Eugenio Montale fue un poeta genovés
nacido el
Gozas si el viento que entra en el
pomar
Vuelve a traer la oleada de la vida:
Aquí donde se hunde un muerto
Amasijo de memorias,
Huerto no era sino relicario.
El aleteo que oyes no es un vuelo,
Sino el conmoverse del eterno regazo;
Ves cómo se transforma este pedazo
De tierra solitario en un crisol.
Irá a este lado del abrupto muro.
Si avanzas te tropiezas
Quizá con el fantasma que te salva:
Se componen aquí las historias, los
actos
Borrados por el juego del futuro.
Busca una malla rota en la red
Que nos oprime, ¡salta fuera, huye!
Ve, por ti lo he pedido –ahora la red
Me será leve, menos acre la
herrumbre…
LOS LIMONES
Escucha, los
poetas laureados
Se mueven
solamente entre las plantes
De nombre
poco usados: bojo ligustro o acanto.
Yo amo los
caminos que dan a las herbosas
Zanjas donde
en los charcos
Medio secos
agarran los muchachos
Alguna
anguila exhausta:
Los senderos
que siguen los ribazos,
Bajan entre
penachos de las cañas
Y llevan a
los huertos, entre los limoneros.
Mejor si la
algazara de los pájaros
Engullida
por el azul se apaga:
Más claro se
oye el susurro
De las ramas
amigas en el aire que casi no se mueve,
Y los
sentidos de este olor
Que no sabe despegarse de la tierra
Y llueve en
el pecho una dulzura inquieta.
Aquí de las
entretenidas pasiones
Milagrosamente
calla la guerra,
Aquí también
a los pobres nos toca nuestra parte de riqueza
Y es el olor
de los limones.
Ves, en este
silencio en que las cosas
Se abandonan
y próximas perecen
A traicionar
su último secreto,
A ceces uno
espera
Descubrir un
error en la Natura,
El punto
muerto del mundo, el eslabón que cede,
El hilo a
desenredar que finalmente nos lleve
Al centro de
una verdad.
La mirada
escudriña alrededor,
La mente
indaga acuerde desune
En el
perfume que desborda
Cuando más
languidece el día.
Son los
silencios en los que se ve
En cada
sombra humana que se aleja
Alguna
turbada Divinidad.
Pero falta
la ilusión y nos devuelve el tiempo
A las
ciudades ruidosas donde el azul se muestra
Solo a
pedazos, en lo alto, entre los cimacios.
La lluvia
fatiga la tierra, después; se agolpa
El tedio del
invierno sobre las casas,
La luz se
vuelve avara, amarga el alma.
Cuando un
día por un mal cerrado portal
Entre los
árboles de un patio
Se nos
muestra el amarillos de los limones;
Y el hielo
del corazón se derrite,
Y en el
pecho nos vierten
Sus
canciones
Las
trompetas de oro de la solidaridad.
CASI UNA
FANTASÍA
Amanece, lo
presiento
Por un albor
de vieja
Plata en las
paredes;
Lista un
vislumbre las ventanas cerradas.
Vuelve el
advenimiento
Del sol y
las difusas
Voces, los
acostumbrados estrépitos no trae.
¿Por qué?
Pienso en un día encantado
Y del
tiovivo de horas demasiado iguales
Me resarzo.
Desbordará la fuerza
Que me
hinchaba, inconsciente mago,
Desde largo
tiempo. Ahora me asomaré,
Destruiré
altas casas, despojos callejeros.
Tendré ante
mí un pueblo de intactas nieves
Pero leves
como vistas en un tapiz.
Resbalará
algodonoso un lento rayo.
Salvas y
colinas llenas de invisible luz
Me harán el
elogio de los festivos retornos.
Contento
leeré los negros
Signos de
las ramas sobre el blanco
Como un
alfabeto esencial.
Todo el
pasado en un punto
Aparecerá
ante mí.
No turbará
sonido alguno
Esta alegría
solitaria.
Cruzará el
aire
O se posará
sobre una estaca
Algún
gallito de marzo.
FALSETE
Esterina,
los veinte años te amenazan,
Grisrosada
nube
Que poco a
poco en sí te encierra.
Lo entiendes
y no te asustas.
Te veremos
sumergida
En la
humareda que el viento
Rasga o
espesa, violento.
Después
saldrás de la borrasca de ceniza
Más adusta
que nunca,
Vuelto hacia
una aventura más lejana
El atento
rostro que te asemeja
A la arquera Diana.
Ascienden
los vientos otoñales,
Te envuelven
idas primaveras;
Ahora para
ti repica
Un presagio
en las elíseas esferas.
¡No te rinda
un sonido
Cual de
rajado cántaro
Golpeado!;
pido sea
Para ti
concierto inefable
De
cascabeles.
El incierto
mañana no te asusta.
Airosa te
tiendes
Sobre el
escollo reluciente de sal
Y al sol
quemas tus miembros.
Recuerdas el
lagarto
Quieto en la
desnuda roca;
Te insidia
juventud,
Como el lazo
de hierba de un chiquillo.
El agua es
la fuerza que te templa,
En el agua
te encuentras y renuevas;
Te
imaginamos como un alga, un guijarro,
Como una
criatura marina
A la que la
sal no ataca
Sino que
retorna más pura a la orilla.
¡Cuánta
razón tienes! No turbes
Con malos
presagios el sonriente presente.
Tu alegría
compromete ya el futuro
Y un
encogerse de hombros
Derroca los
reductos
De tu mañana
oscuro.
Te alzas y
avanzas por el puentecillo
Exiguo,
sobre el remolino que chilla:
Tu perfil se
recorta
Contra un
fondo de perla.
Titubeas
encima de la trémula tabla,
Ríes, y como
desprendida de un viento
Te echas en
los brazos
De tu divino
amigo, que te aferra.
Nosotros te
miramos, los de la raza
Que
permanece en la tierra.
POESÍA PARA
CAMILLO SBARBARO
CAFÉ EN
RAPALLO
I
Navidad en
el invernáculo reluciente,
Decorado por
los humos
Que las
trazas desprenden, valado
Temblor de
luces tras los cerrados
Cristales,
perfiles de mujeres
En el gris,
entre relámpagos de gemas
Y jaspeados
de sedas…
¡Han
llegado
A tus playas
nativas,
Las nuevas
Sirenas!; y aquí faltas tú
Camilo,
amigo, historiador
De avideces
y de escalofríos.
Se oye gran
alboroto en la calle.
Fuera ha
pasado
La indecible
música
De las trompetas
de hojalata
Y de los
agudos platillos de los niños:
Ha pasado la
música inocente.
Un mundo
gnomo caminaba
Con
estruendo de muletos y carretillas,
Entre un
lamento de carneros
De cartón
piedra y un resplandor
De sables de
papel de plata.
Pasaron los
Generales
Con sus
gorras de cartón
Y empuñaban
lnzas de turrón;
Después
vinieron los gregarios
Con velas y
faroles,
Y las
tintineantes cajas
De vulgar
sonido,
Tenue río
que encanta
El incierto
ánimo:
(Maravilloso
oía).
La horda
pasó con el ruido
De un tumultuoso
rebaño
Que el
reciente trueno espanta.
Lo acogió el
pasto
Que para
nosotros ya no verdea.
EPIGRAMA
II
Sbarbaro,
extravagante muchacho, pliega versicolores
Papeles y
hacer barquitos que confía al lodo
Móvil de un
arroyo; míralos irse fuera.
Sé por él
precavido, hombre de bien que pasas:
Con tu
bastón alcanza la delicada flotilla,
Que no se
pierda; guíala a un puertecito de guijarros.
SARCÓFAGOS
Dónde van
las rizadas doncellas
Que llevan
las colmadas ánforas sobre los hombros
Y tienen el
firme paso tan ligero;
Y al fondo
la embocadura de un valle
En vano
espera a las bellas
A las que
sombra da una pérgola de viña,
Y los
racimos penden oscilando.
El sol que
asciende,
Las confusas
laderas
No tienen
color: en el blando
Minuto la
naturaleza fulminada
Expresa a
sus felices
Criaturas,
madre no madrastra,
En levedad
de formas.
Mundo que
duerme o mundo que se ufana
De inmutable
existencia, ¿quién puede decirlo?,
Hombre que
pasas, dale tú
La mejor
ramita de tu huerto.
Después
sigue: en este valle
No hay
alternancia de oscuridad y luz.
Lejos de
aquí, tu camino te conduce,
Para ti no
hay asilo, estás demasiado muerto:
Sigue el
curso de tus estrellas.
Y por lo
tanto adiós, rizadas niñas,
Llevad las
colmadas ánforas sobre los hombros.
AHORA SEA TU
PASO
Ahora sea tu
paso
Más cauto: a
un tiro de piedra
De acá se te
prepara
Una más rara
escena.
La puerta
corroída de un templete
Está cerrada
para siempre.
Una gran luz
se difunde
Sobre el
herboso umbral.
Y aquí donde
humanas pisadas
No sonarán o
ficticio dolor,
Vigila
tendido en el suelo un magro can.
Nunca más se
moverá
En esta hora
que se adivina sofocante.
Sobre el
tejado asoma
Una nube
grandiosa.
EL FUEGO QUE
CHISPORROTEA
El fuego que
chisporrotea
En la
chimenea reverdece
Y un aire
oscuro gravita
Sobre un
mundo indeciso. Un viejo cansado
Duerme junto
a un morillo
El sueño del
abandonado.
En esta luz
abisal
Que imita el
bronce, ¡no te despiertes,
Durmiente! Y
tú, caminante,
Avanza
despacio; pero antes
Una rama
añade a la llama
Del hogar y
una piña
Madura a la
cesta arrojada
En el
rincón: caen a tierra
Las
provisiones reservadas
Para el
viaje final.
MAS DÓNDE
BUSCAR LA TUMBA
Mas dónde
buscar la tumba
Del amigo
fiel y de la amante;
La del
mendigo y la del muchacho;
Donde
encontrar un asilo
Para ésos que
reciben el ascua
De la
original llamarada;
¡Oh, por un
signo de paz leve como un juego
La urna sea
marcada!
Deja la
taciturna multitud de piedra
Por las
abandonadas lastras
Que a veces
tienen grabado
El símbolo
que más conmueve
Ya que el
llanto y la risa
Igualmente
brotan, gemelos.
Lo mira el
triste artesano que al trabajo se dirige
Y ya le late
en las muñecas una voluntad ciega.
Entre ellas
busca un friso primordial
Que sepa por
el recuerdo que anticipa
Llevar el
alma ruda
Por caminos
de dulces exilios:
Una
insignificancia, un girasol que se abre
Y alrededor
una danza de conejos…
OTROS VERSOS
VIENTOS Y
BANDERAS
La ráfaga
que alzó el amargo aroma
Del mar a
las espiras de los valles,
Y te
embistió, te alborotó el cabello,
Ovillo breve
contra el cielo pálido;
El viento
que el vestido pegó al cuerpo
Y te moduló
rápido a su imagen,
Cómo ha
vuelto, tú lejana, a estas
Piedras que
ofrece el monte a la vorágine;
Y cómo
apagada la furia ebria
Reencuentra
ahora el jardín el sumiso hálito
Que te
meció, tendida en la hamaca,
Entre los
árboles, en tus vuelos sin alas.
¡Ay de mí,
nunca dos veces configura
El tiempo de
igual modo los granos! Y es nuestra
Salvación:
porque, si sucediera, junto con la naturaleza,
Nuestra
fábula ardería en un relámpago.
Desbordamiento
que no se repite –y ahora da vida
A un grupo
de moradas que extendidas
Ante la
mirada sobre el flanco de un declive
Se atavían
de adorno y paveses.
El mundo
existe… Un estupor detiene
El corazón
que cede a los errantes íncubos,
Mensajeros
del véspero; y no cree
Que los
hambrientos tengan una fiesta.
ARISTA
SALIENTE DEL MURO
Arista
saliente del muro
Como el
índice de un
Reloj de sol
que escande la carrera
Del astro y
la mía, breve;
A la vez
señalas los crepúsculos
Y te clavas
en el yeso
Que embebe
la luz de encendidos
Reflejos –y
te aburre la rueda
De sombra
que sobre el plano despliegas:
Un tedio
infinito la vuelta
Que
desprende de ti una difusa
Semblanza
como de humo
Y oprime con
su espesa
Cúpula nunca
deshecha.
Pero ya no
das sombra esta mañana
A tu sostén
y un velo
Que en la
noche has arrancado
A una horda
invisible pende
De tu
extremo y resplandece
A los
primeros rayos. Allá abajo,
Donde se
descubre la llanura
Del mar, un
tres palos cargado
De chusma y
de botín inclina
La borda
ante una ráfaga, y se aleja.
Quien está
arriba y se asoma se apercibe
De que
brilla la cubierta y el timón
En el agua
no abre un surco.
HUESOS DE
SEPIA
NO NOS PIDAS
LA PALABRA QUE EXAMINE POR CADA LADO
No nos pidas
la palabra que examine por cada lado
Nuestro
ánimo informe, y con letras de fuego
Lo proclame
y resplandezca como un croco
Perdido en
medio de un polvoriento prado.
¡Ah, el
hombre que se va seguro,
De los demás
y de sí mismo amigo,
Sin
preocuparse de su sombra, que la canícula
Imprime
sobre un desconchado muro!
No nos pidas
la fórmula que mundos pueda abrirte,
Si alguna
sílaba seca y torcida como una rama.
Sólo eso
podemos hoy decirte,
Lo que no somos, lo que no queremos.
SESTEAR
PÁLIDO Y ABSORTO
Sestear
pálido y absorto
Junto a la
candente tapia del huerto,
Escuchar
entre los ciruelos y los gamonitos
Chasquidos
de mirlos, rumor de sierpes,
En las
grietas del suelo o sobre la arveja
Espiar las
filas de rojas hormigas
Que ora se
rompen ora se trenzan
Sobre
minúsculos montículos.
Observar
entre frondas el palpitar
Lejano de
escamas de mar
Mientras se
elevan trémulos crujidos
De cigarras
desde los calvos picos.
Y andando
bajo el sol que ciega
Sentir
tristemente maravillado
Cómo es toda la vida y su fatiga
En este
recorrer una muralla
Coronada de
trozos de botella.
NO TE
REFUGIES EN LA SOMBRA
No te
refugies en la sombra
De la verde
espesura
Como el
halcón que se abalanza
Fulmíneo en
la canícula.
Es hora de
dejar el cañaveral
Frágil que
parece adormecerse
Y de mirar
las formas
De la vida
que se resquebraja.
Nos movemos
en un polvillo
Nacarado que
vibra,
En un
deslumbramiento que envisca
Los ojos y
nos debilita.
Además, lo
notas, en el juego de áridas olas
Que empereza
esta hora de desazón
No lanzamos
ya en un remolino sin fondo
Nuestras
vidas errantes.
Como aquel
claustro de peñascos
Que parece
deshilacharse
En telarañas
de nubes;
Así nuestros
ánimos abrasados
En los que
la ilusión quema
Un fuego
lleno de ceniza
Se pierden
en la serenidad
De una
certeza: la luz.
A K.
Recuerdo Tu
sonrisa, y es para mí un agua límpida
Vista al
azar en la pedrera de un arenal,
Exiguo
espejo en el mira una hiedra sus corimbos;
Y encima el
abrazo de un tranquilo cielo blanco.
Éste es mi
recuerdo; no sabría decir, tan lejos,
Si en tu
rostro se expresa libre un alma ingenua,
O si eres de
esos errantes que el mal del mundo extenúa
Y llevan su
sufrir consigo como un talismán.
Mas esto
puedo decirte, que tu evocada efigie
Sumerge las
extravagantes inquietudes en una oleada de calma,
Y que tu
imagen se insinúa en mi gris memoria
Limpia como
la copa de una joven palmera…
VIDA MÍA, NO
TE PIDO RASGOS
Vida mía, no
te pido rasgos
Fijos,
rostros plausible o poseídos.
En tu girar
inquieto el mismo
Sabor tienen
ya miel y ajenjo.
El corazón
que desprecia todo movimiento
Raramente es
agitado por sobresaltos.
Así suena a
veces en el silencio
Del campo un
disparo de fusil.
TRAÉME EL
GIRASOL PARA QUE LO TRASPLANTE
Traéme el
girasol para que lo trasplante
A mi tierra
quemada por la sal,
Y muestre
todo el día al azul espejeante
Del cielo la
ansiedad de su rostro amarillento.
Tienden a la
claridad las cosas oscuras,
Se consumen
los cuerpos en un fluir
De colores:
éstos en músicas. Desvanecerse
Es, pues, la
mayor de las venturas.
Tráeme tú la
planta que conduce
Donde surgen
rubias transparencias
Y se evapora
la vida cual esencia;
Tráeme el
girasol enloquecido de luz.
A menudo he
hallado el mal de vivir:
Era el
arroyo estrangulado que borbolla,
Era el
enroscarse de la hoja
Requemada,
era el caballo desplomado.
Del bien no
supe, fuera del prodigio
Que revela
la divina Indiferencia:
Era la
estatua en la somnolencia
Del
mediodía, y la nube, y el halcón en lo alto.
LO QUE DE MÍ
SUPISTE
Lo que de mí
supiste
No fue más
que el revoque,
La túnica
que envuelve
Nuestra
humana ventura.
Y quizá más
allá del tejido
Estaba el
azul tranquilo;
Vedaba el
límpido cielo
Sólo un
sello.
O en verdad
era la extravagante
Mutación de
mi vida,
El abrirse
de una ardiente
Gleba que
nunca veré.
Quedó, pues,
esta corteza
Como mi
sustancia verdadera;
El fuego que
no se apaga
Para mí se
llamó: la ignorancia.
Si ves una
sombra, no es
Una sombra:
yo soy.
Si pudiera
desprenderla de mí,
Ofrecérosla
como presente.
PORTOVENERE
Allí emerge
el Tritón
De las olas
que lamen
Los umbrales
de un cristiano
Templo, y
toda hora próxima
Es antigua.
Toda duda
Se lleva de
la mano
Como una
muchachita amiga.
Allí no hay
quien se mire
O esté a la
escucha de sí mismo.
Allí estás
en los orígenes
Y decidir es
necio:
Más tarde
volverás a partir
Para asumir
un rostro.
CONOZCO LA
HORA EN QUE LA CARA MÁS IMPASIBLE
Conozco la
hora en que la cara más impasible
Es cruzada
por una cruda mueca:
Se revela un
instante una pena invisible.
No lo nota
la gente de la atestada calle.
Vosotras,
palabras mías, traicionáis en vano la mordedura
Secreta, el
viento que en el corazón sopla.
La más
cierta razón es de quien calla.
El canto que
solloza es un canto de paz.
Glroia del
vasto mediodía
Cuando los
árboles no dan sombra,
Y más y más
se muestran en otrnno
Por exceso
de luz, las apariencias, leonadas.
El sol, en
lo alto, y un seco arenal.
Mi día, por
tanto, no ha pasado:
La hora más
bella está al otro lado del muro
Que encierra
en un ocaso revocado.
La sequedad,
alrededor; un Martín pescador
Da vueltas
sobre una reliquia de vida.
La buena
lluvia está más allá de la desolación,
Pero en la
espera está la dicha más completa.
FELICIDAD
LOGRADA, SE CAMINA
Felicidad
lograda, se camina
Por ti sobre
el filo de una espada.
A los ojos
eres fulgor que vacila,
Al pie,
rígido hielo que se agrieta;
Que no te
toque, pues, quien más te ama.
Si llegas a
las almas invadidas
De tristeza
y las iluminas, tu mañana
Es dulce y
turbadora como los nidos de los cimacios.
Pero nada
compensa el llanto del niño
Cuyo globo
se escapa entre las casas.
EL CAÑAVERAL
APUNTA SUS BROTES
El cañaveral
apunta sus brotes
En la
serenidad que no se rasga:
El huerto
sediento asoma hirsutas ramitas
Tras los
cercados, al bochorno estancado.
Asciende una
hora de espera al cielo, vacía,
Del mar que
se vuelve gris.
Un árbol de
nubes sobre el agua
Crece, después
cae como ceniza.
Ausente,
cuánta falta haces a esta región
Que te
presiente y sin ti se consume:
Estás lejos
y por ello todo divaga
Desde su
surco, se derrumba, desaparece en bruma.
TAL VEZ UNA
MAÑANA YENDO POR UN AIRE DE VIDRIO
Tal vez
mañana yendo por un aire de vidrio,
Árido, veré,
volviéndome, cumplirse el milagro:
La nada a
mis espaldas, el vacío detrás
De mí, con
un terror de borracho.
Después,
como en una pantalla aparecerán de golpe
Árboles
casas colinas para el engaño usual.
Pero se demasiado
tarde; y me iré callado
Entre los
hombres que no se vuelven, con mi secreto.
VALMORBIA,
CORRÍAN POR TU FONDO
Valmorbia,
corríen por tu fondo
Floridas
nubes de plantas en la brisa.
Nacía en
nosotros, movidos por el ciego azar,
Olvido del
mundo.
Callaban los
disparos, en el regazo solitario
No se oía
más que al ronco Leno.
Se abría un
cohete sobre su tallo, débil
Lagrimeaba
en el aire.
Las noches
claras eran todas un alba
Y traían
zorras a mi gruta.
Valmorbia,
un nombre –y ahora en la pálida
Memoria,
tierra donde no anochece.
TENTABA
VUESTRA MANO EL TECLADO
Tentaba
vuestra mano el teclado,
Vuestros
ojos leían en la hoja
Los
imposible signos; y se quebraba
Cada acorde
como una voz afligida.
Comprendí
que todo, alrededor, se enternecía
Al veros
trabada indefensa ignorante
Del lenguaje
más vuestro: gemía
Tras los
vidrios entornados la mar clara.
Pasó por el
recuadro azul una fugaz danza
De
mariposas; una rama se agitó al sol.
Ninguna cosa
próxima encontraba sus palabras,
Y era mía,
era nuestra, vuestra dulce
ignorancia.
LA FARÁNDULA
DE LOS NIÑOS SOBRE EL ARENAL
La farándula
de los niños sobre el arenal
Era la vida
que brota de la sequedad.
Crecía entre
escasas cañas y malezas
El césped
humano en el aire puro.
El caminante
sentía como un suplicio
Su desapego
de las antiguas raíces.
En la
florida edad de oro sobre las felices orillas
Incluso un
nombre, un ropaje, eran un vicio.
DÉBIL SISTRO
AL VIENTO
Débil sistro
al viento
De una
perdida cigarra,
Tocado
apenas y extinguido
En el torpor
que exhala.
Propaga
desde lo profundo
En nosotros
la vena
Secreta,
nuestro mundo
Se sostiene
apenas.
Si los
señalas, en el aire
Gris
tiemblan corrompidos
Los
vestigios
Que el vacío
no engulle.
El gesto
después se anula,
Toda voz
calla,
Desciende a
su desembocadura
La vida
desnuda.
CHIRRÍA LA
GARRUCHA DEL POZO,
Chirría la
garrucha del pozo,
El agua sube
a la luz y con ella se funde.
Tiembla un
recuerdo en el colmado cubo,
En el puro
círculo una imagen ríe.
Acerco el
rostro a evanescentes labios:
Se deforma
el pasado, se hace viejo,
Pertenece a
otro…
Ah, que ya
rechina
La rueda, te
devuelve al otro fondo,
Visión, una
distancia nos divide.
ABORDA EN LA
CHAMUSCADA ORILLA
Aborda en la
chamuscada orilla
Las naves de
cartón, y duerme,
Muchacho
patrón: que no oigas
Los
malévolos espíritus que en formación velejan.
En el
cercado del huertecillo revolotea el búho
Y las
chamizas de los tejados son pesadas.
El instante
que arruina la obra lenta de meses
Llega: otra
resquebraja secretamente, ora arranca en un soplo.
Viene el
desgarro; quizá sin estrépito.
Quien ha
edificado siente su condena.
Es la hora
en que sólo se salva la barca al pairo.
Amarra tu
flota entre los setos.
ABUBUILLA,
ALEGRE PÁJARO CALUMNIADO
Abubilla,
alegre pájaro calumniado
Por los
poetas, que enderezas tu cresta
Sobre el
aéreo palo del gallinero
Y como un
falso gallo giras al viento;
Nuncio
primaveral, abubilla,
Para ti se
detiene el tiempo,
Nunca muere
febrero,
Todo se
extiende
Al mover tu
cabeza,
Alígero
duende, y tú lo ignoras.
SOBRE EL
MURO GARABATEADO
Sobre el
muro garabateado
Que sombrea
los escasos asientos
El arco del
cielo aparece
Acabado.
Quien se
acuerda ya del fuego que ardió
Impetuoso
En las venas
del mundo; en un reposo
Frío las
formas, opacas, están desparramadas.
Veré de
nuevo mañana los bancos
Y la muralla
y el acostumbrado camino.
En el futuro
que se abre las mañanas
Están
ancladas como barcas en la rada.
MEDITERRÁNEO
EN VÓRTICE
SE ABATE
En vórtice
se abate
Sobre mi
cabeza reclinada
Un sonido de
ásperos campos.
Quema la
tierra recorrida
De sesgadas
sombras de pinastros,
Y el mar de
fondo vela,
Más que las
ramas, a la mirada
El bochorno
que a trechos irrumpe
Del veteado
suelo.
Cuando es
más sordo o menos el hervor de las aguas
Que se
arremolinan
Junto a
largos bajíos me alcanza:
O es tal vez
un bombo y un rebullir
De espumas
sobre las rocas.
En cuanto
levanto el rostro cesan
Los rugidos
sobre mi cabeza; y se lanzan
Hacia las
estrepitosas aguas,
Flechas
blanquiazules, dos arrendajos.
ANTIGUO,
ESTOY EBRIO POR LA VOZ
Antiguo,
estoy ebrio por la voz
Que sale de
tus bocas cuando se abren
Como verdes
campanas y se vuelven
Atrás y se
disuelven.
La casa de
mis estíos lejanos
Estaba a tu
lado, lo sabes,
Allá en el
pueblo donde el sol abrasa
Y nublan en
el aire los mosquitos.
Como
entonces, hoy en tu presencia callo,
Mar, mas ya
no digno
Me creo de
la solemne admonición
De tu
respiro. Primero dijiste
Que el
diminuto latir
De mi corazón era sólo un instante
Del tuyo;
que en mí estaba
Tu peligrosa
ley: ser vasto y diverso
Y a la vez
constante:
Y vaciarme
así de toda suciedad
Como haces
tú que arrojas a la orilla
Entre
corchos algas asterias
Los inútiles
escombros de tu abismo.
LLEGA A
VECES, REPENTINA
Llega a
veces, repentina,
Una hora en
que tu corazón inhumano nos asusta y del nuestro se separa.
Tu música
discorda con la mía,
Entonces, y
es enemigo todo movimiento tuyo.
Me repliego
en mí, vacío
De fuerzas,
tu voz parece sorda.
Observo el
pedregal
Que hacia ti
desciende
Hasta la
orilla escarpada que te domina,
Quebrada,
amarilla, surcada
De charcas
de agua de lluvia.
Mi vida es
este seco declive,
Medio no
fin, camino abierto a desembocaduras
De
riachuelos, lento desmoronamiento.
Es ella,
aún, esta planta
Que nace de
la devastación
Y en el
rostro lleva los golpes del mar y está suspendida
Entre
erráticas fuerzas de vientos.
Este pedazo
de suelo sin hierba
Se ha
hendido para que naciese una margarita.
En ella
titubeo ante el mar que me ofende,
Falta aún el
silencio en mi vida.
Miro la
tierra que centellea,
El aire está
tan sereno que se oscurece.
Y éste que
en mí crece
Es tal vez
el rencor
Que todo
hijo, mar, siente hacia el padre.
HUBIERA
QUERIDO SENTIRME ÁSPERO Y ESENCIAL
Hubiera
querido sentirme áspero y esencial
Como los
guijarros que tú devuelves,
Comidos por
la sal;
Astilla
fuera del tiempo, testimonio
De una
voluntad fría que no pasa.
Otro fui:
hombre comedido que estudia
En sí, en
los demás, el bullir
De la vida
fugaz –hombre que demora la acción, que nadie, en fin, destruye.
Quise buscar
el mal
Que carcome
el mundo, la leve torcedura
De una
palanca que detiene
El mecanismo
universal; y vi todos
Los cuesos
del minuto
Como prontos
a desunirse de golpe
Siguiendo el
surco de un sendero tuve
Lo opuesto
en el corazón, con su oferta; y quizá
Necesitaba
el cuchillo que corta,
La mente que
decide y determina.
Necesitaba
otros libros,
Y no tu
página retumbante.
Mas no
lamento nada; tú deshaces
Aún los
internos nudos con tu canto.
Ya tu
delirio asciende hacia los astros.
DISIPA TÚ SI
QUIERES
Disipa tú si
quieres
Esta débil
vida que se lamenta
Como la
esponja el trazo
Efímero de
una pizarra.
Espero
volver a tu círculo,
Se cumple mi
disperso pasar.
Mi venida
era testimonio
De una orden
que en el viaje olvidé,
Dan fe estas
palabras mías
De un evento
imposible, y lo ignoran.
Mas siempre
que no escuché
Tu dulce
resaca en las orillas
Me asaltó
una desazón
Como la del
falto de memoria
Cuando
recuerda su tierra.
Aprendida la
lección,
Más que de
tu gloria
Abierta, del
jadear
Que casi no
se oye
De algún
medio día tuyo desolado,
A ti me
entrego himildemente. No soy
Más que
pavesa de un tirso. Bien lo sé: arder,
Éste, no
otro es mi significado.
SOLANAS Y
SOMBRAS
FIN DE LA
INFANCIA
Retumbando
se engolfaba
En la
arqueada orilla
Un mar
pulsante, barrado de surcos,
Encrespado y
vedijoso de espumas.
Contra la
desembocadura
De un
torrente que rebosaba
Amarilleaba
el oleaje.
Alrededor
giraban virutas de algas
Y troncos de
árboles a la deriva.
En la concha
hospitalaria
De la playa
Sólo unas
cuantas casas
De añosos
ladrillos, escarlatas,
Y ralos
penachos
De
tamariscos pálidos,
Cada vez
más; débiles criaturas
Pedidas en
un horror de visiones.
No era fácil
mirarlos
Para quien
leía en aquellas
Apariencias
inciertas
La música
del alma inquieta
Que no se
decide.
Puras
colinas cerraban alrededor
Marina y
casas; olivos las vestían
Aquí y allá
diseminados como rebaños,
O tenues
como el humo de un caserío
Que velejara
Por la cara
candente del cielo.
Entre
manchas de viñedos y pinedas,
se divisaban
pedreras
calvos y
gibosos dorsos
de colinas un
hombre
que por allí
pasase erguido sobre un muleto
para siempre
–y en el recuerdo.
No se solía
ir tras las crestas próximas
De aquellos
montes; tampoco osa cruzarlas
La memoria
cansada.
Conozco los
caminos que corrían sobre fosos
Encajonados,
entre marañas de espino;
Llevaban a
calveros, después entre barrancos,
Y aun se
prolongaban
Hacia
rincones húmedos de moho,
Cubiertos de
sombras y de silencios.
Aún me
acuerdo maravillado de uno de ellos
Donde todo
humano impulso
Aparece
sepultado
En aura
milenaria.
Raramente se
desvía alguna ráfaga
Hasta aquel
borde del mundo, que se asombra.
Pero de los
senderos se volvía.
Lograban
éstos una inestable
Vicisitud de
ignotos aspectos,
Pero el
ritmo que los gobierna se nos escapaba.
Cada momento
ardía
En los
instantes futuros sin dejar rastro.
Vivir era
ventura demasiado nueva
De hora en
hora, y el corazón latía.
No había
norma,
Surco fijo,
confrontación,
Para
distinguir alegría de tristeza.
Pero
reconducidos por la senda
A la casa de
la orilla, al cerrado asilo
De nuestra
asombrada infancia,
Rápido
respondía
A cada
impulso del alma un consentimiento
Externo, se
vestían de nombres
Las cosas,
nuestro mundo tenía un centro.
Estábamos en
la edad virginal
En la que
las nubes no son cifras o siglas
Sino las
bellas hermanas que se mira viajar.
Surgida de
otra simiente
Alimentada
de una linfa distinta
De la
nuestra, débil, parecía la naturaleza.
En ella el
asilo, en ella
Las
extáticas miradas; ella era el portento
Que no
soñaba, o apenas, alcanzar
Nuestra alma
confusa.
Estábamos en
la edad ilusa.
Volaron años
cortos como días,
Sumergió
toda certeza un mar florido
Y voraz que
daba ya el aspecto
Dudoso de
los vacilantes tamariscos.
Debió surgir
un alba que una línea
De luz sobre
el umbral
Pulido
presagiaba como un agua;
Y ciertamente
corrimos
A abrir la
puerta
Estridente
sobre el guijo del jardín.
El engaño se
nos hizo evidente.
Pesadas
nubes sobre el turbado mar
Que ante
nosotros hervía, pronto aparecieron.
Estaba en el
aire la espera
De un
proceloso evento.
¡Extraña,
esa zona
De la
infancia que explora
Un señalado
patio como un mundo!
Llegaba para
nosotros la hora que indaga.
La niñez
había muerto en un corro.
¡Ah, el
juego de los caníbales en el cañaveral,
Los
mostachos de palma, la deliciosa
Recogida de
los cartuchos disparados!
Volaba la
bella edad como los barquitos sobre el hilo
Del mar a
toda vela.
Ciertamente
quedamos mudos a la espera
Del violento
instante;
Luego en la
falsa calma
Sobre las
huecas aguas
Debió de
alzarse un viento.
RIBERAS
RIBERAS
Riberas,
Bastan algunos
tallos de espadaña
Péndulos de
un ribazo
Sobre el
delirio del mar;
O dos
camelias pálidas
En los
jardines desiertos,
Y un
eucalipto rubio que se zambulla
Entre
susurros y locos vuelos
En la luz;
Y he aquí
que en un instante
Invisibles
hilos se me enroscan,
Mariposa en
una telaraña
De temblores
de olivos, de miradas de girasoles.
Dulce
cautividad, hoy, riberas,
De quien se
entrega casi
A revivir un
antiguo juego
Nunca
olvidado.
Recuerdo el
acre filtro que ofrecisteis
Al
extraviado adolescente, orillas:
En las
claras mañanas se fundían
Dorsos de
colinas y cielo; en la arena
De las
playas un amplio reflujo, un uniforme
Temblor de
vidas
Una fiebre
del mundo; y cada cosa
En sí misma
parecía consumarse.
Oh entonces
zarandeados
Como el
hueso de sepia por las olas
Desvanecerse
poco a poco;
Volverse
Un árbol
rugoso o una piedra
Pulida por
la mar; en los colores
Fundirse del
ocaso; desaparecer carne
Para surgir
fuente ebria de sol,
Por el sol
devorada…
Eran
éstos,
Riberas, los
votos del muchacho antiguo
Que junto a
una roída balaustrada
Lentamente
moría sonriendo.
Cuánto,
marinas, estas frías luces
Dicen a
quien desgarrado os huía.
Cuchillas de
agua revelándose entre aberturas
De lábiles
ramajes; rocas oscuras
Entre la
espuma; flechar de vencejos
Vagabundos…
¡Ah, podía
Creeros un
día, oh tierras,
Bellezas
funerarias, áureas cornisas
En la agonía
de cada ser.
Hoy vuelvo
A vosotras
más fuerte, si no me engaño, aunque el corazón
Parece
deshacerse en recuerdos alegres – y atroces.
Triste alma
pasada
Y tú,
voluntad nueva que me llamas,
Tiempo es
quizá de uniros
En un
tranquilo puerto de sabiduría.
Y un día
volverá la invitación
De voces de
oro, de lisonjas audaces,
Alma mía no
ya dividida. Piensa:
Troca en
himno la elegía; rehacerse,
No faltar
más.
Poder
Igual que
estas ramas
Ayer secas y
desnudas y hoy llenas
De temblores
y linfas,
Sentir
Mañana
también nosotros entre los perfumes y los vientos
Un refluir
de sueños, un loco urgir
De voces
hacia un fin; ¡y en el sol
Que os
inviste, riberas,
Reflorecer!
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