He observado que sólo soñamos con las personas que nos atemorizan o nos impresionan de una forma viva. Soñamos con las personas que amamos, y acaso con las que odiamos, pero nunca con aquellas que nos son anodinas o indiferentes.
A mí me ocurre a veces que, cuando me encuentro con una persona con la que nunca he soñado (o sé que no voy a soñar nunca), me queda la impresión de que le falta peso y consistencia, y de que se va a desmoronar delante de mis ojos como si fuese una figura de arena. Y, a la inversa, cuando estoy frente a personas que aparecen en mis sueños, parece que me asfixien con su espesa fragancia, y recuerdo todas sus palabras como si fuesen sentencias, y si les doy la mano tienen el mismo peso de las estatuas de mármol, y, cuando les dejo que sigan su camino, todavía me persiguen en el recuerdo, y son tan reales que su espíritu me posee, y por eso se me aparecen sus fantasmas en sueños.
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