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Mostrando entradas de octubre, 2024

AFORISMOS Y CAVILACIONES 33. SOBRE LAS EDADES DEL HOMBRE (III)

  No se le tiene miedo a la vejez, sino al haber vivido en vano y erradamente. No es el horror a que envejezca el cuerpo, sino a que se haya corrompido el alma. ***** Quien anhela volver a ser joven de nuevo, no sabe apreciar las épocas que le tocó vivir. Malgastó el tiempo de joven, igual que lo hará de viejo. ***** La prueba de que la humanidad está poco desarrollada es que el hombre apenas piensa en la muerte cuando es niño y la tiene siempre presente cuando es viejo. Una humanidad más evolucionada procuraría que el niño fuera consciente de que la vida es preciada y frágil, siempre en trance de perderse, y le presentaría desde el principio a la muerte como la gran enemiga del género humano. Lo que la convertiría en la gran prueba de fuego para hacer madurar a los hombres, que aprenderían pronto a dejar de temerla hasta convertirla en aliada. Así podrían, gracias a esta alianza, llegar a la vejez libres de todo miedo, serenos y siempre apreciando lo que les ha tocado en suert...

LA SONRISA

    Había perdido la consciencia y me recogieron de la acera de una calle en donde me encontraron tirado; y luego me llevaron al hospital, en una ambulancia, supongo, porque eso no lo he preguntado. Ellos sí, las enfermeras, los celadores, el médico que me cosió la frente me preguntaron cómo me había hecho aquella tremenda herida. Pero yo no me atrevo a contarles la verdad. Me da vergüenza. Digo que no me acuerdo. Pero tarde o temprano tendré que acabar contándolo. Así que voy a contar como sucedió todo. Lo que más recuerdo de esa noche era la lluvia, ya era bastante tarde, y como llovía tanto, casi nadie circulaba por la calle. Yo no llevaba paraguas, pero no me importaba mojarme y vagabundeaba por las calles buscando, como casi siempre, alguna novedad, algo todavía indefinido, una aventura que salpimentase la vida insulsa que llevaba, alguien con quien poder intercambiar unas palabras, cualquier cosa que me electrizase, que me transformase. No lo había encontrado en los libr...

CUENTOS MÍNIMOS 21. EL HOMBRE MUERTO ("Memento mori")

  Ella se estaba acordando del hombre muerto -o eso dijo, "me estoy acordando del hombre muerto ese que vimos desde el autobús junto a los policías"-, sin duda no se acordaría del hombre si lo viera de pie y gesticulando, siempre llaman la atención los hombres caídos, sobre todo si están tapados con una sábana blanca desde los pies hasta la cara: la curiosidad y el terror de ver la expresión de sorpresa de su cara, la expresión que nos guardaban y nunca nos enseñaron, es ahí cuando podemos estudiar mejor al que estaba vivo, arrancarle su máscara. El terror que nos inspiran los muertos viene de que se quedan ahí tan parados y es un milagro cotidiano tan grande como si de repente empezáramos a ver los muebles de la habitación echar a andar con vida propia. Pero ahora son ellos los que se han convertido en muebles que se irán comiendo las termitas. Sólo que no queremos ver el milagro de cómo era lázaro antes de resucitar, cuán desfigurado y putrefacto estaba. Nuestro deseo de qu...

CUENTOS MÍNIMOS 20. LA CHAPUZA

  En literatura cada línea es pertinente para la siguiente. Hay que saber dónde se pone el pie y dónde se va a poner. Es imposible escribir si no se sabe qué palabra viene después. Si en seguida nos olvidamos de las palabras precedentes corremos el riesgo de perdernos. Y entonces no tendremos nada qué contar. Quiero decir con esto que es importante que cada línea esté encadenada con la que lo precede y ensartada con la que sigue. De esta manera somos capaces de construir un texto fluido, compacto, de una pieza. Es entonces cuando nos sentimos artistas. Pero es necesario, antes de ponerse a escribir, conocer el principio del texto, para saber de qué lugar vamos a partir; y, por supuesto, sin conocer el final malamente nos podremos aventurar a escribir.

CUENTOS MÍNIMOS 19. Pero, ¿cómo se para esto?

  Aquel 14 de julio comenzó como una anomalía en el calendario. En el bar donde acostumbro a parar, la conversación  se había hecho un bucle girando sobre la misma imagen: el maillot amarillo del Tour de Francia era arrollado por una moto y escalaba el Mont Ventoux en plan “marathon man”, cargando la bicicleta rota en el brazo y corriendo hacia la meta. Por el taxista que me devolvió a casa de madrugada, supe que la anomalía se  había desplazado a Niza y se montaba en un camión. “Brutal”: esa era la única palabra que me venía a la boca al enterarme de que un camión había arrollado a la multitud. ¿Qué más podía decir? Que no pude conciliar el sueño en toda la noche, así que aproveché para hacer limpieza. A las nueve de la mañana, cogí por fin un hato de ropa sucia y lo llevé a la lavandería automática. Cuando llegué, ya estaba sentado aquel hombre  de nariz aguileña vigilando su ropa. Una televisión exprimía una y otra vez las mismas imágenes. -“Ha sido brutal”, repit...