viernes, 21 de abril de 2023

PENSAMIENTOS 32. GOETHE (Literatura y vida)

 



Johann Wolfgang von Goethe nació en Frankfurt el 28 de agosto de 1749 en el seno de una familia burguesa. Su abuelo materno fue corregidor de la ciudad de Frankfurt y su abuelo paterno un acaudalado comerciante de vinos. Su padre, Johann Casper obtuvo el doctorado en Derecho y desempeñó el cargo de consejero del emperador Carlos VII. Después de su casamiento con Katharina Elisabeth se retira para administrar la fortuna familiar y se vuelca en la educación de sus dos hijos, especialmente de un dotado primogénito para quien contratará preceptores particulares que lo van a instruir en una amplia variedad de materias. En su biografía, Goethe reconoce haber  heredado la naturaleza alegre de su madre, aficionada a las fabulaciones y a contar a los niños toda clase de cuentos. También le transmitió a su hijo la afición por el teatro, quien ya a temprana edad daba muestras de su facilidad para el aprendizaje de las lenguas y de su curiosidad para todo tipo de materias. Ya de niño abrigaba la intención de escribir una novela en seis idiomas y leía la biblia en latín y en griego, fascinado por las historias del antiguo testamento. 

En otoñó de 1765 se traslada a Leipzig para estudiar derecho, siguiendo los deseos del padre. Allí pasa tres años sin aprovechar demasiado en sus estudios, pero comienza a hacer sus pinitos literarios y practica dibujo y pintura en la Academia de Arte, a la vez que devora devotamente los escritos de Winckelman sobre el arte de la antigüedad. Una noche de finales de junio del 68 despierta con un vómito de sangre; los médicos que le atienden le diagnostican una afección pulmonar que durante varios días le hace debatirse entre la vida y la muerte. A su regreso a Frankfurt, todavía convaleciente, comienza a explorar la vena religiosa, guiado por una amiga y pariente lejana de su madre, Susanna Von Klettenberg, para quien Dios era simplemente una sensación feliz, una revelación del corazón en una devoción libre y alejada de toda mojigatería. 

A principios de abril de 1770 se traslada a Estrasburgo para concluir su carrera de derecho. Allí conoce a Johann Gottfried Herder, de quien dice  haber constituido el suceso más importante de su periodo en Estrasburgo. La filosofía vitalista sostenida por Herder iba a alentar el culto al genio en el movimiento Sturm Und Drang, capitaneado por el joven Goethe. Durante este tiempo comienza a frecuentar la obra de Shakespeare y redacta su tesis doctoral sobre la justa relación entre Iglesia y Estado, pero ante el escándalo provocado entre los teólogos de Estrasburgo, el decano de la facultad le propone que la retire o que la publique sin la venia de la Universidad, tras lo cual regresa al hogar paterno en agosto de 1771.

Ya de nuevo en Frankfurt solicita la admisión como abogado en el tribunal de jurados y desempeña su trabajo alternándolo con la escritura. Es en esta época cuando comienza a planear una obra sobre el Fausto y a acometer la primera redacción de "Gotz de Berlinchinger", una obra histórica sobre el  famoso caballero que en el siglo XV luchó con los rebeldes en las guerras de los campesinos alemanes. La publicación de esta obra un año y medio más tarde va a convertir a Goethe en el autor teatral más célebre de alemania. A finales de diciembre de 1771 conoció a Johann Henrich Merk, funcionario del gobierno de Darmstadt, aficionado a la literatura y que ejercería, según apunta en sus memorias, el mayor influjo en su vida. Merck pertenecía al círculo de los llamados "sensibles", en cuyas filas pronto se iba a enrolar Goethe. En este círculo la sensibilidad se unía al entusiasmo, un círculo en el que el culto al sentimiento era más estético que religioso. A mediados de mayo de 1772 Goethe se enamora de Charlotte Buff, una joven que se hallaba comprometida con Ketzner, un conocido del escritor. La temporada que pasó Goethe con los novios en la casa de Charlotte, en medio de un triángulo amoroso de celos, le iba a servir luego de inspiración para su novela "Werther". Goethe finalmente abandona la casa el 10 de septiembre de 1772 por la mañana sin previo aviso tras dejar  una carta de despedida a Ketzner donde le confesaba que se había enamorado de su prometida: "Si hubiera permanecido un instante más entre vosotros no habrá podido contenerme".

 A raíz  del éxito de la publicación en junio de 1773 de su drama "Gotz", el nombre de Goethe corre de boca en boca por toda Alemania. Se celebraba la liberación de las reglas convencionales en el teatro y su originalidad linguística. En medio de este estusiasmo comienza a proyectar un drama sobre Prometeo basándose en Esquilo y Ovidio. Prometeo se presenta como un rebelde que ya no quiere estar somedio a los dioses y también como la contrafigura en la que se refleja el propio autor, que en ese momento se halla en plena ebullición creativa. "La fábula de Prometeo estaba viva en mí", confesará más tarde en"Poesía y Verdad". Llega a revelar que llegó a cortar según su talla "el antiguo ropaje de los titanes". Todo lo que intentaba literariamente le salía como de la chistera de un mago. Le tildaban de genio, todos buscaban su cercanía y los presentes quedaban hechizados pendientes de sus labios. Se le admiraba como un prodigio de la naturaleza o como un profeta. En este contexto en el que se le tiene más como un profeta que como poeta, comienza a proyectar un drama sobre Mahoma, donde es presentado como  un genio religioso al que su inspiración vuelve un hombre nuevo capaz de transformar el entorno con su fuerza y arrastrar consigo a los hombres. 

En febrero de 1774 Goethe comienza a escribir Werther de un tirón sin borradores y sin apenas planificación. La redacción de la obra queda concluida en tres meses y el tema le toca de lleno por resultar una evocación de la historia de amor vivida en Wetzlar. Werther es un joven hipersensible que se enamora de una mujer ya comprometida con otro hombre; su amor sin correspondencia  sume al protagonista en la desesperación y a la postre le aboca al suicidio. No sólo la temática amorosa le concierne vitalmente a Goethe; al igual que el protagonista, Goethe había coqueteado con el suicidio y durante algún tiempo tenía preparado un puñal afilado en la mesilla de noche. Pero, en contra de las apariencias, es posible que el verdadero "leit motiv" de esta novela epistolar sea el "tedium vitae".  Como confesará años más tarde en una carta a su amigo Zelter, el tedio a la vida se había apoderado de él en la época en que escribe la novela. "Werther no deja dudas a nadie  de que todos los síntomas de esta enfermedad sorprendente, tan natural como antinatural, atravesaron una vez lo más íntimo de mí mismo". Al escribir una novela sobre un personaje hipocondríaco, el autor pudo conjurar su desesperación y decidió que debía seguir viviendo.  Goethe superaría también este tedio vital tomando la decisión de participar activamente en la vida y orientándose en la realidad objetiva  para obtener fuerzas vitales del exterior. De esta forma  sale del embotamiento interior y se libera del puro sentimiento.

El impacto de la novela suscitó una nueva sensibilidad en los jóvenes lectores, que imitaban el modo de pensar y la conducta del protagonista. Se extendió el rumor de que la aparición de la novela había provocado una oleada de suicidios por imitación y a ellos se refiere Goethe en su autobiografía: "Me sentía aliviado y clarificado por haber transformado la realidad en poesía, pero mis amigos me confundían por cuanto creían tener que transformar la poesía en realidad, reproducir esta novela y en todo caso suicidarse". La novela tuvo un éxito colosal, constantemente reeditada y traducida inmediatamente a varias lenguas europeas. Por primera vez se deja abierto el campo a hablar con libertad de los sucesos anímicos y de la intimidad de la persona por boca  del protagonista. Comienza a prestarse oídos a la naturaleza interna, al sentimiento y a la propia individualidad. También hay en esta obra una exaltación de la figura del genio y su culto se volvió una cuestión de época. Y este culto al genio tuvo que soportarlo Goethe en sus propias carnes: la vida del artista pasaba a ser una obra de arte y su personalidad comenzaba a tener tanta importancia como la obra misma. Pero para Goethe el éxito adquirido por esta novela llegó a eclipsar el resto de su obra, hasta el punto de que casi hasta el final de su vida todavía era conocido por el público tan sólo por haber escrito Werther.

Un hecho importante para la vida de Goethe fue el matrimonio de su hermana Cornelia a finales de 1773 con un conocido suyo, Georges Schlosser, y su posterior traslado a otra ciudad. Con ella no sólo perdía una hermana a la que no volvería a ver más que en una ocasión antes de su prematura muerte. Perdía también a la confidente con la que comentaba sus proyectos y a la que tenía en cuenta por su buen criterio literario. Coincidiendo con la terminación de su "Werther" en  abril del 74, Goethe traba amistad con Johann Kaspar Lavater, originario de Zurich y que estaba de visita en Frankfurt. Lavater es en ese momento un famoso predicador que además se gana la vida con sus escritos literarios y que andaba proyectando una gran obra sobre fisiognomía que se titulará "el arte de conocer a los hombres". Puesto que Goethe también pensaba que a partir de lo exterior puede deducirse lo interior, estuvo muy interesado en su trabajo y llegó a colaborar con Lavater aportando retratos y descripciones. También es en esta época cuando se hace amigo de Friedrich Heinrich Jacobi, negociante acuadalado y comisario de aduanas, además de un apasionado estudioso filosofía que con el tiempo tendría un papel protagonista en la polémica sobre el ateismo.
El 12 de diciembre de 1774 Goethe recibe una visita que iba a producir, según sus propias palabras, la mayor conmoción en su vida. Se trataba de Karl Ludwig Von Knebel, un oficial prusiano  y amante de las artes y de la literatura que desde hacía poco era también informador militar del príncipe en la corte de Weimar. Knebel le visitó en calidad de admirador de su obra, pero pronto entendió la importancia que podía tener el  escritor para la figura del principe y acabó presentándolos. La posterior invitación del principe a Weimar iba a dar un vuelco en su situación, sentando los cimientos de su devenir vital.

En enero de 1775 comienza una relación amorosa con Elisabeth Schönemann, muchacha de 17 años cuya familia poseía uno de los grandes bancos de Frankfurt. La relación se va a mantener a lo largo de ese año, mientre Goethe se debate entre formar parte del círculo burgués con un eventual casamiento o renunciar a él para seguir su propio rumbo. Después de un viaje por Suiza a finales de primavera, en que visita por primera y última vez a la hermana en su casa de Emmendingen, Goethe se decide a pedir la mano de Elisabeth, pero es rechazado públicamente por la familia pretextando una diferencia de religión. 

En septiembre de 1775, Karl August, ya mayor de edad y convertido en duque, hace una parada en Frankfurt y le renueva su invitación a Weimar. Goethe, que pretendía olvidar la afrenta recibida por el rechazo de Elisabeth, y que a la vez quería huir de una ciudad que le comenzaba a asfixiar, acepta la invitación y parte para Weimar.

Al principio de su llegada a Weimar Goethe no fue bien visto por los adláteres del duque, que lo tenían por un advenedizo, ni siquiera por la joven duquesa Luise que echaba la culpa al escritor de sentirse descuidada por su marido. Sin embargo Goethe tenía de su parte la confianza de la madre del duque, Anna Amalia, bella mujer de 36 años  a la que le gustaba bailar, pintar, componer y organizar veladas, además de admirar el Werther y leer la literatura y la filosofía más reciente. Una buena parte de la corte le acusaba a Goethe de pervertir al duque con sus modales toscos y su comportamiento libertino. La única relación que le dió consuelo durante su primera época en Weimar fue la mantenida con Charlotte Von Stein, esposa del caballerizo mayor Josias Von Stein, que había disfrutado de una formación rigurosamente cortesana, además de pasar por persona erudita y aficionada a las artes. Con ella mantuvo Goethe durante mucho tiempo una relación que iba más allá de la amistad y que se prolongó hasta el final de su vida mediante una fluido intercambio epistolar. Pero Goethe no hubiera soportado su estancia en Weimar sin el estrecho vínculo que durante toda su vida mantuvo con el duque. Éste quería establecer con Goethe una relación similar a la mantenida entre su tío abuelo Federico II de Prusia y Voltaire: quería tener a su lado un espíritu grande como consejero y acompañante y que a la vez estuviera unido por la amistad. Al principio el duque sólo pretendía tenerlo cerca sin planes de mayor alcance, pero pronto le dio la esperanza de un puesto en la corte. Finalmente, el 11 de junio de 1776, Goethe fue nombrado consejero secreto de legación con un buen sueldo y un puesto en el Consejo Secreto. Goethe, que quería participar plenamente en los asuntos de gobierno,  iba a relegar a partir de entonces su actividad literaria. Fiel a los postulados del Sturm Und Drang, Goethe buscaba hacerse dueño de la realidad de la vida y convertir la vida misma en una obra de arte.

En abril de 1776 le visita el dramaturgo Jacob Michael Reinhold Lenz, que en ese momento comenzaba a ser célebre por su obra "El preceptor". Tras un periodo de amistad en que es presentado en la corte y en el círculo de escritores de Weimar, a Lenz se le invita a que abandone el ducado a causa de un libelo en el que había cargado contra Goethe. El 8 de junio muere la hermana de Goethe poco después de dar a luz su segunda hija. Goethe recibe la noticia días después y queda fuertemente abatido por la afinidad que le había unido a su hermana. De noviembre a diciembre de ese año viaja al Harz, la cordillera más alta del norte de Alemania, montado a caballo en solitario y siempre de incógnito. Las impresiones que le dejan ese viaje las vierte más tarde en su famoso poema "Viaje al Harz en invierno".

Ante la amenaza de una guerra de sucesión en Baviera, en mayo del 78 hace un viaje a Berlin con el duque en misión diplomática, a la vez que se pone a trabajar  en "Ifigenia", un drama de inspiración griega basado en Esquilo y Eurípides. Al año siguiente Goethe vuelve a viajar con el duque, esta vez a Suiza. Recorren la ruta de los altos alpes y en Zurich pasan dos semanas en casa de Lavater, cuya personalidad marcadamente religiosa impresiona gratamente al duque. Sin embargo empiezan a menifestarse ya las primeras discrepancias entre Goethe y Lavater por motivos religiosos. Para Goethe la fe sólo era aceptable por su color poético, fantasia e interioridad, pero no por su adhesión a algún credo positivo. Concebía a Dios como el poder del destino que cada uno puede experimentar por sí mismo y que configura la vida de cada cual.

A su vuelta de Suiza, ya en 1780, designado  presidente de la Comisión de Minas, asume la responsabilidad de las minas de plata de Ilmenau; quiere hacerse experto en la materia e inicia sus estudios minerológicos que le abrieron la puerta para sus estudios sobre la naturaleza. Buscaba en ellos "la elevada quietud que podría darle una tregua a los cambiantes estados de su ánimo". En los intentos de extraer plata de esta mina invirtió Goethe gran parte de sus energías, quitándole el tiempo necesario para su vocación de escritor, hasta el punto de que no fue capaz de publicar nada nuevo en mucho años. Finalmente la mina se cerraría en 1812 tras una larga serie de proyectos fracasados.

Durante los primeros años de la década de 1780 hasta su viaje a Roma en 1786, Goethe se halla desgarrado entre las exigencia de su vida poética y las de su existencia oficial de gobernante; a menudo medita seriamente abandonar Weimar para cambiar de aires. Poco a poco se va cargando de tareas en el gobierno, primero manejando los asuntos militares; más tarde haciéndose cargo de todo lo concerniente a caminos y vías de transporte. Cuando en el verano de 1786 el editor Göschen se acerca a Goethe y le propone una edición general de sus obras, se le hace más patente el yermo literario que ha atravesado desde hace más de una década. Sólo tiene en el cajón obras iniciadas, pero no concluidas: Fausto, Egmont, Wilhelm Master y Tasso. Es entonces cuando se percata de que, a fin de concluir esas obras y poder salvar su vida de escritor, le hace falta unas vacaciones lejos de las ocupaciones de su cargo. Así es como comienza a preparar en secreto un viaje a Italia que había ido postergando varias veces, que en principio sólo iba durar unos meses y que se alargaría hasta los dos años. Goethe se resistía a pedirle permiso previamente al duque por miedo a su negativa. Pero también tenía miedo a que el duque le diera la orden de regresar a medio camino, e incluso se cernía la amenaza de que le retirase su amistad y le acabase despidiendo. Así que después de pasar el verano de 1786 en Karlsbad para una cura termal, a las 3 de la mañana del día 3 de septiembre de 1786, parte de incógnito y en secreto, y se evade de Weimar como un desertor. Goethe ha cifrado en ese viaje todas sus esperanzas en una nueva transformación personal y en el renacimiento de su vida como escritor. Un mes después de su evasión Goethe llega por fin a Roma después de una larga estancia en Venecia, pasando por Bolonia y Florencia. En Roma, alojado en la casa de un amigo pintor, Johann Henrich Wilhelm Tichben, vive una segunda juventud bohemia rodeado de otros pintores. Mientras se pasa horas contemplando las obras de arte y arquitectura también trabaja sobre una obra ya empezada, "Ifigenia". Después de unos meses parte a Nápoles, donde queda sobrecogido por la naturaleza de la región; asciende al vesubio y en el jardín botánico es donde comienza a fraguar su idea de la planta originaria, plasmada más tarde en su "Metamorfosis de las plantas". En Nápoles, Goethe se da a conocer y se codea con la mejor sociedad. A finales de marzo se traslada a Palermo, donde trabaja en su "Tasso", para luego retornar a Roma a pasar el verano. Aunque pensaba regresar a Weimar en Otoño, después de escribirle al duque con ruegos de que le permitiese prolongar su estancia en Roma -necesitaba seguir trabajando en la escritura de sus obras, además de estudiar arte-  decide tomar clase de pintura y dibujo y comienza  a estudiar anatomía. A finales de septiembre de 1787, en plena efervescencia creativa, termina Egmon, comenzada 12 años antes. Después de haber dilatado su viaje indefinidamente, parte para Weimar el 24 de abril de 1788.

Goethe llegó a Weimar de su viaje a Italia más delgado, quemado por el sol y mucho más expansivo que antes. Parecía que, efectivamente, un Goethe renacido volvía de Roma pleno de creatividad. Esta nueva vida en la que veía proyectado Goethe va a recibir un impulso cuando conoce en julio de  1788 a la que iba a ser la mujer de su vida y madre su único hijo, Christiane Vulpius, una joven de baja extracción y que acababa de perder a sus padres. La convivencia de la pareja sin pasar por el altar -que escandaliza a la sociedad weimeriana- se ve reforzada por el nacimiento del único hijo de Goethe, al que bautizan con el nombre de August. Bajo el nuevo impulso creativo que da a su vida el viaje a Italia, y ya dispensado por el duque de alguna de sus ocupaciones, Goethe sigue trabajando en su Tasso e inicia la escritura de unos poemas de contenido erótico y priápico que más tarde llevarán el título de "Elegías romanas".

En el contexto de la revolución francesa que acababa de estallar, y que goethe la vive como una amenaza para el orden social que le daba privilegio, el duque le encarga la dirección del recién fundado teatro de la corte. La revolución francesa colocó a toda Europa en estado de alarma bélica y comienza en  la primavera de 1792 la primera guerra de la Alianza Prusiano-Austriaca contra la Francia revolucionaria, de la que formaba parte el duque karl August, general de un contingente prusiano. El escritor participó acompañando al duque en algunas escaramuzas contra los franceses en Verdum y pronto enfermó de disentería. Más tarde, entre mayo y agosto de 1793, tomó parte en el sitio y la conquista de Maguncia, donde formuló por primera la idea rectora de su teoría de los colores. Según el esbozo de esta teoría, la luz no está compuesta, como defendía Newton, sino que es el ser más sencillo, indivisible y homogéneo conocido. Ni siquiera está compuesta de color luminoso. Los colores no se desarrollan desde la luz, sino en la luz, allí donde ésta se topa con otro medio.

 A finales de 1793 retoma la novela de Wilheim Meister, ahora bajo el título de "Los años de aprendizaje" y pasa un tiempo en Jena, donde Fichte sienta cátedra y hace época con su teoría idealista del yo. El acercamiento de Goethe a la filosofía de Fichte le va permitir comprender mejor la entraña filosófica de la obra de Schiller, también afincado en Jena y cuya amistad va a deparar una de las colaboraciones literarias más fructíferas de todos los tiempos. El primer contacto se origina con la participación de Goethe en la recien  fundada revista Die Horen, que quería ser el órgano de una nación cultural alemana y que estaba integrada además por Wilhelm Von Humboldt y Fichte. Aunque de caracteres disímiles, Goethe señalará más tarde la rareza de su unión, "la de dos personas que constituyen dos mitades  respectivas, que no se repelen, sino que se complementan recíprocamente". En esa heterogénea relación cada uno va a transferir , desde su riqueza de carácter, aquello que le falta al otro; a Schiller le sobra la abstracción y a Goethe la intuición. Después de un rico intercambio de ideas en casa de Humboldt, Goethe invita a Schiller a que le haga una visita más larga en Weimar. En Septiembre pasa dos semanas en casa de Goethe, donde se transmiten sus diversas experiencias y proyectos: Schiller le pormenoriza su nueva filosofía estética en la que está trabajando ("Cartas sobre la educación estética del hombre") y Goethe sus investigaciones científicas, además de leerle fragmentos de sus elegías romanas aún inéditas. En Weimar, donde su amistad fue considerada un acontecimiento, los vecinos se admiraban de verlos juntos durante horas, paseando y debatiendo infatigablemente.

Como la nueva revista, a pesar de contar con "Las cartas estéticas de Schiller" y "Las conversaciones de emigrados alemanes" de Goethe, no acababa de cuajar (a Schiller el público lo encontraba demasiado denso; a Goethe demasiado aburrido), dieron con un revulsivo que le granjearía más lectores: unos epigramas en forma dísticos con el propósito de arremeter contra la escena literaria imperante. Durante los dos escasos años que duró la revista, Goethe se puso a trabajar en el Wilhelm Meister, con la ayuda de supervisión que le brindó Schiller, y aunque en un principio iba a difundirse por entregas en Die Horem, finalmente, a principios de 1798, se anunció la suspensión de la renqueante revista y Goethe se vio obligado a editar la novela por su cuenta. 

Por esta época goethe publica una obra de gran éxito y que le cosechó una cuantiosa suma de dinero de su editor. Se trataba de "Hermann y Dorotea", una obra épica de inspiración homérica, donde el héroe clásico se transfigura en ciudadano burgés en una trama amorosa que tiene como contexto los convulsos tiempos de la revolución francesa. Para ello adoptó libremente el exámetro dactílico. También por esta época comienza a retormar su viejo proyecto del Fausto y trabaja en los preludios y los preámbulos, aprovechando el impulso y las expectativas de un futuro viaje a Italia. De agosto a noviembre viaja de nuevo a Suiza, pero ante la amenaza de nuevas acciones militares tiene que suspender su viaje a Italia. Pero antes, de camino a Zurich, recorre la región de Guillermo Tell y allí le asalta la idea de escribir una epopeya poética sobre el héroe. Más tarde, Goethe le iba a traspasar la idea a Schiller alentándole para que compusiera un drama. La colaboración entre los dos escritores también se extendió a la traducción que Goethe inició sobre el Mahoma de Voltaire, para lo que solicitó su ayuda, mientras conseguía atraerlo a Weimar para iniciar una reforma del teatro y la dramaturgia. A su vez, Schiller persuade a Goethe de que deje de traducir y se vuelque en echar mano de nuevo al Fausto, consiguiéndole además una oferta suculenta de un editor para asegurarle la conclusión de la obra. En el verano de 1800 Goethe confecciona las escenas de la noche de walpurgis y le aconseja sobre la orientación que ha de dar a otras diversas escenas ya trazadas. Pero la frágil salud de Schiller se iba  resintiendo cada vez más a expensas de una febril creatividad que no paraba de parir geniales obras dramáticas: "Wellenstein", "Juana de Orleans" y "Guillermo Tell". Uno y otro se alentaban mutuamente para la creación de obras y seguían repartiéndose los consejos de supervisión, a la vez que se intercambiaban cartas y borradores de obras. Mientras Goethe es atacado de nuevo por un herpes zoster que le afecta a los ojos, a Schiller se le agrava su tuberculosis y muere el 9 de mayo de 1805. La muerte se lleva por delante no sólo a su mejor amigo; también al hombre que le había guíado con energía hacia la creación literaria cuando su imaginación se hallaba embotada por las tareas de gobierno, y que además fue capaz de hacerle reflexionar sobre la concepción del arte, dándole una nueva conciencia de si mismo como artista.

 La muerte de Schiller produce una cesura en la vida de Goethe, pero a la vez constituyó un estímulo para empujarle a trabajar en serio en la obra sobre Fausto por la que tanto se había desvelado el amigo. También por imperativo editorial, Goethe revisa lo que tiene y lo da a imprenta en 1808, aunque sin acabar la empresa, por lo que le da el título de "primera parte de la tragedia", sin tener la seguridad de llegar a concluirlo alguna vez.

Según la interpretación del historidador Heinrich Luden, que acababa de ser llamado a Jena y se entrevistó con Goethe para hablar de su Fausto, éste representa toda la historia universal, una verdadera imagen de la vida de la humanidad, que abarcará el pasado, el presente y el futuro. En Fausto estaría idealizada la humanidad en cuanto que éste se convierte en su representante. Fausto aspira al absoluto, pero se encuentra dolorosamente desgarrado de éste, y desde entonces está henchido de la añoranza de renacer, a lo cual aspira primero por el saber y el conocimiento, después con el cuerpo, la vida y el amor.
 
También por esta época se produce otra fuerte conmoción que estuvo a punto de hacerle perder su vida y sus posesiones. La derrota de Prusia ante las fuerzas de Napoleón en Jena y la posterior ocupación y saqueo de Weimar por parte de los franceses. Su casa estuvo a punto sde ser tomada por los soldados y se salvó de milagro en medio de los incendios y la devastación de las casas vecinas. La conmoción de su suelo doméstico debio hacer pensar a Goethe en que debía cimentarlo ahora simbólicamente con la celebración de la boda con Christiane el 17 de octubre. Tres días antes, cuando los consejeros privados de Weimar deberían comparecer ante Napoleón, Goethe se había excusado alegando que estaba enfermo. Dos años después, el 2 de octubre de 1808, es convocado a una audiencia en la que departen brevemente y donde la leyenda dice que Napoleón le alabó exclamando: "!he aquí un hombre!". Hablaron sobre el destino y sobre el poder, pero también sobre el Werther, que Napoleón presumía de habérselo estudiado de cabo a rabo, hasta el punto de señalarle alguna de las incongruencias de la novela.

También Schiller había ejercido una función auxiliar en su teoría de los colores con sus comentarios y ayudando a poner el material en orden en un asunto en el que había ido trabajando durante dos décadas y que por fin vio la imprenta el 16 de mayo de 1810. Más allá de sus hallazgos científicos, oponiéndose a la concepción newtoniana, lo relevante es la teoría del conocimiento que se desprende ella. Goethe actúa como defensor de la luz contra los hombres oscuros de la ciencia moderna. Todas las observaciones halladas en su teoría son referidas al fenómeno, y la ciencia de la naturaleza queda entendida como una fenomenología: "No hay que ir a buscar nada detrás de los fenómenos, pues ellos mismos son la doctrina". Hay que protegerse contra las construcciones teóricas que distorsionan la mirada sobre la realidad y dejar que los fenómenos incidan en nosotros teniendo los cinco sentidos abiertos. La obra apenas pasó de puntillas entre los integrantes del mundo científico, y Goethe, que se jactaba de esta obra más que de sus trabajos literarios, creía ser el único que estaba en lo cierto. Pensaba  que para que el mundo despertarse a la verdad de su teoría sólo haría falta el revuelo de un ejército de prosélitos. Durante un tiempo creyó encontrar en un joven Arthur Schopenhauer a uno de ellos. El filósofo, que vivió en Weimar hasta 1814, conoció a Goethe en el salón regentado por su madre donde tenían lugar animadas veladas. Pronto intercambiaron ideas y observaciones sobre la teoría de los colores y llevaron a cabo algunos experimentos, hasta que con el paso del tiempo comenzaron a surgir las primeras discrepancias. Schopenhauer elaboró su propia teoría en un manuscrito titulado "sobre la visión y los colores", que le envió a Goethe para que se lo diera a conocer como editor al público. Goethe le acabó dando largas, el filósofo se lo tomó a mal y la colaboración quedó truncada. 

En abril de 1808 empezó a escribir un texto planteado como un breve entreacto novelístico para Wilhelm Meister y de ahi surgió la novela que Goethe consideró como su mejor obra hasta ese momento, "Las afinidades electivas". El título de la novela hace referencia a las relaciones que unen a los elementos en los precesos químicos imitando una especie de inclinación. La pregunta que Goethe plantea en la novela es en qué medida resulta  libre el amor y cuánta coacción se esconde en él. Próxima a la época en que escribe esta novela son las muertes de Anna Amalia, la duquesa madre, y  la de su propia madre, que por su papel relevante en la vida de Goethe supusieron también otra cesura.  Quizas debido al sentimiento de orfandad que dejaron en Goethe estas dos muertes, se decide a lanzar una mirada retrospectiva sobre su vida y comienza a trabajar en una obra autobiográfica que titulará "Poesía y verdad", cuya primera parte va a publicar en 1811. En una carta dirigida al rey de Babiera esclarece el sentido del título elegido por "representar y expresar en lo posible lo auténtico y fundamentalmente verdadero que, hasta donde yo comprendía, había reinado en mi vida". Goethe cifra en el "instinto de formación poética" el punto central de su existencia, tomando el término "poesía" en su primitiva acepción de "poiesis", es decir, poniendo el énfasis en su significado de "hacer" y "configurar". Goethe escribe que responde a cada reto de su vida configurando lo que le sale al paso. Todo lo que influye en él despierta el incentivo de "oponerle una actividad". Según Goethe "el hombre sólo se conoce a sí mismo en cuanto conoce el mundo, que descubre sólo en sí,  y a su vez se descubre a sí mismo solamente en el mundo". De este modo, cuando Goethe comienza escribir su autobiografía, dirige su atención a lo que ha hecho real en él, y no a los sombrios mundos interiores. Lo fundamentalmente verdadero es la personalidad y lo que ha hecho que ella llegara a configurarse tal como es. Pero Goethe no pretende acercarse a esta evolución desde fuera, a la manera de un historiador, sino desde dentro, desde la perspectiva del recuerdo, poniendo en juego la imaginación, que es la verdadera capacidad poética.

El invierno de 1812-13 está marcado por la derrota de Napoleón en Rusia así como los posteriores acuartelamientos de los franceses en Weimar, y Goethe, que había tomado partido por Napoleón, no podía mostarse indiferente a su catastrófico hundimiento, por lo que decide aislarse de todo el "pandemonium" patriótico componiendo "El diván de oriente y occidente". Esta obra fue compuesta bajo la inspiración de el "Diván", de poeta persa del siglo XIV, Hafez, leído por Goethe en una traducción que acababa de aparecer. Fue unas de las épocas más fértiles del escritor que, según confesaría a Eckermann, era suficientemente productivo para componer dos o tres poesías al día, ya estuviera en el campo libre, en el coche de caballos o en la pensión". Luego, a mediados de abril de 1814, viaja disfrazado hasta el balneario de Teplitz, cerca de Marienbad. En medio de la efervescencia patriotica, el hijo de Goethe se alistó entre los voluntarios que luchaban contra Napoleón, contrariando la voluntad del padre, quien intercedió ante el duque para colocarle en un puesto de escribiente alejado del frente. Las burlas de los compañeros por su situación de privilegio estuvieron a punto de ocasionar un duelo que se abortó en el último momento, también por intercesión paterna. A partir de ese momento la relación entre padre e hijo quedó resentida por este lance. El hijo quedó herido en su amor propio, impedido a la hora de demostrar su virilidad y siempre amedrantado bajo la sombra del padre.

En 1815, mientras trabaja en su "Viaje a Italia", realiza una larga travesía por el Rin, el Meno y el Neckar, en realidad su último viaje, porque un año después, nada más emprender un viaje para recibir una cura en Baden-Baden, se rompió un eje del carruaje y éste volcó dejando a Goethe ileso de milagro. Tomó el accidente como un oráculo adverso y dio media vuelta, renunciando desde aquel momento a los viajes largos. Unas semanas antes había fallecido su mujer, que le había estimulado tanto en su pasión por el teatro como para que procurase llevar una vida plácida.

Tras la muerte de Christiane, Goethe vivió más solitario en la casa cuya buhardilla albergaba a la pareja mal avenida que formaban su hijo y su mujer Otilia, con continuas disputas que amargaban el humor del escritor. No obstante, la casa permanecía de puertas abiertas a los grupos de visitantes que de vez en cuando se asomaban para ofrecer sus respetos a Goethe. Se comía y se descorchaban abundantes botellas de vino bajo la dirección de un anfitrión al que le gustaba contradecir a sus comensales y epatar con sus opiniones heréticas. Si bien estaba casi retirado,  no dejó por eso de representar los asuntos del Estado de Weimar y, aunque sus obligaciones oficiales habían disminuido, le aumentaron su salario considerablemente y seguía llevando "la inspección general de las instituciones científicas y artísticas" en Weimar y Jena, que no incluía ni la dirección de la Universidad ni tampoco la del Teatro de Weimar, a la que había renunciado desde 1817.

Durante 1820 retoma los años de peregrinación de Wilhelm Meister, que es la mayor novela en el último decenio de su vida. El gran tema es la opresión de los principios vivificantes por la realidad social y la posible perseverancia y resistencia en medio de ella. Entre las secuencias densas en pensamientos, se esparcen numerosas narraciones que no tienen un vínculo fuerte con la acción principal y que ocupan un espacio tan amplio que la acción principal se convierte en cosa marginal y la novela entera pierde su condicón de unidad cerrada. Entre ellas aparecen descripciones de varias utopías sociales y consideraciones que crecen hasta convertirse en tratados. El protagonista sólo tiene la función de un espectador gratuito y la historia de amor oscila entre novela corta y acción marginal. Publicó la obra en 1821 y apenas tuvo resonancia entre el público. Ese mismo año viajó durante el verano al balneario de Marienbad y allí frecuenta a Amalia Von Levenzow y a su hija Ulrike, de 17 años de edad, damas de la alta sociedad con las que comienza a coquetear. Goethe se va enamorando de la hija y sus encuentros a solas al año siguiente comienzan a excitar el chismorreo del balneario. A mediados de febrero de 1823 Goethe enferma de gravedad con signos de un infarto, pero acaba superando la crisis con nuevas fuerzas, hasta el punto  de que algunos encuentran su mente más despierta que antes de la enfermedad. Con este excedente de energía Goethe retoma con más ímpetu la relación con Ulrike, charlan durante horas en las veladas del balneario y participan en bailes con mascaradas. A mediados de agosto Goethe comunica su intención de casarse y el duque adorna la petición  de mano poniendo a disposición de la nueva pareja una casa nueva frente al castillo, mientras que a Ulrike se le aseguraba, en caso de supervivencia, una pensión elevada. Aunque la propuesta nunca fue rechazada de un modo explícito, la petición de mano de Goethe, por quien Ulrike sentía un cariño más bien paternal, fue tomada casi como una broma. En el viaje de vuelta, Goethe escribió apresuradamente en un calendario de bolsillo el poema que más tarde se titularía "Elegía de Marienbad" y que sólo a unos pocos conocidos se lo daba a leer. La elegía lamenta la breve dicha pasada, se queja del umbral de la edad y también del envejecimiento, de la puerta cerrada y del corazón cerrado. El amor que se expresa en la elegía linda la adoración erótica con tintes de religiosidad. Las dos últimas estrofas traen el giro dramático. Todo se vuelve nada y ni la naturaleza es capaz de consuelo. "La totalidad de las cosas he perdido, y con ellas a mi mismo me he perdido, yo que antes de los dioses era favorito".

En enero de 1824 hace copiar las cartas de Schiller para preparar la edición de su correspondencia y al revisarlas vuelve a oir los estímulos y las exhortación del amigo en relación con su Fausto y se siente urgido a dar fin a la obra. Por otra parte, también su editor, Cotta, le anima a que acabe el Fausto para la última edición de sus obras completas. La obra, que le había acompañado durante toda su vida, había logrado una conclusión transitoria de un libro que pensaba ser mucho más grande y cuya primera parte había aparecido en la edición de 1808. Goethe comienza a trabajar con energía en la segunda parte desde 1825. Y se va a producir en ella un cambio de atmósfera y caracteres. Fausto ya no es el viejo sabio alemán de Gabinete, ni tampoco el amante ardiente; aparece ahora como señor soberano y hombre de mundo. También Mefistófeles cambia. Hace tiempo que ya no es un genuino demonio alemán; por el contrario es un hombre de mundo, un cínico elegante, un colaborador para lo tosco y lo técnico, y más tarde un astuto asesor de empresa, y al final  del todo se muestra como libertino homosexual.

Goethe trabajará en el Fausto hasta el año anterior a su muerte. El 22 de julio de 1831 refiere en el diario que ha escrito lo último en limpio y que ya está todo en limpio y encuadernado". Desde ese momento, como le confesó a Eckermann, puede considerar lo que le queda de vida como puro regalo. Comunicó a los amigos y conocidos que la obra iba a sellarse y que no podía publicarse hasta después de su muerte.

En el verano de 1823, durante la última estancia en Karlsbad, Goethe vio en una librería la llamada edición original de sus obras, aparecida en Viena, y que era una edición promovida por su editor Cotta para cerrar el paso a las numerosas ediciones piratas,  pero sin el conocimiento del autor. A partir de entonces va a combatir las ediciones piratas de sus obras haciendo uso de todos sus contactos en el mundo político para que se  le conceda la protección de los derechos de autor de sus obras. Finalmente, en enero de 1826, obtuvo el raro privilegio concedido por todos los miembros de la confederación germánica, lo que significaba para el autor la mayor condecoración, además de grandes beneficios económicos. Goethe logró subastar este derecho de la última edición revisada de su obra y finalmente llegó a un acuerdo con su editor habitual por una cantidad sustanciosa de dinero. Para preparar todo el trabajo de expurgar y organizar  todos los escritos para esta edición, Goethe echó mano de varios colaboradores entre los que se encontraba Friedrich Wilhelm Riemer, bibliotecario y escritor de conocimientos enciclopédicos  y, sobre todo, Johann Peter Eckermann, autor novel y gran admirador de Goethe, que a partir de la visita a su casa en junio de 1823 se convirtió en una especie secretario y registrador por escrito de sus hechos y palabras, y que más tarde acabaría publicando su testimonio en "Conversaciones con Goethe". Tanto apreciaba Goethe a Eckerman, que acabó haciéndole varios encargos para acopiar y organizar su obra, le consiguió contactos en Weimar, un doctorado "honoris causa" en Jena y le confió finalmente la responsabilidad de la edición de la obra póstuma.

Por la longevidad alcanzada por Goethe, sus años finales estuvieron jalonados por una sucesión de muertes, la de aquellos que más presentes habían estado en su vida. En enero de 1827 fallece Charlotte Von Stein, que había sido su confidente femenina más constante a través, sobre todo, de una intensa relación epistolar. También Karl August falleció el 14 de junio de 1828, que en los últimos años había hecho todo lo posible para animar a un Goethe ya muy retirado a que emprendiera viajes y llevara una vida activa. El 10 de noviembre de 1830 Goethe recibe un golpe anímico que le iba dejar secuelas incluso físicas que hicieron temer por su vida. Goethe recibe la noticia de la muerte de su hijo en Roma por una meningitis, después de que este emprendiera un viaje a Italia con el propósito de encontrarse a si mismo, harto de su papel subalterno de ser hijo de Goethe y ya con su matrimonio roto. A sus 81 años ha de cuidar él solo de sus asuntos domésticos pero sale del trance con nuevas energías y en su entorno le notan más fuerte y rejuvenecido. Dos días antes de cumplir los 82 años, emprende un viaje a Ilmenau, el lugar en el que se afanó por explotar las minas de plata y que se había convertido en su ánimo en un lugar simbólico por estar unido a gratos recuerdos. Desde allí sube a la cima del Kickerlhann ycelebra su cumpleaños rodeado de niños y agasajado por una orquesta de viento. El último medio año de vida Goethe sigue manteniendose activo. Escribe, en una carta a su amigo Zelter, que "la naturaleza no hace nada en vano actuando eterna y generosamente con vida para que lo infinito sigua estando presente, a fin de que nada se anquilose". El artista verdadero -continua la carta- hace arte tal como la naturaleza de este lo quiere desde sí mismo, no como quiere el artista o incluso el público". Algo que la época no puede comprender guíado por el económico principio de utilidad. "Lo mismo que no es posible contener los coches de vapor; tampoco es posible la contención de lo moral: la vivacidad del comercio, la marcha ruidosa del papel moneda, el crecimiento de las deudas, para pagar deudas, todas esas cosas son los elementos monstruosos". Quejándose de los malos tiempos para un arte que necesita  su propio ritmo, continua advirtiendo de que "el mayor infortunio de nuestro tiempo, que no deja madurar nada, es el hecho de que el propio instante se devora al anterior [...] Nadie puede alegrarse o sufrir sino para entretenimiento de los demás".

El 17 de marzo de 1832 Goethe anota en su diario que ha pasado el día en la cama por no encontrarse bien. El día anterior se había enfríado viajando en coche. El médico lo visita y teme por su vida, pero aunque se produce una mejoría y vuelve a bromear con quienes le visitan, Goethe acaba recayendo con fuertes dolores de pecho, fiebre y opresión en el bajo vientre. La leyenda dice que antes de expirar murmuró "Más luz"; en realidad tan sólo pronunció algo ininteligible, levantó un brazo y garabateó unas letras en el aire. Eran las 12 del mediodía del 22 de marzo de 1832.


MÁXIMAS

Toda gran idea que surge en el mundo cual un Evangelio, se les antoja a los individuos reaccionarios y pedantes un escándalo, y a los de múltiple, pero liviana cultura, una sandez.

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Toda idea se presenta al pronto como un huésped extraño, y  cuando empieza a realizarse apenas si puede distinguírsela de la fantasía y la fantasmagoría.

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Pue reconocerse lo provechoso en una idea y no acertar, sin embargo, a sacarle su utilidad.

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A cada edad del hombre responde cierta filosofía. El niño se nos presenta como realista, pues está tan convencido de la existencia de peras y manzanas como de la suya propia. El adolescente, turbado por pasiones íntimas, tiene forzosamente que observarse a sí mismo, que presentirse, de suerte que se vuelve idealista. En cambio, el hombre tiene toda suerte de motivo para volverse escéptico; hace bien en dar de si el medio que ha elegido para llegar al fin es también legítimo. Antes de obrar y al obrar tiene toda suerte de razones para poner en tortura su inteligencia, a fin de no tener luego que lamentar una falsa elección. Pero el anciano abrazará siempre el misticismo. Ve que hay tantas cosas que parecen depender la causalidad, que lo irracional logra éxito, mientras que lo racional fracasa, y dicha y desdicha se contrapesan inopinadamente; así es y así fue, y la vejez acaba por conformarse con lo que es, fue y será.


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Cuando investigamos la Naturaleza, somos panteístas; cuando poetizamos, politeístas; cuando moralizamos monoteístas.


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"!Creo en un Dios!": he ahí una frase hermosa, loable; pero reconocer a Dios allí donde se manifiesta y del modo como se manifiesta, es, en verdad, la felicidad de los cielos en la tierra.

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Quien niegue la Naturaleza como órgano de Dios negará con ello de un golpe toda revelación.

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"Kepler solía decir: "mi supremo anhelo se cifra en encontrar también dentro de mí a ese Dios que fuera de mí encuentro en todas partes". Aquel noble espíritu sentía, sin percatarse de ellos, que precisamente en aquel mismo instante se hallaba lo divino en él en la más cumplida unión con lo divino en el universo.

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Dios, cuando estamos arriba, lo es todo; cuando abajo, un suplemento para nuestra pobreza.

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La religión cristiana fue una revolución de carácter político, que, al frustrarse, tomo luego un cariz espiritual.

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Si una buena palabra lleva a una buena obra, mejor todavía hará eso una palabra piadosa.

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Deber: cuando ama el hombre lo que a sí propio se ordena.

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Las leyes todas son intentos de aproximarse en el curso del mundo y de la vida a los designios del régimen moral del universo.

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Vale más que ocurran injusticia que no que el mundo carezca de ley. De ahí que todos se sometan a ella.

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Es preferible que ocurran injusticias a evitarlas por un medio injusto.
Si hubiera de haber un Dios para que los hombres vivieran y obrasen en la verdad, habría debido tomar otras medidas.

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Podría decirse en broma que el hombre se compone todo él de puros defectos, de los que unos se han estimado útiles a la sociedad y los otros dañinos; éstos, aprovechables; aquellos no. De los primeros se habla bien, y se les apellidan virtudes; de los otros se habla mal, y se les llama vicios.

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No sólo lo congénito, sino también lo adquirido, forma al hombre.

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Debemos cultivar nuestras cualidades, no nuestras peculiaridades.

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El carácter, en grande y pequeña escala, consiste en que el hombre persiste sin cesar en hacer aquello de que se siente capaz.

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Adviértase enseguida dónde faltan las dos condiciones más necesarias: espíritu y poder.

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Nuestras opiniones no son sino suplementos a nuestra existencia. Por lo que cualquiera piense, podrá verse aquello que le falta. Los hombres más hueros confían muchos en sí mismos; los de valer son desconfiados; los viciosos, insolventes,  y el hombre bueno, pusilánime. De esta suerte, todo se contrapesa; todos quieren ser completos o parecerlo a sus propios ojos.

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No ama aquel que no tiene por virtudes las faltas de la persona amada.

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Sólo conocemos a aquellos que nos hacen sufrir.

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Sólo reparamos en aquellas personas que nos hacen sufrir. Para pasar inadvertidos por el mundo tendríamos que no hacer sufrir a nadie.

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Va mucha diferencia de vivir con alguien a vivir en él. Hay hombres en los que se puede vivir sin vivir con ellos, y al revés. Unir ambas cosas sólo es posible para el amor y la amistad más puros.

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Vale más que nuestros amigos nos engañen que no engañar nosotros a nuestros amigos.

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El lobo con piel de cordero es menos peligroso que la oveja con cualquier piel, que nos haga tomarla por algo más que una oveja.

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No digas que vas a dar si no das luego. Nunca colmarás la esperanza.
Daríamos muchas limosnas si tuviéramos ojos para ver: !Qué bello espectáculo es ese de una mano que recibe.

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Para hacer se precisa talento; para hacen bien, caudales.

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No cuesta trabajo alguno hacer de una diosa una bruja y de una virgen una zorra; pero para la operación inversa, o sea para prestar dignidad a lo despreciable y hacer codiciable lo proscrito, para eso no hay arte ni carácter que valga.

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No hay posición alguna que no pueda ennnoblecerse mediante producción y prudencia.

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Al desesperado se le perdona todo; al venido a menos se le facilita toda adquisición.


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Alegría: juego con lo que se va a gozar, juego con lo gozado.

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Necedad empequeñecer al enemigo antes de que muera, y bajeza, empequeñecerlo después de la victoria.

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La tarea de difícil solución para el hombre que lucha consiste en reconocer los méritos de sus coetáneos y no dejarse menoscabar por sus defectos.

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El mal radica en que todo el mundo quiere ser lo que ambiciona y que los demás no sean nada; mejor dicho, no sean.

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Donde mejor muestra el hombre su carácter es al hablar de algún gran hombre o de alguna cosa extraordinaria. He ahí la piedra de toque para el cobre.

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Sólo no hay nada para aquellos hombres que nada saben producir.

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¿Por qué hemos de oír siempre esos eternos cotilleos? Todo el mundo cree perder algo al reconocerle al prójimo el menor mérito.

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Odia el hombre lo que no cree haber hecho; de ahí que sea tan celoso el espíritu de partido. Todo necio cree haber dado en el clavo, y todo el mundo que no es nada se da ínfulas de algo.

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Egoísta sentimiento pueblerino, que se imagina ser el centro del mundo.

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Podemos rechazar el juicio, pero no impedir la acción.

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con los verdaderamente animados de las mismas intenciones que nosotros no podemos reñir a la larga; siempre volvemos a coincidir con ellos otra vez; con los que verdaderamente discrepan de nosotros, vano es que intentemos llegar a una inteligencia; siempre volvemos a romper.

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Todo el año estoy oyendo decir a todo el mundo lo contrario de lo que yo pienso; ¿por qué no habría yo de decir una vez siquiera aquello que opino?

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Una verdad repetida pierde su gracia; pero un error repetido resulta de todo punto repugnante.

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Lo absurdo, lo falso, agrada a todo el mundo, porque se infiltra en los ánimos; lo verdadero, lo rotundo, no, porque excluye.

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Hay hombres que piensan en los defectos de sus amigos; con ello nada se sale ganando. Yo siempre he puesto atención en los méritos de mis adversarios y me ha sido provechoso.

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Creen nuestros contrincantes refutarnos repitiendo su opinión y no parando mientes en la nuestra-

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Aquellos que contradicen y discuten deberían pararse alguna vez a pensar que no todo el mundo entiende todo lenguaje.

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Sin embargo nadie oye más que aquello que entiende.

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Una respuesta justa es como un amoroso ósculo.

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De las más principales materias del sentimiento y de la inteligencia, de la experiencia de y de la reflexión, sólo se debe hablar verbalmente. La palabra que se profiere se torna al punto muerta como no venga a mantenerla viva algo subsiguiente, acomodado al que oye. !Fijaos tan sólo en un diálogo entre amigos! Cuando no llega la palabra muerta ya al que la escucha, al punto vienen a darle muerte la contradicción, la especificación y el condicionamiento, los apartes, el desvío y como quiera llamárseles a las mil descortesías de la conversación. Con lo que se escribe pasa algo todavía peor. Nadie puede leer sino aquello a que ya en cierto modo está acostumbrado; lo conocido, lo habitual, es lo que todos piden con un cambio de forma. Lo escrito, sin embargo, tiene la ventaja de que perdura y puede aguantar el tiempo en le sea dado surtir efecto.

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Lo que se diga de palabra deberá estar dedicado al presente, al momento; lo que se escriba dediquémoslo a lo lejano, a la posteridad.

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No preguntemos si estamos plenamente de acuerdo, sino si marchamos por el mismo camino.

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Para la tarea de destruir todo argumento falso vale; no así, en modo alguno, para la de construir. Lo que no es verdadero no construye.

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El mundo presente no merece que hagamos nada por él, ya que lo presente puede desaparecer en un momento. Debemos trabajar para el pasado y futuro; para aquél, reconociendo sus méritos; para éste, tratando de realizar su valer.

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!Cuántos años no es necesario laborar sólo para inquirir en cierto modo qué y cómo debemos laborar!

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Quien falla el primer botón, no acaba nunca de abrocharse.

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Nunca vamos tan lejos como cuando no sabemos adónde vamos.

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Quien consume su vida en un oficio cuya ingratitud acaba por advertir, cóbrale odio y, sin embargo, no acaba nunca de quitárselo de encima.

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Haz por dotar de base a la propia autoridad; tiene ésta en todas partes su fundamento allí donde está la maestría.

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Quien quiera y deba ser activo sólo habrá de atender a lo que pida el momento, y así saldrá sin más del paso. Tal es la prerrogativa de las mujeres cuando de ella se percatan.

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El momento presente es una suerte de público; hay que engañarlo para que se crea que hacemos algo; luego ya nos abre crédito y nos deja seguir calladamente haciendo lo que habrá de asombrar a sus nietos.

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El día presente, de por sí y en sí, es de todo punto mezquino; como no se esté laborando un lustro, adiós cosecha.

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El día presente pertenéceles al error y a la falta; la sucesión del tiempo, al éxito y al logro.

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Quien prevé es dueño del día.

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Abomino de lo cotidiano, porque es siempre absurdo. Sólo aquello que mediante el posible esfuerzo le arrancamos se presta a la suma.

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La vida entera se compone de 
      querer y no hacer,
      hacer y no querer.

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Si los monos pudiesen llegar a sentir aburrimiento, se volverían hombres.

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Al listo se le hace ligera la vida cuanto pesada al necio, y con frecuencia, pesada al listo y leve al necio.

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Los realistas: no hay que pedir lo que no hay. Los idealistas: no es necesario que lo que se pide sea inmediatamente una realidad.

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Lo más raro en la vida es la confianza en que otros hayan de guiarnos. Cuando no la tenemos, andamos a tientas y dando tropezones, buscando nuestro camino propio; cuando la tenemos, nos vemos, antes de darnos cuenta de ellos, conducidos por el peor de los derroteros.

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La más enorme cultura que el hombre pueda adquirir es la convicción de que los demás no preguntan por él.

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!Quién me habría aguantado si yo no me hubiera aguantado a mí mismo!

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Creen los hombres que los demás deberían tener miramientos con ellos, cuando ellos consigo mismo no los tienen.

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El niño escaldado huye del fuego; el viejo que con frecuencia se quema, teme calentarse.

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Cuando una cosa no me agrada, la dejo estar o procuro enmendarla.

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!Piénsese tan sólo si no puede pensarse aquello que se piensa!

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Si no errasen los cuerdos, se desesperarían los necios.

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Pasa con la Historia lo que con la Naturaleza, y con todo lo profundo, ya sea pasado, presente o venidero; cuanto más en serio se lo toma tanto más difíciles problemas se plantean. Quien, lejos de arredrarse, les hace cara osadamente, se siente, en tanto adelanta, más penetrado de superior cultura y más a sus anchas.

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La historia, así como el universo, llamado a representarla, tiene una cara real y otra ideal.

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A la parte ideal pertenece el crédito; a la real, el poder físico, etc.

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Es el crédito una confianza ideal engendrada por producciones efectivas.

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En la sociedad son todos iguales. No puede fundarse sociedad alguna como no sea sobre el concepto de igualdad, pero en modo alguno sobre el concepto de libertad. La igualdad la encontraré en la sociedad; pero la libertad, la moral, claro es, a la que estimo lícito subordinarme, ésa la llevo yo conmigo.

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La sociedad, en cuyo seno entro, puede, por tanto, decirme: "Serás igual a todos nosotros". Pero sólo puede añadir: "Deseamos que seas también libre", es decir, desearíamos que renunciases a tus privilegios, convencido por tu libre y sensata voluntad.

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Legisladores o revolucionarios que prometen a un tiempo mismo igualdad y libertad son o delirantes o charlatanes.

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Igualdad imaginaria: el primer medio para poner de resalto la desigualdad.

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No bien se suprime la tiranía, surge el conflicto entre aristocracia y democracia.

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Antes de la revolución, todo era aspiración; después, todo se vuelve exigencia.

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La majestad es el poder de obrar justa o injustamente, sin preocuparse premio ni sanción.

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Mandar y gozar son cosas que no van del brazo. Gozar equivale a pertenecerse a sí mismo y a los demás con alegría; mandar significa hacerse beneficio a si propio y a los demás en el más serio sentido.

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A mandar se aprende fácilmente; a gobernar, difícilmente.

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Quien posee conceptos claros puede ordenar.

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Nadie aboga por la libertad de prensa sino quien piensa abusar de ella.

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Los alemanes de los tiempos modernos no reputan libertad de pensamiento y de prensa, sino el poder zaherirse públicamente unos a otros.

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El alemán auténtico se caracteriza por la multiplicidad de cultura y la unilateralidad de carácter.

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Los ingleses nos abochornan con su pura inteligencia humana y buena voluntad; los franceses, con su sesuda perspicacia y práctica ejecución.

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El alemán debe aprender todos los idiomas, para que a él en su casa ningún extranjero le resulte molesto, y él, en el extranjero, se halle como en su casa.

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El poder de una lengua no consiste en repeler lo exótico, sino en absorbérselo.

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Reniego de todo purismo negativo, tendente a no usar un vocablo que en otro idioma dice mucho o lo dice más delicadamente.



Yo estoy por el purismo productivo, y sólo atiendo a esto: ¿dónde tenemos nosotros que dar un rodeo, mientras que el vecino dispone de un vocablo rotundo?

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El purismo pedantesco es un absurdo, es apartarse de la más amplia difusión del sentido y del espíritu. (Por ejemplo, la palabra inglesa "grief")

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No hay palabra que se esté siempre quieta, sino que continuamente está desplazándose de su lugar primitivo, más bien hacia abajo que hacia arriba, más bien en peor que en mejor sentido, antes encogiéndose que dilatándose, y en esas transmigraciones de las palabras pueden apreciarse las transmigraciones de los conceptos.


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Lo que llamamos moda es una tradición momentánea. Toda tradición lleva consigo cierta necesidad de equipararse a ella.

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No le está bien al hombre de edad seguir la moda ni en el modo de pensar ni en el de vestirse.

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Pero debemos saber dónde estamos y adónde van los otros.

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Si la juventud es un defecto, muy pronto se pasa.

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Darse pronto cuenta en la juventud de los méritos de la vejez y en la vejez de los de la juventud, entrambas cosas son una suerte.

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No se engaña hombre alguno que en su juventud aún espera mucho. Pero si entonces sentía en su corazón el presentimiento, también debe luego buscar en su corazón, no fuera de él, el cumplimiento de sus esperanzas.

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El humor es algo inconsciente y tiene por base la sensibilidad. Es la contradicción de la sensibilidad consigo misma.

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El genio, con gran sentido, trata de hacer adelantar a su siglo; el talento, con egoísmo, querría con frecuencia detenerlo.

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El genio, con gran sentido, trata de hacer adelantar a su siglo; el talento, con egoísmo, querría con frecuencia detenerlo.

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Hay que tratar al público como a las mujeres; no se le debe decir nada que no le guste oír.

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Suele el público quejarse siempre de estar mal servido, cual si se tomase el trabajo de hacer que lo sirviesen mejor.

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Ninguna nación tiene un juicio, sino sobre lo que en ella se hace o escribe. Otro tanto podría decirse de toda época.

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Ninguna nación tiene crítica sino en la medida en que cuenta con obras de valer, recias y excelentes.

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La crítica aparece como Até: persigue a los autores, pero cojeando.

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Lo verdadero, bueno y excelente es sencillo y siempre igual a sí mismo, cualquiera que sea su apariencia. Pero el error, que provoca la censura, es sumamente vario, distinto en sí y en pugna y contradicción no sólo con lo bueno y verdadero, sino también consigo mismo. De ahí que en toda literatura hayan de predominar las expresiones de censura sobre las palabras de elogio.

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La literatura se corrompe en la medida, en que se corrompen los hombres.

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Clásico es lo sano; romántico, lo enfermo.

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Fábula: lo que nos describe acontecimiento imposibles como posible en posibles o imposibles condiciones.

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Novela: lo que nos describe acontecimiento posibles en condiciones imposibles o poco menos.

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Para componer una obra dramática se necesita genio. En su final debe predominar el sentimiento; en su medio, la razón; en su principio, la inteligencia, debiendo estar todo expuesto por modo uniforme con una fantasía viva y clara.

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No hay nada teatral que no sea simbólico para los ojos.

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Va mucha diferencia de leer para recrearse y distraerse, a leer para enterarse e instruirse.

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Hay libros con los cuales se experimenta todo, aunque luego al final no comprendamos nada.

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Autor al que pueda seguírsele con un diccionario, nada vale.

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