Nos desenvolvemos y actuamos en el
mundo según nuestras afecciones. La envidia que sentimos hace que perjudiquemos
al otro. No es que las pasiones sean pasivas. Las pasiones también actúan, pero
nos impiden obrar con justicia y eficiencia. Nos ciegan y nos impiden ver con
claridad. Y también impide el crecimiento de todo desarrollo alrededor. Por
tanto, resulta que nuestra sensibilidad es nuestro verdadero modo de acción.
Interactuamos entre los hombres con esta capacidad de obrar que nos permiten
nuestras pasiones. Nuestras acciones son el negativo de nuestras pasiones. O
mejor dicho, su contrapartida.
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Somos nosotros el principal obstáculo
para la buena marcha del mundo. Si percibimos a nuestro alrededor malicia y
malas cualidades, es nuestra propia envidia y rencor quien nos lo hace ver.
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Sin duda la lujuria está relacionada
con la gula. Y existe una sinergia negativa de las pasiones igual que se da una
sinergia positiva entre las acciones virtuosas. Quien modera la lujuria de la gula
está dando un paso para la continencia.
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Nadie sabe más que nadie. Todos
sabemos lo mismo, de lo único que sabe cada cual es de su propia vida y de ahí
habría que empezar a partir. Pero entonces ¿por que unos saben más que otros,
unos ven claro y otros están más o menos ciegos? Porque unos ven a través de
las pasiones de una manera miope, y otros se han liberado de estas pasiones del
ego, y pueden atravesarlas y mirar más lejos, y, por lo tanto, también alcanzar
una mayor distancia y recorrido. Incluso
hay quienes de su pasión hacen su talento, su habilidad y su fuerza, mientras
los otros se dejan debilitar por sus pasiones.
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El pavo que se hincha y se pavonea y que solo lo
hace para sí, eso es el ego y la vanidad.
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Cuando al mirar a un ser te alegras (por su belleza o
bondad) es su propia alegría la que te alegra, ese ser te ha donado la alegría,
todo lo que tenemos nos es prestado. Nuestra risa es la risa que nos han dado
las cosas que nos hacen reír.
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A menudo el mentiroso se va quedando
sólo para que los demás no descubran sus mentiras
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La imaginación no es caprichosa, no
surge arbitrariamente: es hija del deseo y de la voluntad y está motivada por
estos. El deseo surge de un instinto pasional que quiere satisfacer una
determinada pasión: codicia, celos envidia, ira, amor, etc. y busca una de las
formas posibles dentro de la imaginación para satisfacer esa determinada pasión
y le da forma. Así, todo lo que es un hombre lo es como producto de su
imaginación; un hombre al final ejecuta los actos que su imaginación le ha
sugerido y no hay ninguna diferencia entre lo que ha hecho y lo que ha
imaginado. Los actos que ejecuta el hombre se hacen uña y carne con sus
pasiones y son su exacta expresión. Aunque sea la más disparatada imaginación,
hubo una voluntad de concebirse así. Por eso los sueños nos revelan cual somos,
pues ellos son una representación más fiel
de las pasiones de un hombre por medio de la imaginación. En este
sentido de la imaginación es importante también la función de la atención; ella
selecciona aquellos rasgos con que imaginamos el mundo y a los seres humanos.
El hombre libidinoso solo se fija en lo erótico, el codicioso en los bienes
ajenos, etc. Pero hay que recordar que el hombre puede luchar contra sus
pasiones pues la imaginación se mueve automáticamente por medio de asociación
de ideas o por medio de los recuerdos; es decir: si un hombre que siempre que
ha tenido dinero lo ha empleado en la compra de drogas, cuando surja la
oportunidad de tener dinero enseguida asociará el dinero con la droga y volverá
a imaginar su inmediata compra. Deberá ponerse en guardia con estas
imaginaciones, romper el círculo, pero hay que saber que en realidad no lucha
contra la imaginación sino contra sus pasiones. La imaginación sólo es lenguaje
con que estas nos piden ser satisfechas y es el modo en que se nos representan.
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La incapacidad para vivir bien la
propia vida. En ese déficit de vida propia, en ese desvivirse del
envidioso radica su envidia.
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No nos damos cuenta de que cuando
hacemos a otras personas objetos de nuestras pasiones (de celos, de envidia, de
venganza, etc) estamos siendo nosotros víctimas de estas pasiones. Al final
toda pasión ha de culminar en un acto, en un desprecio, por ejemplo por celos,
pero todo acto lo cometemos contra nosotros mismos. Para moderar las
pasiones, deberíamos ver en los otros
sobre los que hacemos recaer las pasiones una extensión de nosotros mismos y
por tanto debemos imaginarlos como si estuvieran ya palpando y observando las
entrañas de nuestras pasiones. Hay que vivir con las puertas abiertas y seguir
el consejo de Seneca: meditar y actuar como si ya nos estuvieran escudriñando
el corazón.
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Querer el bien implica eliminar el
rencor acumulado. En la medida en que un hombre lo alimenta, fomenta su
autocompasión y trata de aparecer ante sus propios ojos como una víctima que
está recibiendo continuamente daños imaginarios de los otros, un hombre no
puede prosperar en ese deseo del bien, porque lo que desea es el mal de los
otros, o acusa el mal que presume o imagina que le han hecho los otros, y en
ese sentido ya está haciendo una escenificación del mal, su carácter se
avinagra y se vuelve agresivo, dispuesto a ejercer esa agresividad sobre los
otros en cuanto le sea posible. Esto quiere decir que es más importante nuestra
aportación al mal general que domina el mundo por parte de nuestra naturaleza
pasiva -aquella que recibe el mal- que
por nuestra naturaleza activa -aquella que ejecuta el mal-. Si un hombre no
deja recibir el mal, tampoco lo llegará a ejecutar.
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El halago es la actitud más habitual
en el hombre y lo que lo vuelve rastrero: es una forma de estar dando las
gracias antes de que nos den algo pero justamente para conseguir ese algo.
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El mal se piensa, el mal se imagina y
es por medio de esa actividad a la que damos curso en nuestro interior como el
mal se nos representa vivamente en nosotros, por medio de la tristeza, del
rencor o resentimiento, etc. En la tristeza se piensa o se imagina el mal (no
nos alegramos cuando imaginamos a otras personas que gozan de la alegría, es
decir, quisiéramos verlas tristes), en la alegría se piensa o imagina el bien.
El amor por tanto sería el sentimiento que nace de imaginar el bien; el odio el
sentimiento que nace de imaginar el mal. Ambos sentimientos activos dan como
resultado estados anímicos contrarios: la alegría y la tristeza, expresión
sintomática de estos sentimientos y fuerzas en acción.
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¿Cómo puede uno resistirse a dejarse
arrastrar por las pasiones? Cada uno tendrá que ver en qué medida se deja
arrastrar por unas y queda incólume de otras. Por ejemplo, uno puede resistirse
a la fuerza con que el duelo por la muerte de sus seres queridos podría llevarle
a un estado de postración y melancolía. Sabe colocar la mirada en otra parte,
sustraerse a esa contemplación. Pero al final se puede concluir que todas las
pasiones pueden ser aniquiladas y burladas de este modo. No dejarse arrastrar
por ellas a fuerza de no querer contemplarlas porque uno no quiere colocarse en
este estado de debilidad al que nos arrastran.
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No caer en los vicios que vituperamos
en nuestros semejantes es el mejor medio para alcanzar a las virtudes que
admiramos.
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En general el hombre no posee una
finalidad clara y razonada para acometer sus actos, los realiza movido por
pasiones que son irracionales, con intenciones a veces reprobables que nacen a
menudo de una actitud narcisista o egoísta que se remontan a su etapa infantil.
Pero es justamente gracias a la finalidad que todo acto tiene que el hombre
puede regular su conducta atendiendo a una intención determinada que el mismo
se pueda marcar. Según nos recuerdan los clásicos, la sabiduría atiende siempre
en todas las actividades a la intención y no al resultado.
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Si casi todo el mundo elige lo malo,
aun queriendo lo bueno, es porque aunque se aspire a lo noble, aún se tiene
gustos plebeyos.
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Si se quiere tener la inteligencia
fría para las situaciones en que nos colocamos no hay más remedio que intentar
vivir desapasionadamente. Cualquier pasión enturbia la mirada, hace intervenir
a los instintos de esas pasiones –la ira, la envida, lascivia etc.- y entonces
ya no actuamos con arreglo a la inteligencia que la situación nos exige, sino
cegados y movidos por esas pasiones.
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El hombre tiene en su poder dejarse
determinar por reacciones físicas del cuerpo o tratándose de determinar por
medio de su vida anímica, a través de un control racional. Si uno deja que
prepondere la determinación de la esfera corporal de las reacciones está
perdiendo la capacidad de control de su esfera humana y queda reducido a su
esfera animal y a su dimensión de mecano.
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La alegría es el principio de placer
animal elevado y expandido en la conducta del hombre por medio de su espíritu.
El hombre consigue refinar el placer corporal y hacerlo irradiar en un placer
espiritual: la alegría.
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A veces la grandeza del hombre radica
en su humildad y a veces el hombre se hace demasiado pequeño por querer ser
humilde.
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Nos hallamos hipnotizados por
nuestras posesiones y pasiones, es decir, por aquellas actividades que ocupan
nuestra mente y nuestro corazón. Y nos hallamos hipnotizados hasta el punto de
que más que expresar nuestras pasiones, son estas pasiones las que nos obligan
a expresarnos.
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No nos damos cuenta que en la medida
en que dependemos de los servicios y el auxilio y la colaboración de otras
personas estamos siempre a su espera y que la desesperación humana está
vinculada a esta espera y que nunca se termina porque los hombres llevamos una
vida irresponsable en la que nunca cumplimos nuestras expectativas ni la de los
otros.
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El único camino para progresar
espiritualmente es ascender por encima de las pasiones: sólo se puede ascender
cundo uno se comienza a situar encima de ellas y no por debajo, no estando
a su tenor. Dicho así suena fácil, pero
es lo más arduo. Pues cada uno tiene pasiones particulares que no consigue
vencer y todos acabamos cojeando de nuestro talón de Aquiles. Todo el mundo se
cree por encima de la vanidad, en parte porque no cree que la suya sea vanidad,
pero todos nos miramos cada día en el espejo vanidosamente.
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Somos sensibles y nos ofendemos por
lo que nos hacen, pero si tuviéramos la misma puntillosidad para las afrentas
que nos hacemos cotidianamente a nosotros mismos nuestro crecimiento espiritual
no tendría fin.
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Los buenos caracteres se pierden por
no ser consecuentes hasta el final con aquellos actos que mejor lo representan.
Por compromiso social se ha echado a perder más de un carácter y por no querer
decepcionar a los otros nos acabamos decepcionando hasta
perder nuestro carácter más propio.
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Para no perder el propio carácter es
necesario negarse a realizar aquello que nos desagrada y que vituperamos en los
demás. Quien acaba pactando con las cosas que le disgusta se cierra el camino
hacia la vida que de verdad le gusta.
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Lo que la masa más valora en todos
los órdenes de la vida es la pacotilla. De ahí que la nobleza en la vida de las
personas sea tan rara y que la mayoría de las personas, cuando se les pone en
una disyuntiva, casi siempre escojan lo vil.
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Ser rebelde es una forma de mandar,
la de aquellos que no mandando sobre nadie tampoco se dejan dominar a fin de
poder mandar sobre sí mismos y conseguir el autodominio.
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La naturaleza moral de las personas
depende más de su condición cultural que de su buena o mala índole. Es la
atrofia de sensibilidad que procede de la carencia de cultura lo que vuelve a
los hombres ineptos para ejercer las virtudes morales: la crueldad, el
desprecio, la falta de simpatía hacia los otros hombres brota precisamente de
que la mayoría no han recibido el influjo educativo de aquellos hombres de
sensibilidad superior que han moldeado la cultura.
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La mayoría de la gente carece de
orgullo, de ahí que abunde tanto la vanidad en este mundo. Cuanto más carecen
las personas de una importancia propia más necesidades de rodearse de objetos
con los que se exhiben para así aparentar que son personas verdaderamente
importantes.
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Lo peor del amoralismo es la pereza
en la que sume a la inteligencia al no poderla emplear en discriminar entre las
cosas lo que nos resulta perjudicial. Quien no tiene una ética ha renunciado a
tener opinión propia y de esta forma favorece en el seno de la sociedad sin
resistencia el triunfo de los intereses más mezquinos.
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Cuantos más pobres hay en el mundo,
más despiadados se vuelven los ricos y más envidiosos y mezquinos los pobres,
pues la diferencia que los separa se vuelve tan grande que hace imposible
cualquier tipo de compasión. Sólo podemos ser compasivos con nuestros
semejantes, con aquellos que se nos parecen, pero nunca con los que nos son
cada vez más ajenos.
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Por más que la inteligencia siempre
sea lo más reputado en el carácter de una persona y haya temperamentos que la
necesiten, hay otros que sin llegar a la idiotez, se pueden pasar sin ella.
Incluso antes de definir el carácter como fruto de la inteligencia, habría que
concluir que la inteligencia es fruto de un carácter que necesita de ésta para
expresarse más adecuadamente.
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Cada uno llega a ser tan grande o tan
pequeño como se imagina.
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Quien valora el dinero por encima de
todas las cosas no conoce el valor de nada, pues quien en todo momento anda
buscando tasar las cosas se vuelve ciego para ver la importancia de la relación
entre las cosas.
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Uno es tanto menos ignorante cuanto
más aborrece dejarse engañar. El camino del conocimiento es más una cuestión de
orgullo que de inteligencia.
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Si se pudiese hacer fortuna
realizando actos caritativos, el mundo se llenaría de filántropos. Pero por
desgracia vivimos en un mundo al revés lleno de sádicos misántropos que
persiguen a los otros hombres para explotarlos y hacer fortuna a su costa y sin
caridad alguna.
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Lo más raro de este mundo, el
espectáculo que brilla por su ausencia es el de la retractación, el
arrepentimiento y la incapacidad para confesar que uno es culpable o se ha
equivocado Nadie es capaz de asumir que se ha equivocado. Nadie quiere negarse
a sí mismo, aunque sea para afirmarse en una persona mejor.
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El hombre no puede llegar a un alto
grado de ennoblecimiento sin hacer un esfuerzo por salir de los vicios y las
costumbres que lo corrompen. Todo cambio colosal en el curso de la vida y
persona de un hombre se consigue sólo merced a estos esfuerzos minúsculos pero
colosales.
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El vicio, como la virtud, es para los
fuertes. No lo soporta cualquiera sin perderse.
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El hombre posee la misma plasticidad
esencial del mundo, pero en su propia medida. Es capaz de transformarse a sí mismo por medio de la sensibilidad y
volverse plástico y por medio del amor transformarse.
*****
Entre las infinitas cosas valiosas
que pueden contemplarse en este mundo, a menudo el hombre suele elegir la más
insignificante: acaba contemplando su propio ombligo
*****
Somos y encarnamos el sentimiento con
el que damos ejecución a nuestros actos, es decir, somos la vanidad con la que
nos miramos en el espejo, la gula con la que nos atiborramos de comida, la
codicia con la que deseamos volvernos millonarios, la humildad con la que nos
arrodillamos ante dios.
*****
Quien ama a una persona ama a la
humanidad entera. Pero no logramos dar ese salto porque nos falta la
imaginación suficiente. Vemos obstáculos en los otros allí donde deberíamos ver
puentes. En vez de cruzar los puentes nos estrellamos contra los obstáculos.
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