegado hasta ti, a tu jornada.

Olvidad, oh hijos, las nueves de sangre

Que se elevaron de la tierra, olvidad a los padres:

Sus tumbas se hunden en las cenizas,

Los pájaros negros, el viento, cubren su corazón.

(“Día tras día”, 1947)



DE LA RED DEL ORO

De la red del oro cuelgan arañas repugnantes.

                                                           (“El falso y verdadero verde”, 1949-1955)




SIN MEMORIA DE LA MUERTE

Primavera Levanta árboles y ríos;

La voz honda no oigo,

Perdido en ti, amada.


Sin memoria de la muerte,

Juntos en la carne,

El rumor del último día

Nos despierta adolescentes.


Nadie nos oye;

¡Leve respiración de la sangre!


Hecha rama

Florece en tu costado

Mi mano.


De plantas piedras aguas,

Nacen los animales

Al soplo del aire.

(“Oboe sumergido”, 1932)



A LA NOCHE

De tu matriz

Emerjo desmemoriado

Y lloro.


Caminan ángeles, mudos

Conmigo; las cosas no tienen aliento;

Toda voz convertida en piedra,

Silencio de cielos sepultados.


Tu primer hombre

No sabe, pero sufre.

(“Oboe Sumergido”, 1932)



A TU LUZ NÁUFRAGO

Nazco a tu luz náufrago,

Noche de aguas límpidas.


De serenas hojas

Arde el aire consolado.


Desarraigado de los vivos,

Corazón provisorio,

Soy límite vano.


Tu tremendo don

de palabras, Señor,

Pago asiduamente.


Despiértame de entre los muertos:

Cada uno ha tomado su tierra

Y su mujer.


Tú has mirado dentro de mí

En la oscuridad de las vísceras:

Mi desesperación nadie tiene

En su corazón.


Soy un hombre solo,

Un solo infierno.

                                   “Erato y Apolo”, 1932-1936)



DE MI OLOR DE HOMBRE

En los árboles asesinados

Ululan los infiernos.

Duerme el verano en la miel virgen,

El lagarto en su infancia de monstruo.


De mi olor de hombre

Gracia al aire de los ángeles,

Al agua mi corazón celeste

En la fértil oscuridad de célula.

                                   (“Erato y Apolo”, 1932-1936)



DE NUEVO UN VERDE RÍO

De nuevo un verde río me saquea,

Y una concordia de hierba y álamos,

Donde se olvida la luz de la nieve muerta.


Y aquí en la noche, un dulce cordero

Ha gritado con la cabeza ensangrentada:


Diluvia en ese grito el tiempo

De los largos lobos invernales,

Del pozo patria del trueno.

                                   (“Nuevas Poesías, 1936-1942)



YA VUELA LA FLOR SECA

No sabré nada de mi vida

Oscura monótona sangre.


No sabré a quien amaba, a quién amo,

Ahora que aquí restringido, reducido a mis miembros,

En el corrompido viento de marzo

Enumero los males de los días descifrados.


Ya vuela la flor seca

De las ramas. Y espero

La paciencia de su vuelo irrevocable. 

                                   (“Nuevas Poesías”, 1936-1942)



MILAN, AGOSTO DE 1943

En vano buscas entre el polvo,

Pobre mano, la ciudad está muerta.

Está muerta: se ha oído el último estruendo

En el corazón del Naviglio. Y el ruiseñor

Se ha caído de la antena, alta sobre el convento,

Donde cantaba antes del crepúsculo.

No cavéis pozos en los patios:

Los vivos ya no tienen sed.

No toquéis a los muertos, tan rojos, tan hinchados:

Dejadlos en la tierra de sus casas:

La ciudad está muerta, está muerta.

                                   (“Día tras día”, 1947)



ELEGÍA

Gélida mensajera de la noche,

Has regresado limpia a los balcones

De las casas destruidas e iluminas

Tumbas ignotas, desolados restos

De la tierra humeante. Aquí reposa

Nuestro sueño. Y te vuelves solitaria

Hacia el norte, donde todo corre

Sin luz hacia la muerte, y tú resistes.

                                   (“Día tras día”, 1947)




EPITAFIO PARA BICE DONETTI

Con los ojos hacia la lluvia y los elfos de la noche,

Está allí, en el campo número quince, en Musocco,

La mujer Emiliana que yo amé

En el tiempo triste de la juventud.

Hace poco fue sorprendida por la muerte

Mientras miraba tranquila el viento del otoño

Agitar las ramas de los plátanos y las hojas

Desde su gris casa de la periferia.

Su rostro aún está vivo de sorpresa,

Como sin duda lo estuvo en la infancia, deslumbrado

Por el tragallamas alto sobre el carromato,

Oh tú, que pasas, empujado por otros muertos,

Ante la fosa mil ciento sesenta,

Deténte un minuto a saludar

A la que nunca se lamentó del hombre

Que aquí queda, odiado, con sus versos,

Uno de tantos, obrero de sueños.

                                   (“La vida no es sueño”, 1946-1948)



COLOR DE LLUVIA Y DE HIERRO

Decías: muerte silencio soledad;

Como amor, vida. Palabras

De nuestras provisorias imágenes.

Y el viento se ha alzado leve cada mañana

Y el tiempo color de lluvia y de hierro

Ha pasado sobre las piedras,

Sobre nuestro cerrado zumbido de malditos.

La verdad todavía está lejos.

Y dime, hombre quebrantado en la cruz,

Y tú, el de las manos hinchadas de sangre,

¿qué le contestaré a los que preguntan?

Ahora, ahora: antes de que más silencio

Entre en los ojos, antes de que más viento

Se alce y más herrumbre florezca.

                                   (“La vida no es sueño”, 1946-1948)



MI PAÍS ES ITALIA

Más los días se alejan dispersos

Y más vuelven al corazón de los poetas.

Allí los campos de Polonia, la llanura de Kutno

Con las colinas de cadáveres que arden

En nubes de nafta, allí las alambradas

Para la cuarentena de Israel,

La sangre entre los desechos, el exantema tórrido,

Las cadenas de pobres muertos hace ya mucho

Y fulminados en las fosas abiertas con sus manos,

Allí Buchenwad, el apacible bosque de hayas,

Sus hornos malditos; allí Stalingrado

Y Minsk sobre las marismas y la nieve putrefacta.

Los poetas no olvidan. ¡Oh la multitud de los viles

De los vencidos de los perdonados por la misericordia!

Todo se trastorna, pero los muertos no se venden.

Mi país es Italia, enemigo más extranjero,

Y yo canto su pueblo y también el llanto

Cubierto por el ruido de su mar,

El límpido luto de las madres, canto su vida.

                                   (“La vida es sueño”, 1946-1948)



ENEMIGA DE LA MUERTE

Tú no debiste, querida,

Arrancar tu imagen del mundo,

Quitarnos una medida de belleza.

Enemigos de la muerte, ¿qué haremos

Inclinados ante tus pies rosa,

Sobre tu costado violeta?

No has dejado joja ni palabra

De tu último día o un no a cada cosa

Aparecida sobre la tierra, un no al monótono

Diario de los hombres. La triste, estival

Ancla de luna arrastró

Tus sueños: colinas árboles luz,

Noches aguas; no confusos

Pensamientos, sueños verdaderos

Arrancados de la mente que decidió

Súbitamente por ti

El tiempo, la vileza futura. Ahora

Estás tras duras puertas,

Enemiga de la muerte: -¿Quién grita, quién grita?-

Has matado de un soplo la belleza

La has fulminado para siempre, la has desgarrado

Sin un lamento por su loca

Sombra, que extiende sobre nosotros. No bastabas,

Belleza, soledad deshecha.

Has hecho un gesto en la oscuridad, has escrito

Tu nombre en el aire o ese no a todo

Lo que bulle a uno y otro lado del viento.

Sé lo que querías con el vestido nuevo,

Conozco la pregunta que vuelve vacía.

No hay para nosotros, no hay para ti respuesta,

Oh musgo y flores, oh querida

Enemiga de la muerte.

                                   (“El falso y verdadero verde”, 1949-1955)



A LOS HERMANOS CERVI, A SU ITALIA

Por toda la tierra ríen hombres viles,

Príncipes, poetas, que repiten el mundo

En sueños, sabios de malicia y ladrones

De sabiduría. También en mi patria se ríen

De la piedad, del corazón paciente, la solitaria

Melancolía de los pobres. Y mi tierra es hermosa

De hombres y de árboles, de martirio, de figuras

De piedra y de color, de antiguas meditaciones.


Los extranjeros palpan con dedos de mercader

El pecho de nuestros santos, nuestras reliquias de amor,

Beben vino e incienso bajo la intensa luna

De las orillas, con guitarras de reyes acompañan

Cantos de volcanes. Hace años y años

Que llegan armados, se deslizan por los valles

A lo largo de las llanuras con los animales y los ríos.


En la noche dulcísima Polifemo llora

Aquí todavía su ojo apagado por el navegante

De la isla lejana. Y la rama de olivo sigue ardiendo.


También aquí dividen en sueños la naturaleza,

Visten la muerte y ríen los enemigos

Familiares. Algunos estaban conmigo en el tiempo

De los versos de amor y soledad, en los confusos

Dolores de lentos molinos y de lágrimas.

En mi corazón terminó su historia

Cuando cayeron los árboles y las murallas

Entre furias y lamentos fraternos en la ciudad lombarda.


Pero yo escribo todavía palabras de amor,

Y también ésta es una carta de amor

A mi tierra. Escribo a los hermanos Cervi,

No a las siete estrellas de la Osa: a los siete emilianos

de los campos. Tenían pocos libros en el corazón,

Murieron echando dados de amor en el silencio.

No sabían los soldados filósofos poetas

De este humanismo de raza campesina.

El amor la muerte en una fosa de niebla poco profunda.


Toda tierra quisiera vuestros nombres de fuerza, de pudor,

No como recuerdo, sino para los días que se arrastran

Lentos de historia, rápidos de máquinas de sangre.

                                   (“El falso y verdadero verde”, 1949-1955)



VISIBLE, INVISIBLE

Visible, invisible

El carretero en el horizonte

Entre los brazos del camino llama

Contesta a la voz de las islas.

Tampoco yo voy a la deriva,

En torno gira el mudo, leo

Mi historia como guardián nocturno

En las horas de lluvia. El secreto tiene márgenes

Felices, estratagemas, atracciones difíciles.

Mi vida, habitantes crueles y sonrientes

De mis caminos, de mis paisajes,

No tiene manijas en las puertas.

No me preparo para la muerte,

Conozco el principio de las cosas,

El fin es una superficie por la que viaja

El invasor de mi sombra.

Yo no conozco las sombras.

                                   (“La tierra incomparable”, 1955-1958)



AL PADRE

Donde sobre las aguas violeta

Estaba Mesina, entre cables rotos

Y escombros tú recorres vías

Y agujas con tu gorro de gallo

Isleño. El terremoto rebulle

Desde hace tres días, es un diciembre de huracanes

Y mar envenenado. Nuestras noches caen

En los vagones de mercancías y nosotros, ganado infame

Contamos sueños polvorientos con los muertos

Destrozados por las máquinas, mordisqueando almendras

Y ristras de manzanas secas. La ciencia

Del dolor puso verdad y filos

En los juegos de las llanuras de malaria

Amarilla y terciana hinchada de barro.


Tu paciencia

Triste, delicada, nos robó el miedo,

Fue lección de días unidos a la muerte traicionada, al vilipendio de los ladrones

Atrapados entre los escombros y ajusticiados en la oscuridad

Por la fusilería de los desembarcos, una cuenta

De números bajos que resultaba exacta

Concéntrica, un balance de vida futura.


Tu gorro de sol iba arriba y abajo

Por el poco espacio que siempre te han dejado.

También a mí me lo racionaron todo,

Y he llevado tu nombre

Un poco más allá del odio y de la envidia.

Aquel rojo en tu cabeza era una mitra,

Una corona con alas de águila.

Y ahora en el águila de tus noventa años

He querido hablar contigo, con tus señales

De partida coloreadas por la linterna

Nocturna, y aquí desde una rueda

Imperfecta del mundo,

Sobre una plenitud de muros cerrados,

Lejos de los jazmines de Arabia

Entre los que aún estás, para decirte

Lo que antaño no pude –difícil afinidad

De pensamientos- para decirte, y no nos escuchan sólo

Cigalas de Biviere, agaves lentiscos,

Como el campesino dice a su señor:

“Le beso la manos.” Esto, nada más.

Oscuramente fuerte es la vida.

(“La tierra incomparable”, 1955-1958)


 

EL MURO

Contra ti alzan un muro

En silencio, piedra y cal piedra y odio,

Cada día desde zonas más elevadas

Bajan la plomada. Los albañiles

Son todos iguales, pequeños, oscuros

De rostro, maliciosos. En el muro

Apuntan juicios sobre los deberes

Del mundo, y si la lluvia los borra

Los reescriben, con trazos aún más amplios.

De vez en cuando alguno cae

De los andamios y enseguida otro

Corre a ocupar su puesto. No visten monos

Azules y hablan en una jerga alusiva.

Alto es el muro de roca,

En los huecos de las vigas ahora se deslizan

Reptiles y alacranes, cuelgan hierbajos negros.

La oscura defensa vertical evita

desde un solo horizonte los meridianos

de la tierra, y el cielo no cubre.

Del otro lado de este reparo

Tu no pides gracia ni confusión.

                                   (“La tierra incomparable”, 1955-1958)


EN ESTA CIUDAD

En esta ciudad también está la máquina

Que tritura los sueños: con una ficha

Viva, un pequeño disco de dolor,

Enseguida estás al otro lado, en esta tierra,

Desconocido en medio de sombras delirantes

Sobre algas de fósforo hongos de humo:

Un carrusel de monstruos

Que gira sobre conchas

Que resonando pútridas se quiebran.

Está en un bar que hace esquina, allá a la vuelta

De los plátanos, aquí en mi ciudad

O en otra parte. Vamos, ya se pone en marcha.

                                   (“La tierra incomparable”, 1955-1958)



TODAVÍA EL INFIERNO

No nos diréis una noche gritando

Por los megáfonos, una noche

De azahar, de nacimientos, de amores

Recién comenzados, que el hidrógeno

En nombre del derecho abrasa

La tierra. Los animales, los bosques se funden

En el Área de la destrucción, el fuego

Es visco sobre los cráneos de los caballos,

En los ojos humanos. Luego, a nosotros los muertos

Vosotros los muertos dictaréis nuevas tablas

de la ley. En el antiguo lenguaje

otros signos, perfiles de puñales.

Alguien balbucirá sobre las escorias,

Lo inventará todo de nuevo

O nada en la suerte uniforme,

El murmullo de las corrientes, el crepitar

De la luz. No la esperanza

Dictaréis vosotros los muertos a nuestra muerte

En los embudos de lodo hirviente,

Aquí en el infierno.

(“La tierra incomparable”, 1955-1958)



CASI UN EPIGRAMA

El contorsionista en el bar, melancólico

Y bohemio, se levanta de pronto

En un rincón e invita a un rápido

Espectáculo. Se quita la chaqueta

Exhibiendo un jersey rojo, arquea la espalda

Hacia atrás y recoge como un perro

Un pañuelo sucio

Con la boca. Repite un par de veces

El descamisado puente y luego se inclina

Con su plato de plástico. Augura

Con ojos de hurón

Suerte en las quinielas y desaparece.

La civilización del átomo en su cumbre.

                                               (“La Tierra incomparable”, 1955-1958)



LOS SOLDADOS LLORAN DE NOCHE

Ni la cruz ni la infancia bastan,

Ni el martillo del Gólgota, la angélica

Memoria, para quebrar la guerra.

Los soldados lloran de noche

Antes de morir, son fuertes, caen

A los pies de palabras aprendidas

Bajo las armas de la vida.

Números amantes, soldados,

Anónimas lluvias de lágrimas.

                                   (“La tierra incomparable”, 1955-1958)



A LA NUEVA LUNA

En el principio Dios creó el cielo

Y la tierra, y luego en su día

Exacto puso las luminarias en el cielo

Y el séptimo día descansó.


Después de millones de años el hombre,

Hecho a su imagen y semejanza,

Sin descansar nunca, con su

Inteligencia laica,

Sin temor, en el cielo sereno

De una noche de octubre

Puso otras luminarias iguales a las que giraban

desde la creación del mundo. Amén.

                                   (“La tierra incomparable”, 1955-1958)



DAR Y TENER

Nada me das, no das ada,

Tú que me escuchas. La sangre

De las guerras se ha secado,

El desprecio es un deseo puro

Y no provoca un gesto

De un pensamiento humano,

Fuera de la hora de la piedad.

Dar y tener. En mi voz

Hay al menos un signo

De geometría viva,

En la tuya, una caracola

Muerta con lamentos fúnebres.

                                   (“Dar y tener”, 1959-1965)



SÓLO CON QUE AMOR TE ALCANCE

No olvides que vives en medio de los animales

Los caballos los gatos las ratas de cloaca

Brunas como la mujer de Salomón tremendo

Campo de banderas desplegadas,

No olvides el perro con lengua y rabo

De armonías de lo irreal ni el lagarto el mirlo

El ruiseñor la víbora el fuego. Te gusta pensar

Que vives entre hombres puros y mujeres

Virtuosas que no tocan

El grito de la rana en celo, verde

Como la más verde rama de la sangre.

Los pájaros te miran desde los árboles y las hojas

Para siempre, su reliquia sabe a cartílago

Quemado a plástico corrupto; no olvides

Que eres un animal hábil y sinuoso

Que violenta tórrido y lo quiere todo aquí

En la tierra antes del último grito

Cuando el cuerpo es cadencia de memorias apelmazadas

Y el espíritu se apresura hacia el fin eterno:

Recuerda que puedes ser el ser del ser

Sólo con que amor te alcance de lleno en las vísceras.

                                               (“Dar y tener”, 1959-1965)



BALLESTEROS TOSCANOS

Vestidos con llamativos brocados los ballesteros

En la plaza de la ciudad toscana,

Sin tambores victoriosos,

Intentan alcanzar el blanco

Con una flecha medieval. Los jóvenes

Tensan con fuerza la cuerda de la ballesta

Y lanzan las saetas con ansia de amantes.

Rápidos repiten el sortilegio.

Yo estaba contigo, amor, los golpes

Contra la diana, en el desasimiento

De la luz meridiana, el tedio

De la espera de aquellos siervos de la antigua

Guerra, nos dijeron que el hombre no muere,

Es un soldado de amor de la victoria continua.

                                               (“Dar y tener”, 1959-1965)



POEMA DE AMOR

El viento vacila exaltado y lleva

Hojas sobre los árboles del parque,

La hierba ya rodea

Las murallas del castillo, las gabarras

De arena se deslizan por el Naviglio Grande.

Irritante, desquiciado, es un día

Que vuelve del hielo como otro,

Prosigue, quiere. Pero estás tú y no tienes límites:

Violenta, pues, la inmóvil muerte

Y prepara nuestro lecho de vivos.

                                   (“Dar y tener”, 1959-1965)



NO HE PERDIDO NADA

Todavía estoy aquí, el sol gira

A mis espaldas como un halcón y la tierra

Repite mi voz en la tuya.

Y recomienza el tiempo visible

En el ojo que redescubre la luz.

No he perdido nada.

Perder es ir al otro lado

De un diagrama en el cielo

Por movimientos de sueños, un río

Lleno de hojas.

                                   (“Dar y tener”, 1959-1965)



IMPERCEPTIBLE EL TIEMPO

En el jardín se vuelve roja

La naranja, imperceptible

El tiempo danza

En su cortea,

La rueda del molino se separa

De la corriente de agua

Pero sigue girando

Y arrolla un minuto

Al minuto pasado

O futuro. Distinto el tiempo

en el vórtice del fruto;

Indeclinable en el cuerpo

Que refleja la muerte,

Se desliza retorcido

Cierra su presa

En la mente, escribe

Una prueba de vida.

                                   (“Dar y tener”, 1959-1965)





TENGO FLORES Y DE NOCHE INVITO A LOS ÁLAMOS

Mi sombra está en otra pared

De hospital. Tengo flores y de noche

Invito a los álamos y los plátanos del parque,

Árboles de hojas caídas, no amarillas,

Casi blancas. Las monjas irlandesas

No hablan nunca de muerte, parecen

Movidas por el viento, no se asombran

De ser jóvenes y amables: un voto

Que se libera en las plegarias ásperas.

Tengo la sensación de ser un emigrante

Que vela envuelto en su manta,

Tranquilo, en el suelo. Acaso siempre muero.

Pero escucho con gusto las palabras de la vida

Que no he entendido nunca, me detengo

En largas hipótesis. Seguro que no podré huir;

Seré fiel a la vida y a la muerte

En cuerpo y espíritu

En toda dirección prevista, visible.

A ratos algo me rebasa

Con ligereza, un tiempo paciente,

La absurda diferencia que media

Entre la muerte y el espejismo

Del latir del corazón.

                                   (“Dar y tener”, 1959-1965)

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