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POETAS 94. Joaquín Pasos ("Canto de guerra de las cosas")

 
 
Joaquín Pasos nació en Granada, Nicaragua, el 14 de mayo de 1914, y murió prematuramente el 20 de enero de 1947. A pesar de que empezó a escribir poesía siendo adolescente, su obra no pudo ser publicada hasta que su amigo Ernesto Cardenal se empeñó en editar sus versos póstumamente, en 1962, bajo el título de “Poemas de un joven”. Joaquín Pasos formó parte del movimiento de vanguardia que reaccionó ante la poesía modernista del patriarca Rubén Dario, y que también atacaba la vida y la cultura burguesa de la que la mayoría de poetas procedían. Junto a su amigo Pablo Antonio Cuadra fundó la Anti-academia de la lengua y firmaron un manifiesto en que se burlaban de cierta poesía retórica: “Si hacemos versos malos, los hacemos malos de ex-profeso. Quisiéramos hacerlos más malos aún, genialmente malos”. Durante una época se ganó la vida como secretario de protócolo del dictador Somoza. Más tarde las burlas al mismo tirano, desde varias revistas de humor que había fundado, acabaron llevándole a la cárcel, donde pasó varias temporadas. Su amigo Pablo Cuadras lo  define como un personaje particular, desarreglado y bohemio. Derrochaba el dinero como derrochaba su vida. Según Ernesto Cardenal, aunque en los últimos años trató de llevar una vida más sería,  “su organismo ya lo tenía minado y empeoró bruscamente unos días antes su muerte”. La poesía que el propio Cardenal se encargó de reunir denota una insatisfacción hacia las cosas del mundo y de los hombres, siempre sazonada con ironía casi humorística. “Poemas de un joven que no ha viajado nunca”, “Poemas de un joven que no ha amado nunca”, etc. Aunque Pasos nunca tuvo un amor firme y duradero, y más bien sus anhelos amorosos se concretaban en el reino de la ensoñación y la fantasía, su poesía logró encadenar alguno de los poemas amorosos más logrados de la poesía centroamericana. Poco antes de morir, Joaquín Pasos se volcó en un largo poema de doscientos versos “Canto de Guerra de las Cosas” que en alguna ocasión ha sido comparado -Mario Benedetti- por su hondura con “El sermón sobre la muerte” de Cesar Vallejo, “Alturas del Machu-Pichu” de Pablo Neruda o el “Soliloquio del individuo” de Nicanor Parra. El mismo Pasos definió su poema como “el dolor humano provocado por el quejido de las cosas” y comentó a sus amigos que había compuesto su poema calcado en las reglas clásicas de la oratoria sagrada. Pablo Cuadra define “El canto de guerra de las cosas” como una cristiana defensa de la dignidad humana. “Asume el dolor del hombre, exalta la nobleza de ese valor, y levanta el valor de lo humano contra la guerra y contra todo lo que lo destruye y lo degrada, dándole además lenguaje al sentimiento de compasión y solidaridad”
 

CEMENTERIO
 
La tierra aburrida de los hombres que roncan
es aquella que habitan los pájaros pobres,
las gallinas que comen las piedras,
las lechuzas que braman de noche.
Una jaula de arena, una urna de lodo
es la tierra aburrida de los hombres que roncan.
Una jícara negra, una seca tinaja,
un carbón, una mierda, una cáscara.


Es la tierra aburrida de los hombres que roncan
donde viven los pájaros tristes, los pájaros sordos,
los cultivos de piedras, los sembrados de escobas.
Protejan los escarabajos, cuiden los sapos
el tesoro de estiércol de los pájaros pobres.
Los pájaros enfermos, los vestidos de sombra,
Los que habitan la tierra de los hombres que roncan.


Tengo un triste recuerdo de esa tierra sin horas,
la picada de pájaros, la que se desmorona.
Con murciélagos me persigue de noche
su horizonte de barro y su luna de broza.
En la tierra aburrida de los hombres que roncan
se hizo piedra mi sueño, y después se hizo polvo.




*****


POEMA INMENSO

En estas tardes tu perfil no tiene línea precisa
pues no hay un límite en tu gesto para el principio de 

tu sonrisa
pero de repente está en tu boca y no se sabe como se filtra
y cuando se va nunca se puede decir si está allí todavía
lo mismo que tu palabra de la cual jamás oímos la primera
sílaba
y nunca terminamos de escuchar lo que decías
porque estás tan cerca en esta lejanía
que es inútil preguntar cuando vino tu venida
pues entonces nos parece que has estado aquí toda la vida
con esa voz eterna, con esa mirada continua,
con ese contorno inmarcable de su mejilla,
sin que podamos decir aquí comienza el aire y aquí la carne
viva
sin conocer aún donde fuiste verdad y  no fuiste mentira,
ni cuando principiaste a vivir en estas líneas,
detrás de la luz de estas tardes perdidas,
detrás de estos versos a los cuales estás tan unida,
que en ellos tu perfume no se sabe en donde comienza ni
donde termina.




*****


CUATRO

Cerrando estoy mi cuerpo con las cuatro paredes,
en las cuatro ventanas que tu cuerpo me abrió.
Estoy quedando solo con mis cuatro silencios:
el tuyo, el mío, el del aire, el de Dios.
Voy bajando tranquilo por mis cuatro escaleras,
voy bajando por dentro, muy adentro de yo,
donde están cuatro veces cuatro campos muy grandes.
Por adentro, muy adentro, !qué ancho que soy!
Y qué pequeña que eres con mis cuatro reales,
con mis cuatro vestidos hechos en Nueva York.
Vas quedando desnuda y pobre ante mis ojos;
cuatro veces te quise; cuatro veces ya no.
Estoy cerrando mi alma, ya no me asomo a verte,
ya no te veo al aire que te diera mi amor;
voy bajando tranquilo, con mis cuatro cariños:
el otro, el mío, el del aire, el de Dios.



*****


DÍA

Para hacer un día tan lleno de raíces
bastó un árbol.
Para empaparlo en miel dorada y embriagante
bastó una abeja.
Vengo acumulando piedras por si acaso
falta una en la construcción de la torre,
vengo guardando cántaros para cuando
logre derramarse el líquido.
Para hacer un vuelo de nidos viajeros
hoy basta un solo pájaro,
para fabricar un pez
hoy basta el agua.
Gran día de edificios y de montaje de puentes
de fecundo mugir de vacas
y señales de lluvia.
Día moreno y brillante que me recuerda
mi obligación de cantar.



*****


EL INDIO ECHADO

Bien pueden decir que es tarde,
que pronto será de noche.
Que llamen a Pedro, y a Juan,
para encender las luces.
Que llamen también a mis hijos
y les muestren con ira mi modorra…
!Mi bella modorra, y mis lindos hijos
que no he tenido tiempo de procrear todavía!
 
Pero pronto dirán que es tarde,
mas yo diré que pronto será de noche
y entonces procrearé un hijo o dos.


Me siento sobre mi propio cuerpo:
inmóvil, a contemplar a mi sombra que hace gestos de pereza.


Llévenme sin tocarme bajo el árbol más inactivo
desde donde se divisa el molino que no gira,
el recodo de aguas estancadas,
el cementerio de los pájaros…


Que llamen a otros para que les cuenten cómo es esto.
Que llamen a mis hijos, a mis lindos hijos
a quienes dejo, antes de morir, mi más cariñoso bostezo.



*****



LOS INDIOS VIEJOS

Los hombres viejos, muy viejos, están sentados
junto a sus cabras, junto a sus pequeños animales mansos.
Los hombres viejos están sentados junto a un río
que siempre va despacio.
Ante ellos el aire detiene su marcha,

el viento pasa, contemplándolos,
los toca con cuidado
para no desbaratarles sus corazones de ceniza.

Los hombres viejos sacan al campo sus pecados,
éste es su único trabajo.
Los sueltan durante el día, pasan el día olvidando,
y en la tarde salen a lanzarlos
para dormir con ellos calentándose.



*****


LOS INDIOS CIEGOS

Abramos un camino en el aire,
para mirarnos,
busquemos un rincón en el aire
para acostarnos.


Sin luz en el cuerpo
sólo con fuego.
Este color de sombra tiene tu cara.
Este color de sombra es la sombra de tu alma.
Abramos un camino en el aire
con tu brazo.
Si no te ven mis ojos, que te vea
mi carne.


!Ah! No tenemos luz en el cuerpo.
Tenemos fuego.



*****



CANTO DE GUERRA DE LAS COSAS

Cuando lleguéis a viejos, respetaréis la piedra,
si es que llegáis a viejos,
si es que entonces quedó alguna piedra.
Vuestros hijos amarán al viejo cobre,
al hierro fiel.
Recibiréis a los antiguos metales en el seno de vuestras familias,
trataréis al noble plomo con la decencia que corresponde a su carácter dulce;
os reconciliaréis con el zinc dándole un suave nombre:
con el bronce considerándolo como hermano del oro,
porque el oro no fue a la guerra por vosotros,
el oro se quedó, por vosotros, haciendo el papel de niño mimado,
vestido de tercipelo, arropado, protegido por el resentido acero…
Cuando lleguéis a viejos, respetaréis al oro,
si es que llegáis a viejos,
si es que entonces quedó algún oro. 


El agua es la única eternidad de la sangre.
Su fuerza, hecha sangre. Su inquietud, hecha sangre.
Su violento anhelo de viento y cielo,
hecho sangre.
Mañana dirán que la sangre se hizo polvo,
mañana estará seca la sangre.
Ni sudor, ni lágrimas, ni orina
podrán llenar el hueco del corazón vacío.
Mañana envidiarán la bomba hidráulica de un inodoro palpitante,
la estancia viva de un grifo,
el grueso líquido.
El río se encargará de los riñones destrozados
y en medio del desierto los huesos en cruz pedirán en vano que regrese el agua a los cuerpos de los hombres.


Dadme un motor más fuerte que un corazón de hombre.
Dadme un cerebro de máquina que pueda ser agujereado sin dolor.
Dadme por fuera un cuerpo de metal y por dentro otro cuerpo de metal
igual al del soldado de plomo que no muere,
que no te pide, Señor, la gracia de no ser humillado por tus obras,
como el soldado de carne blanducha, nuestro débil orgullo,
que por tu día ofrecerá la luz de sus ojos,
que por tu metal admitirá una bala en su pecho,
que por tu agua devolverá su sangre.
Y que quiere ser como un cuchillo, al que no puede herir otro cuchillo.


Esta cal de mi sangre incorporada a mi vida
será la cal de mi tumba incorporada a mi muerte,
porque aquí está el futuro envuelto en papel  de estaño,
aquí está el futuro envuelto en papel de estaño,
aquí está la ración humana en forma de pequeños ataúdes,
y la ametralladora sigue ardiendo de deseos
y a través de los siglos sigue fiel el amor del cuchillo a la carne.
Y luego, decid si no ha sido abundante la cosecha de balas,
si los campos no están sembrados de bayonetas,
si no han reventado a su tiempo las granadas…
Decid si hay algún pozo, un hueco, un escondrijo
que no sea un fecundo nido de bombas robustas;
decid si este diluvio de fuego líquido
no es más hermoso y más terrible que el de Noé,
sin que haya un arca de acero que resista
!ni un avión que regrese con la rama de olivo!


Vosotros, dominadores del cristal, he ahí vuestros vidrios fundidos.
Vuestras casas de porcelana, vuestros trenes de mica,
vuestras lágrimas envueltas en celofán, vuestros corazones de baquelita,
vuestros risibles y hediondos pies de hule,
todo se funde y corre al llamado de guerra de las cosas,
como se funde y se escapa con rencor el acero que ha sostenido una estatua.
Dos marineros están un poco excitados. Algo les turba su viaje.
Se asoman a la borda y escudriñan el agua,
se asoman a la torre y escudriñan el aire.
Pero no hay nada.
No hay peces, ni olas, ni estrellas, ni pájaros.
Señor capitán, ¿adónde vamos?
Lo sabremos más tarde.
cuando hayamos llegado.
Los marineros quieren lanzar el ancla,
los marineros quieren saber qué pasa.
Pero no es nada. Están un poco excitados.
El agua del mar tiene un sabor más amargo,
el viento del mar es demasiado pesado.
Y no camina el barco. Se quedó quieto en medio del viaje.
Los marineros se preguntan ¿qué pasa? con las manos,
han perdido el habla.
No ha pasado nada. Están un poco excitados.
Nunca volverá a pasar nada. Nunca lanzarán el ancla.
No había que buscarla en las cartas del naipe ni en los juegos de la cábala.
En todas las cartas estaba, hasta en las de amor y en las de navegar.
Todos los signos llevaban su signo.
Izaba su bandera sin color, fantasma de bandera para ser pintada con colores de sangre de fantasma,
bandera que cuando flotaba el viento parecía que flotaba el viento.
Iba y venía, iba en el venir, venía en el yendo, como que si fuera viniendo.
Subía y luego bajaba hasta en medio de la multitud y besaba a cada hombre.
Acariciaba cada cosa con sus dedos suaves de sobadora de marfil.
Cuando pasaba un tranvía, ella pasaba en el tranvía;
cuando pasaba una locomotora, ella iba sentada en la trompa.
Pasaba ante el vidrio de todas las vitrinas,
sobre el río de todos los puentes,
por el cielo de todas las ventanas.
Era la misma vida que flota ciega en las calles como una niebla borracha.
Estaba de pie junto a todas las paredes como un ejército de mendigos,
era un diluvio en el aire.
Era tenaz, y también dulce, como el tiempo.


Con la opaca voz de un destrozado amor sin remedio,
con el hueco de un corazón fugitivo,
con la sombra del cuerpo,
con la sombra del alma, apenas sombra de vidrio,
con el espacio vacío de una mano sin dueño,
con los labios heridos
con los párpados sin sueño,
con el pedazo de pecho donde está sembrado el musgo del resentimiento
y el narciso,
con el hombro izquierdo,
con el hombro que carga las flores y el vino,
con las uñas que aún están adentro
y no han salido,
con el porvenir sin premio, con el pasado sin castigo,
con el aliento,
con el silbido
con el último bocado de tiempo, con el último sorbo de líquido,
con el último verso del último libro.
y con lo que será ajeno. Y con lo que fue mío.

Somos la orquídea del acero,florecimos en la trinchera como el moho sobre el filo de la espada,
somos una vegetación de sangre,
somos flores de carne que chorrean sangre,
somos la muerte recién podada
que florecerá muertes y más muertes hasta hacer un inmenso jardín de muertes.
Como la enredadera púrpura de filosa raíz,
que corta el corazón y se siembra en la fangosa sangre
y sube y baja según su peligrosa marea.
Así hemos inundado el pecho de los vivos,
somos la selva que avanza.

Somos la tierra presente. Vegetal y podrida,
pantano corrompido que burbujea mariposas y arco iris.
Donde tu cáscara se levanta están nuestros huesos llorosos,

nuestro dolor brillante en carne viva,
oh santa y hedionda tierra nuestra,
humus humanos.

Desde mi gris sube mi ávida mirada,
mi ojo viejo y tardo, ya encanecido,
desde el fondo de un vértigo  lamoso
sin negro y sin color completamente ciego.
Asciendo como topo hacia un aire
que huele mi vista,
el ojo de mi olfato, y el murciélago
todo hecho de sonido.
Aquí la piedra es piedra, pero ni el tacto sordo
puede imaginar si vamos o venimos,
pero venimos, sí, desde mi fondo espeso,
pero vamos, ya lo sentimos, en los dedos podridos
y en esta cruel mudez que quiere cantar.

Como un súbito amanecer que la sangre dibuja
irrumpe el violento deseo de sufrir,
y luego el llanto fluyendo como la uña de la carne
y el rabioso corazón ladrando en la puerta.
Y en la puerta un cubo que se palpa
y un camino verde bajo los pies hasta el pozo,
hasta más hondo aún, hasta el agua,
y en el agua una palabra samaritana
hasta más hondo aún, hasta el beso.
Del mar opaco que me empuja
llevo en mi sangre el hueco de su ola,
el hueco de su huida,
un precipicio de sal aposentada.
Si algo traigo para decir, dispensadme,
en el bello camino lo he olvidado.
Por un descuido me comí la espuma,
perdonadme, que vengo enamorado.

Detrás de ti quedan ahora cosas despreocupadas, dulces.
Pájaros muertos, árboles sin riego.
Una hiedra marchita. Un olor de recuerdo:
No hay nada exacto, no hay nada malo ni bueno,
y parece que la vida se ha marchado hacia el país del trueno.
Tú, que viste en un jarrón de flores el golpe de esta fuerza,
tú, la invitada al viento en fiesta,
tú, la dueña de una cotorra y un coche de ágiles ruedas,
tú, que miraste a un caballo del tiovivo saltar sobre la verja
y quedar sobre la grama como esperando que lo montasen los niños de la escuela,
asiste ahora, con ojos pálidos, a esta naturaleza muerta.

Los frutos no maduran en este aire dormido
sino lentamente, de tal suerte que parecen marchitos,
y hasta los insectos se equivocan en esta primavera sonámbula sin sentido.
La naturaleza tiene ausente a su marido.
No tienen ni fuerzas suficientes para morir las semillas del cultivo
y su muerte se oye como el hilito de sangre que sale de boca del hombre herido.
Rosas solteronas, flores que parecen usadas en la fiesta del olvido,
débil olor de tumbas, de hierbas que mueren sobre mármoles inscritos.
Ni un solo grito. Ni siquiera la voz de un pájaro o de un niño
O el ruido de un bravo asesino con su cuchillo.

!Qué dieras hoy por tener manchado de sangre el vestido!
!Qué dieras por encontrar habitado algún nido!
!Qué dieras porque sembraran en tu carne un hijo!

Por fin, Señor de los Ejércitos, he aquí el dolor supremo.
he aquí, sin lástimas, sin subterfugios, sin versos,
el dolor verdadero.
Por fin, Señor, he aquí frente a nosotros el dolor parado en seco.
No es un dolor por los heridos ni por los muertos,
ni por la sangre derramada ni por la tierra llena de lamentos
ni por las ciudades vacías de casas ni por los campos llenos de huérfanos.
Es el dolor entero.
No puede haber lágrimas ni duelo
ni palabras ni recuerdos,
pues nada cabe ya dentro del pecho.
Todos los ruidos del mundo forman un gran silencio.
Todos los hombres del mundo forman un solo espectro.
En medio de este dolor, !soldado!, queda tu puesto
vacío o lleno.
Las vidas de los que quedan están con huecos,
tienen vacíos completos,
como si se hubieran sacado bocados de carne de sus cuerpos.
Asómate a este boquete, a este que tengo en el pecho,
para ver cielos e infiernos.
Mira mi cabeza hendida por millares de agujeros:
a través brilla un sol blanco, a través un astro negro.
Toca mi mano, esta mano que ayer sostuvo un acero:
!puedes pasar en el aire, a través de ella, tus dedos!
he aquí la ausencia del hombre, fuga de carne, de miedo,
días, cosas, almas, fuego.
Todo se quedó en el tiempo. Todo se quemó allá lejos.


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