Eduardo García fue un poeta y
ensayista español. Nació en Sao Paulo el
23 de agosto de 1965, en el seno de una familia madrileña que había emigrado a Brasil en los años sesenta.
Sus padres regresarían a Madrid en 1972 y allí realiza sus primeros estudios y
se licencia en Filosofía. En 1991 gana unas oposiciones y se traslada a Córdoba
para trabajar como profesor de filosofía. En esta ciudad va a residir hasta su
muerte, acaecida el 19 de abril de 2016 a causa de un cáncer. También trabajó
como conferenciante y profesor de talleres de poesía y de escritura creativa. Comenzó su carrera
poética en 1995 con el libro “las cartas marcadas”, obteniendo el premio Ciudad
de Melilla. Le siguieron los libros de
poemas “No se trata de un juego”, “Horizonte o frontera”, “La vida nueva” y “Duermevela” Por estos libros recibió numerosos premios,
entre los que destacan el Ojo Crítico, el Antonio Machado, el Nacional de la
Crítica. También cultivó el ensayo sobre el fenómeno poético en obras como “Escribir
un poema” y “Una poética al límite”. En 2015 publicó un libro de aforismos
titulado “Las islas sumergidas”, a medio camino entre la poesía y el
pensamiento.
Se podría inscribir su poesía en una
corriente de realismo visionario, en el que cobran fuerzas los elementos
fantásticos y simbólicos. Según propia confesión, su poesía respondía a una
aspiración de reavivar la tradición visionaria, “no para evadir la realidad,
sino para indagar más a fondo en ella". Para Eduardo García, “el verdadero
realismo disuelve el velo de las falsas apariencia, revela lo latente pero
oculto a la mirada”. Con el tiempo su
poesía fue adentrándose por los territorios de lo onírico, indagando en
aquellos mecanismos que espolean las fuerzas del deseo. Sus versos fueron derivando hacia formas fragmentadas o versiculares.
Eduardo García publicó en 2014 “Las
islas sumergidas”, en Cuadernos del Vigía. Según apuntó en una entrevista,
intentó pensar como un poeta, por la vía del símbolo y de la analogía. Se
trataba de pensar con la mirada, a través del símbolo, la imagen o la metáfora.
Este anhelo de fundir poesía y pensamiento se puede resumir en una fórmula
extraída de uno de sus aforismos: “Reavivar las fuentes, en donde poesía y
pensamiento brotaban enlazadas”. En su artículo “el arte del fragmento” García
explica su proceso y necesidad de “poner en escena el pensamiento, trascender
el seco discurso racional” y hacer posible “un pensamiento plástico, no
discursivo: la lúcida intuición encarnada en imagen”. Sin embargo, es
importante que el aforista rehúya el mero juego de palabras, pues quien recurre a lo ingenioso “yerra el blanco
de antemano al renunciar al don de la mirada”.
Aprender de la experiencia. No hablar
jamás con el muñeco de un ventrículo.
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Ser un reguero de llamas sobre el
agua.
Improvisado acróbata, desafiar la
gravedad.
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Nos fumamos el humo para cultivar las
cenizas.
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Un extraño se embosca en el espejo.
Sangre de tu sangre, tu enemigo.
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Escrutar, en el semblante del
ancestro, los rasgos del primate. Y en el espejo al animal domesticado.
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En la asamblea del yo a menudo el presidente está de baja.
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Desterrado de la naturaleza, el ser
humano crea de la nada un cosmos de símbolos.
Allí representa sus rituales. Allí
habita su bosque imaginario.
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Tiene el trasterrado el corazón en pedazos.
Pero todos respiran a la vez.
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Se nos revela el cuerpo en el código
morse del dolor.
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El tabú de la piel no extingue el
ardor. Los cuerpos se hacen señas, danzan: destellan los ojos tras la máscara.
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Convulsión eléctrica, surtidor vital,
la risa es el sexo de los ángeles.
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El poeta cronista es un ángel caído.
Por eso urde su madriguera a ras de
tierra.
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Arrancarle la piel de cordero al
espíritu práctico: acallar sus calumnias, su ceguera, su miedo.
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Sabemos que el día de la ira ha
llegado cuando el domador empieza a rugir como las fieras.
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La estadística es la ciencia de la
distribución ilusoria de los dones.
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Los diagramas económicos son la
pintura religiosa del siglo XXI. Idéntico el fervor, idéntica la fe, la misma
servidumbre.
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Los viandantes lucen ojos de cristal,
agitan sus miembros con ritmo mecánico: por sus cascos reciben instrucciones.
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Las parrillas de los medios son las
partituras de las conversaciones.
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La cámara de vigilancia es, en el
mejor de los casos, el ojo sin alma de un ángel vengador. En el peor, la
versión maquinal de la portera.
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Todo es ruido, escuadrones de pompas
de jabón.
No nos dejan soñar otro futuro.
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¿Quién no agota su saldo cuando el
sueño se bate en retirada?
¿Quién no apuesta a un caballo
malherido sus últimas monedas?
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