martes, 25 de abril de 2023

UNA TESIS SOBRE TOLSTOI

 



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Tengo que hacer una confesión: no me gustan las confesiones. Prefiero no escarbar en mi vida privada. Sin embargo, sí me gusta escarbar en las vidas ajenas.  A veces leo biografías de gente famosa y, si me resulta interesante su vida, sigo hurgando en ella, hasta desentrañar algunas cosas desagradables. Agradables no se suelen encontrar muchas. Tengo que hacer otra confesión. Soy un escritor, pero no escribo. Esta paradoja tiene fácil explicación, pero no la daré aquí, o sólo diré que escribir significa desenterrar todas las desvergüenzas y lanzarlas al aire, propalarlas, que se entere todo el mundo quién es uno.  Y de momento sólo diré que yo no soy nadie, si acaso un escritor, un escritor de tesis. Elaboro tesis sobre la realidad o sobre la vida de los otros, luego esbozo un plan para escribir una novela que las contenga. Finalmente me conformo con ese esbozo, pues una novela podría llevarme demasiado tiempo concluirla, y a mí lo que me gusta es seguir elaborando tesis, es decir, pasar enseguida a la siguiente novela.  Para ello, para elaborar las tesis que voy elucidando, me veo obligado a leer ingentemente. He dicho que me gusta leer biografías sobre famosos y luego interpretar sus vidas, hurgar en ellas. La última vida sobre la que he hurgado ha sido la de Liev Tolstoi. A veces tantas vidas me abruman, pero lo importante es que la tuya propia no llegue nunca a abrumarte. Uno se alivia de la gravedad de su propia vida cuando se pone a escribir sobre otros. El caso es no notar su vacío. Todavía no he llegado a ninguna conclusión sobre la vida de Tolstoi, aún no sé si su vida estaba llena o vacía. Lo que sí sé es que Tolstoi  se empeñó en vivir  una vida grandiosa, porque le gustaba hacerlo todo a lo grande. Tengo sobre esto una tesis para mi novela, pongamos que es la primera tesis: Tolstoi era un loco que se creía Tolstoi. Su locura consistía en creerse muy grande. Tan grande que a veces llegaba a delirar. Esta es la primera tesis para la novela. Toda la vida de Tolstoi se puede comprender como el resultado de un gran delirio de Grandeza. Confesaré de paso que  yo me comparo con Tolstoi, como me comparo rápidamente con cualquier hombre sobre cuyas vidas leo, ya se trate de Alejandro Magno o de Leonardo da Vinci. Ahora mismo me creo tan grande por lo menos como Liev Tolstoi. Yo también padezco delirios de grandeza. Yo también podría ser Liev Tolstoi.  


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Segunda tesis: Todo el delirio de grandeza que acometía a Tolstoi residía en su ansía de perfeccionarse, cosa que no me extraña porque nada de lo que escribo me parece a mí bastante perfecto, y al final acabo lanzando todo a la papelera. Pero volvamos a Tolstoi, con el que a menudo me comparo, incluso cuando sólo piensa en perfeccionarse.  A todas horas quería perfeccionarse sin fin, fuera lo que fuera que tuviera entre manos. Liev Tolstoi empezó a tener entre manos una pluma y mucho papel. Con 25 años comienza usar ese papel y emborronar todas las historias que se va imaginando. Siempre le falta el papel. Se quería perfeccionar tanto en su tarea de escritor que no habría papel en este mundo para dar fin al ansia de perfeccionamiento de Tolstoi por medio de la escritura. Su biógrafo Stefan Zweif lo dice de otra manera: Se podrían reforestar de nuevo  los bosques de Yasnaia Poliana, si todo el papel empleado para imprimir los recuerdos sobre Tolstoi se convirtiese de nuevo en árboles. Lev Tolstoi se perfeccionó demasiado precozmente en esto de la escritura. Con 40 años acaba Guerra y paz. Con 42 comienza a escribir Ana Karenina. No para de talar árboles para escribir en ellos. Ningún escritor puede llegar tan lejos escribiendo tan deprisa. Con 40 años ha llegado a la cima de la perfección y ya nadie le puede disputar la fama. No tiene rival. Ya sólo le queda morirse y comienza a pensar en el suicidio. Pero resulta que tiene una mujer y cinco hijos. Entonces Tolstoi sufre una crisis. Y descubre algo que le horroriza. Sus novelas son demasiado buenas. Pero las novelas de los otros son casi todas malas. En su labor de escritor ha trabajado tanto interiormente, que su mundo se ha vuelto demasiado rico. Sin embargo, ¡cuán pobre es el mundo con el que se encuentra fuera! Por donde quiera que mire sólo ve miseria y estupidez. Y él es tan inteligente... Y el mundo tan corrupto que hiere su alma pura. Así que ahora que Tolstoi ya no tiene ninguna historia que escribir,  se dispone a arreglar el mundo. Quiere abrir los ojos de la gente y volverla inteligente. Quiere señalarles donde está el mal y que se vuelva bueno de una vez. Entonces Tolstoi decide volverse predicador. Seguirá escribiendo sí, y no lo hará nada mal, incluso novelas, muchas novelas. Pero ya lo único que le interesa es predicar mediante la escritura. He dicho que Tolstoi tenía una mujer. No he dicho su nombre. Se llamaba Sophia Andreievna y era 16 años más joven que su marido. Y lo amaba hasta la locura. Si Tolstoi estaba loco de grandeza, Sophia estaba loca de amor. Pero en realidad amaba sobre todo a Tolstoi, el gran escritor de Guerra y paz. Si hubiera querido casarse con un predicador, habría ido a una iglesia a buscarlo. Pero por la época en que se conocieron Tolstoi no iba a ninguna iglesia. Frecuentaba los prostíbulos y las salas de juego. Contraía cuantiosas deudas y algunas enfermedades venéreas. Pero con cincuenta años Tolstoi ha acabado sus dos grandes novelas y se ha quedado ocioso. ¿Que le queda ya por hacer? Convertirse en un predicador, señalarle al mundo que el camino emprendido por la civilización conduce al abismo. A finales de siglo, cuando Tolstoi tenía aproximadamente unos cincuenta años, Tolstoi comienza a predicar y Sophia comienza a odiar los predicadores. Justo en esa época Sophia comienza a aborrecer A Tolstoi.


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No hay otra cosa que se le parezca más al amor que el propio odio. Mientras Sofia Andreievna amaba a Tolstoi, Tolstoi amaba a  Sofia Andreivena. Cuando Sofia comienza a cogerle manía a Tolstoi, Tolstoi empieza a aborrecer a su mujer. El odio y el amor se contagian con la misma intensidad y se vuelven recíprocos con una facilidad pasmosa. Podría ser la eterna historia de todas las historias de amor. No hay historia de amor que mil años dure y que no acabe convirtiéndose en una lenta historia de odio. “Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz tiene un motivo para sentirse desgraciada”. Esta frase con la que abre Tolstoi su novela Ana Karenina podría constituir una tesis para una novela de su vida. Ningún escritor puede huir de estar escribiendo siempre la historia de su vida. Así que ya sabemos que la familia de Tolstoi no se parecía a ninguna otra y tenía un motivo para sentirse desgraciada. Hemos comenzado hablando del odio, pero lo que estropea la familia de Tolstoi es precisamente el amor. Tolstoi comienza a tener un gran problema. Se vuelve un predicador y comienza a difundir en sus escritos el amor universal. Se convierte en un apóstol del amor: tenemos que amarnos los unos a los otros hasta hartarnos, proclama con su nuevo acento cristiano. Tenemos que amar incluso a las personas que más odiamos. A medida que Tolstoi comienza a amar a todo el mundo, a los tontos y a los locos, a las ancianitas y a los niños, a los pobres y a los ricos, Tolstoi comienza a sentir un inusitado odio por su mujer y por su familia. Tolstoi no para de escribir libros y proclamas en los periódicos haciendo un llamamiento al amor universal, a la falta de amor de una sociedad que mantiene al pueblo en la pobreza; se hace entonces revolucionario, ataca a las poderes, comienza a meterse con el zar. Predica la abstinencia, el vegetarianismo, la pobreza, el pacifismo, la desobediencia civil, comienza a tener una horda seguidores, vienen a visitarle a su casa porque quieren conocer a este nuevo apóstol del amor y de la revolución. Quieren vivir como él, montar comunas para llevar la misma vida que lleva él en su vida de Yasnaia Poliana. Muchos se llevan un chasco cuando lo ven vivir a cuerpo de rey tomando el te en porcelana fina, fumando y comiendo carne y rodeado de una extensa servidumbre a su servicio, con cocheros, cocineros, jardineros y médicos privados. Un estudiante rumano que se había castrado después de leer su “sonata a Kreutzer”, se escandaliza y comienza a llorar cuando descubre que su apóstol de la castidad vive rodeado de una cohorte de hijos. Su familia no se extraña. Si ellos supieran, piensa Sofía; ella sabe que su mayor pecado es el de la carne y la lujuria. Predica la abstinencia sexual, pero al mismo tiempo convierte a su mujer en una fabrica humana de parir hijos, once veces y le parecen pocas, es la única que sabe que Tolstoi solo piensa en fornicar, pero se tiene que callar. Todo el mundo quiere seguir a Tolstoi menos su propia familia. Todo el mundo ama a Tolstoi, pero su mujer le odia. Tercera tesis para una novela. Cuanto más lejos llega en su amor Tolstoi, más le odian los que están más cerca y más difícil se le hace amar a su propia familia. Tolstoi quiera amar incluso a su mayor enemigo, pero Tolstoi comienza a comprender que tiene al enemigo en casa y que no consigue negociar con él.


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Llegado a este punto tendría que decir que comprendo, que comprendemos a Tolstoi. Todos somos Tolstoi, especialmente yo podría serlo, ya que busco parecerme a él; el problema es que estamos condenados a ser nosotros mismos y apechugar con ese yo que a todo el mundo le cuesta llevar cargado a sus espaldas. Pero volvamos a Tolstoi, ¿Quién alguna vez no ha tenido un arrebato de amor por todo quisque y nada más tenerlo comienza a pelearse con el primero que se encuentra en frente, con su propia pareja al despertarse al día siguiente, por ejemplo, por haberse dejado toda la noche encendida la luz de la cocina, o haber tirado la ceniza del cigarro sobre la alfombra más preciada? Pero esta no es la historia de mi vida. Se trata de acercarse a la vida de Tolstoi. Yo también he tenido esos arrebatos de amor. El primero con 25 años, me duró tres meses, el mundo se vuelve tan bonito y pacífico que uno siente que se ha comido un tripi. Pero el tripi deja de producir su efecto y la gente comienza a comportarse con uno de la misma forma odiosa que siempre. Y uno también se vuelve odioso.  Quiere volver a amar todo como lo amaba antes, la armonía perfecta, la luna de miel entre el hombre y el mundo. Pero la expulsión del paraíso ya se ha puesto en marcha y uno no puede regresar al edén. Pues  para eso hay que llegar a ser un santo como lo quería ser Tolstoi y eso sólo está al alcance de gigantes como él.  Tolstoi también se tomó su tripi con 25 años. Lo registra en el diario que escribía desde los 19. Forma parte del ejercito ruso, destacado en la guerra del Cáucaso, es oficial, estamos en el año 1850, un día entra en una taberna con sus amigos oficiales, se ponen a beber vodka como cosacos, supongo, hablan un poco de todo, de las cosas de la guerra, pero también de lo que hará cada uno cuando llegue la paz y vuelvan a sus casas. La conversación da un giro repentino de borrachos, se ponen a hablar de política, luego de religión, y entonces es cuando a Tolstoi le llega la revelación, una idea inmensa a la que está dispuesto a consagrar sus días: quiere fundar una nueva religión, las que hay le parecen atrasadas, el hombre muy por debajo de sí mismo, Cristo le parece un gran hombre, pero no el hijo de Dios. Todos somos hijos de dios, piensa Tolstoi, sobre todo él mismo; y entonces el gran hombre comienza a sentirse el primogénito de Dios. Y en realidad Tolstoi ya no dejará de hablar de Dios en ningún momento. Todos los hombres tenemos alguna vez la revelación que pueda llegar a convertir nuestra vida en una gran vida. También yo una vez tuve la mía. Lo malo es que no tenemos fe cuando nos llega, lo malo es que hacemos oídos sordos, que no somos tan grandes como Tolstoi aunque lo pretendamos, lo malo es que no queremos comenzar a crecer y tenemos miedo de que nuestra altura llame enseguida la atención y vengan a cortarnos la cabeza. Tolstoi tuvo su revelación, creó en ella y actuó en consecuencia. Creíamos que Tolstoi estaba haciendo literatura, pero no nos dimos cuenta que estaba haciendo religión por otros medios: quería conseguir la unión de todos los hombres. Lo que más le debió doler fue no conseguir la de su familia. Igual hay que leer de nuevo a Tolstoi. Esta sería otra tesis para interpretar a Tolstoi: Tolstoi no es un escritor, es un iluminado. ¿Pero ambas cosas no son la misma?, se preguntará alguno. Efectivamente, en los grandes escritores las dos cosas acaban coincidiendo, no se puede ser un gran escritor y no estar iluminado. Los escritores mediocres siempre tienen pocas luces o tienen las luces que les aporta su siglo. Es decir, la buena literatura brilla por su ausencia. Lo dice Tolstoi poco después de acabar Guerra y Paz y entrar en crisis. Existe una literatura de la literatura: cuando el objeto de la literatura no es la vida misma, sino la literatura de la vida, y esa literatura de la literatura es el 999/1000 de todo lo que se ha escrito, y resulta falsa y mala.


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He dicho que soy escritor, si bien no escribo. No he contado que yo también estuve casado al igual que estuvo Tolstoi con una mujer a la que llegó a aborrecer porque le impedía vivir la vida que él hubiera querido vivir. Durante la época en que yo estuve casado,  yo dejé de escribir en el diario que llevaba desde los 19 años porque no quería que mi mujer hurgase en él y se enterase de mi vida secreta. Durante esa época yo no paré de escribir cuentos pero jamás le leí ninguno. Quería mantener mi vida secreta libre de toda sospecha. Un día escribí un cuento, gané un premio, el cuento se hizo público y yo se le tuve que dedicar y dárselo a leer. El cuento había dejado de pertenecerme a mí. Me había quedado desnudo y ya no tenía vida secreta. Los demás lectores no tienen ninguna importancia, porque al no conocerte piensa que todo lo que escribes te lo has inventado. !Pero cómo te conocen los lectores que viven contigo!, a esos si que no los puedes engañar. El cuento versaba sobre una pistola envuelta en una bufanda que había aparecido en el trastero de nuestra casa. ¿creía la mujer del protagonista que había cometido un atraco con ella o que pensaba asesinarla? Por supuesto nada de lo que contaba era verdad, pero tampoco nada era mentira. Así es la vida del escritor, hecha de medias tintas, de verdades y mentiras por partes iguales. Cuando estás con un escritor nunca sabes si te vacila o si te está hablando en serio. Mi mujer siempre creyó que yo había robado esa pistola y que la había escondido dentro de un cajón en el armario del trastero y que me dedicaba a atracar bancos o a matar la gente que me molestaba. Mi mujer llegó a pensar que  me molestaba y las cosas empeoraron mucho a partir de esas. Aunque en el cuento yo trataba de exculparme, no me creyó inocente. Y es que Cuando la gente tiene una idea de quien es uno, es imposible querer ser otro. Tantas verdades y mentiras sin ningún concierto contamos a lo largo de nuestra vida, que ni yo mismo puedo recordar si esa pistola la coloqué ahí o el culpable es alguien salido de unos de mis cuentos. El caso es que la pistola estaba en el cuento y la pistola también apareció en el trastero de nuestra casa. Las dos cosas a la vez eran demasiada coincidencia. Un poco antes de que publicase ese cuento, mi mujer se metió en el ordenador y se puso a leer las cosas que yo escribía a escondidas. No demasiado, porque no le gustaba leer mis cosas y tampoco me tomaba en serio Me enteré de aquella violación de mi intimidad cuando me dijo que yo me transformaba en mis escritos y que no me reconocía porque parecía otro. Entonces fue cuando  me pregunté quién era yo, si el hombre que convivía con mi mujer y que sólo ella conocía, o el desconocido que tenía una vida secreta a la que daba rienda suelta por medio de la escritura. Creo que mi mujer tenía celos del escritor que había en mí. Creo que yo envidiaba el tipo de vida secreta que podría llegar a vivir aquel escritor. Esta podría ser una tesis para esa próxima novela que aquí esbozo. El escritor es ese tipo de hombre que sólo puede vivir su verdadera vida exponiendo su vida secreta por medio de la escritura. El escritor es el que vive la vida que no pueden vivir los demás, pero para eso tiene que arriesgarse a mostrar lo que los demás no quieren mostrar. Y paga un alto precio por romper con ese tabú. Tolstoi era un gran escritor y tuvo que pagar ese precio por romper con los tabúes. Fue excomulgado por el santo Sínodo, fue censurado por los censores rusos que no le dejaban publicar sus escritos. Fue vigilado por la policía zarista que no se fiaba de sus ímpetus revolucionarios. Pero sobre todo fue excomulgado del seno de su propia familia, que en verdad nunca le perdono a Tolstoi que se hubiera atrevido a ser un escritor de verdad. Nadie perdona a los escritores cuando se ponen a decir sin cortapisas todo lo que piensan. Y lo que piensan también afecta a su propia familia, a ésta en primer lugar. Y entonces es cuando hay que volver a ponerse a hablar de Tolstoi. O mejor dicho, hay que ponerse a hablar de los diarios que Tolstoi comenzó a escribir con 19 años. Porque el motivo de la tragedia que comienza a caer sobre la vida de los Tolstoi podría decirse que comienza con los diarios de Tolstoi. Y esta sería la quinta tesis. Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero la culpa de que la familia de Tolstoi no tenga ningún parangón, la culpa de la desgracia que cayó sobre los Tolstoi la tiene la manía que tenía Tolstoi de pasarse todo el día escribiendo sin parar, sobre lo humano y sobre lo divino, pero especialmente sobre su faceta más humana y sobre todas las interioridades de su familia. La culpa de todos los males de Tolstoi hay que ir a buscarla en sus diarios.


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He dicho que no me gustan las confesiones, pero tengo que confesar que alguna vez yo también quise quemar mis diarios. En algún momento comprendí que podía incriminarme demasiado. Si uno vive solo, la cosa no importa mucho, su vida íntima sólo a él le atañe. Pero qué pensarán las personas junto a las que vives de lo que tú piensas sobre ellas. Y qué pensarán de tu vida secreta, ¿la podrían soportar del mismo modo que uno la tolera y hasta se acostumbra a ella? ¿No sería mejor no escribir nada que pueda afectar a nuestros seres queridos? Sabemos que casi todos los diarios escritos por los escritores son falsos. Curiosamente es uno de los pocos géneros donde la censura no aplica sus tijeras, porque el escritor ya se encarga de hacer el trabajo sucio por cuenta propia. En algún momento Tolstoi no sólo pensó quemar sus diarios, sino que se vio obligado a llevar más diarios, diarios que él llamó secretos y  que fueron escritos para su propio consumo. Como el contable que tiene que proteger su empresa de una inspección fiscal y se ve obligado a llevar una doble contabilidad para que sus cuentas sigan cuadrando. Todos los miembros de su familia querían leer sus diarios, sus once hijos y su mujer. Por lo visto no se conformaban con sus novelas, querían más; su vida más íntima se había convertido en un secreto a voces, y esto le hacía daño, predisponía a toda la familia en su contra y encima pervertía la escritura de sus diarios. Es lo que se llama autocensura. Si un escritor quiere contarlo todo y llegar lejos tiene que evitar la censura a toda costa. Especialmente la propia. No puede castrar la imaginación pero tampoco puede amputar la verdad. Ha de ser honesto. "Hay que trabajar con honestidad, poner en juego todas las fuerzas; después que escupan en el altar”, escribía Tolstoi en el diario cuando estaba comenzando su carrera literaria. Pero Tolstoi comprendió enseguida que la honestidad se paga cara. Puede costar un divorcio incluso antes de haberse casado. Tal fue el caso de Liev y de Sofía. Tolstoi acaba de regresar de un viaje de varios meses por toda Europa y enseguida conoce a las hermanas Bers, hijas de un rico comerciante de Moscú. Al principio corteja a los dos hermanas sin saber con cuál quedarse. Finalmente se enamora de Sofía. Estamos a principios de 1860. Un año más tarde se casan. Tolstoi tiene 35 años y Sofía 19. Liev Tolstoi se ha enamorado tanto  de Sofia Andreievna Bers que parece enloquecer; el diario cambia constantemente de tono, las frases se abrevian hasta hacerse telegráficas, los vuelcos de sentimiento son constantes, surgen varias voces que vacilan, se recriminan, se encomiendan a Dios. Primeros síntomas de una personalidad doble, triple que empiezan a manifestarse en Tolstoi. ¿Quién es Tolstoi? Quiere pegarse un tiro, declararse: el 23 de septiembre finalmente se casan. La víspera de la boda, Tolstoi se da cuenta de que ya no podrá escribir el diario para sí. Que detrás de su diario habrá siempre unas pupilas que van copiando lo que Tolstoi deja por escrito. La víspera de la boda, el 19 de septiembre de 1862, Tolstoi da a leer el diario a su prometida. No quiere tener ningún secreto. Y entonces Sofía penetra en el mundo secreto de Tolstoi, el del fornicador de prostíbulos, bebedor compulsivo, dilapidador en el juego, asesino oficial con escopeta en la guerra. Y Sofía sabrá que el primer hijo que tenga ya no será el primer hijo de Tolstoi. Ataque de celos de por vida hacia una campesina con la que tendrá que toparse año tras año en la aldea. Y su mundo virginal se manchará antes de la noche de bodas. Algo se ha roto para siempre, escribirá en su diario Sophia Andreievna. Y el desgarrón seguirá abriéndose. Sobre todo por culpa de los diarios. Esta podría ser otra de las tesis: ni el escritor más libre del mundo –como podía ser Tolstoi- está libre de la censura. Estos son los dos peores tipos de censura. La de uno mismo y la de la propia familia. Tolstoi pagó un alto precio por intentar saltarse las dos.


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Durante toda su vida Tolstoi no hizo otra cosa que escribir. Primero escribió voluminosas novelas ejemplares, seguía escribiendo su diario, luego deja de escribir en el diario durante los muchos años de redacción de sus grandes novelas, luego llega la gran crisis y ya no quiere escribir novelas. De repente descubre que el mundo anda al revés y lo quiere enderezar. La literatura no sabe educar, la ciencia es un conocimiento erróneo que pervierte la vida de los hombres, la política es el instrumento con el que los poderosos esclavizan al pueblo. La religión ha llegado a convertirse en un engañabobos para corromper el mensaje original y seguir ejerciendo el engaño y la violencia. Años de silencio, meses que se pasa enteros jugando a las cartas, montando a caballo o paseando y pensando en quitarse de en medio. Vuelve a tomar la pluma, pero para ponerse a escribir sobre arte y política, sobre ciencia y religión. Escribe artículos y cartas abiertas en los periódicos, publica panfletos, redacta tratados, lee a los grandes sabios y hace antologías de la sabiduría universal, pierde el gusto por los relatos y escribe cuentos populares inspirados por el folklore, crea editoriales para difundir la cultura al pueblo. ¿Alguien piensa que ha abandonado la literatura?. No, sigue escribiendo obras literarias, a veces novelas cortas, otras veces un poco más largas. Y sigue llevando la cuenta de su diario. Durante toda su vida no hacía otra cosa que escribir. ¿Hacía alguna cosa más? Si, Tolstoi se convierte en un predicador y trata de predicar con el ejemplo. Aprende griego y traduce los evangelios y trata de desempolvar el mensaje original; aprende a ser un zapatero y se hace sus propias botas; aprende a ser un campesino y se hace su propio azadón y se pone a cavar la tierra; se hace vegetariano y se prepara su propia comida. Quiere vivir de forma autosuficiente, sin servir a nadie ni que nadie le sirva a él, pero sin quererlo cada vez hay más gente que empieza a depender de Tolstoi y comienza a crearse un séquito que trata de vivir igual que él.  Algunos van en peregrinación a su casa para recibir sus instrucciones. Otros montan comunas agrícolas siguiendo sus doctrinas. Otros se vuelven revolucionarios y comienzan a hacerse peligrosos. Lenin escribe un libro sobre Tolstoi y lo titula el espejo de la revolución. La culpa la tiene Tolstoi. El zar comienza a vigilarle; Tolstoi también vigila al zar. De repeente Tolstoi ya no es un escritor, es el enemigo publico número uno.

Y qué hace Sofía Andreievna mientras tanto?. Todo lo que tenía que haber hecho Tolstoi y que dejaba de hacer porque Tolstoi no hacía otra cosa que escribir. En primer lugar pare hijos sin cesar, hasta en once ocasiones; también entierra alguno por el camino mientras guarda un duelo de años sin escribir en su  diario, los amamanta a todos por exigencia de Tolstoi,  les da clases de piano, de matemáticas, de lengua, de francés, les tricota y zurce  su ropa, se encarga del mantenimiento de la despensa, de que no falte ni la sal ni el azúcar, ni los huevos ni la mantequilla, se encarga de las reformas de la casa, de dar las ordenes al cocinero, al jardinero y al cochero, atiende a las visitas, acude al banco y al abogado, a veces entra en los tribunales,  administra cicateramente el dinero que despilfarra su marido ante las ávidas manos de los solicitantes que vienen a sablearle, se encarga de la edición de sus obras, de pedir a los censores que hagan la vista gorda, viaja a Moscú para entrevistarse con el zar y rogar que conceda la publicación de sus obras completas, puestas ahora bajo la lupa del mismísimo zar que anda cada vez más amoscado.  ¿Alguna cosa más le queda por hacer? Si además, pasa a limpio los borradores de Tolstoi –con "Guerra y paz" hasta ocho borradores- copia con mano hábil la letra ilegible de sus diarios, traslada al papel las cartas que le va dictando, los artículos para los periódicos. Además, tiene tiempo para escribir su propio diario y encima con buen estilo. Es la mujer de Tolstoi, la madre de los hijos de Tolstoi, la secretaria de Tolstoi y la administradora de los bienes de Tolstoi. Pero de pronto, cuando está a punto de cumplir 60 años, Tolstoi se convierte en un predicador, quiere dar los derechos de autor al pueblo, ceder todos sus bienes a sus hijos, arrendar gratis sus fincas y prescindir de su antigua secretaria para colocar a una de sus hijas, mucho más fiel en principio que su mujer. Su esposo ya no confía en ella y ella se vuelve celosa de sus hijas. De pronto ha caído en desgracia y se convierte en una espía peligrosa en la casa de Tolsoi. No quiere que lea sus diarios, no quiere que copie sus novelas, ya no tiene bienes que administrar, sus hijos han crecido, a Tolstoi ya no le interesa la cama y esta mujer que hasta hace poco era la lugarteniente de Tolstoi, deja de ser madre y esposa, secretaria y administradora. Se ha quedado sin su lugar en el mundo. Y mientras tanto al lugar del mundo donde vive Tolstoi no deja de llegar gente de todas partes. Esta podría ser otra tesis para una novela de Tolstoi: Un escritor no puede hacer otra cosa durante toda su vida que escribir y que vivir para escribir. Y para ello necesita alguien que le guarde las espaldas. Pero todo guardaespaldas de un escritor se convierte en su espía y en su confidente y a fuerza de guardarle las espaldas se vuelve celoso del mundo que reclama al escritor, y en vez de abrirle las puertas, se las va cerrando en torno para que el mundo no penetre en él. 


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Ya digo que yo soy un escritor que no escribo, pero hubo un tiempo en que yo tampoco cesaba de escribir, un tiempo en que también estaba casado y casi no tenía tiempo para levantar la vista del ordenador y ver cómo mientras yo tecleaba en la máquina o no paraba de leer libros, mi mujer hacía la compra, cocinaba la comida y fregaba los platos, barría, ordenaba la casa, solucionaba todos los asuntos de intendencia por el teléfono con la habilidad de una recepcionista, se las entendía con los fontaneros, los electricistas y los arreglos de la comunidad, inspeccionaba las facturas, iba al banco, hacía los pagos, se encargaba en suma de todo lo que yo no me encargaba, además de ir a la oficina al mismo tiempo en que lo hacía yo. Ahora que vuelvo a estar soltero, vuelvo a tener la casa desordenada, malcomo en restaurantes de tercera, a duras penas puedo ocuparme de mis asuntos y tengo tal desbarajuste en mi propia casa que apenas logro emborronar un folio. Eso sí, el mundo exterior del que mi mujer se empeñaba en protegerme guardándome las espaldas lo tengo permanentemente abierto ahora que mi mujer me ha abandonado y me parece terriblemente tedioso, por mi puede seguir esa puerta tapiada; el escritor es alguien que necesita de la vida, pero el mundo sobre el que escribe más bien se guarda tras esas puertas y poco tiene que ver con el que aguarda fuera. Esta podría ser otra tesis para una novela sobre la vida de Tolstoi. Da igual que el escritor se convierta en un libertino o en un santo, el guardaespaldas siempre te protegerá del libertinaje o de la santidad. El escritor tiene que escribir y convertirse en cada uno de sus personajes, pero ni más ni menos.  En algún momento, Tolstoi se convierte en una especie de santo y Sofia Andreievna trata de protegerle de la santidad, especialmente de los discípulos del presunto santo que de repente acuden a mansalva a su casa y que, a juzgar por el diario de Sofía, eran toda gente rara y desagradable, histéricos y locos, bobos, necios, falsos y taimados, no importaba que entre esa gente también se encontrase Romaind Rolland y Rilke y Gandi. Hay veces que un lugar en la tierra se puede convertir en el centro del universo sólo por el poder que una sola persona irradia. En algún momento el zar de Rusia comprendió que su palacio de invierno había dejado de ser el centro del universo ruso para desplazarse a la finca de Yasnaia Poliana donde se había recluido Tolstoi. Y es en ese mismo momento cuando además el zar comienza a recibir cartas de Tolstoi pidiéndole que desista de su política asesina, primero por medio de cartas abiertas en los periódicos, luego mandándosela personalmente por medio de emisarios: no a la pena de muerte, no a la nueva esclavitud de nuestro tiempo, no al servicio militar obligatorio, no a la mordaza con la que pretenden callarle.  Cada vez que el zar dictaba una ley o decretaba algo, salía una voz distinguida que se ponía a gritar "NO" todo lo más alto que podía. Y se convierte en vox populi lo que ya estaba comenzando a ser un secreto a voces. El auténtico zar de Rusia se había mudado a Yasnaia Poliana.


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Ya hemos dicho que Tolstoi es un loco que se cree Liev Tolstoi. Un auténtico megalómano. Por supuesto, en ese tipo de locura entra también el síntoma de creerse el zar de Rusia. Tolstoi se levanta por la mañana, un día como tantos de los últimos 20 años de su vida, se asea, desayuna, se asoma al balcón, echa una mirada fuera y ve un montón de solicitantes que comienzan a asediarle pidiéndole las cosas más variopintas, quieren hablar con él, palparle y sobarle, se echan a llorar en sus brazos, le piden consejo, le animan a que lidere la revolución en marcha. Pero no sólo tiene acólitos; este tipo ha llegado a ser tan odiado como el propio zar. Muchos vienen también para insultarle, le mandan cartas amenazantes. Esta escena que podría estar sacada de alguna pesadilla de Tolstoi, es la escena cotidiana que todos los días se representa delante de su vista cada vez que se pellizca y abre los ojos cada mañana. Tolstoi no está soñando, se ha convertido en el zar de Rusia y tiene que dar audiencia, contestar a las cartas de los solicitantes, hacer llegar el dinero que continuamente le mandan por correo para las causas más altruistas, desde socorrer a los necesitados por las hambrunas hasta atender a los enfermos en los hospitales. Y además, tiene que seguir escribiendo. El hombre que se ha desprendido de todo su dinero porque le quema en las manos,  no para de recibir dinero de todos los lugares del mundo, a pesar de que, al mismo tiempo, no cesa de publicar cartas en los periódicos pidiendo que le releven de esa responsabilidad. El pueblo ruso quiere que Tolstoi administre sus bienes justo cuando el conde Tolstoi ha renunciado a los suyos. Hay que ser muy indulgentes con Tolstoi.  ¿Quién no se creería el mismo zar de Rusía, el papa de Roma o Napoleón Bonaparte si una mañana te levantas encontrándote este panorama? Pero  ¿qué clase de zar es este Tolstoi que al mismo tiempo es vigilado continuamente por  los censores y por la policía que le manda a su casa el otro zar de Rusia? Este hombre es un nuevo zar que ha tenido que hacerse con una guardia pretoriana para que le protejan. Ahora ya no le vale con tener a Sofia Andreievna de guardaespaldas. El mundo que ésta protegía se ha hecho de demasiado grande y se le ha ido de las manos. Ahora es todo un nuevo mundo que está comenzando a crecer el que debe ser protegido. Y todos sus guardaespaldas acaban por sufrir las secuelas del peligroso mundo en que Tolstoi se ha fabricado. Colocarse en el centro del mundo por tener un ombligo muy grande tiene sus consecuencias y acaba salpicando a todas las personas que están en su entorno. Sus seguidores montan comunas y son perseguidos, Los directores de los periódicos donde publica ven cerradas sus rotativas, sus editores van a la cárcel, sus secretarios tienen que salir al destierro. Milagrosamente, como protegido por un aura de santidad, Tolstoi es el único personaje del drama que no sufre ningún rasguño. Alguno pensará: se ha medido en batalla con el zar y está ganando. Pero no nos engañamos, no es esta la batalla  que le interesa ganar a Tolstoi. Tolstoi es mucho más ambicioso y no tiene un pelo de tonto. Si sólo hubiera querido medirse con el zar, su cabeza no hubiese tardado mucho tiempo en rodar. Tolstoi es un megalómano y está sorprendido de todo lo que pasa, y en realidad no entiende nada, pues un megalómano  piensa que nada raro le pasa por muy grande que pueda volverse su mundo. Alguien podría pensar  que estamos ante un caso vulgar de megalomanía. Pero nada de eso; Tolstoi es un megalómano muy refinado, no puede evitar sentirse sorprendido de que Dios haya elegido a una criatura tan repugnante como él para hablar a los hombres a través de ella. Su caso es un caso muy complejo. Tiene todos los defectos y en un grado muy alto: envidia, codicia, avaricia, lujuria, vanidad, ambición, orgullo y maldad, y en un grado mucho mayor que la mayor parte de la gente. O por lo menos eso dice. Pero entonces ¿dónde está la clave para que un tipo así quiera convertirse en santo? Lo dice el propio Tolstoi en una de las entradas de su diario: su única salvación es que él lo sabe y lucha. Novena tesis sobre Tolstoi. El escritor Tolstoi no quiere medirse con el zar; su megalomanía le hace ver que eso es pecata minuta. Tolstoi es mucho más ambicioso. Tolstoi aspira a medirse con Dios. Dios y amor, estas son las palabras que con más frecuencia aparecen en su diario. No se puede comprender a Tolstoi sin hablar del amor.


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Pero tampoco se puede hablar de Tolstoi si no comenzamos por el principio, un lugar por el que podía haber empezado yo si esto fuera una biografía sobre Tolstoi, sólo que esto no es más que un esbozo para una novela de tesis. Si esto fuera una biografía clásica habría que empezar por el principio, tal vez haciendo un retrato externo de  Tolstoi. Pocas personas fueron más fotografiadas que Tolstoi en su época, también superfilmado, también archigrabada su voz por gramófono. Dejaré que esos retratos de Tolstoi, siempre vestido de sencillo mujik con larga barba y ojos penetrantes, hablen por mí. Uno puede comenzar a contar su propia vida por el principio, pero también por el final, tal como hacen muchos. Podríamos haber empezado por el final de su vida para así tener que volver al principio y luego a ver si nos vuelve a llevar al final. Hemos dicho que Tolstoi se quiere medir con el zar, ningún rival le parece demasiado grande para él. Con 25 años escribe un libro ficticio de evocaciones que titula Infancia, adolescencia y juventud.  Justo por esos días en su diario escribe: me han dicho que El zar ha leído el libro y ha llorado. Esta será ya la primera vez que comienza a confrontarse con el zar. Primero le gana su corazón y le hace llorar. Más tarde buscará aterrorizarle para darle un golpe de Estado y quitarle la poltrona. Tolstoi tiene veinticinco años pero ya quiere escribir sus memorias mucho antes de hacerse viejo: otro síntoma de megalomanía. En sus memorias hay un niño al que está cuidando su preceptor, le va a despertar por la mañana y ve que unas lágrimas arrasan sus ojos. El preceptor le pregunta porque llora y el niño le contesta que ha tenido una pesadilla. Ha muerto mama y la llevan a enterrar. Pero el niño tiene mucha imaginación y sabe mentir, se tiene que inventar hasta sus propios sueños. También Tolstoi se tendrá que inventar a su madre, de la que no tenía ningún recuerdo. La madre muere cuando Tosltoi tenía tres años. Con siete pierde a su padre. No llegará a tener ningún recuerdo de su madre y seguramente por eso los recuerdos que nunca tuvo le vienen a visitar tanto durante los últimos años, poco antes de cumplir los ochenta. Mientras el niño crece, hereda como primogénito la propiedad de Yasnaia Poliana y el titulo de conde, se educa ambiciosamente tratando de aprenderlo  todo, comienza a escribir novelas y quiere hacerse inmortal, va a la guerra del Cáucaso, viaja por toda Europa buscando una filosofía pedagógica digna de Rusia, funda una escuela popular a su regreso, se casa con Sofia y tiene 11 hijos, escribe guerra y paz y le parece poco y sigue escribiendo, pero ahora sobre arte y  política, de ciencia y de religión, comienza a creerse que es el zar y el pueblo ruso también queda hipnotizado, eso le parece poco y comienza a competir con Jesucristo, que resulta que no es el hijo de Dios -quizás piense que lo sea él-, funda un nuevo cristianismo basado en el amor: pretende convertirse en el vicario de Dios aquí en la tierra, aprovechando que su hijo oficial ha dejado de serlo por decreto suyo. Tiene 80 años y es el hombre más famoso del mundo. ¿Le falta algo? Si, le falta amor. Estamos en el otoño de  1907, faltan 3 años para que se fugue de su propia casa, como todas las mañanas se levanta, arregla la habitación, se hace sus gachas de avena cocida y antes de ponerse a escribir sale a dar un paseo por la mañana. Es un anciano de estatura baja pero fornido, en buena forma, anda siempre un tanto cabizbajo y meditabundo, avanza por una alameda de abedules y nogales, mira al suelo y entonces tiene una revelación este hombre que todas las  mañanas tiene alguna. Ve sobre el barro la huella de un pie femenino y entonces piensa en ella, en el cuerpo de su madre, pero por más que lo intenta no consigue representarlo, siente que si representa el cuerpo de su madre la profanaría y al mismo tiempo experimenta una sensación sublime. Piensa en lo maravilloso que sería experimentar en su relación con hombres y mujeres la sensación que ha experimentado. Días más tarde se siente solo, aislado, piensa que nadie lo quiere, cada vez que se pone a hablar de su madre se le saltan las lágrimas. Se siente igual que un huérfano y necesita que un cuerpo le estreche entre sus brazos, que le dispense amor. Piensa en su madre y es incapaz de representarse su cuerpo, pero cada vez que Tolstoi se siente desfallecer y siente que no es amado le basta sentir que su madre le estrecha entre sus brazos para resurgir de sus cenizas lleno de nueva vida. Cada uno tiene sus truquillos, pero los megalómanos tienen trucos grandiosos. Y encima les dan resultado. Esta podría ser otra tesis y no la menos importante: El hombre que predicaba el amor entre los hombres nunca lo tuvo, tal como dice Sofia en su diario, nunca supo lo que era el amor; no, por los menos con una mujer de carne y hueso. El hombre que predicaba el amor se tuvo que inventar el amor para poder seguir viviendo. Cuanto menos amado es un hombre más lo necesita. Y si no lo tiene, se lo acaba inventando.


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Ahora tal vez comienzo a darme cuenta de porque estoy escribiendo unas tesis sobre la vida de Tolstoi. Uno escribe para desnudarse, para hacer de forma ficticia lo que no se atreve a hacer en su mundo real. Ya lo decía Kafka, escribir es desnudarse ante los fantasmas que le esperan a uno ávidamente. Al contemplar su cuerpo desnudo, siquiera sea ficticiamente, el escritor descubre sobre su propia piel  algunos aspectos en los que no había reparado. A mi escribir sobre Tolstoi me hace verme con trece años, o mejor, me hace ver a mi padre hace cuarenta años, encontrarme con el fantasma de mi padre que me andaba esperando ávidamente.  Está sentado en un sofá del salón leyendo un libro, los dedos de la mano izquierda han dejado de estar amarillos por la nicotina, se le ha caído el pelo y su cara ya ha empezado a tener el aspecto del cadáver en el que pronto se convertirá. Jamás hasta entonces había yo visto a mi padre leyendo un libro, uno de esos gruesos libros rojos que forman parte de una colección que ha comprado a plazos para su hijo y que todavía están todos envueltos en su papel de celofán. En el lomo del libro rojo que está leyendo pone obras inmortales y debajo aparece el nombre de Tolstoi. Le pregunto quién era Tolstoi, pero su respuesta no me satisface, tal vez es que pienso que yo se la podría dar mejor.  Le pregunto qué novela está leyendo y me contesta que “Resurrección”. Se estaba comenzando a hacer sus últimas preguntas, sólo que demasiado tarde. Y ahora veo que recuerdo a mi padre, pero que lo recuerdo bastante mal, y sin embargo recuerdo mejor al padre que me tuve que inventar cuando años más tarde me fui a estudiar a Santiago, donde él había ido a estudiar antes de la guerra civil. Me encontraba sólo y, tal vez porque me había leído todas aquellas obras inmortales que empezó a desenfundar mi padre, yo ya no creía en nada, estaba desesperado y además comenzaba a plantearme también algunas cuestiones, la cuestión que según Camus es la más importante de la filosofía: juzgar si la vida vale la pena vivirla. Entonces fue cuando me tuve que inventar a mi padre, un fantasma que me acompañaba, me vigilaba, sentía que no le gustaría ver el hombre en el que estaba a punto de convertirme y tal vez de dejar de ser. Tal vez aquella fantasía acabó por salvarme la vida. Pero incluso los padres inventados se acaban también muriendo y tenemos que inventarnos otras entidades para seguir viviendo. Tolstoi se tuvo que inventar a su madre, pero aquello no le bastaba, la recordaba muy mal o no la recordaba en absoluto, no se la quería representar porque podría profanarla y, además, Tolstoi era muy ambicioso, no le bastaba tener a su madre muerta al lado, no le bastaba tener a media humanidad de su parte, quería tenerla entera, quería tener a Dios. Y entonces se inventó a Dios. Primero leyendo su palabra original en la biblia aprendiendo griego, luego refutando todos los falsos dogmas del cristianismo, polemizando con las autoridades, inventándose un nuevo cristianismo de corte anarquista. Pero no le bastaba con eso; eso lo podía hacer un hombre cualquiera, con unas pocas luces. Había conseguido conocer intelectualmente tan bien a Dios, que los popes vieron en él un competidor y lo excomulgaron. Así que quería conocer a Dios de otra forma, de una forma más directa y sin intermediarios. Un hombre tan megalómano como Tolstoi no puede admitir intermediarios ni vicarios. Y entonces comenzó a ver a Dios por todas partes. El amor que le daba su madre imaginada cada vez que no se sentía querido ya le parecía poco y necesitó sentir el amor que le daba Dios. La mente intelectual de Tolstoi era brillante, pero era mucho más brillante su imaginación. Y en vez de aplicarla a sus novelas, comenzó a aplicarla en su vida cotidiana. Comprendió que a Dios sólo se le podía conocer a través del amor, único órgano para conocerlo. Y comenzó a afinar ese órgano atrofiado. Cuando su órgano estuvo afinado, comenzó a tener visiones, comenzó a ver que entre él y  los hombres que acudían a su casa para hacerles peticiones no había ninguna diferencia. Sus visiones eran cada vez más bestias. Allí donde mirase Tolstoi se veía a sí mismo. ¡Y cómo se le parecían todos! Parecía una broma, incluso le daba risa lo mal que algunos intentaban asemejarse a Tolstoi. Comenzó a ver que cualquier hombre podía ser Tolstoi, o mejor dicho comprendió que cualquier hombre con el que se encontrase era la viva representación de Dios. Hay que amar a los semejantes. Esta podría ser otra tesis más, en un momento de su vida Tolstoi sólo se relaciona con Dios y quieren que le dejen tranquilo. Descubre que los hombres y mujeres con los que se tiene que relacionar son el principal apoyo para lograrlo, pero también su principal obstáculo. Cuando está de buen humor y los ama sin ninguna reserva, se siente divino. Pero Tolstoi tiene muchos altibajos, a veces el ánimo se le cae por los suelos y se siente humano, demasiado humano. A veces siente que hay hombres y mujeres a quienes le encantaría odiar.


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No es posible contar una historia de amor como una historia eternamente de amor.  Sería una falsa historia de amor. A veces se cuenta mejor como una historia de odio, de peleas y desencuentros, de gritos y besos. A veces la persona que más amas es a la vez la que más odias. A veces Sofia andreievna se convirtió en la persona que más odió Tolstoi. Le impedía llevar a cabo la tarea que se había encomendado. También sus hijos, que le parecían todos mediocres. "Mi mujer y mis hijos se han convertido en una piedra atada al cuello y acabarán llevándome hasta el fondo del abismo", escribió una vez en su último año de vida. Tolstoi es una persona que se exige demasiado, exige amar a cada uno de los hombres con los que nos encontramos como si fuéramos nosotros mismos. A menudo él no logra distinguir la diferencia. La mayoría de nosotros no hacemos otra cosa que marcar esa diferencia. Numerosas personas se le acercan a su casa, casi siempre para pedir favores, directamente dinero. Tolstoi quiere dar su dinero a todo el mundo que llega. Sofía es la administradora y tiene que negarlo continuamente. Los hijos le echan en cara que no sea tan altruista como el padre. Es el chivo expiatorio de la familia. También la vaca lechera a la que constantemente se la ordeña. Quienes se acercan a la casa a pedir dinero suelen ser los más bribones y los más astutos. A menudo los más malos. Sofía lo sabe y no quiere cometer la injusticia de darle su dinero a los peores, un dinero que por otra parte debería ir a parar a sus hijos. Pero Tolstoi contesta casi enfadado que hay que amar a todos, incluso a los peores. Sofía lo intenta, pero no puede. Se pregunta si alguno, aparte de Tolstoi, podría llegar a ese estado de desprendimiento absoluto. Sofía ve con simpatía esos principios morales que se ha impuesto su Livotchka, pero  le  parece imposible llevarlos a la práctica, y no es ella una mujer que le guste quedarse a mitad de camino. Así que toma el camino contrario. Sofía, como tantas veces, se preguntará si su marido es un santo o simplemente un loco. No ha contemplado que un hombre puede ser las dos cosas a la vez. Pero lo mismo pasa con los hijos. De vez en cuando alguno de sus hijos ya emancipados le piden dinero al padre o se quejan de sus angustias económicas y siempre se acaba replicando el mismo diálogo. El padre predica la sobriedad. El hijo le responde que eso es para gente excepcional pero que hay que pensar en los millones de personas que viven como todo el mundo. El padre le contesta que hay que ser excepcional, que si todos nos ponemos a vivir como todo el mundo, el mundo se acabará yendo al carajo. La familia de Tolstoi piensa que el mundo se puede ir al carajo, eso no es asunto suyo. Duodécima tesis para una vida sobre Tolstoi.  Tolstoi está convencido de que puede salvar el mundo del abismo al que se aproxima, que en las manos de cada hombre está ese logro. Sólo que la mayoría de los hombres no tienen fe. Ese será uno de los motivos de discordia entre él y su familia. La familia de Tolstoi sólo está interesada en su propio mundo. Tolstoi sale de sí mismo y comienza a interesarse por el mundo que gira a su alrededor, y ve sus peligros y quiere redimirlos.


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El mundo de Tolstoi y el mundo de su familia, dos mundos que están a punto de ser separados por toda una muchedumbre de fieles que le está pidiendo que sea infiel a su familia y se ponga por fin a practicar la vida que predica. Tolstoi vive en su finca de Yasnaia Poliana rodeado de su familia, pero hace ya mucho tiempo que Tolstoi ha dejado de pertenecer a su familia y su familia es incapaz de ver el hombre extraño en el que se ha convertido Tolstoi. Ven al literato que ha descrito magistralmente un baile, una carrera de caballo y una jornada de cacería, pero que ahora dice cosas extrañas y sin interés; "son, dice Tolstoi, como esas personas que se encuentran tan cerca de un objeto que no lo ven, cuando bastaría con alargar un brazo para tocarlo”. Y como su familia es incapaz de alargar el brazo, Tolstoi comienza a pensar en alargar sus piernas, comienza, por fin, a pensar en largarse. Ha llegado el momento de concluir con las tesis sobre Tolstoi, no porque no haya más tesis, sino porque no me daría tiempo a esbozar todas las tesis contradictorias o sorprendentes que se puede elaborar sobre Liev Tolstoi, no tendría tiempo de llegar con mi ponencia a tiempo para leerla en este congreso de escritores. Por supuesto todo lo que acabo de decir sobre Liev Tolstoi es producto de  mi imaginación. Los datos se le parecen mucho, pero están ligeramente disfrazados. Quería que fuese un esbozo de vida imaginaria, ya que esto es un congreso de escritores y un escritor no debe con sus palabras manchar demasiado la realidad. Debe más bien crearla, y toda biografía es un ejercicio de recreación.  Nadie puede saber cómo era Tolstoi, ni lo que le sucedió más allá de los meros hechos, ni lo que pensaba más allá de sus propios pensamientos anotados. Pero podemos inventar su vida, volverla a escribir; a veces cuanto más imaginada sea la vida de alguien más se le puede parecer. Eso es lo que le suele pasar a los escritores, que viven en sus ficciones una vida que se le parece más a ellos mismos que la que tienen que vivir cuando dejan sus papeles o su ordenador. Quizás eso fue lo que le pasó a Tolstoi, que imaginó tanto una vida hermosa, que confundió la imaginada con la que llevaba y se armó un lío. Pero no hay que olvidar que Tolstoi es un maniaco, quiere llevar esa vida imaginada hasta sus últimas consecuencias, hasta hacerla realidad. Nos aproximamos al final, un final por otra parte ya muy conocido, que ha sido muy novelado y hasta filmado. Abreviaré pues para hacer llegar a tiempo mi ponencia en el congreso. Todo el mundo en su familia lee los diarios que escribe Liev Tolstoi y resulta que se lo están estropeando. No puede escribir sinceramente si todo el mundo en casa le recrimina que está viviendo una vida secreta que no puede llevar a cabo. Esconde los diarios, crea un segundo diario secreto, lo acaba encontrando Sofía en el vientre de una silla, Tolstoi no se arredra y envía junto con uno de sus emisarios a esconder su diario en una caja fuerte de un banco de Moscú. Tiene que ser capaz de llegar a vivir su vida secreta de una forma directa. Pero resulta que Tolstoi ha conseguido hacer coincidir su vida secreta con su vida pública. Recibe cartas donde se le reprocha su riqueza, se le acusa de hipocresía y de oprimir a los campesinos. Le entristece  vivir rodeado de lujo y de cosas superfluas. Se siente avergonzado de vivir junto a su familia, que por otra parte no le hace mucho caso. Con 82 años decide emanciparse de su familia, no sin antes permitirse un último lujo: se lleva a su médico personal y se fuga de su propia casa. El resto ya es de sobra conocido: cinco días más tarde su médico personal firmará su certificado de defunción en un apeadero de tren de segunda categoría, en Astápovo. Los periódicos de toda Rusia habían seguido la fuga, algunos reporteros de todo el mundo se habían desplazado al pueblo para escribir la crónica de la muerte imaginaria que Tolstoi se había propuesto vivir. A Sofia Andreievna, que se enteró por los periódicos de donde estaba su marido y que fue corriendo en su busca, no le permitieron que lo viese en su lecho de muerte. La guardia pretoriana que rodeaba a Tolstoi había resultado eficaz. Toda historia de amor ha de terminar mal para ser una buena historia de amor. Pero a veces las historias de amor pueden obtener su recompensa sublimándose en el recuerdo. Yo ofrezco está compensación, que no sé si es imaginaria. Hay que retroceder quince años antes de la muerte de Tolstoi. Como casi siempre, la pareja se pelea por las exigencias de Tolstoi a que renuncien a todas sus propiedades y derechos por sus obras. Discuten, se insultan, se gritan. Como casi siempre, también como la última noche que pasó Tolstoi en casa y discutieron otra vez por motivos de herencia, Sofia Andreievna queda abatida y sólo piensa huir. Ella quiere huir del mundo que ha creado Tolstoi a su alrededor. Tolstoi quiere huir del mundo que Sofia ha creado a su alrededor. Odian sus dos mundos, pero también los aman y los necesitan. Piensa en suicidarse. Finalmente, el pensamiento de suicidio degenera en fiebre y cae enferma. Al día siguiente, Tolstoi, como siempre suele ocurrir cuando riñen pendencieramente, entra con una sonrisa en son de paz a su habitación de enferma y le trae dos maravillosas manzanas. Acceso de ternura y estúpido amor sentimental en ella. Decide plantar las semillas en su huerto para recordar tan insólita manifestación de cariño por ella. El árbol crece y resulta muy fructífero. Romaind Rolland cuenta en su biografía sobre Tolstoi que a Sofía Andreievna se le saltaban las lágrimas cada vez que cortaba una manzana salida de aquel árbol. 


1 comentario:

  1. Como lectora prefiero leer tesis a novelas, porque con las tesis puedo elaborar yo mi propia novela (crear o imaginarme una historia sobre el autor detrás de cada tesis ). Con las novelas ya está todo "cerrado", no hay más caminos que los que la novela ofrece. Siempre es un placer leerte e imaginar, :-) Un fuerte abrazo. Delia

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