viernes, 21 de mayo de 2021

POETAS 130. Eugenio Montale (I). "Huesos de Sepia"




Eugenio Montale fue un poeta genovés nacido el 12 de octubre de 1896. Fue el último entre cinco hermanos de una familia relacionada con el comercio –el padre se hallaba al frente de una casa importadora de productos químicos. Su mala salud le impidió terminar sus estudios de segunda enseñanza, lo que le dio ocasión de enfrascarse en lecturas de literatura y filosofía y aprender idiomas de manera autodidacta. Con 18 años se matriculó en su ciudad natal como estudiante de canto, con el propósito de convertirse en cantante de ópera, pero sus estudios quedaron truncados al fallecer su maestro de música. Su participación como combatiente en la primera guerra mundial dio lugar a su vocación por la poesía; sus primeros poemas datan de 1916. De vuelta a Génova frecuenta las tertulias literarias de distintos cafés, especialmente el “café Diana”, el más abierto y progresista. Durante este tiempo perfecciona el idioma francés y se va familiarizando con el inglés y el castellano, lo que le permitiría más tarde traducir a Bécquer, De la Serna y Guillén. En 1925 publica su primer volumen de versos, “huesos de sepia”, donde ya se reflejaba una compleja personalidad poética, muy afín a la sensibilidad lírica que se consolidaba con sus grandes contemporáneos Paul Valéry, Eliot y Ezra Pound. También es en este año de 1925 cuando se une a la firma del manifiesto antifascista redactado por Benedetto Croce, como consecuencia del asesinato del profesor y político Giacomo Matteotti. Durante esta etapa inicial de formación y madurez se empapa de lleno del ambiente y el carácter de su región natal, la Liguria, cuyo áspero paisaje marino, lleno de escolleras y pedregales, servirá de marco a su primer libro. El año 1927 será el año en que se traslada a Florencia y se emplea en una casa editorial que le garantiza un sueldo estable, más allá de las ocasionales colaboraciones en revistas y periódicos.  Desde 1928 a 1939 dirigirá el célebre Gabinete Vieusseux, una de las bibliotecas y archivos más interesantes de su tiempo, y que atraía a intelectuales de todo el mundo. La institución, fundada en 1812 por el literato italiano de origen suizo que le dio nombre, había sido desde sus orígenes lugar de encuentro de personalidades de gran nivel, como Leopardi, y seguía promoviendo importantes iniciativas culturales. Sus traducciones durante este tiempo de Cervantes, Shakespeare, Melville y Faulkner le dieron fama como traductor riguroso. En Florencia frecuentaba la tertulia progresistas del Café Giubbe Rosse, a la que asistía Elio Vittorini. En este café también trabó amistad, poco antes de su muerte, con el novelista Italo Svevo, y fue uno de los primeros italianos en atisbar su originalidad novelística. También en 1927 conoció a Drusilla Tanzi, casada por entonces con un crítico de arte, y que con el tiempo acabaría convirtiéndose en su mujer. Entre 1933 y 1938 conoce a una joven judía, Clizia, que se convertirá en musa de posteriores libros, además de rodearse de otras mujeres de ascendencia hebrea que le harán más sensible al problema judío, cada vez más acuciante en los años precedentes a la segunda guerra mundial. Formó parte del grupo de Solaria, una revista florentina vigilada por los censores del régimen, alarmados por su atención a escritores judíos como Svevo, Kafka o Joyce. Hasta 1945 no pudo ser publicado en Italia su conjunto de quince poemas, “Finisterre”, que, por referirse a la guerra, habían aparecido impresos en 1943 en Suiza. Más tarde esos poemas formarían parte del tercer libro poético de Montale. Con el ascenso del fascismo, partido al que no estaba afiliado, le hicieron perder la dirección del gabinete. Se refugió entonces en Milán, repartiendo su tiempo entre su trabajo periodístico para “Il  Corriere della Sera” y su propia creación literaria, además de dedicarse a traducir literatura extranjera, novelistas americanos y clásicos europeos, actividad que continuó, tras haber sido llamado de nuevo a las armas en 1940, al licenciarse en 1942. Su segundo poemario, “la casa del aduanero y otros poemas”, data de 1932 y obtuvo el premio de poesía Antico Fattore. En aquel momento su poesía se adscribió a la escuela hermética, por la severidad en la expresión que rayaba el hermetismo. Valery, quien pronto lo tradujo en Francia, fue uno de sus descubridores, ganando pronto una gran reputación en el mundo francófono. Para Montale, el lenguaje se halla en el principio de todo sentido poético, más allá de las divisiones entre poesía y prosa. Junto con la poesía de Ungaretti, la obra de Montale marca el fin de la retórica dannunziana, último bastión del postromanticismo italiano. Vuelve a combatir en la segunda guerra mundial y su casa hospeda a escritores perseguido, entre ellos a Primo Levi. Su segundo libro, “Las ocasiones”, lo publica en 1939 y con él inaugura un recurso que se hará recurrente en su obra posterior, la inserción de citas, palabras o motivos hispánicos: una entera sección del libro lleva como lema un verso de Bécquer, “sobre el volcán la flor”. En 1946 se le ofrece desde Milán un puesto como colaborador del periódico “Corriere della será”, pero no se trasladará definitivamente a esta ciudad hasta 1948, iniciándose entonces la regular aparición de artículos de Montale en el Corriere, que años más tarde se reunirían en su libro de prosa “Farfalla di Dinard (1956)”. Estos años de dedicación al periodismo son también los años de los viajes: fue destacado como enviado especial a América, a distintos países europeos y al próximo Oriente. En España visita a Azorín –del que no guardó buena impresión- y a Vicente Aleixandre, en cuya casa conoció a varios de los entonces jóvenes poetas. En 1956 obtiene el premio Manfolla di Dinard por su libro “La tormenta y otras cosas”. En la década de los sesenta se suceden las publicaciones y reediciones: los anticipos del futuro cuarto libro (Satura, 1962; Xenia, 1966) y una colección de artículos con el título “Auto de fe”, de 1966, que es el año en que se publica también su correspondencia con Svevo. En 1969 aparecen sus ensayos en prosa titulados “Fuori di Casa”. Cada vez con más frecuencia se le rinden honores y reconocimientos. En 1961 se le nombra doctor honoris causa por la Universidad de Milán y recibe al año siguiente el premio internacional Feltrinelli. En 1965 preside el Congreso Internacional de Estudios Dantescos y en 1966, al cumplir setenta años, se le homenajea con la dedicación exclusiva a su figura en diversas revistas. La culminación de todos estos homenajes se producirá cuando el presidente de la República le nombra senador vitalicio. A partir de aquí se suceden numerosos viajes a Roma para participar en las sesiones del parlamento. Pero el acontecimiento vital de más repercusión en la vida del poeta es la muerte de su mujer, la Mosca, en otoño de 1963. Surgieron con este motivo los poemas agrupados bajo el título genérico de Xenia, entre los años 1964, y que pasaría a integrar su cuarto libro de poesías, Satura. Este cuarto libro aparecerá en la década de los setenta, que es el periodo más fértil de Montale. “Satura” (1971) es una meditación sobre el paso del tiempo. Luego se incorporan más libros en los que incide en el procedimiento de hacer un recuento de los años que se van, en un intento de apresar su sustancia vital: “Diario del 71 y el 72”y “cuadernos de cuatro años” (1977). Poco antes de este último libro, en 1975, recibe el reconocimiento del premio nobel. La academia sueca justificaba la designación porque con su obra y su sensibilidad había sabido interpretar “valores humanos en el sentido de una visión de la vida sin ilusiones”, para añadir poco después que había en él “un negativismo que nace, no del desprecio del hombre, sino del sentimiento indestructible del valor de la vida y de la dignidad del hombre”. A partir de ahí, rodeado de soledad y silencio, se recluye en su casa milanesa para vivir la gloria de ser el poeta vivo más grande de Italia. Murió el 11 de septiembre de 1981 tras ser hospitalizado un mes antes aquejado de bronquitis. Miles de personas le rindieron homenaje en la capilla ardiente y a su funeral, presidido por el arzobispo, asistieron numerosas personalidades entre las que se encontraban el presidente de la República, Sandro Pertini, y el jefe del gobierno Giovanni Spadolini. (Se ofrece en esta primera entrega su primer poemario íntegro, titulado "Huesos de sepia").

 

Gozas si el viento que entra en el pomar

Vuelve a traer la oleada de la vida:

Aquí donde se hunde un muerto

Amasijo de memorias,

Huerto no era sino relicario.

 

El aleteo que oyes no es un vuelo,

Sino el conmoverse del eterno regazo;

Ves cómo se transforma este pedazo

De tierra solitario en un crisol.

 

Irá a este lado del abrupto muro.

Si avanzas te tropiezas

Quizá con el fantasma que te salva:

Se componen aquí las historias, los actos

Borrados por el juego del futuro.

 

Busca una malla rota en la red

Que nos oprime, ¡salta fuera, huye!

Ve, por ti lo he pedido –ahora la red

Me será leve, menos acre la herrumbre…

 

 

LOS LIMONES

Escucha, los poetas laureados

Se mueven solamente entre las plantes

De nombre poco usados: bojo ligustro o acanto.

Yo amo los caminos que dan a las herbosas

Zanjas donde en los charcos

Medio secos agarran los muchachos

Alguna anguila exhausta:

Los senderos que siguen los ribazos,

Bajan entre penachos de las cañas

Y llevan a los huertos, entre los limoneros.

 

Mejor si la algazara de los pájaros

Engullida por el azul se apaga:

Más claro se oye el susurro

De las ramas amigas en el aire que casi no se mueve,

Y los sentidos de este olor

Que  no sabe despegarse de la tierra

Y llueve en el pecho una dulzura inquieta.

Aquí de las entretenidas pasiones

Milagrosamente calla la guerra,

Aquí también a los pobres nos toca nuestra parte de riqueza

Y es el olor de los limones.

 

Ves, en este silencio en que las cosas

Se abandonan y próximas perecen

A traicionar su último secreto,

A ceces uno espera

Descubrir un error en la Natura,

El punto muerto del mundo, el eslabón que cede,

El hilo a desenredar que finalmente nos lleve

Al centro de una verdad.

La mirada escudriña alrededor,

La mente indaga acuerde desune

En el perfume que desborda

Cuando más languidece el día.

Son los silencios en los que se ve

En cada sombra humana que se aleja

Alguna turbada Divinidad.

 

Pero falta la ilusión y nos devuelve el tiempo

A las ciudades ruidosas donde el azul se muestra

Solo a pedazos, en lo alto, entre los cimacios.

La lluvia fatiga la tierra, después; se agolpa

El tedio del invierno sobre las casas,

La luz se vuelve avara, amarga el alma.

Cuando un día por un mal cerrado portal

Entre los árboles de un patio

Se nos muestra el amarillos de los limones;

Y el hielo del corazón se derrite,

Y en el pecho nos vierten

Sus canciones

Las trompetas de oro de la solidaridad.

 

 

CASI UNA FANTASÍA

Amanece, lo presiento

Por un albor de vieja

Plata en las paredes;

Lista un vislumbre las ventanas cerradas.

Vuelve el advenimiento

Del sol y las difusas

Voces, los acostumbrados estrépitos no trae.

 

¿Por qué? Pienso en un día encantado

Y del tiovivo de horas demasiado iguales

Me resarzo. Desbordará la fuerza

Que me hinchaba, inconsciente mago,

Desde largo tiempo. Ahora me asomaré,

Destruiré altas casas, despojos callejeros.

 

Tendré ante mí un pueblo de intactas nieves

Pero leves como vistas en un tapiz.

Resbalará algodonoso un lento rayo.

Salvas y colinas llenas de invisible luz

Me harán el elogio de los festivos retornos.

 

Contento leeré los negros

Signos de las ramas sobre el blanco

Como un alfabeto esencial.

Todo el pasado en un punto

Aparecerá ante mí.

No turbará sonido alguno

Esta alegría solitaria.

Cruzará el aire

O se posará sobre una estaca

Algún gallito de marzo.

 

 

FALSETE

Esterina, los veinte años te amenazan,

Grisrosada nube

Que poco a poco en sí te encierra.

Lo entiendes y no te asustas.

Te veremos sumergida

En la humareda que el viento

Rasga o espesa, violento.

Después saldrás de la borrasca de ceniza

Más adusta que nunca,

Vuelto hacia una aventura más lejana

El atento rostro que te asemeja

A  la arquera Diana.

Ascienden los vientos otoñales,

Te envuelven idas primaveras;

Ahora para ti repica

Un presagio en las elíseas esferas.

¡No te rinda un sonido

Cual de rajado cántaro

Golpeado!; pido sea

Para ti concierto inefable

De cascabeles.

 

El incierto mañana no te asusta.

Airosa te tiendes

Sobre el escollo reluciente de sal

Y al sol quemas tus miembros.

Recuerdas el lagarto

Quieto en la desnuda roca;

Te insidia juventud,

Como el lazo de hierba de un chiquillo.

El agua es la fuerza que te templa,

En el agua te encuentras y renuevas;

Te imaginamos como un alga, un guijarro,

Como una criatura marina

A la que la sal no ataca

Sino que retorna más pura a la orilla.

¡Cuánta razón tienes! No turbes

Con malos presagios el sonriente presente.

Tu alegría compromete ya el futuro

Y un encogerse de hombros

Derroca los reductos

De tu mañana oscuro.

Te alzas y avanzas por el puentecillo

Exiguo, sobre el remolino que chilla:

Tu perfil se recorta

Contra un fondo de perla.

Titubeas encima de la trémula tabla,

Ríes, y como desprendida de un viento

Te echas en los brazos

De tu divino amigo, que te aferra.

 

Nosotros te miramos, los de la raza

Que permanece en la tierra.

 

 

POESÍA PARA CAMILLO SBARBARO

 

CAFÉ EN RAPALLO

I

Navidad en el invernáculo reluciente,

Decorado por los humos

Que las trazas desprenden, valado

Temblor de luces tras los cerrados

Cristales, perfiles de mujeres

En el gris, entre relámpagos de gemas

Y jaspeados de sedas…

                                          ¡Han llegado

A tus playas nativas,

Las nuevas Sirenas!; y aquí faltas tú

Camilo, amigo, historiador

De avideces y de escalofríos.

 

Se oye gran alboroto en la calle.

 

Fuera ha pasado

La indecible música

De las trompetas de hojalata

Y de los agudos platillos de los niños:

Ha pasado la música inocente.

 

Un mundo gnomo caminaba

Con estruendo de muletos y carretillas,

Entre un lamento de carneros

De cartón piedra y un resplandor

De sables de papel de plata.

Pasaron los Generales

Con sus gorras de cartón

Y empuñaban lnzas de turrón;

Después vinieron los gregarios

Con velas y faroles,

Y las tintineantes cajas

De vulgar sonido,

Tenue río que encanta

El incierto ánimo:

(Maravilloso oía).

La horda pasó con el ruido

De un tumultuoso rebaño

Que el reciente trueno espanta.

Lo acogió el pasto

Que para nosotros ya no verdea.

 

 

EPIGRAMA

II

Sbarbaro, extravagante muchacho, pliega versicolores

Papeles y hacer barquitos que confía al lodo

Móvil de un arroyo; míralos irse fuera.

Sé por él precavido, hombre de bien que pasas:

Con tu bastón alcanza la delicada flotilla,

Que no se pierda; guíala a un puertecito de guijarros.

       

 

SARCÓFAGOS

 

Dónde van las rizadas doncellas

Que llevan las colmadas ánforas sobre los hombros

Y tienen el firme paso tan ligero;

Y al fondo la embocadura de un valle

En vano espera a las bellas

A las que sombra da una pérgola de viña,

Y los racimos penden oscilando.

El sol que asciende,

Las confusas laderas

No tienen color: en el blando

Minuto la naturaleza fulminada

Expresa a sus felices

Criaturas, madre no madrastra,

En levedad de formas.

Mundo que duerme o mundo que se ufana

De inmutable existencia, ¿quién puede decirlo?,

Hombre que pasas, dale tú

La mejor ramita de tu huerto.

Después sigue: en este valle

No hay alternancia de oscuridad y luz.

Lejos de aquí, tu camino te conduce,

Para ti no hay asilo, estás demasiado muerto:

Sigue el curso de tus estrellas.

Y por lo tanto adiós, rizadas niñas,

Llevad las colmadas ánforas sobre los hombros.

 

 

 

AHORA SEA TU PASO

Ahora sea tu paso

Más cauto: a un tiro de piedra

De acá se te prepara

Una más rara escena.

La puerta corroída de un templete

Está cerrada para siempre.

Una gran luz se difunde

Sobre el herboso umbral.

Y aquí donde humanas pisadas

No sonarán o ficticio dolor,

Vigila tendido en el suelo un magro can.

Nunca más se moverá

En esta hora que se adivina sofocante.

Sobre el tejado asoma

Una nube grandiosa.

 

 

 

EL FUEGO QUE CHISPORROTEA

El fuego que chisporrotea

En la chimenea reverdece

Y un aire oscuro gravita

Sobre un mundo indeciso. Un viejo cansado

Duerme junto a un morillo

El sueño del abandonado.

En esta luz abisal

Que imita el bronce, ¡no te despiertes,

Durmiente! Y tú, caminante,

Avanza despacio; pero antes

Una rama añade a la llama

Del hogar y una piña

Madura a la cesta arrojada

En el rincón: caen a tierra

Las provisiones reservadas

Para el viaje final.

 

 

MAS DÓNDE BUSCAR LA TUMBA

Mas dónde buscar la tumba

Del amigo fiel y de la amante;

La del mendigo y la del muchacho;

Donde encontrar un asilo

Para ésos que reciben el ascua

De la original llamarada;

¡Oh, por un signo de paz leve como un juego

La urna sea marcada!

Deja la taciturna multitud de piedra

Por las abandonadas lastras

Que a veces tienen grabado

El símbolo que más conmueve

Ya que el llanto y la risa

Igualmente brotan, gemelos.

Lo mira el triste artesano que al trabajo se dirige

Y ya le late en las muñecas una voluntad ciega.

Entre ellas busca un friso primordial

Que sepa por el recuerdo que anticipa

Llevar el alma ruda

Por caminos de dulces exilios:

Una insignificancia, un girasol que se abre

Y alrededor una danza de conejos…

 

 

OTROS VERSOS

 

VIENTOS Y BANDERAS

La ráfaga que alzó el amargo aroma

Del mar a las espiras de los valles,

Y te embistió, te alborotó el cabello,

Ovillo breve contra el cielo pálido;

 

El viento que el vestido pegó al cuerpo

Y te moduló rápido a su imagen,

Cómo ha vuelto, tú lejana, a estas

Piedras que ofrece el monte a la vorágine;

 

Y cómo apagada la furia ebria

Reencuentra ahora el jardín el sumiso hálito

Que te meció, tendida en la hamaca,

Entre los árboles, en tus vuelos sin alas.

 

¡Ay de mí, nunca dos veces configura

El tiempo de igual modo los granos! Y es nuestra

Salvación: porque, si sucediera, junto con la naturaleza,

Nuestra fábula ardería en un relámpago.

 

Desbordamiento que no se repite –y ahora da vida

A un grupo de moradas que extendidas

Ante la mirada sobre el flanco de un declive

Se atavían de adorno y paveses.

 

El mundo existe… Un estupor detiene

El corazón que cede a los errantes íncubos,

Mensajeros del véspero; y no cree

Que los hambrientos tengan una fiesta.

 

 

ARISTA SALIENTE DEL MURO

Arista saliente del muro

Como el índice de un

Reloj de sol que escande la carrera

Del astro y la mía, breve;

A la vez señalas los crepúsculos

Y te clavas en el yeso

Que embebe la luz de encendidos

Reflejos –y te aburre la rueda

De sombra que sobre el plano despliegas:

Un tedio infinito la vuelta

Que desprende de ti una difusa

Semblanza como de humo

Y oprime con su espesa

Cúpula nunca deshecha.

 

Pero ya no das sombra esta mañana

A tu sostén y un velo

Que en la noche has arrancado

A una horda invisible pende

De tu extremo y resplandece

A los primeros rayos. Allá abajo,

Donde se descubre la llanura

Del mar, un tres palos cargado

De chusma y de botín inclina

La borda ante una ráfaga, y se aleja.

Quien está arriba y se asoma se apercibe

De que brilla la cubierta y el timón

En el agua no abre un surco.

 

 

HUESOS DE SEPIA

 

NO NOS PIDAS LA PALABRA QUE EXAMINE POR CADA LADO

No nos pidas la palabra que examine por cada lado

Nuestro ánimo informe, y con letras de fuego

Lo proclame y resplandezca como un croco

Perdido en medio de un polvoriento prado.

 

¡Ah, el hombre que se va seguro,

De los demás y de sí mismo amigo,

Sin preocuparse de su sombra, que la canícula

Imprime sobre un desconchado muro!

 

No nos pidas la fórmula que mundos pueda abrirte,

Si alguna sílaba seca y torcida como una rama.

Sólo eso podemos hoy decirte,

Lo que no somos, lo que no queremos.

 

 

SESTEAR PÁLIDO Y ABSORTO

Sestear pálido y absorto

Junto a la candente tapia del huerto,

Escuchar entre los ciruelos y los gamonitos

Chasquidos de mirlos, rumor de sierpes,

 

En las grietas del suelo o sobre la arveja

Espiar las filas de rojas hormigas

Que ora se rompen ora se trenzan

Sobre minúsculos montículos.

 

Observar entre frondas el palpitar

Lejano de escamas de mar

Mientras se elevan trémulos crujidos

De cigarras desde los calvos picos.

 

Y andando bajo el sol que ciega

Sentir tristemente maravillado

Cómo  es toda la vida y su fatiga

En este recorrer una muralla

Coronada de trozos de botella.

 

 

NO TE REFUGIES EN LA SOMBRA

No te refugies en la sombra

De la verde espesura

Como el halcón que se abalanza

Fulmíneo en la canícula.

 

Es hora de dejar el cañaveral

Frágil que parece adormecerse

Y de mirar las formas

De la vida que se resquebraja.

 

Nos movemos en un polvillo

Nacarado que vibra,

En un deslumbramiento que envisca

Los ojos y nos debilita.

 

Además, lo notas, en el juego de áridas olas

Que empereza esta hora de desazón

No lanzamos ya en un remolino sin fondo

Nuestras vidas errantes.

 

Como aquel claustro de peñascos

Que parece deshilacharse

En telarañas de nubes;

Así nuestros ánimos abrasados

 

En los que la ilusión quema

Un fuego lleno de ceniza

Se pierden en la serenidad

De una certeza: la luz.

 

 

A K.

Recuerdo Tu sonrisa, y es para mí un agua límpida

Vista al azar en la pedrera de un arenal,

Exiguo espejo en el mira una hiedra sus corimbos;

Y encima el abrazo de un tranquilo cielo blanco.

 

Éste es mi recuerdo; no sabría decir, tan lejos,

Si en tu rostro se expresa libre un alma ingenua,

O si eres de esos errantes que el mal del mundo extenúa

Y llevan su sufrir consigo como un talismán.

 

Mas esto puedo decirte, que tu evocada efigie

Sumerge las extravagantes inquietudes en una oleada de calma,

Y que tu imagen se insinúa en mi gris memoria

Limpia como la copa de una joven palmera…

 

 

VIDA MÍA, NO TE PIDO RASGOS

Vida mía, no te pido rasgos

Fijos, rostros plausible o poseídos.

En tu girar inquieto el mismo

Sabor tienen ya miel y ajenjo.

 

El corazón que desprecia todo movimiento

Raramente es agitado por sobresaltos.

Así suena a veces en el silencio

Del campo un disparo de fusil.

 

 

TRAÉME EL GIRASOL PARA QUE LO TRASPLANTE

Traéme el girasol para que lo trasplante

A mi tierra quemada por la sal,

Y muestre todo el día al azul espejeante

Del cielo la ansiedad de su rostro amarillento.

 

Tienden a la claridad las cosas oscuras,

Se consumen los cuerpos en un fluir

De colores: éstos en músicas. Desvanecerse

Es, pues, la mayor de las venturas.

 

Tráeme tú la planta que conduce

Donde surgen rubias transparencias

Y se evapora la vida cual esencia;

Tráeme el girasol enloquecido de luz.

 

A menudo he hallado el mal de vivir:

Era el arroyo estrangulado que borbolla,

Era el enroscarse de la hoja

Requemada, era el caballo desplomado.

 

Del bien no supe, fuera del prodigio

Que revela la divina Indiferencia:

Era la estatua en la somnolencia

Del mediodía, y la nube, y el halcón en lo alto.

 

 

LO QUE DE MÍ SUPISTE

Lo que de mí supiste

No fue más que el revoque,

La túnica que envuelve

Nuestra humana ventura.

 

Y quizá más allá del tejido

Estaba el azul tranquilo;

Vedaba el límpido cielo

Sólo un sello.

 

O en verdad era la extravagante

Mutación de mi vida,

El abrirse de una ardiente

Gleba que nunca veré.

 

Quedó, pues, esta corteza

Como mi sustancia verdadera;

El fuego que no se apaga

Para mí se llamó: la ignorancia.

 

Si ves una sombra, no es

Una sombra: yo soy.

Si pudiera desprenderla de mí,

Ofrecérosla como presente.

 

 

PORTOVENERE

Allí emerge el Tritón

De las olas que lamen

Los umbrales de un cristiano

Templo, y toda hora próxima

Es antigua. Toda duda

Se lleva de la mano

Como una muchachita amiga.

 

Allí no hay quien se mire

O esté a la escucha de sí mismo.

Allí estás en los orígenes

Y decidir es necio:

Más tarde volverás a partir

Para asumir un rostro.

 

 

CONOZCO LA HORA EN QUE LA CARA MÁS IMPASIBLE

Conozco la hora en que la cara más impasible

Es cruzada por una cruda mueca:

Se revela un instante una pena invisible.

No lo nota la gente de la atestada calle.

 

Vosotras, palabras mías, traicionáis en vano la mordedura

Secreta, el viento que en el corazón sopla.

La más cierta razón es de quien calla.

El canto que solloza es un canto de paz.

 

 

Glroia del vasto mediodía

Cuando los árboles no dan sombra,

Y más y más se muestran en otrnno

Por exceso de luz, las apariencias, leonadas.

 

El sol, en lo alto, y un seco arenal.

Mi día, por tanto, no ha pasado:

La hora más bella está al otro lado del muro

Que encierra en un ocaso revocado.

 

La sequedad, alrededor; un Martín pescador

Da vueltas sobre una reliquia de vida.

La buena lluvia está más allá de la desolación,

Pero en la espera está la dicha más completa.

 

 

FELICIDAD LOGRADA, SE CAMINA

Felicidad lograda, se camina

Por ti sobre el filo de una espada.

A los ojos eres fulgor que vacila,

Al pie, rígido hielo que se agrieta;

Que no te toque, pues, quien más te ama.

 

Si llegas a las almas invadidas

De tristeza y las iluminas, tu mañana

Es dulce y turbadora como los nidos de los cimacios.

Pero nada compensa el llanto del niño

Cuyo globo se escapa entre las casas.

 

 

EL CAÑAVERAL APUNTA SUS BROTES

El cañaveral apunta sus brotes

En la serenidad que no se rasga:

El huerto sediento asoma hirsutas ramitas

Tras los cercados, al bochorno estancado.

 

Asciende una hora de espera al cielo, vacía,

Del mar que se vuelve gris.

Un árbol de nubes sobre el agua

Crece, después cae como ceniza.

 

Ausente, cuánta falta haces a esta región

Que te presiente y sin ti se consume:

Estás lejos y por ello todo divaga

Desde su surco, se derrumba, desaparece en bruma.

 

 

TAL VEZ UNA MAÑANA YENDO POR UN AIRE DE VIDRIO

Tal vez mañana yendo por un aire de vidrio,

Árido, veré, volviéndome, cumplirse el milagro:

La nada a mis espaldas, el vacío detrás

De mí, con un terror de borracho.

 

Después, como en una pantalla aparecerán de golpe

Árboles casas colinas para el engaño usual.

Pero se demasiado tarde; y me iré callado

Entre los hombres que no se vuelven, con mi secreto.

 

 

VALMORBIA, CORRÍAN POR TU FONDO

Valmorbia, corríen por tu fondo

Floridas nubes de plantas en la brisa.

Nacía en nosotros, movidos por el ciego azar,

Olvido del mundo.

 

Callaban los disparos, en el regazo solitario

No se oía más que al ronco Leno.

Se abría un cohete sobre su tallo, débil

Lagrimeaba en el aire.

 

Las noches claras eran todas un alba

Y traían zorras a mi gruta.

Valmorbia, un nombre –y ahora en la pálida

Memoria, tierra donde no anochece.

 

 

TENTABA VUESTRA MANO EL TECLADO

Tentaba vuestra mano el teclado,

Vuestros ojos leían en la hoja

Los imposible signos; y se quebraba

Cada acorde como una voz afligida.

 

Comprendí que todo, alrededor, se enternecía

Al veros trabada indefensa ignorante

Del lenguaje más vuestro: gemía

Tras los vidrios entornados la mar clara.

 

Pasó por el recuadro azul una fugaz danza

De mariposas; una rama se agitó al sol.

Ninguna cosa próxima encontraba sus palabras,

Y era mía, era nuestra, vuestra dulce ignorancia.

 

 

LA FARÁNDULA DE LOS NIÑOS SOBRE EL ARENAL

La farándula de los niños sobre el arenal

Era la vida que brota de la sequedad.

Crecía entre escasas cañas y malezas

El césped humano en el aire puro.

 

El caminante sentía como un suplicio

Su desapego de las antiguas raíces.

En la florida edad de oro sobre las felices orillas

Incluso un nombre, un ropaje, eran un vicio.

 

 

DÉBIL SISTRO AL VIENTO

Débil sistro al viento

De una perdida cigarra,

Tocado apenas y extinguido

En el torpor que exhala.

 

Propaga desde lo profundo

En nosotros la vena

Secreta, nuestro mundo

Se sostiene apenas.

 

Si los señalas, en el aire

Gris tiemblan corrompidos

Los vestigios

Que el vacío no engulle.

 

El gesto después se anula,

Toda voz calla,

Desciende a su desembocadura

La vida desnuda.

 

 

CHIRRÍA LA GARRUCHA DEL POZO,

Chirría la garrucha del pozo,

El agua sube a la luz y con ella se funde.

Tiembla un recuerdo en el colmado cubo,

En el puro círculo una imagen ríe.

Acerco el rostro a evanescentes labios:

Se deforma el pasado, se hace viejo,

Pertenece a otro…

 

                                  Ah, que ya rechina

La rueda, te devuelve al otro fondo,

Visión, una distancia nos divide.

 

 

ABORDA EN LA CHAMUSCADA ORILLA

Aborda en la chamuscada orilla

Las naves de cartón, y duerme,

Muchacho patrón: que no oigas

Los malévolos espíritus que en formación velejan.

 

En el cercado del huertecillo revolotea el búho

Y las chamizas de los tejados son pesadas.

El instante que arruina la obra lenta de meses

Llega: otra resquebraja secretamente, ora arranca en un soplo.

 

Viene el desgarro; quizá sin estrépito.

Quien ha edificado siente su condena.

Es la hora en que sólo se salva la barca al pairo.

Amarra tu flota entre los setos.

 

 

ABUBUILLA, ALEGRE PÁJARO CALUMNIADO

Abubilla, alegre pájaro calumniado

Por los poetas, que enderezas tu cresta

Sobre el aéreo palo del gallinero

Y como un falso gallo giras al viento;

Nuncio primaveral, abubilla,

Para ti se detiene el tiempo,

Nunca muere febrero,

Todo se extiende

Al mover tu cabeza,

Alígero duende, y tú lo ignoras.

 

 

SOBRE EL MURO GARABATEADO

Sobre el muro garabateado

Que sombrea los escasos asientos

El arco del cielo aparece

Acabado.

 

Quien se acuerda ya del fuego que ardió

Impetuoso

En las venas del mundo; en un reposo

Frío las formas, opacas, están desparramadas.

 

Veré de nuevo mañana los bancos

Y la muralla y el acostumbrado camino.

En el futuro que se abre las mañanas

Están ancladas como barcas en la rada.

 

 

 

MEDITERRÁNEO

 

EN VÓRTICE SE ABATE

En vórtice se abate

Sobre mi cabeza reclinada

Un sonido de ásperos campos.

Quema la tierra recorrida

De sesgadas sombras de pinastros,

Y el mar de fondo vela,

Más que las ramas, a la mirada

El bochorno que a trechos irrumpe

Del veteado suelo.

Cuando es más sordo o menos el hervor de las aguas

Que se arremolinan

Junto a largos bajíos me alcanza:

O es tal vez un bombo y un rebullir

De espumas sobre las rocas.

En cuanto levanto el rostro cesan

Los rugidos sobre mi cabeza; y se lanzan

Hacia las estrepitosas aguas,

Flechas blanquiazules, dos arrendajos.

 

 

ANTIGUO, ESTOY EBRIO POR LA VOZ

Antiguo, estoy ebrio por la voz

Que sale de tus bocas cuando se abren

Como verdes campanas y se vuelven

Atrás y se disuelven.

La casa de mis estíos lejanos

Estaba a tu lado, lo sabes,

Allá en el pueblo donde el sol abrasa

Y nublan en el aire los mosquitos.

Como entonces, hoy en tu presencia callo,

Mar, mas ya no digno

Me creo de la solemne admonición

De tu respiro. Primero dijiste

Que el diminuto latir

De mi  corazón era sólo un instante

Del tuyo; que en mí estaba

Tu peligrosa ley: ser vasto y diverso

Y a la vez constante:

Y vaciarme así de toda suciedad

Como haces tú que arrojas a la orilla

Entre corchos algas asterias

Los inútiles escombros de tu abismo.

 

 

LLEGA A VECES, REPENTINA

Llega a veces, repentina,

Una hora en que tu corazón inhumano nos asusta y del nuestro se separa.

Tu música discorda con la mía,

Entonces, y es enemigo todo movimiento tuyo.

Me repliego en mí, vacío

De fuerzas, tu voz parece sorda.

Observo el pedregal

Que hacia ti desciende

Hasta la orilla escarpada que te domina,

Quebrada, amarilla, surcada

De charcas de agua de lluvia.

Mi vida es este seco declive,

Medio no fin, camino abierto a desembocaduras

De riachuelos, lento desmoronamiento.

Es ella, aún, esta planta

Que nace de la devastación

Y en el rostro lleva los golpes del mar y está suspendida

Entre erráticas fuerzas de vientos.

Este pedazo de suelo sin hierba

Se ha hendido para que naciese una margarita.

En ella titubeo ante el mar que me ofende,

Falta aún el silencio en mi vida.

Miro la tierra que centellea,

El aire está tan sereno que se oscurece.

Y éste que en mí crece

Es tal vez el rencor

Que todo hijo, mar, siente hacia el padre.

 

 

HUBIERA QUERIDO SENTIRME ÁSPERO Y ESENCIAL

Hubiera querido sentirme áspero y esencial

Como los guijarros que tú devuelves,

Comidos por la sal;

Astilla fuera del tiempo, testimonio

De una voluntad fría que no pasa.

Otro fui: hombre comedido que estudia

En sí, en los demás, el bullir

De la vida fugaz –hombre que demora la acción, que nadie, en fin, destruye.

Quise buscar el mal

Que carcome el mundo, la leve torcedura

De una palanca que detiene

El mecanismo universal; y vi todos

Los cuesos del minuto

Como prontos a desunirse de golpe

Siguiendo el surco de un sendero tuve

Lo opuesto en el corazón, con su oferta; y quizá

Necesitaba el cuchillo que corta,

La mente que decide y determina.

Necesitaba otros libros,

Y no tu página retumbante.

Mas no lamento nada; tú deshaces

Aún los internos nudos con tu canto.

Ya tu delirio asciende hacia los astros.

 

 

DISIPA TÚ SI QUIERES

Disipa tú si quieres

Esta débil vida que se lamenta

Como la esponja el trazo

Efímero de una pizarra.

Espero volver a tu círculo,

Se cumple mi disperso pasar.

Mi venida era testimonio

De una orden que en el viaje olvidé,

Dan fe estas palabras mías

De un evento imposible, y lo ignoran.

Mas siempre que no escuché

Tu dulce resaca en las orillas

Me asaltó una desazón

Como la del falto de memoria

Cuando recuerda su tierra.

Aprendida la lección,

Más que de tu gloria

Abierta, del jadear

Que casi no se oye

De algún medio día tuyo desolado,

A ti me entrego himildemente. No soy

Más que pavesa de un tirso. Bien lo sé: arder,

Éste, no otro es mi significado.

 

 

SOLANAS Y SOMBRAS

 

FIN DE LA INFANCIA

Retumbando se engolfaba

En la arqueada orilla

Un mar pulsante, barrado de surcos,

Encrespado y vedijoso de espumas.

Contra la desembocadura

De un torrente que rebosaba

Amarilleaba el oleaje.

Alrededor giraban virutas de algas

Y troncos de árboles a la deriva.

 

En la concha hospitalaria

De la playa

Sólo unas cuantas casas

De añosos ladrillos, escarlatas,

Y ralos penachos

De tamariscos pálidos,

Cada vez más; débiles criaturas

Pedidas en un horror de visiones.

No era fácil mirarlos

Para quien leía en aquellas

Apariencias inciertas

La música del alma inquieta

Que no se decide.

 

Puras colinas cerraban alrededor

Marina y casas; olivos las vestían

Aquí y allá diseminados como rebaños,

O tenues como el humo de un caserío

Que velejara

Por la cara candente del cielo.

Entre manchas de viñedos y pinedas,

se divisaban pedreras

calvos y gibosos dorsos

de colinas un hombre

que por allí pasase erguido sobre un muleto

para siempre –y en el recuerdo.

 

No se solía ir tras las crestas próximas

De aquellos montes; tampoco osa cruzarlas

La memoria cansada.

Conozco los caminos que corrían sobre fosos

Encajonados, entre marañas de espino;

Llevaban a calveros, después entre barrancos,

Y aun se prolongaban

Hacia rincones húmedos de moho,

Cubiertos de sombras y de silencios.

Aún me acuerdo maravillado de uno de ellos

Donde todo humano impulso

Aparece sepultado

En aura milenaria.

 

Raramente se desvía alguna ráfaga

Hasta aquel borde del mundo, que se asombra.

Pero de los senderos se volvía.

Lograban éstos una inestable

Vicisitud de ignotos aspectos,

Pero el ritmo que los gobierna se nos escapaba.

Cada momento ardía

En los instantes futuros sin dejar rastro.

Vivir era ventura demasiado nueva

De hora en hora, y el corazón latía.

No había norma,

Surco fijo, confrontación,

Para distinguir alegría de tristeza.

Pero reconducidos por la senda

A la casa de la orilla, al cerrado asilo

De nuestra asombrada infancia,

Rápido respondía

A cada impulso del alma un consentimiento

Externo, se vestían de nombres

Las cosas, nuestro mundo tenía un centro.

 

Estábamos en la edad virginal

En la que las nubes no son cifras o siglas

Sino las bellas hermanas que se mira viajar.

Surgida de otra simiente

Alimentada de una linfa distinta

De la nuestra, débil, parecía la naturaleza.

En ella el asilo, en ella

Las extáticas miradas; ella era el portento

Que no soñaba, o apenas, alcanzar

Nuestra alma confusa.

Estábamos en la edad ilusa.

 

Volaron años cortos como días,

Sumergió toda certeza un mar florido

Y voraz que daba ya el aspecto

Dudoso de los vacilantes tamariscos.

Debió surgir un alba que una línea

De luz sobre el umbral

Pulido presagiaba como un agua;

Y ciertamente corrimos

A abrir la puerta

Estridente sobre el guijo del jardín.

El engaño se nos hizo evidente.

Pesadas nubes sobre el turbado mar

Que ante nosotros hervía, pronto aparecieron.

Estaba en el aire la espera

De un proceloso evento.

¡Extraña, esa zona

De la infancia que explora

Un señalado patio como un mundo!

Llegaba para nosotros la hora que indaga.

La niñez había muerto en un corro.

 

¡Ah, el juego de los caníbales en el cañaveral,

Los mostachos de palma, la deliciosa

Recogida de los cartuchos disparados!

Volaba la bella edad como los barquitos sobre el hilo

Del mar a toda vela.

Ciertamente quedamos mudos a la espera

Del violento instante;

Luego en la falsa calma

Sobre las huecas aguas

Debió de alzarse un viento.

 

 

RIBERAS

 

RIBERAS

Riberas,

Bastan algunos tallos de espadaña

Péndulos de un ribazo

Sobre el delirio del mar;

O dos camelias pálidas

En los jardines desiertos,

Y un eucalipto rubio que se zambulla

Entre susurros y locos vuelos

En la luz;

Y he aquí que en un instante

Invisibles hilos se me enroscan,

Mariposa en una telaraña

De temblores de olivos, de miradas de girasoles.

 

Dulce cautividad, hoy, riberas,

De quien se entrega casi

A revivir un antiguo juego

Nunca olvidado.

Recuerdo el acre filtro que ofrecisteis

Al extraviado adolescente, orillas:

En las claras mañanas se fundían

Dorsos de colinas y cielo; en la arena

De las playas un amplio reflujo, un uniforme

Temblor de vidas

Una fiebre del mundo; y cada cosa

En sí misma parecía consumarse.

 

Oh entonces zarandeados

Como el hueso de sepia por las olas

Desvanecerse poco a poco;

Volverse

Un árbol rugoso o una piedra

Pulida por la mar; en los colores

Fundirse del ocaso; desaparecer carne

Para surgir fuente ebria de sol,

Por el sol devorada…

                                      Eran éstos,

Riberas, los votos del muchacho antiguo

Que junto a una roída balaustrada

Lentamente moría sonriendo.

 

Cuánto, marinas, estas frías luces

Dicen a quien desgarrado os huía.

Cuchillas de agua revelándose entre aberturas

De lábiles ramajes; rocas oscuras

Entre la espuma; flechar de vencejos

Vagabundos…

                         ¡Ah, podía

Creeros un día, oh tierras,

Bellezas funerarias, áureas cornisas

En la agonía de cada ser.

                                             Hoy vuelvo

A vosotras más fuerte, si no me engaño, aunque el corazón

Parece deshacerse en recuerdos alegres – y atroces.

Triste alma pasada

Y tú, voluntad nueva que me llamas,

Tiempo es quizá de uniros

En un tranquilo puerto de sabiduría.

Y un día volverá la invitación

De voces de oro, de lisonjas audaces,

Alma mía no ya dividida. Piensa:

Troca en himno la elegía; rehacerse,

No faltar más.

                          Poder

Igual que estas ramas

Ayer secas y desnudas y hoy llenas

De temblores y linfas,

Sentir

Mañana también nosotros entre los perfumes y los vientos

Un refluir de sueños, un loco urgir

De voces hacia un fin; ¡y en el sol

Que os inviste, riberas,

Reflorecer!

 

          

 

 

 

 

 


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