Robert Lee Frost nació en San Francisco un 26 de marzo de 1874 y murió en Boston el 29 de enero de 1963. Ha sido considerado por muchos como el mejor poeta norteamericano del siglo XX y es el único escritor que ostenta cuatro premios Pulitzer. Howells, al reseñar la obra de Frost, dijo que se trataba de la vieja poesía tan nueva como nunca; James M. Cox apostilló que podría ser una nueva poesía tan vieja como la que más. "Nueva en su ritmo, en su fino escepticismo, que la liberaba de la moralidad y la aridez de la tradición gentil, se introdujo en el lenguaje corriente de la región elevándolo a unas alturas de ternura, sabiduría y belleza que ningún poeta americano había logrado hasta entonces". La poesía de Frost tiene la virtud de permanecer en la imaginación, proporcionando consuelo y alivio, así como un sentido coherente del mundo. Randall Jarrell ha expresado lo mismo de otra manera: ”Cuando conoces los poemas de Frost sabes sorprendentemente bien cuál era la apariencia del mundo para un hombre”.
Su padre provenía de una familia de granjeros de Nueva Inglaterra y su madre era hija de un capitán de barco que había nacido en Escocia. La infancia del poeta se va a ver marcada por la confesión swedenborgiana de la madre, quien se encargará personalmente de la educación de los hijos: a menudo se lee en casa textos de Shakespeare, Poe, Emerson, y literatura clásica y romántica. El padre morirá con tan sólo 34 años, tras constantes periodos de depresión alternados con su desmedida afición al juego. Después de la muerte del padre, que deja huérfano a Robert con 9 años, la familia se mudará a Salem bajo la tutela del abuelo paterno. La madre se dedicará a la enseñanza en Lawrence, mientras el hijo se convierte en un estudiante aventajado que además comienza a interesarse por los asuntos más varios; en sus poemas dejará registro de su vasta curiosidad: la botánica, la biología y la astronomía serán motivos recurrentes. Frost se dedica, durante los periodos de vacaciones, a las labores más variadas, ya sea en granjas y fábricas de la región o repartiendo periódicos. En su último año de instituto comienza a publicar sus primeros poemas, a la vez que conoce a Elinor Miriam, con quien iniciará un noviazgo lleno de vaivenes que a la postre terminará en casamiento. Ingresa en la Universidad de Dartmouth, pero a los pocos meses abandona sus estudios para regresar a Salem, donde comienza a ayudar a su madre en la enseñanza de los alumnos más díscolos, a la vez que trabaja en una fábrica de lámparas. Es en este periodo, en el que se vuelca en la lectura de Shakespeare, cuando tiene lugar un acontecimiento que marcará su devenir y que va a evocar más tarde en el poema “Kitty hawk”. Tras el enésimo intento frustrado de pedir en matrimonio a Elinor, Robert Frost toma un tren hasta Dismal Swamp (“pantano lúgubre”) y allí se interna a pie durante kilómetros con la intención de quitarse la vida. El poema en que evoca este lúgubre episodio nos da noticia de que es rescatado tres semanas después, y llevado de vuelta a casa a través de un periplo lleno de aventuras en trenes de mercancías.
Al fin, Elinor y Robert contraen matrimonio en Lawrence y comienzan a vivir en la casa familiar con la madre y la hermana de Frost. El poeta consigue entrar en la prestigiosa universidad de Harward, donde entra en contacto con una pléyade de profesores que dejarán huella en su formación: Santayana y William James serán los más destacados. Allí cursa asignaturas de geología, filosofía, psicología, alemán, latín y griego. A pesar de su excelente aplicación, tampoco en esta Universidad llega a graduarse, pues al poco decide iniciar una vida de granjero en una granja avícola, logrando, de paso, fortalecer su delicada salud. A pesar de que por esta época le nace su segundo hijo, la muerte del primero y de su propia madre comienza a dejarle los primeros sinsabores y se le empiezan a manifestar los signos de una incipiente depresión que ya había atenazado al padre. En la nueva granja del abuelo, al sur de New Hampshire, la salud se le resquebraja más todavía, teniendo que soportar periodos de fiebre, pesadillas y dolores en el pecho, lo que no le impedirá acometer las duras labores de labranza, que serán también los afanes de los personajes que pululan por los poemas que va componiendo durante las noches. Antes de 1906 ya le han nacido otros tres hijos. En ese año abandona las tareas de campo para dedicarse a la enseñanza de literatura y psicología. Pero la poesía, que es dedicación a la que Robert Frost quiere consagrarse, no le ofrece los frutos deseados: ningún editor quiere publicar sus poemas, lo que le produce una gran frustración. Ante esta situación de desaliento, en 1912 la pareja vende la granja de Derry y prueba fortuna en Inglaterra con el propósito por parte de Robert de centrarse en la escritura. Un año después de su estancia en Inglaterra, Frost consigue su propósito de ver publicado su primer libro de poemas: se trata de su libro “La voluntad de un joven". Pese al título, Robert Frost ha tramontado ya su primera juventud y se acerca a la madurez: tiene 39 años. Durante su estancia cerca de Londres, Frost va a conocer a una serie de poetas y escritores que van a dejar huella en la literatura mundial: Ford Madox Ford, Walter de la Mare, Robert Graves, Ezra Pound y Yeats. Pero van a ser los llamados poetas georginos los que le influyan -sin sucumbir a su superficialidad-, más interesados estos por las cosas del campo, con un sesgo realista, y que se inspiraban en la vida diaria de los hombres corrientes que hablan un lenguaje coloquial y directo.
“La voluntad de un joven” será un libro bien recibido que encierra una especie de retrato del artista adolescente. Son poemas que beben del espíritu de Emerson y Thoreau. Se ha dicho que con este poemario, Frost elevó el lenguaje coloquial e informal al reino d la poesía. A juicio de Andrés Catalán, el libro dibuja una trayectoria que comienza en el miedo y acaba en el amor. Se trata de un poemario de tránsito: de tránsito de una estación a otra que viene marcada por el ciclo de fertilidad del campo, pero también se hace notar esta transición en los tonos de voz. Se trata de un libro bisagra entre el Frost lírico y subjetivo de sus años americanos y el Frost que al llegar a Inglaterra se preocupará por dar a sus poemas una atmósfera dramática, como ocurre en su segundo libro, “Al norte de Boston”. Con este último libro, Frost se aparta de la subjetividad que impregnaba el primero y se centra en las vidas ajenas de la gente trabajadora de Nueva Inglaterra. Acuña su voz, sencilla y directa, pero a menudo escurridiza, con esas dobleces características que harán precisar una doble lectura y múltiples interpretaciones bajo su engañosa máscara literal. Harold Bloom habla de una ironía “particularmente sombría en la que no se trata tanto de decir algo queriendo decir otra cosa, sino de lograr que el significado desande el camino andado y deshaga lo que quiso decir”. En este libro utiliza el verso blanco en pentámetro yámbico, que ya Shakespeare probaría con fortuna. Con este libro se le etiquetó como poeta de la naturaleza por su predilección por las cosas de la gente del mundo rural. Pero toda simplicidad en Frost es siempre aparente y falaz, pues supo extraer de este contacto entre el hombre y la naturaleza correspondencias simbólicas de alcance universal. No se trata de la naturaleza amable que aparece de fondo en los poetas bucólicos, sino de una naturaleza áspera y difícil que da a los hombres el fondo trágico en el que se desenvuelven y que a menudo resulta indiferente a sus pasiones.
Estos dos primeros libros de Frost acotan lo que se ha llamado su mundo pastoral. Su labor como profesor de latín le introdujo en la tradición pastoral encarnada en los poemas de Teócrito y Virgilio. Pero el poeta pastoral no escribe poemas simples para sus vecinos rurales. Se trata de un poeta refinado por la cultura que toma el mundo pastoral como una fuente de inspiración para dar con símbolos universales. Sustenta la creencia de que el mundo rural es representativo de la sociedad humana en general. En el duro mundo rural de Frost, el hombre y la naturaleza se ven regidos por lo que el Destino ha ordenado. El resultado es un estoicismo conformista ante la ineluctable fuerza de los acontecimientos.
Estos dos primeros libros de Frost acotan lo que se ha llamado su mundo pastoral. Su labor como profesor de latín le introdujo en la tradición pastoral encarnada en los poemas de Teócrito y Virgilio. Pero el poeta pastoral no escribe poemas simples para sus vecinos rurales. Se trata de un poeta refinado por la cultura que toma el mundo pastoral como una fuente de inspiración para dar con símbolos universales. Sustenta la creencia de que el mundo rural es representativo de la sociedad humana en general. En el duro mundo rural de Frost, el hombre y la naturaleza se ven regidos por lo que el Destino ha ordenado. El resultado es un estoicismo conformista ante la ineluctable fuerza de los acontecimientos.
Ante la amenaza de la guerra y una apurada situación económica en Europa, Robert Frost decide regresar a su patria precisamente en el momento en que los escritores de la generación perdida dan el salto al continente europeo. La publicación en su propio país de sus dos libros envuelve la vuelta de Frost en un cierto halo de celebridad poética. De la noche a la mañana Frost se había convertido en el poeta más leído. Instalada toda la familia en una granja de New Hampshire, Frost comienza a alternar su trabajo como escritor con la enseñanza y la impartición de conferencias. No obstante su vocación por la enseñanza, el tiempo que tenía que dedicarle le obstaculizaba su tarea como poeta. “Tengo que enseñar o escribir –declaró en una ocasión-: no puedo hacer las dos cosas a la vez. Pero tengo que vivir”. En 1916 publica su tercer libro, “Un valle en las montañas”. Contendrá algunos de los mejores poemas de Frost, como “el camino no elegido”, pero el libro se resiente de una estructura más endeble que la de sus dos primeros libros. A principios de los años veinte la familia dejará la granja de new Hampshire por una casona del siglo XVIII en Vermont. Frost imparte clases en Ripton, Michigan y Amherst.
En 1923 publica su cuarto libro “New Hampshire”, que parodia en su formato “la tierra baldía” de T. S. Eliot. Comienza a ser frecuente en sus poemas el sesgo filosófico. Los asuntos de sus poemas se hacen más concretos y los diálogos más abstractos: los personajes representan posiciones sociales y filosóficas. El premio Pulitzer que recibe al año siguiente por este libro le abrirá la puerta de las universidades con diversos doctorados honoríficos. Su segundo Pulitzer se lo lleva con su “Poesía reunida” de 1930. Ese mismo año es elegido miembro de la Academia Americana de las Artes y las Letras. La década de los treinta está lastrada por la desaparición de gran parte de su familia. Primero fallece su hermana, cinco años más tarde, en 1934, muere su hija Marjorie de una larga enfermedad, y, finalmente, el cáncer que se le manifiesta a su mujer Elinor acabará con su vida en 1938. El suicidio con un rifle de caza de su hijo Carol en 1940 acaba sumiendo al poeta en una severa depresión. Sin embargo, los éxitos no habían dejado de acompañarle: “una cordillera más lejana”, 1936, le vale su tercer premio Pulitzer. Su siguiente libro, “Arroyo hacia el oeste”, preludia el compromiso político en asuntos públicos que proseguiría en sus últimos libros. Los protagonistas de sus poemas comienzan a estar rodeados de soledad; la naturaleza comienza a adquirir tintes siniestros y se convierte en un sinsentido para el hombre. En el momento de su publicación, el libro fue tachado de reaccionario por las consideraciones políticas o filosóficas de algunos de sus poemas.
Después de morir su mujer, Frost deja de dar clases por una temporada e inicia una relación sentimental con Kathleen Morrison, quien se convertirá en su secretaria. Se muda a Boston y adquiere una granja, a la vez que dirige un seminario en Harvard. En 1942 publica “un árbol testigo” –nuevo premio Pulitzer que le convierte en el único escritor con cuatro-, donde una nueva preocupación asoma: la de delimitar la frontera entre el mundo exterior y la práctica poética. Robert Lowell decía que los temas que obsesionaban a Frost –la soledad, la muerte, los límites humanos- se combinaban en un único tema, “el de un hombre que se abre paso a través de lo informe, lo anárquico y lo libre, hacia la nieve, el aire, el océano, el desierto, la desesperanza, la muerte y la locura. Cuando los límites se alcanzan, y a veces se sobrepasan, el nombre vuelve”.
En la década de los 40 publica "la Flor del campanario", donde da rienda suelta a sus preocupaciones religiosas, científicas o tecnológicas. En 1949, su "Poesía completa" le congracia con un público que había empezado a darle la espalda. Las posturas que adoptó Frost al final –en los últimos poemas, así como en su vida- le restaron crédito entre críticos académicos, que prefirieron la obra más difícil de T. S. Eliot, Ezra Pound y Wallace Stevens al verso pastoral directo y sencillo que no precisaba de ninguna exégesis crítica. William Prithchar ha destacado cómo “Las dos últimas décadas de su vida fueron las de un hombre cuyas producciones como poeta, por primera vez en su carrera, ocuparon una posición secundaria tras su vida como figura pública, autoridad, institución, emisario cultural”. En sus últimos años Frost se convierte, por tanto, en un hombre público eminente: recibe honores, títulos y galardones, el Senado firma una resolución para celebrar su cumpleaños, La Casa Blanca le convierte en un invitado habitual en sus cenas. En 1960 recibe la medalla del Congreso y, tras la elección de John F. Kennedy, se convierte en el primer poeta al que se solicita un poema para la ceremonia de toma de posesión. Muere con 88 años, el 29 de enero de 1963, después de haber sido operado de cáncer el año anterior.
Robert Frost es conocido por una interesante teoría poética que ha tenido repercusión: lo que él llama “el sonido del sentido”: La frase establece dos polos entre los que pivota el significado, que puede hacer resaltar el poema-como –música o el poema-como-significado. La tesis principal de Frost es que un poema dice algo antes de ser entendido; “La mejor forma de oír el sonido abstracto del sentido –escribió una vez por carta a un amigo- es desde las voces que se oyen a través de una puerta que corta las palabras”. Se trata, como recuerda Andrés Catalán, de un intrincado tejido a base de ritmo y metro, que desdeña el verso libre –pues sería como “jugar al tenis sin poner la red”-, donde el metro se convierte en una especie de red doble para apresar los sonidos y ritmos del discurso real. Se trata, siguiendo similares planteamientos de Wordsworth y Emerson, de jugar con ciertos patrones discursivos que son naturales a una cultura y que permiten ser resaltados o contrastados mediante el patrón rítmico del metro. El propio Frost nos recuerda que una buena frase tiene un doble cometido: "expresa un significado mediante las palabras y la sintaxis y otro mediante el tono de voz que indica. En la ironía, las palabras pueden decir una cosa, el tono de voz otra”. Frost formuló esta poética de “el sonido del sentido” para encajar un fenómeno al que estaba dando expresión en su práctica poética, tal como le había sucedido también a multitud de poetas antes que él: oponer la línea acústica base del verso métrico a las melodías irregulares del habla idiomática. La originalidad de Frost estriba en acomodar el sonido del sentido al habla rural de Nueva Inglaterra, un dialecto del que nadie antes se había servido para fines poéticos. Pero como señala el traductor Andrés Catalán en el excelente estudio a la Poesía Completa de Frost –Linteo Poesía-, “en última instancia, el interés de Frost por el habla cotidiana tiene que ver con un contexto de atención a la intimidad humana, a la gente en su quehacer diario y menudo.” Pero quizás la grandeza de Frost estriba en haber insertado estos quehaceres cotidianos sobre un fondo de naturaleza a menudo hostil y que genera el contexto trágico en el que se mueven sus personajes poéticos, creando unos dramas y unos mitos rurales que irradian significado, ensanchando con sencillez los márgenes del poema hasta convertir inesperadamente el conjunto en una elocuente glosa de la condición humana.
AL PARARME JUNTO AL BOSQUE UNA NOCHE DE NIEVE
Creo saber de quién es este bosque.
Su casa está en la aldea, sin embargo;
No podrá ver cómo aquí me detengo
A contemplar su bosque cubierto por la nieve.
Mi pequeño caballo debe pensar que es raro
Pararse en este sitio sin granjas a la vista
Entre el helado lago y este bosque
En la noche más lóbrega del año.
Sacude las campanillas del arnés
Para preguntar si me habré equivocado.
El otro único sonido es el barrido
Calmo del viento y de los copos suaves.
El bosque es hermoso, oscuro y denso,
Pero tengo promesas que cumplir,
Y mucho que andar antes de dormir,
Y mucho que andar antes de dormir.
UNA ESTRELLA EN EL TRINEO DE PIEDRA
No iréis a decirme que de todas las estrellas
Que de noche caen del cielo sin un ruido
Nadie ha recogido una para hacer un muro.
Un labrador encontró una fría y apagada,
Y salvo porque su peso le sugería oro,
Y que no acertó a alzarla a la primera,
No encontró nada en ella digno de mención.
No estaba acostumbrado a manejar estrellas
Oscuras e inertes, caídas de un arco interrumpido.
No supo reconocer en aquel carbón pulido
La única cosa palpable que además del alma
Es capaz de atravesar el aire en que giramos.
No supo vislumbrar que aquella cosa volaba,
Incubaba huevos de hormiga, y tenía una gran ala,
No demasiado grande para volar en círculos,
Y como un ave del paraíso una gran cola,
(aunque cuando no las usaba para volar y arrastrar
La escondía como un caracol dentro del cuerpo);
Ni cayó en la cuenta de que podría moverla de su sitio,
Pero el daño estaba hecho; golpeada por la estrella
La misma naturaleza del terreno se había calentado
Y ardía produciendo flores en lugar de cereales,
Flores a las que avivaba y no apagaba toda la lluvia
que sus plegarias vertían inútilmente sobre ellas.
La movió bruscamente con una barra de hierro,
Cargó un viejo trineo de piedra con la estrella
Y no, como pudierais pensar un carro volador,
Algo que hasta los poetas se ven obligados a admitir
Ha de ser algo más práctico que el caballo Pegaso
Si es capaz de devolver una estrella a su rumbo.
La arrastró a través del terreno labrado con un ritmo
Que era tan sólo un vago recuerdo del empuje
De una roca veloz en los espacios siderales.
Fue sentenciada a ser piedra de obra, y yo, como si
Me lo ordenaran en un sueño, me veo obligado
Constantemente a corregir el mal que habría supuesto.
Mas preguntad a qué más podría haberse destinado,
Que yo lo ignoro, no puedo pararme a averiguarlo:
Bien podía haberla dejado sin más donde cayó.
Mientras sigo los muros nunca alzo la vista
Excepto por las noches a esas partes del cielo
En las que es bien sabido que llueven meteoritos.
Quizás algunos sepan qué buscan en la escuela o en la iglesia
Y por qué es ahí donde lo buscan lo que yo busco
Lo encontraré al escrutar los muros, pértica tras pértica,
Aunque no sea una estrella de muerte y nacimiento
Ni en absoluto comparable, acaso, su valor
A tales paraísos de vida como son La Tierra o Marte,
Aunque no sea, digo, una estrella de muerte y de pecado,
Tiene así dos polos, y sólo hace falta darle un giro
Para que su naturaleza material se revele y comience
A calentarse y revolverse en mi callosa mano
Y a escaparse por extrañas tangentes a mi brazo
Como hacen los peces
con un sedal al primer susto.
Aunque no sea mucho el premio que promete
Es ser el único mundo completo, del tamaño que sea,
Que yo tendré el gusto de abarcar, idiota o sabio.
EL TRAJABADOR DEL CENSO
Llegué con mi cometido una tarde de nubes tormentosas
A una casa de lanchas, cubiertas de papel negro,
Con una sola habitación y una ventana y una sola puerta,
La única morada en mitad de un baldío paraje talado
De cien millas cuadradas en medio de los montes
Y no habitado entonces por mujeres ni hombres.
(¿No fue habitada nunca, no obstante,
por mujeres,
Así que por qué hacer de esto una
tragedia?)
Llegué como trabajador del censo al
yermo
Par contar sus habitantes y ninguno
encontraré,
Ninguno en las cien millas, ninguno
allí en la casa,
A donde acudí al final con ciertas
esperanzas, pero pocas
Tras horas de contemplar desde unos
riscos
Aquel vacío despellejado hasta la
roca misma.
No hallé gente que se atreviera a
asomarse,
Ninguna que no se escondiera de ojos
indiscretos.
Fe por otoño, pero cómo iba alguien
A saber qué época era cuando los los
árboles
Que pudiera dejar caer una hoja
habían caído
Y nada quedaba ya allí excepto los
toconoes
Sacando a relucir sus anillos en
azucarada brea;
Y cada árbol en pie era un tronco
podrido
Sin hoja alguna que emplear en el
otoño
Ni rama alguna con la que silbar tras
emplearla.
Quizás el viento, cuanto menos
contara con la ayuda
Del soplo de los árboles, mejor
podría indicar qué época
Del año o del día era por la forma de
abrir una puerta
Y romperle el pestillo, como si unos
hombres toscos
Entrarán por ella y le dieran cada
uno un portazo
Para que tuviera que abrirla otra vez
el siguiente.
Conté a nueve a los que no tenía
derecho a contar
(pero era éste un fantasioso recuento
extraoficial)
Antes de que hiciera pasar por el
umbral al décimo.
¿Dónde estaba mi cena?, ¿dónde estaba
la de los demás?
Ni un candil encendido, nada había en
la mesa.
La estufa estaba fría, -la estufa
estaba lejos de la chimenea.
Y cojeaba por el lado por el que le
faltaba una pata.
La gente que había entrado haciendo
tanto ruido,
Era gente según el oído pero no según
el ojo.
No estaban en la mesa apoyados con
los codos.
No estaban durmiendo en las filas de
literas.
Ningún hombre vi allí ni ningún hueso
humano.
No armé contra los huesos que bien
pudiera haber
Con el trozo embreado de un mango de
hacha
Que recogí del suelo cubierto de
polvo y paja.
Nada de huesos pero sí el repiqueteo
de la ventana mal ajustada.
La puerta permanecía quieta porque yo
la sostenía
Mientras pensaba que hacer que fuera
posible:
Respecto a la casa, respecto a la
gente que no estaba allí.
Esta casa tan sólo desmoronada tan
solo en un año
Me llenó de no menos tristeza que las
casas
Que a lo largo de diez mil años se
derrumban
Donde Asia separa a África de Europa.
Según yo lo veía nada podía hacerse
Excepto reconocer que allí ya no
quedaba nadie
Y proclamar a los riscos, demasiados
alejados para hacer eco,
“El lugar está desierto, que quien aceche
En silencio, si esto lo ofende de
algún modo,
Rompa el silencio ahora o calle para
siempre.
Que diga por qué no debería ser así
declarado”.
La melancolía de tener que contar
almas
Allí donde escasean más y más cada
año
Es más intensa allí donde van reduciéndose
a la nada.
Debe ser que deseo que la vida siga
viva.
EL MANGO DE HACHA
Alguna vez me he topado con la rama
entrometida
De un aliso que me ha atrapado el
hacha por detrás.
Pero eso sucedió en el bosque, para
impedir que mi mano
Golpeara las raíces de algún otro
aliso
Y se trata, como digo, de la rama de
un aliso.
En este caso fu un hombre, Baptiste,
que se me acercó
Un día con sigilo por la nieve en mi
propio jardín
Donde estaba yo afanándome en el
tajo,
Cortando nada que no estuviera
cortado previamente.
Diestramente me agarró el hacha en el
punto más alto,
Cuando todo i impulso jugaba a su
favor,
La sostuvo un momento donde estaba,
para calmarme,
Después me la arrebato… y yo permití
que lo hiciera.
No le conocía lo suficiente para
poder saber
De que iba todo aquello. Puede que
tuviera en mente
Decirle a un mal vecino alguna cosa
Que prefiriera decirle estando
desarmado.
Pero cuando tenía que decirme con su
acento francés
Era lo que pensaba no de mí, sino de
mi hacha, de mí
En tanto que me tomaba a pecho a las
cosas de mi hacha.
Se trataba del pésimo mango e hacha
que me habían vendido.
“hecho a máquina”, sentenció,
mientras acariciaba la veta
Con un pulgar rechoncho para
mostrarme cómo iba
De un lado a otro de la larga curva
del mango,
Igual que las dos rayas que
atraviesan el signo del dólar.
“Péguele un buen golpe y se pagtirá
sin más.
¿Dónde iguía a pagag su cabeza de
hacha volando pog el aigue?”
“Iremos hasta mi casa y le colocaré
unó
Cual dugagá bastante… de un nogal
cuando gueció togecidó”
Es la segunda gama que le he
cogtado…!dugo,dugo!”
¿Algo que iba a venderme? No era así
como sonaba.
“¿Entonces, cuándo dice que va a
vennig? No le costagá nadá.
¿Esta noche?”
Esta noche igual de bien que
cualquier cotra.
A parte del exceso de calor de la
estufa de la cocina
Mi recibimiento no difirió de otros
recibimientos.
Baptiste sabía mejor que yo por qué
estaba yo allí.
Siempre y cuando se dejará ciertas
cosas por decir,
No me importaba que se mostrara
encantado
(si es que estaba encantado) por
tenerme en el punto
En el que yo debía jugar si eso que
sabía
Sobre hachas que no todos los demás
sabíamos
Contaba algo o no a ojos de un
vecino.
¡Difícil que, aunque estuviera
rodeados de yanquis,
Un francés no fuera capaz de
demostrar su valía!
La señora Baptiste entró y empezó a
mecerse
En su silla con tanto movimiento como
el mundo:
Uno de tras a adelante, de dentro a
fuera de la sombra,
Que a ninguno sino la llevaba; uno
más paulatino,
Lateral, que la habría llevado hasta
la estufa
Con el tiempo, sino se hubiera
percatado del peligro
Y se hubiera incorporado, silla y todo,
Y colocado de vuelta en el punto de
partida.
“Ella no hablag inglés muchó… es una
lástima”
Me temí, cuando le brillaron los ojos
al mirarme,
Luego al mirar a Baptiste, como si
entendiera
Nuestros intercambios, que solamente
fingiera.
Baptiste estaba angustiado por ella; pero no más
que por él mismo,, al haber ofrecido
en tal manera
el trato de la mañana que no podía
esperar
retrasarlo para que no sospechara yo
que él
jamás había pensado realmente en
mantenerlo.
Con innecesaria prontitud sacó los
mangos de hacha,
Un carcaj entero de donde elegir,
puesto que deseaba
Que me quedara el mejor que tenía, o
que tenía de sobra:
No era cosa mía preguntarle cuál,
cuando el que eligió
Tenía beldades que tuvo que indicarme
en detalle
Para asegurarse de que no iba yo a
pasarlas por alto.
Prefería que fueran esbeltos como el
mango de un látigo
Sin el más mínimo nudo, que se
comportaran
Al flexionarlos como una espada al
apoyarla en la rodilla.
Ne mostró que las líneas de un bue
mango
Son inherentes a las vetas antes de
que la cuchilla
Las exprese, y que sus curvas no son
unas falsas curvas
Impuestas desde afuera. Y he ahí
donde reside su fuerza
Para el trabajo duro. Manoseó su
largo cuerpo blanco
De un extremo a otro con la
áspera mano cerrada alrededor.
Probó a encajarlo en el ojo de la
cabeza del hacha.
“Aguagda, aguagda”, musitó, “no hace
falta rebajaglo mucho”
Baptiste sabía como alargar un
trabajo más bien breve
Por puro amor, y aun así no perder
tampoo el tiempo.
¿Sabés que de lo que hablamos fue del
conocimiento?
Baptiste defendió su postura acerca
de los hijos
Que apartaba del colegio, o hacía lo
que podía para apartarlos…
Tuvieran lo que tuvieran que ver el
colegio y los niños
Y nuestras dudas sobre la educación
impuesta
Con las curvas de sus mangos de hacha
y el que hubiera
Usado estos de un modo nada honesto
para traerme
A que viera al menos una vez el
interior de su casa.
¿Deseaba mi amistad, en parte por
tener
A quien dejar la decisión, aunque el
derecho a mantener
Tales dudas sobre la educación
debiera depender
De la educación de aquellos que las
mantenían?
Pero ya se sacudía las virutas de la
rodilla
Y ponía el hacha en pie sobre su uña,
Derecha, pero no sin sus curvaturas,
como cuando,
La serpiente se alzó en defensa del
mal en el Jardín,
Sobrecargada por arriba con un peso
que su pequeña,
Rechoncha mano parecía no divertir,
la hoja de acero azulado
Hacia abajo y un poco hacia dentro…
un toque francés en eso.
Baptiste se echó hacia atrás y
entrecerró los ojos satisfecho;
“!obsegva como ladea la cabeza””
LA PUERTA SIN CERRADURA
Pasaron muchos años
Pero por fin sonó un golpe
Y me acordé de la puerta
Sin una cerradura que cerrar.
Apagué las luces,
Caminé de puntillas,
Y ambas manos alcé
Orando ante la puerta.
Pero volvió a sonar el golpe
Mi ventana era amplia;
Trepé hasta el alfeizar
Y descendí por fuera.
Antes sobre el alfeizar
Le ofrecí un “Entre usted”
A quienquiera que fue
El del golpe en la puerta.
Así que con un golpe
Desocupé mi jaula
Para ocultarme en el mundo
Y cambiar con los años.
TE CANTARÉ A LA UNA EN PUNTO
Mucho tiempo llevaba
Despierto aquella noche
Ansiando que la torre
Señalara la hora
Y me dijera si podía
Decir que era de día
(aunque luz no hubiera)
Y desistir del sueño.
La nieve caía espesa
Y siseaba la rociada,
Se encontraron dos vientos,
Uno desde una calle,
El otro desde otra,
Y lucharon en una nube
De plumas y de polvo.
No podía estar seguro,
Pero temía que el frío
Hubiera frenando el ritmo
Del reloj de la torre
Al atarle bien juntas
Las manecillas doradas
Ante su rostro.
¡Entonces sonó un golpe!
Una nota serena
De clima mundano
Aunque extraña y ahogada.
La torre dijo “!Una!”
Y luego un campanario.
Se hablaban entre ellas
Y a las pocas personas
Que el viento levantara
De los cálidos sueños
(pero sin sacarlas de casa).
Abandonaron la tormenta
Que golpeó en tromba
El cristal de mi ventana
Como una piel perlada.
En esa Una solemne
Hablaban del sol
Y la luna y los astros,
De Saturno y de marte
Y de Júpiter.
Más desinhibidas,
Dejaron los nombres
Y hablaron de las letras,
De las sigmas y taus
De las constelaciones.
Se llenaron la boca
Con los lejanos cuerpos
A los que el hombre envía
Sus conjeturas,
Tras los que Dios reside;
Esas motitas cósmicas
De las enormes lentes,
Sus formales repiques
No les pertenecen:
Dan voz al reloj
Con cuyas grandes ruedas
Engranan las suyas.
En esa solemne palabra
Pronunciada ella sola
La más remota estrella
Tembló y se agitó,
Aunque tan lejanísima
Que su girar frenético
Parecía estar fijo
En un único puesto.
Nunca se ha movido,
Y salvo por el asombro
De expandirse una vez
En una supernova,
En nada ha cambiado
A los ojos del hombre
En los planetas sobre ella
Alrededor o ebajo
De ella en creación
Desde que el hombre empezara
A arruinar al hombre
Y una nación a otra nación.
AZUL FRAGMENTADO
¿Por qué dar tanta importancia al
azul fragmentado
Aquí y allá en un pájaro, o una
mariposa,
O una flor, o un colgante de piedra,
o un ojo abierto
Cuando ofrece el cielo el tono sólido
a raudales?
Porque la tierra es tierra, quizá,
pero no cielo (por ahora),
Aunque algunos sabios incluyan el
cielo en esa tierra;
Y el azul tan lejos de aquí alcanza
tanta altura
Que no hace más que avivar nuestros
anhelos.
FUEGO Y HIELO
Hay quien dice que el mundo acabará
en fuego,
Hay quien dice que en hielo.
Por lo que he conocido del deseo
Estoy con los que por el fuego se
decantan.
Pero si tuviera que sucumbir dos
veces,
Creo que del odio sé bastante
Para decir que para la destrucción el
hielo
Es también eficaz
Y sería suficiente.
EN UN CEMENTERIO EN DESUSO
Los vivos acuden con sus pasos
herbosos
A leer las lápidas que hay en la
colina;
Convoca el cementerio aún a los
vivos,
Pero dejó ya de hacerlo con los
muertos.
En ellas los versos repiten y repite:
“Los vivos que hoy vienen un momento
A leer las losas para marcharse luego
Para quedarse vendrán mañana muertos”
Así riman los mármoles, seguros de la
muerte,
Mas sin poder evitar señalar siempre
Cómo no parece acudir ni un solo
muerto.
¿Qué hace a los hombres acobardarse
tanto?
Sería muy sencillo ser un poco
avispado
Y decirle a las lápidas: los hombres
odian morir
Y no volverán a morirse nunca más.
Pienso que esa mentira bien podrían
creérsela.
COPOS DE NIEVE
La forma en que un cuervo
Sacudió sobre mí
Desde un abeto
Los copos de nieve
Hizo que mi corazón
Cobrara otro ánimo
Y en parte remedió
Un día deplorable.
NADA DORADO PUEDE PERSISTIR
El primer verde de la naturaleza es
de oro,
De todos sus colores el más breve.
Una flor es su hoja más temprana;
Pero solo lo será por una hora.
Luego la hoja declina en otra hoja.
Así se hundió el Edén en amargura,
Así el alba cae en el mediodía.
Nada dorado puede persistir.
EL PROPÓSITO ERA EL CANTO
Antes de que el hombre lo hiciera
sonar bien
Soplaba el viento de manera
instintiva
Y lo más ruidosamente posible día y
noche
En cualquier sitio escabroso en donde
daba.
Vino el hombre a explicarle qué hacía
mal:
No habrá encontrado el lugar donde
soplar,
Soplaba demasiado: el propósito era
el canto.
Y escucha… ¡Cómo debería hacerse!
Tomó en su boca una porción pequeña
Y la retuvo un rato hasta que el
norte
Acabo convirtiéndose en el sur,
Y luego con mesura la expulsó
soplando
Con mesura. Eran palabras y eran
notas,
El viento que el viento había querido
ser…
Un poco a través de labios y
garganta.
El propósito era el canto: se dio
cuenta el viento.
POR UNA VEZ, ENTONCES, ALGO
Se burlan de mi por arrodillarme
junto al brocal del pozo
Siempre con la luz en mal sitio, de
forma que no veo
Jamás nada en el pozo más allá de donde
el agua
Me devuelve el relumbre de una
superficial imagen
De mí mismo en el cielo del verano,
como un dios
Vigilante y atento, coronado de
helechos y de nubes.
Una vez al poner la barbilla sobre el
brocal del pozo,
Distinguí, según me pareció, más allá
de la imagen,
A través de la imagen, un algo
blanco, incierto,
Algo de las profundidades… y después
lo perdí.
Vino el agua a reprocharle al agua
tanta transparencia.
Una gota cayó desde un helecho, y
ved, una onda
Espantó lo que fuera que se hallaba
en el fondo,
Lo emborronó, lo tachó. Aquella
blancura. ¿qué sería?
¿La Verdad? ¿Un guijarro de cuarzo?
Por una vez, pues, algo.
EL DÍA DE LAS MARIPOSAS AZULES
Es el día de las mariposas azules
aquí en primavera,
Y con estas escamas de cielo ráfaga
tras ráfaga
Hay más colores sin mezclar en vuelo
De los que las flores mostrarán si no
se apuran.
Pero estas son flores voladoras y
casi cantarinas:
Y ahora tras haber sobrevivido al
deseo
Cerradas se posan bajo el viento y se
aferran
A donde las ruedas han sajado el
lodazal de abril.
EL INICIO
Siempre igual, cuando una noche
aciaga
Al fin toda la nieve se deja caer lo
más blanca
Posible en los oscuros bosques, y con
una canción
Que no volverá a entonar durante todo
el invierno
Sisea sobre la tierra aún al descubierto,
Casi doy un traspiés al mirar acá y
allá
Como quien sobrepasado por el fin
desiste
De toda diligencia, y deja que la
muerte
le caiga donde esté, sin haber hecho
nada
Contra el mal, sin triunfos
importantes,
Igual que si la vida nunca hubiera
comenzado.
Y aun así los precedentes están de mi
parte: sé
Que la muerte invernal no puso nunca
aprueba,
Sin fracasar, a la tierra: la nieve
puede amontonarse
En las largas tormentas hasta unos
cuatro pies
Si se mide usando un arce, un abedul
o un roble,
Pero no retendrá el croar de plata de
las ranas;
Y yo he de ver la nieve bajar por la
colina
En las aguas de un esbelto arroyuelo
de abril
Que dejará ver su cola entre los
matorrales secos
Y la hojarasca muerta, como una
culebra en fuga.
Nada de color blanco quedará salvo
aquí un abedul
Y por allí un grupo de casas y una
iglesia.
A LO TERRENAL
Era el amor en los labios el roce
Más placentero que podía soportar;
Y alguna vez me pareció excesivo;
Vivía del aire
Que me llegaba de cosas placenteras,
Los efluvios de…¿sería almizcle
Lo que liberaban las viñas escondidas
Colina abajo al anochecer?
Sufrí los remolinos y el anhelo
Por los ramos de madreselva
Que al recogerlos te salpican
El dorso de las manos de rocío.
Ansiaba placeres intensos, pero esos
Me parecían intensos en mi juventud;
Fue el pétalo de la rosa
Lo que me hirió.
Ahora todo gozo está falto de sal
Si no tiene una pizca de dolor,
Y desánimo y culpa;
Ansío la mancha
De las lágrimas, la cicatriz
De un amor casi excesivo,
La dulzura de la corteza amarga
Y el clavo ardiendo.
Cuando marcada y rígida e irritada
Retiro la mano después
De haberme apoyado mucho rato
En la hierba y la arena,
El dolor no me basta:
Anhelo tener más peso y fuerza
Para poder sentir la tierra áspera
En toda mi extensión.
NO PARA QUEDÁRSELO
Se lo enviaban de regreso. La carta
que llegó
Decía.. Y que se lo entregaban. Y
antes de poder
Asegurarse de que no había nada
oculto
Bajo el lenguaje oficial, allí estaba
él,
Con vida. Se lo devolvieron con vida
-¿cómo si no? Es sabido que no envían
a los muertos-
Y sin desfiguraciones aparentes. ¿La
cara?
¿Las manos? Tenía que mirar, que
mirar y preguntar,
“¿Qué sucede, querido?”. Y ella que
todo lo dio
Aún lo tenía todo –lo tenían-
¡afortunados ellos!
¿Acaso no se alegraba? Todo parecía
una victoria,
Y el resto ya solamente un merecido
descanso.
Tenía que preguntar, “¿Qué sucedió,
querido?”
Algo
Que bastó y no bastó. Una bala de
parte a parte,
En lo alto del pecho. Nada que unos
pocos cuidados
Y medicina y descanso, y tú durante
una semana,
No puedan curarme para poder
regresar”. Otra vez
La misma entrega desalentadora para
ambos.
No se atrevió ella a preguntas más
que con los ojos
Cómo se las arreglaría él en una segunda
prueba.
Y con sus ojos él le pidió que no le
preguntara.
Se lo habían devuelto, mas no para
quedárselo.
UN ARROYO EN LA CIUDAD
La granja aún resiste, aunque reacia
a encajar
En la calle de la nueva ciudad en la
que tiene
Que lucir un número. ¿Pero qué hay
del arroyo
Que parecía abrazar la casa en un
recodo?
Lo digo como alguien que conocía el
arroyo, su fuerza
E ímpetu, al haber sumergido un dedo
en él
Y haberlo hecho brincar por los
nudillos, o al arrojar
Una flor para comprobar dónde se
cruzaban las corrientes.
Podrán cubrir de cemento la hierba
del prado
E impedirla crecer bajo los
pavimentos de una urbe;
Podrán mandar los manzanos a las
llamas del hogar.
¿Será el agua leña que sirva al
arroyo de igual modo?
¿De qué otra for a eliminar una
fuerza inmortal
Que ya no es necesaria? ¿Restañarla
en su origen
Vertiendo un cargamento de ceniza?
Arrojaron al arroyo
A la mazmorra de una alcantarilla
sepultada en piedra
Para que siguiera corriendo en la
hedionda oscuridad..
Y todo por ninguna cosa que hubiera
hecho nunca
Excepto quizá olvidarse de vivir con
miedo.
Nadie sabrá jamás, salvo los antiguos
mapas,
Que un arroyo así llevaba agua. Pero
e pregunto
Si por culpa de tenerlo soterrado
para siempre
Los pensamientos no habrán surgido de
tal forma
Que le impidan a la nueva ciudad todo
sueño y trabajo.
LA CHIMENEA DE LA COCINA
Constructor, cuando construyas la
casita,
En todo cuanto quieras haz lo que te
plazca;
Pero con la chimenea por favor dame
el gusto
No me construyas una chimenea con
repisa.
Por muy lejos que tengas que ir por
los ladrillos,
Cuesten lo que cuesten al peso o uno
a uno,
Compra lo suficiente para una
chimenea entera,
Y construye sin más la chimenea sobre
el suelo.
No es que las llamas me asusten
demasiado,
Es que jamás oí que prosperara casa
alguna
(y sé de una en concreto que no
prosperó nunca)
En la que la chimenea saliera de
encima de la lumbre.
Y le tengo pavor a la ominosa mancha
de alquitrán
Que aparece siempre en la pared
empapelada
Y al olor del fuego ahogado por la
lluvia
Que siempre hay si en falso está la
chimenea.
Una repisa es para un reloj, o un
jarrón o un cuadro,
Pero soy incapaz de ver por qué
habría que cargarla
Con una chimenea que solo me haría
recordar
Los castillos que en el aire solía
construirme.
UN INSTANTE DESBORDANTE
El viento lo detuvo, y… ¿qué era
aquello a lo lejos
Entre los areces, pálido, si no era
un fantasma?
RECELO
Gritando “!Nos iremos contigo, oh
Viento!”
Toda la fronda lo siguió, tallos y
hojas;
Pero al partir un sueño los subyuga,
Y le acaban pidiendo que se quede con
ellos.
Desde que en primavera empezaron los
brincos
Las hojas han estado prometiéndose
este vuelo,
Pero ahora de buena gana buscarían un
muro,
O un matorral o una hondonada para
pasar la noche.
Y ahora responden a la ráfaga que las
cita
Co un revuelo cada vez más y más
vago,
O a lo sumo un pequeño remolino
reticente
Que las deja caer no más allá de
donde estaban.
Sólo espero que cuando sea yo tan
libre
Como ellas lo son para marchar a la
búsqueda
De esos conocimientos que trascienden
la vida,
No juzgue mejor idea quedarme a
descansar.
SOBRE UN ÁRBOL QUE CAYÓ EN MEDIO DEL
CAMINO
(Para oírnos hablar)
El árbol que la tormenta con un
estrépito de madera
Derriba frente a nosotros no pretende
impedirnos
Que avancemos hacia el final de
nuestra travesía,
Sino tan solo preguntarnos quién nos
creemos
Para insistir siempre en seguir
nuestro camino,
le gusta darnos alto cuando vamos a
la carrera,
Y nos obliga a echar pie a tierra con
un palmo de nieve
A debatir qué podríamos hacer sin un
hacha a mano.
Y aun así sabe bien que en vano en
todo obstáculo:
Nada podrá apartarnos de la meta
final
Cuya consecución subyace en cada uno
de nosotros,
Ni aunque tengamos que sujetar la
tierra por el polo
Y, cansados de tanto girar en vano en
un solo lugar,
Mandarla detrás de alguna cosa hacia
el espacio.
LA NECESIDAD DE ESTAR VERSADO EN LAS
COSAS DEL CAMPO
La casa había desaparecido para
ofrecer otra vez
Al cielo de medianoche un
resplandeciente ocaso.
Ahora la chimenea era todo lo que
quedaba,
Como un pistilo tras la partida de
los pétalos.
El granero que había justo enfrente,
Que se habría unido en llamas a la
casa
Si hubiera sido esta la voluntad del
viento, quedó
Para portar el olvidado nombre de
aquel sitio.
No había vuelto a abrir uno de sus
extremos
Para las cuadrillas que por el camino
acudían
A tamborilear con cascos apresurados
en el suelo
Y a barrer el henil con el cargamento
del verano.
Las aves que hasta él llegaban por el
aire
Entraban y salían por las rotas
ventanas,
Murmurando como nosotros suspiramos
Al aferrarnos en exceso a lo que ha
sido.
Pero aun así el lilo renovaba su hoja
para ellos,
Y el olmo viejo, aunque rozado por el
fuego
Y el seco surtidor levantaba un brazo
extraño;
Y el postre de la valla enarbolaba un
alambre.
Nada les parecía triste en realidad a
ellos.
Pero aunque se regocijaban en el nido
que tenían
uno tiene que estar versado en las
cosas del campo
Para no creer que los papamoscas
sollozaban.
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