Olga Orozco nace en Toay, en el
interior de La Pampa argentina, en 1920. Su infancia transcurrió en contacto
con el mundo vegetal y animal del campo, y ese contacto primero con la
naturaleza iba a nutrir su posterior poesía. Su abuela, Maria Laureana, la
inicia en la tradición de los cuentos de hadas, brujas y aparecidos. Una
sombrera, amiga de su madre, la inicia en el arte de echar el tarot, de gran
repercusión para labrar una mentalidad visionaria que posteriormente inyectará
en su obra, donde intenta rastrear los signos de otros mundos. Con ocho años se
traslada con su familia a Bahía Blanca y ahí descubre el mar, una presencia
constante dentro de su poesía. A mediados de los años 30 se muda con su familia
a Buenos Aires, donde termina los estudios de magisterio, pero sin que llegara a
ejercer nunca de maestra. Más tarde se licenciaría en Filosofía y Letras.
Pronto se enrola en el grupo Tercera Vanguardia, capitaneado por Oliverio
Girondo, y fundará con él y una camarilla de poetas la revista Canto -donde
publica sus primeros poemas-, a la que siguió una secuencia más larga colaboraciones
en otras revistas. Fue en la revista “Canto” donde conoció a su primer esposo,
el poeta Miguel Ángel Gómez, muerto prematuramente. En 1965 se volvería a casar
con el arquitecto Valerio Peluffo. A partir de los años sesenta también comenzó
a colaborar en distintas cadenas de radio e hizo sus pinitos como personaje de
radionovela. Participó en la prensa como articulista ocultándose bajo una
plétora de diversos pseudónimos y en los años sesenta fue redactora en la
revista Claudia, además de organizar el horóscopo del diario Clarín durante el
intervalo de años que va desde 1968 a 1974. Fallece en 1999 a consecuencia de
un paro cardiaco.
Aunque se la suele etiquetar como
poeta surrealista y alguno de sus poemas tienen un aire romántico, la versátil
y original hechura de su obra, confeccionada a base de largos versículos
visionarios, con gran intensidad dramática y un acento oracular, hace que sólo
se pueda contemplar a Olga Orozco como una figura singular, reacia a las
escuelas y los parecidos. Rimbaud, Baudelaire, Rilke, Nerval y Sor Juana Inés
de la Cruz son alguna de sus influencias, casi siempre reconocidas por ella
misma. También se la ha asociado con la generación del 40, la de Julio
Cortázar, Adolfo Bioy Casares y Ernesto Sábato. Otro de los elementos
constantes en su obra es la presencia del cuerpo, como un espacio de encuentro
entre la materia y el espíritu, entre el microcosmos y el macrocosmos. Winston
Manrique ha destacado que “en su obra hay resonancia y presencia de
romanticismo y simbolismo, dioses y profanos, palabras y sentidos, viaje y
quietud, pero desde ese estadio de razonada duermevela. Tiempo, muerte, vejez,
amor, desamparo, infancia, silencio, soledad, memoria, evocación, temor,
paraísos anhelados y edenes perdidos, ausencia, destino, consuelo, sagrado y
sacrilegio son temas presente en un poeta que confería y creía, como Rilke, en
la palabra como hacedora de mundo.” Cabe destacar, entre sus libros más
importantes, Los juegos peligrosos (1962), Cantos a Berenice (1977) y Con esta boca
en este mundo (1994). Recibió además, entre otros muchos, el
prestigioso premio Juan Rulfo y el Gabriela Mistral. Los poemas que se seleccionan aquí están sacados de sus tres primeros libros de poesía, Desde lejos (1946), Las muertes (1952) y Los juegos peligrosos (1962).
LEJOS, DESDE MI COLINA
A veces sólo era un llamado de arena en las ventanas,
Una hierba que de pronto temblaba en la pradera quieta,
Un cuerpo transparente que cruzaba los muros de blandura
Dejándome en los ojos un resplandor helado,
O el ruido de una piedra recorriendo la indecible tiniebla de
la medianoche;
A veces, sólo el viento.
Reconocía en ellos
distantes mensajeros
De un país abismado con el mundo bajo las altas sombras de mi
frente.
Yo los había amado, quizás, bajo otro cielo,
Pero la soledad, las ruinas y el silencio eran siempre los
mismos.
Más tarde, en la creciente noche,
Mirada desde arriba la cabeza inclinada de una mujer vestida
de congoja
Que marchaba a través de todas sus edades como por un jardín
Antiguamente amado.
Al final del sendero, antes de comenzar la durmiente
planicie,
Un brillo memorable, apenas un color pálido y cruel, la
despedía;
Y más allá no conocía nada.
¿Quién eras tú, perdida entre el follaje como las anteriores
primaveras,
Como alguien que retorna desde el tiempo a repetir los
llantos,
Los deseos, los ademanes lentos con que antaño entreabría sus
días?
Sólo tú, alma mía.
Asomada a mi vida lo mismo que a una música remota,
Para siempre envolvente,
Escuchabas, suspendida quién sabe de qué muro de tierno
desamparo,
El rumor apagado de las hojas sobre la juventud adormecida,
Y elegías lo triste, lo callado, lo que nace debajo del
olvido.
¿En qué rincón de ti,
En qué desierto corredor resuenan los pasos clamorosos de una
alegre estación,
El murmullo del agua sobre alguna pradera que prolongaba el
cielo,
El canto esperanzado con que el amanecer corría a nuestro
encuentro,
Y también las palabras, sin duda tan ajenas al sitio
señalado,
En las que agonizaba lo imposible?
Tú no respondes nada, porque toda respuesta de ti ha sido
dada.
Acaso hayas vivido solamente
Aquello que al arder no deja más que polvo de tristeza
inmortal,
Lo que saluda en ti, a través del recuerdo, una eterna morada
que al recibirnos se despide.
Tú no preguntas nada, nunca, porque no hay nadie ya que te
responda.
Pero allá, sobre las colinas,
Tu hermana, la memoria, con una rama joven aún entre las
manos,
Relata una vez más la leyenda inconclusa de un brumoso país.
LAS MUERTES
He aquí unos muertos cuyos huesos no blanqueará la lluvia,
Lápidas donde nunca ha resonado el golpe tormentoso de la
piel del lagarto,
Inscripciones que nadie recorrerá encendiendo la luz de
alguna lágrima;
Arena sin pisadas en todas las memorias.
Son los muertos sin flores.
No nos legaron cartas, ni alianzas, ni retratos.
Ningún trofeo heroico atestigua la gloria o el oprobio.
Sus vidas se cumplieron sin honor en la tierra,
Mas su destino fue fulmíneo como un tajo;
Porque no conocieron ni el sueño ni la paz en los infames
lechos vendidos por la dicha,
Porque sólo acataron una ley más ardiente que la ávida gota
de salmuera.
Ésa y no cualquier otra.
Ésa y ninguna otra.
Por eso es que sus muertes son los exasperados rostros de
nuestra vida.
CHRISTOPH DETLEV BRIGGE
La
muerte de Christofph Detlev
Vivía ahora en Ulsgaard,
Desde hacía largo, largo tiempo,
Y hablaba a todos y exigía.
Esta mansión de Ulsgaard se colmó con la muerte de Christoph
Detlev Brigge.
Tan sólo con su muerte.
No bebió su veneno a grandes cucharadas
Ni le llegó hasta el pecho emboscada en la sombra creciente
de los pinos.
Él llevaba su muerte entre la sangre:
Galerías ardientes en donde los espejos proclamaron la reina
prometida.
Y un día vino a él como la esposa loca.
Sesenta días y sesenta noches testimonian la boca colérica en
Ulsgaard:
Una endecha de amor que llega al alarido,
Un cortejo de perros y de criados desgarrando la niebla de
las gasas nupciales,
Una marea cuya hirviente ira derribó los objetos que aún
sobrevivían pegados como lapas a la piel de un destino.
¿A quien no convocaron las campanas para los esponsales?
¿Quién no temió morir llevado por la muerte de Christoph
Detlev Brigge?
Esta mansión lo sabe.
De unos a otros muros resonaba la marcha de aquellos
desposados;
Recinto tras recinto retrocedía el tiempo apagando sus galas,
Hasta llegar al último,
Aquel en que la vida, lo mismo que una amante
Desechada, escondió entre las manos los cristales de su
rostro trizado.
Ya todo fue cumplido.
En esta mansión vaga solamente la muerte de Christoph Detlev
Brigge envuelta en estandarte imperiales.
MALDOROR
¡Ay! ¿Qué son
pues el bien y el mal?
¿Son una misma cosa por la que
Testimoniamos con rabia nuestra
Impotencia y la pasión de alcanzar
El infinito hasta por los medios
Más insensatos?
LAUTRÉAMONT: Los cantos de Maldoror
Tú, para quien la sed cabe en el cuenco exacto de la mano,
No mires hacia aquí.
No te detengas.
Porque hay alguien cuyo poder corromperá tu dicha,
Ese trozo de espejo en que te encierras envuelto en un harapo
deslumbrante del cielo.
Se llamó Maldoror
Y desertó de Dios y de los hombres.
Entre todos los hombres fue elegido para infierno de Dios
Y entre todos los dioses para condenación de cada hombre.
Él estuvo más solo que alguien a quien devuelven de la muerte
para ser inmortal entre los vivos.
¿Qué fue de aquel a cuyo corazón se enlazaron las furias con
brazos de serpiente,
Del que saltó los muros para acatar las leyes de las bestias,
Del que bebió en la sangre un veneno sediento,
Del que no durmió nunca para impedir que un prado celeste le
invadiera la mirada maldita,
Del que quiso aspirar el universo como una bocanada de
cenizas ardiendo?
No es castigo,
Ni es sueño,
Ni puñado de polvo arrepentido.
Del vaho de mi sombra se alza a veces la centelleante máscara
de un ángel que vuelve en su caballo alucinado a disputar un reino.
Él sacude mi casa,
Me desgarra la luz como antaño la piel de los adolescentes,
Y roe con su lepra la tela de mis sueños.
Es Maldoror que pasa.
Hasta el fin de los siglos levantará su canto rebelde contra
el mundo.
Su paso es una llaga sobre el rostro del tiempo.
BARTLEBY
Había rehusado decir quién era,
O de dónde venía, o si tenía algún
pariente en el mundo.
HERMAN MELVILLE: Bartleby
Nadie supo quién fue.
Nunca estuvo más cerca de los hombres que de los mudos
signos.
Él hubiera podido enumerar los días que soportó vestido de
gris desesperanza,
O describir siquiera la sombra de los sueños sobre el muro
vacío.
Mas prefirió no hacerlo.
Nos queda solamente la mascarilla pálida,
La mirada serena con que eludió el llamado de todos los
destinos,
La imagen de su muerte desoladoramente semejante a su vida.
No queremos pensar que fue parte en nosotros,
Que fue nuestra constancia a las pacientes leyes que
ignoramos.
Todos hemos sentido alguna vez la pavorosa y ciega soledad
del planeta,
Hasta el fondo del
alma rueda entonces la piedrecilla cruel,
Conmoviendo un misterio más grande que nosotros.
¡Oh Dios! ¿Es preciso saber que no podemos interpretar las
cifras inscriptas en el muro?
¿Es preciso que aullemos como perros perdidos en la
noche o que seamos Bartleby con los
brazos cruzados?
Preferimos no hacerlo.
Preferimos creer que Bartleby fue sólo memoria de consuelos,
de perdón, de esperanzas que llegaron muy tarde para los que se fueron;
Testigo de un gran fuego donde ardió la promesa de un tiempo
que no vino.
No será en ese cielo. En otro nos veremos.
Él estará también pálidamente absorto contemplando la otra
cara del muro.
Deberá recordar una por una todas las cartas muertas.
Pero acaso aun entonces él prefiera no hacerlo.
OLGA OROZCO
Yo, Olga Orzco, desde tu corazón digo a todos que muero.
Amo la soledad, la heroica perduración de toda fe,
El ocio donde crecen animales extraños y plantas fabulosas,
La sombra de un gran tiempo que pasó entre misterios y entre
alucinaciones,
Y también el pequeño temblor de las bujías en el anochecer.
Mi historia está en mis manos y en las manos con que otros
las tatuaron.
De mi estadía quedan las magias y los ritos,
Unas fechas gastadas por el soplo de un despiadado amor,
La humareda distante de la casa donde nunca estuvimos,
Y unos gestos dispersos entre los gestos de otros que no me
conocieron.
Lo demás aún se cumple en el olvido,
Aún labra la desdicha en el rostro de aquella que se buscaba
en mi igual que en un espejo de sonrientes praderas,
Y a la que tu verás extrañamente ajena:
Mi propia aparecida condenada a mi forma de este mundo.
Ella hubiera querido guardarme en el desdén o en el orgullo,
En un último instante fulmíneo como el rayo,
No en el túmulo incierto donde alzo todavía la voz ronca y
llorada
Entre los remolinos de tu corazón.
No. Esta muerte no tiene descanso ni grandeza.
No puedo estar mirándola por primera vez durante tanto
tiempo.
Pero debo seguir muriendo hasta tu muerte
Porque soy tu testigo ante una ley más honda y más oscura que
los cambiantes sueños,
Allá donde escribimos la sentencia:
“Ellos han muerto ya.
Se habían elegido por castigo y perdón, por cielo y por
infierno.
Son ahora una mancha de humedad en las paredes del primer
aposento”.
LA CARTOMANCIA
Oye ladrar los perros que indagan el linaje de las sombras,
Óyelos desgarrar la tela del presagio.
Escucha. Alguien avanza
Y las maderas crujen debajo de tus pies como i huyeras sin
cesar y sin cesar llegaras.
Tu sellaste las puertas con tu nombres inscripto en las
cenizas de ayer y de mañana.
Pero alguien ha llegado.
Y otros rostros te soplan el rostro en los espejos
Donde ya no eres más que una bujía desgarrada,
Una luna invadida debajo de las aguas por triunfos y
combates,
Por helechos.
Aquí está lo que es, lo que fue, lo que vendrá, lo que puede
venir.
Siete respuestas tienes para siete preguntas.
Lo atestigua tu carta que es el signo del Mundo:
A tu derecha el Ángel,
A tu izquierda el Demonio.
¿Quién llama? ¿pero quién llama desde tu nacimiento hasta tu
muerte
Con una llave rota, con un anillo que hace años fue
enterrado?
¿Quiénes planean sobre sus propios pasos como una bandada de
aves?
Las Estrellas alumbran el cielo del enigma.
Mas lo que quieres ver no puede ser mirado cara a cara
Porque su luz es de otro reino.
Y aún no es hora. Y habrá tiempo.
Vale más descifrar el nombre de quien entra.
Su carta es la del Loco, con su paciente red de cazar
mariposas.
Es el huésped de siempre.
Es el alucinado Emperador del mundo que te habita.
No preguntes quién es. Tu lo conoces
Porque tú lo has buscado bajo todas las piedras y en todos
los abismos
Y habéis velado juntos el puro advenimiento del milagro:
Un poema en que todo fuera ese todo y tú
-algo más que ese todo-.
Pero nada ha llegado.
Nada que fuera más que estos mismos estériles vocablos.
Y acaso sea tarde.
Veamos quién se sienta.
La que está envuelta en lienzos y grazna mientras hila
deshilando tus sabanas
Tiene por corazón la mariposa negra.
Pero tu vida es larga y su acorde se quebrará muy lejos.
Lo leo en las arenas de la Luna donde está escrito el viaje,
Donde está dibujada la casa en que te hundes como una estría
pálida
En la noche tejida con grandes telarañas por tu Muerte
hilandera.
Mas cuídate del agua, del amor y del fuego.
Cuídate del amor que es quien se queda.
Para hoy, para mañana, para después de mañana.
Cuídate porque brilla con un brillo de lágrimas y espadas.
Su gloria es la del sol, tanto como sus furias y su orgullo.
Pero jamás conocerás la paz,
Porque tu Fuerza es fuerza de tormentas y la Templanza llora
de cara contra el muro.
Bo dormirás del lado de la dicha,
Porque en todos tus pasos hay un borde de luto que presagia
el crimen o el adiós,
Y el Ahorcado me anuncia la pavorosa noche que te fue
destinada.
¿Quieres saber quién te ama?
El que sale a mi encuentro viene desde tu propio corazón.
Brillan sobre su rostro las máscaras de arcilla y corre bajo
su piel la palidez de todo solitario.
Vino para vivir en una sola vida un cortejo de vida y de
muertes.
Vino para aprender los caballos, los árboles, las piedras,
Y se quedó llorando sobre cada vergüenza.
Tú levantaste el muro que lo ampara, pero fue sin querer la
Torre que lo encierra:
Una prisión de seda donde el amor hace sonar sus llaves de
insobornable carcelero.
En tanto el Carro aguarda la señal de partir:
La aparición del día vestido de Ermitaño.
Pero no es tiempo aún de convertir la sangre en piedra de
memoria.
Aún estáis tendidos en la constelación de los Amantes,
Ese río de fuego que pasa devorando la cintura del tiempo que
os devora,
Y me atrevo a decir que ambos pertenecéis a una raza de náufragos
que se hunden sin salvación y sin consuelo.
Cúbrete ahora con la coraza del poder o del perdón, como si
no temieras,
Porque voy a mostrarte quién te odia.
¿No escuchas ya batir su corazón como un ala sombría?
¿No la miras conmigo llegar con un puñal de escarcha a tu
costado?
Ella, la Emperatriz de tus moradas rotas,
La que funde tu imagen en la cera para los sacrificios,
La que sepulta la torcaza en tinieblas para entenebrecer el
aire de tu casa,
La que traba tus pasos con ramas de árbol muerto, con uñas en
menguante, con palabras.
No siempre la misma, pero quienquiera que sea es ella misma,
Pues su poder no es otro que el ser otra que tú.
Tal es su sortilegio.
Y aunque el Cubiletero haga rodar los dados sobre la mesa del
destino,
Y tu enemiga anude por tres veces tu nombre en el cáñamo
adverso,
Hay por lo menos cinco que sabemos que la partida es vana,
Que su triunfo no es triunfo
Sino tan sólo un cetro de infortunio que le confiere el Rey
deshabitado,
Un osario de sueños donde vaga el fantasma del amor que no
muere.
Vas a quedarte a oscuras, vas a quedarte a solas.
Vas a quedarte en la intemperie de tu pecho para que hiera
quien te mata.
No invoques la Justicia. En su trono desierto se asiló la
serpiente.
No trates de encontrar tu talismán de huesos de pescado,
Porque es mucha la noche y muchos tus verdugos.
Su púrpura ha enturbiado tus umbrales desde el amanecer
Y han marcado en tu puerta los tres signos aciagos
Con espadas, con oros y con bastos.
Dentro de un círculo de espadas te encerró la crueldad.
Con dos discos de oro te aniquiló el engaño de párpados de
escamas.
La violencia trazó con su vara de bastos un relámpago azul en
tu garganta.
Y entre todos tendieron para ti la estera de las ascuas.
He aquí que los Reyes han llegado.
Vienen para cumplir la profecía.
Vienen para habitar las tres sombras de muerte que escoltarán
tu muerte
Hasta que cese de girar la Rueda del Destino.
NO HAY PUERTAS
Con arenas ardientes que labran una cifra de fuego sobre el
tiempo,
Con una ley salvaje de animales que acechan el peligro desde
su madriguera,
Con el vértigo de mirar hacia arriba,
Con tu amor que se enciende de pronto como una lámpara en
medio de la noche,
Con pequeños fragmentos de un mundo consagrado para la
idolatría,
Con la dulzura de dormir con toda tu piel cubriendo el
costado del miedo,
A la sombra del ocio que abría tiernamente un abanico de
praderas celestes,
Hiciste día a día la soledad que tengo.
Mi soledad está hecha de ti.
Lleva tu nombre en su versión de piedra,
En un silencio tenso donde pueden sonar todas las melodías
del infierno;
Camina junto a mí con tu paso vacío,
Y tiene, como tú, esa mirada de mirar que me voy más lejos
cada vez,
Hasta un fulgor de ayer que se disuelve en lágrimas, en
nunca.
La dejaste a mis puertas como quien abandona la heredera de
un reino del que nadie sale y al que jamás se vuelve.
Y creció por sí sola,
Alimentándose con esas hierbas que crecen en los bordes del
recuerdo
Y que en las noches de tormenta producen espejismos
misteriosos,
Escenas con que las fiebres alimentas sus mejores hogueras.
La he visto así poblar las alamedas con los enmascarados que
inmolan el amor
-personajes de un mármol invencible, ciego y absorto como la
distancia-,
O desplegar en medio de una sala esa lluvia que cae junto al
mar,
Lejos, en otra parte,
Donde estarás llenando el cuenco de unos años cun agua de
olvido.
Algunas veces sopla sobre mí con el viento del sur
Un canto huracanado que se quiebra de pronto en un gemido en
la garganta rota de la dicha,
O trata de borrar con un trozo de esperanza raída
Ese adiós que escribiste con sangre de mis sueños en todos
los cristales
Para que hiera todo cuanto miro.
Mi soledad es todo cuanto tengo de ti.
Aúlla con tu voz en todos los rincones.
Cuando la nombro con tu nombre
Crece como una llaga en las tinieblas.
Y un atardecer levató frente a mí
Esa copa del cielo que tenía un color de álamos mojados y en
la que hemos bebido el vino de eternidad de cada día,
Y la rompió sin saber, para abrirse las venas,
Para que tú nacieras como un dios de su espléndido duelo.
Y no pudo morir
Y su mirada era la de una loca.
Entonces se abrió un muro
Y entraste en este cuarto con una habitación que no tiene
salidas
Y en la que estás sentado, contemplándome, en otra soledad
semejante a mi vida.
DIA PARA NO ESTAR
Vete, día maldito:
Guarda bajo tus párpados de yeso la mirada de lobo que me
olvida mejor;
Camina sobre mí con tu paso salvaje, simulando un desierto en
el hambre y la de,
Para que todos crean que no estoy,
Que soy una señal de adiós sobre las piedras;
Cierra de par en par, lejos de mí, tus fauces sin crueldad y
sin misericordia,
Como si fuera ya la invulnerable,
Aquella que sin pena puede probarse ya los gestos de los
otros;
Y tiéndete a dormir, bajo la ciega lona de los siglos,
El sueño en que me arrojas desde ayer a mañana:
Esta escarcha que corre por mi cara.
Aun así, he de llegar contigo.
Aun así, has de resucitar conmigo entre los muertos.
PARA HACER UN TALISMÁN
Se necesita sólo tu corazón hecho a la vida imagen de tu
demonio o de tu dios.
Un corazón apenas, como un crisol de brasas para la
idolatría.
Nada más que un indefenso corazón enamorado.
Déjalo a la intemperie,
Donde la hierba aúlle sus endechas de nodriza loca y no pueda
dormir,
Donde el viento y la lluvia dejen caer su látigo en un golpe
de azul escalofrío
Sin convertirlo en mármol y sin partirlo en dos,
Donde la oscuridad abra sus madrigueras a todas las jaurías
Y no logre olvidar.
Arrójalo después desde lo alto de su amor al hervidero de la
bruma.
Ponlo luego a secar en el sordo regazo de la piedra,
Y escarba, escarba en él con una aguja fría hasta arrancar el
último grano de esperanza.
Deja que lo sofoquen las fiebres y la ortiga,
Que lo sacuda el trote ritual de la alimaña,
Que lo envuelva la injuria hecha con los jirones de sus
antiguas glorias.
Y cuando un día un año lo aprisione con la garra de un siglo,
Antes que sea tarde,
Antes que se convierta en momia deslumbrante,
Abre de par en par y una por una todas sus heridas:
Que las exhiba al sol de la piedad, lo mismo que el mendigo,
Que plaña su delirio en el desierto,
Hasta que sólo el eco de un nombre crezca en él con la furia
del hambre:
Un incesante golpe de cuchara contra el plato vacío.
Si sobrevive aún, si ha llegado hasta aquí hecho a la viva
imagen de tu demonio o de tu dios;
He ahí un talismán más inflexible que la ley,
Más fuerte que las armas y el mal del enemigo.
Guárdalo en la vigilia de tu pecho igual que a un centinela.
Pero vela con él.
Puede crecer en ti como la mordedura de la lepra;
Puede ser tu verdugo.
¡El inocente monstruo, el insaciable comensal de tu muerte!
LA CAÍDA
Estatua del azul, deshabitada,
Bella estatua de sal,
Desconocida fatalidad adonde voy con los ojos abiertos y la
memoria a ciegas:
¡eres tú quien me llama con una gran nostalgia, fuerte como
el amor?
¿eres tú quien me aspira de pronto hacia la ronca garganta de
los siglos?
¿eres acaso tú, incesante comienzo de mi culpa?
(¡oh alma!, ¿adónde vas?,
¿adonde vas con las tinieblas y la luz como dos alas abiertas
para el vuelo?)
Estatua del azul: yo no puedo volver.
Me exilaste de ti para que consumiera tu lado tenebroso.
Y aún tengo las dos caras con que rodé hasta aquí, igual que
una moneda;
Y la piedra que anudaste a mi cuello para que fuese dura la
caída;
Y la sombra que arrastro
-esta mancha de escarnio que pregona tu condena en el mundo-.
(¡Oh sangre!, ¿adónde vas?,
¿adónde vas como el doble de Dios y con la espada hundida en
tu costado?)
Bella estatua de sal: tú no puedes llegar.
Te desterraste en mí para escarbarme con uñas y con dientes,
Para cavar debajo de mi corazón esta tumba del cielo
Donde caes y caes expiación hacia abajo y plegaria hacia
adentro.
Reconoce la herida: mírala en todas partes.
Es la desgarradura con que habitas en todo cuanto miro,
El paraíso roto,
La señal del exilio que te lleva a partir y a volver a nacer
en este mismo oficio de tinieblas,
La morada de paso para el crimen,
El pecado de muerte que te convierte en juez, en mártir y en
verdugo
Hasta que se desprenda en negro polvo las mascarilla última,
Esa que te recubre con la cara del hombre.
¡Oh Dios, mitad de Dios cautiva de Dios mismo!
¿Quién llama cuando llamo? ¿Quién? ¿Quién pide socorro desde
todas partes?
Hay aquí una escalera,
Una sola escalera sin tinieblas para el día tercero.
PARA DESTRUIR A LA ENEMIGA
Mira a la que avanza desde el fondo del agua borrando el día
con sus manos
Vaciando en piedra gris lo que tú destinaba a memoria de
fuego,
Cubriendo de cenizas las más bellas estampas prometidas por
las dos caras de los sueños.
Lleva sobre su rostro la señal:
Ese color de invierno deslumbrante que nace donde mueres,
Esas sombras como de grandes alas que barren desde siempre
todos los juramentos del amor.
Cada noche, a lo lejos, en esa lejanía donde el amante duerme
con los ojos abiertos a otro mundo adonde nunca llegas,
Ella cambia tu nombre por el ruido más triste de la arena;
Tu voz, por un sollozo sepultado en el fondo de la canción
que nadie ya recuerda;
Tu amor, por una estéril ceremonia donde se inmola el crimen
y el perdón.
Cada noche, en el deshabitado lugar adonde vuelves,
Ella pone a secar la cifra de tu edad al bajar la marea,
O cose con el hilo de tus días la noche del adiós,
O prepara con el sabor del tiempo más hermoso ese turbio
brebaje que paladeas en la soledad,
Ese ardiente veneno que otros llaman nostalgia
Y que tan lentamente transforma el corazón en un puñado de
semillas amargas.
No la dejes pasar.
Apaga su camino con la hoguera del árbol partido por el rayo.
Arroja su reflejo donde corran las aguas para que nunca
vuelva.
Sepulta la medida de su sombra debajo de tu casa para que por
su boca la tierra la reclame,
Nómbrala con el nombre de lo deshabitado.
Nómbrala.
Nómbrala con el frío y el ardor,
Con la cera fundida como una nieve sucia donde cae la forma
de su vida,
Con las tijeras y el puñal,
Con el rastro de la alimaña herida sobre la piedra negra,
Con el humo del ascua,
Con la fosa del imposible amor abierta al rojo vivo en su
costado,
Con la palabra de poder
Nómbrala y mátala.
Y no olvides sepultar la moneda.
Hacia arriba la noche bajo el pesado párpado del invierno más
largo.
Hacia abajo la efigie y la inscripción:
“Reina de las espadas,
Dama de las desdichas,
Señora de las lágrima:
En el sitio en que estés con dos ojos te miro,
Con tres nudos te ato,
La sangre te bebo
Y el corazón te parto”.
Si miras otra vez en el fondo del vaso,
Sólo verás ahora una descolorida cicatriz cuyos bordes se
cierran donde se unen las aguas,
Pero pueden abrirse en otra herida, adonde nadie sabe.
Porque ella te fue anunciada en el séptimo día,
-en el día primero de tu culpa-,
Y asumiste su nombre con el tuyo,
Con los nombres vacíos, con el amor y con el número,
Con el mismo collar de sal amarga que anuda la condena a tu
garganta.
SOL EN PISCIS
Solamente los muertos conocen el reverso de las piedras.
Solamente las piedras conocen el reverso de los muertos.
Lo sé.
A veces las estatuas vuelven a abrir en mi ciertas heridas
O toman el color de las acusaciones que me impiden dormir.
Pero hay pruebas que nadie quiere ver.
Se atribuyen al tiempo, a las tormentas,
A la sombra de pájaro con que los días se alzan o se dejan
caer sobre la tierra.
Nadie quiere pensar que hay muchas muertes por cada corazón.
Tantas como muertos nos lloren.
Tantas como piedras los sigan lamentando
Existe una canción que entre todos levantan desde los fríos
labios de la hierba.
Es un grito de náufragos que las aguas propagan borrando los
umbrales para poder pasar,
Una ráfaga de las amarillas,
Un gran cristal de nieve sobre el rostro,
La consigna del sueño para la eternidad del centinela.
¿Dónde están las palabras?
¿Dónde está la señal que la locura borda en sus tapices a la
luz del relámpago?
Escarba, escarba onde más duela en tu corazón.
Es necesario estar como si no estuvieras.
He aquí el pequeño guijarro recogido para la gran memoria.
De este lado no es más que un pedazo de lápida sin
inscripción alguna.
Y sin embargo desde allá es como un talismán que abre las
puertas de mi vida.
Por sus meandros azules llego a veces más allá de mis venas:
Cerraduras que giran contra la misteriosa rotación de los
años,
Vértigos de continuas despedidas que ahora me despiden a
través de mis lágrimas de entonces,
Hasta ser nada más que una cinta brillante,
Un fulgor que ilumina ese fondo de abismo donde caigo hacia
el fondo del cielo,
Tan ávido como el tambor que invoca las tormentas.
Heroína de miserias, balanceándote ahora casi al borde de tu
alma,
No mires hacia atrás, no te detengas,
Mientras arde a lo lejos la galería de las apariencias,
Las máscaras del sueño que labraste sobre ciegas cortezas
para poder vivir.
A solas con tu nombre, contra el portal resplandeciente,
A solas con la herida del exilio desde tu nacimiento,
A solas con tu canción y tu bujía de sonámbula para alumbrar
los rostros de los desenterrados;
Porque ésa es la ley.
A solas con la luna que arrastra en las mareas del más alto
jardín de la memoria
Un rumor de leyendas desgarradas por la crueldad de la
distancia:
“Cuando llegues del otro lado de ti misma
Podrás reconocer el puñal que enterraste para tu vinieras
despojada de todo poderío.
Si avanzas más allá
Encontrarás la fórmula que yace bajo los centelleos de todos
los delirios.
Si consigues pasar
Alcanzarás la Rueda que avanza hacia el poniente”.
Pero no hay arma alguna que arrebate a mi vida su inocencia,
Ni retablo enterrado en cuyo espejo de oro se abran las
flores de otros mundos,
Ni carruaje que avance con el rayo.
Sin embargo, esta palabra sin formular,
Cerrada como un aro alrededor de mi garganta,
Ese ruido de tempestad guardada entre dos muros,
Esas huellas grabadas al rojo vivo en las fosforescencias de
la arena,
Conducen a este círculo de cavernas salvajes
A las que voy llegando después de consumir cada vida y su
muerte.
Celdas tornasoladas del adiós para siempre, para nunca,
Y cada una se abre hacia las otras con la fisura de una gran
nostalgia
Por donde pasa el soplo de los siglos,
La mariposa gris que envuelve con sus nieblas al huésped
solitario,
A ese que ya fui o al que no he sido en este y otros mundo.
El que entreteje sus coronas con la ceniza de la tierra,
El que reluce con cabeza de león como un sol heráldico entre
las tinieblas,
El que sueña conmigo como una cárcel de muros transparentes,
Esta que soy queriendo guardar la eternidad en el polvo de
cada sonrisa,
El que se cubre con ropajes de águila para volar más lejos
que la mirada de los hombres,
Los que habitan aquí o en otro lado lejos de las investiduras
de la sangre
Y no puedo nombrar, y el que rescatará la coraza de luz
-su día levantado palmo a palmo con la noche de los otros-
Para cruzar la última puerta del arcano.
Oh sombra de claridad sobre mi rostro,
Relámpago entrevisto desde el fondo del agua:
Tu signo está grabado sobre todas las frentes para la
ceremonia de la duración,
Para la travesía de todos los recintos en cuyo fondo te alzas
como una llamarada de la gran añoranza,
Como los espejismos de un perdido país anunciado por el sueño
y la sed,
El miedo y la nostalgia,
Y el insaciable tiempo que llevamos de migración en migración
Como una brasa que quema demasiado.
Todos los grandes vértigos del alma nacen del otro lado de
las piedras.
DESDOBLAMIENTO EN MÁSCARA DE TODOS
Lejos,
De corazón en corazón,
Más allá de la copa de niebla que me aspira desde el fondo
del vértigo,
Siento el redoble con que me convocan a la tierra de nadie.
(¿Quién se levanta en mí?
¿Quién se alza del sitial de su agonía, de su estera de
zarzas,
Y camina con la memoria de mi pie?)
Dejo mi cuerpo a solas igual que una armadura de intemperie
hacia adentro
Y depongo mi nombre como una arma que solamente hiere.
(¿Dónde salgo a mi encuentro
Con el arrobamiento de la luna contra el cristal de todos los
albergues?)
Abro con otras manos la entrada del sendero que no sé adónde
da
Y avanzo con la noche de los desconocidos.
(¿Dónde llevaba el día mi señal,
Pálida en su aislamiento,
La huella de una insignia que mi pobre victoria arrebataba al
tiempo?)
Miro desde otros ojos esta pared de brumas
En donde cada uno ha marcado con sangre el jeroglífico de su
soledad,
Y suelta sus amarras y se va en un adiós de velero fantasma
hacia el naufragio.
(¿No había en otra parte, lejos, en otro tiempo,
Una tierra extranjera,
Una raza de todos menos uno, que se llamó la raza de los
otros,
Un lenguaje de ciegos que ascendía en zumbidos y en burbujas
hasta la sorda noche?)
Desde adentro de todos no hay más que una morada bajo un
friso de máscaras;
Desde adentro de todos hay una sola efigie que fue inscripta
en el revés del alma;
Desde adentro de todos cada historia sucede en todas partes:
No hay muerte que no mate,
No hay nacimiento ajeno ni amor deshabitado.
(¡No éramos el rehén de una caída,
Una luvia de piedras desprendida del cielo,
Un reguero de insectos tratando de cruzar la hoguera del
castigo?)
Cualquier hombres es la versión en sombras de un Gran Rey
herido en su costado.
Despierto en cada sueño con el sueño con que Alguien sueña el
mundo.
Es víspera de Dios.
Está uniendo en nosotros sus pedazos.
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