miércoles, 20 de enero de 2021

PENSAMIENTOS 27. Eduardo García ("Las islas sumergidas")

 


 

Eduardo García ​ fue un poeta y ensayista español.  Nació en Sao Paulo el 23 de agosto de 1965, en el seno de una familia madrileña que  había emigrado a Brasil en los años sesenta. Sus padres regresarían a Madrid en 1972 y allí realiza sus primeros estudios y se licencia en Filosofía. En 1991 gana unas oposiciones y se traslada a Córdoba para trabajar como profesor de filosofía. En esta ciudad va a residir hasta su muerte, acaecida el 19 de abril de 2016 a causa de un cáncer. También trabajó como conferenciante y profesor de talleres de poesía y de escritura creativa. Comenzó su carrera poética en 1995 con el libro “las cartas marcadas”, obteniendo el premio Ciudad de Melilla.  Le siguieron los libros de poemas “No se trata de un juego”, “Horizonte o frontera”, “La vida nueva” y “Duermevela”   Por estos libros recibió numerosos premios, entre los que destacan el Ojo Crítico, el Antonio Machado, el Nacional de la Crítica. También cultivó el ensayo sobre el fenómeno poético en obras como “Escribir un poema” y “Una poética al límite”. En 2015 publicó un libro de aforismos titulado “Las islas sumergidas”, a medio camino entre la poesía y el pensamiento.

Se podría inscribir su poesía en una corriente de realismo visionario, en el que cobran fuerzas los elementos fantásticos y simbólicos. Según propia confesión, su poesía respondía a una aspiración de reavivar la tradición visionaria, “no para evadir la realidad, sino para indagar más a fondo en ella". Para Eduardo García, “el verdadero realismo disuelve el velo de las falsas apariencia, revela lo latente pero oculto a la mirada”.  Con el tiempo su poesía fue adentrándose por los territorios de lo onírico, indagando en aquellos mecanismos que espolean las fuerzas del deseo.   Sus versos fueron derivando hacia formas fragmentadas o versiculares.

Eduardo García publicó en 2014 “Las islas sumergidas”, en Cuadernos del Vigía. Según apuntó en una entrevista, intentó pensar como un poeta, por la vía del símbolo y de la analogía. Se trataba de pensar con la mirada, a través del símbolo, la imagen o la metáfora. Este anhelo de fundir poesía y pensamiento se puede resumir en una fórmula extraída de uno de sus aforismos: “Reavivar las fuentes, en donde poesía y pensamiento brotaban enlazadas”. En su artículo “el arte del fragmento” García explica su proceso y necesidad de “poner en escena el pensamiento, trascender el seco discurso racional” y hacer posible “un pensamiento plástico, no discursivo: la lúcida intuición encarnada en imagen”. Sin embargo, es importante que el aforista rehúya el mero juego de palabras, pues  quien recurre a lo ingenioso “yerra el blanco de antemano al renunciar al don de la mirada”.

   

 

Aprender de la experiencia. No hablar jamás con el muñeco de un ventrículo.

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Ser un reguero de llamas sobre el agua.

Improvisado acróbata, desafiar la gravedad.

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Nos fumamos el humo para cultivar las cenizas.

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Un extraño se embosca en el espejo. Sangre de tu sangre, tu enemigo.

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Escrutar, en el semblante del ancestro, los rasgos del primate. Y en el espejo al animal domesticado.

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En la asamblea del yo a menudo el presidente está de baja.

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Desterrado de la naturaleza, el ser humano crea de la nada un cosmos de símbolos.

Allí representa sus rituales. Allí habita su bosque imaginario.

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Tiene el trasterrado el corazón en pedazos.

Pero todos respiran a la vez.

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Se nos revela el cuerpo en el código morse del dolor.

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El tabú de la piel no extingue el ardor. Los cuerpos se hacen señas, danzan: destellan los ojos tras la máscara.

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Convulsión eléctrica, surtidor vital, la risa es el sexo de los ángeles.

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El poeta cronista es un ángel caído.

Por eso urde su madriguera a ras de tierra.

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Arrancarle la piel de cordero al espíritu práctico: acallar sus calumnias, su ceguera, su miedo.

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Sabemos que el día de la ira ha llegado cuando el domador empieza a rugir como las fieras.

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La estadística es la ciencia de la distribución ilusoria de los dones.

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Los diagramas económicos son la pintura religiosa del siglo XXI. Idéntico el fervor, idéntica la fe, la misma servidumbre.

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Los viandantes lucen ojos de cristal, agitan sus miembros con ritmo mecánico: por sus cascos reciben instrucciones.

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Las parrillas de los medios son las partituras de las conversaciones.

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La cámara de vigilancia es, en el mejor de los casos, el ojo sin alma de un ángel vengador. En el peor, la versión maquinal de la portera.

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Todo es ruido, escuadrones de pompas de jabón.

No nos dejan soñar otro futuro.

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¿Quién no agota su saldo cuando el sueño se bate en retirada?

¿Quién no apuesta a un caballo malherido sus últimas monedas?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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