miércoles, 15 de noviembre de 2017

POETAS 118. Claudio Rodríguez (I) "Don de la ebriedad"



En 1953 Claudio Rodríguez obtiene el premio Adonais por su libro “Don de la ebriedad”, un libro lúcidamente precoz que comenzó a escribir con diecisiete años. Para Claudio Rodríguez, estos datos elocuentes -edad y título- bastaban para orientar al lector: “Poesía –adolescencia- como un don y ebriedad como estado de entusiasmo, en el sentido platónico, de inspiración, de rapto, de éxtasis, o, en la terminología cristiana, de fervor”.   El largo poema que es “Don de la ebriedad” brotó del contacto directo con la geografía y las gentes de Castilla. Pero no parte de una visión ya preexistente sobre Castilla (no es la miserable y andrajosa de Machado, ni la gentil del Poema del Cid). Precisamente Claudio Rodríguez va a subrayar el tono irracional del poema porque parte de una ausencia de conocimiento, al margen de cualquier imagen previa que se tuviera sobre el paisaje de Castilla. Para Claudio Rodríguez el estilo consiste en la personalidad: es el acuerdo de la voz del poema con el espíritu del poeta. Es por eso que “Don de la ebriedad” esta escrito en endecasílabos asonantes, porque sentía esa forma poética como la más cercana al ritmo del lenguaje oral del que partía. Para Tomás Segovia, Claudio Rodríguez era el más profundo y personal de todos los poetas de su generación y lo emparenta con Hölderlin, por su capacidad de dar voz a un pensamiento poético de gran envergadura y complejidad. Pertenece a la generación poética  de los 50 y probablemente es la voz más original del grupo, en el sentido de que no compartía del todo alguno de los rasgos con que caracterizaron a estos poetas. Junto con José Ángel Valente, es el que más influencia acusa de la mística. También  la ascética  de Fray Luis de León y la lírica tradicional están latentes en su poesía. El resto de influencias se reparte entre los poetas franceses (Verlaine, Rimbaud y Valery) y los ingleses (Coleridge, Blake).

Claudio Rodríguez calificó su poema Don de la Ebriedad como "un solo poema arbitrariamente dividido en fragmentos". Estos diversos fragmentos aparecen ordenados en tres libros. Fue escrito sin plan previo, a retazos de inspiración y sin ninguna conexión aparente entre los fragmentos. Pero el poema es uno: lo es por estilo y porque se apoya sobre una estructura. Los fragmentos están ordenados simbólicamente, entrelazados tal vez por símbolos del inconsciente. El poeta expresa su entusiasmo ante el paisaje de su tierra  y ante la claridad que viene a procurarle la poesía. Ésta debe permitir al poeta su entrega al mundo y a las cosas a través del acto creador, de un modo similar a como lo hace la propia naturaleza de un modo espontáneo. En el segundo canto, el poeta va a sentir como una maldición su imposibilidad de estar a la altura de la donación y entrega que hace la Naturaleza. En el canto tercero se produce al fin la comunión con el mundo y llega el  momento de revelación: por medio de la ebriedad, por medio de la “manía” lírica, el poeta expande su espíritu por el mundo de forma dionisiaca y sintoniza armónicamente con la totalidad de lo creado. Desea “hablar del mundo sin voz de hombre”, fundido en él, para reflejarlo mejor con sus palabras. En un ansia inmensa de comunicación con todo lo que le rodea, quiere perder su voz para dársela al aire y compartirla con todos. El poeta quiere corresponder al ímpetu de entrega con que las cosas de la Naturaleza manan y se dan. Pero siente su precariedad ante la perfección con que la Naturaleza realiza su obra y siente "la pena de no ser hostia para darse". Percibe al ser humano en medio de la naturaleza como un ser extraño que se ha enajenado de ella e interrumpe con su presencia el ciclo de las cosas. Lo que trasluce el poema es el ansia inmensa de conocimiento y de comunicación, de llegar a interpretar el mundo con claridad y hacerle de intérprete y de eco. En el acuerdo de la sintaxis con la emoción y en el léxico elegido, hay un regusto a San Juan de la Cruz y a la poesía mística. En esta emoción exultante que linda a veces con lo familiar, se siente la influencia de César Vallejo.

En el último canto se halla el desciframiento del poema entero, pues al fin el poeta llega a su revelación: cuando el  canto del poeta sintoniza con el canto de las cosas. Entonces la Naturaleza se abre para transparentar su oculta presencia, y el poeta ya puede acordar su propio canto con el canto de las cosas; canto ebrio el del poeta, que mana de entregarse con la misma entrega con que se da la Naturaleza entera.

Luis García Jambrina hace  notar la sucesión vertiginosa de símbolos e imágenes que atraviesa la totalidad del poema. Estos “relámpagos certeros” deslumbran nuestra capacidad de comprensión lógica, pero ayudan a iluminarnos la realidad esencial a la que trata de acceder el poeta en su afán de conocimiento. Esta veloz  sucesión de imágenes acaece en el poema como reflejo de la corriente secreta que en la Naturaleza interconecta todas las cosas, de modo que cuando se intenta hacer un discurso sobre ella, cada cosa va remitiendo a la otra en virtud de eso que Zubiri ha llamado respectividad. Las cosas naturales y reales son respectivas: se abren a otras cosas, se espejean y se trascienden; la imaginación del poeta hace que a cada cosa correspondan múltiples conexiones y metáforas.

Bousoño ha  etiquetado la poesía de Claudio Rodríguez de “realismo metafórico”, por su capacidad para unir contrarios y utilizar un pensamiento paradójico. La complejidad de su técnica es la responsable de la dificultad con que algunos se han acercado a su poesía. Claudio Rodríguez toma un elemento concreto extraído de la vida real y lo interpreta en clave. Por ejemplo, en el poema “El dinero” –que se ofrecerá en próxima entrega-, éste representa “todo cuanto es valioso en la vida del hombre, “porque el dinero a veces es el propio/sueño, es la misma/vida”. Bousoño también señala que el lenguaje con sabor castizo, tan predominante en su poesía, no procede de lecturas sino de haberlo aprendido en el trato con los hombres y en cotidiana conversación. De ahí ese tono tan original y vivo que tiene su poesía.

Claudio Rodríguez identifica actividad poética y conocimiento. Sostiene la idea de que la poesía “nace de una participación que el poeta establece entre las cosas y su experiencia poética de ellas, a través del lenguaje. Esta participación es un modo peculiar de conocimiento”. También tenía la poesía para Rodríguez un componente de revelación humana: la poesía había de revelar al hombre "aquello por lo cual es humano, con todas sus consecuencias”. Esto da a la poesía de Claudio un relevante matiz moral: “La poesía trata de poner el destino humano en una relación de totalidad con la época en que se produce y con el hombre que la escribe”

Como adelanto de una reseña pendiente sobre su vida, se deja aquí una nota biográfica que el propio Claudio Rodríguez esbozó para una antología personal publicada en “Cátedra” en 1992.

“Nací en Zamora, en 1934. Estudié el bachillerato en mi ciudad natal, trasladándome a Madrid. Me licencié en la Universidad Central en 1957, en la sección de Filología Románica. Fui lector de Español en la Universidad de Nottingham (Inglaterra ) durante los años de 1958 a 1960 y de la Universidad de Cambridge (Inglaterra) durante los años 1960 a 1964. Actualmente resido en Madrid dedicado a la enseñanza universitaria.
 

LIBRO PRIMERO


I

Siempre la claridad viene del cielo;
Es un don: no se halla entre las cosas
Sino muy por encima, y las ocupa
Haciendo de ello vida y labor propias.
Así amanece el día; así la noche
Cierra el gran aposento de sus sombras.
Y esto es un don. ¿Quién hace menos creados
Cada vez a los seres? ¿Qué alta bóveda
Las contiene en su amor? ¡Si ya nos llega
Y es pronto aún, ya llega a la redonda
A la manera de los vuelos tuyos
Y se cierne, y se aleja y, aún remota,
Nada hay tan claro como sus impulsos!
Oh, claridad sedienta de una forma,
De una materia para deslumbrarla
Quemándose a sí misma al cumplir su obra.
Como yo, como todo lo que espera.
Si tú la luz te la has llevado toda,
¿cómo voy a esperar nada del alba?
Y, sin embargo –esto es un don-, mi boca
Espera, y mi alma espera, y tú me esperas,
Ebria persecución, claridad sola
Mortal, como el abrazo de las hoces,
Pero abrazo hasta el fin que nunca afloja.

 

II
Yo me pregunto a veces si la noche
Se cierra al mundo para abrirse o si algo
La abre tan de repente que nosotros
No llegamos a su alba, al alba al raso
Que no desaparece porque nadie
La crea: ni la luna, ni el sol claro.
Mi tristeza tampoco llega a verla
Tal como es, quedándose en los astros
Cuando en ellos el día es manifiesto
Y no revela que en la noche ya campos
De intensa amanecida apresurada
No en germen, en luz plena, en albos pájaros.
Algún vuelo estará quemando el aire,
No por ardiente sino por lejano.
Alguna limpidez de estrella bruñe
Los pinos, bruñirá mi cuerpo al cabo.
¿Qué puedo hacer sino seguir poniendo
La vida a mil lanzadas del espacio?
Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto,
Un  resplandor aéreo, un día vano
Para nuestros sentidos, que gravitan
Hacia arriba y no ven ni oyen abajo.
Como es la calma un yelmo para el río
Así el dolor es brisa para el álamo.
Así, yo estoy sintiendo que las sombras
Abren su luz, la abren, la abren tanto,
Que la mañana surge sin principio
Al fin, eterna ya desde el ocaso.
 
III
La encina, que conserva más un rayo
De sol que todo un mes de primavera,
No siente lo espontáneo de su sombra,
La sencillez del crecimiento; apenas
Si conoce el terreno en que ha brotado.
Con ese viento que en sus ramas deja
Lo que no tiene música, imagina
Para sus sueños una gran meseta.
Y con qué rapidez se identifica
Con el paisaje, con el alma entera
De su frondosidad y de mí mismo.
Llegaría hasta el cielo si no fuera
Porque aún su sazón es la del árbol.
Días habrá en que llegue. Escucha mientras
El ruido de los vuelos de las aves,
El tenue del pardillo, el de ala plena
De la avutarda, vigilante y claro.
Así estoy yo. Qué encina, de madera
Más oscura quizá que la del roble,
Levanta mi alegría, tan intensa
Unos momentos antes del crepúsculo
Y tan doblada ahora. Como avena
Que se siembra a voleo y que no importa
Que caiga aquí o allí si cae en tierra,
Va el contenido ardor del pensamiento
Filtrándose en las cosas, entreabriéndolas,
Para dejar su resplandor y luego
Darle una nueva claridad en ellas.
Y es cierto, pues la encina ¿qué sabría
De la muerte sin mí? ¿Y acaso es cierta
Su intimidad, su instinto, lo espontáneo
De su sombra más fiel que nadie? ¿Es cierta
Mi vida así, en sus persistentes hojas
A medio descifrar la primavera?
 
IV
Así el deseo. Como el alba, clara
Desde la cima y cuando se detiene
Tocando con sus luces lo concreto
Recién oscura, aunque instantáneamente.
Después abre ruidosos palomares
Y ya es un día más. ¡Oh, las rehenes
Palomas de la noche conteniendo
Sus impulsos altísimos! Y siempre
Como el deseo, como mi deseo.
Vedle surgir entre las nubes, vedle
Sin ocupar espacio deslumbrarme.
No está en mí, está en el mundo, está ahí enfrente.
Necesita vivir entre las cosas.
Ser añil en los cerros y de un verde
Prematuro en los valles. Ante todo,
Como en la vaina el grano, permanece
Calentando su albor enardecido
Para después manifestarlo en breve
Más hermoso y radiante. Mientras, queda
Limpio sin una brisa que lo aviente,
Limpio deseo cada vez más mío,
Cada vez menos vuestro, hasta que llegue
Por fin a ser mi sangre y mi tarea,
Corpóreo como el sol cuando amanece.
 
V
Cuando hablaré de ti sin voz de hombre
Para no acabar nunca, como el río
No acaba de contar su pena y tiene
Dichas ya más palabras que yo mismo.
Cuándo estaré bien fuera o bien en lo hondo
De lo que alrededor es un camino
Limitándome, igual que el soto al ave.
Pero, ¿seré capaz de repetirlo,
Capaz de amar dos veces como ahora?
Este rayo de sol, que es un sonido
En el órgano, vibra con la música
De noviembre y refleja sus distintos
modos de hacer caer las hojas vivas.
Porque no sólo el viento las cae, sino
También su gran tarea, sus vislumbres
De un otoño esencial. Si encuentra un sitio
Rastrillado, la nueva siembra crece
Lejos de antiguos brotes removidos;
Pero siempre le sube alguna fuerza,
Alguna sed de aquellos, algún limpio
Cabeceo que vuelve a dividirse
Y a dar olor al aire en mil sentidos.
Cuándo hablaré de ti sin voz de hombre.
Cuándo. Mi boca sólo llega al signo,
Sólo interpreta muy confusamente.
Y es que hay duras verdades de un continuo
crecer, hay esperanzas que no logran
Sobrepasar el tiempo y convertirlo
En seca fuente de llanura, como
Hay  terrenos que no filtran el limo.
 
VI
Las imágenes, una que las centra
En planetaria rotación, se borran
Y suben a un lugar por sus impulsos
Donde al surgir de nuevo toman forma.
Por eso yo no sé cuáles son éstas.
Yo pregunto qué sol, qué brote de hoja
O qué seguridad de la caída
llegan a la verdad, si está más próxima
La rama del nogal que la del olmo,
Más la nube azulada que la roja.
Quizá, pueblo de llamas, las imágenes
Enciendan doble cuerpo en doble sombra.
Quizá algún día se hagan una y baste.
¡Oh, regio corazón como una tolva,
Siempre clasificando y triturando
Los granos, las semillas de mi corta
Felicidad! Podrían reemplazarme
Desde allí, desde el cielo a la redonda,
Hasta dejarme muerto a fuerza de almas,
A fuerza de mayores vidas que otras
Con la preponderancia de su fuego
Extinguiéndolas: tal a la paloma
Lo retráctil del águila. Misterio.
Hay demasiadas cosas infinitas.
Para culparme hay demasiadas cosas.
Aunque el alcohol eléctrico del rayo,
Aunque el mes que hace nido y no se posa,
Aunque el otoño, sí, aunque los relentes
De humedad blanca… Vienes por tu sola
Calle de imagen, a pesar de ir sobre
No sé qué Creador, qué paz remota…
 
VII
¡Sólo por una vez que todo vuelva
A dar como si nunca diera tanto!
Ritual arador en plena madre
Y en pleno crucifijo de los campos,
¿tú sabías?: llegó, como en agosto
Los fermentos del alba, llegó dando
Desalteradamente y con qué ciencia
De la entrega, con qué verdad de arado.
Pero siempre es lo mismo: halla otros dones
Que remover, la grama por debajo
Cuando no una cosecha malograda.
¡Árboles de ribera lavapájaros!
En la ropa tendida de la nieve
Queda pureza por lavar. ¡Ovarios
Trémulos! Yo no alcanzo lo que basta,
Lo indispensable para mis dos manos.
Antes irá su lunación ardiendo,
Humilde como el heno en un establo.
Si nos oyeran… Pero ya es lo mismo.
¿Quién ha escogido a este arador, clavado
por ebria sembradura, pan caliente
De citas, surco a surco y grano a grano?
Abandonado así a complicidades
De primavera y horno, a un legendario
Don, y la altanería de mi caza
Librando esgrima en pura señal de astros…
¿Sólo por una vez que todo vuelva
A dar como si nunca diera tanto!
 
 
VIII
No porque llueva seré digno. ¿Y cuándo
Lo seré, en que  momento? ¿Entre la pausa
Que va de gota a gota? Si llegases
De súbito y al par de la mañana,
Al par de este creciente mes, sabiendo
Como la lluvia sabe de mi infancia,
Que una cosa es llegar y otra llegarme
Desde la vez aquella para nada…
Si llegases de pronto, ¿qué diría?
Huele a silencio cada ser y rápida
La visión cae desde altas cimas siempre.
Como el mantillo de los campos, basta
Basta a mi corazón ligera siembra
Para darse hasta el límite. Igual basta,
No sé por qué, a la nube. Qué eficacia
La del amor. Y llueve. Estoy pensando
Que la lluvia no tiene sal de lágrimas.
Puede que sea ya un poco más digno.
Y es por el sol, por este viento, que alza
La vida, por el humo de los montes,
Por la roca, en la noche aún más exacta,
Por el lejano mar. Es por lo único
Que purifica, por lo que nos salva.
Quisiera estar contigo no por verte
Sino por ver lo mismo que tú, cada
Cosa en la que respiras como en esta
Lluvia de tanta sencillez, que lava.
 
IX
Como si nunca hubiera sido mía,
Dad al aire mi voz y que en el aire
Sea de todos y la sepan todos
Igual que una mañana o una tarde.
Ni a la rama tan sólo abril acude
Ni el agua espera sólo el estiaje.
¿Quién podría decir que es suyo el viento,
Suya la luz, el canto de las aves
En el que esplende la estación, más cuando
Llega la noche y en los chopos arde
Tan peligrosamente retenida?
¡Que todo acabe aquí, que todo acabe
De una vez para siempre! La flor vive
Tan bella porque vive poco tiempo
Y, sin embargo, cómo se da, unánime,
Dejando de ser flor y convirtiéndose
 en ímpetu de entrega. Invierno, aunque
no esté detrás  la primavera, saca
fuera de mí lo mío y hazme parte,
inútil polen que se pierde en tierra
pero ha sido de todos y de nadie.
Sobre el abierto páramo, el relente
Es pinar en el pino, aire en el aire,
Relente sólo para mi sequía.
Sobre la voz que va excavando un cauce
Qué sacrilegio este del cuerpo, este
De no poder ser hostia para darse.
 
 
LIBRO SEGUNDO
 
CANTO DEL DESPERTAR
                                    y cuando salía
                              Por toda aquesta vega
                                 Ya cosa no sabía…
                                                 SAN JUAN DE LA CRUZ
 
El primer surco de hoy será mi cuerpo.
Cuando la luz impulsa desde arriba
Despierta los oráculos del sueño
Y me camina, y antes que al paisaje
Va dándome figura. Así otra nueva
Mañana. Así otra vez y antes que nadie,
Aún que la brisa menos decidera,
Sintiéndome vivir, solo, a luz limpia.
Pero algún gesto hago, alguna vara
Mágica tengo porque, ved, de pronto
Los seres amanecen, me señalan.
Soy inocente. ¡Cómo se une todo
Y en simples movimientos hasta el límite,
sí, para mi castigo: la soltura
Del álamo a cualquier mirada! Puertas
Con vellones de niebla por dinteles
Se abren allí, pasando aquella cima.
¿Qué más sencillo que ese cabeceo
De los sembrados? ¿Qué más persuasivo
Que el heno al germinar? No toco nada.
No me lavo en la tierra como el pájaro.
Sí, para mi castigo, el día nace
Y hay que apartar su misma recaída
De las demás. Aquí sí es peligroso.
Ahora, en la llanada hecha de espacio,
Voy a servir de blanco a lo creado.
Tibia respiración de pan reciente
Me llega y así el campo eleva formas
De una aridez sublime, y un momento
Después, el que se pierde entre el misterio
De un camino y el de otro menos ancho,
Somos obra de lo que resucita.
Lejos estoy, qué lejos. ¿Todavía,
Agrio como el moral silvestre, el ritmo
De las cosas me daña? Alma del ave,
Yacerás bajo cúpula de árbol.
¡Noche de intimidad lasciva, noche
De preñez sobre el mundo, noche inmensa!
Ah, nada está seguro bajo el cielo.
Nada resiste ya. Sucede cuando
Mi dolor me levanta y me hace cumbre
que empiezan a ocultarse las imágenes
Y a dar la mies en cada poro el acto
De su ligero crecimiento. Entonces
Hay que avanzar la vida de tan limpio
Como es el aire, el aire retador.
 
 
CANTO DEL CAMINAR
                          …ou le Pays des Vignes?
                                                    RIMBAUD
 
Nunca había sabido que mi paso
Era distinto sobre tierra roja
Que sonaba más puramente seco
Lo mismo que si no llevase un hombre,
De pie, en su dimensión. Por ese ruido
Quizá algunos linderos me recuerden.
Por otra cosa no. Cambian las nubes
De forma y se adelantan a su cambio
Deslumbrándose en él, como el arroyo
Dentro de su fluir; los manantiales
Contienen hacia fuera su silencio.
¿Dónde estabas sin mí, bebida mía?
Hasta la hoz pregunta más que siega.
Hasta el grajo maldice más que chilla.
Un concierto de espiga contra espiga
Viene con el levante del sol. ¡Cuánto
Hueco para morir! ¡Cuánto azul vívido,
Cuanto amarillo de era para el roce!
Ni aun hallando sabré: me han trasladado
La visión, piedra a piedra, como a un templo.
¡qué hora: lanzar el cuerpo hacia lo alto!
Riego activo por dentro y por encima
transparente quietud, en bloque, hecha
Con delgadez de música distante
Muy en alma subida y sola al raso.  
Ya este vuelo del ver es amor tuyo.
Y ya nosotros no ignoramos que una
Brizna logra también eternizarse
Y espera el sitio, espera el viento, espera
Retener todo el pasto en su obra humilde.
Y cómo sufre cualquier luz y cómo
Sufre en la claridad de la protesta.
Desde siempre me oyes cuando, libre
Con el creciente día, me retiro
Al oscuro henchimiento, a mi faena,
Como el cardal ante la lluvia al áspero
Zumo viscoso de su flor; y es porque
Tiene que ser así: yo soy un surco
Más, no un camino que desabre el tiempo.
Quiere que sea así quien me aró. -¡Reja
Profunda!- Soy culpable. Me lo gritan.
Como un heñir de pan sus voces pasan
Al latido, a la sangre, a mi locura
De recordar, de aumentar miedos, a esta
Locura de llevar mi canto a cuestas,
Gavilla más, gavilla de qué parva.
Que os salven, no. Mirad: la lavandera
De río, que no lava la mañana
Por no secarla entre sus manos, porque
La secaría como a ropa blanca.,
Se salva a su manera. Y los otoños
También. Y cada ser. Y el mar que rige
Sobre el páramo. Oh, no sólo el viento
Del Norte es como un mar, sino que el chopo
Tiembla como las jarcias de un navío.
Ni el redil fabuloso de las tardes
Me invade así. Tu amor, a tu amor temo,
Nave central de mi dolor, y campo.
Pero ahora estoy lejos, tan lejano
Que nadie lloraría si muriese.
Comienzo a comprobar que nuestro reino
Tampoco es de este mundo. ¿Qué montañas
Me elevarían? ¿Qué oración me sirve?
Pueblos hay que conocen las estrellas,
Acostumbrados a los frutos, casi
Tallados a la imagen de sus hombres
 Que saben de semillas por el tacto.
En ellos, qué ciudad. Urden mil danzas
En torno mío insectos y me llenan
De rumores de establo, ya asumidos
Como la hez de un fermentado vino.
Sigo. Pasan los días, luminosos
A ras de tierra,  y sobre las colinas
Ciegos de altura insoportable, y bellos
Igual que un estertor de alondra nueva.
Sigo. Seguir es mi única esperanza.
Seguir oyendo el ruido de mis pasos
Con la fruición de un pobre lazarillo.
Pero ahora eres tú y estás en todo.
Si yo muriese harías de mí un surco,
Un surco inalterable: ni pedrisca
Ni ese luto del ángel, nieve, ni ese
Cierzo con tantos fuegos clandestinos
Cambiarían su línea, que interpreta
La estación claramente. ¿Y qué lugares
Más sobrios que éstos para ir esperando?
¡Es castilla, sufridlo! En otros tiempos,
Cuando se me nombraba como a hijo,
No podía pensar que la de ella
Fuera la única voz que me quedase,
La única intimidad bien sosegada
Que dejara en mis ojos fe de cepa.
De cepa madre. Y tú, corazón, uva
Roja, la más ebria, la que menos
Vendimiaron los hombres, ¿cómo ibas
A saber que no estabas en racimo,
que no te sostenía tallo alguno?
 
-He hablado así tempranamente, ¿y  debo
Prevenirme del sol del entusiasmo?
Una luz que en el aire es aire apenas
Viene desde el crepúsculo y separa
La intensa sombra de los arces blancos
Antes de separar dos claridades:
La del día total y la nublada
De luna, confundidas un instante
Dentro de un rayo último difuso.
Qué importa marzo coronando almendros.
Y la noche qué importa si aún estamos
Buscando un resplandor definitivo.
Oh, la noche que lanza sus estrellas
Desde almenas celestes. Ya no hay nada:
Cielo y tierra sin más. ¡Seguro blanco,
Seguro blanco ofrece el pecho mío!
Oh, la estrella de oculta amanecida
Traspasándome al fin, ya más cercana.
Que cuando caiga muera o no, qué importa.
Qué importa si ahora estoy en el camino.
 
 

 
 
LIBRO TERCERO



 
I
(Con marzo)
Lo que antes era exacto ahora no encuentra
Su sitio. No lo encuentra y es de día,
Y va volado como desde lejos
El manantial, que suena a luz perdida.
Volado yo también a fuerza de hambres
Cálidas, de mañanas inauditas,
He visto en el incienso de las cumbres
Y en mi escritura blanca una alegría
Dispersa de vigor. ¿Y aún no se yergue
Todo para besar? ¿No se ilimitan
Las estrellas para algo más hermoso
Que un recaer oculto? Si la vida
Me convocase en medio de mi cuerpo
Como el claro entre pinos a la fría
Respiración de la luna, porque ahora
Puedo, y ahora está allí… Pero no: brisas
De montaraz silencio, aligeradas
Aves que se detienen y otra vez
Su vuelo en equilibrio se anticipa.
 
Lo que antes era exacto, lo que antes
era sencillo: un grano que germina,
de pronto. Cómo nos avanza el solo
mes desde fuera. Huele a ti, te imita
la belleza, la noche a tus palabras
-tú sobre el friso de la amanecida.
¡Y que no pueda ver mi ciudad virgen
Ni mi piedra molar sin golondrina
Oblicuas despertando la muralla
Para saber que nada, nadie emigra.
 
Oh, plumas timoneras. Mordeduras
De la celeridad, mal retenida
Si el hacha canta al pájaro cercenes
De últimos bosques y la tierra misma
Salta como los peces en verano.
Yo que pensaba en otras lejanías
Desde mi niebla firme, que pensaba
No aparte de la cumbre, sino encima
De la ebriedad. Así… ¡me bastaría
Ladear los cabellos, entreabrir
Los ojos, recordarte en cualquier viña!
Rugoso corazón a todas horas
B rotando aquí y allá como semilla,
Óyelo bien: no tiemblo. Es la mirada,
Es el agua que espera ser bebida.
El agua. Se entristece al contemplarse
Desnuda y ya con marzo casi encinta.
De qué manera nos devuelve el eco
Las nerviaciones de las hojas vivas,
La plenitud, el religioso humo,
El granizo en asalto de avenidas.
Algo hay que mantener para los tiempos
Mientras giren las ruecas idas. Idas.
Ah, nombradla. Ella dice, ella lo ha dicho.
¡Voz tanteando los labios, siendo cifra
De los ensueños! Ya no de esta bruma,
Ya no de tardes timoneras, limpia
Del inmortal desliz que va a su sitio
Confundiendo el dolor aunque es de día.
 
II
(Sigue marzo)
                        Para Clara Miranda
Todo es nuevo quizá para nosotros.
El sol claroluciente, el sol de puesta,
Muere; el que sale es más brillante y alto
Cada vez, es distinto, es otra nueva
Forma de luz, de creación sentida.
Así cada mañana es la primera.
Para que la vivamos tú y yo solos,
Nada es igual ni se repite. Aquella
Curva, de almendros florecidos suave,
¿tenía flor ayer? El ave aquella,
¿no vuela acaso en más abiertos círculos?
Después de haber nevado el cielo encuentra
Resplandores que antes eran nubes.
Todo es nuevo quizá. Si no lo fuera,
Si en medio de esta hora las imágenes
Cobraran vida en otras, y con ellas
Los recuerdos de un día ya pasado
Volvieran ocultando el de hoy volvieran
Aclarándolo, sí, pero ocultándolo
Su claridad naciente, ¿qué sorpresa
Le daría a mi ser, qué devaneo,
Que nueva luz o qué labores nuevas?
Agua de río, agua de mar; estrella
Fija o errante, estrella en el reposo
Nocturno. Qué verdad, qué limpia escena
La del amor, que nunca ve en las cosas
La triste realidad de su apariencia.
 
III
Siempre me vienen sombras de algún canto
Por el que sé que no me crees solo.
¿y he de hacer yo que sea verdad? ¿Podría
Señalar cuándo hay savia o cuándo mosto,
Cuándo los trillos cambian el paisaje
Nuevamente y en la  hora del retorno?
Al cabo es el contagio lo que busco.
El contagio de ti, de mí, de todo
Lo que se puede ver a la salida
De un puente, entre el espacio de sus ojos.
A la subida. Acosadoramente
Cerca, hasta con el miedo del acoso,
Llegas sobrepasando la llegada
Abriéndote al llegar como el otoño.
Y como el gran peligro de las luces
En la meseta se nivela en fondo
Cárdeno, así mi tiempo ya vivido,
Así: anunciando -¿qué ave?- por el modo
De volar, alto o bajo, la tormenta
O la calma. Y no importa que ese modo
Nos apresure en soledad tan ágil.
Porque una cosa es creerme solo
Y otra hacer ruido para andar más firme:
Una cosa la noche, otra lo próximo
De aquella noche que pervive en ésta
Y la desmanda -¡Calla, álamo, sobrio
Hachón ardido de la espera! Y calla,
Y mueve lindes de su voz en coro
De intimidad igual que si moviera
Voces del aire mientras yo te oigo
-te estoy oyendo aunque no escuche nada-,
Sombra de un canto ya casi corpóreo.
 
 
IV
Aún los senderos del espacio vuelven
A estar como en la tierra y se entrecruzan
Lejos de la ciudad, lejos del hombre
Y de su laboreo. La aventura
Ha servido de poco. Sin mí el cerco,
el río, actor de la más vieja música.
Aún y aunque sonden sigilosas huellas,
Amplísimas de rectas y de curvas,
El valle, el oferente valle, acaso
Valle con señaleras criaturas.
¡Tanto nos va en un riesgo! La mañana,
En la mitad del tronco verdeoscura
Y en la copa de un fuerte gris hojoso,
Siente mil aletazos que la alumbran.
El cereal encaña y no se pierde.
Riesgos callados. Que también alguna
Verdad arriesgue el alma ya visible.
Que tu manera de coger la fruta
Sea la misma. Así. Y entre senderos
Del espacio, ¿quién vuela? O ahora o nunca.
Bien se conoce por el movimiento
Que puede más la huida que la busca;
No quizá por durar igual que todo
Lo que muere y al fin da por segura
Su elevación. Quizá porque es lo propio.
Mañana a costa de alas y de túnicas,
Cereal encañado (la primera
Senda sin otro viento que mi fuga),
El tropismo solar del agavanzo,
Un ruido hacia la noche…Nunca. Nunca.
 
V
Será dentro del tiempo. No la mía,
No la más importante: la primera.
Será la única vez de lo creado.
¡Sencillez de lograr que no sea ésta
La primera y la última! Alba, fuente,
mar, cerro abanderado en primavera,
¡Sed necesarios! Ella exige muchas
Vidas y vive tantas que hace eterna
La del amante, la hace de un tempero
De amor, insoportablemente cierta.
El fruto muestra su sazón, la rama
Ya avisa, tiemblo a tiemblo, su impotencia.
Las estrellas no queman al pisarlas.
Cuando se miran desde abajo, queman.
Otras habrá, otras veces. Estoy solo
Y abandonado como las iglesias
De arrabal a su sed de agua bendita.
Puedo sentir, podría marchar. Queda,
Ráfaga de un beber de gaviota,
La extraña forma de crear, la bella
Costumbre de decir: “hágase”. Quedas
Tú misma, tú, exigencia que alguien tiene.
Sencillamente amar una vez sola.
Arcaduz de los meses, vieja y nueva
Ignorancia de la metamorfosis
Que va de junio a junio. Ve: no espera
Nada ni nadie en mí. ¿qué necesitas?
Nada ni nadie para mi existencia.
 
VI
No es que se me haya ido: nunca he estado.
Pero buscar y no reconocerlo,
Y o alumbrarlo en un futuro vivo.
¿Cómo dejaré sólo este momento?
Nadie ve aquí y palpitan las llamadas
Y es necesario que se saque de ellos
La forma, para que otra vez se forme
Como en la lucha con su giro el viento.
Como en la lucha con su giro. No,
No es que se haya entibiado en el renuevo
Súbito de los olmos ni en el ansia
Blanca igual que la médula del fresno.
Ayer latía por sí mismo el campo.
Hoy le hace falta vid de otro misterio.,
Del pie que ignora la uva aunque ha pisado
fuertemente la cepa. Hoy. Qué mal lejos,
Que confianza de rediles. Mientras
No sabré hablar de lo que amo, pero
Sé la vida que tiene y eso es todo.
Quizá el arroyo no aumente su calma
Por mucha nube que le aquiete el sueño;
Quizá el manantial sienta las alturas
De la montaña desde su hondo lecho.
¿Cómo te inmolaré más allá, firme
Talla con el estuco del recuerdo?
Oh, más allá del aire y de la noche
(¡El cristalero azul, el cristalero
De la mañana!), entre la muerte misma
Que nos descubre un caminar sereno
Vaya hacia atrás o hacia adelante el rumbo,
Vaya el camino al mar o tierra adentro.
 
VII
¡Qué diferencia de emoción existe
Entre el surco derecho y el izquierdo,
Entre esa rama baja y esa alta!
La belleza anterior a toda forma
Nos va haciendo a su misma semejanza.
Y es que es así: niveles de algún día
Para caer sin vértigo de magias,
En todo: en lo sembrado por el aire
Y en la tierra, que no pudo ser rampa
De castidad. Y así tiene que vernos.
La luz nace entre piedras y las gasta.
Junta de danzas invisibles, mueres
También amontonándose en sus alas.
Pero es distinto ya, es distinto, es
Tan distinto que puede hacerse nada.
Si breve es el ocaso que alguien hubo
De iluminar, ahora yo de cada
Cenit voy mendigando una ladera
Como el relente un sol de lo que mana.
Miro a voces en ti, mira ese río
En la sombra del árbol reflejada
Igual, lo mismo, entre la diferencia
De emoción, del sentir, que hace la escala
Doblemente vital. Leche de brisas
Para dar de beber a la eficacia
De los caminos blancos, que se pierden
por querer ir donde se va sin nada.
Ah, destempladme. ¿Quién me necesita?
¿Quién tiembla sólo de pensar que el alba
O algún pájaro vuelan hacia un lado
Más suyo? Rama baja y rama alta.
La belleza anterior a toda forma
Nos va haciendo a su misma semejanza.
 
 
VIII
Cómo veo los árboles ahora.
No con hojas caedizas, no con ramas
sujetas a la voz del crecimiento.
Y hasta a la brisa que los quema a ráfagas
No la siento como algo de la tierra
Ni del cielo tampoco, sino falta
De ese dolor de vida con destino.
Y a los campos, al mar, a las montañas,
Muy por encima de su clara forma
Los veo. ¿qué me han hecho en la mirada?
¿Es que voy a morir? Decidme, ¿cómo
Veis los hombres, a sus obras, almas
Inmortales? Sí, ebrio estoy, sin duda.
La mañana no es tal, es una amplia
Llanura sin combate, casi eterna,
Casi desconocida porque en cada
Lugar donde antes era sombra el tiempo
Ahora la luz espera ser creada.
No sólo el aire deja más su aliento
No posee ni cántico ni nada;
Se lo dan, y él empieza a rodearle
Con fugaz esplendor de ritmo de ala
E intenta hacer un hueco suficiente
Para no seguir fuera. No, no sólo
Seguir fuera quizá, sino a distancia.
Pues bien: el aire de hoy tiene su cántico.
¡si lo oyeseis! Y el sol, el fuego, el agua,
Cómo dan posesión a estos mis ojos.
¿Es que voy a vivir? ¿Tan pronto acaba
La ebriedad? Ay, y cómo veo hora
Los árboles, qué pocos días faltan…
 
 
 
 

 

 
 
 


 
 

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