lunes, 23 de enero de 2023

PENSAMIENTO 1. Séneca (II)



 

Filósofo, poeta, dramaturgo y político romano nacido en Córdoba en el año 4. Fue el segundo de los tres hijos de Marco Anneo Séneca el retórico. Era descendiente de nativos o colonos itálicos, que estaban arraigados en Córdoba. Su familia materna también era originaria de la provincia bética y su abuelo había desempeñado una magistratura local en Urghavo (la actual Arjona en la provincia de Jaén. Era por tanto un acomodado ciudadano del orden ecuestre. Ya de niño partió con su padre a Roma para estudiar Poesía y Elocuencia y allí quedó bajo la tutela de una hermanastra de su madre. Dotado de una gran imaginación y sensibilidad, se tuvo que sobreponer a una frágil salud para el desarrollo de las tareas intelectuales a las que se dedicó durante toda su vida. Tuvo como primer maestro al propio padre, del que aprendió los rudimentos del arte oratorio. Su ansia de saber le llevó a interesarse muy temprano por la Filosofía y fue discípulo de Atalo, de Fabiano Papirio y de Demetrio el cínico. En una de sus epístolas nos revela que era de los primeros en entrar en las clases y el último en salir de ella. Las lecciones de sus maestros, especialmente la del pitagórico Sotión, conmovieron tanto la imaginación del joven alumno que se abstuvo de comer carne por una temporada. Al parecer, su alma "adquiría mayor ligereza y agilidad". Se ve así como la filosofía fue siempre para Séneca más una regla práctica de vida que un ejercicio oratorio. Su padre le convenció finalmente de que debía volver a su modo de alimentación ordinario, pero conservó, aun en medio de su gran riqueza, el hábito de una vida frugal y saludable.


También por influencia paterna cambió la filosofía por el foro, abrió durante largo tiempo un brillante bufete y excito los celos de Calígula que se tenía por el mejor orador de su tiempo, llegando incluso a premeditar un atentado contra su vida, frustrado por la disuación de una de sus concubinas. Quebrantado por su mala salud y una fiebre persistente, resolvió trasladarse a Egipto, lugar muy de moda entonces para curar la tisis, y allí permaneció junto a la hermana de su madre, que estaba casada con el prefecto de aquel territorio, Gayo Valerio. Se cree que de ahí pudo llegar hasta la India. De los viajes por estas latitudes acopió materiales para los primeros libros. Muerto el cónsul Vetrasio Polión, en cuya compañía había partido, regreso Séneca a Roma en el año 31 -apenas llegaba a los treinta años- y fue nombrado cuestor por influencia de su familia, y parece que ya era senador con Calígula (37-41) y persona conocida en los medios políticos y sociales. Su fama de orador le había abierto el acceso a la familia imperial y había trabado familiaridad con las hermanas del príncipe. Esta posición reflejaba un triunfo social y literario sin precedentes entre los équites de provincia y suponía una notable ambición, una dedicación a buscar el ascenso social y una infrecuente capacidad de seducción.


Después de Calígula, en el año 43, Claudio condenó a Séneca al destierro en la isla de Córcega por presunto adulterio con Julia Livilla, una de las jóvenes princesas imperiales. Antes, según cuenta Didio Casio, por envidias literarias o retóricas, Calígula había querido que lo mataran. Se libró por disuasión de una de las concubinas del emperador y por alguien le dijo a éste que la tisis obraría por medio naturales lo que pretendía por la violencia. En Córcega vivió ocho años y escribió su libro sobre la Consolación, dirigido a su madre Marcia. Una vez muerta Mesalina, quien probablemente había intrigado para su condena, regresó a Roma, no sin antes humillarse para obtener el perdón mediante la composición de un libro dedicado a Polibio, un liberto del emperador Claudio y de gran valimiento en palacio. El libro, según B. Aube, fue compuesto con el objeto de que el emperador Claudio o  bien lo leyese o supiese de él para obtener  su perdón como premio; y es que en Séneca, según el mismo Aube, se podían encontrar dos hombres en constante contradicción. El pitagórico exaltado, que se privaba casi de lo necesario y propendía al ascetismo, y el abogado, que andaba tras la popularidad, que ansiaba los éxitos del foro, buscaba la amistad de los grandes y codiciaba las riquezas. El primero llenó libros de máximas de pureza; el segundo escribió la apología del parricidio; aquel enseñaba el menosprecio de los bienes de fortuna; éste acompañaba inmensas riquezas, adquiría quintas en casi todas las regiones de Italia y hasta se ha afirmado que ejercía la usura. El primero era un entusiasta de la virtud, no existiendo sentimiento puro o elevado que le fuese extraño; el segundo vivió durante quince años en una corte donde todos los vicios tenían su asiento, donde en plena luz del día se cometían los mayores crímenes y se perpetuaban toda clase de infamias. Finalmente, en uno tenían su expresión propia y adecuada todas las sublimidades del pensamiento, todas las elevaciones del espíritu, mientras que en el otro estaban incorporadas todas las más vulgares debilidades de una vida desenfrenada. A Séneca cabría acharcársele el no haber sido consecuente en su conducta pública con los principios que predicaba en sus escritos de filosofía.


Séneca había llegado a la corte de Claudio por petición de su nueva esposa Agripina y pronto le fue confiado, para su educación, a su hijo Nerón, que más tarde sucedería al propio Claudio. Agripina fue quien se encargó, para la realización de sus ambiciosos planes, de promocionar a Séneca primero como pretor y más tarde como cónsul. Esta fulgurante carrera al servicio del Imperio le hizo prontó amasar una fabulosa fortuna que fue la admiración de la juventud romana y la envidia de su discípulo Nerón, que ya se había separado de su tutela, una vez que alcanzó la dignidad de emperador tras los amaños de Agripina. No obstante, en los primeros años de su reinado, Séneca fue nombrado consejero político y ministro junto a un militar Sexto Afranio Burro, adquiriendo en la corte un extraordinario predicamento. Durante los ocho años siguientes, Séneca y Burro tuvieron en sus riendas el imperio romano, al ejercer su influencia sobre Nerón y fue considerado por Trajano uno de los mejores periodos de la época imperial. Supieron refrenar los excesos que más tarde dominarían a Nerón y mitigaron el poder que ejercía Agripina. Redujeron los impuestos indirectos y pusieron coto a la corrupción de los gobernadores de provincia.


Sin embargo, no se pudo frenar el odio que Nerón fue albergando contra parientes y amigos, manchándose incluso las manos con su sangre. Pronto fue Séneca también blanco de su inquina y notó las primera intrigas llevadas a cabo contra su persona acusándosele de persona codiciosa. Un tal Publio Suilio tuvo la audacia de exponer en público que cuanto había juntado el filósofo en cuatro años había sido defraudado a Italia y a las provincias. Séneca se vengó obteniendo al fin su destierro. Pero a partir del parricidio de Agripina por Nerón, Séneca cayó en desgracia. Nerón acabó prestando oídos  a los enemigos de su maestro, y ya desde entonces le retiró su afecto, censurando el fausto y la pompa que rodeaba al filósofo, cosa indigna en un simple particular y que podía parecer una aspiración a eclipsar la majestad imperial, cuando menos en su aureola de grandeza y opulencia. Conocedor Seneca de las veleidades del discípulo y creyendo con ello conjurar la tempestad que barruntaba, le dirigió una elegante oración haciéndole donación de todos sus bienes y suplicándole que le asignara una módica renta con que terminar sus días y que le permitiese gozar de alguna de sus fincas para su recreo. Entonces Nerón abrazó y besó repetidas veces, en público a su maestro, pero se negó  a lo que éste solicitaba argumentando que si accedía a ellos, los maliciosos atribuirían esta condescendencia a la avaricia del emperador, no a la modestia del filósofo. En principio parecía que la conciliación estaba consumada y el filósofo comenzó a conformar su vida con sus escritos. Refrenó su lujo y se mantuvo muchos días sin salir de su casa para dar a entender que abandonaba los negocios públicos por el estudio. Pero un complot urdido por Pisón contra la vida del emperador acabó salpicando a Séneca de manera fortuita, cuando uno de los conjurados declaró que por orden de Pisón había ido, en cierta ocasión, a visitar a Séneca para transmitirle una cita y el filósofo había respondido que tal entrevista no convenía a ninguno de los dos. Entonces fue enviado un tribuno con un retén de soldados para interrogar a Seneca a su finca, y éste contestó que Pisón le había enviado quejas por no permitirle sus visitas, pero  había respondido que se le impedían sus achaques y su necesidad de reposo y tranquilidad. Cuando el tribuno volvió a palacio, refirió al emperador que no había advertido en Séneca ningún signo de temor, ni tristeza en sus palabras y sus gestos y que era evidente que no estaba preparando su suicidio, por lo que se le ordenó que volviera a casa de Séneca para notificarle que estaba condenado a la pena capital, pero que se le daba a escoger el género de muerte. Los detalles de su muerte aparecen en los anales de Tácito. Cuenta que Séneca recibió la noticia sin inmutarse y a continuación pidió las tablillas para su testamento. Como el centurión se lo negase, se dirigió a sus amigos declarando que dado que se le prohibe agradecerles su afecto, le lega lo único, pero lo más hermoso, que posee: la imagen de su vida, para que les sirva como ejemplo de virtud. Les conmina a que dejen de afligirse, preguntándose dónde están los preceptos de la filosofía y todos aquellos razonamientos sobre la entereza ante el destino. Añade que su muerte ya estaba descontada, pues ante la sevicia de un Nerón capaz de matar a su madre y a su hermano, ya sólo faltaba agregar la muerte de su educador y maestro. Después se dirige a su esposa reconveniéndola en parecidos términos, pero ella pide seguir el mismo camino que su esposo; y Séneca acaba accediendo para ahorrarle los futuros agravios. Aunque Séneca confíaba en que abriéndose las venas de los brazos sería suficiente para acabar con su vida, su cuerpo debilitado por la vejez y la parquedad en el alimento comienza a dejar escapar la sangre tan lentamente que se ha de abrir también las venas de los muslos y pantorrillas. Además, para que el ánimo de su esposa no menguase ante la contemplación de los sufrimientos que esa muerte estaba provocando en Séneca, le persuade para que se retire a otra estancia, al tiempo que hace venir a sus secretarios para dictarle las últimas líneas de su legado. Pero Nerón, para evitar el aborrecimiento ganado con su crueldad, ordena que se impida morir a la mujer de Séneca, haciendo que alguno de los soldados ligase las venas de sus brazos cortando la hemorragia. Como el trance de la muerte de Séneca no dejaba de alargarse, pide a su médico Estacio Anneo, que le proporcione la cicuta que ya tenía preparada para la ocasión, pero que le fue inútil por encontrarse ya fríos sus miembros. Por fin entró en un baño de agua caliente hasta dejar que sus vapores le asfixiaran. Por expresa voluntad señalada en un codicilio mucho tiempo atrás, su cuerpo fue incinerado sin funeral alguno.


Aunque fue filósofo estoico, Séneca traspasó fronteras con su eclecticismos y su estilo personal. Su figura y su filosofía inspiró al humanismo y en buena medida su luz iluminó el renacentismo. Su huella puede hallarse tanto en Erasmo como en Vives y moldeó el estilo de los ensayos de Montaigne. Se puede caracterizar la filosofía de Séneca por su carácter eminentemente práctico, en consonancia con la filosofía estoica. La filosofía, dice, enseña a obrar, no a hablar. Por eso se aparta de la lógica y sólo se ocupa de la física desde el punto de vista moral y religioso. Es la ignorancia de los fenómenos físicos la causa fundamental de los temores del hombre. La grandeza del mundo y de la divinidad nos enseña a reconocer nuestra pequeñez. Si en las doctrinas físicas sigue la inspiración de los estoicos, para su concepción del alma sigue la de Platón. Distingue en esta dos partes, la racional y la irracional; la última la subdivide en dos: una irascible y ambiciosa que se deja arrastrar por las pasiones; otra humilde y lánguida, seducida por el placer. Al igual que Platón, concibe al cuerpo como una tumba para el alma. Pero en Séneca no está marcada la dicotomía platónica entre el hombre sabio y el necio, pues siempre hay una oposición entre lo que el hombre debe ser y lo que en realidad es. Por tanto, este abismo puede ser franqueado por todo hombre y aproximarse a la guía de la razón. Propia de todos los hombres es la oscilación entre el bien el mal y es preciso ser tan indulgente con los demás, como severo con uno mismo. Para Séneca, la divinidad está próxima al genero humano, late en cada hombre y es posible exaltarla cultivando la razón. Según Ferrater Mora, el tono propio de Séneca es de carácter moral, con acentos religiosos que le aproximan al Teísmo y que han sido en parte la causa de la idea de un Séneca a la vez estoico y cristiano (no pasó desapercibida la posible correspondencia entre éste y San Pablo). Para Antonio Fontán, esta teología, entre monoteísta y panteísta, es la de un dios alma del mundo; su ciudad ideal, una monarquía regida por un príncipe que la gobierne con las virtudes sociales, que en el fondo son las mismas que un sabio ha de adquirir y ejercita en su vida personal Para Séneca el buen vivir no se alcanza por el placer, sino por medio de la felicidad, el estado al que se llega una vez instalado en la paz y la tranquilidad del alma. Para ello el hombre ha de buscar contentarse con lo que ya cuenta, dejándose de volcarse en las cosas externas. Estas pueden contribuir al buen vivir, pero siempre que seamos conscientes de su relatividad y sin perder de vista el concepto de felicidad y sabiduría. Aunque son muchos los aspectos que toca Séneca en su filosofía moral, se puede resumir ésta sólo atendiendo a su concepto de sabiduría, emparentada en su aspiración con la filosofía. Sabio, para Séneca, es quien sabe administrar los placeres, pero atendiendo a la parte más noble de su cuerpo. De ahí que la sabiduría consista en el dominio del alma sobre el cuerpo. Efectivamente, sabio es el que se consagra a su alma. Quien se mantiene erguido bajo cualquier peso, impertérrito ante las pruebas del destino, el que no se lamenta ante ninguno de los reveses de la fortuna y logra la tranquilidad y la paz del alma porque asume cuanto le ha tocado en suerte. La felicidad a la que hay que tender procede de esta estabilidad y de esta alegría íntima de sentirse dueño del destino. Sabio es por tanto, quien en toda situación ejercita su virtud, es decir, quien regula el bien y vence el mal. Ni la pobreza, ni el dolor ni cualquier otro mal advenido trastornan su carácter. Es por tanto, el que siempre transforma su circunstancia en su propia fortuna y brega -en línea con la filosofía orteguiana- con ella para hacerse dueño de su destino. La pregunta socrática que hay que plantearse es cuál es entonces el arte que compete al sabio. Séneca responde que es el de dominar los males que le pueden acaecer. En esto se asemeja el sabio a Dios: en su intimidad con el bien. Pero como en el caso de Spinoza, este bien cuasidivino no se alcanza sin un arduo esfuerzo; por eso no puede tratarse de un bien común, más sí al alcance de todos. Sabio es, como acaba afirmando en una sus últimas epístolas a Lucilio, el que investigando la Naturaleza se da cuenta de su extirpe divina y regula su vida con arreglo al orden del universo, y por eso, además de conocer a los dioses, los secunda y recibe "los sucesos fortuitos igual que un mandato.".


MÁXIMAS Y PENSAMIENTOS DE SÉNECA


En todo ejercicio que practiques vuélvete presto del cuerpo al alma; de ésta ocúpate noche y día. Un trabajo moderado basta para alimentarla, y este ejercicio no lo impedirá ni el frío ni el calor ni siquiera la vejez. cultiva aquel bien que mejora con el tiempo.

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Es incierto el lugar en que te aguarda la muerte, por ello aguárdala tú a ella en todo lugar.

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A nadie que se fije en lo de otros le gusta lo suyo

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Morir más pronto o más tarde no es la cuestión; morir bien o mal, ésa es la cuestión, pero morir bien supone evitar el riesgo de vivir mal.

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Obremos de forma que sea nuestro cada momento, y no lo será si no comenzamos antes a ser dueños de nosotros mismos.

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Como una obra teatral, así es la vida: importa no el tiempo, sino el acierto con que se ha representado. No atañe a la cuestión el lugar en que termines. Termina donde te plazca, tan sólo prepara un buen final.

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Es de acuerdo con la opinión como sentimos el dolor. Cada cual es tan desgraciado como imagina serlo.

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Hay que suprimir dos defectos: el temor por el futuro y el recuerdo de la antigua adversidad. Ésta ya no me afecta, aquel todavía no.

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No debemos tan sólo escribir, ni tan sólo leer: lo uno aflojará las fuerzas hasta agotarlas (me refiero a la escritura), lo otro las enervará y desvirtuará. Hay que acudir, a la vez, a lo uno y a lo otro y combinar ambos ejercicios, a fin de que cuantos pensamientos ha recogido la lectura los reduzca la escritura a la unidad.

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Estudia no para saber algo más, sino para saberlo mejor.

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La naturaleza no otorga la virtud: hacerse bueno es obra de arte.

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No podrás citar ninguna familia tan desdichada que no halle consuelo en otra más desdichada aún.

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Haz que cada uno eche cuentas: a nadie le ha tocado nacer impunemente.

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El tiempo es tan rápido y ligero para las ganancias como para los perjuicios. 

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Yerra quien como ejemplo para el hombre aduce a ésos en los que el instinto suplanta a la razón: en el hombre la razón suplanta al instinto.

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Hay que tratar con rudeza al espíritu, para que no note más que los golpes duros.

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¿Qué hay más desatinado que volcar contra las cosas la bilis acumulada contra los hombres?

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Los defectos ajenos los tenemos ante los ojos, a nuestras espaldas están los nuestros.

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El mejor remedio para la ira es la dilación

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No haremos daño a un hombre porque ha obrado mal, sino para que no obre mal, y nunca el castigo se referirá al pasado, sino al futuro.

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Propio de un gran ánimo es menospreciar los ultrajes; la clase más ofensiva de venganza es que alguien no nos haya parecido digno de tomarnos venganza de él.

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Cada vez que la disputa se haga un poco larga y virulenta, detengámonos en sus comienzos antes de que adquiera consistencia: la controversia se nutre de sí misma y a los que se han sumido en ella los retiene aún más en lo hondo; es más fácil abstenerse de la contienda que abstraerse.

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Mostremos abierto en cualquier servidumbre el camino a la libertad. Por su propia culpa se siente enfermo de espíritu y desdichado uno a quien le es posible dar fin a sus desdichas junto con él mismo. (...) quieres saber cuál es el camino hacia la libertad? Cualquier vena de tu cuerpo.

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Mira ahora cuánto más  justa es la indulgencia en aquellas cosas que se han propagado por todo el género humano. Todos somos irreflexivos e imprevisores, todos inseguros, quejicas, ambiciosos (¿por qué escondo bajo unas palabras tan suaves una lacra común?) todos somos malvados. Así pues, todo lo que se critica en otro, eso lo encontrará cada uno en su interior. 

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Nos airamos con los más queridos porque nos han dado menos de lo que imaginamos y de lo que han ofrecido a otros, aun cuando está a mano el remedio para una y otra circunstancia. Más ha complacido a otro: que nos guste lo nuestro sin comparaciones; nunca será dichoso nadie a quien disgusta otro más dichoso. Menos tengo de lo que esperaba: pero quizá esperaba más de lo que debía.

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Enseguida exhalemos nuestro último aliento. Entre tanto mientras lo respiramos, mientras nos contamos entre los hombres, cultivemos los sentimientos humanos; no seamos para nadie causa de temor ni de peligro; menospreciemos daños, ultrajes, improperios, pullas, y soportemos con magnanimidad los inconvenientes fugaces: mientras miramos a nuestras espaldas, como quien dice, y nos giramos, ya estará ante nosotros la muerte.

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En los asuntos humanos no se actúa tan bien que lo mejor agrade a la mayoría: la prueba es la abundancia de lo peor.

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Elegir lo malo en vez de lo bueno es un desatino. Y sin la cordura nadie es feliz, y no está de acuerdo aquél a quien las cosas por venir resultan apetecibles como si fueran las mejores. Feliz, por tanto, es el dotado de recto juicio; feliz es el que se contenta con lo presente, sea lo que sea, y el que aprecia sus bienes; feliz es aquél a quien la razón recomienda toda su actitud ante sus bienes.

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El placer alcanza incluso a la vida más infame, por el contrario la virtud no admite una vida depravada

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En el caso de que la virtud vaya a procurarnos placer, no la pretendemos precisamente a causa del placer; pues no lo procura, sino que de propina lo procura.

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Así el placer no es la recompensa ni la causa de la virtud, sino un complemento, y no parece bien porque complace, sino que, si parece bien, también complace.

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Me preguntas qué pretendo de la virtud? A ella misma Pues no posee nada mejor, es ella misma la recompensa por ella.

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¿Con qué actitud accede el sabio al ocio? Con la de saber que también entonces va a hacer cosas por las que puede ser útil a la posteridad.

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El hombre es demasiado mortal para el conocimiento de lo inmortal.

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A menudo un anciano bien viejo no tienen ningún otro argumento con que demostrar que ha vivido mucho, excepto su edad.

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Por eso con buen ánimo nosotros no nos hemos recluido en las murallas de una sola urbe, sino que nos hemos abierto a las relaciones con el orbe entero y hemos declarado al mundo entero nuestra patria, para que nos fuera posible dar a la virtud un campo más vasto.

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Incluso el muy abundante gasto en los estudios tiene justificación en tanto que tenga límite. ¿A qué fin, los libros innumerables y las biblioteca cuyo dueño en toda su vida apenas se ha leído los índices? Al que está aprendiendo lo abruma la multitud, no lo instruye, y es con mucho preferible dedicarte a unos pocos autores que divagar por muchos.

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Es incorrecto en cualquier circunstancia lo que es excesivo.

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Mal habrá vivido quienquiera que no sepa morir bien.

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Quien tema la muerte nunca hará nada como hombre vivo; por el contrario, quien sepa que esto, cuando fue concebido, le fue dictaminado en ese instante, vivirá conforme al veredicto y al tiempo procurará con la misma presencia de espíritu que nada de lo que le ocurra sea inesperado.

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A cualquiera puede acontecerle lo que a uno puede. Si uno se graba esto en las entrañas y contempla todas las desgracias ajenas, cuya abundancia es a diario enorme como si también tuvieran ellas expedito el camino hacia él, estará armado mucho antes de ser agredido; tarde se guarnece el espíritu para pasar peligros, tras los peligros. 

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Sabed pues que toda situación es variable y que todo lo que arremete contra alguien puede arremeter contra ti.

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En medio de una inestabilidad tan grande de las cosas que van arriba y abajo, si no te tomas como tu futuro todo lo que puede pasar, le das fuerzas contra ti mismo a la adversidad, que deshace quienquiera que la prevé.

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Lo más adecuado será no esforzarnos en cuestiones superfluas o por una razón superflua, esto es, no ansiar lo que no podemos alcanzar o, una vez conseguido, comprender tarde, después de tantos sudores, la vanidad de nuestros deseos, esto es, que el esfuerzo no sea esteril, sin resultado, o el resultado indigno del esfuerzo.

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Al sabio no le sucede nada en contra de sus previsiones: no lo eximimos de los infortunios de los hombres, sino de sus errores, y tampoco le sale todo como ha querido, sino como lo ha pensado. 

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Sobre todo, el espíritu hay que retirarlo de todo lo externo hacia sí mismo: que confíe en sí mismo, que disfrute de sí mismo, que aprecie sus bienes, que se aleje cuanto puede los ajenos y se repliegue sobre sí mismo, que no acuse los daños, que se tome incluso la adversidad con benevolencia. 

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Así pues, hemos de tender a que todos los vicios del vulgo no nos parezcan odiosos, sino risibles, y a imitar a Demócrito antes que a Heráclito. Pues éste, cada vez que se presentaba en público, lloraba, aquél reía; a éste todo lo que hacemos le parecía una desgracia, a aquél una estupidez. Hay que restarle importancia todo y aguantarlo con una actitud optimista: es más humano reírse de la vida que reconcomerse por ella.

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También hay que retirarse a solas con frecuencia,; pues el trato con desiguales descompone lo que estaba bien ordenado y reaviva las pasiones e irrita todo lo que está débil y no del todo curado en el espíritu. De todos modos, hay que mezclarlas y alternarlas, la soledad y la multitud: aquélla nos infundirá añoranza de las personas, ésta, de nosotros, y una será el remedio de otra; el odio a la turba lo sanará la soledad, el tedio de la soledad, la turba.

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El sueño también es necesario para recuperarse, pero, si lo haces durar día y noche, será como la muerte.

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Salvo muy pocos, a los demás la vida los deja plantados en los propios preparativos de su vida.

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No tenemos escaso tiempo, sino que perdemos mucho.

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A vivir hay que aprender durante toda la vida y, cosa que quizá te extrañe más, durante toda la vida hay que aprender a morir.

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Es propio del hombre eminente y que está por encima de los extravíos humanos no dejar que le quiten nada de su tiempo, y su vida resulta larguísima precisamente porque todo cuanto se ha prolongado ha quedado enteramente libre para él. Ningún momento ha quedado inactivo y ocioso, ninguno ha estado cedido a otra persona, pues tampoco ha hallado nada digno de intercambiar por su tiempo, como que es de él celosísimo administrador

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El que no deja ningún momento sin dedicarlo a sus intereses, el que organiza todos sus días como si fueran el último, ni ansia el mañana ni lo teme.

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Conque no tienes por qué pensar, a la vista de canas y arrugas, que uno ha vivido mucho: no ha vivido ése mucho tiempo, sino que ha existido mucho tiempo.

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Nadie te restituirá tus años, nadie te devolverá de nuevo a ti mismo. La vida irá por donde empezó y no invertirá ni detendrá su marcha; en absoluto hará alboroto, en absoluto nos advertirá de su velocidad: se deslizará queda.

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La mayor pérdida de vida es la dilación: elimina el día actual, escamotea el presente mientras promete lo por venir. El obstáculo mayor para vivir es la espera, que depende del día de mañana, desperdicia el de hoy. Dispones de lo que está puesto en manos de la suerte, desechas lo que está en las tuyas. ¿A dónde miras? ¿A dónde te alargas? Todo lo que ha de venir está en entredicho: vive al día. 

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Contra la fugacidad del tiempo hay que competir con la celeridad en emplearlo

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En tres etapas se divida la vida: la que ha sido, la que es, la que va a ser. De ellas, la que estamos pasando es breve, la que vamos a pasar, incierta, la que hemos pasado, segura

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El presente es un tiempo cortísimo, hasta el punto de que realmente a algunos les parece inexistente; pues siempre está en marcha, fluye y se precipita; deja de existir antes de llegar y no admite más demora que el universo y los astros, cuyo movimiento siempre incesante nunca se mantiene en el mismo sitio.

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Quita fuerza a sus desgracias presentes quien ha previsto que llegarían.

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A menudo hay que recordar al espíritu que ame las cosas tal como si fueran a desaparecer, mejor dicho, como ya desapareciendo.

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Una única ceniza igualará tanto lo que estimas como lo que desprecias.  

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¿Qué es el hombre? Un cuerpo endeble y frágil, desvalido, indefenso por su misma naturaleza, necesitado de la ayuda ajena, abandonado a todas las insolencias de la suerte, cuando ha fortalecido bien sus brazos, alimento de cualquier fiera, víctima de cualquiera; fabricado con materiales flojos y deleznables, elegante en sus rasgos externos; nada resistente al frío, al calor, a la fatiga y, en cambio, destinado a caer en la consunción por la misma inactividad y ocio; temeroso de su alimento, unas veces por falta de él (perece, otras por exceso)  estalla; precisa una vigilancia ansiosa y atenta, su aliento es precario e inestable, le sobresalta un susto repentino  o bien oír de pronto un ruido desagradable; motivo constante de preocupación para sí mismo, defectuoso e inútil. 


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