viernes, 21 de mayo de 2021

POETAS 60. Francisco Brines II

 



Francisco Brines nació en Oliva, Valencia, en 1932. Estudió Derecho y cursó estudios de Filosofía y Letras. Pertenece a la llamada promoción poética de los 50,  junto a poetas como Carlos Barral, Caballero Bonald, Gil de Biedma, Ángel González, José Agustín Goytisolo, Claudio Rodríguez, José Ángel Valente, etc. Al igual que otro amigos de generación poética, como Ángel Valente y Claudio Rodríguez, fue profesor de lengua Española en la Universidad de Oxford, y antes lo fue de Literatura española en Cambridge. Se inició en la poesía con la publicación de su primer libro, “Las brasas”, con el que ganó el premio Adonais, poemario en el que la voz poética pronuncia un memorial de despedidas desde una casa solitaria. Con su siguiente libro, “Palabras en la oscuridad”, obtuvo el premio nacional de la crítica. El tono meditativo que se aprecia en los poemas de este libro lo entronca con el poeta español de mayor influjo anglosajón, Luis Cernuda, a quien le dedicó en 2006 su discurso de ingreso en la Real Academia Española, tras ocupar la vacante dejada por el fallecido Buero Vallejo. Pero fue otro poeta de la generación del 27, Vicente Aleixandre, quien ejercerá sobre Brines su magisterio vital al acogerlo junto a otros poetas en las veladas de su casa de Velintonia. En esta época surgen libros como "Aún no" (1971) e “Insistencias en Luzbel" (1977) y entabla amistad con Carlos Bousoño y Antonio Colinas. Tardó casi una década en publicar su libro más valorado por la crítica, “El otoño de las rosas” (1986), donde sus cantos de tono elegiaco no llegan a empañar su exaltado vitalismo. Su último libro data de 1995, “La última costa”, título que hace referencia a la inminencia de un último viaje ante el que se hace el recuento de las experiencias vividas: la felicidad pasada, el paraíso de la infancia y la experiencia de plenitud en momentos fugaces. Fue a raíz de la muerte de su madre, a quien dedica este último libro, cuando el poeta cierra su casa de Madrid para instalarse en una casa de campo a las afueras de su pueblo natal en Valencia. A partir de aquí se entregó a la morosa composición de un libro de ambición póstuma al que puso el título de “Donde muere la muerte” y que no llegó a publicar más que en anticipados poemas sueltos que editaban algunas revistas. La muerte le sorprendió ayer, 20 de mayo de 2021, en el hospital de Gandía, donde había ingresado para ser intervenido de una hernia al día siguiente de que los Reyes le entregaran el Premio Cervantes en su casa  de Elca.


LUZBEL

 

Descifremos el mito:

El Ángel es la nada;

Dios, el engaño.

Luzbel es el olvido.

 

ALOCUCIÓN PAGANA

 

¿Es que acaso, estimáis que por creer

en la inmortalidad,

os tendrá que ser dada?

Es obra de la fe, del egoísmo

o la desolación.

Y si existe, no importa no haber creído en ella:

respuestas ignorantes son todas las humanas

si a la muerte interroga.

 

Seguid con vuestros ritos fastuosos, ofrendas a los dioses,

o grandes monumentos funerarios,

las cálidas plegarias, vuestra esperanza ciega.

O aceptad el vacío que vendrá,

en donde ni siquiera soplará un viento estéril.

Lo que habrá de venir será de todos,

pues no hay merecimiento en el nacer

y nada justifica nuestra muerte.

 

 

 

DEFINICIÓN DE LA NADA

 

No se trata de un hueco, que es carencia,

ni del regreso de la luz;

pues todo lo que niega constituye.

Tampoco el silencio, que aunque no es supresión,

difunde en un sinfín naturaleza extensa.

Porque hablamos desde este fiel engaño de la ficción de la palabra

podemos enunciar esta pausa solemne:

no se trata de la existencia cierta del concepto de Dios como Imposible.

Ni siquiera es tampoco la previa negación de alguna insuficiencia.

 

Lo pensáis como un frío, mas esa es vuestra carne.

No afirma y nada niega su firme coherencia.

 

 

OYENDO EL HUMO

 

La oreja izquierda es la nada,

la derecha es el olvido:

entre ellas dos suena el humo.

 

Nadie lamí ni se escapa,

ya no suena.

 

No hubo orejas.

Ni hubo izquierda ni hay derecha.

No hay silencio ni hay palabras.

No las hubo.

 

 

LOS SINÓNIMOS

 

Más allá de la luz está la sombra,

y detrás de la sombra no habrá luz

ni sombra. Ni sonidos, ni silencio.

Llámale eternidad, o Dios, o infierno.

O no le llames nada.

Como si nada hubiera sucedido.

 

 

LOS PLACERES INFERIORES

 

No desdeñes las pasiones vulgares.

Tienes los años necesarios para saber

que ellas se corresponden exactamente con la vida.

No reduzcas su acción,

pues si del breve tiempo en que consistes

las sustraes,

es todavía el existir más deficiente.

Descubre su verdad tras la apariencia,

y así no habrá falsía,

y no podrás mentir que fue razón de vida lo que sólo fue tránsito.

Más ellas te evitaron el fiel aburrimiento de las horas.

 

Exigen lucidez, no en su experiencia

sino en su escaso ser;

valóralas exactas,

para lo cual has de saber lo que la vida vale,

y esa sabiduría hace tiempo que es tuya.

Si cometes error cuando las midas,

hazlo siempre en tendencia de la degradación.

 

Nunca mejores lo que vale poco.

y que no tengan nombre, ni tiempo detenido

y queden confundidas en su promiscuidad.

Sabes que tu memoria es débil, y te ayuda.

 

Todas son una sola,

como es una la vida.

Y las otras pasiones, que merecen un nombre

y el cobijo de un tiempo,

sálvalas lejos de ellas,

y siempre te recuerden lo que la vida no es.

Y agradece a la vida esos errores.

 

 

EL PORQUÉ DE LAS PALABRAS

 

No tuve amor a las palabras;

si las usé con desnudez, si sufrí en esa busca

fue por necesidad de no perder la vida,

y envejecer con algo de memoria

y alguna claridad.

 

Así uní las palabras para quemar la noche,

hacer un falso día hermoso,

y pude conocer que era la soledad el centro de este mundo.

Y sólo atesoré miseria,

suspendido el placer para experimentar una desdicha nueva,

besé en todos los labios posada la ceniza,

y fui capaz de amar la cobardía porque era fiel y era digna del hombre.

 

Hay en mi tosca taza un divino licor

que apuro y que renuevo;

desasosiega, y es

                               remordimiento;

tengo por concubina a la virtud.

No tuve amor a las palabras,

¿cómo tener amor a vagos signos

cuyo desvelamiento era tan sólo

despertar la piedad del hombre para consigo mismo?

En el aprendizaje del oficio se logran resultados:

llegué a saber que era idéntico el peso del acto que resulta de lenta reflexión y el gratuito,

y es fácil desprenderse de la vida, o no estimarla,

pues es en la desdicha tan valiosa como en la misma dicha.

 

Debí amar las palabras;

por ellas comparé, con cualquier dimensión del mundo externo:

el mar, el firmamento,

un goce o un dolor que al instante morían;

y en ellas alcancé la raíz tenebrosa de la vida.

Cree el hombre que nada es superior al hombre mismo:

ni la mayor miseria, ni la mayor grandeza de los mundos,

pues todo lo contiene su deseo.

 

Las palabras separan de las cosas

la luz que cae en ellas y la cáscara extinta,

y recogen los velos de la sombra

en la noche y los huecos;

mas no supieron separar la lágrima y la risa,

pues eran una sola verdad,

y valieron igual sonrisa, indiferencia.

Todo son gestos, muertes, son residuos.

 

Mirad al sigiloso ladrón de las palabras,

repta en la noche fosca,

abre su boca seca, y está mudo.

 

 

COLLIGE, VIRGO, ROSAS

 

Estás ya con quien quieres. Ríete y goza. Ama.

Y enciéndete en la noche que ahora empieza

y entre tantos amigos (y conmigo)

abre los grandes ojos a la vida

con la avidez preciosa de tus años.

la noche, larga, ha de acabar al alba,

y vendrán escuadrones de espías con la luz,

se borrarán los astros, y también el recuerdo,

y la alegría acabará en su nada.

 

Mas aunque así suceda, enciéndete en la noche,

pues detrás del olvido puede que ella renazca,

y la recobres pura, y aumentada en belleza,

si en ella, por azar, que ya será elección,

sellas la vida en lo mejor que tuvo,

 

cuando la noche humana se acabe ya del todo,

y venga esa otra luz, rencorosa y extraña,

que antes que tú conozcas, yo ya habré conocido.


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