En 1953 Claudio Rodríguez obtiene el premio Adonais por su libro “Don de la ebriedad”, un libro lúcidamente precoz que comenzó a escribir con diecisiete años. Para Claudio Rodríguez, estos datos elocuentes -edad y título- bastaban para orientar al lector: “Poesía –adolescencia- como un don y ebriedad como estado de entusiasmo, en el sentido platónico, de inspiración, de rapto, de éxtasis, o, en la terminología cristiana, de fervor”. El largo poema que es “Don de la ebriedad” brotó del contacto directo con la geografía y las gentes de Castilla. Pero no parte de una visión ya preexistente sobre Castilla (no es la miserable y andrajosa de Machado, ni la gentil del Poema del Cid). Precisamente Claudio Rodríguez va a subrayar el tono irracional del poema porque parte de una ausencia de conocimiento, al margen de cualquier imagen previa que se tuviera sobre el paisaje de Castilla. Para Claudio Rodríguez el estilo consiste en la personalidad: es el acuerdo de la voz del poema con el espíritu del poeta. Es por eso que “Don de la ebriedad” esta escrito en endecasílabos asonantes, porque sentía esa forma poética como la más cercana al ritmo del lenguaje oral del que partía. Para Tomás Segovia, Claudio Rodríguez era el más profundo y personal de todos los poetas de su generación y lo emparenta con Hölderlin, por su capacidad de dar voz a un pensamiento poético de gran envergadura y complejidad. Pertenece a la generación poética de los 50 y probablemente es la voz más original del grupo, en el sentido de que no compartía del todo alguno de los rasgos con que caracterizaron a estos poetas. Junto con José Ángel Valente, es el que más influencia acusa de la mística. También la ascética de Fray Luis de León y la lírica tradicional están latentes en su poesía. El resto de influencias se reparte entre los poetas franceses (Verlaine, Rimbaud y Valery) y los ingleses (Coleridge, Blake).
Claudio Rodríguez calificó su poema Don de la Ebriedad como
"un solo poema arbitrariamente dividido en fragmentos". Estos diversos fragmentos
aparecen ordenados en tres libros. Fue escrito sin plan previo, a retazos de
inspiración y sin ninguna conexión aparente entre los fragmentos. Pero el poema
es uno: lo es por estilo y porque se apoya sobre una estructura. Los fragmentos
están ordenados simbólicamente, entrelazados tal vez por símbolos del
inconsciente. El poeta expresa su entusiasmo ante
el paisaje de su tierra y ante la claridad que viene a procurarle la poesía. Ésta debe permitir al poeta su entrega
al mundo y a las cosas a través del acto creador, de un modo similar a como lo
hace la propia naturaleza de un modo espontáneo. En el segundo canto, el poeta
va a sentir como una maldición su imposibilidad de estar a la altura de la
donación y entrega que hace la Naturaleza. En el canto tercero se produce al fin la
comunión con el mundo y llega el momento de revelación: por medio de la ebriedad, por
medio de la “manía” lírica, el poeta expande su espíritu por el mundo de forma
dionisiaca y sintoniza armónicamente con la totalidad de lo creado. Desea “hablar del mundo sin voz de hombre”, fundido en él, para
reflejarlo mejor con sus palabras. En un ansia inmensa de comunicación con todo
lo que le rodea, quiere perder su voz para dársela al aire y compartirla con
todos. El poeta quiere corresponder al ímpetu de entrega con que las cosas de
la Naturaleza manan y se dan. Pero siente su precariedad ante la
perfección con que la Naturaleza realiza su obra y siente "la pena de no ser
hostia para darse". Percibe al ser humano en medio de la naturaleza
como un ser extraño que se ha enajenado de ella e interrumpe con su presencia
el ciclo de las cosas. Lo que trasluce el poema es el ansia inmensa de
conocimiento y de comunicación, de llegar a interpretar el mundo con claridad y
hacerle de intérprete y de eco. En el acuerdo de la sintaxis con la emoción y en
el léxico elegido, hay un regusto a San Juan de la Cruz y a la poesía mística. En
esta emoción exultante que linda a veces con lo familiar, se siente la
influencia de César Vallejo.
En el último canto se halla el desciframiento del poema
entero, pues al fin el poeta llega a su revelación: cuando el canto del poeta
sintoniza con el canto de las cosas. Entonces la Naturaleza se abre
para transparentar su oculta presencia, y el poeta ya puede acordar su propio canto
con el canto de las cosas; canto ebrio el del poeta, que mana de entregarse con la misma
entrega con que se da la Naturaleza entera.
Luis García Jambrina hace
notar la sucesión vertiginosa de símbolos e imágenes que atraviesa la
totalidad del poema. Estos “relámpagos certeros” deslumbran nuestra capacidad
de comprensión lógica, pero ayudan a iluminarnos la realidad esencial a la que
trata de acceder el poeta en su afán de conocimiento. Esta veloz sucesión
de imágenes acaece en el poema como reflejo de la corriente secreta que en la
Naturaleza interconecta todas las cosas, de modo que cuando se intenta hacer un
discurso sobre ella, cada cosa va remitiendo a la otra en virtud de eso que
Zubiri ha llamado respectividad. Las cosas naturales y reales son respectivas: se abren a otras
cosas, se espejean y se trascienden; la imaginación del poeta hace que a cada cosa
correspondan múltiples conexiones y metáforas.
Bousoño ha etiquetado la
poesía de Claudio Rodríguez de “realismo metafórico”, por su capacidad para
unir contrarios y utilizar un pensamiento paradójico. La complejidad de su
técnica es la responsable de la dificultad con que algunos se han acercado a
su poesía. Claudio Rodríguez toma un elemento concreto extraído de la vida real
y lo interpreta en clave. Por ejemplo, en el poema “El dinero” –que se ofrecerá
en próxima entrega-, éste representa “todo cuanto es valioso en la vida
del hombre, “porque el dinero a veces es el propio/sueño, es la misma/vida”.
Bousoño también señala que el lenguaje con sabor castizo, tan predominante en su
poesía, no procede de lecturas sino de haberlo aprendido en el trato con los
hombres y en cotidiana conversación. De ahí ese tono tan original y
vivo que tiene su poesía.
Claudio Rodríguez identifica actividad poética y
conocimiento. Sostiene la idea de que la poesía “nace de una participación que
el poeta establece entre las cosas y su experiencia poética de ellas, a través
del lenguaje. Esta participación es un modo peculiar de conocimiento”. También tenía
la poesía para Rodríguez un componente de revelación humana: la poesía había de
revelar al hombre "aquello por lo cual es humano, con todas sus consecuencias”.
Esto da a la poesía de Claudio un relevante matiz moral: “La poesía trata de
poner el destino humano en una relación de totalidad con la época en que se
produce y con el hombre que la escribe”
Como adelanto de una reseña pendiente sobre su vida, se deja aquí una
nota biográfica que el propio Claudio Rodríguez esbozó para una antología
personal publicada en “Cátedra” en 1992.
“Nací en Zamora, en 1934. Estudié el bachillerato en mi
ciudad natal, trasladándome a Madrid. Me licencié en la Universidad Central en
1957, en la sección de Filología Románica. Fui lector de Español en la
Universidad de Nottingham (Inglaterra ) durante los años de 1958 a 1960 y de la
Universidad de Cambridge (Inglaterra) durante los años 1960 a 1964. Actualmente
resido en Madrid dedicado a la enseñanza universitaria.
LIBRO PRIMERO
I
LIBRO
TERCERO
I
LIBRO PRIMERO
Siempre la
claridad viene del cielo;
Es un don:
no se halla entre las cosas
Sino muy por
encima, y las ocupa
Haciendo de
ello vida y labor propias.
Así amanece
el día; así la noche
Cierra el
gran aposento de sus sombras.
Y esto es un
don. ¿Quién hace menos creados
Cada vez a
los seres? ¿Qué alta bóveda
Las contiene
en su amor? ¡Si ya nos llega
Y es pronto
aún, ya llega a la redonda
A la manera
de los vuelos tuyos
Y se cierne,
y se aleja y, aún remota,
Nada hay tan
claro como sus impulsos!
Oh, claridad
sedienta de una forma,
De una
materia para deslumbrarla
Quemándose a
sí misma al cumplir su obra.
Como yo,
como todo lo que espera.
Si tú la luz
te la has llevado toda,
¿cómo voy a
esperar nada del alba?
Y, sin
embargo –esto es un don-, mi boca
Espera, y mi
alma espera, y tú me esperas,
Ebria
persecución, claridad sola
Mortal, como
el abrazo de las hoces,
Pero abrazo
hasta el fin que nunca afloja.
II
Yo me
pregunto a veces si la noche
Se cierra al
mundo para abrirse o si algo
La abre tan
de repente que nosotros
No llegamos
a su alba, al alba al raso
Que no
desaparece porque nadie
La crea: ni
la luna, ni el sol claro.
Mi tristeza
tampoco llega a verla
Tal como es,
quedándose en los astros
Cuando en
ellos el día es manifiesto
Y no revela
que en la noche ya campos
De intensa
amanecida apresurada
No en
germen, en luz plena, en albos pájaros.
Algún vuelo
estará quemando el aire,
No por
ardiente sino por lejano.
Alguna
limpidez de estrella bruñe
Los pinos,
bruñirá mi cuerpo al cabo.
¿Qué puedo
hacer sino seguir poniendo
La vida a
mil lanzadas del espacio?
Y es que en
la noche hay siempre un fuego oculto,
Un resplandor aéreo, un día vano
Para
nuestros sentidos, que gravitan
Hacia arriba
y no ven ni oyen abajo.
Como es la
calma un yelmo para el río
Así el dolor
es brisa para el álamo.
Así, yo
estoy sintiendo que las sombras
Abren su
luz, la abren, la abren tanto,
Que la
mañana surge sin principio
Al fin,
eterna ya desde el ocaso.
III
La encina,
que conserva más un rayo
De sol que
todo un mes de primavera,
No siente lo
espontáneo de su sombra,
La sencillez
del crecimiento; apenas
Si conoce el
terreno en que ha brotado.
Con ese
viento que en sus ramas deja
Lo que no
tiene música, imagina
Para sus
sueños una gran meseta.
Y con qué
rapidez se identifica
Con el paisaje,
con el alma entera
De su
frondosidad y de mí mismo.
Llegaría
hasta el cielo si no fuera
Porque aún
su sazón es la del árbol.
Días habrá
en que llegue. Escucha mientras
El ruido de
los vuelos de las aves,
El tenue del
pardillo, el de ala plena
De la
avutarda, vigilante y claro.
Así estoy
yo. Qué encina, de madera
Más oscura
quizá que la del roble,
Levanta mi
alegría, tan intensa
Unos
momentos antes del crepúsculo
Y tan
doblada ahora. Como avena
Que se
siembra a voleo y que no importa
Que caiga
aquí o allí si cae en tierra,
Va el
contenido ardor del pensamiento
Filtrándose
en las cosas, entreabriéndolas,
Para dejar
su resplandor y luego
Darle una
nueva claridad en ellas.
Y es cierto,
pues la encina ¿qué sabría
De la muerte
sin mí? ¿Y acaso es cierta
Su
intimidad, su instinto, lo espontáneo
De su sombra
más fiel que nadie? ¿Es cierta
Mi vida así,
en sus persistentes hojas
A medio
descifrar la primavera?
IV
Así el
deseo. Como el alba, clara
Desde la
cima y cuando se detiene
Tocando con
sus luces lo concreto
Recién
oscura, aunque instantáneamente.
Después abre
ruidosos palomares
Y ya es un
día más. ¡Oh, las rehenes
Palomas de
la noche conteniendo
Sus impulsos
altísimos! Y siempre
Como el
deseo, como mi deseo.
Vedle surgir
entre las nubes, vedle
Sin ocupar
espacio deslumbrarme.
No está en
mí, está en el mundo, está ahí enfrente.
Necesita
vivir entre las cosas.
Ser añil en
los cerros y de un verde
Prematuro en
los valles. Ante todo,
Como en la
vaina el grano, permanece
Calentando
su albor enardecido
Para después
manifestarlo en breve
Más hermoso
y radiante. Mientras, queda
Limpio sin
una brisa que lo aviente,
Limpio deseo
cada vez más mío,
Cada vez
menos vuestro, hasta que llegue
Por fin a
ser mi sangre y mi tarea,
Corpóreo
como el sol cuando amanece.
V
Cuando
hablaré de ti sin voz de hombre
Para no
acabar nunca, como el río
No acaba de
contar su pena y tiene
Dichas ya
más palabras que yo mismo.
Cuándo
estaré bien fuera o bien en lo hondo
De lo que
alrededor es un camino
Limitándome,
igual que el soto al ave.
Pero, ¿seré
capaz de repetirlo,
Capaz de
amar dos veces como ahora?
Este rayo de
sol, que es un sonido
En el
órgano, vibra con la música
De noviembre
y refleja sus distintos
modos de
hacer caer las hojas vivas.
Porque no
sólo el viento las cae, sino
También su
gran tarea, sus vislumbres
De un otoño
esencial. Si encuentra un sitio
Rastrillado,
la nueva siembra crece
Lejos de
antiguos brotes removidos;
Pero siempre
le sube alguna fuerza,
Alguna sed
de aquellos, algún limpio
Cabeceo que
vuelve a dividirse
Y a dar olor
al aire en mil sentidos.
Cuándo
hablaré de ti sin voz de hombre.
Cuándo. Mi
boca sólo llega al signo,
Sólo
interpreta muy confusamente.
Y es que hay
duras verdades de un continuo
crecer, hay
esperanzas que no logran
Sobrepasar
el tiempo y convertirlo
En seca
fuente de llanura, como
Hay terrenos que no filtran el limo.
VI
Las
imágenes, una que las centra
En
planetaria rotación, se borran
Y suben a un
lugar por sus impulsos
Donde al
surgir de nuevo toman forma.
Por eso yo
no sé cuáles son éstas.
Yo pregunto
qué sol, qué brote de hoja
O qué
seguridad de la caída
llegan a la
verdad, si está más próxima
La rama del
nogal que la del olmo,
Más la nube
azulada que la roja.
Quizá,
pueblo de llamas, las imágenes
Enciendan
doble cuerpo en doble sombra.
Quizá algún
día se hagan una y baste.
¡Oh, regio
corazón como una tolva,
Siempre
clasificando y triturando
Los granos,
las semillas de mi corta
Felicidad!
Podrían reemplazarme
Desde allí,
desde el cielo a la redonda,
Hasta
dejarme muerto a fuerza de almas,
A fuerza de
mayores vidas que otras
Con la
preponderancia de su fuego
Extinguiéndolas:
tal a la paloma
Lo retráctil
del águila. Misterio.
Hay
demasiadas cosas infinitas.
Para
culparme hay demasiadas cosas.
Aunque el
alcohol eléctrico del rayo,
Aunque el
mes que hace nido y no se posa,
Aunque el
otoño, sí, aunque los relentes
De humedad
blanca… Vienes por tu sola
Calle de
imagen, a pesar de ir sobre
No sé qué
Creador, qué paz remota…
VII
¡Sólo por
una vez que todo vuelva
A dar como
si nunca diera tanto!
Ritual
arador en plena madre
Y en pleno
crucifijo de los campos,
¿tú sabías?:
llegó, como en agosto
Los
fermentos del alba, llegó dando
Desalteradamente
y con qué ciencia
De la
entrega, con qué verdad de arado.
Pero siempre
es lo mismo: halla otros dones
Que remover,
la grama por debajo
Cuando no
una cosecha malograda.
¡Árboles de
ribera lavapájaros!
En la ropa
tendida de la nieve
Queda pureza
por lavar. ¡Ovarios
Trémulos! Yo
no alcanzo lo que basta,
Lo
indispensable para mis dos manos.
Antes irá su
lunación ardiendo,
Humilde como
el heno en un establo.
Si nos
oyeran… Pero ya es lo mismo.
¿Quién ha
escogido a este arador, clavado
por ebria
sembradura, pan caliente
De citas,
surco a surco y grano a grano?
Abandonado
así a complicidades
De primavera
y horno, a un legendario
Don, y la
altanería de mi caza
Librando
esgrima en pura señal de astros…
¿Sólo por
una vez que todo vuelva
A dar como
si nunca diera tanto!
VIII
No porque
llueva seré digno. ¿Y cuándo
Lo seré, en
que momento? ¿Entre la pausa
Que va de
gota a gota? Si llegases
De súbito y
al par de la mañana,
Al par de
este creciente mes, sabiendo
Como la
lluvia sabe de mi infancia,
Que una cosa
es llegar y otra llegarme
Desde la vez
aquella para nada…
Si llegases
de pronto, ¿qué diría?
Huele a
silencio cada ser y rápida
La visión
cae desde altas cimas siempre.
Como el
mantillo de los campos, basta
Basta a mi
corazón ligera siembra
Para darse
hasta el límite. Igual basta,
No sé por
qué, a la nube. Qué eficacia
La del amor.
Y llueve. Estoy pensando
Que la
lluvia no tiene sal de lágrimas.
Puede que
sea ya un poco más digno.
Y es por el
sol, por este viento, que alza
La vida, por
el humo de los montes,
Por la roca,
en la noche aún más exacta,
Por el
lejano mar. Es por lo único
Que
purifica, por lo que nos salva.
Quisiera
estar contigo no por verte
Sino por ver
lo mismo que tú, cada
Cosa en la
que respiras como en esta
Lluvia de
tanta sencillez, que lava.
IX
Como si
nunca hubiera sido mía,
Dad al aire
mi voz y que en el aire
Sea de todos
y la sepan todos
Igual que
una mañana o una tarde.
Ni a la rama
tan sólo abril acude
Ni el agua
espera sólo el estiaje.
¿Quién
podría decir que es suyo el viento,
Suya la luz,
el canto de las aves
En el que
esplende la estación, más cuando
Llega la
noche y en los chopos arde
Tan
peligrosamente retenida?
¡Que todo
acabe aquí, que todo acabe
De una vez
para siempre! La flor vive
Tan bella
porque vive poco tiempo
Y, sin
embargo, cómo se da, unánime,
Dejando de
ser flor y convirtiéndose
en ímpetu de entrega. Invierno, aunque
no esté
detrás la primavera, saca
fuera de mí
lo mío y hazme parte,
inútil polen
que se pierde en tierra
pero ha sido
de todos y de nadie.
Sobre el
abierto páramo, el relente
Es pinar en
el pino, aire en el aire,
Relente sólo
para mi sequía.
Sobre la voz
que va excavando un cauce
Qué
sacrilegio este del cuerpo, este
De no poder
ser hostia para darse.
LIBRO
SEGUNDO
CANTO DEL DESPERTAR
…y cuando salía
Por toda aquesta
vega
Ya cosa no
sabía…
SAN
JUAN DE LA CRUZ
El primer surco de hoy será mi cuerpo.
Cuando la luz impulsa desde arriba
Despierta los oráculos del sueño
Y me camina, y antes que al paisaje
Va dándome figura. Así otra nueva
Mañana. Así otra vez y antes que nadie,
Aún que la brisa menos decidera,
Sintiéndome vivir, solo, a luz limpia.
Pero algún gesto hago, alguna vara
Mágica tengo porque, ved, de pronto
Los seres amanecen, me señalan.
Soy inocente. ¡Cómo se une todo
Y en simples movimientos hasta el límite,
sí, para mi castigo: la soltura
Del álamo a cualquier mirada! Puertas
Con vellones de niebla por dinteles
Se abren allí, pasando aquella cima.
¿Qué más sencillo que ese cabeceo
De los sembrados? ¿Qué más persuasivo
Que el heno al germinar? No toco nada.
No me lavo en la tierra como el pájaro.
Sí, para mi castigo, el día nace
Y hay que apartar su misma recaída
De las demás. Aquí sí es peligroso.
Ahora, en la llanada hecha de espacio,
Voy a servir de blanco a lo creado.
Tibia respiración de pan reciente
Me llega y así el campo eleva formas
De una aridez sublime, y un momento
Después, el que se pierde entre el misterio
De un camino y el de otro menos ancho,
Somos obra de lo que resucita.
Lejos estoy, qué lejos. ¿Todavía,
Agrio como el moral silvestre, el ritmo
De las cosas me daña? Alma del ave,
Yacerás bajo cúpula de árbol.
¡Noche de intimidad lasciva, noche
De preñez sobre el mundo, noche inmensa!
Ah, nada está seguro bajo el cielo.
Nada resiste ya. Sucede cuando
Mi dolor me levanta y me hace cumbre
que empiezan a ocultarse las imágenes
Y a dar la mies en cada poro el acto
De su ligero crecimiento. Entonces
Hay que avanzar la vida de tan limpio
Como es el aire, el aire retador.
CANTO DEL CAMINAR
…ou le Pays des Vignes?
RIMBAUD
Nunca había sabido que mi paso
Era distinto sobre tierra roja
Que sonaba más puramente seco
Lo mismo que si no llevase un hombre,
De pie, en su dimensión. Por ese ruido
Quizá algunos linderos me recuerden.
Por otra cosa no. Cambian las nubes
De forma y se adelantan a su cambio
Deslumbrándose en él, como el arroyo
Dentro de su fluir; los manantiales
Contienen hacia fuera su silencio.
¿Dónde estabas sin mí, bebida mía?
Hasta la hoz pregunta más que siega.
Hasta el grajo maldice más que chilla.
Un concierto de espiga contra espiga
Viene con el levante del sol. ¡Cuánto
Hueco para morir! ¡Cuánto azul vívido,
Cuanto amarillo de era para el roce!
Ni aun hallando sabré: me han trasladado
La visión, piedra a piedra, como a un templo.
¡qué hora: lanzar el cuerpo hacia lo alto!
Riego activo por dentro y por encima
transparente quietud, en bloque, hecha
Con delgadez de música distante
Muy en alma subida y sola al raso.
Ya este vuelo del ver es amor tuyo.
Y ya nosotros no ignoramos que una
Brizna logra también eternizarse
Y espera el sitio, espera el viento, espera
Retener todo el pasto en su obra humilde.
Y cómo sufre cualquier luz y cómo
Sufre en la claridad de la protesta.
Desde siempre me oyes cuando, libre
Con el creciente día, me retiro
Al oscuro henchimiento, a mi faena,
Como el cardal ante la lluvia al áspero
Zumo viscoso de su flor; y es porque
Tiene que ser así: yo soy un surco
Más, no un camino que desabre el tiempo.
Quiere que sea así quien me aró. -¡Reja
Profunda!- Soy culpable. Me lo gritan.
Como un heñir de pan sus voces pasan
Al latido, a la sangre, a mi locura
De recordar, de aumentar miedos, a esta
Locura de llevar mi canto a cuestas,
Gavilla más, gavilla de qué parva.
Que os salven, no. Mirad: la lavandera
De río, que no lava la mañana
Por no secarla entre sus manos, porque
La secaría como a ropa blanca.,
Se salva a su manera. Y los otoños
También. Y cada ser. Y el mar que rige
Sobre el páramo. Oh, no sólo el viento
Del Norte es como un mar, sino que el chopo
Tiembla como las jarcias de un navío.
Ni el redil fabuloso de las tardes
Me invade así. Tu amor, a tu amor temo,
Nave central de mi dolor, y campo.
Pero ahora estoy lejos, tan lejano
Que nadie lloraría si muriese.
Comienzo a comprobar que nuestro reino
Tampoco es de este mundo. ¿Qué montañas
Me elevarían? ¿Qué oración me sirve?
Pueblos hay que conocen las estrellas,
Acostumbrados a los frutos, casi
Tallados a la imagen de sus hombres
Que saben de semillas
por el tacto.
En ellos, qué ciudad. Urden mil danzas
En torno mío insectos y me llenan
De rumores de establo, ya asumidos
Como la hez de un fermentado vino.
Sigo. Pasan los días, luminosos
A ras de tierra, y
sobre las colinas
Ciegos de altura insoportable, y bellos
Igual que un estertor de alondra nueva.
Sigo. Seguir es mi única esperanza.
Seguir oyendo el ruido de mis pasos
Con la fruición de un pobre lazarillo.
Pero ahora eres tú y estás en todo.
Si yo muriese harías de mí un surco,
Un surco inalterable: ni pedrisca
Ni ese luto del ángel, nieve, ni ese
Cierzo con tantos fuegos clandestinos
Cambiarían su línea, que interpreta
La estación claramente. ¿Y qué lugares
Más sobrios que éstos para ir esperando?
¡Es castilla, sufridlo! En otros tiempos,
Cuando se me nombraba como a hijo,
No podía pensar que la de ella
Fuera la única voz que me quedase,
La única intimidad bien sosegada
Que dejara en mis ojos fe de cepa.
De cepa madre. Y tú, corazón, uva
Roja, la más ebria, la que menos
Vendimiaron los hombres, ¿cómo ibas
A saber que no estabas en racimo,
que no te sostenía tallo alguno?
-He hablado así tempranamente, ¿y debo
Prevenirme del sol del entusiasmo?
Una luz que en el aire es aire apenas
Viene desde el crepúsculo y separa
La intensa sombra de los arces blancos
Antes de separar dos claridades:
La del día total y la nublada
De luna, confundidas un instante
Dentro de un rayo último difuso.
Qué importa marzo coronando almendros.
Y la noche qué importa si aún estamos
Buscando un resplandor definitivo.
Oh, la noche que lanza sus estrellas
Desde almenas celestes. Ya no hay nada:
Cielo y tierra sin más. ¡Seguro blanco,
Seguro blanco ofrece el pecho mío!
Oh, la estrella de oculta amanecida
Traspasándome al fin, ya más cercana.
Que cuando caiga muera o no, qué importa.
Qué importa si ahora estoy en el camino.
(Con marzo)
Lo que antes
era exacto ahora no encuentra
Su sitio. No
lo encuentra y es de día,
Y va volado
como desde lejos
El
manantial, que suena a luz perdida.
Volado yo
también a fuerza de hambres
Cálidas, de
mañanas inauditas,
He visto en
el incienso de las cumbres
Y en mi
escritura blanca una alegría
Dispersa de
vigor. ¿Y aún no se yergue
Todo para
besar? ¿No se ilimitan
Las
estrellas para algo más hermoso
Que un
recaer oculto? Si la vida
Me convocase
en medio de mi cuerpo
Como el
claro entre pinos a la fría
Respiración
de la luna, porque ahora
Puedo, y
ahora está allí… Pero no: brisas
De montaraz
silencio, aligeradas
Aves que se
detienen y otra vez
Su vuelo en
equilibrio se anticipa.
Lo que antes
era exacto, lo que antes
era
sencillo: un grano que germina,
de pronto.
Cómo nos avanza el solo
mes desde
fuera. Huele a ti, te imita
la belleza,
la noche a tus palabras
-tú sobre el
friso de la amanecida.
¡Y que no
pueda ver mi ciudad virgen
Ni mi piedra
molar sin golondrina
Oblicuas
despertando la muralla
Para saber
que nada, nadie emigra.
Oh, plumas
timoneras. Mordeduras
De la
celeridad, mal retenida
Si el hacha
canta al pájaro cercenes
De últimos
bosques y la tierra misma
Salta como
los peces en verano.
Yo que pensaba
en otras lejanías
Desde mi
niebla firme, que pensaba
No aparte de
la cumbre, sino encima
De la
ebriedad. Así… ¡me bastaría
Ladear los
cabellos, entreabrir
Los ojos,
recordarte en cualquier viña!
Rugoso
corazón a todas horas
B rotando
aquí y allá como semilla,
Óyelo bien:
no tiemblo. Es la mirada,
Es el agua
que espera ser bebida.
El agua. Se
entristece al contemplarse
Desnuda y ya
con marzo casi encinta.
De qué
manera nos devuelve el eco
Las
nerviaciones de las hojas vivas,
La plenitud,
el religioso humo,
El granizo
en asalto de avenidas.
Algo hay que
mantener para los tiempos
Mientras giren
las ruecas idas. Idas.
Ah,
nombradla. Ella dice, ella lo ha dicho.
¡Voz
tanteando los labios, siendo cifra
De los
ensueños! Ya no de esta bruma,
Ya no de
tardes timoneras, limpia
Del inmortal
desliz que va a su sitio
Confundiendo
el dolor aunque es de día.
II
(Sigue marzo)
Para Clara Miranda
Todo es
nuevo quizá para nosotros.
El sol
claroluciente, el sol de puesta,
Muere; el
que sale es más brillante y alto
Cada vez, es
distinto, es otra nueva
Forma de
luz, de creación sentida.
Así cada
mañana es la primera.
Para que la
vivamos tú y yo solos,
Nada es
igual ni se repite. Aquella
Curva, de
almendros florecidos suave,
¿tenía flor
ayer? El ave aquella,
¿no vuela
acaso en más abiertos círculos?
Después de
haber nevado el cielo encuentra
Resplandores
que antes eran nubes.
Todo es
nuevo quizá. Si no lo fuera,
Si en medio
de esta hora las imágenes
Cobraran
vida en otras, y con ellas
Los
recuerdos de un día ya pasado
Volvieran
ocultando el de hoy volvieran
Aclarándolo,
sí, pero ocultándolo
Su claridad
naciente, ¿qué sorpresa
Le daría a
mi ser, qué devaneo,
Que nueva
luz o qué labores nuevas?
Agua de río,
agua de mar; estrella
Fija o
errante, estrella en el reposo
Nocturno.
Qué verdad, qué limpia escena
La del amor,
que nunca ve en las cosas
La triste
realidad de su apariencia.
III
Siempre me
vienen sombras de algún canto
Por el que
sé que no me crees solo.
¿y he de
hacer yo que sea verdad? ¿Podría
Señalar
cuándo hay savia o cuándo mosto,
Cuándo los
trillos cambian el paisaje
Nuevamente y
en la hora del retorno?
Al cabo es
el contagio lo que busco.
El contagio
de ti, de mí, de todo
Lo que se
puede ver a la salida
De un puente,
entre el espacio de sus ojos.
A la subida.
Acosadoramente
Cerca, hasta
con el miedo del acoso,
Llegas
sobrepasando la llegada
Abriéndote
al llegar como el otoño.
Y como el
gran peligro de las luces
En la meseta
se nivela en fondo
Cárdeno, así
mi tiempo ya vivido,
Así:
anunciando -¿qué ave?- por el modo
De volar,
alto o bajo, la tormenta
O la calma.
Y no importa que ese modo
Nos apresure
en soledad tan ágil.
Porque una
cosa es creerme solo
Y otra hacer
ruido para andar más firme:
Una cosa la
noche, otra lo próximo
De aquella
noche que pervive en ésta
Y la
desmanda -¡Calla, álamo, sobrio
Hachón
ardido de la espera! Y calla,
Y mueve
lindes de su voz en coro
De intimidad
igual que si moviera
Voces del
aire mientras yo te oigo
-te estoy
oyendo aunque no escuche nada-,
Sombra de un
canto ya casi corpóreo.
IV
Aún los
senderos del espacio vuelven
A estar como
en la tierra y se entrecruzan
Lejos de la
ciudad, lejos del hombre
Y de su
laboreo. La aventura
Ha servido
de poco. Sin mí el cerco,
el río,
actor de la más vieja música.
Aún y aunque
sonden sigilosas huellas,
Amplísimas
de rectas y de curvas,
El valle, el
oferente valle, acaso
Valle con
señaleras criaturas.
¡Tanto nos
va en un riesgo! La mañana,
En la mitad
del tronco verdeoscura
Y en la copa
de un fuerte gris hojoso,
Siente mil
aletazos que la alumbran.
El cereal
encaña y no se pierde.
Riesgos
callados. Que también alguna
Verdad
arriesgue el alma ya visible.
Que tu
manera de coger la fruta
Sea la
misma. Así. Y entre senderos
Del espacio,
¿quién vuela? O ahora o nunca.
Bien se
conoce por el movimiento
Que puede
más la huida que la busca;
No quizá por
durar igual que todo
Lo que muere
y al fin da por segura
Su
elevación. Quizá porque es lo propio.
Mañana a
costa de alas y de túnicas,
Cereal
encañado (la primera
Senda sin
otro viento que mi fuga),
El tropismo
solar del agavanzo,
Un ruido
hacia la noche…Nunca. Nunca.
V
Será dentro
del tiempo. No la mía,
No la más
importante: la primera.
Será la
única vez de lo creado.
¡Sencillez
de lograr que no sea ésta
La primera y
la última! Alba, fuente,
mar, cerro
abanderado en primavera,
¡Sed
necesarios! Ella exige muchas
Vidas y vive
tantas que hace eterna
La del
amante, la hace de un tempero
De amor,
insoportablemente cierta.
El fruto
muestra su sazón, la rama
Ya avisa,
tiemblo a tiemblo, su impotencia.
Las
estrellas no queman al pisarlas.
Cuando se
miran desde abajo, queman.
Otras habrá,
otras veces. Estoy solo
Y abandonado
como las iglesias
De arrabal a
su sed de agua bendita.
Puedo
sentir, podría marchar. Queda,
Ráfaga de un
beber de gaviota,
La extraña
forma de crear, la bella
Costumbre de
decir: “hágase”. Quedas
Tú misma,
tú, exigencia que alguien tiene.
Sencillamente
amar una vez sola.
Arcaduz de
los meses, vieja y nueva
Ignorancia
de la metamorfosis
Que va de
junio a junio. Ve: no espera
Nada ni
nadie en mí. ¿qué necesitas?
Nada ni
nadie para mi existencia.
VI
No es que se
me haya ido: nunca he estado.
Pero buscar
y no reconocerlo,
Y o
alumbrarlo en un futuro vivo.
¿Cómo dejaré
sólo este momento?
Nadie ve
aquí y palpitan las llamadas
Y es necesario
que se saque de ellos
La forma,
para que otra vez se forme
Como en la
lucha con su giro el viento.
Como en la
lucha con su giro. No,
No es que se
haya entibiado en el renuevo
Súbito de los
olmos ni en el ansia
Blanca igual
que la médula del fresno.
Ayer latía
por sí mismo el campo.
Hoy le hace
falta vid de otro misterio.,
Del pie que
ignora la uva aunque ha pisado
fuertemente
la cepa. Hoy. Qué mal lejos,
Que
confianza de rediles. Mientras
No sabré
hablar de lo que amo, pero
Sé la vida
que tiene y eso es todo.
Quizá el
arroyo no aumente su calma
Por mucha nube
que le aquiete el sueño;
Quizá el
manantial sienta las alturas
De la
montaña desde su hondo lecho.
¿Cómo te
inmolaré más allá, firme
Talla con el
estuco del recuerdo?
Oh, más allá
del aire y de la noche
(¡El
cristalero azul, el cristalero
De la
mañana!), entre la muerte misma
Que nos
descubre un caminar sereno
Vaya hacia
atrás o hacia adelante el rumbo,
Vaya el
camino al mar o tierra adentro.
VII
¡Qué
diferencia de emoción existe
Entre el
surco derecho y el izquierdo,
Entre esa
rama baja y esa alta!
La belleza
anterior a toda forma
Nos va
haciendo a su misma semejanza.
Y es que es
así: niveles de algún día
Para caer
sin vértigo de magias,
En todo: en
lo sembrado por el aire
Y en la
tierra, que no pudo ser rampa
De castidad.
Y así tiene que vernos.
La luz nace
entre piedras y las gasta.
Junta de
danzas invisibles, mueres
También
amontonándose en sus alas.
Pero es
distinto ya, es distinto, es
Tan distinto
que puede hacerse nada.
Si breve es
el ocaso que alguien hubo
De iluminar,
ahora yo de cada
Cenit voy
mendigando una ladera
Como el
relente un sol de lo que mana.
Miro a voces
en ti, mira ese río
En la sombra
del árbol reflejada
Igual, lo
mismo, entre la diferencia
De emoción,
del sentir, que hace la escala
Doblemente
vital. Leche de brisas
Para dar de
beber a la eficacia
De los caminos
blancos, que se pierden
por querer
ir donde se va sin nada.
Ah,
destempladme. ¿Quién me necesita?
¿Quién
tiembla sólo de pensar que el alba
O algún pájaro
vuelan hacia un lado
Más suyo?
Rama baja y rama alta.
La belleza
anterior a toda forma
Nos va
haciendo a su misma semejanza.
VIII
Cómo veo los
árboles ahora.
No con hojas
caedizas, no con ramas
sujetas a la
voz del crecimiento.
Y hasta a la
brisa que los quema a ráfagas
No la siento
como algo de la tierra
Ni del cielo
tampoco, sino falta
De ese dolor
de vida con destino.
Y a los
campos, al mar, a las montañas,
Muy por
encima de su clara forma
Los veo.
¿qué me han hecho en la mirada?
¿Es que voy
a morir? Decidme, ¿cómo
Veis los
hombres, a sus obras, almas
Inmortales?
Sí, ebrio estoy, sin duda.
La mañana no
es tal, es una amplia
Llanura sin
combate, casi eterna,
Casi
desconocida porque en cada
Lugar donde
antes era sombra el tiempo
Ahora la luz
espera ser creada.
No sólo el
aire deja más su aliento
No posee ni
cántico ni nada;
Se lo dan, y
él empieza a rodearle
Con fugaz
esplendor de ritmo de ala
E intenta
hacer un hueco suficiente
Para no
seguir fuera. No, no sólo
Seguir fuera
quizá, sino a distancia.
Pues bien:
el aire de hoy tiene su cántico.
¡si lo
oyeseis! Y el sol, el fuego, el agua,
Cómo dan
posesión a estos mis ojos.
¿Es que voy
a vivir? ¿Tan pronto acaba
La ebriedad?
Ay, y cómo veo hora
Los árboles,
qué pocos días faltan…
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