viernes, 29 de septiembre de 2017

POETAS 2. José Ángel Valente VI (Al dios del lugar)





José Ángel Valente do Casar nace en Orense el 25 de abril de 1929, en el seno de una familia de clase media. El mundo provinciano que tuvo que respirar durante su infancia  y adolescencia queda rememorado peyorativamente en alguna de sus obras. Estudia las primeras letras con los jesuitas y el bachillerato en el instituto provincial. En 1946 publica su primer poema, en una época en que aún utiliza el gallego como lengua poética. Empieza a estudiar derecho en Santiago, pero se traslada enseguida a Madrid. Allí deja en un segundo plano los estudios jurídicos para centrarse en los filológicos, que culmina en una licenciatura, con premio extraordinario, en 1954. Este año va a ser capital también para su poesía al  presentarse simultáneamente a los premios Boscán y Adonáis con dos libros distintos. Gana el Adonáis con A modo de esperanza, adquiriendo notoriedad como joven promesa entre los poetas de su generación. Pero lo que le va a diferenciar de sus compañeros de  promoción será el  hecho de que, a partir de este poemario, todos sus libros serán escritos fuera de España.
Se traslada a la universidad de Oxford, donde trabaja y completa su formación entre 1955 y 1958, impartiendo clases, lo que le confiere el título de Master of Arts. De allí pasa a Ginebra como traductor de la ONU, hasta el año 1980. Casi toda su vida de adulto trascurrirá en el extranjero, en lo que se ha venido considerando una suerte de exilio voluntario. La distancia no impide que publique periódicamente en distintas revistas literarias. El alejamiento de una España que le resulta poco tolerable va a marcar el signo de su poesía. Este distanciamiento de su país se va a ensanchar aún más a raíz de la publicación de su cuento “el uniforme del general”, en 1971, por el que es sometido a un consejo de guerra. En 1975 va a París como jefe del servicio de traducción española de la UNESCO. En 1985 decide radicarse en Almería.  Sus últimos años van a estar marcados por una tragedia familiar al morir uno de sus hijos por  sobredosis en 1989, algo que va a dejar también su eco en la parte final de su obra.  Muere en Ginebra el 18 de julio de 2000, ciudad a la que había ido en busca de curación para una enfermedad de pulmón.
Valente ha revelado su concepción de la poesía en diversos artículos y libros de ensayo.  Para Valente, el creador no se enfrenta a unos hechos o ideas que se han de comunicar, sino a un “material de experiencia no previamente conocido”, un material informe que sólo por el lenguaje podemos sondear. En palabras de Valente, “el poeta no opera sobre un conocimiento previo del material de la experiencia sino que ese conocimiento se produce en el mismo proceso creador”. Desde estas premisas no resulta ya rara la exploración que el poeta realizará  a lo largo de su obra por los dominios de la mística. Al igual que la mística, la poesía no está para expresar vivencias sino para indagar y conocer esas vivencias. Toda la evolución de Valente describe la trayectoria que va de una poesía incluida por Leopoldo de Luis en su antología de la poesía Social hasta la poesía de su obra más madura que se sitúa en la frontera que separa el silencio del lenguaje. Su poesía, desnuda y de extrema concisión, se sumergirá, con el paso del tiempo, en las corrientes de la mística, pero sin abandonar nunca las preocupaciones éticas y meditativas. Esta exigencia moral se volcará en su primera etapa denunciando los horrores de la guerra civil y la sordidez de la postguerra. Entre los escritores que influyeron en su obra se encuentran, por su parte mística y silente, San Juan de la Cruz, Lautreamont, Rimbaud  y Lezama Lima; por la parte donde resuena su dolor íntimo y cívico, Quevedo, Cernuda y César Vallejo


Su obra comienza con la publicación en 1955 de A modo de esperanza, que llamo la atención de lectores y críticos por la originalidad de sus modos expresivos: una desnudez que huye de lo anecdótico para alcanzar categoría de símbolo. Es recurrente el tema de la guerra civil vista a través de los ojos de un niño y toda la asfixia de la postguerra bajo una dictadura.  En su nuevo libro La memoria y los signos (1966), se funde la mirada retrospectiva con los trágicos sucesos de la historia colectiva. En Siete representaciones (1967), juega con las sugerencias de los siete pecados capitales. En Presentación y memorial para un monumento (1970) recorre la historia de la infamia y el horror a través de las doctrinas que han intentado instaurar un orden providencial en el mundo, desde el nazismo hasta la persecución anticomunista en los Estados Unidos.   El aire de denuncia y malestar se hace más sofocante en su siguiente libro, el inocente. En Interior con figuras, (1977) profundiza en el mundo interior, en los intríngulis del conocimiento y el lenguaje. Entretanto, Valente ya ha llevado a cabo su exploración ética desde la crítica de lo colectivo hasta una crítica de la moral individual que empezó a aparecer en Siete representaciones.  También empieza a despuntar  la sátira y la parodia, aprendida en Goya y en Quevedo, y que se desata en Memorial para un monumento.  La nueva trayectoria que va a trazar por los caminos de la mística comienza a anunciarse en su siguiente libro de poesía, Material memoria, (1978). Ya en su libro de ensayos Las palabras de la tribu (1971) había aludido a “la hermenéutica y la cortedad del decir” de la tradición mística. En esta tradición ahonda al preparar una edición del místico Miguel de Molinos sobre la guía espiritual, que influirá en su ya aludido libro Material memoria. A juicio de Andrés Sánchez Robaina, se trata de  “un escoramiento tanto hacia una radical fundamentación metafísica como hacia un fragmentarismo no menos radical inscritos en lo que el autor ha llamado estéticas de la retracción, es decir, de formas breves propias de un sector de la poesía, la pintura o la música contemporáneas”. Su apuesta por la estética del silencio y la desnudez propias de la mística va a generar en su poesía “imágenes de desnudez, de transparencia o de errancia incondicionada del ser”. Es a partir de este libro, Material memoria, donde su lenguaje sufre, bajo la influencia de San Juan de la Cruz, una gran metamorfosis, una “radicalización estética y moral”, en palabras de Robaina. Esta profundización en la poesía mística le conduce de forma natural hacia las tradiciones místicas árabe y judía. En seis lecciones de tinieblas, (1980), busca que el lector se vaya desprendiendo de la palabra como referencia para que emerja con toda la fuerza su referente, el cuerpo material de la letra con todas sus sugerencias: a través de las letras del alfabeto hebreo logra trenzar un espontáneo mundo de imágenes procedentes de la cábala. Su siguiente libro insiste en el camino de la mística ya desde el mismo título, Mandorla, (1982,) el cual  remite al centro; se trata de la almendra mística que centra y absorbe al visionario. Tras escribir Fulgor, 1984, va a continuar, en Al Dios del lugar, (1989) el proceso de vaciamiento interior que trata de abolir todo sentido para acabar encontrándolo en el peldaño superior del “no entender” sanjuanista. En palabras de Carmen Martín Gaite, “parece como si el poeta hubiera dado un paso aún más audaz en su camino hacia el vacío, hacia la asunción de lo inefable”. En este libro, como en el que le sigue, No amanece el cantor, 1992, va a culminar su evolución hacia lo prosístico y fragmentario; "la escritura fragmentaria –en palabras de Jacques Ancet-no como residuo sino comienzo, fundación, apertura”. El fragmento llega a erigirse en una sola frase en el medio de una página en blanco: “No pude descifrar, al cabo de los días y los tiempos, quién era el dios al que invocara entonces”, dice el texto completo de uno de sus poemas. En “No amanece el cantor” contiene una elegía por el hijo muerto que se convierte en una dolorida endecha: “Ni una palabra ni el silencio. Nada pudo servirme para que tú vivieras”. El ciclo poético de Valente se cierra con “Fragmentos de un libro futuro (2000), publicado el mismo año de su muerte. A su obra poética hay que añadir la ensayística, que ha girado en torno a sus preocupaciones literarias. La mayor parte de sus trabajos se han reunido en Las palabras y la tribu (1971), Variaciones  sobre el pájaro y la red (1991) y la experiencia abisal (2004).

Los poemas que se seleccionan aquí proceden del libro publicado en 1989, "Al dios del lugar".

 


El vino tenía el vago color de la ceniza.


Se bebía con un poso de sombra

Oscura, sombra, cuerpo

Mojado en las arenas.


Llegaste aquí,

Viniste hasta esta noche.


El insidioso fondo de la copa

Esconde a un dios incógnito.

                                                    Me diste

A beber sangre

En esta noche.

                           Fondo

Del dios bebido hasta las heces.








*****



El sol inextinguible en el descenso

A la noche de todo lo creado.


Del útero,

En el resplandeciente cielo de los santos,

Y antes que la luz de la mañana

Y el sol del antedía, te engendré.

                  (Prima missa in nativitate)



*****



Ácida luz partida,

Ciudad hipócrita

Donde nada se anuncia duradero

Sino la mezquindad.


¿Sembrar aquí qué forma o qué semilla?


Lento compás del día y de la noche

Y pulcritud amarga

Del amanecer.

                           La usura.

Manos petrificadas,

Imágenes, residuos

De lo que ya no puede nunca

Ni cambiar ni morir.



*****



Fragmentos que de sí dejan los cuerpos

Surten desde el olvido,

Despiertan en la noche hacia la blanca

Aparición de un seno,

Su amaneciente bulto tibio,

La imagen que desciende

Por los ríos caudales del deseo

Hacia el origen

De ti,

Clamor de un cuerpo, cuerpos,

Las formas,

Fragmentos incendiados

De tu resurrección.



Se alzó desnudo el torso.


Febril el mármol se deshizo en llanto

Mientras batía el viento

Los vacíos alvéolos,

Las arrasadas tiendas y banderas.

                                                             Viste

Vulnerados los pórticos y el tenso

Temblor de dardos

En el cuerpo incendiado

Bajo la oscura aparición del día.




Bebí de ti, bebí, te succioné,

Animal sumergido entre los pliegues

De tu anegada claridad.

         

                                             Bajaban

Incesantes las aguas

A las gargantas trémulas de luz.

Entrañas, aves, palpitantes

Burbujas del entrar

Tu cuerpo en mí.


                                De ti bebí

Hasta nacer el día de mi boca,

Como ventosa oscura en la frontera

Donde gorjea el despertar.



*****



Estar.

           No hacer.

En el espacio entero del estar

Estar, estarse, irse

Sin ir

A nada.

               A nadie.

                               A nada.



*****



Y la fidelidad que se deslíe

En los oscuros senos de la tarde

Y el corazón de agua que naufraga

En el papel ceniza del estanque

Y el llanto tenue y sus pequeños hilos

De niebla hilada por arañas frágiles

Y el último peldaño

Y el pie en él en mano se convierte

Y nos saluda cereal, nos lleva,

Y vámonos, nos dice, aún y aún,

Y vamos

Hacia los oros de la sombra antigua.

                                          (jardines)


*****



El sur como una larga,

Lenta demolición.


El naufragio solar de las cornisas

Bajo la putrefacta sombra del jazmín.


Rigor oscuro de la luz.


Se desmorona el aire desde el aire

Que disuelve la piedra en polvo al fin.


Sombra de quien, preguntas,

En las callejas húmedas de sal.


No hay nadie.


La noche guarda ciegas,

Apagadas ruinas, mohos

De sumergida luz lunar.

                                           La noche.

El sur.



*****




                                            Singharer Rest

                                              Paul Celan

Quedar

En lo que queda

Después del fuego,

Residuo, sola

Raíz de lo cantable.

                              (Fénix)



*****



Se daban

Las condiciones perfectas para morir.


De lo más próximo nacía

Lacerante la ausencia.


Tendida estaba entre los dos la muerte

como animal tardío de ojos grandes

y anegadas ternuras, madre,

ciega madre inmortal.


Mi rostro era su máscara,

Mi voz su voz.


No hay llanto en las perdidas alamedas.


Postreros pájaros borrados

En la declinación oscura de la luz.



*****


Oscuro es como la noche el canto.


Tú dices,

Vienes, estás, no hay nadie, el canto,

El vuelo circular de las aves hambrientas

Sobre el cuerpo del pez,

El brillo mineral de las escamas

En los limos del fondo.


Surge, surte del mar

El hombre,

De mares sumergidos en la noche.


¿Hasta cuándo golpearán los vientos

El vientre de las aguas

Para que el hombre húmedo de noche venga?


Salinidad aérea del albatros,

noche del primer sol.


Vendrá sin cuándo ni jamás,

El hombre, el canto,

Cabellera de algas

Sobre los hombros, brazos

Que arrastran las mareas,

Aguas madres.


                           Bebimos estas aguas

Sin cuándo ni jamás

Y no podíamos llegar de las entrañas

Del oscuro animal a las riberas

Y no podíamos saber

De qué palabra habíamos nacido

Y no podíamos sin ella

Engendrarla en nosotros

Y no sabíamos aún el canto

Ciego del despertar,

La voz que resonaba

Insistente llamándonos.


Lindes quemadas de la luz,

Abrasadas arenas.


Dijiste,

Desde las aguas viene el hombre

Con figuras de mar,

Pone su planta, el límite, establece

Las luces del poniente

Y los umbrales del amanecer.


Un ave vuela sola en la mirada.


Tú dices, vienes,

Estás, no hay nadie aún en la inundada

Extensión de la noche.



*****



¿Quién dijo que,

         Reptante empieza la palabra bajo

         Los torbellinos de la luz sangrienta,

Desde esta sombra nunca

Podríamos cantar?


Alguien miró sin fin desde la muerte.

Aún puedes ver aquel ojo en lo oscuro.


Y cómo, preguntaron, cómo

Escribir después de Auschwitz.


Y después de Auschwitz

Y después de Hiroshima, cómo no escribir.


¿No habría que escribir precisamente

Después de Auschwitz o después

De Hiroshima, si ya fuésemos, dioses

De un tiempo roto, en el después

Para que al fin se torne

En nunca y nadie pueda

Hacer morir aún más los muertos?


Y cómo no escribir

Con el dedo en el humo, igual que entraña

De un ave inescrutable.

                                          Augures leen

La muerte palpitante de la noche

Misma.

             Aquí yace

La noche.

                 Alguien

Yace aquí cuyo nombre

Fuera escrito en el humo.


La Historia, trapos,

Sumergidas banderas, barras

Rotas, anegadas estrellas bajo

La deyección.


Alguien tenía que morir sin término.

¿Qué víctima?


                            ¿Y por qué

Fue ésta y quién los eligió

No queriendo saber que el acto de elegirlos

Era aún más obsceno que la muerte?


¿Por qué nosotros?, dicen

Simplemente los muertos.


Aún

        ¿Quién llora

Que no puede llorar

Desde los cuencos secos?


Cuerpo sombrío de la luz

Que el fuego

Había devorado.


                            Como luz caíste

Sobre las fuentes del amanecer.

Las devoraste como sombra.


Izaron una torre en el desierto,

           La operación TR llamada sí for Trinity

           After a fancy of oppies’s,

De un centenar de pies, al nivel cero,

Y un cilindro de plomo

Con un núcleo de uranio enriquecido.


Y luego lo ensayaron para ver

Cómo resplandecía

En su entraña la muerte.


                                              Y luego

    We are all now sons of a bitch,

                                                           Lo ensayaron

En un lugar llamado by Spanish wayfarers

La Jornada del Muerto,

Para que al fin los nombres y las cosas

Ya no se desmintieran.


La luz se descompuso

Del blanco al amarillo anaranjado

Y ardió el aire

Y una rígida costra

Cubrió la tierra seca

Con ácidos cristales

De color verde jade.


Babies satisfactorily born, dijo cegado

Por su propia grandeza el grande Oppius.


Cuerpo sombrío de la luz.

                                               Ceniza.


Cubiertos de ceniza

Bebimos la ceniza hasta las heces

Y la consumación.

                                Enola Gay.


Las violentas alas

De un pájaro sangriento

Cubrieron la mañana para siempre.

Nuestras entrañas son de muerte.


La explosión,

Su silencio,

Su absoluto silencio,

La explosión del silencio

La explosión de lo blanco

En el silencio,

Sus infinitas placas

De interminable luz.


Primero el fuego

Desagregó los seres.

Después el viento,

Como dios enemigo en la esfera del fuego,

Arrancó de raíz cuanto no había ardido.


Después el agua, después la lluvia,

Después el agua espesa

De polvo y de cenizas.


Caía inmenso un cuerpo celeste calcinado

Desde el centro del aire y para siempre sobre

La destrucción.


¿Quién llora aún?

                                Llamaba

Desde el fondo de la piedra arrasada

La muerte,

Desde el fondo sediento de las aguas

La muerte,

Desde el fondo anegado de las voces

La muerte,

Desde el fondo sin fondo de la muerte

La muerte, blanca

Como el cuerpo infinito de una niña extendida

Desde el orto al ocaso.


Abrieron los cuchillos

La entraña de los pájaros

Profetizando hacia el pasado ciegos.


Barría el humo las palabras perdidas:

Sangre, abominación, especie, noche.


Ven ahora, la muerte, cúbrenos

Con tu respiración y tu silencio

Para que no sigamos

Muriendo más como muertos  sin término.


Dijiste,

Y una voz te llegó desde la sombra.

No la pudiste oír.

Y aún llegó otra voz desde la sombra.

No la pudiste oír.

Y la tercera voz llegó

Desde la muerte:

                               -Vive.

                                          Entra,

Pronunciada, la voz, la muerte

Quiso en ella vivir, vivirse,

Negar la bastardía de esta muerte.


Y ahora que incesante

Tanta memoria baja en la ceniza,

Cúbrete tú de su ceniza,

De la que tú naciste.


¿Nacer de qué?

                            ¿Morir de tanta muerte?


Nocturno viene el día contra las abiertas

Entrañas de la noche.


                                       Despertar.


¿A qué? Morir. ¿A qué?

                                         ¿Nacer al reino

De la calcinación?

                                Cuerpo del hombre

Más alto que los cielos

¿qué hiciste de ti mismo?

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