domingo, 28 de mayo de 2017

POETAS 67. Konstantino Kavafis V (La historia de los dioses)

 
 



Konstantino Kavafis nació en Alejandría el 29 de abril de 1963 en el seno de una familia de comerciantes de clase elevada, siendo el menor de nueve hermanos. Kavafis contaba siete años cuando murió su padre, quien había dejado una menguada fortuna después de haberse convertido en uno de los comerciantes más ricos de la ciudad. En 1873 se traslada con su familia a Liverpool, donde su padre ya había fundado una compañía comercial de exportación de algodón que  también operaba en Londres. En esta última ciudad residió durante seis años, llegando a hablar un perfecto inglés que más tarde le sirvió para ascender dentro de la administración egipcia. Ante la quiebra de la compañía familiar, tras una serie de desafortunadas operaciones en bolsa, la familia regresó a Alejandría en 1877. Los tumultos ocurridos en  junio de 1882, atizados por los nacionalistas árabes contra los cristianos y europeos, con la posterior ocupación inglesa de la ciudad de Alejandría, obligaron a los Kavafis a refugiarse en Constantinopla.  Tras residir en esa ciudad tres años, la familia regresó a  Alejandría, donde  Konstantino Kavafis comenzó a trabajar como corredor de la bolsa de Algodón. Más tarde consiguió un trabajo sin remunerar en la Oficina de Riegos con la esperanza de obtener un puesto fijo, lo que acabó logrando en abril de 1892. En esa misma oficina, con algún que otro ascenso, siguió trabajando hasta que en 1922 se acogió a una jubilación anticipada que le era favorable y que le permitió vivir sus últimos años ya dedicado a la poesía y a la escasa difusión de su obra. Se dice que Kavafis escogió adrede un trabajo mal remunerado con mucho tiempo libre para poder dedicarse por entero a su arte. Su propia familia había tratado de mantenerle lejos del mundo laboral con el propósito de que pudiera explotar su talento precoz a través de una carrera en el mundo de las letras. Aunque Kavafis no llego a gozar del mismo lujo que rodeó a su familia en vida de su padre, llegó a alcanzar una posición holgada que le permitió ciertos caprichos fuera del alcance de la mayoría de sus conciudadanos. Sin embargo, no resultaba raro oír a Kavafis maldecir de su trabajo precisamente porque le quitaba tiempo para su arte “Cuantas veces –confesó Kavafis a un joven poeta-, durante mi trabajo, me llega una bella idea, una rara imagen, con imprevistos versos del todo resueltos, y me veo obligado a abandonarlos porque el trabajo no se puede dejar pasar de largo”. Como oficinista disponía de un salario alto para la época  y su periodo de vacaciones llegaba a durar hasta 12 semanas anuales. Kavafis entró a trabajar en la oficina con la tarea de copiar cartas a mano. Más tarde pasó a ser el corrector de las cartas que copiaban otros y podía llegar a corregir la misma carta una y otra vez, cargando las tintas en cada signo de puntuación. Según alguno de sus subordinados, su disimulo en el trabajo llegaba hasta el extremo “de llenar su mesa de carpetas que abría y llenaba de papeles para dar la impresión de que estaba sobrecargado de trabajo. Luego, cuando llegaba la hora de salir, los recogía y los volvía a poner en su sitio” A pesar de que Kavafis comenzó a escribir a una edad temprana, él mismo fechó el inicio de su carrera poética a partir de 1891. Cuenta su confidente Melanos que durante esos primeros años, tras su vuelta a Alejandría, la pasión le dominaba de tal manera que pasaba noches enteras lejos de su casa, en los barrios bajos, a escondidas, relacionándose con jóvenes obreros en bares y colmados, y viéndose obligado a sobornar a sus propios criados para que no le delatasen. Pero a comienzos de la década de los noventa Kavafis comienza a volcarse en su obra y a publicar poemas en algunas revistas de Alejandría y Atenas, o imprimiéndolos en hojas sueltas, llegando, incluso,  a confeccionar panfletos e impresos para distribuirlos entre amigos y familiares en ediciones no venales. Parece ser que Kavafis nunca se ponía a escribir poemas de principio a fin. Los iba trabajando durante largos periodos, a menudo dejándolos dormitar años enteros, hasta que se le despertaba la inspiración y volvía sobre ellos. Su amigo Sarayannis escribió: “Kavafis no había nacido poeta; se hizo poeta año tras año. Halló su forma definitiva en 1911. Después él creía que sólo a partir de esta fecha había logrado ser poeta y a menudo renegaba de sus poemas anteriores, llegando a hacer desaparecer los panfletos que emitió en 1904 y 1911”. A partir de esa fecha Kavafis se hace consciente de la singularidad de su obra e inicia un nuevo sistema de publicación para un público escogido, en donde combina las hojas sueltas con los folletos, haciendo engrosar un corpus canónico que al final alcanzaría 154 poemas. Con razón afirma Seferis que “a partir de cierto momento que podría situarse hacia 1910, la obra de Kavafis debería ser leída y juzgada no como una serie de poemas separados sino como un poema único”. Un poliédrico poema donde convergen el erotismo y la sensualidad, la vida de la historia y la memoria de su vida, o de otras vidas, todo ello profundizado por una aguda conciencia de su tarea de artista. También es a partir de 1911 cuando su vida amorosa y sexual comienza a hacerse más discreta, a la vez que comienza a apartarse de la vida social. Famosa fue la conferencia sobre la poesía de Kavafis que el 23 de febrero de 1918 dio en Alejandría su amigo Singópulos, y que otro grupo de amigos disidentes intentó impedir a toda costa. Según palabras de su biógrafo, Robert Liddell, en esta conferencia “se establece como una opinión de Kavafis  la de que el artista no puede llevar en su juventud una vida disciplinada, contrariamente a la que deben hacer el estudioso, el político y el comerciante. Sus actividades no tienen necesidad de altas horas en la noche ni de gasto de vitalidad y placer físico –necesitan sólo una cabeza clara por la mañana y durante todo el día-.  Para el artista esa vida disciplinada es imposible y no sería correcta. Kavafis no quiere decir que el artista deba disiparse, sino que debe liberarse”. A partir de 1921,  en que decide no renovar su contrato de trabajo –“por fin me veo libre de esta asquerosidad”, dijo al abandonar su oficina-, Kavafis se recluye en su modesto piso donde pasa los últimos años casi apartado de la vida literaria y rodeado de una cohorte de admiradores que iban a visitarle a diario. Era habitual verle pasear despacio por las calles de Alejandría, con las manos en los bolsillos, deteniéndose a mirar los escaparates y siempre hablando consigo mismo o informándose sobre temas históricos cuando encontraba a alguien que pudiera saciar su curiosidad. Kavafis llegó a ser una figura muy popular en su ciudad, conocido por casi todos los camareros de los cafés y restaurantes donde entraba ávido por estudiar  a los clientes y en donde entablaba conversación con comerciantes, corredores de bolsa y gentes de todas las condiciones y oficios. En su último año de vida perdió la voz y  se vio obligado a comunicarse por medio de notas manuscritas, tras ser sometido a una operación por un cáncer de garganta. Murió el día en que cumplió setenta años, el 29 de abril de 1933.
 
 

No es extraño que el poeta de la evocación y de la memoria que era Kavafis se adentrase en el recuerdo de la Historia para resucitar personajes y vidas con los que poder dialogar o iluminar la propia época que le tocó vivir. Los personajes históricos –ya sean celebres o anónimos- a los que Kavafis da vida en sus poemas se ven arrastrados por la corriente de la Historia, siempre apurados ante distintas disyuntivas, tomando decisiones que modifican incesantemente el curso de los acontecimientos, de sus vidas y de las vida de los otros. La polémica religiosa que tuvo lugar en los primeros siglos de la era cristiana, donde distintos cultos y formas de ver la vida se enfrentaban, fue para Kavafis fuente de inspiración y motivo para reflexionar. En algunas ocasiones, la identificación de Kavafis con determinados sucesos o personajes históricos le permitía ejemplificar mejor las dificultades a las que se enfrentaba con su vida y su obra. Así ocurre por ejemplo en su poema “No comprendo”, donde Juliano el apóstata aparece condenando las creencias de los cristianos, de una forma similar a como su biógrafo de Kavafis, Timos Malanos, condenaba alguno de sus poemas sin haberlos comprendido realmente, acaso por algún escrúpulo moral que le llevaba a repudiar la parte más escandalosa de su obra. Los poemas históricos de Cavafis abarcan veinte siglos de la vida griega, que van desde la época clásica hasta la caída de Bizancio. Apenas interesado por la Grecia Clásica, se centró especialmente  en la época en que la Magna Grecia sucumbe ante el poder de Roma: en esos personajes históricos decadentes y refinados que habitaban los reinos macedonios, seléucidas y ptolemaicos,  y en donde ya comienza a percibirse el eclipse de la cultura griega y su deriva histórica. Tal como ocurre en la epopeya homérica, los dioses se transfiguran en bellos cuerpos que descienden a la tierra para mezclarse con los hombres y turbarlos con el resplandor de su belleza. Dioses que cohabitan con los hombres, llenos de sensualidad, capaces de entregarse a la orgía y al imperio de los sentidos. En el poema “si ha muerto”, Kavafis opone al mesías de los cristianos la figura mítica de Apolonio de Tiana,  sabio por sus enseñanzas y artífice de milagros,  que desapareció un día sin que nadie tuviera noticia de su muerte, y al que se espera que retorne al mundo para enseñar la verdad y devolver a los hombres el antiguo culto a los dioses griegos. La tensión entre paganismo y cristianismo es puesta en escena en la serie de poemas que Kavafis escribió sobre Juliano, el emperador romano que reinstauró el paganismo como religión oficial. Esta pervivencia de distintas creencias y cultos, incluso en la intimidad de una misma persona, puede verse en el poema “la enfermedad de Kleito”, donde la sirvienta de un joven cristiano alejandrino gravemente enfermo regresa a los antiguos cultos con la esperanza de librar a su amo de una muerte a la que no es capaz de vencer el dios resucitado al que se implora. El desprecio que destilan los poemas dedicados a la figura del emperador Juliano viene justificado -a juicio de Jane Lagoudis Pinchin, en su obra sobre Alejandría- porque Juliano “tuvo el valor de negar la lógica conexión entre las correrías nocturnas de Kavafis y ese pasado helénico que el poeta solía manipular y justificar a su conveniencia”. Estas correrías nocturnas en busca del placer y las diversiones aparecen en el poema de temática religiosa “Miris, de Alejandría”, donde un personaje que habitó en el siglo IV acude al velatorio de un amigo cristiano al que sus parientes honran con el ritual de su credo. Se hace evidente aquí, en este poema donde un pagano descubre en el último momento la verdadera raíz e identidad de un amigo al que creía conocer, que lo que interesaba a Kavafis de la problemática religiosa era la complejidad histórica que provoca la aparición de distintos credos religiosos, al insertar modos heterogéneos de entender la vida, que más allá de la comunidad humana, producen la extrañeza, la incomunicación e incluso la enemistad entre los hombres.

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EL DIOS ABANDONA A ANTONIO

(1911)

Cuando de pronto a media noche oigas
pasar una invisible compañía
con admirables músicas y voces –
no lamentes tu suerte, tus obras
fracasadas, las ilusiones
de una vida que llorarías en vano.
Como dispuesto desde hace mucho, como un valiente,
saluda, saluda a Alejandría que se aleja.
Y sobre todo no te engañes, nunca digas
que es un sueño, que tus oídos te confunden;
a tan vana esperanza no desciendas.
Como dispuesto desde hace mucho, como un valiente,
como quien digno ha sido de tal ciudad,
acércate a la ventana con firmeza,
escucha con emoción, mas nunca
con lamentos y quejas de cobarde,
goza por vez final los sones,
la música exquisita de esa tropa divina,
y despide, despide a Alejandría que así pierdes.



*****


EN LA IGLESIA

Amo la iglesia -sus ángeles,
la plata de sus cálices, sus candelabros,
el púlpito, las imágenes, el altar.



Cuando entro en la iglesia de los griegos,
con la fragancia del incienso,
las voces y armonías de su liturgia,
la digna presencia de los sacerdotes
y el solemne ritmo de cada uno de sus gestos-
espléndidos en sus vestiduras sagradas-
mi espíritu sueña con la grandiosidad de nuestra raza,
la gloria de Bizancio.



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UNO DE SUS DIOSES
(1917)


Cuando uno de ellos atravesó el ágora
de Seleucia, al caer de la tarde,
en el cuerpo de un hombre joven, alto y hermoso,
con la alegría de la inmortalidad en su pupilas,
perfumada la negra cabellera,
  los que al pasar lo contemplaban
preguntábanse uno a otro si acaso alguno lo conocía,
si era tal vez griego de Siria o un extranjero. Pero otros
que más atentos lo miraban
comprendían y se apartaban;
y mientras él bajo los pórticos desaparecía,
entre las sombras y la luz del crepúsculo,
hacia los barrios que despiertan en la noche
sólo para la orgía y la embriaguez
y la lujuria y todo género de vicios,
admirados se preguntaban cuál de todos era éste,
y por qué  equívoca sensualidad
hasta las calles de Seleucia descendía
desde la alta majestad de sus moradas.



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SI HA MUERTO

(1920)

“¿Dónde fue, dónde se escondió el Sabio?
Después de sus muchos milagros,
en la fama de sus enseñanzas
que a tantas naciones se había propagado,
repentinamente se escondió y nadie sabe
con certeza qué se hizo de él
(ni tampoco nadie vio su tumba).


Algunos dieron la noticia de su pérdida en Éfeso.
Pero en los textos de Dami nada hay
escrito sobre la muerte de Apolonio.
Otros aseguraron que desapareció en Lindo.
Sin duda no es verdadero
el relato de que fue llevado a Creta,
al antiguo santuario de Diktina.-
Mas tenemos el milagro,
su sobrenatural aparición
a un joven estudiante en Tiana.-
Quizás no ha llegado el tiempo aún en que su retorno
deba manifestarse al mundo;
O quizás, transformado, entre nosotros
ande sin ser reconocido.- Pero reaparecerá
tal como era, enseñando la verdad. Entonces
traerá de nuevo la adoración de nuestros dioses
y nuestras exquisitas ceremonias griegas”.


Así fantaseaba en su pobre habitación-
después de una lectura de Filóstrato:
“Sobre Apolonia de Tiana”-
uno de los muy pocos paganos
que habían sobrevivido. Por otra parte -hombre vulgar
y temeroso- en público
se hacia el cristiano y hasta iba a la iglesia.


Era el período en que reinaba,
con su extrema devoción, Justino el viejo,
y Alejandría, ciudad temerosa de los dioses,
odiaba a los miserables idólatras.



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JULIANO, AL CONSTATAR LA INDIFERENCIA

(1923)

“Viendo la mucha indiferencia que hay
entre vosotros con respecto a los dioses” -dice con aire grave.

 Indiferencia ¿Pero qué espera aún?
Reformó a su gusto el orden religioso,
cuanto quiso escribió al sumo sacerdote de los Gálatas
y a otros así, distribuyendo normas y consejos.
Sus amigos no son cristianos;
por supuesto. Y no pueden sin duda
jugar como él (que en el cristianismo nació y creciera)
con reformas religiosas,
ridículas en la teoría y en la práctica.
Después de todo son griegos. No exageres, Augusto.



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JULIANO EN NICOMEDIA

(1924)

Actos arriesgados y vanos.
Celebraciones del ideal Griego.


Milagros y visitas a los templos
paganos. Entusiasmo por los antiguos dioses.


Frecuentes conversaciones con Crisanto.
Las teorías -inteligentes sin duda- del filósofo Máximus.


Y he aquí el resultado. Galo manifiesta una gran
inquietud. Constancio abriga sospechas.


Ah! sus consejeros no eran nada inteligentes.
Esta historia -dice Mardonio- ha ido demasiado lejos,


Y su escándalo debe cesar a toda costa.
– Así Juliano vuelve como lector


a la iglesia de Nicomedia,
donde en alta voz y con profunda unción


lee al pueblo las Escrituras,
y éste admira su piedad cristiana.



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LA ENFERMEDAD DE KLEITO

(1926)

Kleito, un fascinante
joven, de veintitrés años
-de exquisita educación, de gran cultura griega-
está muy enfermo. Lo arrebató la fiebre
que este año asolara Alejandría.


Lo arrebató la fiebre en un momento en que estaba destrozado
por la amargura de que su compañero, un joven actor,
hubiérase negado a verlo y ya no lo deseara.


Está muy enfermo, su familia teme lo peor.

Y una vieja sirvienta que lo crió,
también siente miedo por la vida de Kleito.
Y en su terrible ansiedad
recuerda un ídolo
que adoró siendo niña, antes de entrar, como servidora,
en la casa de esos cristianos, y volverse cristiana.
Lleva furtivamente pan sagrado, y vino, y miel.
Y se lo ofrece furtivamente al ídolo. Recita súplicas rituales
como las recuerda, a trozos. La pobre
no entiende cuán poco a la negra divinidad
le importa que un cristiano sane o no.



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JULIANO Y LOS CIUDADANOS DE ANTIOQUIA

(1926)

!Era imposible que renunciaran
a su maravillosa existencia; a la variedad
de sus diversiones; al esplendor
de su teatro donde se unía al Arte
con las eróticas voluptuosidades de la carne!


Inmorales sin duda -y no poco-
fueron. Pero tenían la satisfacción de saber que su vida
era la inimitable vida de Antioquía,
la placentera, la absolutamente elegante


Renunciar a todo eso, ¿y para qué?

Por sus caprichos sobre los falsos dioses,
su tediosa autopropaganda;
su infantil miedo al teatro;
su ñoñería sin gracia; su ridícula barba.


Oh ciertamente ellos la Chi preferían,
oh ciertamente preferían la Kappa; cien veces.



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GRAN PROCESIÓN DE ECLESIÁSTICOS Y LAICOS

(1926)

Una gran procesión de sacerdotes y de laicos,
donde todas las categorías están representadas,
desfila a través de las calles, plazas y puertas
de la famosa ciudad de Antioquía.


Al frente de esta majestuosa procesión
un efebo bellísimo vestido de blanco sostiene
en sus manos alzadas la Cruz,
nuestra fuerza y nuestra esperanza, la santa Cruz.


Los paganos, ayer soberbiamente altivos,
ahora sumisos y temerosos
con presteza se apartan de la comitiva.
Lejos, lejos de nosotros permanezcan siempre
(al menos mientras no renuncien a su error). Avanza
la santa Cruz. Y por todos los barrios
donde devotamente habitan los cristianos,
reconforta y lleva la alegría:
y salen los devotos a las puertas de sus casas
y se arrodillan, exultantes, adorándola-
fortaleza, salvación del mundo, oh Cruz.


Es la fiesta anual de los cristianos.
Pero este año se celebra más espléndidamente.
El país por fin se ha liberado.
El sacrílego, el abominable
Juliano, ya no reina.


Por el muy piadoso Jobiano elevemos nuestras oraciones.


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SACERDOTE DE SERAPIS

(1926)

Lloro por mi padre, aquel buen viejo
que siempre me amó;
por mi padre, aquel buen viejo
que ha muerto antes del alba.


Mi diario esfuerzo, oh Jesucristo,
es observar las reglas de tu santa iglesia
en todas mis acciones, en cada palabra
y en cada pensamiento,
cada día. Y me aparto de aquellos
que de tu nombre niegan. Pero ahora me lamento
y lloro, oh Cristo, por mi padre,
aunque fue -qué terrible decirlo-
sacerdote de la execrable Serapis.



*****


NO COMPRENDIÓ

(1928)

Referente a nuestras creencias religiosas,
dijo el estúpido Juliano: “He leído, he comprendido,
he condenado”. Como si nos hubiera aniquilado
con su “he condenado”, qué ridículo.


Estas expresiones no nos convencen a nosotros,
cristianos. “Has leído, pero no has comprendido; porque si hubieras comprendido,
no hubieras condenado”, contestamos inmediatamente.



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MIRIS, DE ALEJANDRÍA (340 d. C.)

(1929)

Al saber la desgracia de la muerte de Miris,
fui a su casa, aunque detesto
visitar las casas de cristianos,
sobre todo en duelo o fiesta.


Me quedé en el pasillo. Era inútil
aventurarse más, pues los parientes
al saber mis relaciones con el muerto
dieron muestras de perplejidad y de disgusto.


Le habían colocado en una gran estancia
que desde mi rincón veía
en parte; con tapices riquísimos
y objetos de oro y plata.


Permanecí llorando de pie en mi rincón al final del pasillo.
Y pensé que nuestras reuniones y salidas
no serían lo mismo sin Miris;
que no lo vería ya más en nuestras
desordenadas y magníficas noches
alegrarse, y reír, y recitar
con el perfecto ritmo de su griego;
Y pensé que para siempre había perdido
su belleza, que nunca más tendría
lo que yo amaba tan apasionadamente.


A mi lado unas viejas, en voz baja, hablaban
de sus últimos instantes-
el repitiera constantemente la palabra Cristo,
sosteniendo en sus manos una cruz-.
Después entraron en la habitación
cuatro sacerdotes cristianos, que dijeron fervorosas
plegarias a Jesús,
o a María (escasamente conozco sus creencias).


Nosotros, por supuesto, sabíamos que Miris era cristiano.
Desde el primer momento, desde
los años ya perdidos en que vino con nosotros.
Pero él vivía como uno de los nuestros.
Entregado al placer como ninguno;
pródigo de su hacienda en diversiones.
De la opinión del mundo descuidado,
gustaba de arrojarse en peleas nocturnas
si por casualidad hallábamos
otros grupos rivales.
Jamás hablaba de su religión.
Pero en una ocasión cuando
le dijimos que nos acompañara al templo de Serapis,
pareció disgustarle
esa broma: así lo recuerdo.
Y también algo que sucedió otra noche.
Cuando alzamos nuestras copas brindando por Poseidón,
él se apartó, volviendo el rostro.
Y cuando entusiasmado uno
gritó que lo encomendásemos
al favor y la protección del grande,
el hermoso Apolo -en un susurro dijo Miris
(por los demás no escuchado) “mas no a mí”.
Los sacerdotes cristianos en alta voz
oraban por el espíritu del joven.
Vi con cuánto cuidado,
con qué delicada atención
a las menores formalidades de su religión disponían
todo el funeral cristiano.
Y de pronto un oscuro sentimiento se apoderó
de mí. De forma indefinida estaba perdiendo a Miris;
volvía a los suyos, como cristiano
al fin, y tan sólo yo era extraño
allí; pensé entonces
si la pasión acaso no me habría engañado; si quizás no había
sido siempre extraño a él.
-Corrí alejándome de aquella horrible casa,
antes de que pudiera arrancarme, deformar
su cristianismo mi memoria de Miris.



*****


JULIANO EN LOS MISTERIOS

(1896)

Cuando se vio inmerso en los tenebrosos
abismos tremendos de la tierra,
escoltado por sus griegos,
y vio salir entre grandes luminarias
la inmaterial aparición ante él,
tuvo miedo por un instante el joven,
y resucitando algo en él de sus años de creyente
hízose la señal de la cruz.
La aparición se desvaneció;
sus signos se perdieron -las luces se apagaron.
A los griegos miró receloso
el joven y les dijo: “Habéis visto qué prodigio?
Queridísimos amigos, tengo miedo.
Terror, amigos míos, quiero irme.
¿Veis cómo han desaparecido inmediatamente
esos demonios, cuando hice el signo
sagrado al santiguarme?”
Rieron entonces a carcajadas los griegos:
“Avergüénzate de decir tal cosa
a nosotros, sofistas y filósofos.
Cuéntaselo al obispo de Nicomedia
y a cuantos sacerdotes quieras.
Los grandes dioses de la ilustre Hélade han comparecido
levántaose ante ti.
Y si ahora se han ido, no pienses
que tal gesto los atemorizó.
Apenas te han visto hacer
ese signo tosco, burdo,
su índole gentil se ha disgustado
y se han ido en señal de desprecio”.
Así dijeron, y del miedo
sagrado y la sagrada unción
librose Juliano, convencido
por las ateas palabras de los griegos.



*****


EL VOTO DE ATENEA

Cuando la justicia no logra soluciones,
cuando el juicio de los hombres duda
y otras necesidades enturbian el recto conocimiento,
los Jueces callan
y la compasión de los dioses decide.


Palas dijo al pueblo ateniense:

Yo fundé vuestro Tribunal. Ningún griego
ni cualquier otro estado podrá nunca afirmar
una gloria como ésta. Haced vosotros, honorables
jueces, honor a tal fama. Renunciad
a que la pasión os guíe. Que la gracia
acompañe a la justicia. Si vuestro juicio
es severo, que sea también justísimo
– puro como un diamante sin mácula.
Dejáos gobernar por la moderación,
por la benevolencia, y que vuestros actos siempre
sean magnánimos, sin sombra de venganza u odio”.


Y respondiéronle con honor los ciudadanos:
“Oh dioses, nuestras almas no encuentran
suficiente gratitud
por vuestra altísima ayuda”.
Y la diosa de
los ojos grises replicóles: “Oh mortales,
la divinidad no espera vuestro agradecimiento.
Sed virtuosos y rectos en vuestro juicio.
Eso es suficiente. Además, oh jueces honorables,
recordad que yo guardo mi sagrado voto”.


Los jueces dijeron: “Oh tú, diosa
del estrellado firmamento,
¿cuál es ese voto sagrado?”
No dejéis que la
curiosidad os turbe. Ciertas restricciones existen
en el uso de mi voto. Pero si alguna vez os
encontráis divididos en dos facciones
contrarias, vosotros mismos
emplearéis mi voto, sin que yo abandone
mis celestiales dominios. Oíd, ciudadanos: Deseo
que sobre todo veneréis
la clemencia. En el espíritu
de vuestra Atenea no hay sino una inmensa,
ilimitada, ancestral Piedad.
Sea Metis con vosotros, y hallaréis recompensa
en la suprema sabiduría de los celestes campos.



*****


ETERNIDAD

(Noviembre de 1895)

Arsunas, hombre bueno y noble rey,
odiaba las matanzas de la guerra. Nunca las emprendió.
Pero el espantoso dios de la guerra no lo perdonó
-disminuida era su gloria, sus templos ya vacío-,
y al palacio de Arsunas entró mostrando su ira.
El rey sintió miedo, y el dijo: “Oh gran Dios,
perdóname si soy incapaz de matar a un hombre”.
El dios contestó lleno de desprecio: “¿Te
consideras más justo que yo? Que no te engañen las palabras.
Nunca se toma una vida. Debes saber que nadie
nace y que nadie muere”.

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