Italia (Florencia, 1265-Ravena,
1321). Dante nació en Florencia y pertenecía a una familia güelfa de la pequeña
nobleza, estuvo casado y tuvo tres hijos. Se inició pronto en la actividad
política y ostentó diversos cargos corporativos. Era un güelfo blanco: a
diferencia de los güelfos negros -la otra facción política de Florencia-, defendía la autonomía de las comunas y era
hostil a la injerencia del papa en la vida
política de Florencia, abogando por una independencia del poder temporal
-representado por el emperador- frente al poder espiritual -representado por el
papa-. Su actividad y rivalidad política le granjeó una condena a dos años de
cárcel y a una multa monetaria que, al no poder satisfacer, fue agravada por
una sentencia a ser quemado vivo, lo que provocó que Dante viviese el resto de
su vida exiliado en distintas ciudades fuera de Florencia. Además de escribir
la “Divina Comedia”, escribió “Rimas”, un tratado político titulado “La
monarquía universal” y el “Tratado de la
elocuencia vulgar”, en la que hace una defensa de la lengua vulgar y afirma la
supremacía de ésta sobre la lengua docta de los eruditos. Precisamente la
Divina Comedia va a ser escrita en la lengua vulgar del italiano y bautizada
como comedia porque, a diferencia de la tragedia, comienza ásperamente para culminar con un
final dichoso. Compuesta por catorce mil endecasílabos, con cien cantos en
tercetos encadenados, la obra alegoriza el itinerario del alma hacia Dios a
través del viaje por el infierno, el purgatorio y el paraíso, guiado
consecutivamente por Virgilio, Beatriz y San Bernardo. Se suele aceptar la idea
de que Virgilio personifica la Razón, Beatriz la Fe y San Bernardo el Amor.
Aunque la obra de Dante se mueve en un plano trascendental, lo novedoso de la
obra se halla en que Dante hace irrumpir a la historia y al momento presente en
el hierático y atemporario mundo cultural de la Edad Media latina. Dante cita a
papas y emperadores de su tiempo, a reyes y prelados, a dictadores, capitanes, hombres y mujeres de
la nobleza y de la burguesía, de los gremios y de la escuela, incluyendo más de
medio millar de personajes. Si bien se ha identificado a Beatriz con la hija
del banquero Folco Portinari, muerta con veinticinco años, y de la que se
habría enamorado Dante a la edad de
nueve años, resulta más razonable ver en la figura de Beatriz una vaga
identificación con alguna mujer florentina desconocida, a la que Dante estilizó
y trocó en símbolo. Para Ernst Robert Curtius (“Literatura europea y Edad Media
Latina II), Beatriz no es más que un mito inventado por Dante. “No es el
recuperado amor de juventud -concluye- sino la salvación suprema en figura
humana, emanación de Dios; sólo por eso puede aparecer sin blasfemia en un
cortejo triunfal en el cual interviene el mismo Cristo”. En palabras de
Carlyle, nos es lícito escuchar en Dante “la voz de diez siglos de silencio”,
constituyendo así su obra un compendio genial de toda la tradición medieval.
Para Borges, lo magistral en Dante se halla en “la variada y afortunada
invención de rasgos precisos”, tanto en el plano estilístico como en bosquejo
de rasgos psicológicos de sus personajes.
De todos los libros de la literatura
fantástica, acaso la Comedia de Dante debiera ocupar el primer lugar. Se puede
leer como el Quijote o Gulliver, como un libro de viajes, donde irrumpen
numerosos personajes que ofician de guías, algunos egregios. Un viaje que
implica grandes peajes, numerosos salvoconductos y fatigas extremas; infinidad
de personajes más o menos conocidos se cruzan en el camino del protagonista,
cuentan la historia esencial de su vida y de su muerte –como si fueran
epitafios-, retratan su alma y acaban siendo para Dante guía y advertencia
tanto para el trasmundo en el que penetra como para el mundo al que ha de
volver y en el que ha de dejar testimonio de lo vivido. Pero al final ya se
sabe que el viaje tiene lugar en la imaginación de Dante y que se trata de un
viaje espiritual y simbólico. El alma de Dante ascenderá en ese viaje del
espíritu desde lo más bajo hasta lo más alto, y en esa ascensión su alma quedará
depurada en su camino hacia la perfección: ha presenciado las más grandes
bajezas humanas, ha escarmentado en la carne ajena de los condenados y ha ido
soltando a tiempo el mismo lastre que condenó a otras almas a su lugar de
infierno o purgación.
Tal vez sea lo más notable de un
libro inclasificable como el Dante: su adscripción al género fantástico. Su
fantasía tiene que desbordar sobre un mundo que no es una mera alteración de
las leyes de nuestro mundo, sino creación de un trasmundo entero con tres orbes
radicalmente distintos. A lo largo del purgatorio se reitera en numerosas
ocasiones la dificultad que tiene Dante en llevar a cabo la tarea que se ha
arrogado. Tiene que versificar lo indecible, lo impensable, lo inéditamente
nuevo. En este punto, Dante se convierte en la contrafigura de Dios, a quien se
le define como aquel para quien nada es cosa nueva. Si para Dios nada hay nuevo
bajo el sol, para Dante y el lector que lee la Comedia todo resulta enteramente
nuevo. Ningún hombre vivo ha transitado por los territorios que va hollando
Dante. Es esto lo que le diferencia con las almas que vagan por el Purgatorio:
los pasos de Dante sí dejan huella, su presencia viva hace palidecer las almas
de los muertos como la aparición de un fantasma, pues advierten que respira y
que los rayos de sol no lo traspasan. Es un ser de carne y hueso, un ser que
aún no ha perdido su sombra en el país de las sombras, un ser que en el más
allá aún cuenta con el prodigio de estar vivo, y es por este prodigio que las almas de los penitentes se asombran. A pesar de la compañía de Virgilio, su soledad es
profunda y es precisamente su radical diferencia lo que le deja solo ante los otros; la
aterradora soledad del autor ante sus fantasmas. Su cuerpo no es sólo una
apariencia. Los otros cuerpos solo aparentan bultos, pero no son más que vanas
sombras. El mismo Virgilio, como sombra que es, ya liberado de su cuerpo, no
muestra fatiga en su travesía. La fatiga de Dante, sin embargo, es mortal. No
sufre ni tortura ni penitencia, pero la
experiencia de progreso espiritual que ha de sufrir le provoca una fatiga
extrema y su viaje constituye una larga penitencia. Para versificar estas cosas
impensadas, Dante se ha de encomendar a las musas. Al final del Purgatorio,
Dante se encuentra por fin con su intercesora, con quien hizo ese viaje
posible, a fin de salvarle de la descarriada senda en la que se había metido, perdido en una selva oscura, lejos del verdadero bien. Y Beatriz le advierte que ha de
contemplar todo lo que ve en el purgatorio para que cuando de nuevo vuelva al
mundo escriba lo que en él ha visto por bien de este mismo mundo. Ha de
recordar sus palabras y transmitirlas literalmente para quienes viven la vida.
Pero lo ha de hacer porque es más importante lo que sucede tras la muerte que la vida misma; la vida, nos recuerda Dante, que es carrera hacia la muerte.
La dificultad de la escritura de
Dante está pues en que nada de lo que versifica ha sido dicho. Lo que quiere decir es indecible, lo que
quiere pensar es impensable, la experiencia que vive nadie la ha vivido antes.
Todo se vuelve radicalmente fantástico porque nada de lo que narra, de aquello
de lo que es testigo, pertenece al mundo de los vivos: las leyes de este mundo de ultratumba son distintas, aunque remeden a nuestro mundo; su geografía vagamente se le asemeja
a la terrestre; aparecen seres que son imaginarios, animales mitológicos, personas
que en su momento poblaron el mundo pero que ahora aparecen transfiguradas con
una disposición nueva en virtud de sus propias obras: están afanados en la
tarea de purgar sus pecados, para los cuales Dios les ha asignado una
penitencia. Dios por tanto no es cruel,
sino justo: sólo hace pagar las deudas. No importa la forma del castigo sino si
el efecto logra el progreso espiritual. Dios es el cobrador y fantástica es su
forma de hacer pagar las deudas: las almas deben hacer entre los muertos lo que
no hicieron entre los vivos. Los soberbios avanzan encorvados por el peso de
una roca, los envidiosos tienen los ojos cosidos con alambres hierro. En el
círculo o cornisa de los golosos hay un árbol y unas plantas que tienen la
virtud de hacer enflaquecer; es el árbol de la sobriedad.
Los círculos del purgatorio se
extienden por las cornisas que dividen a los penitentes según el tipo de pecado
cometido. El purgatorio es pues un monte que hay que ascender por angostos y
escarpados senderos. Dante y Virgilio atraviesan con gran dificultad entre las
brechas, los pasajes y las estrecheces de las rocas. Pero estas rocas también
son fantásticas y están vivas y dan ejemplos de vida. El suelo del escarpado
sendero que se abre por el monte del purgatorio está esculpido por
bajorrelieves que representan ejemplos de soberbia.
A diferencia del infierno, donde no
existe el perdón, donde es imposible redimir culpas, en el Purgatorio sí cabe
la redención: es incluso su razón de ser; las culpas pueden ser redimidas por
medio de la contrición y por el esfuerzo de los deudos a través de la oración. Por
eso los penitentes se arremolinan alrededor de Dante para encargarle que dé
noticias de ellos a sus parientes Tienen que lavar las manchas que arrastran y
así limpios y aliviados pueden llegar al cielo. El intolerable castigo del
infierno se trueca en el Purgatorio por una penitencia que es tolerable en
virtud de la esperanza. Los penitentes esperan alcanzar el perdón de sus
pecados al cabo de un límite y por tanto el Purgatorio se halla dominado por la
esperanza de un progreso espiritual. Los penitentes pueden ir ascendiendo hacia
círculos o cornisas superiores hasta por fin ser redimidos y alcanzar el cielo.
Otra cosa importante distingue al Infierno del Purgatorio. En el primero sólo
se escuchan los lamentos de los condenados; en el Purgatorio las almas no paran
de entonar cantos de alabanza, salmos y Hosannas. Son cantos que suscitan a la
vez dolor y gozo. Las almas se hallan angustiadas por el anhelo de ver a Dios,
pero también transidas por gozo de la paz divina, de la que ya reciben un
anticipo. Con estos cantos las almas, según Dante, deshacen el nudo de su culpa.
Son, por tanto, cantos de liberación, igual que los lamentos del Infierno son
signos de condena.
Entre los diversos seres fantásticos
que sobrevuelan el purgatorio destacan los ángeles, que en el infierno brillan
por su ausencia. Los ángeles son pájaros divinos, Ministros de Dios, nuncios de
vida eterna, a la vista de los cuales hay que prosternarse. Sus cualidades son
la luminosidad, la velocidad y la ligereza. Transportan las almas al Antepurgatorio
cruzando el mar en una velocísima barca sin utilizar más instrumentos que la
fuerza de sus brillantes alas, cuyas plumas son perennes, siempre verdes. Sus
testas son rubias y su rostro de santidad nunca es dado contemplarlo más que
parcialmente. Son fantasmas por exceso, igual que las almas del purgatorio lo
son por defecto. No se dejan apenas ver, porque su resplandor ciega. Son seres
de luz que golpean el rostro de Dante para que con el impacto de su iluminación
lave sus pecados. Portan espadas que apaciguan, espadas de luz privada de sus
puntas. La función de los ángeles es la de proteger a las almas guiándolas,
mostrándoles los pasajes más seguros para ir ascendiendo por el Purgatorio.
Prestan la claridad de su luz y la velocidad de su vuelo para recorrer el
camino más deprisa. Como poseen la capacidad de leer el son de las esferas, los
ángeles siempre están entonando cantos de alabanza. Con ellos protegen a las
almas y las bendicen. Aceleran su progreso espiritual.
Como ya se ha dicho, el purgatorio es
un monte con siete cornisas sobre las que se estratifican las almas de los
penitentes que han cometido los sietes pecados capitales. Expían el pecado de
un amor mal entendido; pecan por exceso o por defecto de amor. En la primera
cornisa se hallan los que han cometido el pecado de soberbia, el más grave de
todos. En la séptima cornisa, se hallan los que han incurrido en el pecado de
la lujuria, el más benigno de todos. Dante se va encontrando en su ascensión a
envidiosos, iracundos, perezosos, avaros, pródigos y golosos. En la cima del
monte Purgatorio ubica Dante el mítico Paraíso terrestre. Pero para coronar la
cima, Dante ha de traspasar la última cornisa donde se hallan las almas de los lujuriosos,
cornisa que se halla rodeada por una cortina de fuego. Un ángel anuncia a Dante
que ha de pasar la prueba del fuego en el que arden estas almas y Dante se
horroriza. Virgilio le anima diciéndole que puede haber sufrimiento, mas no
muerte, y que la llama del fuego no podrá arrebatarle un solo pelo. Dante, con
la promesa del encuentro con Beatriz, pasa la prueba de fuego después de sufrir
el intolerable ardor de esa llama viva y accede por fin al Paraíso terrestre.
Este no sólo es el arquetipo perfecto de “locus amoenus” (aire embalsamado de
perfumes, auras dulces, cantos melodiosos de las aves y rumor de ríos); se alza
además como un pasaje fantástico. Todo el Paraíso terrestre está dotado de una
característica fantástica que acaso lo hace aterrador. El paraíso terrestre es
por antonomasia el lugar de la nostalgia y de la inocencia, ese lugar feliz y
mítico del que ha sido expulsado el género humano. Dante nos sugiere que los
poetas antiguos que trataron sobre la edad de oro lo soñaron. Lo que le da un
tinte fantástico a este lugar de eterna primavera es que no se puede visitarlo
sin sufrir la honda pena de su pérdida. Por todas partes se advierte que el
hombre ya no lo habita. Por su culpa, dice Dante, estuvo poco tiempo y cambió
en tormento y llanto la honesta risa, el dulce pasatiempo. Por su prominente altura –la montaña se alza
hasta el cielo-, el aire de su atmósfera se halla libre de perturbaciones. A
pesar de la calma del viento, la floresta y los ríos se agitan y rumorean. Allí
enraízan plantas que crecen sin presencia de semillas y dan frutos que no se
recogen en la tierra. Allí ubica dos ríos míticos: el Leteo y el Eunoe. Sus
aguas son tan limpias que se transparentan hasta el fondo, sin ocultar nada.
Son aguas inmutables que no crecen ni menguan, pues proceden directamente de la
voluntad de Dios, y no de manantial, vapor o hielo. Dante ha de beber del agua
de estos dos ríos para acceder al encuentro con Beatriz y poder seguir su
progreso de purgación. El Leteo tiene la virtud de extirpar el recuerdo del
pecado; el Eunoe el de reavivar la virtud adormecida. Pero antes de que Dante
beba de esas aguas, tiene lugar la apoteosis del Purgatorio con la aparición de
Beatriz, un mito creado por Dante, más que trasunto de una mujer de carne y
hueso, según la opinión de E. R. Curtius. Beatriz personificaría la fe, como
Virgilio la razón y San Bernardo el amor. No sería el recuperado amor de
juventud, sino la salvación suprema en figura humana, encarnación de Dios. La
aparición de Beatriz coincide con la desaparición de Virgilio. Dante por fin se
encuentra a solas con Beatriz y llora. Beatriz es la mujer que le consiguió la
gracia de ingresar en el purgatorio siendo mortal, para acabar así con su ceguera. Beatriz representa el
camino que se endereza hacia el verdadero bien. Muerta Beatriz, su ausencia le
hizo errar hacia falsas imágenes del bien. La función de Beatriz es la del
aleccionamiento moral. Para salvarle se ve obligada a mostrarle las gentes
condenadas y le enfrenta descarnadamente con la verdad de su dolorosa
situación. Lo que descarrió a Dante, según confesión propia, fueron las cosas
falaces, las cosas evidentes con su falso placer. El acto de contrición que tiene
que llevar a cabo es el de odiar todas esas cosas falaces con apariencia de
placer, y este esfuerzo de contrición hace que se desmaye. La pérdida de
conciencia simboliza el acto de olvidar estas cosas falaces, lo que le abre el
acceso a la iluminación, al reencuentro con la verdadera belleza y el verdadero
bien. Es entonces cuando se le muestra el auténtico rostro de Beatriz, ya
desvelado para ver la segunda belleza que le esconde. Rostro retratado tal cual es,
con la armonía que le ofrece el cielo. Sólo entonces Dante ya está preparado
para beber las aguas del leteo y del Eunoe, el río que reaviva las memorias de
las buenas acciones realizadas en el pasado. Olvidar las malas acciones,
rememorar las buenas; odiar el mal y amar el bien, tales son los requisitos para seguir ascendiendo en el progreso espiritual. De esas santas aguas regresará Dante “reverdecido como los
renuevos de nueva fronda, limpio, puro y dispuesto a subir a las estrellas”.
“Oh, tú que
estás en la sagrada orilla”,
Siguió
diciendo sin demora, hundiéndome
la punta de
su hablar después de haberme
herido con su filo, “dime, dime
si esto es
verdad, pues ante tales cargos
tu confesión
resulta necesaria”
Yo estaba
tan confuso, que hablar quise,
Pero mi voz
quedó desvanecida
sin llegar a
salir de mi garganta.
Espero un
poco y me espetó: “¿Qué piensas?
Respóndeme
que las memorias tristes
De tus
culpas no han sido aún lavadas”.
La confusión
y el miedo, entremezclados,
Me sacaron un
“sí” tan desmayado
que sólo con
los ojos pudo oírse.
Como se
rompe la ballesta cuando
Está la
cuerda demasiado tensa
Y la flecha
sin fuerza da en el blanco,
Así me
ocurrió a mí bajo tal peso,
Pues mi voz,
entre llantos y suspiros,
Salió
debilitada por mi boca.
Ella
continuó: “Si mis deseos
A amar el
bien llevaban, que es la máxima
Aspiración
imaginable, dime,
¿Qué fosos
infranqueables, qué cadenas
Hicieron que
perdieses la esperanza
De
superarlos y seguir camino?
¿Y qué
ventajas, qué provechos viste
En esos
otros bienes y deseos
Para que
prefirieras cortejarlos?”
Yo exhalé
entonces un suspiro amargo
Y apenas
tuve voz para decirle,
Llorando,
estas palabras que mis labios
Pronunciaron:
“Las cosas evidentes
Con su falso
placer me descarriaron
Cuando dejé
de ver vuestro semblante”.
Y ella:
“Aunque callases o negases
Lo que
confiesas, no sería menos
Visible tu
pecado: ¡El juez lo sabe!
Mas cuando
brota de la misma boca
Del pecador
la acusación, la muela
De nuestro
tribunal embota el filo.
De todos modos,
para que ahora sientas
Vergüenza
por tu error y en el futuro
Seas
impasible al canto de sirenas,
Abandona tus
lágrimas y escucha:
Así oirás
que mi cuerpo sepultado
Debía
conducirte hacia otra parte.
Ni la
naturaleza, no, ni el arte
Crearon nada
que te complaciese
Más que mis
miembros, que ahora en tierra yacen;
Y si el
placer sumo lo perdiste
A causa de
mi muerte, ¿qué otra cosa
Mortal
podría serte deseable?
Esa primera
flecha de las cosas
Falaces
debería haberte alzado
En pos de
mí, que ya falaz no era.
No debías
dejar que entorpeciera
Tus alas
otra flecha más, ya fuese
Muchachita o
antojo pasajero.
El polluelo
recibe varios golpes,
Mas con aves
que están ya bien plumadas
Es inútil
usar la red o el arco”.
Yo estaba
igual que un niño avergonzado
Que,
enmudecido, baja la cabeza,
Reconoce su
error y se arrepiente.
Entonces
ella dijo: “Ya que muestras
Dolor al
escucharme, alza la barba
Y aún te
dolerá más al contemplarme”.
Menos se
opone la robusta encina
A ser
desarraigada por el viento
De nuestros
montes o el que sopla en Yerba,
De lo que yo
me opuse a alzar la vista,
Pues al
mentar mi barba me di cuenta
Del veneno
suti de su argumento.
Cuando por
fin levanté el rostro vi
Que las
puras, primeras criaturas
Habían
dejado de esparcir las flores;
Y mis ojos,
aún torpes, distinguieron
A Beatriz
vuelta hacia el grifo que era
Una persona
en dos naturalezas.
Bajo su velo
y más allá del río,
Me pareció
más bella aún que antaño,
Más que
cualquier mujer cuando vivía.
Me causó
tanta picazón la ortiga
Del
arrepentimiento, que odié al punto
Lo que me
llevó lejos de su amor.
Sentí en mi
corazón tal contrición,
Que caí
desmayado, y de tal modo,
Que bien lo
sabe la que fue la causa.
Cuando
recuperé fuerza y conciencia,
La mujer a
la que antes hallé sola
Me decía:
“¡Agárrate de mí!”.
Me había
sumergido en aquel río
Hasta el
cuello y tiraba de mis ropas,
Flotando más
ligera que una góndola.
Muy cerca ya
de la feliz orilla,
Oí cantar “Asperges me” tan dulce
Que no puedo
evocarlo ni escribirlo.
Aquella mujer
bella abrió los brazos,
Rodeó mi
cabeza y en el río
La hundió
para que yo tragase el agua.
Tras sacarme
del río, aún empapado,
Me llevó al
coro de las cuatro hermosas,
Y con sus
brazos me cubrieron todas.
“Ninfas
somos aquí; en el cielo, estrellas.
Antes de que
naciese Beatriz
Nos
disputaron como sus sirvientas.
Antes sus
ojos te conduciremos,
Y allá se
aguzarán los tuyos gracias
A aquellas
otras tres, que ven más hondo”.
De esta
manera me cantaron, luego
Me
condujeron ante el grifo, donde
Beatriz se había
vuelto hacia nosotros.
Y me
advirtieron: “Mira atentamente;
Tienes
delante aquellas esmeraldas
Por las que
Amor te disparó sus flechas”.
Mil deseos
ardientes atrajeron
Mis ojos a
sus ojos relucientes,
Que
continuaban fijos en el grifo.
Se reflejaba
en ellos la criatura
Dúplice como
el sol en un espejo,
Ya con una
virtud, ya con la otra.
Imagina,
lector, cuál fue mi asombro
Al ver que
aquel objeto estaba quieto
Mientras su
imagen iba transmutándose.
Mientras mi
alma, llena de alegría
Y de
estupor, gustaba el alimento
Que sacia y
que provoca más deseo,
Las otras
tres, mostrando en sus acciones
Que aun
rango superior pertenecían,
Iniciaron a
coro un ritmo angélico:
“!Vuelve,
Beatriz, vuelve tus ojos santos,
Hacia tu
fiel amigo, que, por verte,
Ha dado
tantos y tan arduos pasos.
Haz, por
gracia, la gracia de mostrarle
Tu rostro
desvelado y así vea
La segunda
belleza que le escondes”
¡Oh,
resplandor de viva luz eterna!
¿Quién que
hubiera morado en el Parnaso,
Quien que
hubiera bebido de su fuente,
No tendría
la mente entorpecida
Al querer
retratarte tal cual eres
Donde el
cielo te ofrece en armonía
Cuando en el
aire libre te mostraste?
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