"Qué pájaro tan bonito"- se dijo el cazador cuando vio la codorniz por la mirilla antes de apretar el gatillo de su escopeta.
Aún le pareció más bonito cuando se fue a cobrar su pieza allí donde le había alcanzado. Era un bello ejemplar, una "rara avis" por el que le darían un buen fajo de billetes en el restaurante donde colocaba sus presas. Los clientes dirían de la codorniz que estaba muy rica y se chuparían los dedos, alabando a la cocinera. Mientras regresaba a casa con el pájaro muerto en su zurrón, iban frotándose las manos y pensando en lo bonita que era y en su buena puntería y en la gran suerte que solía tener cada vez que salía a cazar.
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