lunes, 3 de enero de 2022

AFORISMOS Y CAVILACIONES 29. Sobre la técnica (IV)

 



 

 

CADA VEZ SOMOS MÁS MORTALES. Por todas partes, un chisporreteo constante de fotos como un pobre medio de inmortalizar nuestra vida, sin darnos cuenta de que la mortalizamos más, le damos un toque mortal a nuestra vida cada vez que disparamos una foto y desplazamos así el momento para ser vivido por un instante de posado o de exhibición en las redes, donde quedan expuestos de un modo grotesco y obsceno nuestros más íntimos momentos de vida. Disparar una foto es disparar un chorro de muerte a la vida palpitante, cambiar nuestra memoria viva por un documento que aún certifica más nuestra falta de memoria y curiosidad para la vida misma. En medio de un mundo maquinal, andamos distraídos de las cosas vivas y presentes, y ya solo sentimos curiosidad por las cosas muertas, síntoma incontestable de que la vida del hombre ya ha sido inficionada por el mortal veneno de lo mecánico.

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GIGANTES Y PIGMEOS. Hasta qué punto la máquina priva al hombre de inteligencia y lo reduce a un tamaño de pigmeo, se puede constatar por el hecho de que cada vez es más fácil ver a los hombres idiotizados ante la aparente grandeza de una máquina.

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LA SOCIOPATÍA VIRTUAL. Continuamente se nos informa que la tecnología cambia nuestra forma de relacionarnos y que casi la mitad de las personas conocen a su pareja en páginas de contacto, pero todo esto, más que información, es publicidad engañosa. Las páginas digitales de contacto han de publicitarse para vender su producto y su producto consiste en hacer que la gente se relacione virtualmente, por lo que hay que hacer creer a toda costa, mediante la manipulación de las estadísticas, que el futuro de las relaciones humanas se halla ahora en el mundo virtual.  Se trata de reconducir ciertas prácticas, actividades y hábitos a un ámbito virtual donde los ciudadanos se convierten en clientes que han de pagar con dinero y datos por algo que antes era gratis, confidencial y espontáneo. En cuanto se crean nuevos hábitos incitados por la tecnología también quedan obsoletos antiguos hábitos y prácticas, pues tener relaciones presenciales, cortejarse en la calle, o en la pistas de bailes, comienza a estar trasnochado, sólo porque ya no se cuenta con el aura que presta la tecnología. Pero igual que los creyentes se arrodillan ante el aura de los santos, la ardiente fe en la tecnología hace que nos prosternemos ante el aura de los algoritmos.

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SEAMOS DIGNOS. No dignarse a dejarse dirigir por  la voz inhumana y robótica  de una máquina. En esto debería consistir  el límite de la dignidad humana que la humanidad está rebasando ya.

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LAS PLATAFORMAS YA SON PITAGÓRICAS. “Hay una corriente de fondo que el álgebra percibe mejor que el más fino de los filósofos” sentencia un sociólogo a través de un artículo en el que encomia el algoritmo de Netflix,  ya que éste ha detectado algo profundo en sus consumidores y logra adivinar lo que les puede importar y emocionar para mejor manipularlos a través de las series. Igual se pretende ahora que el filósofo vuelva a ser oracular y pitagórico, para así dejar que las plataformas se apropien de su función, que siempre ha sido, como Nietzsche ya adivinó, la de engendrar espíritus libres. En fin, se le está adjudicando al algoritmo un saber artístico, capaz de crear una obra de arte que encaja con el deseo del público. Pero lo que el algoritmo sabe -si algo pudiera saber-, nada tiene que ver con lo artístico, sino con satisfacer la demanda de los consumidores, y es así como adviene la nueva esclavitud de los tiempos, que condena a los artistas a satisfacer nada más que el deseo de una mayoría de consumidores. Al encargarse la técnica de conocer y averiguar lo que desea el público, castra al mismo tiempo el ingenio artístico y creativo del autor para convertirlo meramente en un productor de una manufactura digital. Al contacto con la máquina, hasta los espíritus más refinados de una sociedad se convierten en operarios de una industria mecánica.

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LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL SER HUMANO. No hay nada que pueda venir a interrumpir el  funcionamiento de una máquina y ésta es una de la características que distinguen a las máquinas de los hombres, eso sí, cada vez más interrumpidos por las llamadas tecnologías de la interrupción, hasta el punto de que ya es muy difícil concentrarse en cualquier tarea. Y esto se convierte en una ley que rige la evolución de la técnica. Cuanto más ininterrumpidamente trabajan las máquinas alrededor, más interrumpidamente llevan a cabo sus vidas los hombres, haciendo casi imposible cualquier tarea seria.  Es decir, cuanto mejor funcionan las operaciones de las máquinas, peor funcionan las vidas de los hombres. Pero es que este efecto de la técnica acaba repercutiendo fundamentalmente sobre el carácter del hombre. Pues por mor de esta interrupción incesante, la vida de los hombres va perdiendo gravedad. Ya nada es lo suficientemente serio y la vida en la civilización va adquiriendo por todas partes la insoportable levedad del ser humano.

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LOS VIGILANTES NOS QUIEREN DOCUMENTADOS. Toda fotografía es un documento, pero a la vez un método de vigilancia sobre las personas. Cada vez que enseñamos una imagen o una fotografía muchos ojos nos escrutan, nos vigilan y saben más sobre nosotros.

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NUESTRAS FACES YA SERÁN INTERFACES. Las pantallas nos invaden en los lugares más íntimos y también en los más públicos, en la oscuridad dentro de las sabanas o bajo las marquesinas de las paradas de bus. Y los carteles publicitarios son sustituidos por pantallas con imágenes que se mueven y captan la atención de los clientes potenciales para atraparlos mejor. El ciudadano es entonces transformado en cliente,  cada vez más indefenso ante el poder de seducción de la publicidad, abducido por los mensajes que lo atrapan incansablemente en la rueda del consumo. La tecnología potencia el poder de las grandes corporaciones, además de volver obsoleta las anteriores técnicas o soportes, como el papel, que quedan sustituidos por las omnipresentes pantallas. Cuando ya se haya implantado en la mente la inteligencia artificial, y se haya hecho realidad la traducción de los pensamientos, nuestros ojos serán cámaras, nuestra boca se hará micro, y el rostro una interfaz que plasmará nuestras emociones. ¿Pero serán nuestras o de las empresas que nos las sirvan?

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TODOS SEREMOS APRENDICES. Tenemos que reinventarnos profesionalmente de forma permanente, nos repiten los expertos en tecnología, y no entiendo como no se cansan así van saliendo palabras tan cansinas de su boca. Además de querer fatigarnos, lo que nos quieren decir es que hemos de ser camaleones y llegar a tener varias profesiones distintas en una sola vida, eso sí, exprimida por una formación continua y exhaustiva, hasta conseguir que en ella ya no nos quede más tiempo que el consagrado al trabajo.

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¿A QUE SE VA A DEDICAR EL SER HUMANO? La tecnología tiene como finalidad última construir un hombre mejorado que venga a sustituir al hombre en todas sus funciones –aunque ese modelo de hombre sea falso e impostado-  y esto se va realizando de forma parcial y disgregada en un único proceso paulatino. Pero uno se pregunta, si todas las funciones del hombre vienen a ser con el tiempo reemplazadas por las máquinas ¿a qué se va a dedicar el hombre? ¿Y será mejor el mundo del futuro que el del pasado –no tendrá, para el carácter y la vida del hombre, en su balance, más efectos negativos que positivos? Pero lo que es más importante ¿serán mejores las pocas y nuevas ocupaciones de los hombres del futuro que aquellas ocupaciones y oficios que fue arrollando la maquinaria de la técnica? Y lo que quizás sea aún más relevante, si una gran mayoría de los hombres se queda sin trabajo -que es la fuente de toda riqueza-, ¿no se convertirá la masa de los hombres en una horda de pobres oprimidos por aquellos que se lucran con la producción de la técnica?

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NO SEAMOS INGENUOS. La ingenuidad ante la técnica, el general sentimiento de que ella es inofensiva y constituye el verdadero progreso de la humanidad, porque no reporta más que beneficios, eso es lo que la vuelve más peligrosa, pues el hombre comparece siempre ante ella con la guardia baja, creyendo que solo constituye una fuerza aliada con la que puede contar, sin que sea capaz de atisbar que también tiene una dimensión que le es hostil y que, precisamente por inadvertida, acaba recibiendo el ser humano sus efectos nocivos cuando ya es demasiado tarde para revertirlos. No situarse ante la técnica en estado de alerta es lo que puede conducir al hombre a la catástrofe y, lo que es peor aún, a aceptar con resignación cualquier estado al que le conduzca la técnica.

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LA UTOPIA DIGITAL NOS HARÁ MÁS POBRES. La gran distopía de nuestro mundo viene ya preanunciada por las grandes empresas de comunicación digital  que pretenden apoderarse de la utopía de las sociedades y marcarles la dirección en que ésta ha de realizarse, es decir, exclusivamente en el ámbito tecnológico o en el mundo digital. Lo que para los presidentes de estas compañías promete la tecnología al mundo del futuro no tiene límites; liberarán -nos anuncian a bombo y platillo- a la gente de la pobreza, lo que resulta un maravilloso brindis al sol, porque al mismo tiempo nos aseguran que las fábricas, gracias a la eficiente productividad de estas máquinas, apenas necesitarán de gente que trabaje en ellas, con lo cual se realizará el viejo sueño utópico de una sociedad en que la gente deje al mismo tiempo de trabajar y de ser pobre. Pero como ya nos adviertió Friedrich Jünger en “La perfección de la técnica”, la situación humana típica para nuestra técnica es “el pauperismo, que nunca puede ser superado por ningún esfuerzo técnico. Está adherido a la era de la Técnica, a la que se acompaña y acompañará hasta el fin”.

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POR ESO PERDIMOS EL PARAÍSO. Lo que “el mito del paraíso perdido” ilustra en realidad no es el camino emprendido hacia la ciencia y el conocimiento, sino la irrupción de la técnica en la prehistoria del hombre, ya que “in illo tempore” se le hizo intolerable andar desnudo y descalzo y alimentarse de frutos y se vio obligado a tejer sus vestidos y fabricar su calzado y moler el trigo y hornear su pan. Y ahí empezó la maldición del hombre. Pues se podría pensar que es deseable pasar de una situación de penuria a otra de sobreabundancia, mas cualquiera preferiría vivir en el paraíso un breve lapso de vida austera, mas lleno de dicha, que una vida desdichada en el destierro, por mucho lujo que le rodease.




EL GRAN REEMPLAZO. Las funciones del hombre son reemplazadas por la técnica, lo que lleva a la desaparición de las condiciones de vida y profesiones que permitían a gran número de hombres ejercer aquellas funciones y ganarse así la vida. Si los hombres permiten ese reemplazo hostil para su existencia es porque este aparece solapadamente al principio, con una apariencia inofensiva, sólo sustituyéndole en algunas de esas funciones y en otras no. Pero el desarrollo de toda tecnología se acaba culminando con el reemplazo total: no es difícil adivinar, por ejemplo, que las nuevas técnicas digitales de quitar años al actor se dedicarán a quitarle también todos sus papeles. En el futuro las películas serán interpretadas dócilmente por actores digitales, es decir, robots digitales, y la profesión de actor será expulsada hacia las catacumbas de las tablas y las candilejas, allí donde la máquina no se ha asomado y el hombre puede llevar a cabo sus funciones de forma libre y sin amenazas.




"UN TELEFONO COLGADO ES EL SÍMBOLO MODERNO DE LA INCOMUNICACIÓN" (Lawrence Durrell). Nada más contagioso que las interrupciones provocadas por los teléfonos móviles. Un hombre que habla a gritos en un autobús interrumpe la concentración de todos los viajeros y la conferencia telefónica se convierte en espectáculo penoso que todos estamos obligados a presenciar. Un sólo hombre que en el interior de un grupo anda despistado tecleando mensajes, acaba distrayendo a todo el grupo. Pero el principal efecto de las conversaciones telefónicas en los lugares públicos es que interrumpen la posibilidad de mezclarnos en esa conversación. Todo conversar humano nos concierne y nos anima a participar en él. Nada de esto ocurre en la privacidad onanista de las conversaciones telefónicas, porque toda máquina interrumpe las relaciones entre los hombres, e incluso el teléfono, que es una tecnología de acercamiento y de allanamiento de las distancias, paradójicamente contribuye a agravar la incomunicación entre los hombres. En el momento en que cualquier persona saca el móvil para encontrarse menos solo, comienza a agudizar su soledad y a zanjar  una trinchera comunicativa que le desconecta del mundo real.

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LA EMANCIPACIÓN DE LA MÁQUINA. La esencia de la técnica es tener ella sus propios fines, independientemente de los que tenga el hombre confiados para ella. Y ese es el motivo por los que finalmente la máquina se emancipará del hombre.

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TECNÓFILOS COMPULSIVOS. Puesto que la civilización actual depende en su existencia de la fabricación de máquinas y artefactos, y todos trabajamos de una manera u otra para su construcción, nada tiene más prestigio en nuestra sociedad que la adquisición y el uso de las máquinas para las que laboramos, hasta el punto de que hay una compulsión social que nos conduce hacia el abuso, sean necesarias o no. Pero cada vez que usamos una maquina seguimos trabajando para ellas, no descansamos nunca de nuestro trabajo con las máquinas y cada uno se convierte en un engranaje en la cadena de su montaje.

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EL TRABAJO SE DEPRECIA Y NOS DESPRECIA. El valor del trabajo de los hombres vale cada vez menos porque el que desempeñan las máquinas cada vez se cotiza más, ya que el resultado de su labor es mejor y más perfecto que el realizado por los hombres. Es decir, que las máquinas vienen a dejar a unos hombres sin trabajo y a dejar el trabajo de los hombres depreciado. Muchos hombres ignoran que su autodesprecio y su baja consideración vienen provocados por la aparición de las máquinas. Pues el ser humano no puede soportar durante mucho tiempo que apenas se valore aquello para lo que se emplea.

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YA NO CONFÍAMOS EN NOSOTROS MISMOS. La esencia de un mundo técnico es la desconfianza en la naturaleza humana, ya que  ésta es fuente de errores. Llegará un momento en que la máquina ya no permitirá que el hombre se equivoque y tomará todas las decisiones, ejecutará todos los actos relevantes, a fin de que la sociedad toda funcione con la perfección y la infalibilidad de una máquina: hará una sociedad perfecta y sin errores. Y entonces el hombre se habrá dado cuenta de su error: haber depositado su confianza en quien no admite errores.

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LA SOFISTICACIÓN DEL SER HUMANO. Cuanto más se sofistican las máquinas que reemplazan a los hombres en sus quehaceres, más se tienen que sofisticar los mismos hombres, que trabajan, no compitiendo en eficacia e inteligencia con  los mismos hombres, sino compitiendo con las máquinas.

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SUMISOS POR IMITACIÓN. Es un poco lamentable pero es verdad: en la era de la técnica, en que los trabajadores compiten con las máquinas para un puesto de trabajo, el hombre comienza a creer que sólo puede vencer a la máquina pareciéndose a ella, perdiendo así toda su identidad y volviéndose cada vez más siervo y sumiso, pues no otra cosas son las máquinas para quien con ellas se enriquecen: sumisos siervos a su servicio. Si los hombres se han vueltos cada vez más resignados y sumisos en sus lugares de trabajo, dejando que le expolien todos aquellos derechos de los que antaño gozaban, es por tratar de competir con las máquinas en su grado de sumisión.

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¿QUIEN GARANTIZA LA VERDAD? A medida que proliferan los medios tecnológicos que documentan la realidad, la palabra de los hombres pierde valor como garantía de verdad. Ya no basta que por medio de nuestra palabra garanticemos la verdad de algo, pues ahora, para reforzar nuestra credibilidad, necesitamos aportar tantas pruebas documentales como nos ofrece la tecnología. El hombre más mentiroso del mundo podría ser creído si aportarse documentos falsos y, por el contrario, aquel hombre  que nunca hubiera mentido en su vida, no sería creído si no aportase ninguna prueba técnica. Y es que la autoridad de un hombre ya no se basa en su conducta personal, sino en el poder de convicción que tiene la técnica.

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EL DRON NO ES NINGÚN PÁJARO DIVINO.  Al no venir el dron pilotado por humanos, sus efectos mortales pasan desapercibidos. El dron mata y destruye impersonalmente, como si fuera un ataque divino. Los avances tecnológicos hacen que acabemos dando a Dios lo que es del César.

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SÓLO MIRAMOS EL DEDO QUE APUNTA A LA LUNA. Con la extensión de las técnicas de la comunicación ha triunfado lo deíctico, el mostrar antes que el demostrar, la prueba por encima de la argumentación, la representación antes que la descripción, la imagen por delante de la palabra y el simulacro antes que el original. ¿Pero qué es lo que nos muestra este siempre valerse de lo deíctico para comunicar cualquier mensaje?  Lo que muestra es la pereza del individuo para urdir por medio de su inteligencia cualquier mensaje o conocimiento, pereza que forzosamente ha de venir atizada por el uso ininterrumpido de la máquina. Ya se prefiere apretar un botón antes que apretar las neuronas para producir un conocimiento, pues ese conocimiento ya lo posee la máquina dotada de inteligencia artificial. A diferencia del conocimiento de cada persona, que es individual, original y adaptado a cada momento, el conocimiento que posee la máquina siempre es repetitivo, mecánico e impersonal. Pero al mismo tiempo, lo que muestra el triunfo de lo deíctico –este continuo señalar a la pantalla para apoyar nuestro discurso oral- es el triunfo de las máquinas en la vida intelectual y creativa de los hombres. Y en este punto es por lo que se puede decir que el conocimiento excretado por las máquinas no es un conocimiento preñado, como el conocimiento gestado en el interior de las mentes, sino un conocimiento castrado y propio de una era de eunucos. Lo que el hombre siempre señala con el dedo,  -ya sea imagen o información- no es más que la misma máquina o algún fruto artificialmente inteligente salido de la máquina. Ya es incapaz de señalar con el dedo la labor de su propia inteligencia.

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CONOCIMIENTO DE PACOTILLA. El conocimiento con que internet nutre a sus usuarios es un conocimiento de pacotilla. Pero cada vez proliferan más aquellos que creen haber encontrado un tesoro sin saber que no tienen más que baratijas. Creemos ahora ser más doctos, y esa jactancia vana nos hace todavía más ignorantes, pues nuestro conocimiento de pacotilla es el que nos impide salir a la busca del verdadero conocimiento. Siempre el gran enemigo del conocimiento humano ha sido la ignorancia disfrazada de ciencia. Las consultas de los médicos se llenan de pacientes pseudo-doctos que acuden para que se les recete los que ellos mismos ya se han prescrito vía internet, y los doctores, que son los que portan el verdadero saber, son puestos en tela de juicio y desautorizados por los auténticos ignorantes.

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NUESTRAS CIUDADAES NO SON TAN INTELIGENTES. Con los dispositivos de última generación, la tecnología nos conduce hacia una “ciudad inteligente” con ciudadanos cada vez más torpes y tontos.

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HAY QUE LEER AL REVÉS Y ENTRE LÍNEAS. Sólo es posible entender los retrocesos que nos vienen a traer cada innovación tecnológica leyendo al revés las palabras que salen de los labios de sus panegeristas y “vendehúmos” de toda laya. Allí donde nos dicen que tal innovación tecnológica traerá nuevos servicios adaptados a las necesidades de los clientes, hay que leer que será a partir de ahora el ciudadano -transfigurado en cliente- quien tendrá que adaptarse a las necesidades de esa tecnología, para mayor gloria de las empresas. Donde se nos dice que enriquecerá nuestra comunicación, hay que leer que vendrá a empobrecerla, pues, en cuanto media una máquina, la comunicación se dilata y adelgaza y se llena de interferencias, y cualquier comunicación en el medio digital impone una nueva distancia y nos entrega otro sucedáneo más de la auténtica comunicación, que es siempre directa y presencial. Allí donde se nos dice que las nuevas comunicaciones tecnológicas que se nos proponen producirán una sensación de cercanía y personalización, hemos de leer que está comunicación se hará más remota y distante y todavía más despersonalizada, si es que es posible cualquier atisbo de lo personal en la relación con una máquina. Cada vez que nos dicen que una máquina viene para adaptarse a la persona, tenemos que pensar que viene para quitar de en medio a las personas.

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EL PRECIO DE SOÑAR EN TECNICOLOR. “Haremos vuestros sueños realidad”, tal parece el mensaje sublime que nos vienen a pregonar los voceros y lacayos de la tecnología, pero por debajo se escucha el murmullo del verdadero mensaje que suena subliminalmente a los oídos atentos, la ínfima letra sólo legible a los ojos avizores: “pero a cambio convertiremos vuestra realidad en pesadilla”. Y es que nada nos vienen a decir sobre el precio distópico que tendremos que pagar por ello.

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LA GRAN INGENUIDAD. El rasgo humano que más nos viene a revelar el triunfo de la tecnología es la ingenuidad. Haberse creído todas las promesas de la tecnología y que ésta venía a resolver todos los problemas humanos, ese ha sido el gran pecado de los hombres. Si los hombres no hubieran depuesto su suspicacia y  no fueran tan ingenuos, habrían descubierto hace mucho tiempo la verdad. Tendríamos que haber dado la vuelta a los cosas y ver lo que escondía la tecnología en su reverso: que sólo viene a solucionar aquellos problemas que ella misma ha engendrado y agudizado. Cada vez que un invento nuevo viene al mundo hay que preguntarle siempre cual es el problema  que nos viene a acarrear

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NOS LLUEVEN BENDICIONES. Si algo dudosamente bueno se quiere hacer pasar por incontestablemente bueno no hay más que bendecirlo. Eso es lo que desde siempre se ha hecho con la técnica, que a fuerza de bendiciones se ha conseguido que los hombres sean incapaces de ver el efecto deletéreo que tienen sobre su personalidad y sobre sus condiciones de vida.

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LA PÉRDIDA DE NUESTRO PATRIMONIO. Lo que pierde el hombre con la extensión de la técnica y la aparición de sucesivos inventos no lo podrá saber jamás, pues lo que ya era posesión natural del hombre no se valoraba en su justa medida, por ser patrimonio con el que ya contaba. Se podría decir incluso que el hombre permite introducir cambios de hábitos y formas de vida nuevos porque los antiguos ya no los valoraba suficientemente. El sosiego de la vida, el contacto con la naturaleza  y el silencio, eran elementos que creía que iban a estar siempre ahí para su disfrute, sin darse cuenta de que los podía perder en su carrera hacia el progreso. Por otra parte, los hombres caen en la ilusión de pensar que, puesto que se les inculca hasta el hartazgo que toda máquina representa un progreso y una mejora para la humanidad -en el sentido de que va a hacer nuestra vida más eficaz y confortable-, también este progreso tiene que comportar  una mejora en su carácter y en su modo de vida: piensa el hombre ingenuamente que la técnica va a derramar sus beneficios sobre el conjunto de su vida, sin comprender que acaso sea lo contrario. Pues ve al progreso técnico como ensanchando su humanidad en el proyecto histórico, sin advertir que la acaba estrechando por alguno de sus extremos, al menguar su patrimonio humano en aquellos aspectos que son degradados y erradicados por la técnica. Pues el estrés y el estruendo de la vida moderna y el mundo artificial e inhumano de las ciudades en que está obligado a vivir son ahora el negativo de aquellas bondades de sus condiciones de vida y naturaleza humana, con las que ya contaba: la perdida de la serenidad, del silencio y del contacto con la naturaleza la paga ahora con el trágico precio de su enfermedad mental, pues toda pérdida de una parte de la naturaleza humana se acaba saldando con la pérdida del equilibrio global y, como resultado, con la pérdida de su salud.

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LA TELARAÑA DE INTERESES. Aquello que tiene un peso más importante sobre nuestras vidas -es decir, la tecnología- queda fuera del escrutinio de los hombres: nunca ha interesado que se descubra que los ídolos tienen los pies de barro. Sobre el espacio en el que mora algún dios siempre se teje una tela de araña de intereses que impiden al hombre mirarle directamente a la cara.

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LAS MÁQUINAS VIENEN PARA DESACTIVARNOS. ¿Cuál es la actitud más notable que las máquinas suscitan en los hombres? La pasividad. Cada vez que aparece una máquina, al hombre ya sólo le queda apoltronarse, y una parte de su conciencia queda inactiva, aquella que estaba destinada a velar por la actividad que ha suplido la máquina. Pero también las funciones del cuerpo quedan atrofiadas por el relevo de la máquina. Las máquinas vienen a estrechar –angustiar y agostar- el espacio de su vitalidad. Cuanto más rodeado de máquinas se halla el hombre, más se enrarece el aire vital que respira y más se le va asfixiando su humanidad, pues las máquinas han venido a usurpar aquellas funciones que le deban sentido y dignidad humana.

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NOS ESTÁN SAQUEANDO. Se vende el mantra entontecedor de que “toda transformación de un entorno físico en uno digital siempre acaba mejorando nuestras experiencias”, pero ese mantra, que busca hipnotizarnos,  trata de escamotear la verdadera realidad: que quien resolvía asuntos y necesidades en medio de espacios físicos y a través de relaciones humanas ahora se ve recluido en los angostos límites de su domicilio, condenado al ostracismo de la relación con la máquina. Los mercaderes han logrado colocar sus tenderetes y bazares en nuestras casas y somos nosotros los que teletransportamos esas mercancías, sin que los señores del dinero tengan que hacer el menor esfuerzo para saquear nuestros datos y nuestros bolsillos.

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EL PRESTIGIO NOS ESTÁ VOLVIENDO IDIOTAS. Los hábitos más peligrosos son los que vienen a implantarnos la tecnología, pues el prestigio que da a todo lo que toca hace que los hombres estén encantados de idiotizarse.

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EL CANCERBERO LABORAL. El patrón ya no necesita vigilar a los trabajadores pues la máquina lo hará por él de una manera más eficaz y solapada. Al imponer su inhumano ritmo de trabajo, la máquina impide todo momento de indolencia y hace que el trabajador no tenga ningún instante de solaz. Cada vez que el trabajador pretende comportarse como un ser humano, imponiendo sus maneras, la máquina se encarga de llevarle a su carril. Pues él mismo no es ya un ser humano autónomo, sino un engranaje sin el cual la máquina no podría funcionar. Pero mientras el hombre está trabajando, se convierte en un apéndice de la máquina y el patrón sabe que mientras ésta se halle en funcionamiento, el trabajador obrará con la misma diligencia. Y no le hará falta al patrón vigilar su grado de laboriosidad, pues ahora ya tiene a su su perro pastor.

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LA NUEVA ALIENACIÓN DEL HOMBRE. Con la sustitución de los profesionales por las máquinas y el “hágalo usted mismo”, cada uno  realiza profanamente el trabajo que ejercían aquellos, sin que estemos preparados para ello; con la consecuencia de estar siempre ejecutando un trabajo torpe en el que dilapidamos nuestro tiempo, para mayor gloria de las empresas y las burocracias.

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YA NO ESTÁ LA MÁQUINA A NUESTRO SERVICIO. A menudo se cambian personas por máquinas que ejecutan las mismas funciones, pero como toda máquina tiene por función que se le de uso, allí donde hay poco uso,  desaparecen las máquinas, a la vez que las personas con sus oficios y sus funciones, con lo que las máquinas se convierten en la excusa perfecta para hacer desaparecer aquellos servicios que prestaba el hombre. Pues la máquina es más inhumana que el trabajador y repele el elemento humano. Un trabajador puede tener razón de ser si sus servicios son demandados por unas pocas personas. Pero la máquina no puede tener más sentido que el que le designan los que las fabrican: es decir, prescindir de los trabajadores para así tener un rendimiento por encima de ellos.

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EL GENIO MALIGNO. El mundo digital viene a ser un genio maligno cuya función es la de engañarnos siempre: nos hace creer que la copia es mejor que el original y nos deja siempre la sensación de que estamos mejor colocados en el mundo, a pesar de que viene precisamente a descolocarnos.

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LOS NUEVOS ESCLAVOS DEL OCIO. En un mundo en que las industrias de los hombres ya son llevadas a cabo por máquinas y robots, los esclavos de nuestro tiempo, no lo son del trabajo, sino del ocio: su esclavitud se traduce en vivir del ocio sin ocuparse de nada. Los hombres ya no podrán quejarse de sus miserables condiciones laborales, pero quedarán vacando sin rumbo en la miseria de sus condiciones vitales.

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INTOLERABLE REPRESIÓN. Ya se  habla en algunos países –sobre todo de Oriente- de vigilancia masiva a toda la población, sólo tolerada bajo la excusa  de ser una vigilancia tecnológica, y todo lo que se produce a través de la tecnología acaba siendo sacramentado. A la tecnología se le toleran prácticas represivas sobre los hombres que serían inimaginables sin ella.  


LAS MÁQUINAS SON COMO ABEJAS OBRERAS. El principal perjuicio de la tecnología es que no deja conocer al hombre ni expresar sus conocimientos, mientras la máquina o la inteligencia artificial lo haga por él. Cada vez que una máquina reproduce o muestra una información, una voz grabada, un vídeo, el hombre pierde el poder de referirse mediante sus facultades a aquello que la máquina refiere o reproduce. Siempre que la máquina se expresa, el hombre calla y pierde el poder de crear algo nuevo mediante su discurrir y sus palabras. Y lo más curioso es que la máquina es estéril como una perfecta abeja obrera: nunca crea nada, pues siendo un invento, carece del poder de inventiva; no reproduce más que siempre lo mismo. Y sin embargo le hace perder al hombre esta capacidad de inventiva. Así es como viene la máquina a agudizar la atrofia de las facultades del hombre.



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LOS TRANSHUMANISTAS SE HAN PASADO DE ROSCA. Nada más fantástico que los transhumanistas, esos que aspiran a transmutar el ser humano por medio de la tecnología. Aspiran a convertirse en pseudomáquinas cuando todavía no se ha cumplido una ínfima parte del programa de ser hombre.

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LOS TRANSHUMANISTAS NO SON SUPERHOMBRES. La diferencia entre el superhumanismo y el trashumanismo es como la de la noche al día. Los primeros aspiran al superhombre y los segundos al infrahombre. Más modesto y razonable nos resulta el humanista, que sólo aspira a ser el hombre que ya era.

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LOS TRANSHUMANISTAS SON UNOS INGENUOS. Para ser groseramente materialistas, los transhumanistas mantienen un idealismo ingenuo y descabellado. No sólo creen en una mente fuera del cuerpo o al margen de éste, sino además creen posible que una mente puede transferirse a una máquina y que siga siendo la misma.

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LO  QUE NOS IMPIDE ESTRECHARNOS. La aparición de la tecnología ciega la posibilidad de cualquier pensamiento y formas de vida alternativas, pues para darnos esa posibilidad tendríamos que retroceder a un estado de vida anterior a la aparición de una determinada tecnología. La aparición de las tecnologías de la comunicación implica que ya no se explorará la posibilidad de mejora de la comunicación humana más que dentro del carril que abre las nuevas formas y aplicaciones, echando a perder sus potencialidades no exploradas todavía. Los hombres se pueden comunicar todo cuanto quieran, pero siempre desde la distancia que cubre el nuevo dispositivo tecnológico; y lo que se ve es que todo medio tecnológico viene a producir una sobreabundancia pero también una penuria; la penuria de estar obligado a comunicarse desde la distancia con todas las insuficiencias y limitaciones, es decir, condenados a no verse o a no poder tocarse, a no poder perpetuar la comunicación tanto como se quiera, una comunicación condenada a no tener nunca sus efectos en el momento actual, pues emplaza las posibles formas de acción en común a un futuro en que por fin nos hallemos juntos. Si el grado de atención y felicidad del ser humano ha sido siempre medido por su capacidad para vivir "el aquí y el ahora", hay que decir que el desarrollo de estas comunicaciones ha venido a debilitar su felicidad y su concentración, pues el "ahora" ya no logra producir sus efectos más que verbalmente, y el "aquí" queda demediado por el "allí" físicamente inalcanzable, haciendo que el presente se nos vuelva inabordable y ensanchando  el espacio que  impide estrecharnos.

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SUPERFICIALES. Es algo irremediable provocado por el signo de los tiempos y que constato al leer lo que dicen los opinadores de periódico. A medida que los libros con sus letras son cada vez más arrumbados por las nuevas tecnologías de la comunicación, que se basan en la imagen, en detrimento de la palabras, los escritores dicen cada vez más cosas banales porque el mundo de las imágenes anega el del pensamiento y el hombre se queda sin herramientas que les abran las puertas de la profundidad. Cada vez nos dedicamos más a constatar cómo son las cosas sin que logremos escarbar  en sus raíces , es decir, que nos quedamos en la superficie.

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LA MAQUINARIA KAFKIANA. En un mundo técnico quien no pacta con la tecnología y queda rezagado, situándose en una época preadamita, comienza a habitar a la vez un mundo kafkiano donde una maquinaria burocrática acaba cerrando las puertas para dejarle frustrado y a la intemperie fuera del castillo. Lo que hace la tecnología es engrasar una maquinaria  burocrática. Mientras se disfruta de la tecnología, la maquinaria fluye sin que nadie se dé cuenta de que ésta se hace cada vez más  cruel y demoniaca.

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HAY QUE SACAR LA MÁQUINA A PASEAR PARA QUE EL HOMBRE DEJE DE SER RESPONSABLE. Las máquinas y los algoritmos ya toman la decisión capital que debe tomar un entrenador: elegir a los jugadores que deben lanzar los penaltis después de una prórroga en una final de futbol. La decisión del líder –su verdadero sentido de ser-  es reemplazada por la decisión de la máquina, en base a un maremágnum de datos con los que se pretende adivinar el futuro. No importa que después la máquina elija a los lanzadores más estrafalarios y una selección quede eliminada de un europeo por fallar los penaltis. Siempre se podrá echar la culpa a la tecnología de haber perdido una final, antes que buscar un responsable humano, pues la responsabilidad humana queda abolida al convertirse el hombre en un servidor de la máquina. Lo importante es sacar la máquina a pasear –tal como se hace con el robot que lleva el balón al centro del campo- y poner sobre el terreno sus peregrinas y autoritarias ideas. En  el futuro, cada vez que se le venga a pedir responsabilidades a un dirigente, éste señalará a la máquina que ha tomado las decisiones y acabará lavándose las manos.

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LOS SÍMBOLOS QUE DAN SIGNIFICADO A NUESTRAS VIDAS. Como las maquinas dirigen nuestras vidas, también se convierten en protosímbolos de las realidad, como el reloj es el símbolo del tiempo, como el cajero automático es el símbolo del cuerno de la abundancia, como el teléfono lo es de la incomunicación.

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YA SE VOTA SIN CORAZÓN. En Rusia el líder de la oposición apela al voto inteligente por medio de la informática, seguramente porque toma a los ciudadanos por tontos. Y es que cuanto más listas son las máquinas, más se puede prescindir de la inteligencia humana. Para desalojar del poder al tirano, se propone unificar a los votantes de la oposición en torno al candidato que más posibilidades tenga, según nos lo va chivando una aplicación digital. “Puedes votar inteligente o puedes votar con el corazón”, reza el lema de la campaña. Y es que ya se quiere delegar en la máquina la decisión más importante de la vida comunitaria. La máquina ya vota por ti porque la alternativa es votar inteligente y nadie quiere ser un tonto con corazón. Es decir, cuanto más inteligentes son las máquinas en las que nos apoyamos, menos corazón poseen las personas y más raramente usan su propio caletre. Y es que las consecuencias de poner una máquina en la vida de las personas es la de hacer que éstas se vuelvan más inhumanas. Por el camino se gana en inteligencia que sólo comprenden las máquinas y se deja al hombre más perdido y sin corazón.

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YA NO TENEMOS QUE BUSCAR LA VERDAD. Clama  un presidente de una liga de futbol: “El VAR es una victoria de la verdad deportiva”. Lo que quiere decir que los árbitros podrán errar en sus decisiones, pero las máquinas arbitrales nunca. De esta manera se convierte a la máquina en el único garante y árbitro de la verdad última. La máquina garantiza la verdad porque elimina el error humano, y aunque yerre de otra manera y produzca terribles injerencias, sus decisiones se vuelven indiscutibles. Y lo que es peor, la máquina de la verdad ya deja de trabajar para el árbitro y éste se convierte en un operario que ha de acatar y administrar su veredicto. El árbitro humano ya no puede impartir en el campo la justicia del juego a su propio arbitrio, sino que la tendrá que impartir al arbitrio de la máquina. Pues lo que la máquina arbitra es mucho más verídico que lo que el árbitro pueda contemplar. Y como ocurre en la tragedias griegas con el "Deus ex máquina", la máquina siempre viene a interponerse aparatosamente entre el hombre y su libre albedrío.

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PLATON Y LA ERA DE LA POSTVERDAD. Si el mundo presencial es el nativo y el original, habrá que decir entonces que el digital es una copia del primero y por lo tanto falso. Y son la impostura y la falsedad, precisamente, los atributos que impregnan el mundo digital. No es más que un teatro donde los actores que colaboran en él, a través de las redes sociales, se empeñan en ensayar un papel que no es el suyo, con gestos fingidos y llenos de falsedad. Y llega a tal grado de falsedad, que si el mundo presencial –o sea, el real- es aquel en el que uno todavía puede llegar a conocerse a sí mismo –el gran ideal del sabio-, pues es ahí donde es mucho más difícil fingir, por estar sometidos al más riguroso escrutinio de la transparencia, el mundo digital no puede ser más que un mundo de opacidad donde las personas sólo llegan a conocerse en lo que no son, es decir, con un conocimiento velado y por intermediaciones, que da lugar al ideal antagónico del necio. No aquel, como Sócrates,  que sabe que no sabe nada –y que sólo presume de modestia y de no saber-, sino aquel que ignora que no sabe nada y que por lo tanto presume con petulancia de saberlo todo, porque todo lo sabe internet. El mundo digital se erige así en el mundo de las sombras de la caverna de Platón, donde la luz que se proyecta da lugar a fantasmas, máscaras y avatares y donde rugen las pasiones más obscenas, alimentadas por el odio, un mundo donde sólo se puede tener un conocimiento confuso y de ínfima categoría y donde se está mucho más cerca de la mentira que de la verdad.

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LA TRAGEDIA DE LOS POBRES es querer ser cómo los ricos, para lo que es necesario que empiecen pensando como ellos hasta adoptar su misma mentalidad. Lo que acaba haciéndoles más miserables, pues mientras piensen cómo ricos sin salir de la pobreza no ven más que angustias y estrecheces mayores y acaban corroídos por la enfermedad de la envidia, además de convertirse en traidores de su clase social. Pero el mayor secuestro ideológico que los ricos realizan sobre las mentes de los pobres es haberles inoculado el optimismo tecnológico: haber conseguido que crean que todos los avances en este terreno suponen su liberación y no ver que precisamente es una vuelta de tuerca a su esclavitud y a su síndrome de Estocolmo. Han de trabajar sin descanso a su servicio para vender sus productos tecnológicos y luego para comprarlos y finalmente para usarlos, en un ciclo de adición sin fin que acaba empobreciéndolos más a costa de engordar a los mismos.

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LAS MÁQUINAS YA SE MERECEN TODOS LOS PREMIOS. En el colmo de la tontería, ya andan los físicos discutiendo si algún día una máquina ganará el premio Nobel. No sería de extrañar que el jurado de ese premio ya esté orquestado por los datos que sirven las computadoras o que anden las máquinas discutiendo si  el premio ha de quedar desierto algún día.

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OBSOLETOS E INSACIABLES. Lo peor que le puede pasar al mercado es que la nueva tecnología que se aplica a un producto no nos convenza, pues entonces sólo podrían vendernos el mismo producto. ¿Y para qué cambiar o comprar otro producto cuando ya poseemos uno parecido? Pero lo peor que le puede pasar a quienes los consumimos es que nos convenzan de que tenemos que adquirir un producto con nueva tecnología, pues así siempre estamos descontentos con lo que tenemos. Nunca nos basta con lo que tenemos porque lo que nos ofrecen los mercados hace que nos sintamos miserables si no pasamos por caja para adquirirlo.

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INTERNET NOS VUELVE MIOPES. Escucho la conversación de una chica adolescente que, ante su deficiencia para recordar ciertos sucesos, tal vez por exceso de alcohol u otras sustancias, o porque es natural que el ser humano sea  desmemoriado, refiere a una amiga haber buscado en internet la causa por la que le falla la memoria y que ha resultado que es por la mala conexión de las neuronas, y con esta explicación de perogrullo se queda tan ancha y tan ufana. Me pregunto de qué le sirve saber que le fallan las neuronas si no puede hacer nada con ellas, ni su conocimiento se ha hecho mayor, sino sólo más pedante. Internet, además de proporcionarnos una información tan superflua como inútil, nos ofrece una información sesgada que siempre conviene con la explicación científica y miope de la realidad. Mientras nos conformemos con saber que el opio nos duerme porque tiene una virtud dormitiva, seguiremos estando durmiendo. Y aún seguiremos pensando que cada día estamos más despiertos y que sabemos más.

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DOGMA Y FALACIA. El dogma del progreso es que dentro de él nunca existen retrocesos.

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CUALQUIER TIEMPO FUTURO SERÁ MEJOR. La incapacidad que tiene el hombre de poner reparos a la tecnología y ver su cara amarga está relacionada con su incapacidad para valorar las cosas, es decir, para juzgar lo que es valioso, que también se debe a una propensión a cierto tipo de amnesia que implica una ceguera axiológica: no se quiere tener memoria para recordar cómo era el mundo antes de la aparición de determinados inventos y por tanto no se consigue establecer puntos de comparación. Pero también hay que ver lo eficaz que resulta la ideología del progreso tecnológico que nos impide ver un tiempo pasado mejor que el presente, al correr el riesgo de ser tachados de antiguos y de nostálgicos. Y es que mirar hacia atrás con nostalgia y aprecio implicaría mirar hacia adelante con aprehensión y desprecio, lo que produciría en una civilización el más terrible de los abatimientos.

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ASÍ SE VIGILA A LAS GALLINAS DE LOS HUEVOS DE ORO. A los futbolistas ya se les trata como robots. Se trata de aprovechar el progreso científico y tecnológico para exprimir a los futbolistas y deportistas hasta la extenuación, igual que ya se hace con los animales de granja. Se les vigila sin cesar para que no se lesionen con frecuencia mediante un seguimiento médico basado en grandes datos y análisis exhaustivos. El objetivo es que la gallina de los huevos de oro no se muera y siga poniendo más huevos, a ser posible de oro, pero al final se convierte al deportista en un robot y en un producto industrial. Ya se piensa en implantar chips subcutáneos que acabarán controlando hasta la calidad del sueño. Cuanto más se inserta la máquina en la vida de un ser humano, más se va volviendo máquina e incluso animal de granja: y la esencia de la máquina, como la del animal de granja, es siempre rendir más.

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LAS CIUDADES INHUMANAS. Las ciudades se vuelven cada vez más inhumanas porque se han construido para las máquinas, de espaldas a la naturaleza. Cada coche que se fabrica le roba al peatón un banco de piedra y una sombra de árbol. En su lugar florecen los semáforos y brotan los pretiles en los arcenes.

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TECNODICEA. El gran atractivo de los tiempos siempre ha sido la expectativa de novedades que involucra todo el ingenio de la humanidad para inventar cachivaches y artilugios sin cuento. Cada vez que irrumpe un objeto nuevo, un invento reciente, una novedad, una nueva tecnología, la gente se congratula por vivir el tiempo presente y de este modo mata la monotonía y da un sentido a su vida, pero resulta ser un sentido de los más insulso, el que justifica cualquier tiempo presente y hace que cada tiempo sea el mejor de los tiempos posibles, un optimismo histórico que convierte a los hombres en idiotas incapaces de pasar examen a su propio tiempo.

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LA ANALOGÍA DE LOS MUNDOS. Cuanto más se alfabetiza uno digitalmente, más analfabeto y distraído se vuelve en el mundo analógico, del que va desertando cada vez más. El resultado podría ser el nacimiento de una cultura superior en un mundo paralelo, pero en realidad somos más incultos que nunca en cualquiera de los dos mundos.

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LA REALIDAD ESTÁ MÁS LEJOS. La tecnología hace que las cosas cercanas se nos vayan alejando cada vez más. Podríamos creer que aquellas cosas de nuestra cercanía con las que teníamos trato cotidiano siguen a nuestro alcance en un espacio remoto y que la velocidad de los nuevos tiempos nos permite llegar hasta ellas, alcanzándolas con la mano al golpe de click. Pero aquellas cosas desaparecieron y en su lugar nos quedan sus reliquias, simulacros virtuales que nos hacen perder el trato con las verdaderas cosas. Las cosas ahora son más falsas e intangibles, están más lejos y a nadie humano encontramos en nuestro camino hacia ellas. Ya estamos dentro del ámbito de la máquina y nada humano podremos encontrar en sus entrañas.

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LA CALLADA VIOLENCIA DE LA TÉCNICA. Toda tecnología empleada en un determinado ámbito tiene para imponerse que llegar a disuadir del uso de las viejas tecnologías y esas maniobras arteras no se pueden llevar a cabo sin perpetrar una coacción violenta y punitiva.

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EL AZAR YA NO ES CIEGO, ES TONTO. A pesar de que todo el mundo sabe que las máquinas son infalibles y nunca se equivocan, los hombres las utilizan cada vez más a menudo de coartada para echarle la culpa de sus propios fallos, con el propósito de que pensemos que el hombre nunca se equivoca. ¿Será entonces que la mayor equivocación del hombre ha sido la máquina? Actualmente, en los grandes torneos de futbol, ya se empiezan a equivocar en los emparejamientos de los equipos y hay que repetir los sorteos, escudándose en los fallos de los programas informáticos. Hasta la práctica más antediluviana del hombre -la de echar suertes para decidir sobre los destinos-, se vuelve ciega cuando la ilumina la técnica.

 


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