Louise Glück es una poeta nacida en Nueva York el 22 de abril de 1943, hija de un hombre de negocios y una ama de casa, ambos de ascendencia judía, originarios de Hungría por parte del padre y de Rusia por la línea materna. Se crió escuchando historias de la literatura clásica y de mitología griega por boca de su padre, que en su juventud acarició la ambición de convertirse en escritor. Su hija fue la que llegó a culminar esta vocación y comenzó a escribir poesía a una edad temprana. Desde su adolescencia padeció una anorexia nerviosa vinculada a la enfermedad y muerte de una hermana mayor y a una conflictiva relación con la madre. Durante siete años necesitó un tratamiento psicoanalítico que le ayudó tanto a superar la enfermedad como a pensar radicalmente la vida desde un punto de vista existencial. Todas estas dificultades aparecidas en su adolescencia le impidieron matricularse en la Universidad a tiempo completo; sin embargo, permaneció fiel a su vocación de escritora y consiguió alternar varios talleres de poesía en la Universidad de Colombia, llegando a publicar, entretanto, sus primeros poemas. Después de abandonar Columbia se gana la vida trabajando como secretaria y en 1967 se casa con Charles Hertz en 1967 -con quien tendría un hijo. Al año siguiente publica su primera colección de poemas, "Firstborn"/"Primogénita", que fue recibida con críticas favorables. En 1971 comienza a enseñar poesía en el Goddard College de Vermont, lo que le ayuda a disolver un prolongado bloqueo creativo que se resuelve con la publicación, en 1975, de su segundo libro, "The House on Marshland"/"La Casa de las Marismas", que la crítica saludó como el advenimiento de una nueva voz diferente. En 1977 se casa en segundas nupcias con el escritor John Dranow y en 1980 publica su tercer libro, que fue valorado como uno de los más importantes del año en su país, "Figura en descenso", del que se muestra en esta página una selección de alguno de sus poemas. Este mismo año su casa fue devorada por un incendio y esta tragedia será utilizada como catarsis para su siguiente colección de poemas, el triunfo de Aquiles, 1985, obra que ganó en su país el premio de la crítica y que contiene un poema que ha sido empuñado a menudo como bandera feminista: "The mock orange"/"Naranja falsa". Ese mismo año la muerte su padre impulsa una nueva colección de Poemas, "Ararat", que publicará en 1990, y que hace alusión a la montaña que aparece en el relato del Génesis sobre Noé y el diluvio. Su siguiente libro lo llevará a imprenta en 1992 bajo el título de "The wild iris"/"El iris salvaje", poemario donde las flores entran en coloquio con su jardinero y una deidad de la naturaleza. Después de obtener críticas bastantes laudatorias, al año siguiente el libro recibe el espaldarazo definitivo con la obtención del premio Pullitzer. Esta década de los 90 será la de su consagración a la escritura -tarea que hacía compatible con la docencia en la Universidad-, sirviendo de contrapeso a un periodo lleno de turbulencias vitales, especialmente en lo tocante a su segundo matrimonio, que hace aguas definitivamente en 1994, al igual que el Instituto Culinario de Nueva Inglaterra que había cofundado junto a su marido. También será este el año en que publique una colección de ensayos sobre poesía. Dos años después, en 1996, aparece un nuevo libro de poemas titulado "Meadowland"/"Praderas", que versa sobre la naturaleza del amor y el deterioro de un matrimonio. Prolonga su racha poética en dos libros más: "Vita Nova", 1999 y "The seven ages"/"Las siete edades", 2001. Después de ser nombrada en 2004 escritora residente en la Universidad de Yale, continua publicando colecciones de Poesía periódicamente. En 2006, "Averno"; en 2014, "Noche fiel y virtuosa", por el que recibirá el premio National Book Award. Finalmente, en 2020 se hace acreedora del premio nobel "por su inconfundible voz poética, que con una voz austera convierte en universal la existencia individual". En su discurso de recepción del nobel mencionará a los poetas William Blake y Emily Dickinson como alguno de los poetas que fueron dejando huella en su obra.
Se suele decir que la poesía Glück se centra en los efectos del trauma y la potencialidad latente para superarlo. Así, a lo largo de su carrera, su poesía ha versado sobre la muerte, la pérdida, el sufrimiento, el fracaso de las relaciones y los intentos de sanación y regeneración. En "El triunfo de Aquiles", el trauma es tomado como una oportunidad para apreciar más la vida. Aquiles triunfa porque logra aceptar su mortalidad, lo que le permite convertirse en un ser humano más plenamente realizado. Otro de los temas comunes es el deseo, especialmente el deseo de amor o de intuición, siempre marcado por el signo de lo ambivalente, como resultado de "un autointerrogatorio extenuante". Su traductor al castellano, Abraham Gragera, ha sintetizado los rasgos de su poesía de forma magistral: "Louise Glück lo obliga a uno a recorrer el camino que ella ha recorrido y recrea en el poema como si lo estuviera recorriendo por primera vez. Lo empuja a uno más adentro, lo obliga a enfrentarse con la ambivalencia y la violencia de los vínculos, con la herencia familiar y religiosa, con el amor como una puerta falsa a lo sagrado, con la belleza terrible de la naturaleza, con la nada hecha carne de los contemplativos, con el milagro vulgar de envejecer; con los mitos que dieron origen a nuestra cultura y que parecen conservar intacto su poder, al menos en las manos de esta poeta, para hablarnos de nuestras vidas, para encarnarlas. Y todo ello con un distanciamiento irónico y un desapego que devienen, paradójicamente, en una extraña forma de piedad".
Por el uso frecuente de la primera persona y por la inspiración de algunos poemas en acontecimientos biográficos, se ha apuntado que su poesía es de índole confesional. Sin embargo su técnica de habitar varias personas, que van desde los antiguos dioses griegos hasta las flores del jardín, hace que sus poemas sean más que meras confesiones. Buena muestra de esta vertiente podría ser su poema o prosa poética titulada confesión, perteneciente al libro "Ararat": "Decir que nada temo sería faltar a la verdad. La enfermedad, la humillación, me atemorizan. Tengo sueños, como cualquiera. Pero aprendí a ocultarlos para protegerme de la plenitud: la felicidad atrae a las Furias. Son hermanas, salvajes, que no tienen sentimientos, sólo envidia".
PIETA
Bajo la tensa urdimbre
De su piel, se agita
El corazón del niño. Lo escucha
Ya que el niño no tiene padre.
De este modo sabe
Que quiere quedarse
En su cuerpo, al margen
Del mundo
Con sus gritos, sus
Alborotos,
Pero ya los hombres
Se reúnen para verlo
Nacer: se aglomeran
O se arrodillan a una distancia
Reverencial, como
Figuras en una pintura
Iluminadas por la estrella, que brilla
Sin cesar en su oscuro contexto.
FIGURA DESCENDENTE
I
LA ERRANTE
Salí a la calle al atardecer.
El sol se cernía en el cielo herrumbroso,
Rodeado de un frío plumaje.
Si pudiera escribirte
Acerca de este vacío…
Junto al bordillo, grupos de niños
Jugaban entre las hojas secas.
Hace mucho, a esta hora, mi madre permanecía
Al borde del césped, con mi hermana pequeña en brazos.
Todos se habían ido; en la calle oscura
Yo jugaba con mi otra hermana,
A quien la muerte había dejado tan sola.
Noche tras noche veíamos cómo la galería
Se llenaba de una luz magnética y dorada.
¿Por qué razón no la llamaban nunca?
No era raro que yo no reaccionara ante mi propio nombre
Aunque anhelara el amparo que brindaba.
II
LA NIÑA ENFERMA
(Rijksmuseum)
Una niña pequeña
Está enferma, se ha despertado.
Es invierno, pasada la medianoche
En Amberes. Sobre un arcón de madera
Brillan las estrellas.
Y la niña
Se relaja en brazos de su madre.
La madre no duerme;
Observa fijamente
El museo iluminado.
En primavera la niña morirá.
Entonces es un error, es un error
Abrazarla…
Dejémosla a solas,
Sin memoria, mientras los demás se despiertan
Aterrorizados, raspándose la oscura
Pintura de los rostros.
III
PARA MI HERMANA
Muy lejos mi hermana se mueve en su cuna.
Los muertos son así,
Siempre los últimos en calmarse.
Porque, a pesar de cuánto yazcan en la tierra,
No aprenderán a hablar
Sino que seguirán empujando indecisos los barrotes de madera,
Tan pequeños que las hojas los sujetan.
Ahora, si tuviera voz,
Empezaría a llorar de hambre.
Debería ir a su lado;
Quizás si le cantara suavemente,
Su piel tan blanca,
Su cabeza cubierta de plumas negras…
ACCIÓN DE GRACIAS
Han acudido otra vez a pacer en el huerto,
Sabiendo que no se les permitirá.
Han caído las hojas; sobre la tierra seca
El viento forma montones, ordenando
Todo lo que destruye.
Lo que no se mueve lo cubrirá la nieve.
Los delatará; sus pezuñas
Crean patrones que la nieve recuerda.
En el campo despejado, se demoran
Como la presa emplazada cuyo papel
No es el de perdonar. Pueden permitirse morir.
Tienen su lugar en el orden de los muertos.
II
EL ESPEJO
ILUMINACIONES
I
Mi hijo se agacha en la nieve con su mono azul.
Alrededor de él, rastrojos, los deteriorados
Arbusto marrones. En el aire de la mañana
Parecen endurecerse en forma de palabras.
Y, en medio, el perenne silencio blanco.
Un reyezuelo salta sobre la pista de aterrizaje
Bajo el alféizar, perfora
En busca de alimento, luego extiende
Sus cortas alas, que dejan
Caer una sombra.
II
El invierno pasado apenas sabía hablar.
Puse su cuna enfrente de la ventana:
En las mañanas oscuras
Solía ponerse en pie y agarrar los barrotes
Hasta que aparecían las paredes,
Gritando luz, luz,
Esa única sílaba, con
Exigencia o agradecimiento.
III
Se sienta junto a la ventana de la cocina
Con su taza de sumo de manzana.
Cada árbol toma forma donde lo dejó,
Sin hojas, atrapado en su aliento.
Qué claros son sus bordes,
Ninguna rama oculta por el movimiento,
Mientras el sol se alza
Frío y solitario sobre el mapa del lenguaje.
EL ESPEJO
Mientras te miro en el espejo me pregunto çqué se sentirá al ser tan guapo
Y el porqué de tu afición
A cortarte, a afeitarte
Como si estuvieras ciego. Creo que me dejas
Mirarte para poder ensañarte
Con mayor violencia, con
Ganas de mostrarme cómo te raspas la piel
Desdeñosamente y sin vacilar
Hasta que te veo como debo verte:
Un hombre sangrando, y no
El reflejo que deseo.
TANGO
I
Hace veinte años
En noches como esta:
Estamos sentadas debajo de la mesa,
Las manos de los adultos
Tamborilean sobre nosotras. Fuera,
La calle,
La jerga contagiosa.
¿Te acuerdas
De cómo bailábamos? Inseparables,
De un lado a otro del salón,
“Adiós muchachos”, como un insecto
Moviéndose en un espejo: la envida
También es un baile; la necesidad de hacer daño
Te une a tu pareja.
II
Te revolvías en la cuna,
Tu boquita daba vueltas
A las antiguas repeticiones.
Yo te miraba entre los barrotes,
Las dos
Seriamente hambrientas. En el otro cuarto
Nuestros padres se fundían en una sola
Criatura totémica:
Venid, decía. Venid con mamá.
Te pusiste de pie. Tambaleándote
Fuiste hacia el cuerpo inexorable.
III
Un cartel oscuro oculta el sol.çLuego llegan los padres,
Sus largos coches avanzan lentamente por la calle,
Separando a los niños. Después
La calle se rinde a la oscuridad.
El resto es consabido: el verde
Laborioso de los patios, los pequeños jardines
Zurcidos de hilo verde…
También los árboles, cuyas sombras
Eran varillas azules.
Pero algunos los elige la luz.
Cómo tiemblan
Cuando los cubre la luna, cruel y fraternal:
Solía observarlos,
Toda la noche absorta en la plata neutra de la luna
Hasta que al final se emborronaban, desfigurados…
IV
¿Qué se siente cuando te llevan?
No confiaba en nadie. Mi nombre
Era como de una desconocida,
Como el que se lee en un sobre.
Pero no me arrebataron nada
Que me pudiera haber servido de algo.
Por una vez, lo admito.
En el salón, preparadas
Para el apasionado
Inicio del disco, a la edad
De cinco y siete años:
Eras el sol dorado en el horizonte.
Yo era el juicio, mi sombra
Me precedía, no vacilante
Sino como un molde que volvería a ser usado.
Tus pies desnudos
Se convirtieron en los pies de una mujer, siempre
Diciendo dos cosas a la vez.
De dos hermanas
Una siempre es la que observa,
Otra la que baila.
VOCACIÓN POR EL HAMBRE
I
DE LA PERIFERIA
Cruzan el patio
Y desde la puerta trasera
La madre comprueba con placer
Lo parecidos que son, padre e hija:
Algo sé de aquella época.
La niña agita con determinación
Los brazos, riéndose
Con su risa parca:
Habría que mantenerlo en secreto, ese sonido.
Significa que se ha dado cuenta
De que él nunca la toca.
Es una niña; él podría tocarla
Si quisiera.
II
“Solía quedarme junto a la ventana
-tu abuelo
Era un muchacho entonces-
Esperando, al caer la tarde”.
En eso consiste el matrimonio.
Observo a la pequeña figura
Transformarse en un hombre
Según se acerca a ella,
Los últimos anillos de luz en el pelo.
No pongo en duda
Su felicidad. Y se lanza
Con su hambre de muchacho,
Orgulloso de haberle enseñado aquello:
Su beso habría sido
Claramente delicado…
Por supuesto, por supuesto. Salvo
Que perfectamente podría haber sido
La mano de él sobre la boca de ella.
III
EROS
Ser hombre, siempre
Acudir a las mujeres
Y ser llevado de vuelta
A la carne atravesada:
Supongo
Que aviva los recuerdos.
Y la niña que se obliga a acudir a los brazos de su padre
De la misma manera lo ama
En segundo lugar. Tampoco le dicen
Qué necesidad ha de expresar.
Hay una mirada que uno ve,
La boca desesperada en cierta forma…
Porque el vínculo
No puede demostrarse.
IV
LA DESVIACIÓN
Comienza calladamente
En ciertas niñas:
El miedo a la muerte, en forma
De vocación por el hambre,
Porque el cuerpo de una mujer
Es una tumba; admitirá
Cualquier cosa. Recuerdo
Estar en la cama por la noche
Acariciando los suaves, digresivos pechos,
Acariciando, a los quince,
La carne entrometida
Que sacrificaría
Hasta que los miembros se liberaran
De la plenitud y el subterfugio: sentía
Lo que ahora siento, alineando estas palabras.
Es la misma necesidad de perfección,
De la que la muerte es mera consecuencia.
V
OBJETOS SAGRADOS
Hoy en el campo vi
Los brotes duros y activos del cornejo
Y quise, como suele decirse, capturarlos,
Hacerlos eternos. Esa es la premisa
De la renunciación: la niña,
Al no tener un yo del que hablar,
Se adentra en la vida en estado de negación…
Ese logro me mantuvo al margen,
Esa capacidad de exponer
El cuerpo subyacente, como un dios
Cuyas obras
No tienen parangón en el mundo natural.
FELICIDAD
Un hombre y una mujer en una cama
Blanca. Esta amaneciendo. Pienso:
Pronto se despertarán.
Sobre la mesilla de noche, un jarrón
De azucenas; la luz del sol
Les encharca las gargantas.
Lo veo volverse hacia ella
Como para ponunciar su nombre
Pero mentalmente, justo en su boca.
En el alféizar de la ventana,
Una vez, dos veces,
Canta un pájaro.
Y luego ella se despereza; el cuerpo
Se le llena del aliento de él.
Abro los ojos; me está mirando.
Casi encima de este cuarto
Se desliza el sol.
Si te vieras la cara, dices,
Acercando la tuya a la mía
Para formar un espejo.
Qué tranquilo estás. Y la rueda ardiente
Pasa delicadamente sobre nosotros.
III
LAMENTACIONES
ALBADA
Hoy sobre el reclamo de la gaviota
Te oí despertarme una vez más
Para ver ese pájaro, que volaba
Tan extrañamente sobre la ciudad,
Sin querer
Detenerse, deseoso
De la azul inmensidad del mar;
Ahora bordea la periferia,
Bajo la violenta luz del mediodía:
Siento su hambre
Como siento tu mano dentro de mí,
U grito tan común, tan poco musical…
Los nuestros no eran
Diferentes. Surgían
De la inagotable
Necesidad del cuerpo,
Fijando el deseo de un regreso:
El lívido amanecer, nuestra ropa
Sin ordenar para la partida.
AFRODITA
Una mujer expuesta como una roca
Tiene esta ventaja:
Controla el puerto.
Al final, aparecen los hombres,
Cansados de la intemperie.
Así termina, piensan,
Una historia. Al principio,
Anhelo. Al final alegría.
En medio, hastío.
Con el tiempo, como es lógico,
La joven esposa se endurece. Alejándose
De su lado, en la imaginación,
El hombre regresa no a una sirvienta
Sino a la diosa que proyecta.
En una colina, la figura sin brazos
Da la bienvenida al barco delincuente,
Los muslos bien cerrados, dejando a salvo
La falla en la roca.
HALAGÜEÑO
Cuando entraste con tu maleta, dejando
La puerta abierta de modo que la noche se veía
En un negro cuadrado a tu espalda, con sus diminutas
Estrellas tachonadas, quise decirte
Que era como el perro que acude a uno por defecto
Sobre tres patas: ahora que ella es otra vez de nadie,
Prosigue sus relaciones más duraderas
Con tráfago e indiferencia, como si se esforzara
En salir lastimada de un modo irremediable.
Hace tiempo que la amabilidad no la engaña,
Prefiere las calles mojadas: lo que la muerte reclama
No lo abandona nunca.
¿Lo entiendes? El animal no significa nada para mí.
EL SUEÑO DEL LUTO
Duermo para que vivas,
Es así de sencillo.
Los sueños en sí no son nada.
Son la enfermedad que controlas,
Nada más.
Corro hacia ti en el crepúsculo veraniego,
No en el mundo real, sino en el subterráneo
En el que esperas,
Mientras el viento se mueve en la bahía, jugando con ella,
Levantando finas crestas de pánico…
Y luego llega la mañana, exigiendo una presa.
¿Recuerdas? Y el mundo obedece.
Anoche fue diferente.
Alguien me despertó follándome; cuando abrí los ojos
Todo había acabado, se había esfumado el deseo
Que guiaba mi vida.
Y por un instante creí que estaba entrando
En la sólida oscuridad de la tierra
Y pensé que me abrazaría.
EL DON
Señor, Tal vez no me reconozcas
Al hablar en nombre de otro.
Tengo un hijo. Es
Muy pequeño, muy ignorante.
Le gusta quedarse
Junto a la mosquitera, gritando
Errito, errito, inaugurando
El lenguaje, y a veces
Un perro se detiene y sube
Por el camino, quizás
Accidentalmente. ¿Creerá
Que no es un accidente?
En la mosquitera
Dando la bienvenida a cada bestia
En nombre del amor, tu emisario.
EL MUNDO QUE SE DESMORONA
Me asomé a mirar la nieve estéril.
Bajo el blanco abedul, una carretilla.
Tras él, la valla reparada. En la mesa de picnic,
Nieve amontonada, como el contenido volcado de un tazón
A cuya cúpula da forma el viento. El viento,
En su afán por construir. Y bajo mis dedos,
Las blancas teclas cuadradas, cada una
Con su carácter dibujado. Creía
Que la destrucción de la mente liberaba
A los objetos de su análisis: árboles, ciruelas azules en un tazón,
Un hombre que busca la mano de su esposa
Al otro lado de una mesa de jardín, y que la cubre lentamente
Como si con su voluntad la encerrara en ese gesto.
Vi cómo se separaban, cómo la arcilla vidriosa
Empezaba a dividirse sin parar, dispersando
Partículas incoherentes que siguieron
Brillando eternamente. Lo observaba en el sueño
Igual que hacíamos con las estrellas en las noches de verano,
Mi mano sobre tu pecho, el vino
Aplacando el frío del río. No existe una luz así.
Y el dolor, la mano libre, no cambia casi nada.
Como el viento invernal, deja
Formas asentadas en la nieve. Conocidas, identificables…
Pero sin ninguna utilidad.
EL REGRESO
Al principio cuando te marchaste
Estaba asustada; luego
Un chico me rozó en la calle,
Sus ojos estaban a la altura de los mío,
Claros y afligidos: lo llamé; le hablé
En nuestro idioma,
Pero sus manos eran las tuyas,
Con su delicada pretensión criminal…
Y luego ya dio igual
A cuál de los dos llamaba,
Así de profunda era la herida.
LAMENTACIONES
I
EL LOGOS
Los dos estaban inmóviles,
La mujer apesadumbrada, el hombre
Ramificándose en el cuerpo de ella.
Pero dios los observaba.
Sintieron cómo su ojo dorado
Proyectaba flores en el paisaje.
¿Quién podía saber lo que quería?
Era dios, y era un monstruo.
Así que esperaron. Y el mundo
Se llenó de su esplendor,
Como si quisiera ser comprendido.
Lejos, en el vacío al que había dado forma,
Se volvió hacia sus ángeles.
II
NOCTURNO
Un bosque surgió de la tierra.
Oh, lastimero, furioso amor de Dios
Tan menesteroso…
Juntos eran bestias.
Yacían en el inalterable
Crepúsculo de su negligencia;
Los lobos bajaban de las colinas, atraídos
Mecánicamente por su calor humano,
Su pánico.
Luego los ángeles vieron
Cómo Él los dividía:
El hombre, la mujer, y el cuerpo de la mujer.
Sobre los juncos agitados, las hojas soltaron
Un lento quejido de plata.
III
LA ALIANZA
El miedo les hizo construir una morada.
Pero un niño crecía entre ellos
Mientras dormían, mientras trataban
De alimentarse.
Lo colocaron en un montón de hojas,
El pequeño cuerpo descartada
Envuelto en la piel limpia
De un animal. En el cielo negro
Vieron la enorme pelea de la luz.
A veces se despertaba. Cuando estiró las manos
Entendieron que eran su madre y su padre,
Que ninguna autoridad había sobre ellos.
IV
EL CLARO
Poco a poco, a lo largo de los años,
El pelo desapareció de sus cuerpos
Hasta que se quedaron bajo la luz brillante
Como extraños el uno para el otro.
Nada era como antes.
Sus manos temblaban, buscando
Lo conocido.
Tampoco podían apartar los ojos
De la piel blanca
Que mostraba claramente las heridas
Como si fueran palabras sobre una página.
Y desde lo verdes y marrones sin sentido
Dios se alzó por fin, su gran sombra
Oscureció los cuerpos dormidos de sus hijos,
Y de un salto subió al cielo.
Qué hermosa debió de ser
La tierra, aquella primera vez
Vista desde el aire.
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