Nunca él había envidiado a nadie, pero por primera vez sintió celos de algo que no era humano y se sentía estúpido. Creía tener celos de una parte de la casa, que cada vez se le hacía más extraña. La habitación se hallaba al fondo del largo pasillo, al otro extremo de la alcoba, y cuando ella la visitó por primera vez, se le iluminaron los ojos de tal forma, que llegó a sugerirle el traslado de la cama de matrimonio a aquella habitación minúscula. Tras constatar con una cinta métrica que era imposible colocar el colchón sin que tuvieran que saltar por la ventana, o sin correr el riesgo de quedarse atrancados allí sin poder abrir la puerta, ella no quiso darse por vencida. La atracción que ejercía sobre ella aquella estancia era tan fuerte, que cuando se despertaba muy temprano, siempre unas horas antes que él, tras tomar el café y fumar un cigarrillo, comenzaba a trajinar por la casa con ocupaciones domesticas que se iba inventando según las ocurrencias de la hora, hasta que lleg...
Bitácora de Poesía y Pensamiento