jueves, 25 de mayo de 2017

POETAS 99. Osip Mandelstam (Tristia y otros poemas)

 
 


Nacido en el 15 de enero de 1891 en Varsovia, cuando aún pertenecía al imperio ruso, fue un poeta de origen judío y actualmente es considerado  uno de los grandes poetas rusos del siglo XX. Junto con Gumiliov y Anna Ajmátova, Osip formó parte relevante del movimiento acmeista (“Acmé”), palabra tomada del griego y que significa la “cima”, “la perfección”, “el momento de mayor intensidad”. Para comprender la óptica de este movimiento, y particularmente la poesía de Mandelstam, hay que tener presente que el poeta era un judío residente en la capital de la Rusia imperial, con una religión predominantemente ortodoxa, con una estructura política bizantina y que, además, utilizaba un alfabeto ideado por dos monjes griegos. El mismo Mandelstam definió el “acmeismo”, en cierta ocasión, como “nostalgia de una cultura mundial”. Esta pléyade de  escritores reunidos en torno a la revista “Apolo” y a la creada editorial “Acmé”, tomó del movimiento simbolista el gusto por la cultura europea y la mitología occidental, así como una determinada conciencia histórica, una dimensión ética y epistemológica de la sensibilidad poética, que se expresaba en una peculiar forma interna y prosódica del verso. Pero se alejaba del simbolismo en su rechazo de la metafísica y del misticismo. En el principal manifiesto poético escrito por Mandelstam, el poeta reivindica, frente a los futuristas rusos encabezados por Mayakovski y Pasternak, el logos como sentido consciente de la palabra poética, y la creación del poema como una construcción verbal o una arquitectura sonora. Su compromiso se cifraba en la creación poética y en la capacidad de dar cuenta mediante la palabra poética de la realidad social e ideológica de la época soviética. Este prurito por reflejar la época que le tocó vivir puede atisbarse a través de sus propios versos, que saludaron primero con moderado entusiasmo los primeros escarceos de la revolución rusa para oponerse, más tarde, a la deriva tiránica y a sus signos de barbarie, lo que a la postre redundaría en su ostracismo y su condena a muerte. Un poema satírico dedicado a Stalin -“Vivimos sin sentir el país bajo nuestros pies…”-, escrito en el año 1934, le valió ser arrestado y deportado a los Urales. A pesar de que fue puesto en libertad tres años después, su obstinación en seguir escribiendo desenvueltos poemas que irritaban al régimen stalinista provocó enseguida una nueva condena a trabajos forzados en Siberia. Murió en Vladivostok, el mismo año de su ingreso en el campo, en 1938. A juicio de su compatriota Joseph Brodsky, no fue ese famoso poema satírico el que precipitó la ruina de Mandelstam -antes había escrito versos más hirientes: “el poder es repulsivo como los dedos del barbero”-. Su instinto de conservación ya había cedido ante su propia estética. Para Brodsky, su aislamiento estético adquiere dimensiones físicas, que son las dimensiones en las que se disputa, a su juicio, la superioridad intelectual. “Cuando un hombre crea un mundo propio -escribe Brodsky, refiriéndose a Mandelstam- se convierte en un cuerpo extraño contra el que apuntan todas las leyes: gravedad, comprensión, repudiación, aniquilación. (…) En un poeta, la postura ética, y hasta el mismo temperamento, están determinados y conformados por la estética. Esto es lo que explica que los poetas se encuentren invariablemente enfrentados con la realidad social y que su índice de mortalidad indique la distancia que establece esta realidad entre ella misma y la civilización”.
 
 
*****


 TRISTIA

Estudié la ciencia de la despedida
en las calvas quejas de la noche.
Rumian los bueyes y la espera se alarga,
la última hora de las vigilias de la ciudad.
Sigo el rito de esta noche del gallo,
cuando, tras llevar una penosa carga,
los ojos llorosos miraron a lo lejos,
y lágrimas de mujer se mezclaron con el canto de las musas.


¿Quién puede saber al oír la palabra “despedida”
qué separación nos aguarda?
¿Qué nos anuncia el canto del gallo
cuando la llama arde en la Acrópolis?
Y en la aurora de una nueva vida,
cuando en el zaguan perezosamente rumia el buey,
¿por qué el gallo, heraldo de la nueva vida,
en la muralla de la ciudad agita sus alas?


Y yo amo el hilo de la costumbre,
se desliza la canoa, susurra el huso.
Mira: a nuestro encuentro, como plumas de cisne
vuela ya, descalza, Delia.
!Oh mísera trama de nuestra vida,
donde es tan pobre el lenguaje de la alegría!
Todo pasó antes, todo se repetirá de nuevo.
Y sólo nos es dulce el instante del reconocimiento.


Que así sea: una figura transparente
yace inmaculada en el plato,
como la piel tersa de una ardilla.
Una muchacha, inclinada hacia la cera, la contempla.
No nos toca adivinar la suerte del Erebo.
Para las mujeres es cera lo que para los hombres es cobre.
A nosotros sólo en la batalla nos habla el destino,
y a ellas les es dado morir leyendo el futuro.


(1918)



*****


En la diáfana Petrópolis morimos,
donde sobre nosotros gobierna Proserpina.
En cada suspiro bebemos un aire de muerte
y cada hora es para nosotros la hora fatal.


Diosa del mar, terrible Atenas,
quítate el poderoso casco de piedra:
en la diáfana Petrópolis morimos,
aquí no gobierna tú, sino Proserpina.


(1916)


*****


La dorada hidromiel tan espesa y lentamente de la botella
se derramaba que el ama de casa acertó a decir:
-Aquí, en la triste Táuride, adonde el destino nos arrojó,
nunca nos aburrimos-, y miró por encima del hombro.


Todo aquí está al servicio de Baco, como si en el orbe
sólo guardianes y perros hubiera; vas y nadie ves.
Como pesados toneles ruedan tranquilos los días.
A lo lejos, en una choza se oyen voces: no entiendes, no contestas.


Tras el té, salimos al vasto jardín de color canela,
como pestañas, los estores oscuros caían de las ventanas.
Pasando ante blancas columnas, fuimos a las viñas;
allí, un cristal de aire bañaba montañas durmientes.


Y yo dije: En las viñas viven antiguas batallas,
crespos caballeros en rizado orden combaten.
Aquí, en la pétrea Táuride, está el saber de la Hélade:
doradas fanegas de herrumbrosos arriates.


Y en la alcoba blanca como un bastidor permanece el silencio.
Un olor a vinagre, pintura y vino fresco sube de la cava.
¿Te acuerdas? En la casa griega: ¿Cuánto tiempo bordaba
la mujer a quien todos amaban, no Helena, sino la otra?


Vellocino de oro, ¿dónde estas, vellocino de oro?
En todo el viaje murmuraban pesadas las olas,
y dejando la nave, fatigado de los trabajos del mar,
regresaba Odiseo, pleno de espacio y de tiempo.


(1917)


*****


Si canta el reloj saltamontes,
y cruje la fiebre
y susurra el horno seco:
es seda roja que arde.


Si los ratones roen
el fino fondo de la vida:
son una golondrina y su cría
que desamarraron mi barca.


Si la lluvia murmura en el tejado:
es seda negra que arde.
Y el cerezo aliso, incluso en el fondo
del mar oirá: perdona.


Porque la muerte es inocente
y nada puede ayudar.
En el ruiseñor febril
palpita aún un cálido corazón.


(1917)


*****


A CASANDRA

En los instantes floridos no busqué,
Casandra, ni tus labios ni tus ojos,
pero ahora, cómo nos atormenta el recuerdo
de las solemnes veladas de diciembre.


Y en diciembre del año diecisiete
todo lo perdimos, amando.
A uno le despojó la voluntad del pueblo,
al otro a sí mismo se despojó…


Algún día en la loca ciudad,
en la fiesta de los escitas, a orillas del Neva,
al son de un baile abominable,
alzarán la toca de tu bella cabeza.


Y si esta vida es un delirio necesario
y los leños de los barcos son altas casas,
alza el vuelo, victoria sin brazos,
hiperborreica peste.


En la plaza de los vehículos blindados,
veo a un hombre: asusta
a los lobos con las brasas encendidas
de la libertad, la igualdad y la ley.


(1917)



 *****


Cantemos, hermanos, el  crepúsculo de la libertad,
el gran año crepuscular.
En las hirvientes aguas de la noche
se sumergió el triste bosque de las redes.
Te alzas en los años sordos,
!Oh sol, juez, pueblo!


Cantemos la fatal carga
que con lágrimas el caudillo del pueblo lleva.
Cantemos la carga crepuscular del poder,
su insostenible opresión.
Quien tiene corazón debe oír, oh tiempo,
cómo tu nave naufraga.


Nosotros en legiones militares
juntamos a las golondrinas.
Así el sol no se ve y todo elemento
trina, se mueve, vive.
A través de la red “crepúsculo espeso”
el sol no se ve y la tierra flota.


Y bien, probemos: un inmenso torpe
y chirriante golpe de timón.
La tierra flota. !Ánimo, hombres!
!El océano se abrirá bajo el arado!
Y hasta en frío del Leteo recordaremos
que diez cielos nos costó la tierra.


 (1918)


*****


!Qué sima en el remolino de cristal!
Por nosotros interceden los montes de Siena
y las espinosas catedrales de locas rocas
colgadas de un aire de lana y silencio.


De la escala de profetas y reyes
desciende el órgano, la fortaleza del Espíritu Santo,
el vivo ladrido y la mansa furia de los mastines,
las zamarras de los pastores y los báculos de los jueces.


Aquí está la tierra inmóvil. Con ella bebo
el aire fresco y montañoso del cristianismo,
el Credo abrupto, el hálito del salmista,
las llaves y los harapos de los templos de los apóstoles.


¿Qué línea podría propagar
el cristal de las altas notas en el éter fortificado 

y hacer que desde los montes cristianos a un espacio asombrado,
como un canto de Palestrina, descienda la gracia?


(1919)


*****


Hermanos sois, iguales sois, pesadez y ternura.
La pulmonaria y la abeja liban la pesada rosa.
El hombre muere. La arena caliente se enfría.
Y el sol de ayer portan en negras parihuelas.


!Ah, los pesados panales y las tiernas redes!
Es más fácil levantar una piedra que repetir tu nombre.
Sólo me queda una preocupación en la vida: La preciosa preocupación
de desprenderme del peso del tiempo.


Cual agua turbia bebo el aire turbado.
El tiempo fue labrado y la rosa se hizo tierra.
En un lento remolino las pesadas y tiernas rosas,
las rosas de la pesadez y la ternura, en dobles coronas se trenzaron.


(1920)


*****


Olvidé la palabra que quería decir.
Una golondrina ciega regresa con las alas cortadas
al reino de las sombras
para jugar con la claridad.
En el olvido se canta la canción nocturna.


No se oyen los pájaros. La siempreviva no florece.
Transparente crines de caballos nocturnos.
En el río seco flota una barca vacía.
Entre los saltamontes, la palabra olvida.


Lentamente crece, como templo o tienda de campaña
lo que de repente se arroja a los pies,
como loca Antígona, golondrina muerta,
con dulzura estigia y una rama verde.


!Oh, si regresara el pudor de los dedos videntes
y la alegría convexa del reconocimiento!
Temo tanto el sollozo de los Aónides,
del ruido, de la bruma y del hiato!


A los mortales les fue dado el poder de amar y reconocer,
para ellos el ruido se vierte en los dedos,
pero yo olvidé lo que quería decir
y un pensamiento incorpóreo regresa al reino de las sombras.


No es eso lo que repite la transparente
golondrina, amiga, Antígona…
Y en los labios, como hielo negro, arde
el recuerdo del sonido estigio.


(1920)


*****


Porque no supe retener tus manos
porque traicioné la dulzura de tus labios salados,
debo aguardar el alba en la acrópolis dormida.
!Cómo odio el hedor de los viejos troncos!


Los guerreros aqueos  ensillan a oscuras sus caballos,
sus mordientes sierras se aferran a los muros,
nada calma el seco tumulto de mi sangre,
y no hay para ti ni nombre, ni sonido, ni molde.


!Cómo pude pensar que volverías! ¿Cómo osé pensarlo?
¿Por qué me separé de ti antes de tiempo?
Aún no se disipó la sombra ni cantó el gallo,
ni hendió la madera el hacha ardiente.


En los muros la resina destila cuál lágrima transparente
y la ciudad siente sus costillas de madera,
pero la sangre afluye a las escalas y al asalto se lanza.
Tres veces soñaron los guerreros esta imagen seductora.


¿Dónde está la querida Troya? ¿Dónde la casa del rey, de la doncella?
Será destruido el alto nido de Priamo.
Y caen las flechas como lluvia seca de madera,
y otras flechas, como avellanos, crecen en la tierra.


La última estrella, picadora indolora, se apaga,
la golondrina gris de la mañana llama a la ventana
y el lento día se remueve como un buey  entre la paja,
y luce en las calles, arrugadas por tan largo sueño.


(1920)


*****


Cuando una luna urbana aparece en las calles
y lentamente ilumina la ciudad dormida
y crece la noche, llena de desaliento y de cobre,
y la melodiosa cera cede el paso a un tiempo rudo,


y gime el cuco en su torre de piedra
y una pálida segadora, descendiendo a un mundo agotado,
silenciosamente remueve las inmensas agujas de la somba
y arroja al suelo de madera la paja amarillenta.


(1920)


*****


Con el pan de oro en los bosques
refulgen los abetos de navidad.
Los osos de peluche miran entre los arbustos
con ojos terribles.


!Oh mi sabia y profética tristeza!
!Oh, mi tranquila libertad!
El siempre sonriente cristal
del firmamento inerte.


(1908)


*****


Un cuerpo me fue dado ¿qué haré con él
tan único y tan mío?


Decidme: ¿a quien he de agradecer
la callada dicha de respirar y vivir?


Soy el jardinero y soy la flor.
En la cárcel del mundo no estoy solo.


En la vidriera de la eternidad reposa ya
mi calor y mi aliento.
En ella se graba mi arabesco.
recién reconocido.


!Ojalá que el limo deje caer el instante
y no borre mi arabesco querido!


1909


*****


!Oh cielo, cielo, tu soñarás conmigo!
No es posible que te quedes ciego
y quemes el día, como una página en blanco:
!Un poco de humo y de ceniza!


1911


*****


!Oh, este aire, ebrio de revuelta
en la plaza negra del Kremlin!
Los rebeldes mecen la “paz”
y lo álamos huelen a inquietud!


Caras de ceras de las catedrales,
bosque dormido de las campanas,
cuál ladrón sin lengua
escondido entre los machos cabríos.


Mas en las precintadas catedrales,
frescas y umbrías,
como en frágiles ánforas
fermenta el vino ruso.


La Dormición, de asombrosas cúpulas
y admirables arcos celestiales
y la anunciación, verde,
dispuesta a arrullarnos.


El Arcángel, la Resurrección,
transparentes como una palma.
Y por todas partes un fervor latente,
y en los cántaros, un fuego encendido…


1916


*****


Amo, bajo el silencio grisáceo de las bóvedas,
los réquiem y las acciones de gracia
y el rito conmovedor que abraza a todos
del oficio de difuntos en Isaac.


Amo el paso sosegado del celebrante,
la amplia presentación del santo sudario,
y en la red antigua del Genesaret,
la gran cuaresma y sus tinieblas.


El humo del Antiguo Testamento en los cálidos altares
y la voz del desamparado sacerdote,
regio penitente la estola en los hombros
y embrutecidas púrpuras.



******


EL SIGLO

Siglo mío, bestia mía.
!Quién podría contemplar tus pupilas
y juntar con su sangre
las vertebras de dos siglos!
La edificadora sangre mana
de la garganta de la tierra
y sólo el parásito tiembla
en el umbral de los nuevos días.


Cada animal debe arrastrar,
en vida, su espina dorsal.
Y una ola juega
con la columna invisible.
Como el tierno cartílago de un niño,
el siglo de la infancia de la tierra
de nuevo sacrificó, como a un cordero,
la plenitud de la vida.


Para liberar al siglo,
para comenzar un nuevo mundo,
hace falta unir con una flauta
los desiguales días de la rodilla.
Este siglo agita la ola
de la tristeza de las personas
y entre la hierba anida la víbora,
medida de este siglo de oro.


Aún brotarán del verdor los embriones
y crecerán los tallos,
pero tu espina está rota,
!Mi bello y doloroso siglo!
Y con una sonrisa sin sentido
mirarás atrás, dulce y cruel,
como bestia en un tiempo flexible,
para contemplar la huella de tus garras.


(1922)


*****


Regresé a mi ciudad conocida hasta las lágrimas,
hasta las venas, hasta las inflamadas glándulas de la infancia.


Regresaste aquí, pues traga, deprisa,
el aceite de hígado de bacalao de las farolas fluviales de Leningrado.


Reconoce, deprisa, el día de diciembre,
en el que una siniestra brea se añadió a la yema.


Petersburgo, aún no deseo morir:
tú tienes los números de mis teléfonos.


Petersburgo, aún tengo direcciones
en las que hallaré las voces de los cadáveres.


Vivo en la escalera de servicio, y en la sien
me golpea el timbre que arrancaron de un tirón,


toda la noche aguardo en vela la visita de seres queridos,
que haga rechinar el herraje de la cerradura de la puerta.


(Diciembre 1930)


*****


Vivimos sin sentir el país bajo nuestros pies,
nuestras voces a diez pasos no se oyen.
Y cuando osamos hablar a medias,
al montañés del kremlin siempre evocamos.
Sus gordos dedos son sebosos gusanos
y sus seguras palabras, pesadas pesas.
De sus mostachos se carcajean las cucarachas,
y relucen las cañas de sus botas.


Una taifa de pescozudos jefes le rodea,
con los hombrecillos juega a los favores:
uno silba, otro maúlla, un tercero gime.
Y sólo el parlotea y a todos, a golpes,
un decreto tras otro, como herraduras, clava:
en la ingle, en la frente, en la ceja, en el ojo.
Y cada ejecución es una dicha
para el recio pecho del oseta.


(Noviembre de 1933)
 

*****
 

¿Qué calle es ésta?
La calle de Mandelstam.
!Qué apellido del diablo!
No consigues olvidarlo.
Suena retorcido, extraño.


Poco tiene de recto,
y nada delicado
y por eso esta calle
o, para ser más precisos, esta zanja,
lleva el nombre
de ese Mandelstam…

(abril de 1935)
 
*****
 
Canto con la garganta mojada y el alma seca,
la mirada húmeda, limpia la conciencia.
¿Es bueno este vino? ¿Están bien estos odres?
¿Es buena la agitación en la sangre de Cólquida?
El pecho, sin lengua, calladamente es oprimido,
yo no canto, canta mi aliento.
El oído enfundado en un verdugo y la cabeza sorda,
el canto desinteresado es su propio elogio…


Consuelo para los amigos y brea para los enemigos:
El canto de un solo ojo, ensombrecido por el musgo.


El don de la voz de un cazador
que a caballo por las cumbres, con libre y
abierto aliento, canta,
preocupado sólo por llevar al altar
a las doncellas, con honradez
y enojo, sin pecado.


(8 de febrero de 1937)
 

*****
 

Como madera y cobre es el vuelo de Favorski.
En las astillas del aire somos vecinos del tiempo,
y una flota de tablones hacia
serrados robles y arces de cobre nos lleva.


Y en las rondas el alquitrán todavía se molesta
y rezuma. ¿Acaso el corazón es sólo un trozo de carne asustada?
Soy culpable en mi corazón que se dilata
hasta el infinito.


Oh, tiempo que impregna a innumerables amigos,
tiempo de plazas terribles y ojos felices.
Paseo mis ojos alrededor de toda la plaza,
de toda esta plaza con su bosque de banderas.


(11 de febrero de 1937)
 

*****
 

Me extravié en el cielo. ¿Qué haré?
Ése, que está a su lado, que responda.
Más fácil os sería, novenas de Dante,
hacer girar los discos atléticos.


No me arrepiento de la vida: ella sueña
ahora con matar y halagar
para que en los oídos, en los ojos y en las órbitas
golpee la nostalgia florentina.


No me coronéis, no me coronéis
con un afilado y halagüeño laurel;
mejor: !desgarrad mi corazón
con el reclamo añil de una esquirla!


Y cuando muera, exhausto,
que el amigo viviente de todos los vivos
amplíe y dilate
en mi pecho el eco del cielo. 


(9 de marzo de 1937)


*****


I

Hacia la tierra vacía, cojeando sin querer,
con desigual y dulce paso
ella camina, adelantándose apenas
a su rápida amiga y al joven que le lleva un año.
La arrastra la libertad oprimida
del defecto que la anima.
Y parece que una clara sospecha
no quiere detenerse a su paso.
Esta temprana primavera
es para nosotros madre
de un cuerpo muerto.
Y todo va a comenzar eternamente.


II

Hay mujeres que nacieron en un húmeda tierra.
Cada uno de sus pasos es un sollozo sonoro,
y su vocación, acompañar a los muertos
y ser las primeras en saludar a los que resucitan.
Pedirles caricias es un crimen
y separarse de ellas, imposible.
Hoy ángel, mañana gusano en la tumba
y pasado mañana sólo un difuso contorno.
Lo que fue un paso se hace inaccesible.
Las flores son inmortales. El cielo, denso,
y el futuro sólo una promesa.
(4 de mayo de 1937)

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