lunes, 20 de diciembre de 2021

AFORISMOS Y CAVILACIONES 28 (Sobre las pasiones)

 


 

Nos desenvolvemos y actuamos en el mundo según nuestras afecciones. La envidia que sentimos hace que perjudiquemos al otro. No es que las pasiones sean pasivas. Las pasiones también actúan, pero nos impiden obrar con justicia y eficiencia. Nos ciegan y nos impiden ver con claridad. Y también impide el crecimiento de todo desarrollo alrededor. Por tanto, resulta que nuestra sensibilidad es nuestro verdadero modo de acción. Interactuamos entre los hombres con esta capacidad de obrar que nos permiten nuestras pasiones. Nuestras acciones son el negativo de nuestras pasiones. O mejor dicho, su contrapartida.

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Somos nosotros el principal obstáculo para la buena marcha del mundo. Si percibimos a nuestro alrededor malicia y malas cualidades, es nuestra propia envidia y rencor quien nos lo hace ver.

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Sin duda la lujuria está relacionada con la gula. Y existe una sinergia negativa de las pasiones igual que se da una sinergia positiva entre las acciones virtuosas. Quien modera la lujuria de la gula está dando un paso para la continencia.

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Nadie sabe más que nadie. Todos sabemos lo mismo, de lo único que sabe cada cual es de su propia vida y de ahí habría que empezar a partir. Pero entonces ¿por que unos saben más que otros, unos ven claro y otros están más o menos ciegos? Porque unos ven a través de las pasiones de una manera miope, y otros se han liberado de estas pasiones del ego, y pueden atravesarlas y mirar más lejos, y, por lo tanto, también alcanzar una mayor distancia y recorrido.  Incluso hay quienes de su pasión hacen su talento, su habilidad y su fuerza, mientras los otros se dejan debilitar por sus pasiones.

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El pavo que se hincha y se pavonea y que solo lo hace para sí, eso es el ego y la vanidad.

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Cuando al  mirar a un ser te alegras (por su belleza o bondad) es su propia alegría la que te alegra, ese ser te ha donado la alegría, todo lo que tenemos nos es prestado. Nuestra risa es la risa que nos han dado las cosas que nos hacen reír.

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A menudo el mentiroso se va quedando sólo para que los demás no descubran sus mentiras

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La imaginación no es caprichosa, no surge arbitrariamente: es hija del deseo y de la voluntad y está motivada por estos. El deseo surge de un instinto pasional que quiere satisfacer una determinada pasión: codicia, celos envidia, ira, amor, etc. y busca una de las formas posibles dentro de la imaginación para satisfacer esa determinada pasión y le da forma. Así, todo lo que es un hombre lo es como producto de su imaginación; un hombre al final ejecuta los actos que su imaginación le ha sugerido y no hay ninguna diferencia entre lo que ha hecho y lo que ha imaginado. Los actos que ejecuta el hombre se hacen uña y carne con sus pasiones y son su exacta expresión. Aunque sea la más disparatada imaginación, hubo una voluntad de concebirse así. Por eso los sueños nos revelan cual somos, pues ellos son una representación más fiel   de las pasiones de un hombre por medio de la imaginación. En este sentido de la imaginación es importante también la función de la atención; ella selecciona aquellos rasgos con que imaginamos el mundo y a los seres humanos. El hombre libidinoso solo se fija en lo erótico, el codicioso en los bienes ajenos, etc. Pero hay que recordar que el hombre puede luchar contra sus pasiones pues la imaginación se mueve automáticamente por medio de asociación de ideas o por medio de los recuerdos; es decir: si un hombre que siempre que ha tenido dinero lo ha empleado en la compra de drogas, cuando surja la oportunidad de tener dinero enseguida asociará el dinero con la droga y volverá a imaginar su inmediata compra. Deberá ponerse en guardia con estas imaginaciones, romper el círculo, pero hay que saber que en realidad no lucha contra la imaginación sino contra sus pasiones. La imaginación sólo es lenguaje con que estas nos piden ser satisfechas y es el modo en que se nos representan.

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La incapacidad para vivir bien la propia vida. En ese déficit de vida propia, en ese desvivirse del envidioso  radica su envidia.

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No nos damos cuenta de que cuando hacemos a otras personas objetos de nuestras pasiones (de celos, de envidia, de venganza, etc) estamos siendo nosotros víctimas de estas pasiones. Al final toda pasión ha de culminar en un acto, en un desprecio, por ejemplo por celos, pero todo acto lo cometemos contra nosotros mismos. Para moderar las pasiones,  deberíamos ver en los otros sobre los que hacemos recaer las pasiones una extensión de nosotros mismos y por tanto debemos imaginarlos como si estuvieran ya palpando y observando las entrañas de nuestras pasiones. Hay que vivir con las puertas abiertas y seguir el consejo de Seneca: meditar y actuar como si ya nos estuvieran escudriñando el corazón.

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Querer el bien implica eliminar el rencor acumulado. En la medida en que un hombre lo alimenta, fomenta su autocompasión y trata de aparecer ante sus propios ojos como una víctima que está recibiendo continuamente daños imaginarios de los otros, un hombre no puede prosperar en ese deseo del bien, porque lo que desea es el mal de los otros, o acusa el mal que presume o imagina que le han hecho los otros, y en ese sentido ya está haciendo una escenificación del mal, su carácter se avinagra y se vuelve agresivo, dispuesto a ejercer esa agresividad sobre los otros en cuanto le sea posible. Esto quiere decir que es más importante nuestra aportación al mal general que domina el mundo por parte de nuestra naturaleza pasiva  -aquella que recibe el mal- que por nuestra naturaleza activa -aquella que ejecuta el mal-. Si un hombre no deja recibir el mal, tampoco lo llegará a ejecutar.

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El halago es la actitud más habitual en el hombre y lo que lo vuelve rastrero: es una forma de estar dando las gracias antes de que nos den algo pero justamente para conseguir ese algo.

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El mal se piensa, el mal se imagina y es por medio de esa actividad a la que damos curso en nuestro interior como el mal se nos representa vivamente en nosotros, por medio de la tristeza, del rencor o resentimiento, etc. En la tristeza se piensa o se imagina el mal (no nos alegramos cuando imaginamos a otras personas que gozan de la alegría, es decir, quisiéramos verlas tristes), en la alegría se piensa o imagina el bien. El amor por tanto sería el sentimiento que nace de imaginar el bien; el odio el sentimiento que nace de imaginar el mal. Ambos sentimientos activos dan como resultado estados anímicos contrarios: la alegría y la tristeza, expresión sintomática de estos sentimientos y fuerzas en acción.

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¿Cómo puede uno resistirse a dejarse arrastrar por las pasiones? Cada uno tendrá que ver en qué medida se deja arrastrar por unas y queda incólume de otras. Por ejemplo, uno puede resistirse a la fuerza con que el duelo por la muerte de sus seres queridos podría llevarle a un estado de postración y melancolía. Sabe colocar la mirada en otra parte, sustraerse a esa contemplación. Pero al final se puede concluir que todas las pasiones pueden ser aniquiladas y burladas de este modo. No dejarse arrastrar por ellas a fuerza de no querer contemplarlas porque uno no quiere colocarse en este estado de debilidad al que nos arrastran.

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No caer en los vicios que vituperamos en nuestros semejantes es el mejor medio para alcanzar a las virtudes que admiramos.

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En general el hombre no posee una finalidad clara y razonada para acometer sus actos, los realiza movido por pasiones que son irracionales, con intenciones a veces reprobables que nacen a menudo de una actitud narcisista o egoísta que se remontan a su etapa infantil. Pero es justamente gracias a la finalidad que todo acto tiene que el hombre puede regular su conducta atendiendo a una intención determinada que el mismo se pueda marcar. Según nos recuerdan los clásicos, la sabiduría atiende siempre en todas las actividades a la intención y no al resultado.

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Si casi todo el mundo elige lo malo, aun queriendo lo bueno, es porque aunque se aspire a lo noble, aún se tiene gustos plebeyos.

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Si se quiere tener la inteligencia fría para las situaciones en que nos colocamos no hay más remedio que intentar vivir desapasionadamente. Cualquier pasión enturbia la mirada, hace intervenir a los instintos de esas pasiones –la ira, la envida, lascivia etc.- y entonces ya no actuamos con arreglo a la inteligencia que la situación nos exige, sino cegados y movidos por esas pasiones.

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El hombre tiene en su poder dejarse determinar por reacciones físicas del cuerpo o tratándose de determinar por medio de su vida anímica, a través de un control racional. Si uno deja que prepondere la determinación de la esfera corporal de las reacciones está perdiendo la capacidad de control de su esfera humana y queda reducido a su esfera animal y a su dimensión de mecano.

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La alegría es el principio de placer animal elevado y expandido en la conducta del hombre por medio de su espíritu. El hombre consigue refinar el placer corporal y hacerlo irradiar en un placer espiritual: la alegría.

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A veces la grandeza del hombre radica en su humildad y a veces el hombre se hace demasiado pequeño por querer ser humilde.

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Nos hallamos hipnotizados por nuestras posesiones y pasiones, es decir, por aquellas actividades que ocupan nuestra mente y nuestro corazón. Y nos hallamos hipnotizados hasta el punto de que más que expresar nuestras pasiones, son estas pasiones las que nos obligan a expresarnos.

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No nos damos cuenta que en la medida en que dependemos de los servicios y el auxilio y la colaboración de otras personas estamos siempre a su espera y que la desesperación humana está vinculada a esta espera y que nunca se termina porque los hombres llevamos una vida irresponsable en la que nunca cumplimos nuestras expectativas ni la de los otros.

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El único camino para progresar espiritualmente es ascender por encima de las pasiones: sólo se puede ascender cundo uno se comienza a situar encima de ellas y no por debajo, no estando a  su tenor. Dicho así suena fácil, pero es lo más arduo. Pues cada uno tiene pasiones particulares que no consigue vencer y todos acabamos cojeando de nuestro talón de Aquiles. Todo el mundo se cree por encima de la vanidad, en parte porque no cree que la suya sea vanidad, pero todos nos miramos cada día en el espejo vanidosamente.

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Somos sensibles y nos ofendemos por lo que nos hacen, pero si tuviéramos la misma puntillosidad para las afrentas que nos hacemos cotidianamente a nosotros mismos nuestro crecimiento espiritual no tendría fin.

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Los buenos caracteres se pierden por no ser consecuentes hasta el final con aquellos actos que mejor lo representan. Por compromiso social se ha echado a perder más de un carácter y por no querer decepcionar a los otros nos acabamos decepcionando  hasta perder nuestro carácter más propio.

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Para no perder el propio carácter es necesario negarse a realizar aquello que nos desagrada y que vituperamos en los demás. Quien acaba pactando con las cosas que le disgusta se cierra el camino hacia la vida que de verdad le gusta.

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Lo que la masa más valora en todos los órdenes de la vida es la pacotilla. De ahí que la nobleza en la vida de las personas sea tan rara y que la mayoría de las personas, cuando se les pone en una disyuntiva, casi siempre escojan lo vil.

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Ser rebelde es una forma de mandar, la de aquellos que no mandando sobre nadie tampoco se dejan dominar a fin de poder mandar sobre sí mismos y conseguir el autodominio.

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La naturaleza moral de las personas depende más de su condición cultural que de su buena o mala índole. Es la atrofia de sensibilidad que procede de la carencia de cultura lo que vuelve a los hombres ineptos para ejercer las virtudes morales: la crueldad, el desprecio, la falta de simpatía hacia los otros hombres brota precisamente de que la mayoría no han recibido el influjo educativo de aquellos hombres de sensibilidad superior que han moldeado la cultura.

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La mayoría de la gente carece de orgullo, de ahí que abunde tanto la vanidad en este mundo. Cuanto más carecen las personas de una importancia propia más necesidades de rodearse de objetos con los que se exhiben para así aparentar que son personas verdaderamente importantes.

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Lo peor del amoralismo es la pereza en la que sume a la inteligencia al no poderla emplear en discriminar entre las cosas lo que nos resulta perjudicial. Quien no tiene una ética ha renunciado a tener opinión propia y de esta forma favorece en el seno de la sociedad sin resistencia el triunfo de los intereses más mezquinos.

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Cuantos más pobres hay en el mundo, más despiadados se vuelven los ricos y más envidiosos y mezquinos los pobres, pues la diferencia que los separa se vuelve tan grande que hace imposible cualquier tipo de compasión. Sólo podemos ser compasivos con nuestros semejantes, con aquellos que se nos parecen, pero nunca con los que nos son cada vez más ajenos.

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Por más que la inteligencia siempre sea lo más reputado en el carácter de una persona y haya temperamentos que la necesiten, hay otros que sin llegar a la idiotez, se pueden pasar sin ella. Incluso antes de definir el carácter como fruto de la inteligencia, habría que concluir que la inteligencia es fruto de un carácter que necesita de ésta para expresarse más adecuadamente.

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Cada uno llega a ser tan grande o tan pequeño como se imagina.

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Quien valora el dinero por encima de todas las cosas no conoce el valor de nada, pues quien en todo momento anda buscando tasar las cosas se vuelve ciego para ver la importancia de la relación entre las cosas.

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Uno es tanto menos ignorante cuanto más aborrece dejarse engañar. El camino del conocimiento es más una cuestión de orgullo que de inteligencia.

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Si se pudiese hacer fortuna realizando actos caritativos, el mundo se llenaría de filántropos. Pero por desgracia vivimos en un mundo al revés lleno de sádicos misántropos que persiguen a los otros hombres para explotarlos y hacer fortuna a su costa y sin caridad alguna.

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Lo más raro de este mundo, el espectáculo que brilla por su ausencia es el de la retractación, el arrepentimiento y la incapacidad para confesar que uno es culpable o se ha equivocado Nadie es capaz de asumir que se ha equivocado. Nadie quiere negarse a sí mismo, aunque sea para afirmarse en una persona mejor.

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El hombre no puede llegar a un alto grado de ennoblecimiento sin hacer un esfuerzo por salir de los vicios y las costumbres que lo corrompen. Todo cambio colosal en el curso de la vida y persona de un hombre se consigue sólo merced a estos esfuerzos minúsculos pero colosales.

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El vicio, como la virtud, es para los fuertes. No lo soporta cualquiera sin perderse.

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El hombre posee la misma plasticidad esencial del mundo, pero en su propia medida. Es capaz de transformarse  a sí mismo por medio de la sensibilidad y volverse plástico y por medio del amor transformarse.

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Entre las infinitas cosas valiosas que pueden contemplarse en este mundo, a menudo el hombre suele elegir la más insignificante: acaba contemplando su propio ombligo

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Somos y encarnamos el sentimiento con el que damos ejecución a nuestros actos, es decir, somos la vanidad con la que nos miramos en el espejo, la gula con la que nos atiborramos de comida, la codicia con la que deseamos volvernos millonarios, la humildad con la que nos arrodillamos ante dios.

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Quien ama a una persona ama a la humanidad entera. Pero no logramos dar ese salto porque nos falta la imaginación suficiente. Vemos obstáculos en los otros allí donde deberíamos ver puentes. En vez de cruzar los puentes nos estrellamos contra los obstáculos.

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