martes, 19 de noviembre de 2024

CUENTOS MÍNIMOS 23. EL TRASLADO

 


Nunca él había envidiado a nadie, pero por primera vez sintió celos de algo que no era humano y se sentía estúpido. Tenía celos de una parte de la casa, que cada vez se le hacía más extraña. La habitación se hallaba al fondo del largo pasillo, al otro extremo de la alcoba, y cuando ella la visitó por primera vez se le iluminaron los ojos de tal forma que llegó a sugerirle el traslado de la cama de matrimonio a aquella habitación minúscula. Tras constatar con una cinta métrica que era imposible colocar el colchón sin que tuvieran que saltar por la ventana, o que corrían el riesgo de quedarse atrancados allí sin poder abrir la puerta, ella no quiso darse por vencida. La atracción que ejercía sobre ella aquella estancia era tan fuerte, que cuando se despertaba muy temprano, siempre unas horas antes que él, tras tomar el café y fumar un cigarrillo, comenzaba a trajinar por la casa con ocupaciones domesticas que se iba inventando según las ocurrencias de la hora, hasta que llegaba el momento en que le entraba otra vez el sueño, atravesaba el pasillo, abría la puerta de la habitación y se volvía a dormir en aquella cama sólo para su cuerpo. Ella decía que era allí donde dormía a pierna suelta, su momento feliz de sueño profundo a primeras horas de la mañana. Muchos días, cuando él se levantaba y no la encontraba en la cocina o por ninguna de las otras habitaciones, iba hasta la pieza donde sabía que se encontraría y le daba un beso si estaba dormida o un abrazo si estaba despierta, pero nunca se atrevía a meterse en la cama con ella. Aunque la cama era pequeña, lo que lo detenía no era la incomodidad de estar apretujado, sino el aviso de que si abría las sábanas para yacer junto a ella acabaría violando su lugar más íntimo. Cuando ella comenzó a colgar cuadros sugerentes que le revelaban de una manera vaga los rasgos de su carácter, y cuando más tarde retiró su joyero del aparador de la alcoba y se acabó llevando los frascos de perfume porque era, según decía, en esa habitación donde se despertaba y donde debía comenzar las tareas de su aseo, comenzó a amoscarse y a sentirse como un marido que se estaba quedando viudo a plazos. La alcoba ya sólo olía al soso perfume de su propio cuerpo y se sentía desvalijado cada vez que miraba el espacio vacío del aparador donde debía hallarse el cofrecito con las joyas. Aunque ella no trasladó ningún adorno de la alcoba, y durante un tiempo sólo se dedicó a renovar las lamparitas de noche y los percheros, a montar estanterías y a colocar algún espejo, a él ya le gustaba más la decoración de aquella habitación que la de su propia alcoba, que ahora se le aparecía más fea y huérfana desde que ella por las mañanas se levantaba más temprano y se enclaustraba en la habitación, que de pronto se le había hecho impenetrable. Se sentía traicionado. No se atrevía a entrar sin llamar a la puerta y, como casi siempre la veía cerrada, tenía siempre el escrúpulo de no llamar.

martes, 5 de noviembre de 2024

CUENTOS MÍNIMOS 22. LA LARVA




 Hasta hace unos pocos días yo era conocido como el pescador de peces vivos, pues todos los días me iba al paseo marítimo con mi caña de pescar, sin faltar un sólo día, aunque no pescase nada más que un pez, con eso me conformaba y todos los otros pescadores que se colocaban con su caña acodados en la barandilla del paseo marítimo se extrañaban de verme desistir a la primera captura y siempre que me veían recoger los utensilios de la pesca y meter el pez en el cubo de agua que llevaba conmigo, se preguntaban -a veces me inquirían a mí directamente- por qué no seguía lanzando más veces el anzuelo, siempre como un escualo devorando más y más peces para comer, después de asarlos o freírlos, tal como debían hacer, imagino, mis compañeros de faena en el paseo marítimo. Pero estoy seguro de que no entienden que yo nos los quiero para comer, a mí me basta con un solo pez cada día y todos los días rezo para que sea el último.

viernes, 18 de octubre de 2024

AFORISMOS Y CAVILACIONES 33. SOBRE LAS EDADES DEL HOMBRE (III)

 




No se le tiene miedo a la vejez, sino al haber vivido en vano y erradamente. No es el horror a que envejezca el cuerpo, sino a que se haya corrompido el alma.

*****

Quien anhela volver a ser joven de nuevo, no sabe apreciar las épocas que le tocó vivir. Malgastó el tiempo de joven, igual que lo hará de viejo.

*****

La prueba de que la humanidad está poco desarrollada es que el hombre apenas piensa en la muerte cuando es niño y la tiene siempre presente cuando es viejo. Una humanidad más evolucionada procuraría que el niño fuera consciente de que la vida es preciada y frágil, siempre en trance de perderse, y le presentaría desde el principio a la muerte como la gran enemiga del género humano. Lo que la convertiría en la gran prueba de fuego para hacer madurar a los hombres, que aprenderían pronto a dejar de temerla hasta convertirla en aliada. Así podrían, gracias a esta alianza, llegar a la vejez libres de todo miedo, serenos y siempre apreciando lo que les ha tocado en suerte.

*****

Acaso el secreto de la eterna juventud ya lo poseían los antiguos al morir en la flor de la edad. Con la obsesión actual de alargar la vida más allá de lo razonable, todo lo más que podemos conquistar los modernos es el secreto de la eterna decrepitud.

*****

El joven se entrega a lo nuevo debido a su ignorancia. Al no contar con la experiencia del pasado, no le queda más que la falta de discernimiento para su época. La razón de que aliente lo nuevo es su pobreza. No cuenta con nada propio que le pueda abrigar, de ahí que se entregue a los implementos externos de la novedad y la moda, esa madre de la muerte. Vive en la intemperie de los tiempos. Si, en cambio, el viejo desconfía de lo nuevo es porque cuenta con cierta sabiduría. Ha visto pasar tantas cosas nuevas que se han hecho viejas, que se ha vuelto un apóstata de lo nuevo. Cualquier cosa nueva es vista por él como una impostura que lo saca de su anterior postura, y así hasta el infinito. Tal vértigo de unos tiempos que se van devorando unos a otros con extrema velocidad le desalienta y fatiga. Su sabiduría le lleva a buscar en las cosas y en los tiempos otro tipo de valor. Su riqueza consiste en que se ha hecho hijo de todos los tiempos y puede vivir bajo su abrigo, y no podría cambiar este amparo por exponerse a vivir en la intemperie. La experiencia de las edades es la que aporta nuestro capital de vida, que es cierta sabiduría vital. El joven vive en la indigencia por necesidad, como el viejo vive en la riqueza por la virtud de su edad.

*****

La vejez es la edad del escepticismo, como la juventud la de la fe. Sólo las generaciones más provectas ven con claridad que no vinieron para escribir la historia.

*****

La era digital ha hecho retroceder al hombre a su edad más pueril, colocándole un juguete entre las manos. Desde la aparición del móvil, todos pasan su tiempo libre como niños  en un recreo y hasta los más ancianos se han vuelto adolescentes.

*****

En la primera edad, casi todas las palabras que escuchamos son sabias o así nos lo parecen, mientras que en nuestra última edad casi todas nos parecen necias. Y es que según el grado de conocimiento o de ignorancia que tenemos en cada edad, concedemos a las palabras un distinto valor. Cuanto más ignorantes somos, más sabias nos parecen. Cuanto más sabios, más necias.

*****

miércoles, 16 de octubre de 2024

LA SONRISA

 

 




Había perdido el conocimiento y me recogieron de la acera de una calle en donde estaba tirado; y luego me llevaron al hospital, en una ambulancia, supongo, porque eso no lo he preguntado. Ellos sí, las enfermeras, los celadores, el médico que me cosió la frente me preguntaron cómo me había hecho aquella tremenda herida. Pero yo no me atrevo a contarles la verdad. Me da vergüenza. Digo que no me acuerdo. Pero creo que acabaré contándolo, que voy a contar como sucedió todo.

lunes, 7 de octubre de 2024

CUENTOS MÍNIMOS 21. EL HOMBRE MUERTO ("Memento mori")

 


Ella se estaba acordando del hombre muerto -o eso dijo, "me estoy acordando del hombre muerto ese que vimos desde el autobús junto a los policías"-, sin duda no se acordaría del hombre si lo viera de pie y gesticulando, siempre llaman la atención los hombres caídos, sobre todo si están tapados con una sábana blanca desde los pies hasta la cara: la curiosidad y el terror de ver la expresión de sorpresa de su cara, la expresión que nos guardaban y nunca nos enseñaron, es ahí cuando podemos estudiar mejor al que estaba vivo, arrancarle su máscara. El terror que nos inspiran los muertos viene de que se quedan ahí tan parados y es un milagro cotidiano tan grande como si de repente empezáramos a ver los muebles de la habitación echar a andar con vida propia. Pero ahora son ellos los que se han convertido en muebles que se irán comiendo las termitas. Sólo que no queremos ver el milagro de cómo era lázaro antes de resucitar, cuán desfigurado y putrefacto estaba. Nuestro deseo de que no se mueran, y nuestro terror también, nos hace ver a los muertos resucitando con la misma cara que tenían antes de morirse. Ninguno ha deseado ver al muerto resucitando con su terrible cara de muerto. Les tenemos miedo. Y también fascinados, vemos que el muerto tiene algo de cuando estaba vivo. Está allí y no está allí y no sabemos dónde está. ¿Dónde está él? ¿Y dónde estamos nosotros? Por de pronto no estamos muertos y eso ya es un buen comienzo. ¿Y no será -decía aquél- que lo que llamamos muerte es vida y lo que llamamos vida es muerte? Masco palabras de vivos que dijeron palabras sobre los muertos. ¿Pero qué dirán los muertos? ¿Seguirán sin parar diciendo palabras que alimentaron su consciencia o han comprendido que ellas estaban envenenadas y que hay que decir las cosas de otra manera? Quizás el solo gesto de la muerte nos asuste tanto que nos deje sin habla. ¿Pero qué le queda a uno cuando ya no le queda nada a lo que temer? ¿O será eso la muerte, vivir en su terror permanentemente, entre las mandíbulas del monstruo? ¿Será eso el infierno y, como vamos a residir tanto tiempo en él, algo de éste salpica nuestras vidas y las contamina? Habría que preguntarse dónde está el paraíso, donde está la vida. ¿No será la felicidad la mejor manera de enfrentarse a ella, a la muerte, burlarse de ella, no pensar en ella? ¿Será por ser desgraciados por lo que pensamos tanto en ella? Y los más desgraciados no sólo piensan en ella; se quitan de en medio y van hacia ella. La felicidad debe ser el estado en que ningún átomo del cuerpo piensa en ella. Pero ahí están los poros de la piel en carne de gallina. Me gustaría ser feliz. Seguramente el paraíso es eso, morir siendo feliz, morir en estado de gracia. Sólo podremos ver el paraíso cuando dejemos de temer a la muerte.

 

sábado, 5 de octubre de 2024

CUENTOS MÍNIMOS 20. LA CHAPUZA

 



En literatura cada línea es pertinente para la siguiente. Hay que saber dónde se pone el pie y dónde se va a poner. Es imposible escribir si no se sabe qué palabra viene después. Si en seguida nos olvidamos de las palabras precedentes corremos el riesgo de perdernos. Y entonces no tendremos nada qué contar. Quiero decir con esto que es importante que cada línea esté encadenada con la que lo precede y ensartada con la que sigue. De esta manera somos capaces de construir un texto fluido, compacto, de una pieza. Es entonces cuando nos sentimos artistas. Pero es necesario, antes de ponerse a escribir, conocer el principio del texto, para saber de qué lugar vamos a partir; y, por supuesto, sin conocer el final malamente nos podremos aventurar a escribir.

miércoles, 2 de octubre de 2024

CUENTOS MÍNIMOS 19. Pero, ¿cómo se para esto?

 


Aquel 14 de julio comenzó como una anomalía en el calendario. En el bar donde acostumbro a parar, la conversación  se había hecho un bucle girando sobre la misma imagen: el maillot amarillo del Tour de Francia era arrollado por una moto y escalaba el Mont Ventoux en plan “marathon man”, cargando la bicicleta rota en el brazo y corriendo hacia la meta. Por el taxista que me devolvió a casa de madrugada, supe que la anomalía se  había desplazado a Niza y se montaba en un camión. “Brutal”: esa era la única palabra que me venía a la boca al enterarme de que un camión había arrollado a la multitud. ¿Qué más podía decir? Que no pude conciliar el sueño en toda la noche, así que aproveché para hacer limpieza. A las nueve de la mañana, cogí por fin un hato de ropa sucia y lo llevé a la lavandería automática. Cuando llegué, ya estaba sentado aquel hombre  de nariz aguileña vigilando su ropa. Una televisión exprimía una y otra vez las mismas imágenes.

-“Ha sido brutal”, repitió el hombre. “Una barbarie”.