Siento que andan las islas, que la tierra se asombra de sentirme otro hombre tan distinto al que impuso a sus huéspedes la pena de matarle día a día. Las costas que están tristes de no viajar nunca y nacieron de espaldas al mundo por no verlo ni oirlo, acostadas de pena saben que se van lejos, sienten que me llevan muy lejos sin ni mi nombre ni el número de veces que fui odiado y querido por los mismos que a estas horas en hueco tendrán que recordarme, que zaherirme, al encontrarme mis huellas en ese insulto dicho casi sin ganas, en aquel proyecto nunca llevado a cabo o en aquella pasión mantenida hasta el límite donde tan sólo un paso más de una sima de sangre. Amigos, ¿no sentís cómo andan las islas? ¿No veis que ya voy a doblar hacia esas corrientes que se entran lentísimas en la inmovilidad de los mares sin olas y los cielos paralizados? Oigo el llanto del Globo ...
¡Ay! -dijo el ratón-. El mundo se hace cada día más pequeño. Al principio era tan grande que le tenía miedo. Corría y corría y por cierto que me alegraba ver esos muros, a diestra y siniestra, en la distancia. Pero esas paredes se estrechan tan rápido que me encuentro en el último cuarto y ahí en el rincón está la trampa sobre la cual debo pasar. -Todo lo que debes hacer es cambiar de rumbo -dijo el gato…y se lo comió.